El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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-¿Así, pues, la misma Iglesia con el dogma de la resurrección de la carne, enseña la doctrina de la reencarnación?

«Evidentemente. Por otra parte, esa doctrina es consecuencia de muchas cosas que han pasado desapercibidas, y que, dentro de poco, serán comprendidas en este sentido. No tardará mucho en reconocerse que el espiritismo salta a cada paso del texto mismo de las Escrituras sagradas. Los espíritus no vienen, pues, a destruir la religión, como pretenden algunos; vienen, por el contrario, a confirmarla, a sancionarla con irrecusables pruebas. Mas como ha llegado el tiempo de no usar ya el lenguaje figurado, se expresan sin alegorías, y dan a las cosas un sentido claro y preciso que no pueda ser objeto de ninguna falsa interpretación. He aquí por qué, dentro de poco, tendréis gentes más sinceramente religiosas y creyentes que no tenéis hoy. SAN LUIS».

En efecto, la ciencia demuestra la imposibilidad de la resurrección según la idea vulgar. Si los restos del cuerpo humano continuasen siendo homogéneos, aunque fuesen dispersados y reducidos a polvo, aún se concebiría su reunión en un tiempo dado; pero no pasan así las cosas. El cuerpo está formado de elementos diversos: oxígeno, hidrógeno, ázoe, carbono, etcétera; por medio de la descomposición estos elementos se dispersan, pero para servir a la formación de nuevos cuerpos, de modo, que la misma molécula de carbono, por ejemplo, habrá entrado en la composición de muchos miles de cuerpos diferentes (hablamos tan sólo de los humanos, sin contar todos los de los animales); que tal individuo tiene quizá en su cuerpo moléculas que pertenecieron a los hombres de las edades primitivas; que las mismas moléculas orgánicas que absorbéis en los alimentos, provienen quizá del cuerpo de algún individuo a quien habéis conocido, y así sucesivamente. Siendo definida la cantidad de la materia, e indefinidas sus transformaciones, ¿cómo cada uno de esos cuerpos podrán reconstituirse con los mismos elementos? Esto envuelve una imposibilidad material. No puede, pues, admitirse racionalmente la resurrección de la carne más que como una figura que símbolice el fenómeno de la reencarnación y entonces nada en ella repugna a la razón, nada que esté en contradicción con los datos de la ciencia.


Verdad es que según el dogma, la resurrección no ha de verificarse hasta el fin de los tiempos, mientras que según la doctrina espiritista tiene lugar cada dia; pero ese cuadro del juicio final ¿no es también una grande y bella figura que oculta, bajo el velo de la alegoría, una de esas verdades inmutables, para la que no existirán escépticos cuando sea explicada en su verdadero sentido? Medítese bien la teoría espiritista sobre el porvenir de las almas, y sobre su muerte a consecuencia de las diferentes pruebas que han de sufrir, y se verá que, exceptuando la simultaneidad, el juicio que las condena o absuelve no es una ficción como creen los incrédulos. Observemos también que es consecuencia natural de la pluralidad de mundos, hoy completamente admitida, al paso que, según la doctrina del juicio final, la Tierra es el único mundo que se juzga habitado.