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CARACTERES DEL HOMBRE DE BIEN
918. ¿Qué señales dan a conocer en un hombre el progreso real que ha de elevar su espíritu en la jerarquía espiritista?
«El espíritu prueba su elevación cuando todos los actos de su vida corporal son la práctica de la ley de Dios, y cuando anticipadamente comprende la vida espiritual».
El verdadero hombre de bien es el que practica la ley de justicia, de amor y de caridad en su mayor pureza. Si interroga su conciencia sobre los hechos realizados, se preguntará si no ha violado aquella ley, si no ha hecho mal, si ha hecho todo el bien que ha podido, si nadie ha tenido que quejarse de él, y en fin, si ha hecho a otro todo lo que hubiese querido que por él se hiciera.
El hombre penetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace el bien por el bien, sin esperar recompensas, y sacrifica su interés a la justicia.
Es bueno, humano y benévolo para con todo el mundo, porque en todos los hombres ve hermanos, sin excepción de razas y creencias.
Si Dios le ha dado poder y riqueza, ve en esas cosas UN DEPÓSITO que debe emplear para el bien y no se envanece de ello, porque sabe que Dios, que se lo ha dado, puede quitárselo.
Si el orden social ha puesto hombres bajo su dependencia, los trata con bondad y benevolencia, porque ante Dios son iguales suyos, y emplea su poder para moralizar a aquellos y no para abrumarlos con su orgullo.
Es indulgente con las ajenas debilidades, porque sabe que él mismo necesita indulgencias y recuerda estas palabras de Cristo: El que no tenga pecado arrójele la primera piedra.
No es vengativo: a ejemplo de Jesús, perdona las ofensas para no recordar más que los favores; porque sabe que se le perdonará como él haya perdonado.
Respeta, en fin, en sus semejantes todos los derechos que dan las leyes de la naturaleza, como quiere que se le respeten a él.
«El espíritu prueba su elevación cuando todos los actos de su vida corporal son la práctica de la ley de Dios, y cuando anticipadamente comprende la vida espiritual».
El verdadero hombre de bien es el que practica la ley de justicia, de amor y de caridad en su mayor pureza. Si interroga su conciencia sobre los hechos realizados, se preguntará si no ha violado aquella ley, si no ha hecho mal, si ha hecho todo el bien que ha podido, si nadie ha tenido que quejarse de él, y en fin, si ha hecho a otro todo lo que hubiese querido que por él se hiciera.
El hombre penetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace el bien por el bien, sin esperar recompensas, y sacrifica su interés a la justicia.
Es bueno, humano y benévolo para con todo el mundo, porque en todos los hombres ve hermanos, sin excepción de razas y creencias.
Si Dios le ha dado poder y riqueza, ve en esas cosas UN DEPÓSITO que debe emplear para el bien y no se envanece de ello, porque sabe que Dios, que se lo ha dado, puede quitárselo.
Si el orden social ha puesto hombres bajo su dependencia, los trata con bondad y benevolencia, porque ante Dios son iguales suyos, y emplea su poder para moralizar a aquellos y no para abrumarlos con su orgullo.
Es indulgente con las ajenas debilidades, porque sabe que él mismo necesita indulgencias y recuerda estas palabras de Cristo: El que no tenga pecado arrójele la primera piedra.
No es vengativo: a ejemplo de Jesús, perdona las ofensas para no recordar más que los favores; porque sabe que se le perdonará como él haya perdonado.
Respeta, en fin, en sus semejantes todos los derechos que dan las leyes de la naturaleza, como quiere que se le respeten a él.