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El Libro de los Espíritus > LIBRO SEGUNDO — MUNDO ESPIRITISTA O DE LOS ESPIRITUS > CAPÍTULO VII - REGRESO A LA VIDA CORPORAL > OLVIDO DEL PASADO > 394
394. En los mundos más adelantados que el nuestro, donde no se vive sujeto a nuestras necesidades físicas y a nuestras enfermedades, ¿comprenden los hombres que son más dichosos que nosotros? La dicha en general es relativa y se la aprecia por comparación con un estado menos feliz. Como en definitiva algunos de esos mundos, aunque mejores que el nuestro, no han llegado a la perfección, los hombres que en ellos habitan deben tener causas especiales de malestar. Entre nosotros, por más que el rÍco no sienta las angustias de las necesidades materiales como el pobre, no deja de tener tribulaciones que amargan su vida. Pues bien, yo pregunto si en su posición los habitantes de esos mundos se creen tan desgraciados como nosotros, y no se quejan de su suerte, no teniendo el recuerdo de una existencia inferior para término de comparación.
«De dos modos diferentes debe responderse a esta pregunta. Hay mundos, entre esos de que tú hablas, cuyos habitantes tienen un recuerdo muy claro y exacto de sus existencias pasadas y como comprenderás, pueden y saben apreciar la dicha que Dios les permite saborear. Pero otros hay, cuyos habitantes, aunque colocados, como tú dices, en mejores condiciones que vosotros, no dejan de tener tan grandes incomodidades y hasta desgracias, y no aprecian su dicha por lo mismo que no recuerdan un estado más infeliz aún. Pero, si como hombres no la aprecian, la aprecian como espíritus».
¿No se ve en el olvido de las existencias pasadas, sobre todo cuando han sido penosas, algo de providencial donde se revela la divina sabiduría? En los mundos superiores, cuando el recuerdo de las existencias desgraciadas no pasa de ser un mal sueño, es donde se presentan a la memoria. ¿Acaso, en los mundos inferiores el recuerdo de las desgracias sufridas no aumentaría las actuales? Concluyamos, pues, de esto, que bien hecho está todo lo que Dios ha hecho, y que no nos incumbe el criticar sus obras y decir el modo cómo debiera haber arreglado el universo.
El recuerdo de nuestras anteriores individualidades traería graves inconvenientes, pues podria, en ciertos casos, humillarnos extraordinariamente, y en otros, exaltar nuestro orgullo y esclavizar por lo mismo nuestro libre albedrío. Para mejorarnos, nos ha dado Dios precisamente lo que nos es necesario y bastante: la voz de la conciencia y las tendencias instintivas, y nos priva de lo que podría perjudicarnos. Añada mos ademá que si conservásemos el recuerdo de nuestros actos personales anteriores, conservaríamos igualmente el de los actos de los otros, conocimiento que podría originar las más desagradables consecuencias en las relaciones sociales. No pudiendo gloriamos siempre de nuestro pasado, es una dicha muy a menudo el que sobre él se haya corrido un velo. Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus sobre los mundos superiores al nuestro. En ellos donde el bien impera, nada penoso es el recuerdo del pasado, y por eso allí se recuerda la existencia precedente, como recordamos nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a la permanencia en los mundos inferiores, no pasa de ser el recordarla más que un mal sueño, según hemos dicho.
«De dos modos diferentes debe responderse a esta pregunta. Hay mundos, entre esos de que tú hablas, cuyos habitantes tienen un recuerdo muy claro y exacto de sus existencias pasadas y como comprenderás, pueden y saben apreciar la dicha que Dios les permite saborear. Pero otros hay, cuyos habitantes, aunque colocados, como tú dices, en mejores condiciones que vosotros, no dejan de tener tan grandes incomodidades y hasta desgracias, y no aprecian su dicha por lo mismo que no recuerdan un estado más infeliz aún. Pero, si como hombres no la aprecian, la aprecian como espíritus».
¿No se ve en el olvido de las existencias pasadas, sobre todo cuando han sido penosas, algo de providencial donde se revela la divina sabiduría? En los mundos superiores, cuando el recuerdo de las existencias desgraciadas no pasa de ser un mal sueño, es donde se presentan a la memoria. ¿Acaso, en los mundos inferiores el recuerdo de las desgracias sufridas no aumentaría las actuales? Concluyamos, pues, de esto, que bien hecho está todo lo que Dios ha hecho, y que no nos incumbe el criticar sus obras y decir el modo cómo debiera haber arreglado el universo.
El recuerdo de nuestras anteriores individualidades traería graves inconvenientes, pues podria, en ciertos casos, humillarnos extraordinariamente, y en otros, exaltar nuestro orgullo y esclavizar por lo mismo nuestro libre albedrío. Para mejorarnos, nos ha dado Dios precisamente lo que nos es necesario y bastante: la voz de la conciencia y las tendencias instintivas, y nos priva de lo que podría perjudicarnos. Añada mos ademá que si conservásemos el recuerdo de nuestros actos personales anteriores, conservaríamos igualmente el de los actos de los otros, conocimiento que podría originar las más desagradables consecuencias en las relaciones sociales. No pudiendo gloriamos siempre de nuestro pasado, es una dicha muy a menudo el que sobre él se haya corrido un velo. Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus sobre los mundos superiores al nuestro. En ellos donde el bien impera, nada penoso es el recuerdo del pasado, y por eso allí se recuerda la existencia precedente, como recordamos nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a la permanencia en los mundos inferiores, no pasa de ser el recordarla más que un mal sueño, según hemos dicho.