El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Usted esta en: El Libro de los Espíritus > LIBRO TERCERO — LEYES MORALES > CAPÍTULO VIII — LEY DEL PROGRESO > CIVILIZACIÓN > 793
793. ¿En qué señales puede reconocerse la civilización completa?

«La reconoceréis en el desarrollo moral. Os creéis muy adelantados; porque habéis hecho grandes descubrimientos e inventos maravillosos; porque estáis mejor alojados y vestidos que los salvajes; pero no tendréis verdadero derecho a llamaros civilizados, hasta que no hayáis desterrado de vuestra sociedad los vicios que la deshonran, y hasta que viváis como hermanos, practicando la caridad cristiana. Hasta entonces no seréis más que pueblos ilustrados, y no habréis recorrido más que la primera fase de la civilización».

La civilización tiene sus grados como todas las cosas. Una civilización incompleta es un estado de transición que engendra males especiales, desconocidos en el estado primitivo; pero no deja de constituir un progreso natural, necesario, que lleva en sí el remedio del mal que produce. A medida que la civilización se perlecciona, hace cesar algunos de los males que ha engendrado, males que desaparecerán con el progreso moral.

De dos pueblos llegados a la cima de la escala social, aquel únicamente puede llamarse más civilizado, en la verdadera acepción de la palabra, en que se encuentra menos egoísmo, codicia y orgullo; donde los hábitos son más intelectuales y morales que materiales; donde la inteligencia puede desarrollarse con mayor libertad; donde hay más bondad, buena fe, benevolencia y generosidad recíprocas; dónde están menos arraigadas las preocupaciones de casta y nacimiento, pues esas preocupaciones son incompatibles con el verdadero amor al prójimo; donde las leyes no consagran ningún privilegio, y son las mismas así para el último, como para el primero, donde se distribuye la justicia con menos parcialidad; donde el débil encuentra siempre apoyo contra el fuerte; donde mejor se respeta la vida, creencias y opiniones del hombre; donde menos infelicidad hay y donde, en fin, todo hombre de buena voluntad está siempre seguro de no carecer de lo necesario.