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El Libro de los Espíritus > INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA DOCTRINA ESPIRITISTA > XV
XV
Hay gentes que ven peligros en todas partes y en todo lo que no conocen, gentes que no dejan de deducir consecuencias desfavorables del hecho de que ciertas personas, dadas a estos estudios, han perdido la razón. Pero ¿qué hombre sensato podrá ver en ésta una objeción grave? ¿No sucede lo mismo con todas las preocupaciones intelectuales, respecto de cerebros débiles? ¿Se sabe acaso el número, de locos y maniáticos producidos por los estudios matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y otros? ¿Debemos por esto anatematizar esos estudios? ¿Qué prueban semejantes hechos? En los trabajos corporales nos estropeamos los brazos y las piernas, instrumentos de la acción material, y en los trabajos intelectuales nos estropeamos el cerebro, instrumento del pensamiento. Pero si se rompe el instrumento, no sucede lo mismo al espíritu, y desprendido de la materia no deja de disfrutar por ello de la plenitud de sus facultades. En su género, y, como hombre, es un mártir del trabajo.
Todas las grandes preocupaciones del espíritu pueden ocasionar la locura; las ciencias, las artes y hasta la religión aprontan su contingente. La locura reconoce como causa primordial una predisposición orgánica del cerebro que le hace más o menos accesible a ciertas impresiones. Dada una predisposición a la locura, ésta tomará carácter de la preocupación principal que entonces se convierte en idea fija. Esta idea fija podrá ser la de los espíritus, en quien de ellos se haya ocupado, como la de Dios, la de los ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una ciencia, de la maternidad o de un sistema político o social. Es probable que el loco religioso lo hubiese sido también espiritista, y el espiritismo hubiera sido su preocupación dominante, como el loco espiritista hubiéralo sido por otro concepto, según las circunstancias.
Digo, pues, que en este particular no disfruta de ningún privilegio el espiritismo; pero digo. más aún, y es que, bien comprendido, es un preservativo de la locura.
Entre las más numerosas causas de la sobreexcitación cerebral, es preciso contar los desengaños, las desgracias y los afectos contrarios, que son también las más frecuentes causas de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas de este mundo desde un punto tan elevado; le parecen tan pequeñas y mezquinas, comparadas con el porvenir que espera; la vida es para él tan corta, tan fugitiva, que a sus ojos las tribulaciones no son más que incidentes des-agradables de un viaje. Lo que produciría a otro una violenta emoción, le afecta medianamente; y sabe, además, que los pesares de la vida son pruebas que favorecen su progreso, si las sufre sin murmurar; porque será recompensado con arreglo al valor con que las haya soportado. Sus conviciones le dan, pues, una resignación que le preserva de la desesperación, y por lo tanto, de una causa incesante de locura y de suicidio. Sabe, además, por el espectáculo que le ofrecen las comunicaciones con los espíritus, la suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es bastante perfecto para hacerle reflexionar; de modo, que es considerable el número de los que han sido detenidos por el espiritismo en esta funesta pendiente. Este es uno de sus resultados. Ríanse de él tanto como quieran los incrédulos, que yo me limito a desearles los consuelos que ha proporcionado a todos los que se han tomado el trabajo de sondear sus misteriosas profundidades.
En el número de las causas de locura ha de incluirse también el terror, y el del diablo ha trastornado más de un cerebro. ¿Se sabe acaso el número de víctimas hechas, hiriendo imaginaciones débiles con el cuadro ese que se esmeran en hacer más horroroso, añadiendole horribles pormenores? El diablo, se dice, no es panta más que a los niños; es una cortapisa para conseguir que sean dóciles. Ciertamente, lo mismo que el coco y el bú, y cuando no le tienen ya miedo, son peores que antes. Y para obtener tan hermoso resultado no se tiene en cuenta el número de epilepsias causadas a consecuencia del trastorno de un cerebro delicado. Sería muy débil la religión, si por no poder intimidar pudiese ver comprometido su poderío. Tiene, afortunadamente, otros medios de obrar sobre las almas, y el espiritismo se los proporciona más eficaces y graves, si sabe aprovecharlos. Demostrando la realidad de las cosas, neutraliza los funestos efectos del temor exagerado.
Todas las grandes preocupaciones del espíritu pueden ocasionar la locura; las ciencias, las artes y hasta la religión aprontan su contingente. La locura reconoce como causa primordial una predisposición orgánica del cerebro que le hace más o menos accesible a ciertas impresiones. Dada una predisposición a la locura, ésta tomará carácter de la preocupación principal que entonces se convierte en idea fija. Esta idea fija podrá ser la de los espíritus, en quien de ellos se haya ocupado, como la de Dios, la de los ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una ciencia, de la maternidad o de un sistema político o social. Es probable que el loco religioso lo hubiese sido también espiritista, y el espiritismo hubiera sido su preocupación dominante, como el loco espiritista hubiéralo sido por otro concepto, según las circunstancias.
Digo, pues, que en este particular no disfruta de ningún privilegio el espiritismo; pero digo. más aún, y es que, bien comprendido, es un preservativo de la locura.
Entre las más numerosas causas de la sobreexcitación cerebral, es preciso contar los desengaños, las desgracias y los afectos contrarios, que son también las más frecuentes causas de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas de este mundo desde un punto tan elevado; le parecen tan pequeñas y mezquinas, comparadas con el porvenir que espera; la vida es para él tan corta, tan fugitiva, que a sus ojos las tribulaciones no son más que incidentes des-agradables de un viaje. Lo que produciría a otro una violenta emoción, le afecta medianamente; y sabe, además, que los pesares de la vida son pruebas que favorecen su progreso, si las sufre sin murmurar; porque será recompensado con arreglo al valor con que las haya soportado. Sus conviciones le dan, pues, una resignación que le preserva de la desesperación, y por lo tanto, de una causa incesante de locura y de suicidio. Sabe, además, por el espectáculo que le ofrecen las comunicaciones con los espíritus, la suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es bastante perfecto para hacerle reflexionar; de modo, que es considerable el número de los que han sido detenidos por el espiritismo en esta funesta pendiente. Este es uno de sus resultados. Ríanse de él tanto como quieran los incrédulos, que yo me limito a desearles los consuelos que ha proporcionado a todos los que se han tomado el trabajo de sondear sus misteriosas profundidades.
En el número de las causas de locura ha de incluirse también el terror, y el del diablo ha trastornado más de un cerebro. ¿Se sabe acaso el número de víctimas hechas, hiriendo imaginaciones débiles con el cuadro ese que se esmeran en hacer más horroroso, añadiendole horribles pormenores? El diablo, se dice, no es panta más que a los niños; es una cortapisa para conseguir que sean dóciles. Ciertamente, lo mismo que el coco y el bú, y cuando no le tienen ya miedo, son peores que antes. Y para obtener tan hermoso resultado no se tiene en cuenta el número de epilepsias causadas a consecuencia del trastorno de un cerebro delicado. Sería muy débil la religión, si por no poder intimidar pudiese ver comprometido su poderío. Tiene, afortunadamente, otros medios de obrar sobre las almas, y el espiritismo se los proporciona más eficaces y graves, si sabe aprovecharlos. Demostrando la realidad de las cosas, neutraliza los funestos efectos del temor exagerado.