2. Desde el momento que se admite la existencia del alma y
su individualidad después de la muerte, es menester también admitir:
1º que es de una naturaleza diferente del cuerpo, pues una
vez separada de éste no tiene ya sus propiedades;
2º que goza de
la conciencia de sí misma, puesto que se le atribuyen la alegría o
el sufrimiento; de otro modo sería un ser inerte, y tanto valdría
para nosotros no tenerla. Admitido esto, el alma va a alguna parte;
¿en qué se convierte y a dónde va? Según la creencia común, va al
cielo o al infierno ¿pero dónde están el cielo y el infierno? Se
decía en otro tiempo que el cielo estaba arriba y el infierno abajo;
¿pero qué es lo que está arriba o abajo en el Universo desde que se
conoce la redondez de la Tierra, el movimiento de los astros que
hace que lo que es arriba en un momento dado venga a ser lo bajo
en doce horas, lo infinito del espacio en el cual la mirada se sumerge
en distancias inconmensurables? Es verdad que por lugares bajos
se entienden también las profundidades de la Tierra; ¿pero qué
han venido a ser estas profundidades desde que se han ojeado por
la Geología? ¿Qué se han hecho estas esferas concéntricas llamadas
cielo de fuego, cielo de las estrellas, desde que se sabe que la
Tierra no es el centro de los mundos, que nuestro mismo Sol no es
más que uno de los millones de soles que brillan en el espacio, y
que cada uno de ellos es el centro de un torbellino planetario?
¿Qué importancia tiene la Tierra perdida en esta inmensidad?¿Por
qué privilegio injustificable este grano de arena imperceptible,
que no se distingue por su volumen ni por su posición, ni por un
objeto particular, estaría solo él poblado de seres racionales? La
razón rehusa admitir esta inutilidad de lo Infinito, y todo nos dice
que esos mundos están habitados. Si están poblados, suministran
pues su contingente al mundo de las almas; pero repetimos, ¿qué
es de estas almas, puesto que la Astronomía y la Geología han
destruido las moradas que les estaban señaladas, y sobre todo desde
que la teoría tan racional de la pluralidad de los mundos, las ha
multiplicado hasta el infinito? La doctrina de la localización de
las almas, no pudiendo ponerse de acuerdo con los datos de la ciencia,
otra doctrina más lógica les señala por dominio, no un
lugar determinado, y circunscripto, sino el espacio universal: es
todo un mundo invisible en medio del cual vivimos, que nos circuye
y nos rodea sin cesar. ¿Hay en esto una imposibilidad, alguna cosa
que repugne a la razón? De ningún modo; todo nos dice, al contrario,
que no puede ser de otra manera. ¿Pero entonces qué vienen
a ser las penas y las recompensas futuras, si les quitáis os lugares
especiales? Observad que la incredulidad, respecto a esas penas y
recompensas, generalmente, es provocada, porque se las presenta
con condiciones inadmisibles; pero decid en lugar de esto que las
almas sacan su dicha o su desgracia de sí mismas; que su suerte
está subordinada a su estado moral; que la reunión de las almas
simpáticas y buenas es una fuente de felicidad; que según su grado
de depuración, penetran y ven cosas que se borran ante las
almas groseras, y todo el mundo lo comprenderá sin trabajo; decid
además que las almas solo llegan al grado supremo por medio de
los esfuerzos que hacen para mejorarse y después de una serie de
pruebas que sirven a su depuración; que los ángeles son las almas
que han llegado al último grado, el que todas pueden alcanzar con
buena voluntad; que los ángeles son los mensajeros de Dios
encargados de velar en la ejecución de sus designios en todo el
Universo; que son dichosos de estas misiones gloriosas, y daréis a
su felicidad un fin más útil y más atractivo que el de una
contemplación perpetua, que no sería otra cosas que una inutilidad
perpetua; decid, en fin, que los demonios no son otros que las
almas de los malvados, todavía no depuradas, pero que pueden
llegar a serlo como las otras, y esto parecerá más conforme a la
justicia y a la bondad de Dios, que la doctrina de seres creados
para el mal y perpetuamente dedicados a él. He aquí, repetimos,
lo que la razón más severa, la lógica más rigurosa, en una palabra,
el buen sentido, pueden admitir.
Las almas que pueblan el espacio son precisamente lo que
se llaman Espíritus; los Espíritus no son, pues, otra cosa que las almas
de los hombres despojadas de su envoltura corporal. Si los
Espíritus fuesen seres aparte, su existencia sería más hipotética;
pero si admitimos que hay almas, es necesario también admitir
los Espíritus que no son otros que las almas; si se admite que las
almas están por todas partes, es necesario admitir igualmente que
los Espíritus están por todo. No se podría, pues, negar la existencia
de los Espíritus sin negar la de las almas.