CAPÍTULO XIV - DE LOS MÉDIUMS
Médiums de efectos físicos. – Personas eléctricas. – Médiums
sensitivos o impresionables. – Médiums auditivos. – Médiums
parlantes. – Médiums videntes. – Médiums sonámbulos. –
Médiums curanderos. – Médiums pneumatógrafos.
159. Toda persona que siente en cualquier grado la influencia
de los Espíritus, es por esto mismo médium. Esta facultad es
inherente al hombre, y por consecuencia no es privilegio exclusivo;
así es que hay pocos entre los que nos se encuentren algunos
rudimentos. Se puede, pues, decir, que casi todos son médiums.
Sin embargo, en el uso, esta calificación sólo se aplica a aquellos
cuya facultad mediúmnica está claramente caracterizada y se
conoce por los efectos patentes de cierta intensidad, lo que depende
de una organización más o menos sensitiva. También debemos
notar que esta facultad, no se revela en todos de la misma manera;
los médiums tienen generalmente, una aptitud especial para tal o
cual orden de fenómenos, y en esto consiste que se hagan tantas
variedades, como hay clases de manifestaciones. Las principales
son: Los médiums de efectos físicos, los médiums sensitivos o
impresionables, auditivos, parlantes, videntes, sonámbulos,
curanderos, pneumatógrafos, escribientes o psicógrafos.
1. Médiums de efectos físicos
160. Los médiums de efectos físicos son más especialmente
aptos para producir fenómenos materiales, tales como los
movimientos de los cuerpos inertes, los ruidos, etc.. Se pueden
dividir en médiums facultativos y médiums involuntarios. (Véase
en la Segunda Parte, los capítulos II y IV).
Los médiums facultativos son aquellos que tienen la
conciencia de su poder y que producen los fenómenos espíritas
por un acto de su voluntad. Esta facultad, aunque es inherente a la
especie humana, como ya lo hemos dicho, está lejos de existir en
todos en el mismo grado; pero si hay pocas personas en que es
absolutamente nula las que son aptas para producir los grandes
efectos, tales como la suspensión de los cuerpos graves en el
espacio, la traslación aérea y sobre todo las apariciones, son más
raras aún. Los efectos más sencillos son los de la rotación de un
objeto, los golpes que da levantándose este objeto, o en su misma
sustancia. Sin dar más importancia capital a estos fenómenos,
aconsejamos que no se desprecien, pueden dar lugar a
observaciones interesantes y ayudar a la convicción. Pero es de
notar que la facultad de producir efectos materiales existe rara
vez entre aquellos que tienen medios más perfectos de
comunicación como la escritura o la palabra. Generalmente la
facultad disminuye en un sentido a medida que se desenvuelve en
otro.
161. Los médiums involuntarios o naturales son aquellos
cuya influencia se ejerce sin saberlo ellos mismos. No tienen
ninguna conciencia de su poder, y muchas veces lo anómalo que
pasa a su alrededor no les parece de ningún modo extraordinario;
esto forma parte de sí mismos, absolutamente como las personas
que están dotadas de la doble vista y ellas mismas no lo saben.
Estos sujetos son muy dignos de observación y deben recogerse y
estudiarse los hechos de este género que vengan a nuestra noticia;
éstos se manifiestan en cualquier edad y a menudo en niños muy
jóvenes. (Véase el capítulo V, “Manifestaciones espontáneas”).
Esta facultad no es por sí misma el indicio de un estado
patológico, porque no es incompatible con una salud perfecta. Si el que la posee sufre, es por razón de una causa extraña; así los
medios terapéuticos son impotentes para hacerla cesar. Puede, en
algunos casos, ser consecuencia de cierta debilidad orgánica, pero
nunca es causa eficiente. No se podría, pues, razonablemente,
concebir ninguna inquietud al punto de vista higiénico; no podrá
tener ningún inconveniente, a no ser que si el sujeto que ha llegado
a ser médium facultativo, abuse de la facultad, porque entonces
habría en él emisión demasiado abundante de fluido vital, y a
consecuencia debilidad de los órganos.
162. La razón se subleva a la idea de torturas morales y
corporales, a las que la ciencia ha sometido algunas veces a seres
débiles y delicados con el fin de asegurarse si por su parte había
superchería; estos experimentos, hechos muchas veces con
malevolencia, son siempre nocivos a las organizaciones sensitivas;
de esto podrían resultar graves desórdenes en la salud; hacer tales
pruebas es jugar con la vida. El observador de buena fe no tiene
necesidad del empleo de estos medios; aquel que está familiarizado
con esta especie de fenómenos sabe que pertenecen más bien al
orden moral que al orden físico, y que en vano se buscaría la
solución en nuestras ciencias exactas.
Por lo mismo que estos fenómenos corresponden al orden
moral, se debe evitar con un cuidado no menos escrupuloso todo
lo que pueda sobreexcitar la imaginación. Se saben los accidentes
que puede ocasionar el miedo, y se sería menos imprudente si se
conocía todos los casos de locura y de epilepsia que tienen son
origen en los cuentos de hechiceros y brujerías. ¿Qué sería, pues,
si se persuadía que es el diablo? Los que difunden tales ideas no
saben la responsabilidad que contraen: pueden matar. Pues el
peligro no es sólo para el sujeto, es también para los que le rodean,
que pueden asustarse pensando que su casa es una guarida de
demonios. Esta funesta creencia es la que ha causado tantos actos
atroces en los tiempos de ignorancia. Con un poco más de
discernimiento, sin embargo, se hubiera podido pensar que
quemando el cuerpo poseído por el diablo, no se quemaba al diablo. Puesto que querían deshacerse del diablo, a él era a quien se
debía matar; la Doctrina Espírita ilustrándonos sobre la verdadera
causa de estos fenómenos, les da el golpe de gracia. Lejos, pues,
de avivar este pensamiento, es un deber de moralidad y de
humanidad combatirle si existe.
Lo que es preciso hacer cuando una facultad semejante se
desenvuelve espontáneamente en un individuo, es dejar al
fenómeno seguir su curso natural: la Naturaleza es más prudente
que los hombres; la Providencia, por otra parte, tiene sus miras, y
el más pequeño puede ser instrumento de los más grandes
designios. Pero es menester convenir en que este fenómeno
adquiere algunas veces proporciones fatigosas e importunas para
todos; * pero he aquí en todos los casos lo que deberá hacerse.
En el cap. V., de las Manifestaciones físicas espontáneas hemos
dado ya algunos consejos con este objeto, diciendo que es necesario
procurar ponerse en relación con el Espíritu para saber de él lo
que quiere. El siguiente medio está igualmente fundado sobre la
observación.
Los seres invisibles que revelan su presencia por efectos
sensibles son, generalmente, Espíritus de un orden inferior, y que
se pueden dominar por el ascendiente moral; este ascendiente es
el que es preciso tratar de adquirir.
Para obtener este ascendiente es menester hacer pasar al
sujeto del estado de médium natural al de médium facultativo.
Entonces se produce un efecto análogo al que tiene lugar en el
sonambulismo. Se sabe que el sonambulismo natural cesa
generalmente cuando se reemplaza por el sonambulismo
magnético. No se detiene la facultad emancipadora del alma, se
le da otro curso. Lo mismo es en cuanto a la facultad mediúmnica.
A este efecto, en lugar de poner trabas a los fenómenos, lo que no
se consigue fácilmente, y siempre sin peligro, es preciso excitar
al médium a producirlos por su voluntad, imponiéndose al Espíritu;
por este medio llega a dominarle, y de un dominador algunas veces
tiránico hace un ser subordinado y a menudo muy dócil. Un hecho
digno de observación y justificado por la experiencia es que en
semejante caso un niño tiene tanta y muchas veces más autoridad
que un adulto; nueva prueba en apoyo de este punto capital de la
doctrina, que el Espíritu solo es niño por el cuerpo y que tiene por
sí mismo un desenvolvimiento necesariamente anterior a su
encarnación actual, desenvolvimiento que puede darle ascendiente
sobre Espíritus que le son inferiores.
La moralización del Espíritu por los consejos de una tercera
persona influyente y experimentada, si el médium no está en estado
de hacerlo, es a menudo un medio muy eficaz; más adelante
volveremos a esto mismo.
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* Uno de los hechos más extraordinarios de esta naturaleza, por la variedad y rareza de los fenómenos, es, sin contradicción, el que tuvo lugar en 1852, en el Palatinado (Baviera rhenana) en Bergzabern cerca de Wissemburgo. Es tanto más notable como que casi reunía en el mismo sujeto, todos los géneros de manifestaciones espontáneas; barahúnda hasta quebrantar la casa, trastorno de los muebles, objetos lanzados lejos por una mano invisible, visiones y apariciones, sonambulismo, éxtasis, catalepsia, atracción eléctrica, gritos y sonidos aéreos, instrumentos tocando sin contacto, comunicaciones inteligentes, etc., y no es de menos importancia, la prueba de estos hechos, durante cerca de dos años, por innumerables testigos oculares dignos de fe por su saber y su posición social. La relación auténtica de esto se publicó, en aquella época, en muchos diarios alemanes y notablemente en una obrita hoy día agotada y muy rara. Se encontrará la traducción completa de esta obrita en la Revista Espírita de 1858, con los comentarios y explicaciones necesarias. Según nuestro conocimiento es la sola publicación francesa que se ha hecho de dicha obrita. Además del interés admirable que se desprende de estos fenómenos, son eminentemente instructivos al punto de vista del estudio práctico del Espiritismo.
Personas eléctricas
163. A esta categoría de médiums parecen pertenecer las
personas dotadas de una cierta dosis de electricidad natural,
verdaderos torpedos humanos, produciendo por el simple contacto
todos los efectos de atracción y de repulsión. Se haría mal, sin
embargo, al considerarles como médiums, porque la verdadera
mediumnidad supone la intervención directa de un Espíritus; pues,
en el caso de que hablamos, experimentos concluyentes han
probado que la electricidad es el único agente de estos fenómenos.
Esta rara facultad que casi podría llamarse una dolencia, puede
algunas veces ligarse con la mediumnidad, como se puede ver en
la historia del “Espíritu golpeador de Bergzabern”; pero
frecuentemente es del todo independiente. Así como lo hemos dicho, la sola prueba de la intervención de los Espíritus, es el
carácter inteligente de las manifestaciones; cuantas veces no existe
este carácter, se las puede atribuir con fundamento a una causa
puramente física. La cuestión es el saber si las personas eléctricas
tendrán una aptitud más grande para llegar a ser médiums de efectos
físicos; nosotros los creemos, pero esto sería un resultado de
experiencia.
2. Médiums sensitivos o impresionables
164. Se designan así las personas susceptibles de sentir la
presencia de los Espíritus por una vaga impresión, una especie de
rozamiento sobre todos los miembros, de lo cual no pueden darse
cuenta. Esta variedad no tiene carácter bien marcado; todos los
médiums son necesariamente impresionables; la impresionabilidad
es antes una cualidad general que especial; es la facultad elemental
indispensable para el desarrollo de todas las otras; difiere de la
impresionabilidad puramente física y nerviosa, con la que es
preciso no confundirla; porque hay personas que no tienen los
nervios delicados y que sienten más o menos el efecto de la
presencia de los Espíritus, de la misma manera que otros muy
irritables no lo sienten.
Esta facultad se desenvuelve por la práctica, y puede adquirir
tal sutileza que aquel que esté dotado de ella reconoce en la
impresión que siente no solamente la naturaleza buena o mala del
Espíritu que está a su lado, sino también su individualidad, como
el ciego reconoce por cierto instinto la aproximación de tal o cual
persona; viene a ser con relación a los Espíritus un verdadero
sensitivo. Un buen Espíritu hace siempre una impresión dulce y
agradable; la de un mal Espíritu al contrario, es penosa, ansiosa y
desagradable; hay como un olor de impureza.
3. Médiums auditivos
165. Estos oyen la voz de los Espíritus; es como lo hemos
dicho hablando de la pneumatofonía: algunas veces una voz íntima
que se hace oír en el fuero interno; otras veces es una voz exterior
clara y distinta como la de una persona viva. Los médiums
auditivos pueden entrar de este modo en conversación con los
Espíritus. Cuando tienen la costumbre de comunicar con ciertos
Espíritus, los reconocen inmediatamente con el metal de la voz.
Cuando uno no está dotado de esta facultad, se puede igualmente
comunicar con un Espíritu a través de un médium auditivo que
hace el oficio de intérprete.
Esta facultad es muy agradable cuando el médium solo oye
buenos Espíritus, o únicamente aquellos que llama; pero no es lo
mismo cuando un Espíritu malo se encarniza en él y le hace oír a
cada momento las cosas más desagradables y algunas veces las
más inconvenientes. Es preciso entonces procurar desembarazarse
de aquel por los medios que indicaremos en el capítulo de “La
Obsesión”.
4. Médiums parlantes
166. Los médiums auditivos que no hacen más que transmitir
lo que ellos oyen, no son propiamente hablando médiums
parlantes; estos últimos muy a menudo no oyen nada; en ellos el
Espíritu obra sobre los órganos de la palabra, como obra sobre la
mano de los médiums escribientes. El Espíritu, queriendo
comunicarse, se sirve del órgano que encuentra más flexible en el
médium; a uno toma prestada la mano, a otro la palabra, a un
tercero el oído. El médium parlante se expresa, generalmente, sin
tener conciencia de lo que dice, y muchas veces dice cosas
completamente fuera de sus ideas habituales, de sus conocimientos
y aun del alcance de su inteligencia. Aunque esté enteramente
despierto y en un estado normal, rara vez conserva el recuerdo de
lo que ha dicho; digámoslo de una vez, la palabra es un instrumento
del cual se sirve el Espíritu, y con el que puede entrar en comunicación una persona extraña, como puede hacerlo por
mediación del médium auditivo.
El papel pasivo del médium parlante no es siempre tan
completo; los hay que tienen la intuición de lo que dicen en el
mismo momento en que pronuncian las palabras. Volveremos a
hablar sobre esta variedad, cuando tratemos de los médiums
intuitivos.
5. Médiums videntes
167. Los médiums videntes están dotados de la facultad de
ver a los Espíritus. Los hay que gozan de esta facultad en estado
normal, estando enteramente despiertos y conservando un recuerdo
exacto; otros no lo tienen sino en un estado de sonambulismo, o
próximo a él. Esta facultad rara vez es permanente; casi siempre
es efecto de una crisis momentánea y pasajera. Se pueden colocar
en la categoría de los médiums videntes todas las personas dotadas
de la doble vista. La posibilidad de ver los Espíritus en el sueño
resulta, sin contradicción, de una especie de mediumnidad, pero
no constituye, propiamente hablando, los médiums videntes.
Hemos explicado este fenómeno en el capítulo VI, de las
“Manifestaciones visuales”.
El médium vidente cree ver por los ojos como los que tienen
la doble vista; pero en realidad es el alma que ve, y esta es la
razón por la cual ven tanto con los ojos cerrados como con los
ojos abiertos; de donde se sigue que un ciego puede ver a los
Espíritus como el que tiene la vista intacta. Se podría hacer sobre
este último punto un estudio interesante: el de saber si esta facultad
es más frecuente entre los ciegos. Espíritus que fueron ciegos nos
han dicho que en vida tenían por el alma la percepción de ciertos
objetos y que no estaban sumergidos en la negra obscuridad.
168. Es preciso distinguir las apariciones accidentales y
espontáneas de la facultad propiamente dicha de ver a los Espíritus.
Las primeras son frecuentes sobre todo en el momento de la muerte de las personas que se han amado o conocido, y que vienen a
advertir que no pertenecen ya a este mundo. Hay numerosos
ejemplos de hechos de este género, sin hablar de las visiones
durante el sueño. Otras veces son igualmente de parientes o
amigos, que aunque muertos de más o menos tiempo, aparecen ya
sea para indicar un peligro, ya sea para dar un consejo o pedir un
servicio. El servicio que pueda reclamar un Espíritu consiste,
generalmente, en el cumplimiento de una cosa que no ha podido
hacer en vida, o en el socorro de las oraciones. Estas apariciones
son hechos aislados que tienen siempre un carácter individual y
personal, y no constituyen una facultad propiamente dicha. La
facultad consiste en la posibilidad, si no permanente, al menos
muy frecuente, de ver cualquier Espíritu que se presenta por
extraño que nos sea. Esta es la facultad que constituye propiamente
hablando los médiums videntes.
Entre los médiums videntes los hay que sólo ven a los
Espíritus que se evocan y de los cuales pueden hacer la descripción
con una minuciosa exactitud; describen con los menores detalles
sus gestos, la expresión de su fisonomía, las facciones, el traje y
hasta los sentimientos de que parecen animados. Hay otros en los
cuales esta facultad es más general; ven toda la población espiritista
ambiente ir, venir y hasta podría decirse cumplir sus misiones.
169. Asistimos una noche a la presentación de la ópera
Oberon con un médium vidente muy bueno. Había en el teatro
gran número de localidades vacantes, muchas de las cuales estaban
ocupadas por Espíritus que, según parecía, tomaban parte en el
espectáculo; algunos iban al lado de ciertos espectadores y parecía
que escuchaban su conversación. En las tablas pasaba otra escena;
detrás de los actores había muchos espectadores de humor jovial
que se divertían remedando e imitando sus gestos de una manera
grotesca; otros, más formales, parecía que inspiraban a los cantores
y hacían esfuerzos para darles energía. Uno de ellos estaba
constantemente al lado de una de las principales cantatrices;
nosotros le creímos intenciones un poco ligeras; habiéndole
llamado después de la caída del telón, vino a nosotros y nos reprendió con alguna severidad por nuestro juicio temerario. Yo
no soy lo que creéis, dijo; soy su guía y su espíritu protector; yo
soy quien está encargado de dirigirla. Después de algunos minutos
de una conversación muy grave nos dejó diciendo: Adiós; está en
su camerino; es necesario que vaya a velar sobre ella. Evocamos
en seguida al Espíritu de Weber, autor de la ópera, y le preguntamos
lo que pensaba de la ejecución de su obra. “No es muy mala,
contestó, pero es floja; los actores cantan, he aquí todo; no hay
inspiración, Esperad, añadió, voy a darles un poco de fuego
sagrado”. Entonces se le vio sobre la escena, cerniéndose encima
de los actores; un efluvio parecía salir de él y derramarse sobre
ellos; en este momento hubo en los mismos una recrudescencia
visible de energía.
170. He aquí otro hecho que prueba la influencia que los
Espíritus ejercen sobre los hombres sin conocerlo éstos.
Estábamos, como dicha noche, en una representación teatral con
otro médium vidente. Habiendo entablado una conversación con
un Espíritu espectador, éste nos dijo: ¿veis esas dos señoras solas
en ese palco del primer piso? Pues bien; me empeño en hacerlas
dejar el teatro. Dicho esto se le vio ir a colocarse en el palco en
cuestión y hablar a las dos señoras: de repente éstas, que estaban
muy atentas al espectáculo, se miraron; pareció que se consultaban,
luego se fueron y no volvieron más. El Espíritu nos hizo entonces
un gesto cómico para mostrarnos que había cumplido su palabra,
pero no le volvimos a ver para pedirle más amplias explicaciones.
Así es como diferentes veces hemos podido ser testigos del papel
que hacen los Espíritus entre los vivos, les hemos observado en
diferentes lugares de reunión: en el baile, en el concierto, en el
sermón, en los funerales, en las bodas, etc., y por todas partes los
hemos encontrado fomentado las malas pasiones, induciendo a la
discordia, excitando las pendencias y regocijándose de sus proezas;
otros, al contrario, combatiendo esta influencia perniciosa, pero
rara vez se les escuchaba.
171. La facultad de ver a los Espíritus puede, sin duda,
desenvolverse, pero es una de aquellas cuyo desarrollo natural conviene esperar sin provocarlo, si no se quiere exponer a ser
juguete de su imaginación. Cuando el germen de una facultad
existe, se manifiesta por sí misma; en principio es necesario
contentarse con las que Dios nos ha concedido, sin investigar lo
imposible; porque entonces, queriendo tener demasiado, se
arriesga el perder lo que se tiene.
Cuando hemos dicho que los hechos de apariciones son
frecuentes y espontáneos (número 107) no hemos querido decir
que sean muy comunes; en cuanto a los médiums videntes
propiamente dichos, son todavía más raros y hay mucho que
desconfiar de aquellos que pretenden gozar de esa facultad; es
prudente el no dar fe sino sobre pruebas positivas. No hablemos
de aquellos que se hacen la ridícula ilusión de los Espíritus
glóbulos que hemos descrito (número 108), sino de los que
pretenden ver a los Espíritus de manera racional. Ciertas personas
pueden, sin duda, engañarse de buena fe, pero otras pueden
también simular esta facultad por amor propio o por interés.
Particularmente en este caso es preciso tener cuenta del carácter,
de la moralidad y de la sinceridad habitual; pero sobre todo en
las circunstancias de detalle es como se puede encontrar la
comprobación más cierta, porque las hay que no pueden dejar
duda, como por ejemplo, la exactitud del retrato de los Espíritus
que el médium jamás ha conocido vivos. El hecho siguiente se
halla en esta categoría.
Una señora viuda, cuyo marido se comunicaba
frecuentemente con ella, se encontraba un día con un médium
vidente que no la conocía, como tampoco a su familia; el médium
le dijo: – Veo un Espíritu cerca de usted. - ¡Ah! Dijo también la
señora, es sin duda mi marido, que no me deja casi nunca. – No,
respondió el médium; es una mujer de cierta edad; va peinada de
una manera singular, tiene una venda blanca en la frente.
Con esta particularidad y otros detalles descriptivos, la
señora reconoció sin equivocarse a su abuela, de la que no se
acordaba ni remotamente en aquel momento. Si el médium hubiera querido simular esta facultad, le era fácil seguir el pensamiento
de la señora, mientras que en lugar del marido con quien estaba
preocupada, veía una mujer con un peinado particular del que no
podía tener ninguna idea. Este hecho prueba también que la vista,
en el médium, no era el reflejo de ningún pensamiento extraño.
(Véase el número 102.)
6. Médiums sonámbulos
172. El sonambulismo puede ser considerado como una
variedad de la facultad mediúmnica, o por mejor decir son dos
órdenes de fenómenos que se encuentran muy a menudo reunidos.
El sonámbulo obra bajo la influencia de su propio Espíritu; es su
alma que en los momentos de emancipación ve, oye y percibe
fuera del límite de los sentidos; lo que expresa, lo toma de sí
mismo; sus ideas son en general más ajustadas que en el estado
normal; sus conocimientos más extensos, porque su alma es libre;
es un palabra, vive con anticipación la vida de los Espíritus. El
médium, al contrario, es el instrumento de una inteligencia extraña;
es pasivo y lo que dice no proviene de él. En resumen, el sonámbulo
expresa su propio pensamiento, y el médium expresa el de otro.
Pero el Espíritu que se comunica a un médium ordinario puede
igualmente hacerlo a un sonámbulo; a menudo también el estado
de emancipación del alma, durante el sonambulismo, hace esta
comunicación más fácil. Muchos sonámbulos ven perfectamente
a los Espíritus y a los describen con tanta precisión como los
médiums videntes; pueden conversar con ellos y transmitirnos
sus pensamientos; lo que dicen fuera del círculo de sus
conocimientos personales, les es muchas veces sugerido por otros
espíritus. He aquí un ejemplo notable en que la doble acción del
Espíritu del sonámbulo y del Espíritu extraño se revela de la
manera menos equívoca.
173. Uno de nuestros amigos tenía por sonámbulo un joven
de catorce a quince años, de una inteligencia muy vulgar y de una
instrucción extremadamente limitada. Sin embargo, en estado sonambúlico, ha dado pruebas de una lucidez extraordinaria y de
grande perspicacia. Sobresalía en particular en el tratamiento de
las enfermedades y ha hecho un gran número de curaciones
considerables miradas como imposibles. Un día daba una consulta
a un enfermo del cual describía el mal con una perfecta exactitud.
– No basta esto, le dijo, se trata ahora de indicar el remedio. – Yo
no puedo, mi ángel doctor no está aquí. – ¿Qué entendéis por
vuestro ángel doctor? – el que me dicta los remedios. – ¿No sois
vos quien veis los remedios? – ¡Oh! No, puesto que os digo que
es mi ángel doctor quien me los dicta.
Así es que en este sonámbulo la acción de ver el mal era
hecha por su propio Espíritu, quien para esto no tenía necesidad
de ninguna asistencia; pero la indicación de los remedios le era
dada por otro; ese otro no estando allí, él no podía decir nada.
Solo, no era más que sonámbulo; asistido de lo que llamaba su
ángel doctor, era sonámbulo y médium.
174. La lucidez de los sonámbulos es una facultad que
depende del organismo, y que es del todo independiente de la
voluntad, del adelantamiento y aun del estado moral del sujeto.
Un sonámbulo puede, pues, ser muy lúcido y ser incapaz de
resolver ciertas cuestiones si su Espíritu es poco avanzado. Aquel
que habla por sí mismo puede, pues, decir cosas buenas o malas,
justa o falsas, tener más o menos delicadeza y escrúpulos en sus
procederes, según el grado de elevación o de inferioridad de su
propio espíritu, entonces es cuando la asistencia de un Espíritu
extraño puede suplir su insuficiencia; pero un sonámbulo puede
ser asistido por un Espíritu mentiroso, ligero o aun malo, del mismo
modo que los médiums; aquí es sobre todo donde las cualidades
morales tienen gran influencia para atraer a los buenos Espíritus
(Véase El libro de los Espíritus, “Sonambulismo”, número 452; y
más adelante el capítulo sobre “La influencia moral del médium.”)
7. Médiums curanderos
175. Hablaremos ahora ligeramente de esta variedad de médiums, porque este asunto exigiría explicaciones más extensas
para nuestro cuadro; sabemos también que un médico, de nuestros
amigos, se ha propuesto tratarlo en una obra especial respecto a la
medicina intuitiva. Diremos solamente que esta especie de
mediumnidad consiste principalmente en el don que ciertas
personas poseen de curar con el simple tacto, con la mirada y aun
con un ademán, sin ayuda de ningún medicamento. Sin duda nos
dirán que esto no es otra cosa que el magnetismo. Es evidente que
el fluido magnético hace en esto gran papel; pero cuando se
examina este fenómeno con cuidado, se reconoce fácilmente que
hay alguna otra cosa. La magnetización ordinaria es un verdadero
tratamiento continuado, regular y metódico; pero hay una completa
diferencia. Casi todos los magnetizadores son aptos para curar si
saben conducirse convenientemente, mientras que en los médiums
curanderos la facultad es espontánea y aun algunos la poseen sin
haber oído jamás hablar de magnetismo. La intervención de un
poder oculto, que constituye la mediumnidad, viene a ser evidente
en ciertas circunstancias; sobre todo cuando se considera que la
mayor para de las personas que podemos con razón calificar de
médiums curanderos, acuden a la oración, que es una verdadera
evocación. (Véase el número 131.)
176. He aquí las respuestas que han dado los Espíritus a las
siguientes preguntas que les hemos hecho con este objeto.
1. Las personas dotadas de potencia magnética ¿se pueden
considerar como formando una variedad de médiums?
No lo podéis dudar.
2. Sin embargo el médium es un intermediario entre los
Espíritus y el hombre; luego el magnetizador tomando la fuerza
de sí mismo, no parece ser el intermediario de ninguna potencia
extraña?
Esto es un error; la potencia magnética reside, sin duda, en
el hombre, pero se aumenta con la acción de los Espíritus que
llama en su ayuda. Si tú magnetizas con la mira de curar, por
ejemplo, y evocas a un buen Espíritu que se interese por ti y por
tu enfermo, aumenta tu fuerza y tu voluntad, dirige tu fluido y le
da las cualidades necesarias.
3. Sin embargo, ¿no hay muy buenos magnetizadores que
no creen en los Espíritus?
¿Piensas, acaso, que los Espíritus sólo obran sobre aquellos
que creen en ellos? Los que magnetizan para hacer el bien son
secundados por buenos Espíritus. Todo hombre que tiene el deseo
del bien, los llama sin pensarlo; del mismo modo que cuando el
deseo y las intenciones son malas, llama a los malos.
4. El que teniendo la potencia creyese en la intervención de
los Espíritus, ¿obraría más eficazmente?
Haría cosas que miraríais como milagros.
5. ¿Ciertas personas tienen verdaderamente el don de curar
por el simple tacto, sin el empleo de los pases magnéticos?
Seguramente; ¿no tenéis de eso numerosos ejemplos?
6. En este caso, ¿hay acción magnética o solamente
influencia de los Espíritus?
Lo uno y lo otro. Estas personas son verdaderos médiums,
puesto que obran bajo la influencia de lo Espíritus; pero esto no
es decir que sean médiums escribientes como vosotros lo entendéis.
7. ¿Ese poder puede transmitirse?
El poder, no; pero sí el conocimiento de las cosas necesarias
para ejercerlo si posee. Hay quien dudaría tener este poder, si no
creía que se lo habían transmitido.
8. ¿Pueden obtenerse curaciones con sólo la oración?
Sí, algunas veces, si Dios lo permite; pero podría suceder
que al enfermo le conviniese sufrir todavía, y entonces creéis que
vuestra plegaria no es escuchada.
9. ¿Hay para esto fórmulas de oraciones más eficaces las
unas que las otras?
La superstición solo puede dar una virtud a ciertas palabras
y sólo los Espíritus ignorantes o mentirosos pueden concebir
semejantes ideas prescribiendo fórmulas. Sin embargo puede
acontecer que para personas poco ilustradas e incapaces de
comprender las cosas puramente espirituales, el empleo de una
fórmula contribuya a darles confianza; en este caso no es la
fórmula la que es esficaz, sino la fe que se aumenta por idea
adherida al empleo de la fórmula.
8. Médiums pneumatógrafos
177. Se da este nombre a los médiums aptos para obtener la
escritura directa, lo que no se permite a todos los médiums
escribientes. Esta facultad es hasta ahora bastante rara;
probablemente se desarrolla con el ejercicio; pero, como lo hemos
dicho, su utilidad práctica se limita a una prueba patente de la
intervención de una potencia oculta en las manifestaciones. Sólo
la experiencia puede hacer conocer si se posee; se puede, pues,
ensayar y además puede pedirse a un Espíritu protector por los
otros medios de comunicación. Según la mayor o menor potencia
del médium, se obtienen simples rasgos, signos, letras, palabras,
frases y aun páginas enteras. Ordinariamente basta colocar una
hoja de papel doblado en un paraje cualquiera, designado por el
Espíritu, durante diez minutos o un cuarto de hora, algunas veces,
más. La oración y el recogimiento son condiciones esenciales;
por esto se puede mirar como imposible el obtener nada en una
reunión de personas poco formales, o que no estuviesen animadas
de sentimientos simpáticos y benévolos. (Véase la teoría de la
escritura directa, capítulo VIII, “Laboratorio del mundo invisible”
(números 127 y siguientes) y capítulo XII, “Pneumatografía”).
Trataremos de una manera especial de los médiums
escribientes en los capítulos siguientes.