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PRIMERA PARTE - NOCIONES PRELIMINARES
CAPÍTULO I - ¿HAY ESPÍRITUS?
1. La duda concerniente a la existencia de los Espíritus,
tiene como primera causa la ignorancia de su verdadera naturaleza.
Se les figura generalmente como seres aparte en la creación, y
cuya necesidad no está demostrada. Muchos solo los conocen por
los cuentos fantásticos que han oído desde la cuna, poco más o
menos como se conoce la historia por las novelas; sin investigar
si estos cuentos, separados los accesorios ridículos, se apoyan sobre
un fondo de verdad, solo les impresiona lo absurdo; no quieren
tomarse el trabajo de quitar la corteza amarga para descubrir la
almendra y rehusan el todo, como hacen con la religión los que,
por ver ciertos abusos, todo lo confunden en la misma reprobación.
Cualquiera que sea la idea que se forme de los Espíritus,
esta creencia está necesariamente fundada sobre la existencia de
un princípio inteligente fuera de la materia, y es incompatible con
la negación absoluta de este principio. Tomamos, pues, nuestro
punto de partida en la existencia, la supervivencia y la
individualidad del alma, de lo que el Espiritualismo es la
demostración teórica y dogmática, y el Espiritismo la demostración
patente. Hagamos, por un instante, abstracción de las
manifestaciones propiamente dichas, y raciocinando por inducción,
veamos a qué consecuencia llegaremos.
2. Desde el momento que se admite la existencia del alma y
su individualidad después de la muerte, es menester también admitir:
1º que es de una naturaleza diferente del cuerpo, pues una vez separada de éste no tiene ya sus propiedades;
2º que goza de la conciencia de sí misma, puesto que se le atribuyen la alegría o el sufrimiento; de otro modo sería un ser inerte, y tanto valdría para nosotros no tenerla. Admitido esto, el alma va a alguna parte; ¿en qué se convierte y a dónde va? Según la creencia común, va al cielo o al infierno ¿pero dónde están el cielo y el infierno? Se decía en otro tiempo que el cielo estaba arriba y el infierno abajo; ¿pero qué es lo que está arriba o abajo en el Universo desde que se conoce la redondez de la Tierra, el movimiento de los astros que hace que lo que es arriba en un momento dado venga a ser lo bajo en doce horas, lo infinito del espacio en el cual la mirada se sumerge en distancias inconmensurables? Es verdad que por lugares bajos se entienden también las profundidades de la Tierra; ¿pero qué han venido a ser estas profundidades desde que se han ojeado por la Geología? ¿Qué se han hecho estas esferas concéntricas llamadas cielo de fuego, cielo de las estrellas, desde que se sabe que la Tierra no es el centro de los mundos, que nuestro mismo Sol no es más que uno de los millones de soles que brillan en el espacio, y que cada uno de ellos es el centro de un torbellino planetario? ¿Qué importancia tiene la Tierra perdida en esta inmensidad?¿Por qué privilegio injustificable este grano de arena imperceptible, que no se distingue por su volumen ni por su posición, ni por un objeto particular, estaría solo él poblado de seres racionales? La razón rehusa admitir esta inutilidad de lo Infinito, y todo nos dice que esos mundos están habitados. Si están poblados, suministran pues su contingente al mundo de las almas; pero repetimos, ¿qué es de estas almas, puesto que la Astronomía y la Geología han destruido las moradas que les estaban señaladas, y sobre todo desde que la teoría tan racional de la pluralidad de los mundos, las ha multiplicado hasta el infinito? La doctrina de la localización de las almas, no pudiendo ponerse de acuerdo con los datos de la ciencia, otra doctrina más lógica les señala por dominio, no un lugar determinado, y circunscripto, sino el espacio universal: es todo un mundo invisible en medio del cual vivimos, que nos circuye y nos rodea sin cesar. ¿Hay en esto una imposibilidad, alguna cosa que repugne a la razón? De ningún modo; todo nos dice, al contrario, que no puede ser de otra manera. ¿Pero entonces qué vienen a ser las penas y las recompensas futuras, si les quitáis os lugares especiales? Observad que la incredulidad, respecto a esas penas y recompensas, generalmente, es provocada, porque se las presenta con condiciones inadmisibles; pero decid en lugar de esto que las almas sacan su dicha o su desgracia de sí mismas; que su suerte está subordinada a su estado moral; que la reunión de las almas simpáticas y buenas es una fuente de felicidad; que según su grado de depuración, penetran y ven cosas que se borran ante las almas groseras, y todo el mundo lo comprenderá sin trabajo; decid además que las almas solo llegan al grado supremo por medio de los esfuerzos que hacen para mejorarse y después de una serie de pruebas que sirven a su depuración; que los ángeles son las almas que han llegado al último grado, el que todas pueden alcanzar con buena voluntad; que los ángeles son los mensajeros de Dios encargados de velar en la ejecución de sus designios en todo el Universo; que son dichosos de estas misiones gloriosas, y daréis a su felicidad un fin más útil y más atractivo que el de una contemplación perpetua, que no sería otra cosas que una inutilidad perpetua; decid, en fin, que los demonios no son otros que las almas de los malvados, todavía no depuradas, pero que pueden llegar a serlo como las otras, y esto parecerá más conforme a la justicia y a la bondad de Dios, que la doctrina de seres creados para el mal y perpetuamente dedicados a él. He aquí, repetimos, lo que la razón más severa, la lógica más rigurosa, en una palabra, el buen sentido, pueden admitir.
1º que es de una naturaleza diferente del cuerpo, pues una vez separada de éste no tiene ya sus propiedades;
2º que goza de la conciencia de sí misma, puesto que se le atribuyen la alegría o el sufrimiento; de otro modo sería un ser inerte, y tanto valdría para nosotros no tenerla. Admitido esto, el alma va a alguna parte; ¿en qué se convierte y a dónde va? Según la creencia común, va al cielo o al infierno ¿pero dónde están el cielo y el infierno? Se decía en otro tiempo que el cielo estaba arriba y el infierno abajo; ¿pero qué es lo que está arriba o abajo en el Universo desde que se conoce la redondez de la Tierra, el movimiento de los astros que hace que lo que es arriba en un momento dado venga a ser lo bajo en doce horas, lo infinito del espacio en el cual la mirada se sumerge en distancias inconmensurables? Es verdad que por lugares bajos se entienden también las profundidades de la Tierra; ¿pero qué han venido a ser estas profundidades desde que se han ojeado por la Geología? ¿Qué se han hecho estas esferas concéntricas llamadas cielo de fuego, cielo de las estrellas, desde que se sabe que la Tierra no es el centro de los mundos, que nuestro mismo Sol no es más que uno de los millones de soles que brillan en el espacio, y que cada uno de ellos es el centro de un torbellino planetario? ¿Qué importancia tiene la Tierra perdida en esta inmensidad?¿Por qué privilegio injustificable este grano de arena imperceptible, que no se distingue por su volumen ni por su posición, ni por un objeto particular, estaría solo él poblado de seres racionales? La razón rehusa admitir esta inutilidad de lo Infinito, y todo nos dice que esos mundos están habitados. Si están poblados, suministran pues su contingente al mundo de las almas; pero repetimos, ¿qué es de estas almas, puesto que la Astronomía y la Geología han destruido las moradas que les estaban señaladas, y sobre todo desde que la teoría tan racional de la pluralidad de los mundos, las ha multiplicado hasta el infinito? La doctrina de la localización de las almas, no pudiendo ponerse de acuerdo con los datos de la ciencia, otra doctrina más lógica les señala por dominio, no un lugar determinado, y circunscripto, sino el espacio universal: es todo un mundo invisible en medio del cual vivimos, que nos circuye y nos rodea sin cesar. ¿Hay en esto una imposibilidad, alguna cosa que repugne a la razón? De ningún modo; todo nos dice, al contrario, que no puede ser de otra manera. ¿Pero entonces qué vienen a ser las penas y las recompensas futuras, si les quitáis os lugares especiales? Observad que la incredulidad, respecto a esas penas y recompensas, generalmente, es provocada, porque se las presenta con condiciones inadmisibles; pero decid en lugar de esto que las almas sacan su dicha o su desgracia de sí mismas; que su suerte está subordinada a su estado moral; que la reunión de las almas simpáticas y buenas es una fuente de felicidad; que según su grado de depuración, penetran y ven cosas que se borran ante las almas groseras, y todo el mundo lo comprenderá sin trabajo; decid además que las almas solo llegan al grado supremo por medio de los esfuerzos que hacen para mejorarse y después de una serie de pruebas que sirven a su depuración; que los ángeles son las almas que han llegado al último grado, el que todas pueden alcanzar con buena voluntad; que los ángeles son los mensajeros de Dios encargados de velar en la ejecución de sus designios en todo el Universo; que son dichosos de estas misiones gloriosas, y daréis a su felicidad un fin más útil y más atractivo que el de una contemplación perpetua, que no sería otra cosas que una inutilidad perpetua; decid, en fin, que los demonios no son otros que las almas de los malvados, todavía no depuradas, pero que pueden llegar a serlo como las otras, y esto parecerá más conforme a la justicia y a la bondad de Dios, que la doctrina de seres creados para el mal y perpetuamente dedicados a él. He aquí, repetimos, lo que la razón más severa, la lógica más rigurosa, en una palabra, el buen sentido, pueden admitir.
Las almas que pueblan el espacio son precisamente lo que
se llaman Espíritus; los Espíritus no son, pues, otra cosa que las almas
de los hombres despojadas de su envoltura corporal. Si los
Espíritus fuesen seres aparte, su existencia sería más hipotética;
pero si admitimos que hay almas, es necesario también admitir
los Espíritus que no son otros que las almas; si se admite que las
almas están por todas partes, es necesario admitir igualmente que
los Espíritus están por todo. No se podría, pues, negar la existencia
de los Espíritus sin negar la de las almas.
3. Esto no es, en verdad, sino una teoría más racional que la
otra; pero ya es mucho una teoría que no contradiga ni a la razón
ni a la ciencia; si además está corroborada por los hechos, tiene
para sí la sanción del razonamiento y de la experiencia. Estos
hechos, nosotros los encontramos en el fenómeno de las
manifestaciones espiritistas, que son así la prueba patente de la
existencia y de la supervivencia del alma. Pero para muchas gentes,
su creencia no va más allá, admiten la existencia de las almas
y como consecuencia la de los Espíritus pero niegan la posibilidad
de comunicarse con ellos, por la razón, dicen, que seres
inmateriales, no pueden obrar sobre la materia. Esta duda está
fundada sobre la ignorancia de la verdadera naturaleza de los
Espíritus, de la cual se forma generalmente una idea muy falsa,
que se les considera sin razón como seres abstractos, vagos e indefinidos,
lo que no es así.
Figurémonos desde luego al Espíritu en su unión con el
cuerpo; el Espíritu es el ser principal, puesto, que es el ser pensador
y superviviente; el cuerpo no es, por conseguiente, más que
un accesorio del Espíritu, una envoltura, un vestido que deja
cuando está usado. Además de esta envoltura material, el Espíritu
tiene una segunda, semimaterial que le une a la primera; en la
muerte, el Espíritu se despoja de ésta, pero no de la segunda a la
que nosotros damos el nombre de periespíritu. Esta envoltura
semimaterial que afecta la forma humana, constituye para él un
cuerpo fluídico, vaporoso, pero que, por ser invisible para nosotros
en su estado normal no deja de poseer algunas de las propiedades de la materia. El Espíritu no es, pues, un punto, una abstracción,
sino un ser limitado y circunscripto, al cual sólo falta ser visible y
palpable para parecerse a los seres humanos. ¿Por qué no obraría
sobre la materia? ¿Por qué su cuerpo es fluídico? ¿Pero no es
entre los fluidos más rarificados, los mismos que se miran como
imponderables, la electricidad, por ejemplo, que el hombre
encuentra sus más poderosos motores? ¿Es que la luz imponderable
no ejerce una acción química sobre la materia ponderable?
Nosotros no conocemos la naturaleza íntima del periespíritu; pero
supongámosle formado de materia eléctrica, o de otra tan sutil
como ésta, ¿por qué no tendría la misma propiedad siendo dirigida
por una voluntad?
4. La existencia del alma y la de Dios, que son consecuencia una de la otra, siendo la base de todo el edificio, antes de entablar alguna discusión espiritista, importa asegurarse si el interlocutor admite esta base. Si a estas preguntas:
¿Creéis en Dios?
¿Creéis tener un alma?
¿Creéis tener un alma?
¿Creéis en la supervivencia del alma después de la muerte?
– responde negativamente, o si dice simplemente: Yo no sé; querría que fuese así, pero no estoy seguro de ello, lo que, las más veces, equivale a una cortés negativa, disfrazada bajo una forma menos explícita a fin de no chocar muy bruscamente lo que él llama preocupaciones respetables, sería tan inútil ir más allá, como el pretender demostrar las propiedades de la luz al ciego que no la admitiese, porque en definitiva, las manifestaciones espiritistas no son otra cosa que los efectos de las propiedades del alma; con aquél es necesario seguir otro orden de ideas si no se quiere perder el tiempo.
Si se admite la base, no a título de probabilidad, si no como cosa segura, incontestable, la existencia de los Espíritus, se deduce naturalmente.
Si se admite la base, no a título de probabilidad, si no como cosa segura, incontestable, la existencia de los Espíritus, se deduce naturalmente.
5. Resta ahora la cuestión de saber si el Espíritu puede comunicarse al hombre, esto es, si puede hacer con él intercambio de pensamientos. ¿Y por qué no? ¿Qué es el hombre si no un Espíritu encarcelado en un cuerpo? ¿Por qué el Espíritu libre no podría comunicarse con el Espíritu en prisión, como el hombre libre con el que está entre cadenas? Desde luego que admitís la supervivencia del alma, ¿es racional no admitir la supervivencia de los afectos? Puesto que las almas están por todas partes, ¿no es natural el pensar que la de un ser que nos ha amado durante su vida, venga cerca de nosotros, que desee comunicarse, y que se sirva para esto de los medios que están a su disposición? ¿Durante su vida no obraba sobre la materia de su cuerpo? ¿No era ella quién dirigía sus movimientos? ¿Por qué, pues, después de su muerte, de acuerdo con otro Espíritu ligado a un cuerpo, no tomaría este cuerpo vivo para manifestar su pensamiento, como un mudo puede servirse de uno que hable para hacerse comprender?
6. Hagamos por un instante abstracción de los hechos que, para nosotros, hacen la cosa incontestable; admitámoslos a título de simple hipótesis; pidamos que los incrédulos nos prueben, no por una simple negativa, porque su dictamen personal no puede hacer ley, sino por razones perentorias, que esto no puede ser. Nosotros nos colocaremos sobre su terreno, y puesto que quieren apreciar los hechos espiritistas con ayuda de las leyes de la materia, que tomen, por consiguiente, en este arsenal, alguna demostración matemática, física, química, mecánica, y fisiológica, y prueben por a más b, partiendo siempre del principio de la existencia y supervivencia del alma:
1º Que el ser que piensa en nosotros durante la vida no debe pensar más después de la muerte.
2º Que, si piensa, no debe pensar más en los que ha amado.
3º Que si piensa en aquellos que ha amado, no debe querer ya comunicarse con ellos.
4º Que si puede estar por todas partes, no puede estar a nuestro lado.
5º Que si está a nuestro lado, no puede comunicarse con nosotros.
6º Que por su envoltura fluídica no puede obrar sobre la materia inerte.
7º Que si puede obrar sobre la materia inerte, no puede obrar sobre un ser animado.
8º Que si puede obrar sobre un ser animado, no puede dirigir su mano para hacerle escribir.
9º Que pudiendo hacerlo escribir, no puede responder a sus preguntas y trasmitirle su pensamiento.
Cuando los adversarios del Espiritismo nos hayan demostrado que esto no puede ser, por razones tan patentes como aquellas por las cuales Galileo demostró que no es el Sol el que da vueltas alrededor de la Tierra, entonces podremos decir que sus dudas son fundadas; desgraciadamente hasta este día toda su argumentación se resume en estas palabras: Yo no creo, luego esto es imposible. Nos dirán sin duda que toca a nosotros probar la realidad de las manifestaciones; nosotros se la probamos por los hechos y el raciocinio; si no admiten ni lo uno ni lo otro, si aún niegan lo que ven, corresponde a ellos el probar que nuestro raciocinio es falso y que los hechos son imposibles.
1º Que el ser que piensa en nosotros durante la vida no debe pensar más después de la muerte.
2º Que, si piensa, no debe pensar más en los que ha amado.
3º Que si piensa en aquellos que ha amado, no debe querer ya comunicarse con ellos.
4º Que si puede estar por todas partes, no puede estar a nuestro lado.
5º Que si está a nuestro lado, no puede comunicarse con nosotros.
6º Que por su envoltura fluídica no puede obrar sobre la materia inerte.
7º Que si puede obrar sobre la materia inerte, no puede obrar sobre un ser animado.
8º Que si puede obrar sobre un ser animado, no puede dirigir su mano para hacerle escribir.
9º Que pudiendo hacerlo escribir, no puede responder a sus preguntas y trasmitirle su pensamiento.
Cuando los adversarios del Espiritismo nos hayan demostrado que esto no puede ser, por razones tan patentes como aquellas por las cuales Galileo demostró que no es el Sol el que da vueltas alrededor de la Tierra, entonces podremos decir que sus dudas son fundadas; desgraciadamente hasta este día toda su argumentación se resume en estas palabras: Yo no creo, luego esto es imposible. Nos dirán sin duda que toca a nosotros probar la realidad de las manifestaciones; nosotros se la probamos por los hechos y el raciocinio; si no admiten ni lo uno ni lo otro, si aún niegan lo que ven, corresponde a ellos el probar que nuestro raciocinio es falso y que los hechos son imposibles.
CAPÍTULO II - LO MARAVILLOSO Y LO SOBRENATURAL
7. Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones fuese una concepción aislada, producto de un sistema, podría con alguna apariencia de razón ser sospechosa de ilusión; pero que se nos diga ¿por qué se la encuentra tan viva entre todos los pueblos antiguos y modernos, y en los libros santos de todas las religiones conocidas? Esto es, dicen algunos críticos, porque en todo tiempo el hombre ha amado lo maravilloso. – ¿Qué es, pues, lo maravilloso según vosotros? – Lo que es sobrenatural. – ¿Qué entendéis por sobrenatural? – Lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza. – ¿Acaso conocéis estas leyes con tanta perfección que os sea posible marcar un límite a la potencia de Dios? ¡Pues bien! Probad entonces que la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones son contrarias a las leyes de la Naturaleza; que esto no es y no puede ser una de estas leyes. Seguid la Doctrina Espírita y ved si se eslabona con todos los caracteres de una admirable ley que resuelve todo lo que las leyes filosóficas no han podido resolver hasta este día. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu; la posibilidad de obrar sobre la materia, de hacer impresión sobre nuestros sentidos y como consecuencia de transmitir su pensamiento, resulta, si podemos expresarnos así, de su constitución fisiológica; luego no hay en este hecho nada de sobrenatural, nada de maravilloso. Que un hombre muerto y bien muerto, resucite corporalmente, que sus miembros dispersos se reúnan para volver a formar su cuerpo, he aquí lo maravilloso, lo sobrenatural, lo fantástico; eso sería una verdadera derogación que Dios no puede cumplir sino por un milagro, pero no hay nada de esto en la Doctrina Espírita.
8. Sin embargo, se dirá, admitís que un Espíritu puede levantar una mesa y mantenerla en el espacio sin punto de apoyo; ¿acaso no es esto una derogación de la ley de gravedad? – De la ley conocida, sí, ¿pero la Naturaleza ha dicho su última palabra? Antes que se hubiese conocido la fuerza ascensional de ciertos gases, ¿quién hubiera dicho que una pesada máquina llevando muchos hombres, pudiera triunfar a la fuerza de atracción? A los ojos del vulgo ¿no debería parecer maravilloso, diabólico? El que hubiera propuesto, hace un siglo, transmitir un despacho a 500 leguas, y recibir la contestación en algunos minutos, hubiera pasado por un loco; si lo hubiese hecho, se hubiera creído que tenía el diablo a sus órdenes, porque entonces sólo el diablo era capaz de ir tan aprisa. ¿Por qué, pues, un fluido desconocido, no tendría la propiedad en circunstancias dadas, de contrabalancear el efecto de la gravedad, como el hidrógeno contrabalancea el peso del globo aerostático? Hacemos esta observación de paso, que es una comparación, mas no una asimilación, y únicamente para demostrar, por analogía que el hecho no es físicamente imposible. Pero fue precisamente cuando los sabios, en la observación de estas especies de fenómenos, quisieron proceder por vía de asimilación que se engañaron. Por lo demás el hecho existe; todas las denegaciones no podrán hacer que no sea, porque negar no es probar; para nosotros no hay nada de sobrenatural; es todo lo que podemos decir por el momento.
9. Si el hecho está constatado, se dirá, nosotros lo aceptamos, aceptamos aún la causa que acabáis de señalar, la de un fluido desconocido; pero, ¿qué prueba la intervención de los Espíritus? En esto está lo maravilloso, lo sobrenatural.
Sería menester aquí una demostración que no estaría en su sitio y tendría por otra parte doble colocación, porque resalta de todas las otras partes de la enseñanza. Si embargo, para resumirla en pocas palabras, diremos que está fundada, en teoría, sobre este principio: todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente; en la práctica: sobre la observación que los fenómenos llamados espiritistas, habiendo dado pruebas de inteligencia, debían tener su causa fuera de la materia; que esta inteligencia no siendo la de los asistentes – esto es resultado de la experiencia – debía estar fuera de ellos; puesto que no se veía el ser en acción, debía ser un ser invisible. Desde entonces fue, que de la observación se llegó a reconocer que este ser invisible, al cual se ha dado el nombre de Espíritu, no es otro que el alma de aquellos que han vivido corporalmente, y que la muerte ha despojado de su grosera envoltura visible, no dejándoles más que una envoltura etérea, invisible en su estado normal. He aquí pues, lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a su más simple expresión. Una vez acreditada la existencia de seres invisibles, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; esta acción es inteligente, porque muriendo, ellos no han perdido más que su cuerpo, pero han conservado la inteligencia que es su esencia; ahí está la llave de todos estos fenómenos reputados sin razón sobrenaturales. La existencia de los Espíritus no es pues un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es un resultado de observaciones y la consecuencia natural de la existencia del alma; negar esta causa es negar el alma y sus atributos. Aquellos que crean poder dar, de estos efectos inteligentes, una solución más racional, pudiendo sobre todo dar razón de todos los hechos, que tengan la bondad de hacerlo y entonces se podrá discutir el mérito de cada uno.
Sería menester aquí una demostración que no estaría en su sitio y tendría por otra parte doble colocación, porque resalta de todas las otras partes de la enseñanza. Si embargo, para resumirla en pocas palabras, diremos que está fundada, en teoría, sobre este principio: todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente; en la práctica: sobre la observación que los fenómenos llamados espiritistas, habiendo dado pruebas de inteligencia, debían tener su causa fuera de la materia; que esta inteligencia no siendo la de los asistentes – esto es resultado de la experiencia – debía estar fuera de ellos; puesto que no se veía el ser en acción, debía ser un ser invisible. Desde entonces fue, que de la observación se llegó a reconocer que este ser invisible, al cual se ha dado el nombre de Espíritu, no es otro que el alma de aquellos que han vivido corporalmente, y que la muerte ha despojado de su grosera envoltura visible, no dejándoles más que una envoltura etérea, invisible en su estado normal. He aquí pues, lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a su más simple expresión. Una vez acreditada la existencia de seres invisibles, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; esta acción es inteligente, porque muriendo, ellos no han perdido más que su cuerpo, pero han conservado la inteligencia que es su esencia; ahí está la llave de todos estos fenómenos reputados sin razón sobrenaturales. La existencia de los Espíritus no es pues un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es un resultado de observaciones y la consecuencia natural de la existencia del alma; negar esta causa es negar el alma y sus atributos. Aquellos que crean poder dar, de estos efectos inteligentes, una solución más racional, pudiendo sobre todo dar razón de todos los hechos, que tengan la bondad de hacerlo y entonces se podrá discutir el mérito de cada uno.
10. A los ojos de estos que miran la materia como la sola potencia de la Naturaleza, todo lo que puede ser explicado por las leyes de la materia es maravilloso o sobrenatural; y para ellos, maravilloso es sinónimo de superstición. Bajo este título la religión, fundada sobre la existencia de un principio inmaterial, sería un tejido de supersticiones; no se atreven a decirlo en voz alta, pero lo dicen bajito, y creen salvar las apariencias concediendo que es necesaria una religión para el pueblo, y para hacer que los niños sean sabios; luego, de dos cosas una, o el principio religioso es verdadero o es falso; si es verdadero, lo es para todo el mundo; si falso, tan malo es para los ignorantes como para las gentes ilustradas.
11. Los que atacan al Espiritismo en nombre de lo maravilloso, se apoyan, pues, generalmente, sobre el principio materialista, porque negando todo efecto extramaterial, niegan, por lo mismo, la existencia del alma; sondead el fondo de su pensamiento, escudriñad bien el sentido de sus palabras, y veréis casi siempre este principio, si no es categóricamente formulado, despuntar bajo las apariencias de una pretendida filosofía racional con que ellos lo cubren. Rebatiendo a cuenta de lo maravilloso, todo lo que se deduce de la existencia del alma, son consecuentes consigo mismo; no admitiendo la causa, no pueden admitir los efectos; de ahí en ellos una opinión preconcebida que les hace impropios para juzgar sanamente el Espiritismo porque parten del principio de la negación de todo lo que no es material. En cuanto a nosotros, de que admitamos los efectos que son la consecuencia de la existencia del alma, ¿se sigue acaso que aceptemos todos los hechos calificados de maravillosos; que seamos los campeones de todos os que sueñan, los adeptos de todas las utopías, de todas las excentricidades sistemáticas? Sería menester conocer muy poco el Espiritismo para pensarlo; pero nuestros adversarios no miran éste tan de cerca: la necesidad de conocer aquello de que hablan es el menor de sus cuidados. Según ellos, lo maravilloso es absurdo; pues el Espiritismo se apoya sobre hechos maravillosos, luego el Espiritismo es absurdo; esto para los mismos es un juicio sin apelación. Creen oponer un argumento sin réplica, cuando después de haber hecho eruditas investigaciones sobre los convulsionarios de San-Medard, los calvinistas de las Cevenas, o las religiosas de Londun, han conseguido descubrir hechos patentes de superchería que nadie niega; ¿pero estas historias son el evangelio del Espiritismo? ¿Sus partidarios han negado que el charlatanismo haya explotado ciertos hechos en su provecho; que la imaginación los haya creado; que el fanatismo los haya exagerado mucho? No es solidario de las extravagancias que se pueden cometer en su nombre, como la verdadera ciencia, no lo es de los abusos de la ignorancia, ni la verdadera religión, de los excesos del fanatismo. Muchos críticos juzgan el Espiritismo sobre los cuentos de hadas y las leyendas populares que son sus ficciones; es como si juzgáramos la historia sobre los romances históricos o las tragedias.
12. En lógica elemental, para discutir una cosa es menester conocerla, porque la opinión de su crítico no tiene valor, hasta tanto que hable con perfecto conocimiento de causa; sólo entonces aunque su opinión fuese errónea, puede tomarse en consideración ¿pero qué valor tendrá sobre una materia que no conoce? El verdadero crítico debe hacer prueba, no sólo de erudición, sino de un saber profundo respecto del objeto que trate, de un juicio sano y de una imparcialidad a toda prueba; de otro modo el primer músico del lugar podría arrogarse el derecho de juzgar a Rossini, y un aprendiz el de censurar a Rafael.
13. El Espiritismo no acepta, pues, todos los hechos reputados maravillosos o sobrenaturales; lejos de eso, demuestra la imposibilidad de un gran número, y el ridículo de ciertas creencias que constituyen, propiamente hablando, la superstición. Es verdad que en lo que admite, hay cosas que para los incrédulos, son puras maravillas, o sea, de la superstición; que sea, pero, al menos no discutáis sino estos puntos, porque sobre los otros no hay nada que decir y predicáis a convertidos. Atacándoos con lo mismo que él refuta, probáis vuestra ignorancia de la cosa, y vuestros argumentos caen en falso. Pero, se dirá, ¿en dónde se detiene la creencia del Espiritismo? Leed, observad, y lo sabréis. Toda ciencia solo se adquiere con el tiempo y el estudio; así es que el Espiritismo que toca las cuestiones más graves de la filosofía, a todas las ramas del orden social, que abraza a la vez al hombre físico y al hombre moral, es por sí mismo toda una ciencia, toda una filosofía que no puede ser aprendida en algunas horas como cualquiera otra ciencia; habría tanta puerilidad en querer ver todo el Espiritismo en una mesa giratoria, como en ver toda la física en ciertos juegos de niño. Para aquel que no quiera detenerse en la superficie, no son horas, sino meses y años que son necesarios para sondearle todos los arcanos. Que se juzgue por eso del grado de saber y del valor de la opinión de aquellos que se arrogan el derecho de juzgar, porque han visto uno o dos experimentos, las más veces, a manera de distracción y pasatiempo. Ellos dirán sin duda que no están siempre en disposición de ocuparse en este estudio: concedido; nada les obliga; pero entonces cuando no se tiene tiempo de aprender una cosa, que no se hable de ella y aun menos se la juzgue, si no se quiere ser acusado de ligero; y cuando más se ocupa una posición elevada en la ciencia, menos se le disimula el que trate ligeramente un objeto que no conoce.
14. Nosotros nos resumimos en las siguiente proposiciones:
1º Todos los fenómenos espiritistas tienen por principio la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, y sus manifestaciones.
2º Estos fenómenos, estando fundados sobre una ley de la Naturaleza, no tienen nada de maravilloso ni de sobrenatural en el sentido vulgar de estas palabras.
3º Muchos de los hechos son reputados sobrenaturales porque no se conoce su causa; señalándoles el Espiritismo una causa, les hace entrar en el dominio de los fenómenos naturales.
4º Entre los hechos calificados de sobrenaturales, hay muchos cuya imposibilidad demuestra el Espiritismo, y coloca entre las creencias supersticiosas.
5º Aunque el Espiritismo reconozca en muchas creencias populares, un fondo de verdad, no acepta de ningún modo la solidaridad de todas las historias fantásticas creadas por la imaginación.
6º Juzgar al Espiritismo por los hechos que no admite, es manifestar ignorancia, y quitar todo el valor a su opinión.
7º La explicación de lo hechos admitidos por el Espiritismo, sus causas y sus consecuencias morales, constituyen toda una ciencia y toda una filosofía, que requieren un estudio serio, perseverante y profundo.
8º El Espiritismo solo puede mirar como crítico serio al que ha visto, estudiado y profundizado todo, con la paciencia y perseverancia de un observador concienzudo; la del que sabrá tanto sobre este objeto, como el adepto más ilustrado; la del que habrá por consiguiente sacado sus conocimientos de otra parte que de las novelas de ciencia, a quien no se podría oponer ningún hecho del que no tuviera conocimiento, ningún argumento que no hubiese meditado; que refutaría, no por negaciones, sino por otros argumentos más perentorios; la del que podría, en fin, señalar una causa más lógica a los hechos averiguados. Este crítico está todavía por encontrarse.
1º Todos los fenómenos espiritistas tienen por principio la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, y sus manifestaciones.
2º Estos fenómenos, estando fundados sobre una ley de la Naturaleza, no tienen nada de maravilloso ni de sobrenatural en el sentido vulgar de estas palabras.
3º Muchos de los hechos son reputados sobrenaturales porque no se conoce su causa; señalándoles el Espiritismo una causa, les hace entrar en el dominio de los fenómenos naturales.
4º Entre los hechos calificados de sobrenaturales, hay muchos cuya imposibilidad demuestra el Espiritismo, y coloca entre las creencias supersticiosas.
5º Aunque el Espiritismo reconozca en muchas creencias populares, un fondo de verdad, no acepta de ningún modo la solidaridad de todas las historias fantásticas creadas por la imaginación.
6º Juzgar al Espiritismo por los hechos que no admite, es manifestar ignorancia, y quitar todo el valor a su opinión.
7º La explicación de lo hechos admitidos por el Espiritismo, sus causas y sus consecuencias morales, constituyen toda una ciencia y toda una filosofía, que requieren un estudio serio, perseverante y profundo.
8º El Espiritismo solo puede mirar como crítico serio al que ha visto, estudiado y profundizado todo, con la paciencia y perseverancia de un observador concienzudo; la del que sabrá tanto sobre este objeto, como el adepto más ilustrado; la del que habrá por consiguiente sacado sus conocimientos de otra parte que de las novelas de ciencia, a quien no se podría oponer ningún hecho del que no tuviera conocimiento, ningún argumento que no hubiese meditado; que refutaría, no por negaciones, sino por otros argumentos más perentorios; la del que podría, en fin, señalar una causa más lógica a los hechos averiguados. Este crítico está todavía por encontrarse.
15. Hemos anunciado ahora mismo la palabra milagro; una corta observación sobre este objeto, no estará mal colocada en este capítulo sobre lo maravilloso.
En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra milagro significa “cosa extraordinaria”; “cosa admirable de ver”, pero esta palabra, como tantas otras, se ha separado de su sentido originario, y hoy día se dice (según la Academia) “de un acto de la potencia divina contrario a las leyes comunes de la Naturaleza. Tal es en efecto su acepción usual, y sólo por comparación y por metáfora se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y cuya causa es desconocida. No entra, de ninguna manera, en nuestras miras examinar si Dios ha podido juzgar útil en ciertas circunstancias, derogar las leyes establecidas por él mismo; nuestro fin es únicamente demostrar que los fenómenos espiritistas, por extraordinarios que sean, no derogan de ningún modo estas leyes, no tienen ningún carácter milagroso, como tampoco son maravillosos o sobrenaturales. El milagro no se explica; los fenómenos espiritistas, al contrario, se explican de la manera más racional; éstos no son, pues, milagros, sino simples efectos que tienen su razón de ser en las leyes generales. El milagro tiene además otro carácter, el de ser insólito y aislado. Luego, desde el momento que un hecho se reproduce, por decirlo así, a voluntad y por diversas personas, éste no puede ser milagro.
La ciencia hace todos los días milagros a los ojos de los ignorantes; he aquí porque en otro tiempo, los que sabían más que el vulgo pasaban por hechiceros; y como se creía que toda ciencia sobrehumana venía del diablo, se les quemaba. Hoy día que se está mucho más civilizado, se contentan con enviarles a los manicomios.
Que un hombre realmente muerto, como hemos dicho al principio, vuelva a la vida por una intervención divina, eso sería un verdadero milagro, porque es contrario a las leyes de la Naturaleza. Pero si este hombre tiene sólo las apariencias de la muerte, si hay todavía en él un resto de “vitalidad latente”, y que la ciencia o una acción magnética consigue reanimarle, para las gentes ilustradas, es un fenómeno natural; pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho pasará por milagroso, y el autor será apedreado o venerado, según el carácter de los individuos. Que en medio de ciertas aldeas un físico lance un cometa eléctrico y haga caer el rayo sobre un árbol, este nuevo Prometéo será ciertamente mirado como armado de una potencia diabólica; y sea dicho de paso, Prometéo nos parece singularmente haber adelantado a Franklin; pero Josué deteniendo el movimiento del Sol, o mejor, de la Tierra, he aquí el verdadero milagro, porque nosotros no conocemos ningún magnetizador dotado de tan gran potencia para operar tal prodigio. De todos los fenómenos espiritistas, uno de los más extraordinários es, sin contradicción, el de la escritura directa, y uno de aquellos que demuestran de manera más patente la acción de las inteligencias ocultas; pero aunque el fenómeno sea producido por seres ocultos, no es más milagroso, que los otros que son debidos a agentes invisibles, porque estos seres ocultos, que pueblan los espacios, son una de las potencias de la Naturaleza, potencia, cuya acción es incesante sobre el mundo material, así como sobre el mundo moral.
El Espiritismo ilustrándonos sobre esta potencia nos da la llave de una porción de cosas inexplicadas e inexplicables, por cualquier otro medio, y que han podido en tiempos anteriores pasar por prodigios; revela lo mismo que el magnetismo, una ley, si no desconocida, al menos mal comprendida; o por mejor decir, se conocían los efectos, porque se han producido en todo tiempo, pero no se conocía la ley, y la ignorancia de esta ley es la que ha engendrado la superstición. Conocida esta ley, lo maravilloso desaparece, y los fenómenos entran en el orden de las cosas naturales. He aquí porque los espiritistas no hacen milagros haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como el médico haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo. Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería, o un ignorante de la cosa o una farsante.
En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra milagro significa “cosa extraordinaria”; “cosa admirable de ver”, pero esta palabra, como tantas otras, se ha separado de su sentido originario, y hoy día se dice (según la Academia) “de un acto de la potencia divina contrario a las leyes comunes de la Naturaleza. Tal es en efecto su acepción usual, y sólo por comparación y por metáfora se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y cuya causa es desconocida. No entra, de ninguna manera, en nuestras miras examinar si Dios ha podido juzgar útil en ciertas circunstancias, derogar las leyes establecidas por él mismo; nuestro fin es únicamente demostrar que los fenómenos espiritistas, por extraordinarios que sean, no derogan de ningún modo estas leyes, no tienen ningún carácter milagroso, como tampoco son maravillosos o sobrenaturales. El milagro no se explica; los fenómenos espiritistas, al contrario, se explican de la manera más racional; éstos no son, pues, milagros, sino simples efectos que tienen su razón de ser en las leyes generales. El milagro tiene además otro carácter, el de ser insólito y aislado. Luego, desde el momento que un hecho se reproduce, por decirlo así, a voluntad y por diversas personas, éste no puede ser milagro.
La ciencia hace todos los días milagros a los ojos de los ignorantes; he aquí porque en otro tiempo, los que sabían más que el vulgo pasaban por hechiceros; y como se creía que toda ciencia sobrehumana venía del diablo, se les quemaba. Hoy día que se está mucho más civilizado, se contentan con enviarles a los manicomios.
Que un hombre realmente muerto, como hemos dicho al principio, vuelva a la vida por una intervención divina, eso sería un verdadero milagro, porque es contrario a las leyes de la Naturaleza. Pero si este hombre tiene sólo las apariencias de la muerte, si hay todavía en él un resto de “vitalidad latente”, y que la ciencia o una acción magnética consigue reanimarle, para las gentes ilustradas, es un fenómeno natural; pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho pasará por milagroso, y el autor será apedreado o venerado, según el carácter de los individuos. Que en medio de ciertas aldeas un físico lance un cometa eléctrico y haga caer el rayo sobre un árbol, este nuevo Prometéo será ciertamente mirado como armado de una potencia diabólica; y sea dicho de paso, Prometéo nos parece singularmente haber adelantado a Franklin; pero Josué deteniendo el movimiento del Sol, o mejor, de la Tierra, he aquí el verdadero milagro, porque nosotros no conocemos ningún magnetizador dotado de tan gran potencia para operar tal prodigio. De todos los fenómenos espiritistas, uno de los más extraordinários es, sin contradicción, el de la escritura directa, y uno de aquellos que demuestran de manera más patente la acción de las inteligencias ocultas; pero aunque el fenómeno sea producido por seres ocultos, no es más milagroso, que los otros que son debidos a agentes invisibles, porque estos seres ocultos, que pueblan los espacios, son una de las potencias de la Naturaleza, potencia, cuya acción es incesante sobre el mundo material, así como sobre el mundo moral.
El Espiritismo ilustrándonos sobre esta potencia nos da la llave de una porción de cosas inexplicadas e inexplicables, por cualquier otro medio, y que han podido en tiempos anteriores pasar por prodigios; revela lo mismo que el magnetismo, una ley, si no desconocida, al menos mal comprendida; o por mejor decir, se conocían los efectos, porque se han producido en todo tiempo, pero no se conocía la ley, y la ignorancia de esta ley es la que ha engendrado la superstición. Conocida esta ley, lo maravilloso desaparece, y los fenómenos entran en el orden de las cosas naturales. He aquí porque los espiritistas no hacen milagros haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como el médico haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo. Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería, o un ignorante de la cosa o una farsante.
16. Los fenómenos espiritistas, lo mismo que los fenómenos magnéticos, han debido pasar por prodigios antes que se conociese la causa; pero, como los escépticos, los espíritus fuertes, esto es, aquellos que tienen el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no creen que una cosa sea posible desde el momento que no la comprenden: he aquí porque todos los hechos reputados prodigiosos, son objeto de sus bufonadas; y como la religión contiene gran número de hechos de este género, no creen en la religión, y de ahí a la incredulidad absoluta, sólo hay un paso. El Espiritismo explicando la mayor parte de estos hechos, les da una razón de ser. Viene pues en ayuda de la religión, demostrando la posibilidad de ciertos hechos, que por no tener el carácter milagroso, no son menos extraordinarios, y Dios no es por esto menos grande ni menos poderoso, que si hubiera derogado sus leyes. ¡De cuántas pullas ha sido objeto, San Cupertín, por elevarse con su cuerpo en el espacio! Mas la suspensión etérea de los cuerpos graves es un hecho explicado por la ley espiritista; hemos sido, personalmente, testigo ocular y el Sr. Home, así como otras personas conocidas, han renovado muchas veces el fenómeno producido por San Cupertín. Luego este fenómeno entra en el orden de las cosas naturales.
17. En el número de los hechos de este género es menester colocar en primera línea las apariciones, porque éstas son las más frecuentes. La de la Salette, que dividió al mismo clero, no tiene para nosotros nada de insólito. Seguramente no podemos afirmar que el hecho haya tenido lugar, porque no tenemos la prueba material; mas para nosotros es posible, atendido que millares de hechos análogos recientes nos son conocidos; creemos en ellos, no sólo porque su realidad se ha constatado por nosotros, sino, sobre todo, porque nos damos perfectamente cuenta del modo como se producen. Quien pretenda reportarse a la teoría que damos más adelante de las apariciones, verá que este fenómeno viene a ser tan sencillo y tan plausible, como una porción de fenómenos físicos que solo son prodigiosos por falta de tenerles la llave. En cuanto al personaje que se presentó a la Salette, es otra cuestión; su identidad no nos há sido demostrada de ningún modo; nosotros hacemos constar simplemente que una aparición puede haber tenido lugar, lo demás no es de nuestra competencia; cada uno puede, respecto a esto, guardar sus convicciones; el Espiritismo no tiene que ocuparse de ello; nosotros decimos solamente que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan leyes nuevas, y nos dan la llave de una porción de cosas que parecían sobrenaturales; si algunos de aquellos que pasaban por milagrosos encuentran en él una explicación lógica, es un motivo para no apresurarse en negar lo que no se comprende.
Los fenómenos espiritistas son rechazados por ciertas personas, precisamente porque parecen salir de la ley común y por lo mismo no pueden comprenderlos. Dadles una base racional y la duda cesa. La explicación, en este siglo en que no bastan palabras, es, pues, un poderoso motivo de convicción; así vemos todos los días personas que no han sido testigos de ningún hecho, que no han visto ni girar una mesa, ni escribir a un médium, y que, están tan convencidas como nosotros, únicamente porque han leído y comprendido. Si sólo se debía creer en lo que uno ha visto con los ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.
Los fenómenos espiritistas son rechazados por ciertas personas, precisamente porque parecen salir de la ley común y por lo mismo no pueden comprenderlos. Dadles una base racional y la duda cesa. La explicación, en este siglo en que no bastan palabras, es, pues, un poderoso motivo de convicción; así vemos todos los días personas que no han sido testigos de ningún hecho, que no han visto ni girar una mesa, ni escribir a un médium, y que, están tan convencidas como nosotros, únicamente porque han leído y comprendido. Si sólo se debía creer en lo que uno ha visto con los ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.
CAPÍTULO III - MÉTODO
18. El deseo muy natural y muy laudable de todo adepto, deseo que todo sería poco para alentar, es el de hacer prosélitos. Con la mira de facilitar su tarea, nos proponemos examinar aquí la marcha más segura, según nosotros, para alcanzar este objeto, a fin de ahorrarles esfuerzos inútiles.
Hemos dicho que el Espiritismo es toda una ciencia, toda una filosofía; aquél que quiera reconocerla seriamente, debe, pues, como primera condición, dedicarse a un estudio serio, y persuadirse que, más que ninguna otra ciencia, no puede aprenderse jugando. Ya hemos dicho también, que el Espiritismo toca todas las cuestiones que interesan a la Humanidad; su campo es inmenso, y sobre todo debe considerárselo por sus consecuencias. Sin duda, la creencia en los Espíritus forma la base, pero no basta para hacer un espiritista ilustrado, como la creencia en Dios no basta para hacer un téologo. Veamos, pues, de que manera conviene proceder en esta enseñanza para que conduzca con más seguridad a la convicción.
No deben asustarse los adeptos por esta palabra enseñanza; la enseñanza desde la cátedra o de la tribuna no es la única; hay también la de la simple conversación. Toda persona que quiere persuadir a otra, ya por la vía de las explicaciones, ya por la de las experiencias, también enseña; lo que nosotros deseamos, es que su trabajo dé fruto, y para esto nos sentimos en el deber dar algunos consejos, de los cuales podrán igualmente aprovecharse aquellos que quieran instruirse por sí mismos; aquí encontrarán el medio de llegar más pronto y con más seguridad al objeto.
Hemos dicho que el Espiritismo es toda una ciencia, toda una filosofía; aquél que quiera reconocerla seriamente, debe, pues, como primera condición, dedicarse a un estudio serio, y persuadirse que, más que ninguna otra ciencia, no puede aprenderse jugando. Ya hemos dicho también, que el Espiritismo toca todas las cuestiones que interesan a la Humanidad; su campo es inmenso, y sobre todo debe considerárselo por sus consecuencias. Sin duda, la creencia en los Espíritus forma la base, pero no basta para hacer un espiritista ilustrado, como la creencia en Dios no basta para hacer un téologo. Veamos, pues, de que manera conviene proceder en esta enseñanza para que conduzca con más seguridad a la convicción.
No deben asustarse los adeptos por esta palabra enseñanza; la enseñanza desde la cátedra o de la tribuna no es la única; hay también la de la simple conversación. Toda persona que quiere persuadir a otra, ya por la vía de las explicaciones, ya por la de las experiencias, también enseña; lo que nosotros deseamos, es que su trabajo dé fruto, y para esto nos sentimos en el deber dar algunos consejos, de los cuales podrán igualmente aprovecharse aquellos que quieran instruirse por sí mismos; aquí encontrarán el medio de llegar más pronto y con más seguridad al objeto.
19. Se cree generalmente, que para convencer basta mostrar los hechos; esto parece en efecto la marcha más lógica, y sin embargo, la experiencia enseña que no es la mejor, porque se ven muchas veces personas a quienes los hechos más patentes no convencen de ningún modo. ¿En qué consiste? Esto es lo que nos proponemos demostrar.
En el Espiritismo, la cuestión de los Espíritus es secundaria y consecutiva; no es el punto de partida, y aquí precisamente está el error en que se cae, y que muchas veces hace fracasar ante ciertas personas. Los Espíritus no siendo otra cosa que las almas de los hombres, el verdadero punto de partida es la existencia del alma. ¿Pero cómo puede admitir el materialista que haya seres que vivan fuera del mundo material, cuando cree que él mismo sólo es materia? ¿Cómo puede creer en Espíritus fuera de él, cuando no cree tener uno? En vano se acumularían a sus ojos las pruebas más palpables, pues las negaría todas, porque no admite el principio. Toda enseñanza metódica debe proceder de lo conocido a lo desconocido; para el materialista lo conocido es la materia; partid, pues, de la materia y procurad ante todo, haciéndosela observar, de convencerle que en él hay alguna cosa que escapa a las leyes de la materia; en una palabra, antes de hacerle Espiritista, procurad hacerle Espiritualista; pero para esto es necesario otro orden de hechos, una enseñanza enteramente especial, a la cual se debe proceder por otros medios; hablarle de los Espíritus antes que esté convencido de tener una alma, es comenzar por donde se debería acabar, porque no puede admitir la conclusión si no admite las premisas. Antes, pues, de emprender el convencer a un incrédulo, aun por los hechos, conviene asegurarse de su opinión con relación al alma, esto es, si cree en su existencia, en su supervivencia al cuerpo, en su individualidad 30 ALLAN KARDEC después de la muerte; si su contestación es negativa, sería trabajo perdido hablarle de los Espíritus. He aquí la regla; no decimos nosotros que sea sin excepción, pero entonces es que hay probablemente otra causa que le hace menos refractario.
En el Espiritismo, la cuestión de los Espíritus es secundaria y consecutiva; no es el punto de partida, y aquí precisamente está el error en que se cae, y que muchas veces hace fracasar ante ciertas personas. Los Espíritus no siendo otra cosa que las almas de los hombres, el verdadero punto de partida es la existencia del alma. ¿Pero cómo puede admitir el materialista que haya seres que vivan fuera del mundo material, cuando cree que él mismo sólo es materia? ¿Cómo puede creer en Espíritus fuera de él, cuando no cree tener uno? En vano se acumularían a sus ojos las pruebas más palpables, pues las negaría todas, porque no admite el principio. Toda enseñanza metódica debe proceder de lo conocido a lo desconocido; para el materialista lo conocido es la materia; partid, pues, de la materia y procurad ante todo, haciéndosela observar, de convencerle que en él hay alguna cosa que escapa a las leyes de la materia; en una palabra, antes de hacerle Espiritista, procurad hacerle Espiritualista; pero para esto es necesario otro orden de hechos, una enseñanza enteramente especial, a la cual se debe proceder por otros medios; hablarle de los Espíritus antes que esté convencido de tener una alma, es comenzar por donde se debería acabar, porque no puede admitir la conclusión si no admite las premisas. Antes, pues, de emprender el convencer a un incrédulo, aun por los hechos, conviene asegurarse de su opinión con relación al alma, esto es, si cree en su existencia, en su supervivencia al cuerpo, en su individualidad 30 ALLAN KARDEC después de la muerte; si su contestación es negativa, sería trabajo perdido hablarle de los Espíritus. He aquí la regla; no decimos nosotros que sea sin excepción, pero entonces es que hay probablemente otra causa que le hace menos refractario.
20. Entre los materialistas, es menester distinguir dos clases: en la primera ponemos a todos aquellos que lo son por sistema; entre éstos no es la duda, es la negación absoluta, razonada a su manera; a sus ojos el hombre no es más que una máquina que marcha mientras está montada, que si se descompone, se detiene y sólo queda de ella después de la muerte el esqueleto. Su número es felizmente muy restringido, y no constituye, en ninguna parte, una escuela altamente reconocida; no tenemos necesidad de insistir sobre los deplorables efectos que resultarían para el orden social de la vulgarización de semejante doctrina: nos hemos extendido lo suficiente sobre este objeto en El libro de los Espíritus (núm. 147 y Conclusión III).
Cuando hemos dicho que la duda cesa entre los incrédulos en presencia de una explicación racional, es necesario cuando menos exceptuar de ellos a los materialistas, aquellos que niegan toda potencia y todo principio inteligente fuera de la materia; la mayor parte se obstinan en su opinión por orgullo, y creen que su amor propio está obligado a persistir: persisten por y contra todas as pruebas contrarias, porque no quieren quedar debajo. Con estas gentes no hay nada que hacer; tampoco es conveniente dejarse sorprender por el falso semblante de sinceridad de aquellos que dicen: hacedme ver y creeré. Los hay que son más francos y dicen claramente: vería y no creería.
Cuando hemos dicho que la duda cesa entre los incrédulos en presencia de una explicación racional, es necesario cuando menos exceptuar de ellos a los materialistas, aquellos que niegan toda potencia y todo principio inteligente fuera de la materia; la mayor parte se obstinan en su opinión por orgullo, y creen que su amor propio está obligado a persistir: persisten por y contra todas as pruebas contrarias, porque no quieren quedar debajo. Con estas gentes no hay nada que hacer; tampoco es conveniente dejarse sorprender por el falso semblante de sinceridad de aquellos que dicen: hacedme ver y creeré. Los hay que son más francos y dicen claramente: vería y no creería.
21. La segunda clase de materialistas, y de hecho la más numerosa, porque el verdadero materialismo es un sentimiento antinatural, comprende a aquellos que lo son por indiferencia, y se puede decir a falta de otra cosa mejor; no lo son con propósito deliberado, y su deseo es el de creer, porque la incertidumbre es para ellos un tormento. Hay en ellos una vaga aspiración hacia el porvenir; pero este porvenir se les ha presentado bajo unos colores que su razón no puede aceptar; de ahí la duda, y como consecuencia de la duda, la incredulidad. Entre éstos la incredulidad no es, pues, un sistema; presentadles alguna cosa racional, y la aceptan con anhelo; éstos pueden comprendernos, porque están más cerca de nosotros de lo que ellos mismos creen; con el primero no habléis ni de revelación, ni de ángeles, ni de paraíso, no os comprenderán; pero colocándoos sobre su terreno, probadle desde luego que las leyes de la fisiología son impotentes para dar razón de todo; lo demás vendrá en seguida. Otra cosa sucede cuando no se tiene opinión preconcebida, porque entonces la creencia no es absolutamente nula; es un germen latente, oculto y oprimido por malas yerbas, pero que una chispa puede reanimar; es el ciego a quien se le vuelve la vista, y se llena de gozo cuando puede volver a ver la luz; es el náufrago a quien se le lanza una tabla de salvación.
22. Al lado de los materialistas propiamente dichos, hay una tercera clase de incrédulos, que aunque espiritualistas, al menos de nombre, no son por eso menos refractarios: estos son los incrédulos de mala voluntad. Les sabría mal el creer, porque esto alteraría su quietud en los goces materiales; temen ver en ello, la condenación de su ambición, de su egoísmo y de las vanidades humanas, de las que hacen sus delicias; cierran los ojos para no ver y se tapan las orejas para no oír. No puede hacerse otra cosa si no compadecerles.
23. No hablaremos sino de memoria, de una cuarta categoría que llamaremos la de los incrédulos interesados o de mala fe. Estos saben muy bien a qué atenerse sobre el Espiritismo pero, ostensiblemente, lo condenan por motivos de interés personal. Nada hay que decir y hacer con ellos. Si el materialista puro se engaña, hay al menos para él la excusa de la buena fe; se le puede conducir, probándole su error; éste, es ya un partido tomado contra el cual todos los argumentos vienen a estrellarse; el tiempo se encargará de abrirles los ojos y demostrarles, puede ser a sus costas, donde estaban sus verdaderos intereses, porque no pudiendo impedir que la verdad se propague, serán arrastrados por el torrente, y con ellos los intereses que creían salvar.
24. Además de estas diversas categorías de opositores, hay una infinidad de grados, entre los cuales se pueden contar los incrédulos por pusilanimidad: el valor les vendrá cuando vean que los otros no se queman; los incrédulos por escrúpulo religioso: un estudio ilustrado les enseñará que el Espiritismo se apoya sobre las bases fundamentales de la religión, y que respeta todas las creencias, que uno de sus efectos es dar sentimientos religiosos a aquellos que no los tienen, y fortificarlos en los que están vacilantes. Después vienen los incrédulos por orgullo, por espíritu de contradicción, por indolencia, por ligereza, etc.
25. No podemos omitir una categoría que llamaremos la de los incrédulos por decepciones. Comprende las personas que han pasado de una confianza exagerada a la incredulidad, porque han probado contrariedades; entonces desanimados, todo lo han abandonado, todo lo han desechado. Están en el caso de aquel que negaría la buena fe, porque habría sido engañado. Esto es también el resultado de un estudio incompleto del Espiritismo, y de falta de experiencia. El que está mixtificado por los Espíritus, generalmente es porque les pide lo que no pueden o no deben decir, o porque no está bastante ilustrado sobre la cosa para discernir la verdad de la impostura. Muchos, por otra parte, no ven en el Espiritismo sino un nuevo medio de adivinación, y se imaginan que los Espíritus son hechos para decir la buenaventura; pero los Espíritus ligeros y burlones se presentan y se divierten a sus costas: así es que ellos anunciarán marido a las jóvenes solteras; a los ambiciosos, honores, herencias, tesoros ocultos, etc.; de ahí muchas veces decepciones desagradables, pero de las cuales el hombre serio y prudente sabe siempre preservarse.
26. Una clase muy numerosa, la mayor de todas, pero que no podría colocarse entre los opositores, es la de los que vacilan; éstos son generalmente espiritualistas por principio, entre la mayor parte hay una vaga intuición de las ideas espiritistas, una aspiración hacia alguna cosa que no pueden definir; sólo falta a sus pensamientos el ser coordinados y formulados; el Espiritismo es para ellos como un rayo de luz: es la claridad que disipa la niebla: así es que lo acogen con ahínco, porque les libra de las angustias de la incertidumbre.
27. Si desde este punto echamos una ojeada sobre las diversas categorías de creyentes, encontraremos en primer lugar los espiritistas sin saberlo; propiamente hablando ésta es una variedad o matiz de la clase precedente. Sin haber oído jamás hablar de la Doctrina Espírita, tienen el sentimiento innato de los grandes principios que se deducen, y este sentimiento se refleja en ciertos pasajes de sus escritos y de sus discursos, a tal punto que oyéndoles se les creería completamente iniciados en él. Muchos de éstos ejemplos se encuentran en los escritores sagrados y profanos, en los poetas, los oradores, los moralistas, y los filósofos antiguos y modernos.
28. Entre los convencidos por medio de un estudio directo pueden distinguirse:
1º Los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. El Espiritismo es para ellos una simple ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; a éstos les llamaremos espiritistas experimentadores.
2º Los que ven en el Espiritismo otra cosa más que los hechos; comprenden la parte filosófica; admiran la moral que se deduce, pero no la practican. Su influencia sobre su carácter es insignificante o nula; nada cambian en sus costumbres, y no se privarían de un solo goce; el avaro es siempre miserable, el orgulloso siempre lleno de sí mismo, el envidiado y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana sólo es una bella máxima: éstos son los espiritistas imperfectos.
3º Aquellos que no se contentan con admirar la moral espiritista, sin no que la practican y aceptan con todas sus consecuencias. Convencidos que la existencia terrestre es una prueba pasajera, procuran sacar provecho de sus cortos instantes para marchar en el camino del progreso, el único que puede elevarles en la jerarquía del mundo de los Espíritus, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción les aleja de todo mal pensamiento. En todas sus cosas la caridad es la regla de su conducta: éstos son los verdaderos espiritistas, o mejor dicho, los espiritistas cristianos.
4º Hay, en fin, los espiritistas exaltados. La especie humana sería perfecta si sólo tomara siempre la parte buena de las cosas. En todo, la exageración es nociva; en Espiritismo da una confianza demasiado ciega y a menudo pueril en las cosas del mundo invisible, y hace aceptar, muy fácilmente y sin comprobación, lo que la reflexión y el examen demostrarán como absurdo e imposible, pero el entusiasmo no reflexiona, ofusca. Esta especie de adeptos es más dañosa que útil a la causa del Espiritismo; éstos son los menos a propósito para convencer, porque se desconfía con razón de su criterio, son, de muy buena fe, el juguete, ya de los Espíritus mixtificadores, ya de los hombres que procuran explotar su credulidad. Si sólo ellos sufriesen las consecuencias, el mal sería reducido a la mitad; lo peor es que dan, sin querer, armas a los incrédulos que buscan con ahínco más bien las ocasiones de divertirse que de convencerse, y no dejan de atribuir a todos el ridículo de algunos. Ciertamente esto no es ni justo ni racional; pero ya se sabe, los adversarios del Espiritismo sólo reconocen su razón como la más elegida, y conocer a fondo aquello que hablan, es el menor de sus cuidados.
1º Los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. El Espiritismo es para ellos una simple ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; a éstos les llamaremos espiritistas experimentadores.
2º Los que ven en el Espiritismo otra cosa más que los hechos; comprenden la parte filosófica; admiran la moral que se deduce, pero no la practican. Su influencia sobre su carácter es insignificante o nula; nada cambian en sus costumbres, y no se privarían de un solo goce; el avaro es siempre miserable, el orgulloso siempre lleno de sí mismo, el envidiado y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana sólo es una bella máxima: éstos son los espiritistas imperfectos.
3º Aquellos que no se contentan con admirar la moral espiritista, sin no que la practican y aceptan con todas sus consecuencias. Convencidos que la existencia terrestre es una prueba pasajera, procuran sacar provecho de sus cortos instantes para marchar en el camino del progreso, el único que puede elevarles en la jerarquía del mundo de los Espíritus, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción les aleja de todo mal pensamiento. En todas sus cosas la caridad es la regla de su conducta: éstos son los verdaderos espiritistas, o mejor dicho, los espiritistas cristianos.
4º Hay, en fin, los espiritistas exaltados. La especie humana sería perfecta si sólo tomara siempre la parte buena de las cosas. En todo, la exageración es nociva; en Espiritismo da una confianza demasiado ciega y a menudo pueril en las cosas del mundo invisible, y hace aceptar, muy fácilmente y sin comprobación, lo que la reflexión y el examen demostrarán como absurdo e imposible, pero el entusiasmo no reflexiona, ofusca. Esta especie de adeptos es más dañosa que útil a la causa del Espiritismo; éstos son los menos a propósito para convencer, porque se desconfía con razón de su criterio, son, de muy buena fe, el juguete, ya de los Espíritus mixtificadores, ya de los hombres que procuran explotar su credulidad. Si sólo ellos sufriesen las consecuencias, el mal sería reducido a la mitad; lo peor es que dan, sin querer, armas a los incrédulos que buscan con ahínco más bien las ocasiones de divertirse que de convencerse, y no dejan de atribuir a todos el ridículo de algunos. Ciertamente esto no es ni justo ni racional; pero ya se sabe, los adversarios del Espiritismo sólo reconocen su razón como la más elegida, y conocer a fondo aquello que hablan, es el menor de sus cuidados.
29. Los medios de convicción varían extremadamente según los individuos; lo que persuade a los unos, nada produce sobre los otros; tal se convence por ciertas manifestaciones materiales, tal por comunicaciones inteligentes, y el mayor número por el razonamiento. Aun podemos añadir que para la mayor parte de aquellos que no están preparados por el razonamiento, los fenómenos materiales son de poco peso; cuanto más extraordinarios son estos fenómenos y más se separan de las leyes conocidas, más oposición encuentran, por una razón muy sencilla, y es que conduce naturalmente a dudar de una cosa que no tiene una sanción racional; cada uno la mira desde su punto de vista y se la explica a su manera: el materialista ve en ella una causa puramente física o una superchería; el ignorante y el supersticioso, una casa diabólica o sobrenatural; mientras que una explicación previa tiene por efecto destruir las ideas preconcebidas, y demostrar, sino la realidad, al menos la posibilidad de la cosa; se la comprende antes de haberla visto; pues desde el momento que se reconoce la posibilidad, la convicción está hecha en tres cuartas partes.
30. ¿Es útil tratar de convencer a un incrédulo obstinado? Hemos dicho que esto depende de las causas y de la naturaleza de su incredulidad; a menudo la insistencia que se pone en persuadirle le hace creer en su importancia personal y es una razón para que se obstine más. Aquel que no se convence ni por el raciocinio ni por los hechos, es porque debe sufrir aún la prueba de la incredulidad; es menester dejar a la Providencia el cuidado de conducirle por circunstancias más favorables; bastantes son los que desean ver la luz para que no se pierda de tiempo con los que la rechazan; dirigíos, pues, a los hombres de buena voluntad, cuyo número es más grande de lo que se cree, y su ejemplo multiplicándose vencerá más resistencias que las palabras. El verdadero espiritista no faltará nunca en practicar el bien, aliviar corazones afligidos, dar consuelo, calmar desesperaciones, obrar reformas morales, ahí está su misión; en esto encontrará también su verdadera satisfacción. El Espiritismo está en el aire; se extiende por la fuerza de las cosas y porque hace dichosos a aquellos que lo profesan. Cuando sus adversarios sistemáticos le oigan resonar a su alrededor, entre sus mismos amigos, comprenderán su aislamiento, y se verán obligados a callarse o a rendirse.
31. Para proceder en la enseñanza del Espiritismo como se hace con las ciencias ordinarias, sería necesario pasar revista a toda la serie de fenómenos que pueden producirse, empezando por los más sencillos y llegando sucesivamente hasta los más complicados; pero esto es lo que no se puede, porque no es posible hacer un curso de Espiritismo experimental, como se hace un curso de física o química. En las ciencias naturales se opera sobre la materia bruta, que se manipula a gusto y se está casi siempre cierto de poder regularizar los efectos; en el Espiritismo tiene uno que habérselas con inteligencias libres, y nos prueban a cada instante que no están sometidas a nuestros caprichos, es menester, pues, observar, esperar los resultados; aprovechar las ocasiones. Decimos además, con toda convicción que el que presumiere en obtenerlas por su voluntad, no puede ser más que un ignorante o un impostor; porque el verdadero Espiritismo no se pondrá en espectáculo ni se mostrará jamás en escena. Tiene también algo de ilógico creer que los Espíritus vengan a ser examinados y someterse a investigación como objetos de curiosidad. Los fenómenos pueden, pues, faltar cuando se tiene necesidad de ellos, o presentarse en otro orden que el que se desea. Añadamos también que para obtenerlos son necesarias personas dotadas de facultades especiales, y estas facultades varían hasta lo infinito, según la aptitud de los individuos: luego como es extremadamente raro que una persona tenga todas las aptitudes, es una dificultad de más, porque sería menester siempre tener a mano una verdadera colección de médiums, lo que no es posible.
El medio de obviar este inconveniente es muy sencillo, es el de empezar por la teoría; en ella se examinan todos los fenómenos; se explican y se da cuenta de ellos, se comprende la posibilidad, se conocen las condiciones en las cuales pueden producirse y los obstáculos que pueden encontrarse, cualquiera que sea entonces el orden en el cual son conducidos por las circunstancias, nada tienen que pueda sorprender. Esta vía ofrece además otra ventaja, es la de ahorrar una porción de contrariedades al que quiere operar; prevenido contra las dificultades, se puede poner en guardia y evitar adquirir la experiencia a sus costas.
Desde que nos ocupamos de Espiritismo, no sería difícil manifestar el número de personas que han venido a nosotros, y entre éstas, cuántas hemos visto que habían permanecido indiferentes e incrédulas en presencia de los hechos más patentes, y que más tarde se han convencido por una explicación razonada; cuántas otras han sido predispuestas a la convicción por el razonamiento; cuántas, en fin, han sido persuadidas sin haber visto nada sino únicamente porque comprendieron. Hablamos, pues, por experiencia, y por lo que decimos, creemos que el mejor método de enseñanza espiritista, es el de dirigirse a la razón antes que a los ojos. Este es el que seguimos en nuestras lecciones, y tenemos motivo para quedar satisfechos. *
_________________________________________
* Nuestra enseñanza teórica y práctica es siempre gratuita.
El medio de obviar este inconveniente es muy sencillo, es el de empezar por la teoría; en ella se examinan todos los fenómenos; se explican y se da cuenta de ellos, se comprende la posibilidad, se conocen las condiciones en las cuales pueden producirse y los obstáculos que pueden encontrarse, cualquiera que sea entonces el orden en el cual son conducidos por las circunstancias, nada tienen que pueda sorprender. Esta vía ofrece además otra ventaja, es la de ahorrar una porción de contrariedades al que quiere operar; prevenido contra las dificultades, se puede poner en guardia y evitar adquirir la experiencia a sus costas.
Desde que nos ocupamos de Espiritismo, no sería difícil manifestar el número de personas que han venido a nosotros, y entre éstas, cuántas hemos visto que habían permanecido indiferentes e incrédulas en presencia de los hechos más patentes, y que más tarde se han convencido por una explicación razonada; cuántas otras han sido predispuestas a la convicción por el razonamiento; cuántas, en fin, han sido persuadidas sin haber visto nada sino únicamente porque comprendieron. Hablamos, pues, por experiencia, y por lo que decimos, creemos que el mejor método de enseñanza espiritista, es el de dirigirse a la razón antes que a los ojos. Este es el que seguimos en nuestras lecciones, y tenemos motivo para quedar satisfechos. *
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* Nuestra enseñanza teórica y práctica es siempre gratuita.
32. El estudio previo de la teoría, tiene otra ventaja, es la mostrar inmediatamente la grandeza del objeto y el alcance de esta ciencia; aquel que debuta viendo girar o golpear una mesa, está más inclinado a la burla, porque difícilmente cree que de una mesa pueda salir una doctrina regeneradora de la Humanidad. Hemos mencionado siempre que aquellos que creen antes de haber visto, sólo porque han leído y comprendido, lejos de ser superficiales son al contrario los que más reflexionan; adhiriéndose más al fondo que a la forma, para ellos la parte filosófica es la principal, los fenómenos propiamente dichos, son lo accesorio, y dicen que aun cuando los fenómenos no existieran, no dejaría de quedar una filosofía, que por sí sola resuelve problemas insolubles hasta hoy; que por si sola da al pasado del hombre y a su porvenir la teoría más racional; pues prefieren una doctrina que explica, a las que no explican o explican mal. El que reflexiona comprende muy bien, que se podría hacer abstracción de las manifestaciones y que por eso no subsistiría menos la doctrina, las manifestaciones vienen a corroborarla, a confirmarla, pero no son la base esencial; el observador formal no las rechaza, al contrario, espera las circunstancias favorables que le permitirán ser testigo. La prueba de los que avanzamos, es que antes de haber oído hablar de las manifestaciones, muchas personas tenían la intuición de esta doctrina, que no ha hecho si no dar un cuerpo, un conjunto a sus ideas.
33. Por otra parte no sería exacto decir que los que empiezan por la teoría, no tengan objetos prácticos de observación; por el contrario, los hay que a sus ojos deben tener mayor valor que los que puedan producir en su presencia, éstos son los hechos numerosos de las manifestaciones espontáneas, de las cuales hablaremos en los capítulos siguientes. Hay pocas personas que no tengan conocimiento de éstas al menos de oídas; muchas las han tenido ellas mismas, a las cuales sólo habían prestado una mediana atención. La teoría tiene por efecto darles la explicación de esto mismo; y decimos que estos hechos son de un gran valor, cuando se apoyan sobre testimonios irrecusables, porque no se puede suponer ni preparación ni connivencia. Si los fenómenos provocados no existían, no menos subsistirían los fenómenos espontáneos, y aunque el Espiritismo no tuviese otro resultado que el de darles una solución racional, esto sería ya mucho. Así es que la mayor parte de los que leen por adelantado, transportan sus recuerdos sobre estos hechos, que son para ellos una confirmación de la teoría.
34. Se formaría un concepto equivocado sobre nuestra manera de ver, si se supusiese que aconsejamos que se desprecien los hechos; por los hechos hemos llegado a la teoría; es verdad que para conseguirlo nos ha sido necesario un trabajo asiduo de muchos años y millares de observaciones; mas ya que los hechos nos han servido y nos sirven todos los días, seríamos inconsecuentes con nosotros mismos si cuestionásemos su importancia, sobre todo, cuando hacemos un libro destinado a hacerlos conocer. Sólo queremos decir, que sin el razonamiento no bastan para determinar la convicción; que una explicación previa destruyendo las prevenciones y mostrando que no tienen nada contrario a la razón, prepara para que se acepten. Esto es tan cierto, que de diez personas completamente novicias, que asistieran a una sesión experimental, aunque fuese de las más satisfactorias desde el punto de vista de los adeptos, nueve saldrían sin estar convencidas, y algunas más incrédulas que antes, porque los experimentos no habrán correspondido a lo que esperaban. Otra cosa será en cuanto a aquellas que podrán darse cuenta de las mismas por un conocimiento teórico anticipado: para éstas es un medio de comprobación, pues nada les sorprende, ni el mal resultado, porque saben con qué condiciones se producen los hechos, y que es preciso solo pedirles lo que pueden dar. La inteligencia previa de los hechos, los pone, pues, en disposición de conocer todas las anomalías, además les permite coger una porción de detalles y pormenores, a menudo muy delicados, que son para ellas medios de convicción, y pasan por alto al observador ignorante. Tales son los motivos que nos obligan a no admitir en nuestras sesiones experimentales, sino a las personas que poseen suficientes nociones preparatorias para comprender lo que en ellas se hace, persuadidos que las otras perderían el tiempo y no harían perder el nuestro.
35. A los que quieran adquirir estos conocimientos preliminares por la lectura de nuestras obras, he aquí el orden que les aconsejamos:
1º Qué es el Espiritismo Este cuaderno, de un centenar de páginas solamente es una exposición sumaria de los principios de la Doctrina Espiritista, una ojeada general que permite abrazar el conjunto en un cuadro reducido. En pocas palabras se ve el objeto y se puede juzgar su fondo. Se encuentran en él, además, la respuesta a las principales preguntas u objeciones que están naturalmente inclinadas a hacer las personas novicias. Esta primera lectura, que pide poco tiempo, es una introducción que facilita un estudio más profundo.
2º El libro de los Espíritus; contiene la doctrina completa dictada por los mismos Espíritus con toda su filosofía y todas sus consecuencias morales; es el destino del hombre sin el velo que le cubre, la iniciación en la naturaleza de los Espíritus, y en los misterios de la vida de ultratumba. Leyéndole se comprende que el Espiritismo tiene un objeto serio y no es un pasatiempo frívolo.
3º El libro de los médiums; está destinado a dirigir en la práctica de las manifestaciones, por el conocimiento de los medios más propios para comunicar con los Espíritus; es un guía, ya para los médiums, ya para los que evocan, y el complemento del El libro de los Espíritus.
4º La Revista Espírita; es una colección variada de hechos, de explicaciones teóricas, y de fragmentos separados, que completan lo que se ha dicho en las dos precedentes obras y que de cierto modo es su aplicación. La lectura puede hacerse al mismo tiempo, pero será más provechosa y más inteligible, sobre todo después de la de El libro de los Espíritus.
He ahí lo que nos concierne. Los que quieren adquirir todos los conocimientos de una ciencia, deben necesariamente leer todo lo que se ha escrito sobre la materia, o al menos las cosas principales, y no limitarse a un solo autor; deben asimismo leer el pro y el contra, tanto las críticas como las apologías, iniciarse en los diferentes sistemas a fin de poder juzgar por comparación. Bajo este aspecto no preconizamos ni criticamos ninguna otra, no queriendo influir en nada sobre la opinión que de ellas pueda formarse; llevando nuestra piedra al edificio, nos ponemos en las filas: no nos pertenece ser juez y parte, y no tenemos la ridícula pretensión de ser los únicos dispensadores de la luz; corresponde al lector separar lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso.
1º Qué es el Espiritismo Este cuaderno, de un centenar de páginas solamente es una exposición sumaria de los principios de la Doctrina Espiritista, una ojeada general que permite abrazar el conjunto en un cuadro reducido. En pocas palabras se ve el objeto y se puede juzgar su fondo. Se encuentran en él, además, la respuesta a las principales preguntas u objeciones que están naturalmente inclinadas a hacer las personas novicias. Esta primera lectura, que pide poco tiempo, es una introducción que facilita un estudio más profundo.
2º El libro de los Espíritus; contiene la doctrina completa dictada por los mismos Espíritus con toda su filosofía y todas sus consecuencias morales; es el destino del hombre sin el velo que le cubre, la iniciación en la naturaleza de los Espíritus, y en los misterios de la vida de ultratumba. Leyéndole se comprende que el Espiritismo tiene un objeto serio y no es un pasatiempo frívolo.
3º El libro de los médiums; está destinado a dirigir en la práctica de las manifestaciones, por el conocimiento de los medios más propios para comunicar con los Espíritus; es un guía, ya para los médiums, ya para los que evocan, y el complemento del El libro de los Espíritus.
4º La Revista Espírita; es una colección variada de hechos, de explicaciones teóricas, y de fragmentos separados, que completan lo que se ha dicho en las dos precedentes obras y que de cierto modo es su aplicación. La lectura puede hacerse al mismo tiempo, pero será más provechosa y más inteligible, sobre todo después de la de El libro de los Espíritus.
He ahí lo que nos concierne. Los que quieren adquirir todos los conocimientos de una ciencia, deben necesariamente leer todo lo que se ha escrito sobre la materia, o al menos las cosas principales, y no limitarse a un solo autor; deben asimismo leer el pro y el contra, tanto las críticas como las apologías, iniciarse en los diferentes sistemas a fin de poder juzgar por comparación. Bajo este aspecto no preconizamos ni criticamos ninguna otra, no queriendo influir en nada sobre la opinión que de ellas pueda formarse; llevando nuestra piedra al edificio, nos ponemos en las filas: no nos pertenece ser juez y parte, y no tenemos la ridícula pretensión de ser los únicos dispensadores de la luz; corresponde al lector separar lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso.
CAPÍTULO IV - SISTEMAS
36. Cuando los extraños fenómenos del Espiritismo
empezaron o producirse, o mejor dicho, se han renovado en estos
últimos tiempos, el primer sentimiento que excitaron fue el de la
duda sobre su misma realidad y aun más sobre su causa. Cuando
se ha probado por testimonios irrecusables y por las experiencias
que cada uno ha podido hacer, ha acontecido que todos también
los han interpretado a su manera, según sus ideas personales, sus
creencias o sus prevenciones; de aquí, muchos sistemas que una
observación más atenta debía reducir a su justo valor.
Los adversarios del Espiritismo han creído encontrar un
argumento en esta divergencia de opiniones, diciendo que los
mismos espiritistas no están acordes entre sí. Esta es una razón
muy pobre, si se reflexiona que todos los pasos de una ciencia
naciente son necesariamente inciertos hasta que el tiempo haya
permitido reunir y coordinar los hechos que pueden sentar la
opinión; a medida que los hechos se completan y se observan
mejor, las ideas prematuras se borran, y la unidad se establece, al
menos sobre los puntos fundamentales, sino en todos los detalles.
Esto es lo que ha tenido lugar en el Espiritismo; él no podía escapar
de la ley común, y debía por naturaleza, prestarse más que otra
cosa a diversidad de interpretaciones. Se puede aun decir que bajo
este aspecto ha ido más aprisa que las otras ciencias sus
primogénitas, que la medicina por ejemplo, que todavía divide a
los más grandes sabios.
37. En el orden metódico, para seguir la marcha progresiva
de las ideas, conviene colocar en primer lugar los que se pueden
llamar sistemas de negación, esto es, los de los adversarios del
Espiritismo. Hemos refutado sus objeciones en la introducción y
en la conclusión de El libro de los Espíritus, así como en la pequeña
obra titulada Qué es el Espiritismo. Sería superfluo repetir lo
mismo; nos limitaremos a recordar en dos palabras los motivos
en que se fundan.
Los fenómenos espiritistas son de dos clases: de efectos
físicos y de efectos inteligentes. No admitiendo la existencia de
los Espíritus por la razón de que no admiten nada fuera de la
materia, se concibe que nieguen los efectos inteligentes. En cuanto
a los efectos físicos, los comentan a su punto de vista y sus
argumentos pueden resumirse en los cuatro sistemas siguientes:
38. Sistema del charlatanismo. Entre los antagonistas,
muchos atribuyen estos efectos a la superchería, por la razón de
que algunos han podido imitarse. Esta suposición transformaría a
todos los espiritistas en bobalicones y a todos los médiums en
forjadores de patrañas, sin considerar la posición, carácter, saber
y honradez de las personas. Si mereciera una contestación,
diríamos que ciertos fenómenos de la física también se imitan por
los prestidigitadores, y que esto no prueba nada contra la verdadera
ciencia. Además hay personas cuyo carácter aparta toda sospecha
de fraude y es preciso estar desprovisto de toda educación y
urbanidad, para atreverse a decirles en su cara que son cómplices
de charlatanismo. En un salón muy respetable, un caballero, que
se tenía por bien educado, habiéndose permitido una reflexión de
esta naturaleza, la señora de la casa le dijo: “Caballero, puesto
que no está usted contento, se le devolverá el dinero en la puerta”;
y con un gesto le hizo comprender lo que debía hacer. ¿Quiere
decir por esto, que jamás haya habido abusos? Sería necesario,
para creerlo, admitir que los hombres son perfectos. Se abusa de
todo, aun de las cosas más santas: ¿por qué no se abusaría del Espiritismo? Pero por el mal uso que se pueda hacer de una cosa,
no se debe prejuzgar nada contra la misma cosa; los informes que
puedan tenerse con respecto a la buena fe de las personas están en
los motivos que les hacen obrar. Donde no hay especulación, el
charlatanismo no tiene nada que hacer.
39. Sistema de la locura. Algunos, por condescendencia,
no quieren sospechar de superchería, pero pretenden que los que
no tratan de engañar, lo son ellos mismos: lo que viene a decir
que son imbéciles. Cuando los incrédulos ponen en ello menos
formalidad, dicen simplemente que uno es loco, atribuyéndose
así, a la brava, el privilegio del buen sentido. Ahí está el gran
argumento de los que no les asiste la razón para oponerse. Por lo
demás, esta especie de atacar ha caído en ridículo por su poca
sustancia, y no merece que se pierda el tiempo en refutarla. Los
espiritistas, por otra parte, no se aturden por eso; toman con valor
su partido y se consuelan pensando que tienen por compañeros de
infortunio bastantes gentes cuyo mérito nadie podría disputar. Es
preciso en efecto convenir que esta locura, si la hay, tiene un
carácter muy singular, y es que ataca con preferencia a la clase
ilustrada, entre la que el Espiritismo cuenta la inmensa mayoría
de sus adeptos hasta el presente. Si entre ellos, se encuentran
algunas excentricidades, nada prueban contra la Doctrina que los
locos religiosos no prueben contra la religión; los locos melómanos
contra la música; los locos matemáticos contra la matemática.
Todas las ideas han encontrado fanáticos exaltados, y sería
menester estar dotado de un juicio bien obtuso para confundir la
exageración de la cosa con la misma cosa. Para más amplias
explicaciones sobre este objeto nos remitiremos a nuestro librito:
Qué es el Espiritismo y a El libro de los Espíritus. (Introducción
XV).
40. Sistema de la alucinación. Hay otra opinión, menos
ofensiva porque tiene un pequeño color científico, que consiste
en poner los fenómenos bajo el aspecto de la ilusión de los sentidos;
de este modo, el observador sería de muy buena fe; sólo creería ver lo que no ve. Cuando ve levantarse una mesa y mantenerse en
el espacio sin punto de apoyo, la mesa no se habría movido del
sitio; la ve en el aire por una especie de ilusión óptica, o un efecto
de refracción, como la que hace ver un astro, o un objeto en el
agua, fuera de su posición real. Esto sería posible en rigor; pero
aquellos que han sido testigos de este fenómeno han podido
acreditar el aislamiento, pasando bajo la mesa suspendida, lo que
sería difícil si no hubiese dejado el suelo. Por otra parte ha
acontecido varias veces que la mesa se ha roto cayendo: ¿se dirá
también que es un efecto de óptica?
Una causa fisiológica bien conocida puede, sin duda, hacer
que se crea ver dar vueltas a una cosa que no se mueve, o que se la
crea girar sobre sí misma cuando está inmóvil; pero cuando muchas
personas alrededor de una mesa son arrastradas por un movimiento
tan rápido que tienen trabajo en seguirla, que algunas son a veces
echadas por tierra, ¿se dirá que todas están atacadas de vértigo,
como el borracho que cree ver pasar su casa por delante de sus
ojos?
41. Sistema del músculo crugidor. Si esto sucediera con respecto a la vista, no sería lo mismo en cuanto al oído, y cuando se oyen golpes por toda una reunión uno no puede razonablemente atribuirlos a una ilusión. Téngase entendido que hacemos abstracción de toda idea de fraude, y suponemos que una atenta observación ha acreditado que estos fenómenos no se deben a ninguna causa fortuita o material.
Es verdad que un sabio médico ha dado de los mismos una explicación perentoria, según él *. “La causa está, –dice– en las contracciones voluntarias o involuntarias del tendón del músculo corto peroné”. Con este objeto entra en detalles anatómicos muy completos para demostrar por qué mecanismo este tendón puede producir estos ruidos, imitar los redobles del tambor, y aun ejecutar aires musicales, sacando en consecuencia que los que creen oír golpes en una mesa son engañados o por una mixtificación o por una ilusión. El hecho no es nuevo en sí mismo; desgraciadamente para el autor de este pretendido descubrimiento, su teoría no puede dar razón de todos los casos. Digamos desde luego que los que gozan de la singular facultad de hacer crugir cuando quieren su músculo corto peroné o cualquier otro, y tocar aires por este medio, son sujetos excepcionales; mientras que la de hacer golpear las mesas es muy común, y que los que poseen ésta, no gozan todos ni de mucho de la primera. En segundo lugar el sabio doctor ha olvidado explicar cómo el crugido muscular de una persona inmóvil y aislada de la mesa, puede producir en ésta vibraciones sensibles al tacto; cómo este ruido puede reproducirse por voluntad de los asistentes en las diferentes partes de la mesa, en los otros muebles, contra las paredes, en el techo, etc.; cómo, en fin, la acción de este músculo puede extenderse a una mesa que no se toca y hacerla mover. Esta explicación por otra parte, si es que lo fuera, no comprendería más que el fenómeno de los golpes, pero no puede concernir a los otros medios de comunicación. Concluyamos que él ha juzgado sin haber visto, o sin haberlo visto todo, como debe verse. Siempre es posible que los hombres de ciencia se apresuren a dar, sobre lo que no conocen, explicaciones que los hechos pueden desmentir. Su mismo saber debería hacerles tanto más circunspectos en sus juicios, cuanto más lejos están para ellos los límites de lo desconocido.
___________________________________________
* El Sr. Jebert (de Lamballe). Para ser justo es preciso decir que este descubrimiento es debido al Sr. Schif; el Sr. Jebert ha desenvuelto sus consecuencias ante la Academia de Medicina para dar el golpe de maza a los Espíritus golpeadores. Se encontrarán en cuanto a esto, todos los detalles en la Revista Espírita del mes de junio 1859.
Es verdad que un sabio médico ha dado de los mismos una explicación perentoria, según él *. “La causa está, –dice– en las contracciones voluntarias o involuntarias del tendón del músculo corto peroné”. Con este objeto entra en detalles anatómicos muy completos para demostrar por qué mecanismo este tendón puede producir estos ruidos, imitar los redobles del tambor, y aun ejecutar aires musicales, sacando en consecuencia que los que creen oír golpes en una mesa son engañados o por una mixtificación o por una ilusión. El hecho no es nuevo en sí mismo; desgraciadamente para el autor de este pretendido descubrimiento, su teoría no puede dar razón de todos los casos. Digamos desde luego que los que gozan de la singular facultad de hacer crugir cuando quieren su músculo corto peroné o cualquier otro, y tocar aires por este medio, son sujetos excepcionales; mientras que la de hacer golpear las mesas es muy común, y que los que poseen ésta, no gozan todos ni de mucho de la primera. En segundo lugar el sabio doctor ha olvidado explicar cómo el crugido muscular de una persona inmóvil y aislada de la mesa, puede producir en ésta vibraciones sensibles al tacto; cómo este ruido puede reproducirse por voluntad de los asistentes en las diferentes partes de la mesa, en los otros muebles, contra las paredes, en el techo, etc.; cómo, en fin, la acción de este músculo puede extenderse a una mesa que no se toca y hacerla mover. Esta explicación por otra parte, si es que lo fuera, no comprendería más que el fenómeno de los golpes, pero no puede concernir a los otros medios de comunicación. Concluyamos que él ha juzgado sin haber visto, o sin haberlo visto todo, como debe verse. Siempre es posible que los hombres de ciencia se apresuren a dar, sobre lo que no conocen, explicaciones que los hechos pueden desmentir. Su mismo saber debería hacerles tanto más circunspectos en sus juicios, cuanto más lejos están para ellos los límites de lo desconocido.
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* El Sr. Jebert (de Lamballe). Para ser justo es preciso decir que este descubrimiento es debido al Sr. Schif; el Sr. Jebert ha desenvuelto sus consecuencias ante la Academia de Medicina para dar el golpe de maza a los Espíritus golpeadores. Se encontrarán en cuanto a esto, todos los detalles en la Revista Espírita del mes de junio 1859.
42. Sistema de causas físicas. Aquí salimos del sistema de
la negación absoluta. Concediéndose la realidad de los fenómenos,
el primer pensamiento que naturalmente vino al espíritu de
aquellos que los han reconocido, ha sido el de atribuir los
movimientos al magnetismo, a la electricidad, o a la acción de un
fluido cualquiera, en una palabra, a una causa enteramente física
y material. Esta opinión no tendría nada de irracional, y hubiera
prevalecido si el fenómeno se hubiese limitado a efectos puramente
mecánicos. Una circunstancia también parece corroborarla; ésta
es, en ciertos casos el aumento de la potencia en razón del número
de personas; cada una de ellas podría así ser considerada como de
los elementos de una pila eléctrica humana. Hemos dicho que lo
que caracteriza una teoría verdadera, es el poder dar razón de
todo; mas si un solo hecho viene a contradecirla, es que es falsa,
incompleta o demasiado absoluta. Pues esto es lo que no ha tardado
en acontecer. Estos movimientos y estos golpes han dado señales
inteligentes, obedeciendo a la voluntad y respondiendo al
pensamiento; debían, pues, tener una causa inteligente. Entonces,
desde que el efecto cesó de ser puramente físico, la causa por esto
mismo, debía tener otro origen; así el sistema de la acción exclusiva
de un agente material ha sido abandonado y solo se encuentra
entre aquellos que juzgan a priori y sin haber visto. El punto capital
es, pues, el de acreditar la acción inteligente, y esto es lo que
puede convencer a cualquiera que se tomara el trabajo de observar.
43. Sistema del reflejo. Una vez reconocida la acción
inteligente, queda por saber cuál es el origen de ésta inteligencia.
Se ha pensado que podía ser la del médium o de los asistentes que
se reflejaba como la luz o los rayos sonoros. Esto era posible: sólo
la experiencia podía decir su última palabra. Mas desde luego,
observamos que este sistema se separa ya completamente de la
idea puramente materialista; para que la inteligencia de los
asistentes pueda reproducirse por la vía indirecta, sería preciso
admitir en el hombre un principio fuera del organismo.
Si el pensamiento expresado hubiera siempre sido el de los
asistentes, la teoría de la reflexión se hubiera confirmado; ¿pero
el fenómeno, aun reducido a esta proporción, no sería acaso del
más grande interés? ¿Reflejándose el pensamiento en un cuerpo
inerte y traduciéndose por el movimiento y el ruido, no sería una
cosa muy notable? ¿No habría motivo para excitar la curiosidad
de los sabios? ¿Por qué, pues, le han desdeñado, aquellos que
agotan sus fuerzas en la investigación de una fibra nerviosa?
Sólo la experiencia, decimos nosotros, podía dar o dejar de
dar la razón a esta teoría, y no se ha dado, porque demuestra a
cada instante, y por los hechos más positivos, que el pensamiento
expresado, puede ser no sólo extraño al de los asistentes, sino que
muchas veces le es enteramente contrario; que viene a contradecir
todas las ideas preconcebidas y desbaratar todas las previsiones;
en efecto, cuando yo pienso blanco y se me responde negro, me es
difícil creer que la respuesta venga de mí. Dicha teoría se apoya
en algunos casos de identidad entre el pensamiento expresado y
en de los asistentes; ¿pero qué prueba ésto, sino que los asistentes
pueden pensar como la inteligencia que se comunica? Nadie dice
que deben ser siempre de opinión contraria. Cuando en la
conversación, el interlocutor emite un pensamiento análogo al
vuestro ¿diréis por esto que viene de vosotros? Bastan algunos
ejemplos contrarios bien acreditados, para probar que esta teoría
no puede ser absoluta. Por otra parte, ¿cómo explicar con la
reflexión del pensamiento, la escritura producida por personas
que no saben escribir, las respuestas filosóficas de la mayor
elevación obtenidas por personas no literatas, las que se dan a
preguntas mentales o en un lenguaje desconocido del médium, y
mil otros hechos que no pueden dejar duda sobre la independencia
de la inteligencia que se manifiesta? La opinión contraria solo
puede ser el resultado de una falta de observación.
Si la presencia de una inteligencia extraña está probada
moralmente por la naturaleza de las contestaciones, lo es
materialmente por el hecho de la escritura directa; esto es, de la
escritura obtenida espontáneamente, sin pluma ni lápiz, sin
contacto, y a pesar de todas las precauciones tomadas para
garantizarse de todo subterfugio. El carácter inteligente del
fenómeno, no puede ponerse en duda; luego hay otra cosa más
que una acción fluídica. Además, la espontaneidad del pensamiento
expresado fuera de toda espera, de toda cuestión propuesta, no
permite ver en ello un reflejo del de los asistentes.
El sistema del reflejo es bastante desatento en ciertos casos;
cuando en una reunión de personas decentes, sobreviene
inopinadamente una de estas comunicaciones irritantes por su
grosería, sería hacer poco favor a los asistentes el pretender que
proviene de alguno de ellos; y es probable que todos se apresurarán
a rechazarla. (Véase El libro de los Espíritus, Introducción XVI).
44. Sistema del alma colectiva. Es una variante del
precedente. Según este sistema, sólo el alma del médium se
manifiesta, pero se identifica con la de muchos otros vivientes
presentes o ausentes, y forma un todo colectivo reuniendo las
aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno. Aunque
la obrita en que esta teoría se expone se titule La Luz * , nos ha
parecido de un estilo muy oscuro; confesamos haberla
comprendido poco y no hablamos de la misma sino para que se
tenga presente. Por otra parte, es, como muchas otras, una opinión
individual que ha hecho pocos prosélitos. El nombre de Emah
Tirpsé es el que toma el autor para designar el ser colectivo que
representa. Toma por epígrafe: nada hay oculto que no deba ser
conocido. Esta proposición es evidentemente falsa, porque hay
una porción de cosas que el hombre no puede ni debe saber; muy
presuntuoso sería el que pretendiese penetrar todos los secretos
de Dios.
_____________________________________________
* Comunión. La Luz del fenómeno del Espíritu. Mesas que giran, sonámbulos,
médiums, milagros, Magnetismo espiritual: potencia de la práctica de la fe. Por “Emah
Tirpsé”, un alma colectiva escribiendo por el intermedio de una tablita. – Bruselas, 1858,
casa Devroye.
45. Sistema de sonambulismo. Este ha tenido más
partidarios, y cuenta todavía con algunos. Como el precedente,
admite que todas las comunicaciones inteligentes tienen su origen
en el alma o Espíritu del médium; pero para explicar su aptitud y
tratar de objetos fuera de sus conocimientos, en lugar de suponer
en él un alma múltiple, atribuye esta aptitud a una sobrexcitación
momentánea de las facultades mentales, a una especie de estado
de sonambulismo o de éxtasis que exalta y desenvuelve su
inteligencia. No se puede negar, en ciertos casos, la influencia de
esta causa; pero basta haber visto operar a la mayor parte de estos
médiums, para convencerse que no puede resolver todos los
hechos, y que forma la excepción y no la regla. Se podría creer
que es así, si el médium tuviese siempre el aspecto de un inspirado
o de un extático, apariencia que por otra parte podía simular
perfectamente, si quisiera hacer una farsa; pero, ¿cómo creer en
la inspiración, cuando el médium escribe como una máquina, sin
tener la menor conciencia de lo que obtiene, sin la menor emoción,
sin ocuparse de lo que hace y mirando a otra parte, riendo y
haciendo diferentes cosas? Se concibe la sobrexcitación de las
ideas, pero no se comprende que pudiese hacer escribir al que no
sabe, y aun menos cuando las comunicaciones se transmiten por
golpes, o con la ayuda de una tablita o de una cestita. Veremos en
la continuación de esta obra la parte que es preciso conceder a la
influencia de las ideas del médium; pero los hechos en que la
inteligencia extraña se revela por señales incontestables, son tan
numerosos y tan evidentes, que no pueden dejar ninguna duda. La
falta de razón en la mayor parte de los sistemas nacidos en el
origen del Espiritismo, es el haber sacado consecuencias generales
de algunos hechos aislados.
46. Sistema pesimista, diabólico o demoníaco. – Aquí
entramos en otro orden de ideas. Estando acreditada la intervención
de una inteligencia extraña, se trataba de saber cuál era la
naturaleza de esta inteligencia. El medio más sencillo era, sin duda,
el preguntárselo; pero ciertas personas no han encontrado en eso
una garantía suficiente, y sólo han querido ver en todas las
manifestaciones una obra diabólica. Según ellas, tan sólo los
demonios o el diablo pueden comunicarse. Aunque este sistema
encuentra poco eco hoy, no ha dejado de gozar de algún crédito
por algunos momentos por el carácter de aquellos que han tratado
de hacerle prevalecer. Sin embargo, haremos observar que los
partidarios del sistema demoníaco, no deben estar colocados entre
los adversarios del Espiritismo, antes al contrario. Que los seres que se comunican sean demonios o ángeles, siempre son seres
incorpóreos; luego, admitir la manifestación de los demonios,
siempre es admitir la posibilidad de comunicarse con el mundo
invisible, o al menos con una parte de este mundo.
La creencia en la comunicación exclusiva de los demonios,
por irracional que sea, podía no parecer imposible cuando se
miraba a los Espíritus como seres creados fuera de la Humanidad;
pero desde que se sabe que los Espíritus no son otra cosa que las
almas de aquellos que han vivido, ha perdido todo su prestigio, y
se puede decir toda verosimilitud; porque se seguiría que todas
estas almas son demonios, aunque fuesen de un padre, de un hijo
o de un amigo, y que nosotros mismos muriendo, venimos a ser
demonios, doctrina poco lisonjera y poco consoladora para muchas
gentes. Será muy difícil persuadir a una madre de que el niño
querido que ha perdido, y que viene a darle, después de su muerte,
pruebas de su afecto y de su identidad, sea un dependiente de
Satanás. Es verdad que entre los Espíritus, los hay muy malos, y
que no valen más que aquellos que se llaman demonios, por una
razón muy sencilla: porque hay hombres muy malos, y que la
muerte no les hace inmediatamente mejores, la cuestión está en
saber si éstos son los únicos que puedan comunicarse. A los que
lo crean así, les dirigimos las preguntas siguientes:
1ª ¿Hay buenos y malos Espíritus?
2ª ¿Dios es más poderoso que los malos Espíritus, o que los
demonios, si así los queréis llamar?
3ª Afirmar que sólo los malos se comunican, es decir que
los buenos no lo pueden; si esto es así, una de dos: esto tiene lugar
por la voluntad, o contra la voluntad de Dios. Si es contra su
voluntad, es que los malos Espíritus son más poderosos que él; si
es por su voluntad, ¿por qué en su bondad, no lo permitiría a los
buenos para contrabalancear la influencia de los otros?
4ª ¿Qué prueba podéis dar de la impotencia de los buenos
Espíritus en comunicarse?
5ª Cuando se nos opone la sabiduría de ciertas
comunicaciones, respondéis que el demonio toma todas las
apariencias para seducir mejor. Sabemos en efecto, que hay
Espíritus hipócritas que dan a su lenguaje un falso barniz de
sabiduría; ¿pero admitís acaso que la ignorancia pueda falsificar
el verdadero saber, y una mala naturaleza remendar la verdadera
virtud, sin dejar penetrar nada que pudiese descubrir el fraude?
6ª Si sólo el demonio se comunica, puesto que es enemigo
de Dios y de los hombres, ¿por qué recomienda orar a Dios,
someterse a su voluntad, sufrir sin murmurar las tribulaciones de
la vida, no ambicionar honores ni riquezas, practicar la caridad y
todas las máxima de Cristo; en una palabra, hacer todo lo que es
necesario para destruir su imperio? Si es el demonio quien da
tales consejos, es preciso convenir que siendo tan astuto es poco
diestro al suministrar armas contra sí mismo. *
7ª Si los Espíritus se comunican, es porque Dios lo permite;
viendo buenas y malas comunicaciones, ¿no es más lógico pensar
que Dios permite unas para probarnos y otras para aconsejarnos
el bien?
8ª ¿Qué pensarías de un padre que dejase a su hijo a merced
de los ejemplos y consejos perniciosos, que apartase de él, y le
prohibiese ver personas que pudiesen desviarle del mal? Lo que
un buen padre no haría, ¿debe creerse que Dios, que es la bondad
por excelencia, haga menos de lo que haría un hombre?
9ª La Iglesia reconoce como auténticas ciertas
manifestaciones de la virgen y otros santos, en apariciones,
visiones, comunicaciones orales, etc.; ¿acaso esta creencia no es contraria a la doctrina de la comunicación exclusiva de los
demonios?
Creemos que ciertas personas han profesado esta teoría de
buena fe; pero también creemos que muchas lo han hecho
únicamente con el objeto de que no se ocupasen de estas cosas, a
causa de las malas comunicaciones que se exponen a recibir;
diciendo que sólo el diablo se manifiesta, han querido asustar,
como se le dice a un niño: no toques esto, porque quema. La
intención puede ser laudable, pero el fin es erróneo; porque la
sola prohibición excita la curiosidad, y el miedo al diablo retiene
a muy pocas gentes: se le quiere ver, aunque solo sea para saber
cómo está hecho, y se quedan admirados de no encontrarlo tan
negro como se creían.
¿No se podría ver también otro motivo en esta teoría
exclusiva del diablo? Creen algunas gentes que todos los que no
son de su opinión van mal; así pues, aquellos que pretenden que
todas las comunicaciones son obra del demonio, ¿acaso no estarían
dominados por el miedo de que los Espíritus no fuesen de su mismo
parecer sobre todos los puntos, principalmente sobre los que tocan
a los intereses de este mundo, más que a los del otro? No pudiendo
negar los hechos, han querido presentarlos de una manera
pavorosa; pero este medio no ha contenido más que los otros.
Cuando el miedo al ridículo es impotente, es preciso resignarse
que las cosas sigan su curso.
El musulmán que oyera a un Espíritu hablar contra ciertas
leyes del Corán, pensaría seguramente que éste era un mal Espíritu;
lo mismo sería de un judío por lo que mira a ciertas prácticas de la
ley de Moisés. En cuanto a los católicos, hemos oído afirmar a
uno que el Espíritu que se comunicaba solo podía ser el diablo,
porque se había permitido pensar de otro modo que él sobre el
poder temporal, aunque por otra parte sólo hubiese predicado la
caridad, la tolerancia, el amor al prójimo, y la abnegación de las
cosas de este mundo, máximas todas enseñadas por el Cristo.
Los Espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres,
y los hombres no siendo perfectos, resulta de esto que hay Espíritus
igualmente imperfectos, y cuyo carácter se refleja en sus
comunicaciones. Es un hecho incontestable que los hay malos,
astutos, profundamente hipócritas, y contra los cuales es preciso
ponerse en guardia; pero, porque haya en el mundo hombres
perversos, no es una razón para huir de la sociedad. Dios nos ha
dado la razón y el juicio para apreciar a los Espíritus, así como a
los hombres. El mejor medio de precaverse contra los
inconvenientes que puede presentar la práctica del Espiritismo,
no es el prohibirle, sino el hacerle comprender. Un miedo
imaginario sólo impresiona un instante y no afecta a todo el mundo;
la realidad claramente demostrada se comprende por todos.
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* Esta cuestión ha sido tratada en El libro de los Espíritus (número 128 y
siguientes); pero recomendamos a este objeto, como sobre todo lo que toca a la parte religiosa,
la obrita titulada: “Carta de un católico sobre el Espiritismo”, por el doctor Grand, antiguo
cónsul de Francia (casa Ledoyen, In-18; precio. Ifr.), así como la que nosotros vamos a
publicar bajo el título de: “Los contradictores del Espiritismo, al punto de vista de la religión,
de la ciencia y del materialismo”.
47. Sistema optimista. Al lado de aquellos que no ven en
estos fenómenos sino la acción de los demonios hay otros que
sólo han visto la de los buenos Espíritus; éstos han querido suponer
que estando el alma separada de la materia, ningún velo existía
para ella, y que debía tener la soberana ciencia y la soberana
sabiduría. Su ciega confianza en esta superioridad absoluta de los
seres del mundo invisible, ha sido para muchos el origen de
bastantes decepciones y han aprendido a sus costas a desconfiar
de ciertos Espíritus así como de ciertos hombres.
48. Sistema uniespiritista o monoespiritista. Una variedad
del sistema optimista, consiste en la creencia de que un solo
Espíritu se comunica con los hombres, y que este Espíritu es el
Cristo, quien es el protector de la Tierra. Cuando se ven
comunicaciones de la más baja trivialidad, de una grosería irritante,
llenas de malevolencia y de maldad, habría profanación e impiedad
en suponer que pudiesen dimanar del Espíritu del bien por
excelencia. Además, si aquellos que lo creen no hubiesen tenido
jamás sino comunicaciones irreprochables, se concebiría su
ilusión; pero la mayor parte conviene en haberlas tenido muy
malas, lo que explican diciendo, que es una prueba que el buen Espíritu
les hace sufrir, dictándoles cosas absurdas; de este modo,
mientras los unos atribuyen todas las comunicaciones al diablo,
quien puede decir cosas buenas para tentar, otros creen que sólo
Jesús se manifiesta, y que puede decir cosas malas para probar.
Entre estas dos opiniones tan inversas, ¿quién fallará? El buen
sentido y la experiencia. Decimos la experiencia, porque es
imposible que los que profesan ideas tan exclusivas lo hayan visto
todo como debe verse.
Cuando se les oponen los hechos de identidad que atestiguan
la presencia de parientes, amigos o conocidos por las
manifestaciones escritas, visuales u otras, responden que es
siempre el mismo Espíritu, el diablo según los unos, el Cristo
según los otros, que toma todas las formas; pero no nos dicen por
qué no pueden comunicarse los otros Espíritus, ni con qué objeto
el Espíritu de Verdad vendrá a engañarnos presentándose bajo
falsas apariencias, a burlarse de una pobre madre, haciéndole creer
mintiendo, que él es el hijo por quien llora. La razón rehusa admitir
que el Espíritu Santo se rebaje, ejecutando semejante comedia.
Por otra parte, negar la posibilidad de cualquiera otra
comunicación, ¿no es quitar al Espiritismo lo que tiene de más
dulce: el consuelo de los afligidos? Digamos sencillamente que
dicho sistema es irracional, y no puede sostener un examen severo.
49. Sistema multiespiritista o poliespiritista. Todos los
sistemas que hemos examinado, sin exceptuar los que son en
sentido negativo, se apoyan en algunas observaciones, pero
incompletas o mal interpretadas. Si una casa es de color encarnado
por un lado, y blanca de otro, aquel que no la haya visto sino de
un lado afirmará que es encarnada, el otro dirá que es blanca: los
dos se engañarán y tendrán razón; pero el que haya visto la casa
por ambos lados dirá que es encarnada y blanca, y sólo él estará
en lo verdadero. Lo mismo sucede en cuanto a la opinión que se
forma del Espiritismo: puede ser verdadera bajo ciertos aspectos,
y falsa si se generaliza lo que es sólo parcial, si se toma por regla
lo que es sólo la excepción, por el todo lo que no es sino la parte. Por
esto decimos que el que quiera estudiar seriamente esta ciencia,
debe ver mucho y largo tiempo; sólo el tiempo le permitirá coger
los detalles, observar los matices delicados, notar una multitud de
hechos característicos que serán para él rayos de luz; pero si se
detiene en la superficie, se expone a formar un juicio prematuro,
y por consiguiente erróneo. He aquí las consecuencias generales
que se han deducido de una observación completa, y que forman
ahora la creencia, se puede decir, de la universidad de los
espiritistas, porque los sistemas restrictivos sólo son opiniones
aisladas.
1º Los fenómenos espiritistas son producidos por
inteligencias extra-corporales, o sea por los Espíritus.
2º Los Espíritus constituyen el mundo invisible; están por
todas partes; cubren los espacios hasta lo infinito, los hay sin cesar
alrededor nuestro, con los cuales estamos en contacto.
3º Los Espíritus reaccionan incesantemente sobre el mundo
físico y sobre el mundo moral, y son una de las potencias de la
Naturaleza.
4º Los Espíritus no son seres aparte en la creación; son las
almas de aquellos que han vivido sobre la Tierra o en otros mundos,
y que han dejado su envoltura corporal; de donde se sigue que las
almas de los hombres son Espíritus encarnados, y que muriendo
venimos a ser Espíritus.
5º Hay Espíritus de todos los grados de bondad y de malicia,
de saber y de ignorancia.
6º Todos están sometidos a la ley del progreso, y todos
pueden llegar a la perfección; pero como tienen su libre albedrío,
llegan en un tiempo más o menos largo, según sus esfuerzos y su
voluntad.
7º Son dichosos o desgraciados, según el bien o el mal que
han hecho durante su vida, y el grado de adelantado a que han
llegado. La dicha perfecta y sin mezcla sólo pertenece a los
Espíritus que llegan al supremo grado de perfección.
8º Todos los Espíritus, en circunstancias dadas, pueden
manifestarse a los hombres; el número de los que pueden
comunicarse es indefinido.
9º Los Espíritus se comunican a través de médiums, que les
sirven de instrumentos y de intérpretes.
10º Se reconoce la superioridad o inferioridad de los
Espíritus en su lenguaje: los buenos sólo aconsejan el bien y no
dicen sino cosas buenas: todo atestigua en ellos la elevación; los
malos engañan y todas sus palabras llevan el sello de la
imperfección y de la ignorancia.
Los diferentes grados que recorren los Espíritus están
indicados en la Escala Espírita (El libro de los Espíritus, Libro.
II, Cap. I, nº 100). El estudio de esta clasificación es indispensable
para apreciar la naturaleza de los Espíritus que se manifiestan,
sus buenas y malas cualidades.
50. Sistema del alma material. Consiste únicamente en una
opinión particular sobre la naturaleza íntima del alma. Según esta
opinión, el alma y el periespíritu no serían dos cosas distintas o,
por mejor decir, el periespíritu no sería otro que la misma alma,
depurándose gradualmente por las diversas transmigraciones,
como el alcohol se depura por las diversas destilaciones, mientras
que la Doctrina Espírita considera al periespíritu como la envoltura
fluídica del alma o del Espíritu. Siendo el periespíritu una materia,
aunque muy etérea, el alma sería de este modo de una naturaleza
material más o menos esencial según el grado de su depuración.
Este sistema no invalida ninguno de los princípios
fundamentales de la Doctrina Espírita, porque nada cambia el
destino del alma; las condiciones de su felicidad futura son siempre
las mismas; el alma y el periespíritu forman un todo, bajo el nombre
de Espíritu, como el germen y el perispermo los forman bajo el nombre de
fruto; toda la cuestión se reduce a considerar el todo
como homogéneo en lugar de formarse de dos partes distintas.
Como se ve, de eso no se deduce ninguna consecuencia, y
no hubiéramos hablado de ello si no hubiésemos encontrado
personas inclinadas a ver una nueva escuela en lo que en definitiva
sólo es una simple interpretación de palabras. Esta opinión, muy
restringida por cierto, aunque fuese más general, no constituiría
una escisión entre los espiritistas, así como las dos teorías de la
emisión o de las ondulaciones no la constituyen entre los físicos.
Los que quisieran formar partido separado por una cuestión tan
pueril, probarían, por lo mismo, que dan más importancia a lo
accesorio que a lo principal, y que están conducidos a la desunión
por Espíritus que no pueden ser buenos, porque los buenos jamás
aconsejan la acritud y la cizaña; por esto invitamos a todos los
verdaderos espiritistas a ponerse en guardia contra semejantes
sugestiones, y a no dar a ciertos detalles más importancia que la
que merecen, lo esencial está en el fondo.
Sin embargo, creemos un deber decir en pocas palabras, en
qué se apoya la opinión de aquellos que consideran el alma y el
periespíritu como dos cosas distintas. Se funda en la enseñanza
de los Espíritus, que jamás han variado sobre el particular;
hablamos de los Espíritus ilustrados, porque entre ellos los hay
que no saben ni más ni menos que los hombres, mientras que la
teoría contraria es una concepción humana. Nosotros no hemos
inventado ni supuesto el periespíritu para explicar los fenómenos;
su existencia se nos ha revelado por los Espíritus, y la observación
nos la ha confirmado (El libro de los Espíritus, número 93). Se
apoya además sobre el estudio de las sensaciones entre los Espíritus
(El libro de los Espíritus, número 257) y sobre todo en el fenómeno
de las apariciones tangibles, que implicaría, según la otra opinión,
la solidificación y desagregación de las partes que constituyen el
alma, y a consecuencia su desorganización. Sería menester también
admitir que esta materia que puede hacerse sensible a los sentidos,
es, por sí misma, el principio inteligente, lo que no es más racional
que confundir el cuerpo con el alma, o el vestido con el cuerpo. En
cuanto a la naturaleza íntima del alma, no es desconocida. Cuando
se dice que es inmaterial es preciso entenderlo en el sentido relativo
y no absoluto, porque la inmaterialidad absoluta sería la nada; luego
el alma o el Espíritu es alguna cosa; se quiere decir que su esencia
es de tal modo superior que no tiene ninguna analogía con lo que
nosotros llamamos materia y que así para nosotros es inmaterial..
(El libro de los Espíritus, números 23 y 82).
51. He aquí la respuesta que sobre este asunto dio un
Espíritu:
Lo que los unos llaman periespíritu no es otra cosa que lo
que los otros llaman envoltura material fluídica. Diré, para
hacerme comprender de una manera más lógica, que este fluido
es la perfectibilidad de los sentidos, la extensión de la vista y de
las ideas: hablo de los Espíritus elevados. En cuanto a los Espíritus
inferiores, los fluidos terrestres están todavía completamente
inherentes a ellos, pues es materia como veis; de ahí los
sufrimientos del hambre, del frío, etc., sufrimiento que no pueden
padecer los Espíritus superiores, atendido a que los fluidos
terrestres están depurados alrededor del pensamiento, es decir,
del alma. El alma, para su progreso, tiene siempre necesidad de
un agente; el alma sin agente es nada para vosotros o, por mejor
decir, no la podéis concebir. El periespíritu para nosotros,
Espíritus errantes, es el agente por el cual nos comunicamos con
vosotros, ya sea indirectamente por vuestro cuerpo a vuestro
periespíritu, o directamente con vuestra alma; de ahí la infinita
variedad de médiums y de comunicaciones. Queda ahora el punto
de vista científico, esto es, la esencia misma del periespíritu; este
es otro asunto. Primero comprended moralmente y sólo quedará
una discusión sobre la naturaleza de los fluidos, lo que es
inexplicable por ahora; la ciencia no conoce bastante, pero lo
conseguiremos si ésta quiere marchar con el Espiritismo. El
periespíritu puede variar y cambiar hasta lo infinito; el alma es el pensamiento; no cambia de naturaleza; bajo este aspecto no
vayáis más lejos, es un punto que no puede explicarse. ¿Creéis,
acaso, que yo no busco como vosotros? Vosotros buscáis el
periespíritu: nosotros ahora buscamos el alma. Esperad, pues. –
LAMENNAIS.
Pues si los Espíritus que pueden considerarse como
avanzados no han podido aún sondear la naturaleza del alma,
¿cómo podríamos hacerlo nosotros mismos? Es, pues, perder el
tiempo en querer escudriñar el principio de las cosas, que así como
hemos dicho en El libro de los Espíritus (números 17 y 49) está
en los secretos de Dios. Pretender ojear con ayuda del Espiritismo
lo que aún no es competencia de la Humanidad, es separarle de su
verdadero objeto; es hacer como el niño que quisiere saber tanto
como el anciano. Que el hombre haga servir el Espiritismo para
su mejoramiento moral, es lo esencial; lo demás es sólo una
curiosidad estéril y muchas veces orgullosa, cuya satisfacción no
le hará hacer ningún paso, el sólo medio de avanzar es volverse
mejor. Los Espíritus que han dictado el libro que lleva su nombre,
han probado su sabiduría encerrándose, por lo que concierne al
principio de las cosas, en los límites que Dios nos permite penetrar,
dejando a los Espíritus sistemáticos y presuntuosos la
responsabilidad de las teorías anticipadas y erróneas, más
seductoras que sólidas, y que caerán un día ante la razón como
tantas otras salidas de los cerebros humanos. Sólo han dicho
precisamente lo necesario para hacer comprender al hombre el
porvenir que le espera, y por tanto animarle al bien. (Véase a
continuación, en la Segunda Parte, el capítulo Primero: Acción
de los Espíritus sobre la materia).