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Ruidos, barahúndas, alborotos y perturbaciones
82. Los fenómenos, de los cuales acabamos de hablar, son
provocados; pero algunas veces son, también, espontáneos, sin
que participe para nada la voluntad; todo lo contrario, puesto que
a menudo son muy importunos. Lo que excluye, por otra parte, el
pensamiento de que puedan ser efectos de la imaginación
sobrexcitada por las ideas espiritistas, es que tienen lugar entre
personas que no han oído jamás hablar de ellas en el momento
que menos lo esperaban. Estos fenómenos, que se podrían llamar
Espiritismo práctico natural, son muy importantes, porque no
puede haber sospechas de connivencia; por esto invitamos a las
personas que se ocupan de los fenómenos espiritistas a que recojan
todos los hechos de este género que viniesen a su conocimiento, y
sobre todo a hacer constatar con cuidado su realidad por un estudio
minucioso de las circunstancias, a fin de asegurarse que no se es
juguete de una ilusión o de una mixtificación.
83. De todas las manifestaciones espiritistas, las más
sencillas y las más frecuentes son los ruidos y los golpes; aquí es,
sobre todo, donde es preciso temer a la ilusión, porque una porción
de causas naturales pueden producirlos: el viento que silba o que
agita un objeto, un cuerpo que se mueve por sí mismo sin apercibirse, un efecto acústico, un animal oculto, un insecto, etc.
y también las bromas de mal gusto de algunas personas. Los ruidos
espiritistas tienen, por otra parte, un carácter particular, afectando
una intensidad y un timbre muy variados que les distinguen
fácilmente, y que no permiten confundirlos con el crujido de la
madera, el chisporroteo del fuego o el monótono tic-tac de un
péndulo; esto son golpes secos, tan pronto sordos, débiles y ligeros,
como claros distintos, algunas veces estrepitosos, que cambian
de sitio y se repiten sin tener una regularidad mecánica. De todos
los medios de comprobación, el más eficaz, el que no puede dejar
duda sobre su origen, es la obediencia a la voluntad. Si los golpes
se oyen en el paraje designado, si responden al pensamiento por
su número y su intensidad, no se puede desconocer en ellos una
causa inteligente; pero la falta de obediencia no es siempre una
prueba contraria.
84. Admitamos ahora que por una indagación minuciosa se
adquiere la certeza que los ruidos o todos los demás efectos son
manifestaciones reales. ¿Es racional el asustarse? Seguramente
que no; porque en ningún caso podría haber el menor peligro; las
personas a quienes se persuade que es el diablo, son las únicas
que se afectan de un modo molesto, como los niños a quienes se
asusta con las brujas. Es preciso convenir que estas
manifestaciones adquieren en ciertas circunstancias proporciones
de una persistencia desagradable y es muy natural que se desee
desembarazarse de ellas. Con este motivo es necesario que
hagamos una explicación.
85. Hemos dicho que las manifestaciones físicas tienen por
objeto llamar nuestra atención sobre alguna cosa y convencernos
de la presencia de una potencia superior al hombre. Hemos dicho
también que los Espíritus elevados no se ocupan de esta clase de
manifestaciones; se sirven de los Espíritus inferiores para
producirlas, como nosotros nos servimos de los criados para los
trabajos groseros, y con el fin que acabamos de indicar. Conseguido
el objeto, la manifestación material cesa, porque ya no es necesaria.
Uno o dos ejemplos harán que este se comprenda mejor.
86. Hace algunos años, al principio de mis estudios sobre el
Espiritismo, estando una tarde ocupado en un trabajo sobre esta
materia, oí golpes alrededor de mí durante cuatro horas
consecutivas. Era la vez primera que semejante cosa me acontecía,
averigüé que no tenía ninguna causa accidental, pero por el
momento no pude saber más. En esta época tenía yo ocasión de
ver frecuentemente a un excelente médium escribiente. Desde el
día siguiente interrogué al Espíritu que se comunicaba por su
mediación, sobre la causa de estos golpes. Me contestaron: “Es tu
espíritu familiar que quiere hablarte”. – ¿Qué quería decirme? –
Replicó: “Tú mismo puedes preguntárselo porque él está aquí. –
Habiendo, pues, interrogado a este Espíritu, se dio a conocer bajo
un nombre alegórico (supe después por otros Espíritus que
pertenece a un orden muy elevado, y que hizo sobre la tierra un
papel importante); me señaló errores en mi trabajo, indicándome
las líneas en que se encontraban; me dio útiles y sabios consejos y
añadió que estaría siempre conmigo y vendría a mí llamamiento
todas las veces que quisiera preguntarle. En efecto, desde entonces
no me ha dejado nunca. Me ha dado diferentes pruebas de gran
superioridad, y su intervención benéfica y eficaz se me ha
manifestado en los asuntos de la vida material, y en lo que
concierne a las cosas metafísicas. Pero desde nuestra primera
conversación los golpes han cesado. ¿Qué quería, pues? Entrar en
comunicación regular conmigo; para esto le era preciso advertirme.
Hecha la advertencia, puestos en inteligencia y establecidas las
relaciones regulares, los golpes se hicieron inútiles; por lo tanto
cesaron. Cuando los soldados están formados ya no se toca diana
para despertarlos.
Un hecho casi parecido ha acontecido a uno de mis amigos.
Desde algún tiempo en su habitación resonaban ruidos diversos
que se hacían muy incómodos. Habiéndose presentado la ocasión
de preguntar al Espíritu de su padre, por un médium escribiente supo para lo que se le quería; hizo lo que le fue recomendado y
desde entonces nada más ha oído. Es de notar que las personas
que tienen en los Espíritus un medio regular y fácil de
comunicación, rara vez tienen manifestaciones de este género, y
esto se concibe.
87. Las manifestaciones espontáneas no se limitan siempre
a ruidos y golpes; degeneran a veces en verdadera barahúnda y en
perturbaciones; los muebles y objetos diversos son derribados;
proyectiles de todas clases son lanzados desde fuera; se abren
puertas y ventanas, y cerradas por manos invisibles, se ven
romperse cristales, lo que no puede tomarse por ilusión.
El trastorno es a menudo muy efectivo, pero a veces sólo
tiene la apariencia de la realidad. Se oye barahúnda en una pieza
inmediata, un ruido de vajilla que cae y se hace pedazos, troncos
que ruedan sobre el pavimento; corren a ver lo que hay y se lo
encuentran todo tranquilo y en orden; después vuelve a empezar
de nuevo la algazara.
88. Las manifestaciones de este género no son ni raras, ni
nuevas; hay pocas crónicas locales que no encierren alguna historia
de esta clase. Sin duda el miedo ha exagerado muchas veces los
hechos, que han debido tomar proporciones extraordinariamente
ridículas pasando de boca en boca; con ayuda de la superstición,
las casas en que han tenido lugar estos hechos han sido reputadas
por moradas de los diablos, y de ahí todos los cuentos maravillosos
o terribles de fantasmas. Por otro lado, la bellaquería no ha dejado
escapar tan buena ocasión para explotar la credulidad, y a menudo
en provecho de intereses personales. Se concibe, por lo demás, la
impresión que hechos de este género, aun reducidos a la realidad,
pueden causar sobre caracteres débiles y predispuestos por la
educación a las ideas supersticiosas. El medio más seguro de
prevenir los inconvenientes que pudiesen ocurrir, puesto que no
se pueden impedir, es el de hacer conocer la verdad. Las cosas
más sencillas vienen a ser espantosas cuando se ignora la causa. Cuando
nos familiaricemos con los Espíritus, y aquellos a quienes
se manifiestan no crean ya tener una legión de demonios que les
pisen los talones, dejarán de tener miedo.
Se puede ver en la Revista Espírita la descripción de muchos
hechos auténticos de este género, entre otros la historia del Espíritu
golpeador de Bergzabern, cuyas burlas de mala especie duraron
más de ochos años: (números de mayo, junio y julio de 1858); la
de Dibbelsdorf (agosto de 1858); la del panadero de GrandesVentes,
cerca de Dieppe (marzo de 1860); la de la calle de Noyers,
en París (agosto de 1860); la del Espíritu de Castelnaudari, bajo
el título de “Historia de un condenado” (febrero de 1860); la del
fabricante de San Petersburgo (abril de 1860) y muchas otras.
89. Los hechos de esta naturaleza tienen frecuentemente el
carácter de una verdadera persecución. Conocemos seis hermanas
que habitaban juntas, y que durante muchos años encontraban por
la mañana sus ropas dispersadas, ocultas hasta en los techos,
desgarradas y cortadas en trozos, a pesar de cuantas precauciones
tomaban para encerrarlas bajo llave. Ha ocurrido muchas veces
que personas acostadas y perfectamente despiertas veían sacudir
sus cortinas, arrancar violentamente sus cobertores de la cama y
sus almohadas, siendo levantadas sobre sus colchones y aun
arrojadas fuera de la cama. Estos hechos son más frecuentes de lo
que se cree; pero la mayor parte de las veces los que son víctimas
no se atreven a hablar por temor al ridículo. Tenemos conocimiento
de ciertos individuos que se han querido curar de lo que
consideraban alucinación, sometiéndoles al tratamiento de los
enajenados, y se les ha hecho volver realmente locos. La medicina
no puede comprender estas cosas, porque no admite en la causa
sino el elemento material, de donde resultan equivocaciones a
menudo funestas. Algún día la historia contará ciertos tratamientos
del siglo diez y nueve, como se cuentan hoy ciertos procedimientos
de la Edad Media.
Admitimos perfectamente que ciertos hechos son obra de
la malicia o de la malevolencia; pero si hechas todas las averiguaciones resulta probado que no son la obra de los hombres,
es preciso convenir que son: los unos dirán la obra del diablo;
nosotros diremos de los Espíritus. ¿Pero de qué Espíritus?
90. Los Espíritus superiores, así como entre nosotros los
hombres graves y serios, no se divierten en dar cencerradas.
Muchas veces hemos evocado para preguntarles el motivo que
les conduce a alterar así el reposo. La mayor parte no tiene otro
objeto que el de divertirse; son Espíritus más bien ligeros que
malos, que se ríen de los sustos, que ocasionan y de las
investigaciones inútiles que se hacen para descubrir la causa del
desorden. A menudo se encarnizan con un individuo que se
complacen en vejar y que persiguen de casa en casa; otras veces
se aficionan a un local, sin otro motivo que su capricho. Algunas
veces también es una venganza que ejercen, como tendremos
ocasión de verlo. En ciertos casos su intención es saludable;
quieren llamar la atención y ponerse en relación, ya sea para dar
una advertencia útil a la persona a la cual se dirigen, ya sea para
pedirle alguna cosa para ellos mismos. Hemos visto muchas veces
pedir oraciones; otras solicitar el cumplimiento en su nombre de
un voto que no habían podido cumplir; otras, en fin, querer, en
interés de su propio reposo, reparar una mala acción cometida
por ellos en vida. En general se hace mal en asustarse; su presencia
puede ser importuna, pero no peligrosa. Por los demás se concibe
el deseo que se tiene de desembarazarse de esto, y se hace
generalmente todo lo contrario de lo que sería menester. Si son
Espíritus que se divierten, cuánto más se toma la cosa en serio
tanto más persisten, como los muchachos traviesos que hostigan,
tanto más cuanto más ven que incomodan, y asustan a los
medrosos. Si se toma el prudente partido de reírse uno mismo de
sus bromas pesadas acabarán por cansarse y quedar tranquilos.
Conocemos a uno que, lejos de irritarse, les excitaba, les ponía en
el caso de que hicieran tal o cual cosa y al cabo de algunos días ya
no volvían. Pero como hemos dicho, los hay cuyo motivo es menos
frívolo. Por esto es siempre útil saber lo que quieren. Si piden alguna
cosa se puede estar seguro que cesarán sus visitas después
de estar satisfecho su deseo. El mejor medio de enterarse sobre el
particular es el de evocar al Espíritu por conducta de un buen
médium escribiente; en sus contestaciones se verá en seguida con
quién se trata y se obrará en consecuencia; si es un Espíritu infeliz,
la caridad exige que se le trate con las consideraciones que merece;
si es un bromista de mal género, se puede obrar con él sin
cumplimiento; si es malévolo, es preciso rogar a Dios que se
mejore. De cualquier modo que sea, la oración siempre tendrá un
buen resultado. Pero se ríen de la gravedad de las fórmulas del
exorcismo y no hacen ningún caso de ellas. Si se puede entrar en
comunicación con ellos es menester desconfiar de las
calificaciones burlescas o medrosas que ellos mismos se dan
algunas veces para divertirse de la credulidad.
Volveremos a tratar más detalladamente sobre este objeto y
sobre las causas que muchas veces hacen ineficaces las plegarias,
en los capítulos de los lugares frecuentados por los fantasmas y
de la obsesión.
91. Estos fenómenos, aunque son ejecutados por Espíritus
inferiores, muchas veces los provocan Espíritus de un orden más
elevado, con el fin de convencer de la existencia de los seres
incorpóreos, y de una potencia superior al hombre. El
estremecimiento que resulta de esto, aun el espanto que esto causa,
llaman la atención y acabarán por hacer abrir los ojos a los más
incrédulos. Estos encuentran más sencillo poner estos fenómenos
en los efectos de la imaginación, explicación muy cómoda y que
dispensa de dar otra; sin embargo, cuando los objetos son
trastornados o se os han arrojado a la cabeza, fuera preciso una
imaginación muy complaciente para figurarse que semejantes
cosas suceden cuando no existen. Se observa un efecto cualquiera,
este efecto tiene necesariamente una causa; si una fría y tranquila
observación nos demuestra que este efecto es independiente de
toda voluntad humana y de toda causa material; si además nos da
señales evidentes de inteligencia y libre voluntad, lo que es la señal más característica no se puede menos que atribuirlo a una
inteligencia oculta. ¿Cuáles son estos seres misteriosos? Es lo
que los estudios espiritistas nos enseñan de la manera menos
disputable, por los medios que nos dan para comunicar con ellos.
Estos estudios nos enseñan también a ponernos de la parte que
pueda haber de real, de falso o de exagerado en los fenómenos
que nosotros no comprendemos. Si se produce un efecto insólito,
ruido, movimiento o aun cuando sea una aparición, el primer
pensamiento que se debe tener es que obedece a una causa del
todo natural, por ser la más probable; es preciso entonces buscar
esta causa con el mayor cuidado y no admitir la intervención de
los espíritus sino a ciencia cierta; este es el modo de no hacerse
ilusión. Aquel, por ejemplo, que sin estar cerca de nadie, recibiese
un bofetón, o bastonazos sobre las espaldas, como se ha visto, no
podría dudar de la presencia de un ser invisible.
Se debe estar preparado no sólo contra las narraciones que
pueden ser más o menos exageradas, sino contra sus propias
impresiones, y no atribuir un origen oculto a todo lo que no se
comprende. Una infinidad de causas muy sencillas y muy naturales
pueden producir efectos extraños al primer momento, y sería una
verdadera superstición ver por todas partes Espíritus ocupados en
derribar los muebles, romper la vajilla, suscitar, en fin, los mil
enredos domésticos, que es más prudente atribuirlos a la impericia.