173. Uno de nuestros amigos tenía por sonámbulo un joven
de catorce a quince años, de una inteligencia muy vulgar y de una
instrucción extremadamente limitada. Sin embargo, en estado sonambúlico, ha dado pruebas de una lucidez extraordinaria y de
grande perspicacia. Sobresalía en particular en el tratamiento de
las enfermedades y ha hecho un gran número de curaciones
considerables miradas como imposibles. Un día daba una consulta
a un enfermo del cual describía el mal con una perfecta exactitud.
– No basta esto, le dijo, se trata ahora de indicar el remedio. – Yo
no puedo, mi ángel doctor no está aquí. – ¿Qué entendéis por
vuestro ángel doctor? – el que me dicta los remedios. – ¿No sois
vos quien veis los remedios? – ¡Oh! No, puesto que os digo que
es mi ángel doctor quien me los dicta.
Así es que en este sonámbulo la acción de ver el mal era
hecha por su propio Espíritu, quien para esto no tenía necesidad
de ninguna asistencia; pero la indicación de los remedios le era
dada por otro; ese otro no estando allí, él no podía decir nada.
Solo, no era más que sonámbulo; asistido de lo que llamaba su
ángel doctor, era sonámbulo y médium.