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CAPÍTULO IV - SISTEMAS
36. Cuando los extraños fenómenos del Espiritismo
empezaron o producirse, o mejor dicho, se han renovado en estos
últimos tiempos, el primer sentimiento que excitaron fue el de la
duda sobre su misma realidad y aun más sobre su causa. Cuando
se ha probado por testimonios irrecusables y por las experiencias
que cada uno ha podido hacer, ha acontecido que todos también
los han interpretado a su manera, según sus ideas personales, sus
creencias o sus prevenciones; de aquí, muchos sistemas que una
observación más atenta debía reducir a su justo valor.
Los adversarios del Espiritismo han creído encontrar un
argumento en esta divergencia de opiniones, diciendo que los
mismos espiritistas no están acordes entre sí. Esta es una razón
muy pobre, si se reflexiona que todos los pasos de una ciencia
naciente son necesariamente inciertos hasta que el tiempo haya
permitido reunir y coordinar los hechos que pueden sentar la
opinión; a medida que los hechos se completan y se observan
mejor, las ideas prematuras se borran, y la unidad se establece, al
menos sobre los puntos fundamentales, sino en todos los detalles.
Esto es lo que ha tenido lugar en el Espiritismo; él no podía escapar
de la ley común, y debía por naturaleza, prestarse más que otra
cosa a diversidad de interpretaciones. Se puede aun decir que bajo
este aspecto ha ido más aprisa que las otras ciencias sus
primogénitas, que la medicina por ejemplo, que todavía divide a
los más grandes sabios.
37. En el orden metódico, para seguir la marcha progresiva
de las ideas, conviene colocar en primer lugar los que se pueden
llamar sistemas de negación, esto es, los de los adversarios del
Espiritismo. Hemos refutado sus objeciones en la introducción y
en la conclusión de El libro de los Espíritus, así como en la pequeña
obra titulada Qué es el Espiritismo. Sería superfluo repetir lo
mismo; nos limitaremos a recordar en dos palabras los motivos
en que se fundan.
Los fenómenos espiritistas son de dos clases: de efectos
físicos y de efectos inteligentes. No admitiendo la existencia de
los Espíritus por la razón de que no admiten nada fuera de la
materia, se concibe que nieguen los efectos inteligentes. En cuanto
a los efectos físicos, los comentan a su punto de vista y sus
argumentos pueden resumirse en los cuatro sistemas siguientes:
38. Sistema del charlatanismo. Entre los antagonistas,
muchos atribuyen estos efectos a la superchería, por la razón de
que algunos han podido imitarse. Esta suposición transformaría a
todos los espiritistas en bobalicones y a todos los médiums en
forjadores de patrañas, sin considerar la posición, carácter, saber
y honradez de las personas. Si mereciera una contestación,
diríamos que ciertos fenómenos de la física también se imitan por
los prestidigitadores, y que esto no prueba nada contra la verdadera
ciencia. Además hay personas cuyo carácter aparta toda sospecha
de fraude y es preciso estar desprovisto de toda educación y
urbanidad, para atreverse a decirles en su cara que son cómplices
de charlatanismo. En un salón muy respetable, un caballero, que
se tenía por bien educado, habiéndose permitido una reflexión de
esta naturaleza, la señora de la casa le dijo: “Caballero, puesto
que no está usted contento, se le devolverá el dinero en la puerta”;
y con un gesto le hizo comprender lo que debía hacer. ¿Quiere
decir por esto, que jamás haya habido abusos? Sería necesario,
para creerlo, admitir que los hombres son perfectos. Se abusa de
todo, aun de las cosas más santas: ¿por qué no se abusaría del Espiritismo? Pero por el mal uso que se pueda hacer de una cosa,
no se debe prejuzgar nada contra la misma cosa; los informes que
puedan tenerse con respecto a la buena fe de las personas están en
los motivos que les hacen obrar. Donde no hay especulación, el
charlatanismo no tiene nada que hacer.
39. Sistema de la locura. Algunos, por condescendencia,
no quieren sospechar de superchería, pero pretenden que los que
no tratan de engañar, lo son ellos mismos: lo que viene a decir
que son imbéciles. Cuando los incrédulos ponen en ello menos
formalidad, dicen simplemente que uno es loco, atribuyéndose
así, a la brava, el privilegio del buen sentido. Ahí está el gran
argumento de los que no les asiste la razón para oponerse. Por lo
demás, esta especie de atacar ha caído en ridículo por su poca
sustancia, y no merece que se pierda el tiempo en refutarla. Los
espiritistas, por otra parte, no se aturden por eso; toman con valor
su partido y se consuelan pensando que tienen por compañeros de
infortunio bastantes gentes cuyo mérito nadie podría disputar. Es
preciso en efecto convenir que esta locura, si la hay, tiene un
carácter muy singular, y es que ataca con preferencia a la clase
ilustrada, entre la que el Espiritismo cuenta la inmensa mayoría
de sus adeptos hasta el presente. Si entre ellos, se encuentran
algunas excentricidades, nada prueban contra la Doctrina que los
locos religiosos no prueben contra la religión; los locos melómanos
contra la música; los locos matemáticos contra la matemática.
Todas las ideas han encontrado fanáticos exaltados, y sería
menester estar dotado de un juicio bien obtuso para confundir la
exageración de la cosa con la misma cosa. Para más amplias
explicaciones sobre este objeto nos remitiremos a nuestro librito:
Qué es el Espiritismo y a El libro de los Espíritus. (Introducción
XV).
40. Sistema de la alucinación. Hay otra opinión, menos
ofensiva porque tiene un pequeño color científico, que consiste
en poner los fenómenos bajo el aspecto de la ilusión de los sentidos;
de este modo, el observador sería de muy buena fe; sólo creería ver lo que no ve. Cuando ve levantarse una mesa y mantenerse en
el espacio sin punto de apoyo, la mesa no se habría movido del
sitio; la ve en el aire por una especie de ilusión óptica, o un efecto
de refracción, como la que hace ver un astro, o un objeto en el
agua, fuera de su posición real. Esto sería posible en rigor; pero
aquellos que han sido testigos de este fenómeno han podido
acreditar el aislamiento, pasando bajo la mesa suspendida, lo que
sería difícil si no hubiese dejado el suelo. Por otra parte ha
acontecido varias veces que la mesa se ha roto cayendo: ¿se dirá
también que es un efecto de óptica?
Una causa fisiológica bien conocida puede, sin duda, hacer
que se crea ver dar vueltas a una cosa que no se mueve, o que se la
crea girar sobre sí misma cuando está inmóvil; pero cuando muchas
personas alrededor de una mesa son arrastradas por un movimiento
tan rápido que tienen trabajo en seguirla, que algunas son a veces
echadas por tierra, ¿se dirá que todas están atacadas de vértigo,
como el borracho que cree ver pasar su casa por delante de sus
ojos?
41. Sistema del músculo crugidor. Si esto sucediera con respecto a la vista, no sería lo mismo en cuanto al oído, y cuando se oyen golpes por toda una reunión uno no puede razonablemente atribuirlos a una ilusión. Téngase entendido que hacemos abstracción de toda idea de fraude, y suponemos que una atenta observación ha acreditado que estos fenómenos no se deben a ninguna causa fortuita o material.
Es verdad que un sabio médico ha dado de los mismos una explicación perentoria, según él *. “La causa está, –dice– en las contracciones voluntarias o involuntarias del tendón del músculo corto peroné”. Con este objeto entra en detalles anatómicos muy completos para demostrar por qué mecanismo este tendón puede producir estos ruidos, imitar los redobles del tambor, y aun ejecutar aires musicales, sacando en consecuencia que los que creen oír golpes en una mesa son engañados o por una mixtificación o por una ilusión. El hecho no es nuevo en sí mismo; desgraciadamente para el autor de este pretendido descubrimiento, su teoría no puede dar razón de todos los casos. Digamos desde luego que los que gozan de la singular facultad de hacer crugir cuando quieren su músculo corto peroné o cualquier otro, y tocar aires por este medio, son sujetos excepcionales; mientras que la de hacer golpear las mesas es muy común, y que los que poseen ésta, no gozan todos ni de mucho de la primera. En segundo lugar el sabio doctor ha olvidado explicar cómo el crugido muscular de una persona inmóvil y aislada de la mesa, puede producir en ésta vibraciones sensibles al tacto; cómo este ruido puede reproducirse por voluntad de los asistentes en las diferentes partes de la mesa, en los otros muebles, contra las paredes, en el techo, etc.; cómo, en fin, la acción de este músculo puede extenderse a una mesa que no se toca y hacerla mover. Esta explicación por otra parte, si es que lo fuera, no comprendería más que el fenómeno de los golpes, pero no puede concernir a los otros medios de comunicación. Concluyamos que él ha juzgado sin haber visto, o sin haberlo visto todo, como debe verse. Siempre es posible que los hombres de ciencia se apresuren a dar, sobre lo que no conocen, explicaciones que los hechos pueden desmentir. Su mismo saber debería hacerles tanto más circunspectos en sus juicios, cuanto más lejos están para ellos los límites de lo desconocido.
___________________________________________
* El Sr. Jebert (de Lamballe). Para ser justo es preciso decir que este descubrimiento es debido al Sr. Schif; el Sr. Jebert ha desenvuelto sus consecuencias ante la Academia de Medicina para dar el golpe de maza a los Espíritus golpeadores. Se encontrarán en cuanto a esto, todos los detalles en la Revista Espírita del mes de junio 1859.
Es verdad que un sabio médico ha dado de los mismos una explicación perentoria, según él *. “La causa está, –dice– en las contracciones voluntarias o involuntarias del tendón del músculo corto peroné”. Con este objeto entra en detalles anatómicos muy completos para demostrar por qué mecanismo este tendón puede producir estos ruidos, imitar los redobles del tambor, y aun ejecutar aires musicales, sacando en consecuencia que los que creen oír golpes en una mesa son engañados o por una mixtificación o por una ilusión. El hecho no es nuevo en sí mismo; desgraciadamente para el autor de este pretendido descubrimiento, su teoría no puede dar razón de todos los casos. Digamos desde luego que los que gozan de la singular facultad de hacer crugir cuando quieren su músculo corto peroné o cualquier otro, y tocar aires por este medio, son sujetos excepcionales; mientras que la de hacer golpear las mesas es muy común, y que los que poseen ésta, no gozan todos ni de mucho de la primera. En segundo lugar el sabio doctor ha olvidado explicar cómo el crugido muscular de una persona inmóvil y aislada de la mesa, puede producir en ésta vibraciones sensibles al tacto; cómo este ruido puede reproducirse por voluntad de los asistentes en las diferentes partes de la mesa, en los otros muebles, contra las paredes, en el techo, etc.; cómo, en fin, la acción de este músculo puede extenderse a una mesa que no se toca y hacerla mover. Esta explicación por otra parte, si es que lo fuera, no comprendería más que el fenómeno de los golpes, pero no puede concernir a los otros medios de comunicación. Concluyamos que él ha juzgado sin haber visto, o sin haberlo visto todo, como debe verse. Siempre es posible que los hombres de ciencia se apresuren a dar, sobre lo que no conocen, explicaciones que los hechos pueden desmentir. Su mismo saber debería hacerles tanto más circunspectos en sus juicios, cuanto más lejos están para ellos los límites de lo desconocido.
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* El Sr. Jebert (de Lamballe). Para ser justo es preciso decir que este descubrimiento es debido al Sr. Schif; el Sr. Jebert ha desenvuelto sus consecuencias ante la Academia de Medicina para dar el golpe de maza a los Espíritus golpeadores. Se encontrarán en cuanto a esto, todos los detalles en la Revista Espírita del mes de junio 1859.
42. Sistema de causas físicas. Aquí salimos del sistema de
la negación absoluta. Concediéndose la realidad de los fenómenos,
el primer pensamiento que naturalmente vino al espíritu de
aquellos que los han reconocido, ha sido el de atribuir los
movimientos al magnetismo, a la electricidad, o a la acción de un
fluido cualquiera, en una palabra, a una causa enteramente física
y material. Esta opinión no tendría nada de irracional, y hubiera
prevalecido si el fenómeno se hubiese limitado a efectos puramente
mecánicos. Una circunstancia también parece corroborarla; ésta
es, en ciertos casos el aumento de la potencia en razón del número
de personas; cada una de ellas podría así ser considerada como de
los elementos de una pila eléctrica humana. Hemos dicho que lo
que caracteriza una teoría verdadera, es el poder dar razón de
todo; mas si un solo hecho viene a contradecirla, es que es falsa,
incompleta o demasiado absoluta. Pues esto es lo que no ha tardado
en acontecer. Estos movimientos y estos golpes han dado señales
inteligentes, obedeciendo a la voluntad y respondiendo al
pensamiento; debían, pues, tener una causa inteligente. Entonces,
desde que el efecto cesó de ser puramente físico, la causa por esto
mismo, debía tener otro origen; así el sistema de la acción exclusiva
de un agente material ha sido abandonado y solo se encuentra
entre aquellos que juzgan a priori y sin haber visto. El punto capital
es, pues, el de acreditar la acción inteligente, y esto es lo que
puede convencer a cualquiera que se tomara el trabajo de observar.
43. Sistema del reflejo. Una vez reconocida la acción
inteligente, queda por saber cuál es el origen de ésta inteligencia.
Se ha pensado que podía ser la del médium o de los asistentes que
se reflejaba como la luz o los rayos sonoros. Esto era posible: sólo
la experiencia podía decir su última palabra. Mas desde luego,
observamos que este sistema se separa ya completamente de la
idea puramente materialista; para que la inteligencia de los
asistentes pueda reproducirse por la vía indirecta, sería preciso
admitir en el hombre un principio fuera del organismo.
Si el pensamiento expresado hubiera siempre sido el de los
asistentes, la teoría de la reflexión se hubiera confirmado; ¿pero
el fenómeno, aun reducido a esta proporción, no sería acaso del
más grande interés? ¿Reflejándose el pensamiento en un cuerpo
inerte y traduciéndose por el movimiento y el ruido, no sería una
cosa muy notable? ¿No habría motivo para excitar la curiosidad
de los sabios? ¿Por qué, pues, le han desdeñado, aquellos que
agotan sus fuerzas en la investigación de una fibra nerviosa?
Sólo la experiencia, decimos nosotros, podía dar o dejar de
dar la razón a esta teoría, y no se ha dado, porque demuestra a
cada instante, y por los hechos más positivos, que el pensamiento
expresado, puede ser no sólo extraño al de los asistentes, sino que
muchas veces le es enteramente contrario; que viene a contradecir
todas las ideas preconcebidas y desbaratar todas las previsiones;
en efecto, cuando yo pienso blanco y se me responde negro, me es
difícil creer que la respuesta venga de mí. Dicha teoría se apoya
en algunos casos de identidad entre el pensamiento expresado y
en de los asistentes; ¿pero qué prueba ésto, sino que los asistentes
pueden pensar como la inteligencia que se comunica? Nadie dice
que deben ser siempre de opinión contraria. Cuando en la
conversación, el interlocutor emite un pensamiento análogo al
vuestro ¿diréis por esto que viene de vosotros? Bastan algunos
ejemplos contrarios bien acreditados, para probar que esta teoría
no puede ser absoluta. Por otra parte, ¿cómo explicar con la
reflexión del pensamiento, la escritura producida por personas
que no saben escribir, las respuestas filosóficas de la mayor
elevación obtenidas por personas no literatas, las que se dan a
preguntas mentales o en un lenguaje desconocido del médium, y
mil otros hechos que no pueden dejar duda sobre la independencia
de la inteligencia que se manifiesta? La opinión contraria solo
puede ser el resultado de una falta de observación.
Si la presencia de una inteligencia extraña está probada
moralmente por la naturaleza de las contestaciones, lo es
materialmente por el hecho de la escritura directa; esto es, de la
escritura obtenida espontáneamente, sin pluma ni lápiz, sin
contacto, y a pesar de todas las precauciones tomadas para
garantizarse de todo subterfugio. El carácter inteligente del
fenómeno, no puede ponerse en duda; luego hay otra cosa más
que una acción fluídica. Además, la espontaneidad del pensamiento
expresado fuera de toda espera, de toda cuestión propuesta, no
permite ver en ello un reflejo del de los asistentes.
El sistema del reflejo es bastante desatento en ciertos casos;
cuando en una reunión de personas decentes, sobreviene
inopinadamente una de estas comunicaciones irritantes por su
grosería, sería hacer poco favor a los asistentes el pretender que
proviene de alguno de ellos; y es probable que todos se apresurarán
a rechazarla. (Véase El libro de los Espíritus, Introducción XVI).
44. Sistema del alma colectiva. Es una variante del
precedente. Según este sistema, sólo el alma del médium se
manifiesta, pero se identifica con la de muchos otros vivientes
presentes o ausentes, y forma un todo colectivo reuniendo las
aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno. Aunque
la obrita en que esta teoría se expone se titule La Luz * , nos ha
parecido de un estilo muy oscuro; confesamos haberla
comprendido poco y no hablamos de la misma sino para que se
tenga presente. Por otra parte, es, como muchas otras, una opinión
individual que ha hecho pocos prosélitos. El nombre de Emah
Tirpsé es el que toma el autor para designar el ser colectivo que
representa. Toma por epígrafe: nada hay oculto que no deba ser
conocido. Esta proposición es evidentemente falsa, porque hay
una porción de cosas que el hombre no puede ni debe saber; muy
presuntuoso sería el que pretendiese penetrar todos los secretos
de Dios.
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* Comunión. La Luz del fenómeno del Espíritu. Mesas que giran, sonámbulos,
médiums, milagros, Magnetismo espiritual: potencia de la práctica de la fe. Por “Emah
Tirpsé”, un alma colectiva escribiendo por el intermedio de una tablita. – Bruselas, 1858,
casa Devroye.
45. Sistema de sonambulismo. Este ha tenido más
partidarios, y cuenta todavía con algunos. Como el precedente,
admite que todas las comunicaciones inteligentes tienen su origen
en el alma o Espíritu del médium; pero para explicar su aptitud y
tratar de objetos fuera de sus conocimientos, en lugar de suponer
en él un alma múltiple, atribuye esta aptitud a una sobrexcitación
momentánea de las facultades mentales, a una especie de estado
de sonambulismo o de éxtasis que exalta y desenvuelve su
inteligencia. No se puede negar, en ciertos casos, la influencia de
esta causa; pero basta haber visto operar a la mayor parte de estos
médiums, para convencerse que no puede resolver todos los
hechos, y que forma la excepción y no la regla. Se podría creer
que es así, si el médium tuviese siempre el aspecto de un inspirado
o de un extático, apariencia que por otra parte podía simular
perfectamente, si quisiera hacer una farsa; pero, ¿cómo creer en
la inspiración, cuando el médium escribe como una máquina, sin
tener la menor conciencia de lo que obtiene, sin la menor emoción,
sin ocuparse de lo que hace y mirando a otra parte, riendo y
haciendo diferentes cosas? Se concibe la sobrexcitación de las
ideas, pero no se comprende que pudiese hacer escribir al que no
sabe, y aun menos cuando las comunicaciones se transmiten por
golpes, o con la ayuda de una tablita o de una cestita. Veremos en
la continuación de esta obra la parte que es preciso conceder a la
influencia de las ideas del médium; pero los hechos en que la
inteligencia extraña se revela por señales incontestables, son tan
numerosos y tan evidentes, que no pueden dejar ninguna duda. La
falta de razón en la mayor parte de los sistemas nacidos en el
origen del Espiritismo, es el haber sacado consecuencias generales
de algunos hechos aislados.
46. Sistema pesimista, diabólico o demoníaco. – Aquí
entramos en otro orden de ideas. Estando acreditada la intervención
de una inteligencia extraña, se trataba de saber cuál era la
naturaleza de esta inteligencia. El medio más sencillo era, sin duda,
el preguntárselo; pero ciertas personas no han encontrado en eso
una garantía suficiente, y sólo han querido ver en todas las
manifestaciones una obra diabólica. Según ellas, tan sólo los
demonios o el diablo pueden comunicarse. Aunque este sistema
encuentra poco eco hoy, no ha dejado de gozar de algún crédito
por algunos momentos por el carácter de aquellos que han tratado
de hacerle prevalecer. Sin embargo, haremos observar que los
partidarios del sistema demoníaco, no deben estar colocados entre
los adversarios del Espiritismo, antes al contrario. Que los seres que se comunican sean demonios o ángeles, siempre son seres
incorpóreos; luego, admitir la manifestación de los demonios,
siempre es admitir la posibilidad de comunicarse con el mundo
invisible, o al menos con una parte de este mundo.
La creencia en la comunicación exclusiva de los demonios,
por irracional que sea, podía no parecer imposible cuando se
miraba a los Espíritus como seres creados fuera de la Humanidad;
pero desde que se sabe que los Espíritus no son otra cosa que las
almas de aquellos que han vivido, ha perdido todo su prestigio, y
se puede decir toda verosimilitud; porque se seguiría que todas
estas almas son demonios, aunque fuesen de un padre, de un hijo
o de un amigo, y que nosotros mismos muriendo, venimos a ser
demonios, doctrina poco lisonjera y poco consoladora para muchas
gentes. Será muy difícil persuadir a una madre de que el niño
querido que ha perdido, y que viene a darle, después de su muerte,
pruebas de su afecto y de su identidad, sea un dependiente de
Satanás. Es verdad que entre los Espíritus, los hay muy malos, y
que no valen más que aquellos que se llaman demonios, por una
razón muy sencilla: porque hay hombres muy malos, y que la
muerte no les hace inmediatamente mejores, la cuestión está en
saber si éstos son los únicos que puedan comunicarse. A los que
lo crean así, les dirigimos las preguntas siguientes:
1ª ¿Hay buenos y malos Espíritus?
2ª ¿Dios es más poderoso que los malos Espíritus, o que los
demonios, si así los queréis llamar?
3ª Afirmar que sólo los malos se comunican, es decir que
los buenos no lo pueden; si esto es así, una de dos: esto tiene lugar
por la voluntad, o contra la voluntad de Dios. Si es contra su
voluntad, es que los malos Espíritus son más poderosos que él; si
es por su voluntad, ¿por qué en su bondad, no lo permitiría a los
buenos para contrabalancear la influencia de los otros?
4ª ¿Qué prueba podéis dar de la impotencia de los buenos
Espíritus en comunicarse?
5ª Cuando se nos opone la sabiduría de ciertas
comunicaciones, respondéis que el demonio toma todas las
apariencias para seducir mejor. Sabemos en efecto, que hay
Espíritus hipócritas que dan a su lenguaje un falso barniz de
sabiduría; ¿pero admitís acaso que la ignorancia pueda falsificar
el verdadero saber, y una mala naturaleza remendar la verdadera
virtud, sin dejar penetrar nada que pudiese descubrir el fraude?
6ª Si sólo el demonio se comunica, puesto que es enemigo
de Dios y de los hombres, ¿por qué recomienda orar a Dios,
someterse a su voluntad, sufrir sin murmurar las tribulaciones de
la vida, no ambicionar honores ni riquezas, practicar la caridad y
todas las máxima de Cristo; en una palabra, hacer todo lo que es
necesario para destruir su imperio? Si es el demonio quien da
tales consejos, es preciso convenir que siendo tan astuto es poco
diestro al suministrar armas contra sí mismo. *
7ª Si los Espíritus se comunican, es porque Dios lo permite;
viendo buenas y malas comunicaciones, ¿no es más lógico pensar
que Dios permite unas para probarnos y otras para aconsejarnos
el bien?
8ª ¿Qué pensarías de un padre que dejase a su hijo a merced
de los ejemplos y consejos perniciosos, que apartase de él, y le
prohibiese ver personas que pudiesen desviarle del mal? Lo que
un buen padre no haría, ¿debe creerse que Dios, que es la bondad
por excelencia, haga menos de lo que haría un hombre?
9ª La Iglesia reconoce como auténticas ciertas
manifestaciones de la virgen y otros santos, en apariciones,
visiones, comunicaciones orales, etc.; ¿acaso esta creencia no es contraria a la doctrina de la comunicación exclusiva de los
demonios?
Creemos que ciertas personas han profesado esta teoría de
buena fe; pero también creemos que muchas lo han hecho
únicamente con el objeto de que no se ocupasen de estas cosas, a
causa de las malas comunicaciones que se exponen a recibir;
diciendo que sólo el diablo se manifiesta, han querido asustar,
como se le dice a un niño: no toques esto, porque quema. La
intención puede ser laudable, pero el fin es erróneo; porque la
sola prohibición excita la curiosidad, y el miedo al diablo retiene
a muy pocas gentes: se le quiere ver, aunque solo sea para saber
cómo está hecho, y se quedan admirados de no encontrarlo tan
negro como se creían.
¿No se podría ver también otro motivo en esta teoría
exclusiva del diablo? Creen algunas gentes que todos los que no
son de su opinión van mal; así pues, aquellos que pretenden que
todas las comunicaciones son obra del demonio, ¿acaso no estarían
dominados por el miedo de que los Espíritus no fuesen de su mismo
parecer sobre todos los puntos, principalmente sobre los que tocan
a los intereses de este mundo, más que a los del otro? No pudiendo
negar los hechos, han querido presentarlos de una manera
pavorosa; pero este medio no ha contenido más que los otros.
Cuando el miedo al ridículo es impotente, es preciso resignarse
que las cosas sigan su curso.
El musulmán que oyera a un Espíritu hablar contra ciertas
leyes del Corán, pensaría seguramente que éste era un mal Espíritu;
lo mismo sería de un judío por lo que mira a ciertas prácticas de la
ley de Moisés. En cuanto a los católicos, hemos oído afirmar a
uno que el Espíritu que se comunicaba solo podía ser el diablo,
porque se había permitido pensar de otro modo que él sobre el
poder temporal, aunque por otra parte sólo hubiese predicado la
caridad, la tolerancia, el amor al prójimo, y la abnegación de las
cosas de este mundo, máximas todas enseñadas por el Cristo.
Los Espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres,
y los hombres no siendo perfectos, resulta de esto que hay Espíritus
igualmente imperfectos, y cuyo carácter se refleja en sus
comunicaciones. Es un hecho incontestable que los hay malos,
astutos, profundamente hipócritas, y contra los cuales es preciso
ponerse en guardia; pero, porque haya en el mundo hombres
perversos, no es una razón para huir de la sociedad. Dios nos ha
dado la razón y el juicio para apreciar a los Espíritus, así como a
los hombres. El mejor medio de precaverse contra los
inconvenientes que puede presentar la práctica del Espiritismo,
no es el prohibirle, sino el hacerle comprender. Un miedo
imaginario sólo impresiona un instante y no afecta a todo el mundo;
la realidad claramente demostrada se comprende por todos.
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* Esta cuestión ha sido tratada en El libro de los Espíritus (número 128 y
siguientes); pero recomendamos a este objeto, como sobre todo lo que toca a la parte religiosa,
la obrita titulada: “Carta de un católico sobre el Espiritismo”, por el doctor Grand, antiguo
cónsul de Francia (casa Ledoyen, In-18; precio. Ifr.), así como la que nosotros vamos a
publicar bajo el título de: “Los contradictores del Espiritismo, al punto de vista de la religión,
de la ciencia y del materialismo”.
47. Sistema optimista. Al lado de aquellos que no ven en
estos fenómenos sino la acción de los demonios hay otros que
sólo han visto la de los buenos Espíritus; éstos han querido suponer
que estando el alma separada de la materia, ningún velo existía
para ella, y que debía tener la soberana ciencia y la soberana
sabiduría. Su ciega confianza en esta superioridad absoluta de los
seres del mundo invisible, ha sido para muchos el origen de
bastantes decepciones y han aprendido a sus costas a desconfiar
de ciertos Espíritus así como de ciertos hombres.
48. Sistema uniespiritista o monoespiritista. Una variedad
del sistema optimista, consiste en la creencia de que un solo
Espíritu se comunica con los hombres, y que este Espíritu es el
Cristo, quien es el protector de la Tierra. Cuando se ven
comunicaciones de la más baja trivialidad, de una grosería irritante,
llenas de malevolencia y de maldad, habría profanación e impiedad
en suponer que pudiesen dimanar del Espíritu del bien por
excelencia. Además, si aquellos que lo creen no hubiesen tenido
jamás sino comunicaciones irreprochables, se concebiría su
ilusión; pero la mayor parte conviene en haberlas tenido muy
malas, lo que explican diciendo, que es una prueba que el buen Espíritu
les hace sufrir, dictándoles cosas absurdas; de este modo,
mientras los unos atribuyen todas las comunicaciones al diablo,
quien puede decir cosas buenas para tentar, otros creen que sólo
Jesús se manifiesta, y que puede decir cosas malas para probar.
Entre estas dos opiniones tan inversas, ¿quién fallará? El buen
sentido y la experiencia. Decimos la experiencia, porque es
imposible que los que profesan ideas tan exclusivas lo hayan visto
todo como debe verse.
Cuando se les oponen los hechos de identidad que atestiguan
la presencia de parientes, amigos o conocidos por las
manifestaciones escritas, visuales u otras, responden que es
siempre el mismo Espíritu, el diablo según los unos, el Cristo
según los otros, que toma todas las formas; pero no nos dicen por
qué no pueden comunicarse los otros Espíritus, ni con qué objeto
el Espíritu de Verdad vendrá a engañarnos presentándose bajo
falsas apariencias, a burlarse de una pobre madre, haciéndole creer
mintiendo, que él es el hijo por quien llora. La razón rehusa admitir
que el Espíritu Santo se rebaje, ejecutando semejante comedia.
Por otra parte, negar la posibilidad de cualquiera otra
comunicación, ¿no es quitar al Espiritismo lo que tiene de más
dulce: el consuelo de los afligidos? Digamos sencillamente que
dicho sistema es irracional, y no puede sostener un examen severo.
49. Sistema multiespiritista o poliespiritista. Todos los
sistemas que hemos examinado, sin exceptuar los que son en
sentido negativo, se apoyan en algunas observaciones, pero
incompletas o mal interpretadas. Si una casa es de color encarnado
por un lado, y blanca de otro, aquel que no la haya visto sino de
un lado afirmará que es encarnada, el otro dirá que es blanca: los
dos se engañarán y tendrán razón; pero el que haya visto la casa
por ambos lados dirá que es encarnada y blanca, y sólo él estará
en lo verdadero. Lo mismo sucede en cuanto a la opinión que se
forma del Espiritismo: puede ser verdadera bajo ciertos aspectos,
y falsa si se generaliza lo que es sólo parcial, si se toma por regla
lo que es sólo la excepción, por el todo lo que no es sino la parte. Por
esto decimos que el que quiera estudiar seriamente esta ciencia,
debe ver mucho y largo tiempo; sólo el tiempo le permitirá coger
los detalles, observar los matices delicados, notar una multitud de
hechos característicos que serán para él rayos de luz; pero si se
detiene en la superficie, se expone a formar un juicio prematuro,
y por consiguiente erróneo. He aquí las consecuencias generales
que se han deducido de una observación completa, y que forman
ahora la creencia, se puede decir, de la universidad de los
espiritistas, porque los sistemas restrictivos sólo son opiniones
aisladas.
1º Los fenómenos espiritistas son producidos por
inteligencias extra-corporales, o sea por los Espíritus.
2º Los Espíritus constituyen el mundo invisible; están por
todas partes; cubren los espacios hasta lo infinito, los hay sin cesar
alrededor nuestro, con los cuales estamos en contacto.
3º Los Espíritus reaccionan incesantemente sobre el mundo
físico y sobre el mundo moral, y son una de las potencias de la
Naturaleza.
4º Los Espíritus no son seres aparte en la creación; son las
almas de aquellos que han vivido sobre la Tierra o en otros mundos,
y que han dejado su envoltura corporal; de donde se sigue que las
almas de los hombres son Espíritus encarnados, y que muriendo
venimos a ser Espíritus.
5º Hay Espíritus de todos los grados de bondad y de malicia,
de saber y de ignorancia.
6º Todos están sometidos a la ley del progreso, y todos
pueden llegar a la perfección; pero como tienen su libre albedrío,
llegan en un tiempo más o menos largo, según sus esfuerzos y su
voluntad.
7º Son dichosos o desgraciados, según el bien o el mal que
han hecho durante su vida, y el grado de adelantado a que han
llegado. La dicha perfecta y sin mezcla sólo pertenece a los
Espíritus que llegan al supremo grado de perfección.
8º Todos los Espíritus, en circunstancias dadas, pueden
manifestarse a los hombres; el número de los que pueden
comunicarse es indefinido.
9º Los Espíritus se comunican a través de médiums, que les
sirven de instrumentos y de intérpretes.
10º Se reconoce la superioridad o inferioridad de los
Espíritus en su lenguaje: los buenos sólo aconsejan el bien y no
dicen sino cosas buenas: todo atestigua en ellos la elevación; los
malos engañan y todas sus palabras llevan el sello de la
imperfección y de la ignorancia.
Los diferentes grados que recorren los Espíritus están
indicados en la Escala Espírita (El libro de los Espíritus, Libro.
II, Cap. I, nº 100). El estudio de esta clasificación es indispensable
para apreciar la naturaleza de los Espíritus que se manifiestan,
sus buenas y malas cualidades.
50. Sistema del alma material. Consiste únicamente en una
opinión particular sobre la naturaleza íntima del alma. Según esta
opinión, el alma y el periespíritu no serían dos cosas distintas o,
por mejor decir, el periespíritu no sería otro que la misma alma,
depurándose gradualmente por las diversas transmigraciones,
como el alcohol se depura por las diversas destilaciones, mientras
que la Doctrina Espírita considera al periespíritu como la envoltura
fluídica del alma o del Espíritu. Siendo el periespíritu una materia,
aunque muy etérea, el alma sería de este modo de una naturaleza
material más o menos esencial según el grado de su depuración.
Este sistema no invalida ninguno de los princípios
fundamentales de la Doctrina Espírita, porque nada cambia el
destino del alma; las condiciones de su felicidad futura son siempre
las mismas; el alma y el periespíritu forman un todo, bajo el nombre
de Espíritu, como el germen y el perispermo los forman bajo el nombre de
fruto; toda la cuestión se reduce a considerar el todo
como homogéneo en lugar de formarse de dos partes distintas.
Como se ve, de eso no se deduce ninguna consecuencia, y
no hubiéramos hablado de ello si no hubiésemos encontrado
personas inclinadas a ver una nueva escuela en lo que en definitiva
sólo es una simple interpretación de palabras. Esta opinión, muy
restringida por cierto, aunque fuese más general, no constituiría
una escisión entre los espiritistas, así como las dos teorías de la
emisión o de las ondulaciones no la constituyen entre los físicos.
Los que quisieran formar partido separado por una cuestión tan
pueril, probarían, por lo mismo, que dan más importancia a lo
accesorio que a lo principal, y que están conducidos a la desunión
por Espíritus que no pueden ser buenos, porque los buenos jamás
aconsejan la acritud y la cizaña; por esto invitamos a todos los
verdaderos espiritistas a ponerse en guardia contra semejantes
sugestiones, y a no dar a ciertos detalles más importancia que la
que merecen, lo esencial está en el fondo.
Sin embargo, creemos un deber decir en pocas palabras, en
qué se apoya la opinión de aquellos que consideran el alma y el
periespíritu como dos cosas distintas. Se funda en la enseñanza
de los Espíritus, que jamás han variado sobre el particular;
hablamos de los Espíritus ilustrados, porque entre ellos los hay
que no saben ni más ni menos que los hombres, mientras que la
teoría contraria es una concepción humana. Nosotros no hemos
inventado ni supuesto el periespíritu para explicar los fenómenos;
su existencia se nos ha revelado por los Espíritus, y la observación
nos la ha confirmado (El libro de los Espíritus, número 93). Se
apoya además sobre el estudio de las sensaciones entre los Espíritus
(El libro de los Espíritus, número 257) y sobre todo en el fenómeno
de las apariciones tangibles, que implicaría, según la otra opinión,
la solidificación y desagregación de las partes que constituyen el
alma, y a consecuencia su desorganización. Sería menester también
admitir que esta materia que puede hacerse sensible a los sentidos,
es, por sí misma, el principio inteligente, lo que no es más racional
que confundir el cuerpo con el alma, o el vestido con el cuerpo. En
cuanto a la naturaleza íntima del alma, no es desconocida. Cuando
se dice que es inmaterial es preciso entenderlo en el sentido relativo
y no absoluto, porque la inmaterialidad absoluta sería la nada; luego
el alma o el Espíritu es alguna cosa; se quiere decir que su esencia
es de tal modo superior que no tiene ninguna analogía con lo que
nosotros llamamos materia y que así para nosotros es inmaterial..
(El libro de los Espíritus, números 23 y 82).
51. He aquí la respuesta que sobre este asunto dio un
Espíritu:
Lo que los unos llaman periespíritu no es otra cosa que lo
que los otros llaman envoltura material fluídica. Diré, para
hacerme comprender de una manera más lógica, que este fluido
es la perfectibilidad de los sentidos, la extensión de la vista y de
las ideas: hablo de los Espíritus elevados. En cuanto a los Espíritus
inferiores, los fluidos terrestres están todavía completamente
inherentes a ellos, pues es materia como veis; de ahí los
sufrimientos del hambre, del frío, etc., sufrimiento que no pueden
padecer los Espíritus superiores, atendido a que los fluidos
terrestres están depurados alrededor del pensamiento, es decir,
del alma. El alma, para su progreso, tiene siempre necesidad de
un agente; el alma sin agente es nada para vosotros o, por mejor
decir, no la podéis concebir. El periespíritu para nosotros,
Espíritus errantes, es el agente por el cual nos comunicamos con
vosotros, ya sea indirectamente por vuestro cuerpo a vuestro
periespíritu, o directamente con vuestra alma; de ahí la infinita
variedad de médiums y de comunicaciones. Queda ahora el punto
de vista científico, esto es, la esencia misma del periespíritu; este
es otro asunto. Primero comprended moralmente y sólo quedará
una discusión sobre la naturaleza de los fluidos, lo que es
inexplicable por ahora; la ciencia no conoce bastante, pero lo
conseguiremos si ésta quiere marchar con el Espiritismo. El
periespíritu puede variar y cambiar hasta lo infinito; el alma es el pensamiento; no cambia de naturaleza; bajo este aspecto no
vayáis más lejos, es un punto que no puede explicarse. ¿Creéis,
acaso, que yo no busco como vosotros? Vosotros buscáis el
periespíritu: nosotros ahora buscamos el alma. Esperad, pues. –
LAMENNAIS.
Pues si los Espíritus que pueden considerarse como
avanzados no han podido aún sondear la naturaleza del alma,
¿cómo podríamos hacerlo nosotros mismos? Es, pues, perder el
tiempo en querer escudriñar el principio de las cosas, que así como
hemos dicho en El libro de los Espíritus (números 17 y 49) está
en los secretos de Dios. Pretender ojear con ayuda del Espiritismo
lo que aún no es competencia de la Humanidad, es separarle de su
verdadero objeto; es hacer como el niño que quisiere saber tanto
como el anciano. Que el hombre haga servir el Espiritismo para
su mejoramiento moral, es lo esencial; lo demás es sólo una
curiosidad estéril y muchas veces orgullosa, cuya satisfacción no
le hará hacer ningún paso, el sólo medio de avanzar es volverse
mejor. Los Espíritus que han dictado el libro que lleva su nombre,
han probado su sabiduría encerrándose, por lo que concierne al
principio de las cosas, en los límites que Dios nos permite penetrar,
dejando a los Espíritus sistemáticos y presuntuosos la
responsabilidad de las teorías anticipadas y erróneas, más
seductoras que sólidas, y que caerán un día ante la razón como
tantas otras salidas de los cerebros humanos. Sólo han dicho
precisamente lo necesario para hacer comprender al hombre el
porvenir que le espera, y por tanto animarle al bien. (Véase a
continuación, en la Segunda Parte, el capítulo Primero: Acción
de los Espíritus sobre la materia).