CAPÍTULO XXIX - REUNIONES Y SOCIEDADES ESPÍRITAS
De las reuniones en general
324. Las reuniones espiritistas pueden tener grandes
ventajas, porque permiten ilustrarse por el cambio recíproco de
pensamientos, por las preguntas y las observaciones que cada uno
puede hacer y de las que se aprovechan todos; pero para sacar de
ellas todo el fruto que se desea, requieren condiciones especiales
que vamos a examinar, porque no se tendría razón en asimilarlas
a las sociedades ordinarias. Por otra parte, formando las reuniones
un todo colectivo, lo que les concierne es la consecuencia natural
de las instrucciones precedentes; tienen que tomar las mismas
precauciones y preservarse de los mismos escollos que los
individuos; por esto hemos colocado este capítulo en último lugar.
Las reuniones espiritistas tienen caracteres muy diferentes
según el objeto que se proponen, y por lo mismo su condición de
ser debe diferir también. Según su naturaleza pueden ser frívolas,
experimentales o instructivas.
325. Las reuniones frívolas se componen de personas que
sólo ven el lado complaciente de las manifestaciones, que se
divierten con los chistes de los Espíritus ligeros muy amantes de
esta clase de asambleas, en las que tienen toda la libertad de
exhibirse y en las cuales no faltan. Allí se preguntan toda clase de
ligerezas, se hacen decir la buenaventura por los Espíritus, se pone
su perspicacia a prueba para adivinar la edad, lo que se lleva en el
bolsillo, descubrir pequeños secretos y mil otras cosas de esta
importancia.
Estas reuniones son sin consecuencias; pero como los
Espíritus ligeros son algunas veces muy inteligentes y que por lo
general son de humor fácil y jovial, se producen a menudo cosas
muy curiosas de las que el observador puede sacar provecho; el
que no hubiese visto otra cosa y juzgase el mundo de los Espíritus
según esta muestra, se haría una idea tan falsa, como aquel que
juzgase a toda la sociedad de una ciudad por la de ciertos barrios.
El simple buen sentido dice que los Espíritus elevados no pueden
venir a tales reuniones, en las que los espectadores son tan formales
como los actores. Si se quiere ocupar de cosas triviales, es menester
llamar francamente a Espíritus ligeros, como se llamaría a farsantes
para divertir una sociedad, pero habría profanación convidando
nombres venerados, mezclando lo sagrado con lo profano.
326. Las reuniones experimentales tienen por objeto la
producción de manifestaciones físicas. Para muchas personas es
un espectáculo más curioso que instructivo; los incrédulos salen
de ellas más maravillados que convencidos cuando no han visto
otra cosa, y todo su pensamiento se dirige a buscar los hilos, porque
no pudiendo hacerse cargo de nada, suponen desde luego
subterfugios. Lo contrario sucede con aquellos que han estudiado;
comprenden anticipadamente la posibilidad y los hechos positivos
determinan en seguida o acaban su convicción; si hubiese
subterfugio, estarían en disposición de descubrirlo.
A pesar de esto, esta clase de experimentos tienen una
utilidad que nadie podía desconocer, porque ellos son los que han
hecho descubrir las leyes que rigen el mundo invisible y para
muchas gentes son sin contradicción un poderoso motivo de
convicción; pero nosotros sostenemos que ellos solos no pueden
iniciar en la ciencia Espírita, como la vista de un ingenioso
mecanismo, no podrá hacer conocer la mecánica, si no se conocen
sus leyes; sin embargo, si estuviesen dirigidos con método y
prudencia, se obtendrían resultados muchos mejores. Volveremos
luego al mismo asunto.
327. Las reuniones instructivas tienen un carácter muy
diferente, y como de ellas es de donde puede sacarse la verdadera
enseñanza, insistiremos más sobre las condiciones que deben
llenar.
La primera de todas, es el permanecer formales en toda la
extensión de la palabra. Es preciso convencerse que los Espíritus
a los cuales queremos dirigirnos son de una naturaleza enteramente
especial; que no pudiéndose aliar lo sublime con lo trivial, ni el
bien con el mal, si quieren obtener cosas buenas, es menester
dirigirse a Espíritus buenos; pero no basta pedir buenos Espíritus;
es menester condición expresa; estar en disposición propicia para
que quieran venir; así, pues, los Espíritus superiores no irán a las
asambleas de hombres ligeros y superficiales, como tampoco
hubieran ido cuando vivían.
Una sociedad no es verdaderamente formal sino a condición
de ocuparse de cosas útiles con exclusión de todas las otras; si
aspira a obtener fenómenos extraordinarios por curiosidad o
pasatiempo, los Espíritus que los producen podrán ir, pero los
otros se alejarán. En una palabra, cualquiera que sea el carácter
de una reunión, encontrará siempre Espíritus dispuestos a secundar
sus tendencias. Una reunión formal se separa, pues, de su objeto
si deja la enseñanza por la diversión. Las manifestaciones físicas
como ya lo hemos dicho, tienen su utilidad; los que quieren ver,
que vayan a las reuniones experimentales, y los que quieran
comprender, que vayan a las reuniones de estudio; de este modo
los unos y los otros podrán completar su instrucción espírita como
en el estudio de la medicina los unos van a la clase y los otros a la
clínica.
328. La instrucción espírita, no comprende sólo la enseñanza
moral dada por los Espíritus, también el estudio de los hechos; a
ella incumbe la teoría de todos los fenómenos, la investigación de
las causas, y como consecuencia, la confirmación de lo que es
posible y de lo que no lo es; en una palabra, la observación de
todo aquello que puede hacer adelantar a la ciencia. Así, pues,
sería engañarse el creer que los hechos estén limitados a los
fenómenos extraordinarios; que aquellos que hieren más los
sentidos sean los únicos dignos de atención; se encuentran a cada
paso en las comunicaciones inteligentes y que los hombres
reunidos para el estudio no sabrían despreciar; estos hechos, que
sería imposible enumerar, surgen de una multitud de circunstancias
fortuitas; aunque menos ingeniosas, no dejan de tener interés para
el observador que encuentre en ellas o la confirmación de un
principio conocido, o la revelación de un principio nuevo que le
hace penetrar más adelante en los misterios del mundo invisible;
esto pertenece también a la filosofía.
329. Las reuniones de estudio son además de una inmensa
utilidad para los médiums de manifestaciones inteligentes, sobre
todo para aquellos que tienen deseo formal de perfeccionarse y
que no van a ellas con una vana presunción de infabilidad. Uno
de los grandes escollos de la mediumnidad, es como lo hemos
dicho ya, la obsesión y la fascinación; pueden, pues, hacerse ilusión
de muy buena fe sobre el mérito de lo que ellos obtienen, y se
concibe que los Espíritus mentirosos encuentran el camino
expedito cuando tienen que habérselas con un ciego; por esto alejan
a su médium de toda comprobación; que también le hace tomar
aversión a cualquiera que pueda ilustrarle; a favor del aislamiento
y de la fascinación, pueden a su gusto hacerle aceptar todo lo que
quieren.
No nos cansaremos de repetirlo; aquí está no sólo el escollo
sino el peligro; sí, lo decimos, un verdadero peligro. El sólo medio
de librarse de él, es la comprobación de personas desinteresadas y
benévolas que juzgando la comunicaciones con sangre fría e
imparcialidad, pueden abrirle los ojos y hacerle ver lo que él no
puede por sí solo. Así, pues, todo médium que teme este juicio
está ya en el camino de la obsesión; el que cree que la luz sólo se
ha hecho para él, está completamente bajo el yugo; si toma a mal
las observaciones, si las rechaza, si le irritan, no puede quedar
duda sobre la mala naturaleza del Espíritu que le asiste.
Lo hemos dicho, a un médium pueden faltarle los
conocimientos necesarios para comprender los errores; puede
dejarse engañar por grandes palabras y por un lenguaje pretencioso,
ser seducido por los sofismas y esto con toda la buena fe del mundo;
por esto, en defecto de sus propias luces, debe modestamente
buscar el recurso de otros, según estos dos adagios que cuatro
ojos ven más que dos y que uno nunca puede ser juez de su propia
causa. A este punto de vista las reuniones son para el médium de
una grande utilidad si es bastante sensato para escuchar las
amonestaciones, porque allí se encontrarán personas más ilustradas
que él, que observarán las diferencias a menudo muy delicadas
por donde el Espíritu hace traición a su inferioridad.
Todo médium que desee sinceramente no ser juguete de la
mentira, debe, pues, buscar producir en las reuniones formales y
llevar a ellas lo que obtenga en particular; aceptar con
reconocimiento y solicitar del mismo modo el examen crítico de
las comunicaciones que recibe; si es objeto de Espíritus mentirosos,
es el medio más seguro de desembarazarse de ellos probándoles
que no pueden engañarle. Por lo demás, el médium que se irrita
de la crítica es con tan poco fundamento como que su amor propio
no debe resentirse por nada, puesto que lo que él dice no es suyo,
y que no es más responsable que si leyera los versos de un mal
poeta.
Hemos insistido sobre este punto, porque si este es un escollo
para los médiums, lo es también para las reuniones a las cuales
conviene no conceder confianza ligeramente a todos los intérpretes
de los Espíritus. El concurso de todo médium obseso o fascinado
les sería más pernicioso que útil; no deben, pues, aceptarle.
Creemos haber entrado en los desarrollos suficientes para que les
sea imposible engañarse sobre los caracteres de la obsesión, si el
mismo médium no puede conocerla; uno de los más marcados es,
sin contradicción, la pretensión de tener sólo la razón contra la de
todo el mundo. Los médiums obsesos que no quieren convenir en
que lo están, se parecen a aquellos enfermos que se hacen ilusión
sobre su salud y se pierden por no querer someterse a un régimen
saludable.
330. Lo que debe proponerse una reunión formal es separar
a los Espíritus mentirosos; estaría en error si se creyese al abrigo
por su objeto y por la cualidad de sus médiums; no lo alcanzará
hasta que ella misma se halle en condiciones favorables.
Para comprender bien lo que pasa en esta circunstancia,
rogamos que se atienda a lo que hemos dichos anteriormente, núm.
231 sobre la influencia del centro. Es menester representarse a
cada individuo como rodeado de cierto número de acólitos
invisibles que se identifican con su carácter, sus gustos y sus
inclinaciones; pues toda persona que entra en una reunión lleva
con ella Espíritus que le son simpáticos. Según su número y su
naturaleza, estos acólitos pueden ejercer sobre la asamblea y sobre
las comunicaciones una influencia buena o mala. Una reunión
perfecta sería aquella en que todos sus miembros, animados por
un mismo amor al bien, solo llevasen consigo buenos Espíritus; a
falta de la perfección, la mejor será aquella en que el bien supere
al mal. Esto es demasiado lógico para que sea necesario insistir
en ello.
331. Una reunión es un ser colectivo cuyas cualidades y
propiedades son la resultante de todas las de sus miembros, y
forman como un manojo; así, pues, este manojo tendrá tanta más
fuerza cuanto más homogéneo sea. Si se ha comprendido bien lo
que se ha dicho (núm. 282, pregunta 5ª) sobre la manera que los
Espíritus son advertidos de nuestro llamamiento, se comprenderá fácilmente el poder de la asociación del pensamiento de los
asistentes. Si el Espíritu es de algún modo herido por el
pensamiento como nosotros lo somos por la voz, uniéndose veinte
personas con la misma intención, necesariamente tendrán más
fuerza que una sola; pero para que todos estos pensamientos
concurran a un mismo fin, es menester que vibren unísonos; que
se confundan por decirlo así, en uno solo; lo que no puede tener
lugar sin el recogimiento.
Por otra parte, llegando el Espíritu a un centro simpático,
está más a gusto; no encontrando allí sino amigos va con más
voluntad y está mejor dispuesto a contestar. El que haya seguido
con alguna atención las manifestaciones espiritistas inteligentes
se habrá podido convencer de esta verdad. Si los pensamientos
son divergentes, resulta un choque de ideas desagradables para el
Espíritu, y de consiguiente pernicioso para la manifestación. Lo
mismo sucede con un hombre que debe hablar en una asamblea;
si siente que todos los pensamientos le son simpáticos y benévolos,
la impresión que de ello recibe obra sobre sus propias ideas y le
dan más verbosidad; la unanimidad de este concurso ejerce sobre
él una especie de acción magnética que duplica sus medios,
mientras que la indiferencia o la hostilidad le turba y le paraliza;
así es que los actores están electrizados por los aplausos; luego
los Espíritus mucho más impresionables que los humanos deben
sentir aun mucho mejor la influencia del centro.
Toda reunión Espiritista debe, pues, procurar la mayor
homogeneidad posible; bien entendido que hablamos de aquellas
que quieren llegar a resultados formales y verdaderamente utiles;
si se quieren obtener simplemente comunicaciones, aun cuando
sea sin reparar en la cualidad de aquellos que las dan, es evidente
que todas estas precauciones no son necesarias, pero en tal caso
no hay que quejarse tampoco de la cualidad del producto.
332. El recogimiento y la comunión de pensamientos, siendo
las condiciones esenciales de toda reunión formal, se comprende
que el número demasiado crecido de los asistentes, debe ser una
de las causas más contrarias a la homogeneidad. Ciertamente no
hay ningún límite absoluto para este número, y se concibe que
cien personas, suficientemente recogidas y atentas, estarán en
menores condiciones que diez que estuviesen distraídas y en
desorden; pero también es evidente que cuanto más grande es el
número, más difícil es que las condiciones tengan efecto. Es un
hecho probado por la experiencia que los pequeños grupos íntimos
están siempre más favorecidos por hermosas comunicaciones, y
es por los motivos que hemos explicado.
333. Hay también otro punto que no es menos necesario: la
regularidad de las reuniones. En todas hay siempre Espíritus que
podrían llamarse los acostumbrados a la asistencia, y no se
entienda por esto que queremos decir que estos Espíritus se
encuentran por todo y se mezclan en todo; estos son ya Espíritus
protectores, ya aquellos a quienes se pregunta más a menudo. No
debe creerse que estos Espíritus no tengan otra cosa que hacer
que escucharnos; tienen sus ocupaciones y también pueden
encontrarse en condiciones poco favorables para ser evocados.
Cuando las reuniones tienen lugar en día y hora fijas se disponen
en consecuencia, y es raro que falten. Los hay también que llevan
la puntualidad hasta el exceso; se formalizan si se retardan un
cuarto de hora, y si ellos mismos señalan el momento de una
conversación, se les llamaría en vano algunos minutos más pronto.
Sin embargo, añadamos que aun cuando los Espíritus prefieren la
regularidad, los que verdaderamente son superiores, no son
meticulosos sobre este punto. La exigencia de una puntualidad
rigurosa es una señal de inferioridad, como todo lo que es pueril.
Fuera de las horas consagradas sin duda pueden venir, y aun vienen
con gusto si el objeto es útil; pero nada es más pernicioso para las
buenas comunicaciones que el llamarles a diestro y siniestro,
cuando se apodera de nosotros la fantasía y sobre todo sin motivo
formal; como no están obligados a someterse a nuestros caprichos,
podría ser muy bien que no quisieran incomodarse, y entonces es
cuando sobre todo otros pueden tomar su puesto y su nombre.
De las sociedades propiamente dichas
334. Todo lo que hemos dicho sobre las reuniones en general,
naturalmente se aplica a las sociedades regularmente constituidas;
éstas, sin embargo, tienen que luchar contra algunas dificultades
especiales que nacen del mismo lazo que une los miembros.
Habiéndosenos pedido algunas veces consejos sobre su
organización, los reasumiremos a continuación con pocas palabras.
El Espiritismo que apenas acaba de nacer se aprecia aun
diversamente, y es aun poco comprendido en su esencia por un
gran número de adeptos, para ofrecer un lazo poderoso entre los
miembros de lo que podría llamarse una asociación. Este lazo
sólo puede existir entre aquellos que ven en él un objeto moral, lo
comprenden y se lo aplican a sí mismos. Entre aquellos que sólo
ven en sí hechos más o menos curiosos, no podría establecerse
nada formal; poniendo los hechos sobre los principios, una simple
divergencia en el modo de verlos pudiera dividirles. No sucede lo
mismo con los primeros, porque sobre la cuestión moral no puede
haber dos modos de ver; también es de notar que por todas partes
en donde éstos se encuentran, una confianza recíproca atrae los
unos hacia los otros; la benevolencia mutua que reina entre ellos
destierra el disgusto y la violencia que nacen de la susceptibilidad,
del orgullo que se resiente de la menor contradicción y del egoísmo,
que todo se lo atribuye. Una sociedad en la que reinasen tales
sentimientos sin división, en donde se fuera únicamente con el fin
de instruirse en la enseñanza de los Espíritus, y no con la esperanza
de ver las cosas más o menos interesantes, o para hacer prevalecer
su opinión, una sociedad así, decimos, no sólo sería viable, sino
que sería indisoluble. La dificultad también de reunir numerosos
elementos homogéneos desde este punto de vista, nos obliga a
decir que, en interés de los estudios, y por el bien de la doctrina
misma, las reuniones espiritistas deben procurar multiplicarse por
pequeños grupos, más bien que constituirse en grandes
aglomeraciones. Estos grupos correspondiéndose entre sí,
visitándose y transmitiéndose sus observaciones pueden desde
luego formar el núcleo de la grande familia espirita, que un día
fusionará todas las opiniones y unirá a los hombres en un mismo
sentimiento de fraternidad sellado por la caridad cristiana.
335. Hemos visto la importancia de la uniformidad de
sentimientos para obtener buenos resultados; esta uniformidad
necesariamente es tanto más difícil de obtener cuanto más grande
es el número. En las pequeñas reuniones se conoce uno mejor, se
está más seguro de los elementos que se introducen en ellas, el
silencio y recogimiento son más fáciles; y todo se pasa allí como
entre familia. Las grandes asambleas excluyen la intimidad por la
variedad de los elementos de que se componen; exigen locales
especiales, recursos pecuniarios y un aparato administrativo inútil
en los grupos pequeños; la divergencia de caracteres, de ideas y
de opiniones se manifiesta mejor y ofrece a los Espíritus
enredadores más facilidad para sembrar la discordia. Cuanto más
numerosa es la reunión, más difícil es poder contentar a todo el
mundo; todos quisieran que los trabajos fuesen dirigidos a su gusto,
que con preferencia se ocupasen de los asuntos que más les
interesan; algunos creen que el título de asociado les da el derecho
de imponer su manera de ver las cosas; de aquí se sigue la tirantez,
una causa de malestar que conduce tarde o temprano a la desunión,
después a la disolución: suerte de todas las sociedades, cualquiera
que sea su objeto. Las pequeñas reuniones no están sujetas a las
mismas fluctuaciones; la caída de una grande sociedad sería una
desgracia aparente para la causa del Espiritismo y sus enemigos
no dejarían de aprovechar la ocasión; la disolución de un grupo
pequeño pasa desapercibida, además que si uno se dispersa, al
lado de él se forman otros veinte; así, pues, veinte grupos de quince
a veinte personas, obtendrán más y harán más para la propagación,
que una asamblea de tres a cuatrocientas.
Sin duda se dirá que los miembros de una sociedad que
obrasen del modo que acabamos de manifestar no serían
verdaderos espiritistas, puesto que el primer deber que impone la
doctrina, es la caridad y la benevolencia. Esto es perfectamente
justo; también aquellos que piensan de este modo son más bien
espiritistas de nombre que de hecho; seguramente no pertenecen
a la tercera categoría (véase número 28). ¿Pero quién dice que
éstos sean ni siquiera espiritistas? Aquí se presenta una
consideración que no deja de tener alguna gravedad.
336. No olvidemos que el Espiritismo tiene enemigos
interesados en contrarrestarle y que ven su buena marcha con
despecho; los más peligrosos no son los que atacan abiertamente,
sino los que trabajan en secreto; éstos con una mano lo acarician,
y con otra lo destrozan. Estos seres mal intencionados se introducen
por todas parte en donde puedan hacer mal; como saben que la
unión es la fuerza, procuran destruirla poniendo la tea de la
discordia. ¿Quién no pensará, pues, que aquellos que en las
reuniones siembran turbación y cizaña no sean los agentes
provocadores que procuran el desorden? Seguramente éstos no
son ni verdaderos ni buenos espiritistas; nunca pueden hacer bien
y pueden hacer mucho mal. Se comprende que tienen mucha más
facilidad en insinuarse en las reuniones numerosas que en los
pequeños grupos en los que todo el mundo se conoce; a favor de
sordos manejos que pasan desapercibidos, siembran la duda, la
desconfianza y la defección; bajo la apariencia de un hipócrita
interés por la cosa, todo lo critican, forman conciliábulos y corrillos
que muy pronto rompen la armonía del conjunto; esto es lo que
ellos quieren. Con respecto a estas personas, acudir a los
sentimientos de caridad y de fraternidad es como si se hablase a
sordos voluntarios, porque su objeto es precisamente el destruir
estos sentimientos, que son el más grande obstáculo para sus
manejos. Este estado de cosas, fastidioso en todas las sociedades,
lo es aun más en las sociedades espiritistas, porque si no conduce
a un rompimiento, causa una preocupación incompatible con el
recogimiento y la atención.
337. Si la reunión, se dirá, está en mal camino, ¿los hombres
sensatos y bien intencionados no tienen el derecho de la crítica, y
deben dejar pasar el mal sin decir nada y aprobarlo con su silencio?
Sin duda están en su derecho: además es un deber; pero si su
intención es verdaderamente buena, admiten su parecer con
prudencia y benevolencia, abiertamente y no ocultamente; si no
se les secunda, se retiran; porque no se podría concebir que aquel
que no tuviese una segunda intención, se obstinase en quedarse
en una sociedad en la que se hicieran cosas que no le convinieran.
Pueden, pues, establecerse en principio que cualquiera que
en una reunión espiritista provocase el desorden o la desunión,
ostensiblemente o bajo mano, por cualesquiera medios, o es un
agente provocador, o al menos muy mal espiritista del que debe
desembarazarse muy pronto; pero las mismas obligaciones que
atan a todos los miembros a menudo son un obstáculo para ello;
por esto conviene evitar las obligaciones indisolubles; los hombres
de bien siempre está bastante obligados, los mal intencionados lo
son siempre demasiado.
338. Además de las personas notoriamente malévolas que
se entrometen en las reuniones, hay aquellos que por carácter,
llevan tan turbación en sí mismos por todas partes en donde se
encuentran: no se podía pues ser bastante circunspecto sobre los
elementos nuevos que se introducen en ellas. Los más incómodos
en este caso, no son los ignorantes en la materia, ni tampoco los
que no creen: la convicción no se adquiere sino por la experiencia,
y hay personas que quieren ilustrarse de buena fe. De los que uno
debe guardarse es de las gentes que tienen un sistema
preconcebido; de los incrédulos que dudan de todo, aun de la
evidencia; de los orgullosos, que pretendiendo tener ellos solos la
ciencia infusa, quieren imponer en todo su opinión y miran con
desdén a cualquiera que no piense como ellos. No os dejéis seducir
por su pretendido deseo de ilustrarse; hay más de uno que se
incomodaría si se le forzara en convenir que se le engaña; guardaos
sobre todo de esos peroradores insípidos que quieren ser siempre
los últimos y de aquellos que sólo se complacen en la
contradicción; los unos y los otros hacen perder el tiempo sin
provecho para ellos mismos; los Espíritus no quieren palabras
inútiles.
339. Vista la necesidad de evitar toda causa de turbación y
de distracción, una sociedad espiritista que se organice debe llamar
toda su atención sobre los medios propios para quitar a los
promovedores de desórdenes los medios de incomodar y en dar la
más grande facilidad para separarlos. Las reuniones pequeñas sólo
tienen necesidad de un reglamento disciplinario muy sencillo para
el orden de las sesiones; las sociedades regularmente constituidas
exigen una organización más completa; la mejor será aquella cuyo
mecanismo sea menos complicado; las unas y las otras encontrarán
aquello que les será aplicable, o lo que creerán útil, en el
reglamento de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, que
damos más adelante.
340. Las sociedades, pequeñas o grandes, y todas las
reuniones, cualquiera que sea su importancia, tienen que luchar
contra otro escollo. Los promovedores de disturbios no sólo están
en su seno, están también en el mundo invisible. De la misma
manera que hay Espíritus protectores para las sociedades, las
ciudades y los pueblos, los Espíritus malhechores se unen a los
grupos lo mismo que a los individuos; primeramente atacan a los
más débiles, a los más accesibles, de los cuales procuran hacer
sus instrumentos, y poco a poco intentan invadir las masas; porque
su alegría perversa están en razón del número de aquellos que
tienen bajo su yugo. Todas las veces, pues, que en un grupo, una
persona cae en un lazo, es preciso decir que hay un enemigo en el
campo, un lobo en el redil, y que debe un prevenirse, porque es
más que probable que multiplicará sus tentativas; si no se le corta
el vuelo por una resistencia enérgica, la obsesión viene a ser
entonces un mal contagioso que se manifiesta en los médiums
por la perturbación de la mediumnidad, y en los otros por la
hostilidad de sentimientos, la perversión del sentido moral y la
turbación de la armonía. Como el más poderoso antídoto de este
veneno es la caridad, tratan de sofocarla. Es preciso, pues, no esperar que el mal sea incurable para poner remedio, tampoco es
menester esperar los primeros síntomas, es preciso saberlo
precaver; para esto hay dos medios eficaces si se emplean bien: la
oración de corazón y el estudio atento de las menores señales que
revelan la presencia de los Espíritus mentirosos; el primero atrae
a los buenos Espíritus que solo asisten con celo a los que les
secundan por su confianza en Dios; el otro prueba a los Espíritus
malos que tienen que habérselas con personas que ven bastante
claro para que se dejen engañar. Si uno de los miembros sufre la
influencia de la obsesión, todos los esfuerzos deben dirigirse, desde
los primeros indicios, a abrirle los ojos por temor de que el mal se
agrave, a fin de convencerle de que es engañado y con el deseo de
secundar a los que quieren desembarazarle.
341. La influencia del centro es consecuencia de la
naturaleza de los Espíritus y de su modo de acción sobre los seres
vivientes; de esta influencia cada uno puede deducir las
condiciones más favorables para una sociedad que aspira a
conciliar a la simpatía de los buenos Espíritus, y a no obtener sino
buenas comunicaciones separando las malas. Estas condiciones
están todas en las disposiciones morales de los asistentes; se
resumen en los puntos siguientes:
Perfecta comunidad de miras y de sentimientos;
Benevolencia recíproca entre todos los miembros;
Ausencia de todo sentimiento contrario a la verdadera
caridad cristiana;
Deseo único de instruirse y mejorarse por la enseñanza de
los buenos Espíritus y sacar provecho de sus consejos. Cualquiera
que se persuada que los Espíritus superiores se manifiestan con el
objeto de hacernos progresar y no para nuestro placer, comprenderá
que deben retirarse de aquello que se limitan a admirar su estilo
sin sacar de él ningún fruto, y no toman el atractivo de las sesiones,
sino por el mayor o menor interés que les ofrecen según sus gustos
particulares;
Exclusión de todo lo que en las comunicaciones pedidas a
los Espíritus, sólo tendrían un objeto de curiosidad;
Recogimiento y silencio respetuosos durante la conversación
con los Espíritus;
Asociación de todos los asistentes, por el pensamiento, al
llamamiento que se hace de los Espíritus que se evocan;
Concurso de los médiums de la asamblea con ausencia de
todo sentimiento de orgullo, de amor propio y de supremacia y
por el único deseo de hacerse útiles.
¿Son tan difíciles de llenar estas condiciones que no se
puedan encontrar? No lo creemos así; esperamos, por el contrario,
que las reuniones verdaderamente formales, como las que existen
ya en diferentes partes se multiplicarán, y no nos escondemos
para decir que a ellos deberá el Espiritismo su más poderosa
propagación; reuniendo a los hombres de bien y de conciencia,
impondrán silencio a la crítica y cuanto más puras sean sus
intenciones, más respetadas serán también de sus adversarios;
cuando la burla ataca lo bueno, cesa de hacer reír: se vuelve
despreciable. Entre las reuniones de este género un verdadero lazo
simpático, una solidaridad mutua, se establecerá por la fuerza de
las cosas y contribuirán al progreso general.
342. Sería un error el creer que las reuniones que se ocupan
especialmente de manifestaciones físicas, estén fuera de este
concierto fraternal, y que excluyen todo pensamiento formal; si
no requieren condiciones tan rigurosas, tampoco se asiste a ellas
impugnemente cuando hay ligereza, y se engañaría cualquiera si
creyera que el concurso de los asistentes sea absolutamente nulo;
si tiene la prueba de lo contrario en el hecho de que a menudo las
manifestaciones de este género, aun cuando sean provocados por
excelentes médiums, no pueden producirse en ciertas reuniones.
Hay, pues, también influencias contrarias para esto, y estas
influencias sólo pueden estar en la divergencia o en la hostilidad
de los sentimientos que paralizan los esfuerzos de los Espíritus.
Las manifestaciones físicas, como hemos dicho, son de gran
utilidad, abren un vasto campo al observador, porque es todo un
orden de fenómenos insólitos que se desarrollan ante sus ojos, y
cuyas consecuencias son incalculables. Una asamblea, puede, pues,
ocuparse de ellos con miras muy formales, pero no podría
conseguir su objeto, sea como estudio, sea como medio de
convicción, si no se coloca en condiciones favorables; la primera
de todas es, no la fe de los asistentes, sino su deseo de recibir la
luz sin segunda intención, sin haber tomado el partido de rechazar
la misma evidencia; la segunda es la restricción de su número
para evitar la mezcla de elementos heterogéneos. Si las
manifestaciones físicas son producidas en general por los Espíritus
menos avanzados, no por esto tienen un objeto menos providencial,
y los Espíritus buenos las favorecen todas las veces que pueden
tener un resultado útil.
Objetos de estudio
343. Cuando evocamos a nuestros parientes y amigos, y a
algunos personajes célebres para comparar sus opiniones de
ultratumba con las que tenían cuando vivían, se halla uno
embarazado para continuar la conversación sin que se caiga en
las ligerezas y en las fruslerías. Muchas personas creen también,
que El libro de los Espíritus ha agotado la serie de preguntas de
moral y de filosofía; esto es un error; por esto puede ser útil indicar
el manantial de donde pueden sacarse motivos de estudio, por
decirlo así, ilimitados.
344. Si la evocación de los hombres ilustrados, de los
Espíritus superiores, es eminentemente útil para la enseñanza que
nos dan, la de los Espíritus vulgares no lo es menos, bien que sean
incapaces de resolver las cuestiones de alta importancia; por su
inferioridad se pintan ellos mismos, y cuanto menos es la distancia
que nos separa, más relaciones encontramos con nuestra propia
situación, sin contar que muchas veces nos ofrecen rasgos característicos de la más alta importancia, como lo hemos
explicado antes, (número 281), hablando de la utilidad de las
evocaciones particulares. Es, pues, una mina inagotable de
observaciones solo tomando los hombres cuya vida presenta alguna
particularidad con respecto al género de muerte, a la edad, a las
buenas o malas cualidades, a su posición, feliz o infeliz sobre la
tierra, a sus costumbres, al estado mental, etc.
Con los Espíritus elevados, el cuadro de estudios se
ensancha; además de las cuestiones psicológicas que tienen un
límite, se les pueden proponer una multitud de problemas morales
que se extienden hasta el infinito sobre todas las posiciones de la
vida, sobre la conducta mejor que puede observarse sobre tal o
cual circunstancia dada, sobre nuestros deberes recíprocos, etc.
El valor de la instrucción que se recibe sobre algún asunto moral,
histórico, filosófico, científico, depende enteramente del estado
del Espíritu a quien se pregunta; a nosotros toca el juzgar.
345. Además de las evocaciones propiamente dichas, los
dictados espontáneos, ofrecen objetos de estudio hasta el infinito.
Consisten en esperar el asunto que quieran tratar los Espíritus.
Muchos médiums pueden en este caso trabajar simultáneamente.
Alguna vez puede llamarse a un Espíritu determinado; lo más
regular es esperar a los que quieran presentarse, y algunas veces
vienen del modo más imprevisto. Estas comunicaciones pueden
dar lugar en seguida a una multitud de cuestiones, cuyo tema se
encuentra de este modo preparado. Deben ser comentadas con
cuidado para estudiar todos los pensamientos que encierran y
juzgar si llevan el sello de la verdad. Este examen hecho con
severidad es, como hemos dicho, la mejor garantía contra la
instrucción de los Espíritus mentirosos; con este motivo y también
para la instrucción de todos, podrá darse conocimiento de las
comunicaciones obtenidas fuera de la reunión. Hay en esto, como
se ve, un manantial inagotable de elementos eminentemente
formales e instructivos.
346. Las ocupaciones de cada sesión pueden arreglarse del
modo que sigue:
1º Lectura de las comunicaciones espiritistas obtenidas en
la última sesión, puestas en limpio.
2º Noticias diversas. – Correspondencia. – Lectura de las
comunicaciones obtenidas fuera de las sesiones. – Relación de
los hechos interesantes del Espiritismo.
3º Trabajos de estudio – Dictados espontáneos. – Cuestiones
diversas y problemas morales propuestos a los Espíritus.
–Evocaciones.
4º Conferencia – Examen crítico y analítico de las diversas
comunicaciones. – Discusión sobre los diferentes puntos de la
ciencia espiritista.
347. Los grupos que empiezan tienen que pararse muchas
veces por falta de médiums. Los médiums son seguramente uno
de los elementos esenciales de las reuniones espiritistas, pero no
son elementos indispensables, y no se tendría razón en creer que
en defecto de ellos nada haya que hacer. Sin duda aquellos que no
se reúnen, sino con el objeto de hacer experimentos, no pueden
hacerlo sin médiums, como los músicos en un concierto, sin
instrumentos; pero aquellos que llevan la mira de un estudio formal
tienen mil motivos de ocupación tan útiles y provechosos, como
si pudiesen obrar con los mismos. Además las reuniones que tienen
médiums pueden accidentalmente encontrarse sin ellos y sería
enojoso que creyesen, en este caso, no tener que hacer otra cosa
que retirarse. Los mismos Espíritus pueden, de tiempo en tiempo,
dejarles en esta posición, con el fin de enseñarles a pasarse sin
ellos. Diremos más; es necesario para aprovecharse de su
enseñanza, consagrar algún tiempo en meditarla. Las sociedades
científicas no siempre tienen los instrumentos de observación a la
vista, y sin embargo encuentran objetos de discusión; en ausencia
de poetas y oradores, las sociedades literarias, leen y comentan
las obras de autores antiguos y modernos; las sociedades religiosas
meditan sobre las Escrituras; las sociedades espiritistas deben hacer
lo mismo, y sacarán un gran provecho para su adelantamiento,
estableciendo conferencias en las cuales se lea y comente todo lo
que pueda tener relación con el Espiritismo en pro o en contra.
De esta discusión en la que cada uno lleva el tributo de sus
reflexiones, brotan rayos de la luz que pasan desapercibidos en la
lectura individual. Al lado de estas obras especiales, los periódicos
abundan de hechos, relaciones, acontecimientos, rasgos de virtudes
o vicios que suscitan grandes problemas morales, que sólo el
Espiritismo puede resolver, y éste es también un medio de probar
que tiene relación con todos los ramos del orden social.
Aseguramos que una sociedad espiritista que organizase sus
trabajos en este sentido, procurándose los materiales necesarios,
no tendría bastante tiempo para las comunicaciones directas de
los Espíritus; por lo que llamamos la atención sobre este punto de
las reuniones verdaderamente formales, de aquellas que toman
más empeño en instruirse que en buscar un pasatiempo. (Véase el
núm. 207, capítulo de la “Formación de los médiums”).
Rivalidad entre las sociedades
348. Las reuniones que se ocupan exclusivamente de
comunicaciones inteligentes y las que se entregan al estudio de
las manifestaciones físicas, tienen cada una su misión; ni las unas
ni las otras estarían en el verdadero espíritu del Espiritismo si se
mirasen con mal ojo, y la que lanzase piedras a la otra, probaría
por esto solo la mala influencia que la domina; todas deben
concurrir, aunque por caminos diferentes, al objeto común que es
la investigación y la propagación de la verdad; su antagonismo,
que sería un efecto de orgullo sobrexcitado, entregando armas a
los detractores, sólo haría daño a la causa que pretenden defender.
349. Estas últimas reflexiones se aplican igualmente a todos
los grupos que pudiesen diferir sobre algunos puntos de la doctrina.
Como lo hemos dicho ya en el capítulo de las Contradicciones,
estas divergencias se refieren, en la mayoría de los casos a los
accesorios y muchas veces a simples palabras; habría, pues,
puerilidad en formar opinión aparte, porque no se pensase
exactamente del mismo modo. Sería aun peor que esto, si los
diferentes grupos o sociedades de una misma población se mirasen
con envidia. La envidia se comprende entre las gentes que se hacen
competencia y pueden acarrearse un perjuicio material; pero
cuando no hay especulación, la envidia puede ser una rivalidad
mezquina de amor propio. Como en definitiva, no hay sociedad
que pueda reunir en su seno a todos los adeptos, los que están
animados por un verdadero deseo de propagar la verdad y cuyo
objeto es únicamente moral, deben ver con placer multiplicarse
las reuniones, y si hay en ellas competencia debe ser para ver
quien hará más bien. Las que pretendieran estar en lo verdadero
con exclusión de las otras deberían probarlo tomando por divisa
el amor y la caridad; porque tal es el sello de todo verdadero
espiritista. ¿Quieren prevalecerse de la superioridad de los
Espíritus que les asisten? Que lo prueben por la superioridad de
las enseñanzas que reciben, y por la aplicación que se hace de las
mismas; este es un criterio infalible para distinguir a los que
marchan por el mejor camino.
Ciertos Espíritus más presuntuosos que lógicos, prueban
algunas veces imponer sistemas extraños e impracticables a favor
de nombres venerados de los que se amparan. El buen sentido
hace muy pronto justicia a estas utopías, pero esperando, pueden
sembrar la duda y la incertidumbre entre los adeptos; de aquí viene
a menudo una causa de disentimiento momentáneo. Además de
los medios que hemos dado para apreciarles, hay otro criterio que
da la medida de su valor; es el número de partidarios que reclutan.
La razón dice que el sistema que encuentra más eco en las masas,
debe estar más cerca de la verdad que aquel que es rechazado por
la mayoría y ve disminuir sus filas; así, pues, tened por cierto que
los Espíritus que rehusan la discusión de su enseñanza es porque
comprenden su debilidad.
350. Si el Espiritismo debe, así como está anunciado,
conducir a la transformación de la Humanidad, esto sólo será
posible por el mejoramiento de las masas, y no llegará sino
gradualmente y poco a poco por el de sus individuos. ¿Qué importa
creer en la existencia de los Espíritus, si esta creencia no hace
mejor, más benévolo, más indulgente para con sus semejantes,
más humilde y más paciente en la adversidad? ¿Para qué le sirve
al avaro el ser espiritista, si siempre es avaro; al orgulloso, si
siempre está lleno de sí mismo; al envidioso, si siempre tiene
celos? Todos los hombres podrían, pues, creer en las
manifestaciones, y la Humanidad quedar estacionada pero no son
estos los designios de Dios. Todas las sociedades espiritistas
formales deben dirigirse hacia el objeto providencial agrupándose
alrededor de ellas los que tienen unos mismos sentimientos;
entonces habrá unión entre ellas, simpatía, fraternidad, y no un
vano y pueril antagonismo de amor propio, de palabras más bien
que de cosas; entonces serán fuertes y poderosos, porque se
apoyarán sobre una base inalterable: el bien para todos; entonces
serán respetadas e impondrán silencio al torpe sarcasmo, porque
hablarán en nombre de la moral evangélica respetada por todos.
Tal es el camino por el cual nos esforzamos en hacer entrar
al Espiritismo. El estandarte que enarbolamos muy alto, es el del
Espiritismo cristiano y humanitario y nos consideramos felices
al ver reunirse a su alrededor tantos hombres en todos los puntos
del globo, porque comprenden que aquí está el áncora de salvación,
la salvaguardia del orden público, la señal de una era nueva para
la Humanidad. Invitamos a todas las sociedades espiritistas a que
concurran a esta grande obra; que de una a otra parte del mundo
se tiendan la mano fraternal y confundirán el mal encerrándole en
confusas redes.