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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > LOS MILAGROS > CAPÍTULO XIII - Caracteres de los milagros > Lo sobrenatural y las religiones > 19
19. Si tomamos la palabra milagro en su acepción etimoló- gica, en el sentido de cosa admirable, se producen milagros permanentemente alrededor nuestro. Los aspiramos en el aire y los encontramos a cada paso, porque todo es milagro en la naturaleza
¿Queréis dar al pueblo, a los ignorantes, a los pobres de espí- ritu, una idea del poder de Dios? Mostrádselo en la sabiduría infinita que rige todas las cosas, en el sorprendente organismo de todo lo que vive, en la fructificación de las plantas, en la adaptación de todas las partes de cada ser a sus necesidades, de acuerdo con el medio donde le ha tocado vivir. Mostradles la acción de Dios en una brizna de hierba, en el pimpollo que se convierte en flor, en el Sol que a todo vivifica. Mostradles su bondad en la solicitud que dispensa a todas las criaturas, por ínfimas que sean; su previsión en la razón de ser de cada cosa, ninguna de las cuales es inútil, y en el bien que siempre proviene de un mal aparente y transitorio. Hacedles comprender, sobre todo, que el mal verdadero es obra del hombre y no de Dios; no tratéis de amedrentarlos con el cuadro de las penas eternas, en las que acaban por dejar de creer, y que los llevan a dudar de la bondad de Dios. En lugar de eso, dadles valor mediante la certeza de que un día podrán redimirse y reparar el mal que hayan cometido. Señaladles los descubrimientos de la ciencia como revelaciones de las leyes divinas, y no como obra de Satanás. Enseñadles, por último, a leer el libro de la naturaleza, siempre abierto ante sus ojos; ese libro inagotable en cuyas páginas están inscriptas la bondad y la sabiduría del Creador. Entonces ellos comprenderán que un Ser tan grande, que se ocupa de todo, que todo lo cuida, que todo lo prevé, forzosamente dispone del poder supremo. El labrador lo verá cuando are su campo, y el desdichado lo bendecirá en sus aflicciones, diciendo: “Si soy desdichado, es por culpa mía”. Entonces, los hombres serán auténticamente religiosos, racionalmente religiosos sobre todo, mucho más que si creyeran en piedras que rezuman sangre, o en estatuas que pesta- ñean y derraman lágrimas.
¿Queréis dar al pueblo, a los ignorantes, a los pobres de espí- ritu, una idea del poder de Dios? Mostrádselo en la sabiduría infinita que rige todas las cosas, en el sorprendente organismo de todo lo que vive, en la fructificación de las plantas, en la adaptación de todas las partes de cada ser a sus necesidades, de acuerdo con el medio donde le ha tocado vivir. Mostradles la acción de Dios en una brizna de hierba, en el pimpollo que se convierte en flor, en el Sol que a todo vivifica. Mostradles su bondad en la solicitud que dispensa a todas las criaturas, por ínfimas que sean; su previsión en la razón de ser de cada cosa, ninguna de las cuales es inútil, y en el bien que siempre proviene de un mal aparente y transitorio. Hacedles comprender, sobre todo, que el mal verdadero es obra del hombre y no de Dios; no tratéis de amedrentarlos con el cuadro de las penas eternas, en las que acaban por dejar de creer, y que los llevan a dudar de la bondad de Dios. En lugar de eso, dadles valor mediante la certeza de que un día podrán redimirse y reparar el mal que hayan cometido. Señaladles los descubrimientos de la ciencia como revelaciones de las leyes divinas, y no como obra de Satanás. Enseñadles, por último, a leer el libro de la naturaleza, siempre abierto ante sus ojos; ese libro inagotable en cuyas páginas están inscriptas la bondad y la sabiduría del Creador. Entonces ellos comprenderán que un Ser tan grande, que se ocupa de todo, que todo lo cuida, que todo lo prevé, forzosamente dispone del poder supremo. El labrador lo verá cuando are su campo, y el desdichado lo bendecirá en sus aflicciones, diciendo: “Si soy desdichado, es por culpa mía”. Entonces, los hombres serán auténticamente religiosos, racionalmente religiosos sobre todo, mucho más que si creyeran en piedras que rezuman sangre, o en estatuas que pesta- ñean y derraman lágrimas.