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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > EL GÉNESIS > CAPÍTULO V - Sistemas antiguos y modernos sobre el origen del mundo > 12
12. En los albores del siglo XVI, Copérnico, célebre astrónomo nacido en Thorn (Prusia) en
1472 y muerto en 1543, retomó las ideas de Pitágoras y publicó un sistema confirmado por las
observaciones. Éste fue recibido favorablemente y no tardó en desplazar al sistema Ptolomeo.
Según el sistema de Copérnico el Sol se encuentra en el centro y los planetas describen órbitas
circulares alrededor de él, mientras que la Luna es un satélite de la Tierra.
Un siglo más tarde, en 1609, Galileo, natural de Florencia, inventó el telescopio y en 1610
descubrió los cuatro satélites de Júpiter y calculó sus revoluciones. Descubrió que los planetas no
tienen luz propia como las estrellas y que el Sol ilumina a aquéllos, como también que son esferas
similares a la Tierra. Observó sus fases y determinó la duración de rotación sobre sus ejes, y,
mediante pruebas materiales, ratificó definitivamente el sistema de Copérnico.
Desde ese momento se desplomó el sistema de los cielos superpuestos y se reconoció que
los planetas son mundos similares a la Tierra, habitados como ella. Que las estrellas son
innumerables soles, centros probables de otros tantos sistemas planetarios. Al Sol se le consideró
una estrella, un centro de un torbellino de planetas a los que atrae.
Las estrellas ya no están confinadas a una zona específica de la esfera celeste, sino que se
hallan irregularmente diseminadas en un espacio ilimitado: las que parecen tocarse se encuentran a
distancias inconmensurables unas de otras, las más pequeñas en apariencia son las más alejadas de
nosotros y las de mayor tamaño son las más cercanas, y éstas, incluso, se hallan a cientos de miles
de kilómetros.
Los grupos que reciben el nombre de constelaciones son conjuntos aparentes, producto de la
distancia, y sus figuras son meros efectos de perspectiva, como le ocurre a quien, ubicado en un
lugar fijo, cree ver juntas las luces dispersas de una planicie o los árboles de un bosque. Sin
embargo, esos conjuntos no existen en la realidad. Si pudiésemos trasladarnos al lugar donde está
ubicada una de esas constelaciones veríamos que a medida que nos fuésemos acercando la forma
desaparecería y se nos presentarían nuevas figuras.
Por consiguiente, y dado que estos grupos existen sólo en apariencia, el significado que les
otorga cierta creencia vulgar y supersticiosa es irrisorio y su influencia es válida sólo en la
imaginación.
Para distinguirlas se les bautizó con diferentes nombres: Leo, Tauro, Géminis, Libra,
Capricornio, Cáncer, Escorpión, Hércules, Osa Mayor o Carro de David, Osa Menor, Lira, etc., se
las representa mediante dibujos que simbolizan sus nombres, en los que interviene la fantasía, ya
que en todos los casos no hay relación alguna entre esos dibujos y la forma aparente del grupo
estelar. En vano buscaríamos esas figuras en el cielo.
La creencia en la influencia de las constelaciones, sobre todo en las que constituyen los doce
signos del zodíaco, proviene de la idea que brindan sus nombres: si la constelación de Leo hubiese
sido bautizada asno u oveja, se le hubiese atribuido una influencia totalmente diferente.