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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > EL GÉNESIS > CAPÍTULO III - El Bien y El Mal > Instinto e inteligencia > 12
12. La inteligencia se revela mediante actos voluntarios, reflexivos, premeditados y
combinados según las circunstancias. Es indudablemente, un atributo exclusivo del alma.
Todos los actos mecánicos son instintivos. Los que denotan reflexión y premeditación son
inteligentes. Unos son libres, los otros no lo son.
El instinto es una guía seguro, jamás se equivoca. La inteligencia, en razón de su carácter
libre, está sujeta a errores.
1. El error consiste en creer que el alma salió perfecta de manos del Creador, mientras que, por el
contrario, Dios quiso que la perfección fuese el resultado de la depuración gradual del espíritu y de su propia
labor. Deseó que el alma, en virtud de su libre arbitrio, pudiese optar entre el bien y el mal y que llegase a su
meta última gracias a una vida de luchas y de resistencia a éste. Si hubiese creado al alma perfecta y asociada a
su eterna beatitud, la hubiera hecho no a su imagen, sino a su semejanza (Bonnamy, juez de instrucción: La
razón del Espiritismo, cap. VI). [N. de A. Kardec.]
Aunque el acto instintivo no tenga el carácter de inteligente, revela una causa inteligente
esencialmente previsora. Si se afirma que el instinto se origina en la materia habría que admitir
que la materia es inteligente, incluso más inteligente y previsora que el alma, ya que el instinto no
comete errores y la inteligencia sí se equivoca.
Si se considera al instinto una inteligencia rudimentaria, ¿cómo puede ser que en ciertos
casos supere a la inteligencia racional? ¿Qué posibilita la ejecución de cosas que la inteligencia no
puede lograr?
Si es el atributo de un principio espiritual especial, ¿qué ocurre con ese principio? Ya que el
instinto se esfuma, ¿también desaparece el principio? Si los animales estuviesen dotados sólo de
instinto, su porvenir carecería de una salida y sus sufrimientos no tendrían compensación alguna.
Esto no estaría de acuerdo ni con la justicia ni con la bondad divina (cap. II:19).