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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > EL GÉNESIS > CAPÍTULO I - Caracteres de la revelación espírita > 38
38. Sin la preexistencia del alma, la doctrina del pecado original sería inconciliable con la
noción de justicia divina, ya que responsabilizaría a todos los hombres por el pecado de uno solo.
Carecería, además, de sensatez y justicia si, ateniéndonos a tal doctrina, creyéramos que ese alma
no existía en la época en que se cometió la falta, por la cual se pretende responsabilizarla.
Con la preexistencia, sabemos que el hombre trae consigo al renacer el germen de las
imperfecciones y defectos que no ha corregido y que se traducen en instintos innatos y tendencias
determinadas hacia tal o cual vicio. Allí reside su auténtico pecado original, por el cual sufre
naturalmente sus consecuencias, mas, con una diferencia capital, su sufrimiento se origina en
errores propios y no en los de un tercero. Además, existe una segunda diferencia que alivia,
consuela y trasunta equidad: cada existencia ofrece al hombre los medios para redimirse y reparar,
así como para progresar, ya sea liberándose de alguna imperfección o adquiriendo nuevos
conocimientos, hasta el momento en que su purificación sea completa y no tenga más necesidad de
la vida corporal y pueda vivir entonces la vida de los espíritus, eterna y bienaventurada.
Debido a esa misma razón, quien ha progresado moralmente trae al renacer cualidades
naturales, al igual que quien ha progresado intelectualmente posee ideas innatas, se identifica con el
bien, lo practica sin esfuerzo, sin cálculo, y, por así decirlo, sin pensar siquiera. En cambio, quien
está obligado a combatir sus malos instintos permanece todavía en estado de guerra interno. El
primero ya venció, el segundo lucha por vencer. Por consiguiente, hay virtud original, como hay
saber original y pecado, o dicho con más propiedad, vicio original.