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LAS PROFECÍAS
CAPÍTULO XVI - Teoría de la Presciencia
1. ¿Cómo es posible el conocimiento del futuro? Es lógico que se prevean los acontecimientos que habrán de ser consecuencia del estado presente, pero no los que no tienen con éste relación alguna, y menos aún los que se atribuyen al acaso. Se suele decir que las cosas futuras no existen, que todavía se encuentran en la nada. ¿Cómo, entonces, es posible saber que sucederán? Con todo, son muy numerosos los casos de predicciones que se cumplen, lo que nos lleva a la conclusión de que ahí se da un fenómeno para cuya explicación falta la clave, visto que no hay efecto sin causa. Esa causa es la que intentaremos descubrir, y el espiritismo, que es de por sí la clave de tantos misterios, nos la proveerá, mostrándonos también que el fenómeno de las predicciones no es incompatible con las leyes naturales.
Tomemos, a modo de comparación, un ejemplo de las cosas usuales, que nos ayudará a comprender el principio que nos proponemos dilucidar.
Tomemos, a modo de comparación, un ejemplo de las cosas usuales, que nos ayudará a comprender el principio que nos proponemos dilucidar.
2. Supongamos que un hombre ubicado en lo alto de una montaña contemple la vasta extensión de planicie que se extiende delante de él. En esa situación, la distancia de una legua le resultará poca cosa, y fácilmente podrá captar, con una sola mirada, todos los accidentes del terreno, desde el comienzo hasta el final del camino. Por su parte, un viajero que recorra ese camino por primera vez, sabrá que si avanza llegará a destino, lo que constituye una simple previsión de la consecuencia que habrá de tener su marcha; pero los accidentes del terreno, las subidas y bajadas, los ríos que deberá cruzar, los bosques que atravesará, los precipicios en que podría caer, los ladrones que lo acecharán para robarle, las casas hospitalarias donde podrá descansar, todo eso es independiente de su persona y constituye para él lo desconocido, el futuro, porque su vista no va más allá de la pequeña zona que lo rodea. En cuanto a la duración, la mide por el tiempo que emplea en recorrer el camino. Si se suprimieran los puntos de referencia, la duración desaparecería. En cambio, para el hombre que está en la cima de la montaña y que sigue al viajero con la mirada, todo aquello está presente. Supongamos que ese hombre vaya al encuentro del viajero y le diga: “En determinado momento encontrarás ladrones, serás atacado, pero recibirás auxilio”. Estará prediciendo el futuro, pero el futuro del viajero, puesto que para él, que es el autor de la previsión, ese futuro es el presente.
3. Ahora, si saliéramos del ámbito de las cosas puramente materiales y nos introdujéramos con el pensamiento en el dominio de la vida espiritual, veríamos que ese fenómeno se produce en mayor escala. Los Espíritus desmaterializados son como el hombre de la montaña: el espacio y la duración no existen para ellos. Pero la extensión y la penetración de su vista son proporcionales a la pureza y a la elevación que han alcanzado en la jerarquía espiritual. Ellos son, en relación con los Espíritus inferiores, como hombres provistos de poderosos telescopios al lado de otros que apenas disponen de los ojos. En los Espíritus inferiores la visión está circunscripta, no sólo porque ellos difícilmente pueden alejarse del mundo en el que están cautivos, sino también porque la densidad de sus periespíritus actúa como un velo en relación con las cosas distantes, del mismo modo que la niebla las oculta para los ojos del cuerpo.
Se comprende, por lo tanto, que de conformidad con el grado de perfección, un Espíritu pueda abarcar un período de algunos años, de algunos siglos e incluso de muchos miles de años. En efecto, ¿qué es un siglo en relación con el infinito? Los acontecimientos no se desarrollan en sucesión delante de él, como las irregularidades del camino delante del viajero: él ve simultáneamente el comienzo y el fin del período. Todos los sucesos que en ese lapso constituyen el porvenir para el hombre de la Tierra, son el presente para él, de modo que podría venir a decirnos con certeza: “determinada cosa ocurrirá en tal momento”, porque él ve esa cosa como el hombre desde la montaña ve lo que le espera al viajero en el transcurso de su viaje. Si así no lo hace, se debe a que el conocimiento del futuro podría resultar perjudicial para el hombre; obstaculizaría su libre albedrío; lo paralizaría en el trabajo que le corresponde cumplir a favor de su progreso. El bien y el mal con que el hombre se enfrentará en el futuro, al mantenerse como una incógnita, constituyen una prueba para él.
Si esa facultad, aunque restringida, puede incluirse entre los atributos de la criatura humana, ¿con qué grado de potencialidad no existirá en el Creador, que abarca el infinito? Para Dios, el tiempo no existe: el comienzo y el fin de los mundos constituyen el presente. Dentro de ese inmenso panorama, ¿qué representa la duración de la vida de un hombre, de una generación, de un pueblo?
Se comprende, por lo tanto, que de conformidad con el grado de perfección, un Espíritu pueda abarcar un período de algunos años, de algunos siglos e incluso de muchos miles de años. En efecto, ¿qué es un siglo en relación con el infinito? Los acontecimientos no se desarrollan en sucesión delante de él, como las irregularidades del camino delante del viajero: él ve simultáneamente el comienzo y el fin del período. Todos los sucesos que en ese lapso constituyen el porvenir para el hombre de la Tierra, son el presente para él, de modo que podría venir a decirnos con certeza: “determinada cosa ocurrirá en tal momento”, porque él ve esa cosa como el hombre desde la montaña ve lo que le espera al viajero en el transcurso de su viaje. Si así no lo hace, se debe a que el conocimiento del futuro podría resultar perjudicial para el hombre; obstaculizaría su libre albedrío; lo paralizaría en el trabajo que le corresponde cumplir a favor de su progreso. El bien y el mal con que el hombre se enfrentará en el futuro, al mantenerse como una incógnita, constituyen una prueba para él.
Si esa facultad, aunque restringida, puede incluirse entre los atributos de la criatura humana, ¿con qué grado de potencialidad no existirá en el Creador, que abarca el infinito? Para Dios, el tiempo no existe: el comienzo y el fin de los mundos constituyen el presente. Dentro de ese inmenso panorama, ¿qué representa la duración de la vida de un hombre, de una generación, de un pueblo?
4. No obstante, como el hombre debe cooperar al progreso general, pues ciertos acontecimientos tienen que ser el resultado de su colaboración, es conveniente que en casos especiales presienta esos acontecimientos, a fin de que haga sus planes y esté listo para actuar cuando llegue el momento propicio. Por eso Dios permite, en ocasiones, que se levante una punta del velo; pero siempre con un fin útil, nunca para satisfacer una curiosidad vana. Esa misión no puede ser confiada a todos los Espíritus, dado que muchos no conocen acerca del futuro más que los hombres, sino a Espíritus suficientemente adelantados para cumplirla. Ahora bien, es oportuno observar que las revelaciones de ese orden siempre se hacen espontáneamente y nunca, o al menos muy raramente, en respuesta a una pregunta directa.
5. Esa misión puede también ser confiada a determinados hombres, de la siguiente manera:
Aquel a quien se le ha confiado el encargo de revelar algo oculto recibe, sin proponérselo, la inspiración de los Espíritus que saben de qué se trata, y entonces la transmite automáticamente, sin comprender lo que hace. Se sabe además que, tanto durante el sueño como en el estado de vigilia, en los éxtasis de la doble vista, el alma se desprende y adquiere en un grado más o menos elevado las facultades del Espíritu libre. Si se trata de un Espíritu adelantado y, sobre todo, si ha recibido como los profetas una misión especial en ese sentido, gozará en los momentos de emancipación del alma de la facultad de abarcar por sí mismo un período más o menos extenso, y verá como presentes los acontecimientos de ese período. Puede entonces revelarlos en ese mismo instante o conservar el recuerdo de ellos al despertar. Si esos acontecimientos deben permanecer en secreto, él los olvidará o sólo conservará una vaga intuición de lo que se le ha revelado, suficiente para guiarlo instintivamente.
Aquel a quien se le ha confiado el encargo de revelar algo oculto recibe, sin proponérselo, la inspiración de los Espíritus que saben de qué se trata, y entonces la transmite automáticamente, sin comprender lo que hace. Se sabe además que, tanto durante el sueño como en el estado de vigilia, en los éxtasis de la doble vista, el alma se desprende y adquiere en un grado más o menos elevado las facultades del Espíritu libre. Si se trata de un Espíritu adelantado y, sobre todo, si ha recibido como los profetas una misión especial en ese sentido, gozará en los momentos de emancipación del alma de la facultad de abarcar por sí mismo un período más o menos extenso, y verá como presentes los acontecimientos de ese período. Puede entonces revelarlos en ese mismo instante o conservar el recuerdo de ellos al despertar. Si esos acontecimientos deben permanecer en secreto, él los olvidará o sólo conservará una vaga intuición de lo que se le ha revelado, suficiente para guiarlo instintivamente.
6. Ocurre, de ese modo, que en ciertas ocasiones esa facultad se desarrolla providencialmente, ante la inminencia de situaciones peligrosas, durante los grandes cataclismos, en las revoluciones; y es así también que la mayoría de las sectas perseguidas ha tenido numerosos videntes. Incluso a eso se debe que los arrojados capitanes avancen resueltamente contra el enemigo, convencidos de la victoria; que hombres de genio, como Cristóbal Colón por ejemplo, se dirijan hacia una meta prediciendo anticipadamente, por así decirlo, el momento en que habrán de alcanzarla. Eso se debe a que ellos han visto el objetivo, que no era desconocido para sus Espíritus.
Por consiguiente, el don de la predicción no tiene nada que sea más sobrenatural que una infinidad de fenómenos. Se basa en las propiedades del alma y en la ley que rige las relaciones del mundo visible con el mundo invisible, a las que el espiritismo ha venido a dar a conocer.
Es probable que esta teoría de la presciencia no resuelva de un modo absoluto todos los casos de revelaciones del porvenir que se puedan presentar, pero no es posible dejar de reconocer que establece el principio fundamental.
Por consiguiente, el don de la predicción no tiene nada que sea más sobrenatural que una infinidad de fenómenos. Se basa en las propiedades del alma y en la ley que rige las relaciones del mundo visible con el mundo invisible, a las que el espiritismo ha venido a dar a conocer.
Es probable que esta teoría de la presciencia no resuelva de un modo absoluto todos los casos de revelaciones del porvenir que se puedan presentar, pero no es posible dejar de reconocer que establece el principio fundamental.
7. A menudo, las personas dotadas de la facultad de predecir, sea en el estado de éxtasis o en el de sonambulismo, ven los acontecimientos como si estos estuvieran dibujados en un cuadro, lo que también se podría explicar mediante la fotografía del pensamiento. Sabemos que el pensamiento atraviesa el espacio así como los sonidos atraviesan el aire. Ahora bien, un hecho que esté en el pensamiento de los Espíritus encargados de que ese hecho se realice, o en el de los hombres cuyos actos deben provocarlo, puede atravesar el espacio y formar una imagen para el vidente; no obstante, como existe la posibilidad de que su realización sea anticipada o retrasada por un conjunto de circunstancias, el vidente percibe el hecho sin que por ello pueda determinar el momento en que ocurrirá. A veces, incluso, ese pensamiento es apenas un proyecto, un deseo que tal vez no tenga consecuencias; de ahí los errores frecuentes acerca de los hechos y las fechas en los pronósticos. (Véase el Capítulo XIV, § 13 y siguientes.)
8. Para la comprensión de las cosas espirituales, es decir, para que nos hagamos de ellas una idea tan clara como la que nos formamos de un paisaje que tenemos delante de los ojos, nos falta en realidad un sentido, exactamente como al ciego de nacimiento le falta el sentido necesario que le permita comprender los efectos de la luz, de los colores y de la visión prescindiendo del contacto. A eso se debe que solamente lleguemos a conseguirlo por un esfuerzo de la imaginación y por medio de comparaciones con cosas materiales que nos sean familiares. Las cosas materiales, sin embargo, no nos pueden dar de las cosas espirituales más que ideas muy imperfectas, razón por la cual no se debería tomar al pie de la letra esas comparaciones y creer, por ejemplo, que la amplitud de las facultades perceptivas de los Espíritus depende de la efectiva elevación de ellos, ni que precisen estar sobre una montaña o por encima de las nubes para abarcar el tiempo y el espacio.
Esa facultad es inherente al estado de espiritualización o, si se quiere, de desmaterialización del Espíritu. Esto significa que la espiritualización produce un efecto que se puede comparar, aunque muy imperfectamente, con el de la visión de conjunto que tiene el hombre en lo alto de la montaña. Esta comparación tendía simplemente a mostrar que acontecimientos que para algunos todavía pertenecen al futuro, para otros están en el presente y, por lo tanto, se pueden predecir, lo que no implica que el efecto se produzca de la misma manera.
Por consiguiente, para gozar de esa percepción, el Espíritu no precisa transportarse a un punto cualquiera del espacio. Aquel que se encuentra en la Tierra, a nuestro lado, puede poseerla en toda su plenitud, tanto como si se hallase a mil leguas de distancia, mientras que nosotros no vemos nada más allá de nuestro horizonte visual. Como la visión de los Espíritus no se produce del mismo modo ni con los mismos elementos que la del hombre, el horizonte visual de aquellos es muy distinto. Ahora bien, precisamente ese es el sentido que nos falta para que podamos concebirlo. El Espíritu, comparado con el encarnado, es como el vidente comparado con el ciego.
Esa facultad es inherente al estado de espiritualización o, si se quiere, de desmaterialización del Espíritu. Esto significa que la espiritualización produce un efecto que se puede comparar, aunque muy imperfectamente, con el de la visión de conjunto que tiene el hombre en lo alto de la montaña. Esta comparación tendía simplemente a mostrar que acontecimientos que para algunos todavía pertenecen al futuro, para otros están en el presente y, por lo tanto, se pueden predecir, lo que no implica que el efecto se produzca de la misma manera.
Por consiguiente, para gozar de esa percepción, el Espíritu no precisa transportarse a un punto cualquiera del espacio. Aquel que se encuentra en la Tierra, a nuestro lado, puede poseerla en toda su plenitud, tanto como si se hallase a mil leguas de distancia, mientras que nosotros no vemos nada más allá de nuestro horizonte visual. Como la visión de los Espíritus no se produce del mismo modo ni con los mismos elementos que la del hombre, el horizonte visual de aquellos es muy distinto. Ahora bien, precisamente ese es el sentido que nos falta para que podamos concebirlo. El Espíritu, comparado con el encarnado, es como el vidente comparado con el ciego.
9. Además, debemos considerar que esa percepción no se limita a la dimensión, sino que abarca la penetración de todas las cosas. Es, reiteramos, una facultad inherente y proporcional al estado de desmaterialización. La encarnación la amortigua, sin que llegue a anularla por completo, porque el alma no queda encerrada en el cuerpo como en una caja. El encarnado la posee, aunque siempre en un grado menor que cuando se halla completamente desprendido; eso es lo que confiere a ciertos hombres un poder de penetración que a otros les falta totalmente; una mayor agudeza de la visión moral; una comprensión más fácil de las cosas extramateriales.
El Espíritu encarnado no solamente percibe, sino que también conserva el recuerdo de lo que ha visto en el estado de Espí- ritu libre, y ese recuerdo es como un cuadro que se proyecta en su mente. Durante la encarnación el Espíritu ve, aunque vagamente, como a través de un velo; en el estado de libertad, ve y comprende claramente. El principio de la visión no es exterior a él, sino que está en él; por eso no necesita la luz exterior. Por efecto del desarrollo moral, el círculo de las ideas y las concepciones se amplía; por efecto de la desmaterialización gradual del periespíritu, éste se depura de los elementos densos que alteraban la delicadeza de las percepciones. De ese modo, resulta fácil entender que la ampliación de todas las facultades acompaña el progreso del Espíritu.
El Espíritu encarnado no solamente percibe, sino que también conserva el recuerdo de lo que ha visto en el estado de Espí- ritu libre, y ese recuerdo es como un cuadro que se proyecta en su mente. Durante la encarnación el Espíritu ve, aunque vagamente, como a través de un velo; en el estado de libertad, ve y comprende claramente. El principio de la visión no es exterior a él, sino que está en él; por eso no necesita la luz exterior. Por efecto del desarrollo moral, el círculo de las ideas y las concepciones se amplía; por efecto de la desmaterialización gradual del periespíritu, éste se depura de los elementos densos que alteraban la delicadeza de las percepciones. De ese modo, resulta fácil entender que la ampliación de todas las facultades acompaña el progreso del Espíritu.
10. El grado de extensión de las facultades del Espíritu es el que durante la encarnación determina su mayor o menor aptitud para comprender las cosas espirituales. No obstante, esa aptitud no resulta forzosamente del desarrollo de la inteligencia; no la confiere la ciencia vulgar; y es por eso que se ve a hombres de gran saber tan ciegos para las cosas espirituales como otros lo son para las cosas materiales; son refractarios a ellas porque no las comprenden, lo que significa que todavía no han progresado en ese sentido, mientras que otros, de instrucción e inteligencia comunes, las captan con la mayor facilidad, lo que prueba que ya tenían de tales cosas una intuición previa. Para estos, se trata de un recuerdo retrospectivo de lo que han visto y aprendido, ya sea en la erraticidad o en sus existencias anteriores, como otros tienen la intuición de las lenguas y de las ciencias que conocieron.
11. En cuanto al porvenir del espiritismo, como se sabe, los Espíritus son unánimes en afirmar que su triunfo está próximo, a pesar de los obstáculos que se le oponen. Esta predicción les resulta fácil, en principio, porque su propagación es obra personal de ellos. Como colaboran con el movimiento o lo dirigen, saben lo que deben hacer; en segundo lugar, les basta con vislumbrar un período de corta duración, en el cual ven los poderosos auxiliares que Dios promueve, y que no tardarán en ponerse de manifiesto.
Aunque no sean Espíritus desencarnados, transpórtense los espíritas apenas treinta años hacia delante, al seno de la generación que surge, y consideren desde ahí lo que sucede con el espiritismo en la actualidad; sigan su marcha progresiva y verán consumirse en vanos esfuerzos a quienes se consideran destinados a derribarlo. Verán cómo estos desaparecen poco a poco de la escena, mientras el árbol crece y extiende cada vez más sus raíces.
Aunque no sean Espíritus desencarnados, transpórtense los espíritas apenas treinta años hacia delante, al seno de la generación que surge, y consideren desde ahí lo que sucede con el espiritismo en la actualidad; sigan su marcha progresiva y verán consumirse en vanos esfuerzos a quienes se consideran destinados a derribarlo. Verán cómo estos desaparecen poco a poco de la escena, mientras el árbol crece y extiende cada vez más sus raíces.
12. La mayoría de las veces, los acontecimientos comunes de la vida privada son consecuencia de la manera de proceder de cada persona. Algunas, de acuerdo con su capacidad, su habilidad, su perseverancia, su prudencia y su energía, tendrán éxito en aquello en lo que otras fracasarán por efecto de su ineptitud. Podemos decir, pues, que cada uno es el artífice de su propio futuro, un futuro que jamás está sujeto a una ciega fatalidad, independientemente de su persona. Si se conoce el carácter de un individuo, se puede con facilidad predecir la suerte que lo espera en el camino que ha elegido.
13. Los acontecimientos relacionados con los intereses generales de la humanidad son regulados por la Providencia. Cuando algo está en los designios de Dios, se cumple pese a todo, de una manera o de otra. Los hombres contribuyen a que se ejecute, pero ninguno es indispensable, pues de lo contrario Dios estaría a merced de sus criaturas. Si alguien deja de cumplir la misión que le corresponde, otro se encargará de ella. No existe una misión forzosa; el hombre tiene siempre la libertad de cumplir o no la que se le ha confiado y que voluntariamente aceptó. Si no lo hace, pierde los beneficios que de ahí resultarían para él y asume la responsabilidad de los retrasos que podrían derivar de su negligencia o su mala voluntad. Si se convierte en un obstáculo para que esta se cumpla, Dios podrá apartarlo con un soplido.
14. El resultado final de un acontecimiento puede, por lo tanto, ser seguro, porque se halla en los designios de Dios. No obstante, como la mayoría de las veces los detalles y el modo de ejecución están subordinados a las circunstancias y al libre albedrío de los hombres, los métodos y los recursos pueden ser eventuales. Los Espíritus podrían hacer que presintamos algo en relación con el conjunto, si fuera conveniente que se nos avisara; pero para la determinación del lugar y la fecha, sería preciso que conociesen previamente la decisión que adoptará este o aquel individuo. Ahora bien, si esa decisión todavía no está en su mente, ese individuo podrá anticipar o postergar la realización del hecho, según cuál llegue a ser esa decisión, o bien modificar los medios secundarios de acción, aunque se llegue siempre a producir el mismo resultado. Así, por ejemplo, los Espíritu pueden, en razón de las circunstancias, prever que una guerra está relativamente próxima, que es inevitable, sin que por eso estén en condiciones de predecir el día en que comenzará, ni los incidentes pormenorizados que dependan de la voluntad de los hombres.
15. Para la determinación de la época de los acontecimientos futuros es necesario, además, tomar en cuenta una circunstancia inherente a la naturaleza misma de los Espíritus.
El tiempo, tanto como el espacio, sólo se puede evaluar con el auxilio de puntos de comparación o de referencia que lo dividan en períodos que puedan ser contados. En la Tierra, la división natural del tiempo en días y años está subordinada a la salida y puesta del Sol, así como a la duración del movimiento de traslación de la Tierra. Las unidades para la medición del tiempo deben variar de acuerdo con los planetas, puesto que los períodos astronómicos son diferentes. En Júpiter, por ejemplo, el día equivale a diez de nuestras horas, y los años a más de doce años terrestres.
Hay, por lo tanto, para cada mundo, un modo diferente de computar la duración, de acuerdo con la naturaleza de las revoluciones astrales que en él se efectúan. Eso constituye una dificultad para los Espíritus que, sin conocer nuestro mundo, determinan fechas relacionadas con nosotros. Además, fuera de los mundos no existen esos medios de apreciación. Para un Espíritu en el espacio, no hay nacimiento ni puesta de sol que indique los días, ni revolución periódica que establezca los años. Sólo existe, para él, la duración y el espacio infinitos. (Véase el Capítulo VI, § 1 y siguientes.) Por lo tanto, quien nunca haya venido a la Tierra, no poseerá ningún conocimiento de nuestros cálculos, que por otra parte le resultarían completamente inútiles. Más aún: quien nunca haya encarnado en un mundo, carecerá de todas las nociones relativas a las fracciones de la duración. Cuando un Espíritu extraño a la Tierra viene a manifestarse entre nosotros, no puede precisar las fechas de los acontecimientos de otro modo que identificándose con nuestros hábitos, lo que sin duda le es factible, aunque la mayoría de las veces no le reporte ninguna utilidad.
El tiempo, tanto como el espacio, sólo se puede evaluar con el auxilio de puntos de comparación o de referencia que lo dividan en períodos que puedan ser contados. En la Tierra, la división natural del tiempo en días y años está subordinada a la salida y puesta del Sol, así como a la duración del movimiento de traslación de la Tierra. Las unidades para la medición del tiempo deben variar de acuerdo con los planetas, puesto que los períodos astronómicos son diferentes. En Júpiter, por ejemplo, el día equivale a diez de nuestras horas, y los años a más de doce años terrestres.
Hay, por lo tanto, para cada mundo, un modo diferente de computar la duración, de acuerdo con la naturaleza de las revoluciones astrales que en él se efectúan. Eso constituye una dificultad para los Espíritus que, sin conocer nuestro mundo, determinan fechas relacionadas con nosotros. Además, fuera de los mundos no existen esos medios de apreciación. Para un Espíritu en el espacio, no hay nacimiento ni puesta de sol que indique los días, ni revolución periódica que establezca los años. Sólo existe, para él, la duración y el espacio infinitos. (Véase el Capítulo VI, § 1 y siguientes.) Por lo tanto, quien nunca haya venido a la Tierra, no poseerá ningún conocimiento de nuestros cálculos, que por otra parte le resultarían completamente inútiles. Más aún: quien nunca haya encarnado en un mundo, carecerá de todas las nociones relativas a las fracciones de la duración. Cuando un Espíritu extraño a la Tierra viene a manifestarse entre nosotros, no puede precisar las fechas de los acontecimientos de otro modo que identificándose con nuestros hábitos, lo que sin duda le es factible, aunque la mayoría de las veces no le reporte ninguna utilidad.
16. Los Espíritus que componen la población invisible de nuestro globo, que ya han vivido aquí y que continuarán viviendo junto a nosotros, se hallan naturalmente identificados con nuestros hábitos, de los que guardan el recuerdo en la erraticidad. Podrían, por consiguiente, determinar con mayor facilidad las fechas de los acontecimientos futuros, siempre que los conozcan. No obstante, sin contar con que eso no siempre les está permitido, se ven impedidos de hacerlo por el hecho de que, puesto que las circunstancias detalladas están subordinadas al libre albedrío y a la decisión eventual del hombre, la fecha exacta sólo puede conocerse realmente después de que el acontecimiento ha tenido lugar.
Por esa razón, las predicciones circunstanciadas no pueden ofrecer ninguna certeza, y sólo deben ser admitidas como probables, aun cuando no lleven consigo ningún indicio que las haga legítimamente sospechosas. Por eso, los Espíritus verdaderamente sabios nunca hacen predicciones para fechas determinadas, y se limitan a hacer que presintamos las consecuencias de las cosas cuyo conocimiento nos es útil. Insistir para obtener detalles precisos equivale a exponerse a las mistificaciones de los Espíritus frívolos, que predicen todo lo que se les ocurre sin preocuparse por la verdad, divirtiéndose con los temores y las decepciones que causan.
Por esa razón, las predicciones circunstanciadas no pueden ofrecer ninguna certeza, y sólo deben ser admitidas como probables, aun cuando no lleven consigo ningún indicio que las haga legítimamente sospechosas. Por eso, los Espíritus verdaderamente sabios nunca hacen predicciones para fechas determinadas, y se limitan a hacer que presintamos las consecuencias de las cosas cuyo conocimiento nos es útil. Insistir para obtener detalles precisos equivale a exponerse a las mistificaciones de los Espíritus frívolos, que predicen todo lo que se les ocurre sin preocuparse por la verdad, divirtiéndose con los temores y las decepciones que causan.
17. La forma que en general se ha empleado hasta ahora en las predicciones hace que estas sean auténticos enigmas, a menudo indescifrables. Esa forma misteriosa y cabalística, de la que Nostradamus nos ofrece el tipo más completo, les confiere un cierto prestigio ante el vulgo, que tanto más valor les atribuye cuanto más incomprensibles parecen. Por su ambigüedad, las predicciones se prestan a interpretaciones muy diferentes, de tal modo que, según el sentido que se atribuya a ciertas palabras alegóricas o convencionales, conforme con la manera en que se realice el cálculo –singularmente complicado– de las fechas, y con un poco de buena voluntad, se encuentra en ellas casi todo lo que se desea.
Sea como fuere, no se puede dejar de convenir en que algunas predicciones presentan un carácter serio, y sorprenden con su veracidad. Es probable que la forma velada haya tenido, en alguna época, su razón de ser e incluso su necesidad.
Hoy las circunstancias son otras; el positivismo de este siglo no sería compatible con el lenguaje sibilino. Por eso, en la actualidad, las predicciones ya no están revestidas de esas formas extravagantes; las que hacen los Espíritus no tienen nada de místico; emplean el lenguaje común, tal como lo habrían hecho cuando vivían en la Tierra, porque no han dejado de pertenecer a la humanidad. Hacen que presintamos las cosas futuras, sean personales o generales, cuando eso puede ser útil, en la medida de la perspicacia de que están dotados, como lo harían nuestros consejeros y amigos. Por consiguiente, sus previsiones son más bien advertencias que nada quitan al libre albedrío, antes que predicciones propiamente dichas que implicarían una fatalidad absoluta. Por otra parte, la opinión de los Espíritus está casi siempre fundamentada en que no desean que el hombre anule su razón sometiéndola a una fe ciega, sino que desean que éste aprecie su exactitud.
Sea como fuere, no se puede dejar de convenir en que algunas predicciones presentan un carácter serio, y sorprenden con su veracidad. Es probable que la forma velada haya tenido, en alguna época, su razón de ser e incluso su necesidad.
Hoy las circunstancias son otras; el positivismo de este siglo no sería compatible con el lenguaje sibilino. Por eso, en la actualidad, las predicciones ya no están revestidas de esas formas extravagantes; las que hacen los Espíritus no tienen nada de místico; emplean el lenguaje común, tal como lo habrían hecho cuando vivían en la Tierra, porque no han dejado de pertenecer a la humanidad. Hacen que presintamos las cosas futuras, sean personales o generales, cuando eso puede ser útil, en la medida de la perspicacia de que están dotados, como lo harían nuestros consejeros y amigos. Por consiguiente, sus previsiones son más bien advertencias que nada quitan al libre albedrío, antes que predicciones propiamente dichas que implicarían una fatalidad absoluta. Por otra parte, la opinión de los Espíritus está casi siempre fundamentada en que no desean que el hombre anule su razón sometiéndola a una fe ciega, sino que desean que éste aprecie su exactitud.
18. La humanidad contemporánea también tiene sus profetas. Más de un escritor, poeta, literato, historiador o filósofo, ha volcado en sus escritos el presentimiento de la marcha futura de los acontecimientos, de cuyo cumplimiento somos testigos en el presente.
Muchas veces esa aptitud proviene, sin duda, de la rectitud del juicio, que deduce las consecuencias lógicas del presente; pero otras veces también es el resultado de una clarividencia especial inconsciente, o de una inspiración ajena. Lo que esos hombres hicieron cuando estaban vivos, pueden hacerlo con mayor razón y exactitud en el estado de Espíritu, pues su visión espiritual ya no está velada por la materia.
Muchas veces esa aptitud proviene, sin duda, de la rectitud del juicio, que deduce las consecuencias lógicas del presente; pero otras veces también es el resultado de una clarividencia especial inconsciente, o de una inspiración ajena. Lo que esos hombres hicieron cuando estaban vivos, pueden hacerlo con mayor razón y exactitud en el estado de Espíritu, pues su visión espiritual ya no está velada por la materia.
CAPÍTULO XVII - Predicciones del evangelio
“Nadie es profeta en su tierra”
1. “Y habiendo llegado a su tierra, les enseñaba en sus sinagogas, de tal manera que decían maravillados: ‘¿De dónde le viene a este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?’ Y se escandalizaban a causa de él. Pero Jesús les dijo: ‘Un profeta sólo carece de honor en su tierra y en su casa’. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.” (San Mateo, 13:54 a 58.)
2. Con estas palabras, Jesús enunció una verdad que se convirtió en proverbial, vigente para todos los tiempos, y a la cual se podría dar mayor alcance diciendo que nadie es profeta en vida.
En el lenguaje usual, esta máxima se aplica al crédito de que goza un hombre entre los suyos y entre aquellos en cuyo seno vive, a la confianza que él les inspira por la superioridad de su saber y su inteligencia. Si tiene algunas excepciones, estas son raras y en ningún caso absolutas. El principio de esa verdad proviene de una consecuencia natural de la debilidad humana, y se puede explicar de este modo:
El hábito de encontrarse desde la infancia en las circunstancias ordinarias de la vida, establece entre los hombres una especie de igualdad material, que a menudo lleva a que la mayoría de ellos se niegue a reconocer la superioridad moral de alguien que ha sido su compañero o su comensal, que salió del mismo medio que ellos, y de cuyas debilidades iniciales todos han sido testigos. Se resiente su orgullo porque se ven obligados a reconocer el ascendiente del otro. Quienquiera que se eleve por encima del nivel común siempre es el blanco de los celos y la envidia. Quienes se sienten incapaces de llegar a la altura en que aquel se encuentra, se esfuerzan por rebajarlo mediante la difamación, la maledicencia y la calumnia; tanto más fuerte gritan, cuanto más inferiores son, y suponen que se enaltecen y lo eclipsan con el ruido que promueven. Esa ha sido y será la historia de la humanidad, hasta tanto los hombres no hayan comprendido su naturaleza espiritual, y ampliado su horizonte moral. Semejante prejuicio es, por lo tanto, propio de los espíritus mezquinos y vulgares, que toman a su propia personalidad como modelo.
Por otro lado, las personas que sólo conocen a los hombres por su espíritu, suelen hacer de ellos una idealización, que crece a medida que pasa el tiempo y que sus respectivas posiciones se van distanciando. Se los despoja de todo rasgo de humanidad; pareciera que no deben hablar ni sentir como los demás; que tanto sus pensamientos como el lenguaje que emplean deben vibrar constantemente en el tono de la sublimidad, sin tomar en cuenta que el espíritu no podría permanecer constantemente en estado de tensión, de perpetua sobreexcitación. A través del contacto diario de la vida privada, se percibe en todo momento que el hombre material en nada se diferencia del común. El hombre corporal, el que impresiona a los sentidos, casi sofoca al hombre espiritual, que sólo impresiona al espíritu. A la distancia, sólo se ven los destellos del genio; de cerca, se ven las limitaciones del espíritu.
Después de la muerte ya no se puede hacer ninguna comparación; sólo subsiste el hombre espiritual, y este parece tanto más grande cuanto más lejano se torna el recuerdo del hombre corporal. A eso se debe que aquellos cuyo paso por la Tierra ha quedado señalado por obras de verdadero valor, sean más apreciados después de la muerte que cuando estaban vivos. Se los juzga con mayor imparcialidad porque, como ya han desaparecido los envidiosos y los celosos, se han acabado los antagonismos personales. La posteridad es un juez desinteresado que aprecia la obra del espíritu y la acepta sin entusiasmo ciego cuando es buena, y la rechaza sin rencor cuando es mala, prescindiendo de la individualidad que la produjo.
Jesús no podía escapar a las consecuencias de este principio, inherente a la naturaleza humana, si se considera que él vivía en un medio de escasa ilustración y entre hombres dedicados por entero a la vida material. Sus compatriotas sólo veían en Él al hijo del carpintero, al hermano de hombres tan ignorantes como ellos mismos, y por eso no percibían aquello que le daba superioridad y lo investía del derecho de censurarlos. Así, cuando Jesús comprobó que su palabra tenía menos autoridad sobre los suyos, porque lo despreciaban, que sobre los extranjeros, prefirió ir a predicar entre quienes lo escuchaban y a quienes inspiraba simpatía.
Es posible hacerse una idea de los sentimientos que alimentaban sus compatriotas, en relación con Él, por el hecho de que sus propios hermanos, acompañados por su madre, fueron a una reunión donde Él se encontraba, para prenderlo, diciendo que había perdido el juicio. (Véase San Marcos, 3:20 y 21, 31 a 35; y El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XIV.)
De ese modo, por un lado, los sacerdotes y los fariseos acusaban a Jesús de obrar en nombre del demonio; por otro, era tildado de loco por sus parientes más cercanos. ¿No es eso lo que sucede actualmente en relación con los espíritas? ¿Deberán estos quejarse de que sus conciudadanos no los traten mejor que como fue tratado Jesús? Lo que causa extrañeza es que en el siglo diecinueve, y en el seno de naciones civilizadas, ocurra eso mismo que hace dos mil años no tenía nada de sorprendente para un pueblo ignorante.
En el lenguaje usual, esta máxima se aplica al crédito de que goza un hombre entre los suyos y entre aquellos en cuyo seno vive, a la confianza que él les inspira por la superioridad de su saber y su inteligencia. Si tiene algunas excepciones, estas son raras y en ningún caso absolutas. El principio de esa verdad proviene de una consecuencia natural de la debilidad humana, y se puede explicar de este modo:
El hábito de encontrarse desde la infancia en las circunstancias ordinarias de la vida, establece entre los hombres una especie de igualdad material, que a menudo lleva a que la mayoría de ellos se niegue a reconocer la superioridad moral de alguien que ha sido su compañero o su comensal, que salió del mismo medio que ellos, y de cuyas debilidades iniciales todos han sido testigos. Se resiente su orgullo porque se ven obligados a reconocer el ascendiente del otro. Quienquiera que se eleve por encima del nivel común siempre es el blanco de los celos y la envidia. Quienes se sienten incapaces de llegar a la altura en que aquel se encuentra, se esfuerzan por rebajarlo mediante la difamación, la maledicencia y la calumnia; tanto más fuerte gritan, cuanto más inferiores son, y suponen que se enaltecen y lo eclipsan con el ruido que promueven. Esa ha sido y será la historia de la humanidad, hasta tanto los hombres no hayan comprendido su naturaleza espiritual, y ampliado su horizonte moral. Semejante prejuicio es, por lo tanto, propio de los espíritus mezquinos y vulgares, que toman a su propia personalidad como modelo.
Por otro lado, las personas que sólo conocen a los hombres por su espíritu, suelen hacer de ellos una idealización, que crece a medida que pasa el tiempo y que sus respectivas posiciones se van distanciando. Se los despoja de todo rasgo de humanidad; pareciera que no deben hablar ni sentir como los demás; que tanto sus pensamientos como el lenguaje que emplean deben vibrar constantemente en el tono de la sublimidad, sin tomar en cuenta que el espíritu no podría permanecer constantemente en estado de tensión, de perpetua sobreexcitación. A través del contacto diario de la vida privada, se percibe en todo momento que el hombre material en nada se diferencia del común. El hombre corporal, el que impresiona a los sentidos, casi sofoca al hombre espiritual, que sólo impresiona al espíritu. A la distancia, sólo se ven los destellos del genio; de cerca, se ven las limitaciones del espíritu.
Después de la muerte ya no se puede hacer ninguna comparación; sólo subsiste el hombre espiritual, y este parece tanto más grande cuanto más lejano se torna el recuerdo del hombre corporal. A eso se debe que aquellos cuyo paso por la Tierra ha quedado señalado por obras de verdadero valor, sean más apreciados después de la muerte que cuando estaban vivos. Se los juzga con mayor imparcialidad porque, como ya han desaparecido los envidiosos y los celosos, se han acabado los antagonismos personales. La posteridad es un juez desinteresado que aprecia la obra del espíritu y la acepta sin entusiasmo ciego cuando es buena, y la rechaza sin rencor cuando es mala, prescindiendo de la individualidad que la produjo.
Jesús no podía escapar a las consecuencias de este principio, inherente a la naturaleza humana, si se considera que él vivía en un medio de escasa ilustración y entre hombres dedicados por entero a la vida material. Sus compatriotas sólo veían en Él al hijo del carpintero, al hermano de hombres tan ignorantes como ellos mismos, y por eso no percibían aquello que le daba superioridad y lo investía del derecho de censurarlos. Así, cuando Jesús comprobó que su palabra tenía menos autoridad sobre los suyos, porque lo despreciaban, que sobre los extranjeros, prefirió ir a predicar entre quienes lo escuchaban y a quienes inspiraba simpatía.
Es posible hacerse una idea de los sentimientos que alimentaban sus compatriotas, en relación con Él, por el hecho de que sus propios hermanos, acompañados por su madre, fueron a una reunión donde Él se encontraba, para prenderlo, diciendo que había perdido el juicio. (Véase San Marcos, 3:20 y 21, 31 a 35; y El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XIV.)
De ese modo, por un lado, los sacerdotes y los fariseos acusaban a Jesús de obrar en nombre del demonio; por otro, era tildado de loco por sus parientes más cercanos. ¿No es eso lo que sucede actualmente en relación con los espíritas? ¿Deberán estos quejarse de que sus conciudadanos no los traten mejor que como fue tratado Jesús? Lo que causa extrañeza es que en el siglo diecinueve, y en el seno de naciones civilizadas, ocurra eso mismo que hace dos mil años no tenía nada de sorprendente para un pueblo ignorante.
Muerte y pasión de Jesús
3. (Después de la cura del endemoniado). “Todos quedaron asombrados ante el gran poder de Dios. Y cuando todos estaban maravillados por las cosas que Jesús hacía, él dijo a sus discípulos: ‘Poned en vuestro corazón lo que os voy a decir. El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres’. Pero ellos no entendían esas palabras; les estaban veladas de modo que no las comprendían, y temían preguntarle acerca de ese asunto.” (San Lucas, 9:43 a 45.)
4. “Desde entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que era preciso que él fuera a Jerusalén; que sufriera mucho de parte de los ancianos, los escribas y los principales sacerdotes; que fuera muerto y que resucitara al tercer día.” (San Mateo, 16:21.)
5. “Cuando ellos estaban en Galilea, Jesús les dijo: ‘El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; y ellos lo matarán, y al tercer día resucitará’. Y se entristecieron mucho.” (San Mateo, 17:22 y 23.)
6. “Cuando iba a Jerusalén, Jesús tomó aparte a los doce discípulos, y les dijo: ‘Mirad que vamos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará.” (San Mateo, 20:17 a 19.)
7. “Tomando aparte a los doce apóstoles, Jesús les dijo: ‘Mirad que vamos a Jerusalén, y todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre se cumplirá; pues será entregado a los gentiles; se burlarán de él, lo azotarán y escupirán en el rostro. Y después de azotarlo lo matarán, y él resucitará al tercer día’.
”Pero ellos no comprendieron nada de esto; esas palabras les quedaban veladas, y no entendían lo que les decía.” (San Lucas, 18:31 a 34.)
”Pero ellos no comprendieron nada de esto; esas palabras les quedaban veladas, y no entendían lo que les decía.” (San Lucas, 18:31 a 34.)
8. “Cuando Jesús acabó todos esos discursos, dijo a sus discípulos: ‘Sabéis que la Pascua será dentro de dos días, y que el Hijo del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen.
”En ese momento, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote, llamado Caifás, y formaron consejo para hallar el modo de prender a Jesús con engaño, y darle muerte. Y decían: ‘Que no sea durante la fiesta, para que no haya alboroto en el pueblo’.” (San Mateo, 26:1 a 5.)
”En ese momento, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote, llamado Caifás, y formaron consejo para hallar el modo de prender a Jesús con engaño, y darle muerte. Y decían: ‘Que no sea durante la fiesta, para que no haya alboroto en el pueblo’.” (San Mateo, 26:1 a 5.)
9. “Ese mismo día, algunos fariseos se acercaron, y le dijeron: ‘Sal y vete de aquí, pues Herodes quiere matarte’. Él les respondió: ‘Id a decir a ese zorro: Yo expulso a los demonios y curo a los enfermos hoy y mañana, y al tercer día seré consumado con mi muerte’.” (San Lucas, 13:31 y 32.)
Persecución de los apóstoles
10. “Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles.” (San Mateo, 10:17 y 18.)
11. “Os expulsarán de las sinagogas; y llegará la hora en que todo el que os mate crea que hace algo agradable a Dios. Os tratarán así porque no conocen ni a mi Padre ni a mí. Ahora bien, os he dicho estas cosas para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.” (San Juan, 16:2 a 4.)
12. “Seréis traicionados y entregados a los jueces por vuestros padres, vuestras madres, vuestros hermanos, parientes y amigos, y matarán a muchos de vosotros; y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no se perderá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.” (San Lucas, 21:16 a 19.)
13. (Martirio de san Pedro). “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras’. Esto lo decía para indicar la clase de muerte con que debía glorificar a Dios.” (San Juan, 21:18 y 19.)
Ciudades impenitentes
14. “Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus
milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque
si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha
que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será
más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, que eres
levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los
milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en
el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (San Mateo,
11:20 a 24).
Ruina del Templo y de Jerusalén
15. “Cuando Jesús salió del Templo para irse, sus discípulos se le acercaron para mostrarle la grandeza del edificio. Pero él les dijo: ‘¿Veis todas esas construcciones? En verdad os digo que serán destruidas de tal modo que no quedará piedra sobre piedra’.” (San Mateo, 24:1 y 2.)
16. “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ‘¡Ah! ¡Si reconocieras al menos este día lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo eso ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días desgraciados para ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, en que te cercarán y te apretarán por todas partes; y te estrellarán contra el suelo, a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo en que Dios te ha visitado’.” (San Lucas, 19:41 a 44.)
17. “Pero es preciso que yo continúe hoy, mañana y pasado, porque no corresponde que un profeta sufra la muerte fuera de Jerusalén.
”¡Jerusalén, Jerusalén! Que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pequeños bajo las alas, y tú no has querido! Se aproxima el tiempo en que tu casa quedará desierta. En verdad os digo que no me volveréis a ver, hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.” (San Lucas, 13:33 a 35.)
”¡Jerusalén, Jerusalén! Que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pequeños bajo las alas, y tú no has querido! Se aproxima el tiempo en que tu casa quedará desierta. En verdad os digo que no me volveréis a ver, hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.” (San Lucas, 13:33 a 35.)
18. “Cuando veáis a Jerusalén cercada por un ejército, sabed que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a las montañas; y los que estén en los alrededores, no entren en ella. Porque esos serán los días de la venganza, a fin de que se cumpla todo lo que está en la Escritura. Desdichadas las que estén encintas o criando en esos días, porque habrá una gran calamidad en esa tierra, y la cólera del cielo caerá sobre ese pueblo. Pasarán por el filo de la espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de las naciones.” (San Lucas, 21:20 a 24.)
19. (Jesús camino del suplicio) “Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lloraban por él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras y por vuestros hijos; porque llegará el tiempo en que se dirá: ¡Dichosas las estériles y las entrañas que no engendraron y los pechos que no alimentaron! Entonces se pondrán a decir a las montañas: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si tratan así al leño verde, ¿cómo tratarán al leño seco?’.” (San Lucas, 23:27 a 31.)
20. La facultad de intuir los hechos futuros es uno de los atributos del alma y se explica por
la teoría de la presciencia. Jesús la poseía, como a todas las otras, en un elevadísimo grado. Por eso
pudo prever los acontecimientos que sucederían después de su muerte, sin que el hecho tenga nada
de sobrenatural, ya que se produce ante nuestros ojos en las condiciones más comunes. No es
infrecuente que las personas anuncien el instante de su muerte con precisión: es porque sus almas,
en estado de liberación, actúan como el hombre que se halla en una montaña (cap. XVI, n.º 1 y 2), y
abraza con su visión la ruta a recorrer hasta su fin.
21. Es probable que en Jesús ese hecho se diera en un grado muy superior, si se considera que Él tenía conocimiento de la misión que había venido a cumplir, y sabía que la muerte mediante el suplicio sería necesariamente su consecuencia. La visión espiritual, que en Él era permanente, así como la penetración del pensamiento, debían de mostrarle las circunstancias y el momento fatal. Por la misma razón, podía prever la destrucción del Templo y de Jerusalén, al igual que las calamidades que habrían de abatirse sobre sus habitantes y la dispersión de los judíos.
Maldición contra los fariseos
22. (Juan Bautista) “Al ver que muchos de los fariseos y los saduceos acudían para recibir el bautismo, Él les dijo: ‘Raza de ví- boras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que habrá de caer sobre vosotros? Producid, entonces, frutos dignos de contrición, y no penséis en decir en vuestro interior: Tenemos a Abraham como padre, porque yo os declaro que Dios puede hacer que de estas piedras nazcan hijos de Abraham. El hacha ya está puesta en la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buenos frutos será cortado y arrojado al fuego.” (San Mateo, 3:7 a 10.)
23. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que impedís a los hombres el acceso al reino de los Cielos! Allá no entráis, y además os oponéis a que otros entren!
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que con el pretexto de extensas oraciones devoráis las casas de las viudas; recibiréis por eso un juicio más riguroso!
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y que después de haberlo conseguido lo volvéis dos veces más digno del infierno que vosotros mismos!
”¡Ay de vosotros, guías de ciegos, que decís: ‘Si un hombre jura por el Templo, eso no es nada; pero aquel que jure por el oro del Templo, queda obligado a cumplir su juramento’! ¡Insensatos y ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, al oro o al Templo que santifica el oro? También decís: ‘Si un hombre jura por el altar, no es nada; pero aquel que jure por la ofrenda que está sobre el altar, queda obligado a cumplir su juramento’. ¡Ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, a la ofrenda o al altar que santifica la ofrenda? Aquel, pues, que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él; y aquel que jura por el Templo, jura por él y por Aquel que habita en él; y aquel que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que ahí está sentado.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y que habéis abandonado lo más importante que hay en la ley, a saber: la justicia, la misericordia y la fe! Esas son las cosas que había que practicar, sin omitir las demás. ¡Guías ciegos, que ponéis gran cuidado en colar lo que bebéis por miedo a engullir un mosquito, y que sin embargo engullís un camello!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, y que por dentro estáis llenos de rapiña e impureza! ¡Fariseos ciegos! Limpiad primero el interior de la copa y del plato, a fin de que también el exterior quede limpio.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen agradables a los ojos de los hombres, pero que por dentro tenéis en abundancia huesos de muertos y toda clase de podredumbre! Así también vosotros, por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si hubiésemos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos asociado con ellos para derramar la sangre de los profetas’! Acabáis, pues, de ese modo, de colmar la medida de vuestros padres. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo podréis evitar la condena al infierno? Por eso, he aquí que voy a enviaros profetas, sabios y escribas, y mataréis a algunos, crucificaréis a otros, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad, a fin de que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada en la tierra, desde la sangre de Abel, el justo, hasta la de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. Os digo, en verdad, que todo eso recaerá sobre esta raza que existe hoy.” (San Mateo, 23:13 a 36.)
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que con el pretexto de extensas oraciones devoráis las casas de las viudas; recibiréis por eso un juicio más riguroso!
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y que después de haberlo conseguido lo volvéis dos veces más digno del infierno que vosotros mismos!
”¡Ay de vosotros, guías de ciegos, que decís: ‘Si un hombre jura por el Templo, eso no es nada; pero aquel que jure por el oro del Templo, queda obligado a cumplir su juramento’! ¡Insensatos y ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, al oro o al Templo que santifica el oro? También decís: ‘Si un hombre jura por el altar, no es nada; pero aquel que jure por la ofrenda que está sobre el altar, queda obligado a cumplir su juramento’. ¡Ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, a la ofrenda o al altar que santifica la ofrenda? Aquel, pues, que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él; y aquel que jura por el Templo, jura por él y por Aquel que habita en él; y aquel que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que ahí está sentado.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y que habéis abandonado lo más importante que hay en la ley, a saber: la justicia, la misericordia y la fe! Esas son las cosas que había que practicar, sin omitir las demás. ¡Guías ciegos, que ponéis gran cuidado en colar lo que bebéis por miedo a engullir un mosquito, y que sin embargo engullís un camello!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, y que por dentro estáis llenos de rapiña e impureza! ¡Fariseos ciegos! Limpiad primero el interior de la copa y del plato, a fin de que también el exterior quede limpio.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen agradables a los ojos de los hombres, pero que por dentro tenéis en abundancia huesos de muertos y toda clase de podredumbre! Así también vosotros, por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si hubiésemos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos asociado con ellos para derramar la sangre de los profetas’! Acabáis, pues, de ese modo, de colmar la medida de vuestros padres. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo podréis evitar la condena al infierno? Por eso, he aquí que voy a enviaros profetas, sabios y escribas, y mataréis a algunos, crucificaréis a otros, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad, a fin de que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada en la tierra, desde la sangre de Abel, el justo, hasta la de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. Os digo, en verdad, que todo eso recaerá sobre esta raza que existe hoy.” (San Mateo, 23:13 a 36.)
“Mis palabras no pasarán”
24. “Entonces se aproximaron sus discípulos y le dijeron: ‘¿Sabes que los fariseos, al oír lo que acabaste de decir, se escandalizaron?’ Él respondió: ‘Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada. Dejadlos; son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, caerán ambos en el hoyo’.” (San Mateo, 15:12 a 14.)
25. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (San Mateo, 24: 35.)
26. Las palabras de Jesús no pasarán, porque tendrán vigencia en todas las épocas. Su código moral será eterno, porque consagra las características del bien que conduce al hombre a su destino eterno. No obstante, ¿habrán sus palabras llegado hasta nosotros perfectamente puras y exentas de falsas interpretaciones? ¿Habrán captado su espíritu la totalidad de las sectas cristianas? ¿Habrá alguna de ellas desvirtuado su verdadero sentido a consecuencia de los prejuicios, o de la ignorancia de las leyes de la naturaleza? ¿Se habrá alguna convertido en un instrumento de dominación para servir a sus ambiciones y a sus intereses materiales, de modo de usarlos como trampolín para elevarse en la Tierra, y no para subir en dirección al Cielo? ¿Habrán adoptado, todas ellas, como regla de conducta, la práctica de las virtudes que Jesús presentó como condición expresa para la salvación? ¿Estarán todas exentas de las reprensiones que Él dirigió a los fariseos de su tiempo? Por último, ¿serán todas, tanto en la teoría como en la práctica, la expresión pura de su doctrina?
Por ser única, la verdad no puede estar contenida en manifestaciones contradictorias, y no existe razón para que Jesús haya querido dar un doble sentido a sus palabras. Si, pues, las diferentes sectas se contradicen; si las hay que consideran verdadero lo que otras condenan como herejías, es imposible que todas estén con la verdad. Si todas hubiesen aprendido el verdadero sentido de la enseñanza evangélica, todas se habrían encontrado en el mismo terreno y no existirían las sectas.
Lo que no pasará es el verdadero sentido de las palabras de Jesús; lo que pasará es aquello que los hombres construyeron sobre el sentido falso que dieron a esas mismas palabras.
Puesto que la misión de Jesús era transmitir a los hombres el pensamiento de Dios, solamente su doctrina en toda su pureza puede expresar ese pensamiento. A eso se debe que Él dijera: Toda planta que no ha sido plantada por mi Padre celestial será arrancada.
Por ser única, la verdad no puede estar contenida en manifestaciones contradictorias, y no existe razón para que Jesús haya querido dar un doble sentido a sus palabras. Si, pues, las diferentes sectas se contradicen; si las hay que consideran verdadero lo que otras condenan como herejías, es imposible que todas estén con la verdad. Si todas hubiesen aprendido el verdadero sentido de la enseñanza evangélica, todas se habrían encontrado en el mismo terreno y no existirían las sectas.
Lo que no pasará es el verdadero sentido de las palabras de Jesús; lo que pasará es aquello que los hombres construyeron sobre el sentido falso que dieron a esas mismas palabras.
Puesto que la misión de Jesús era transmitir a los hombres el pensamiento de Dios, solamente su doctrina en toda su pureza puede expresar ese pensamiento. A eso se debe que Él dijera: Toda planta que no ha sido plantada por mi Padre celestial será arrancada.
La piedra angular
27. “Jesús les dijo: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en la piedra angular? Fue lo que el Señor ha hecho y nuestros ojos lo ven con admiración. Por eso os declaro que el reino de Dios os será quitado, y se le otorgará a un pueblo que de él extraerá frutos. Aquel que se dejare caer sobre esa piedra se despedazará, y esta aplastará a aquel sobre quien caiga.
”Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, al oír esas palabras de Jesús, reconocieron que él hablaba de ellos. Y querían apoderarse de Él, pero tuvieron miedo del pueblo, porque lo consideraba un profeta.” (San Mateo, 21:42 a 46.)
”Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, al oír esas palabras de Jesús, reconocieron que él hablaba de ellos. Y querían apoderarse de Él, pero tuvieron miedo del pueblo, porque lo consideraba un profeta.” (San Mateo, 21:42 a 46.)
28. La palabra de Jesús se convirtió en piedra angular, es decir, en la piedra de la consolidación del nuevo edificio de la fe, erigido sobre las ruinas del antiguo. Puesto que los judíos, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían rechazado esa palabra, ella los destrozó, del mismo modo que destrozará a quienes, a partir de entonces, la desconocieron o desfiguraron su sentido a favor de sus ambiciones.
Parábola de los viñadores homicidas
29. “Había un padre de familia que plantó una viña, la rodeó con un cerco y cavó la tierra para construir una torre. La arrendó luego a unos viñadores y partió en dirección a un país lejano.
”Cuando se aproximó el tiempo de los frutos, envió sus servidores a los viñadores, para que recogieran los frutos de la viña. Pero los viñadores capturaron a los siervos, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. De nuevo les envió él otros servidores en mayor cantidad que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, diciéndose a sí mismo: ‘A mi hijo le tendrán algún respeto’. Pero los viñadores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Aquí está el heredero; venid, matémoslo y seremos dueños de su herencia’. Y con ese propósito lo capturaron, lo expulsaron de la viña y lo mataron.
”Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿cómo tratará a esos viñadores? Le respondieron: ‘Hará que esos malvados perezcan miserablemente, y arrendará la viña a otros viñadores, que le entreguen los frutos en la debida época.” (San Mateo, 21:33 a 41.)
”Cuando se aproximó el tiempo de los frutos, envió sus servidores a los viñadores, para que recogieran los frutos de la viña. Pero los viñadores capturaron a los siervos, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. De nuevo les envió él otros servidores en mayor cantidad que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, diciéndose a sí mismo: ‘A mi hijo le tendrán algún respeto’. Pero los viñadores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Aquí está el heredero; venid, matémoslo y seremos dueños de su herencia’. Y con ese propósito lo capturaron, lo expulsaron de la viña y lo mataron.
”Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿cómo tratará a esos viñadores? Le respondieron: ‘Hará que esos malvados perezcan miserablemente, y arrendará la viña a otros viñadores, que le entreguen los frutos en la debida época.” (San Mateo, 21:33 a 41.)
30. El padre de familia es Dios; la viña que Él plantó es la ley que ha establecido; los viñadores a quienes arrendó la viña son los hombres que deben enseñar y practicar esa ley; los siervos que envió a los viñadores son los profetas que estos masacraron; su hijo enviado en último término es Jesús, a quien ellos también mataron. Así pues, ¿cómo tratará el Señor a sus mandatarios prevaricadores de la ley? Los tratará como ellos trataron a quienes Él envió, y llamará a otros viñadores que le rindan mejor las cuentas de su propiedad y del comportamiento de su rebaño.
Así ocurrió con los escribas, con los príncipes de los sacerdotes y con los fariseos; así será cuando Él venga para pedir cuentas a cada uno acerca de lo que ha hecho de su doctrina; y quitará autoridad a quien haya abusado de ella, pues Él desea que su campo sea administrado de acuerdo con su voluntad.
Transcurridos dieciocho siglos, llegada a la edad viril, la humanidad está madura para comprender lo que Cristo apenas esbozó, porque en esa época, como Él mismo lo dijo, no lo habrían comprendido. Ahora bien, ¿a qué resultado llegaron quienes, durante este prolongado período, estuvieron a cargo de la educación religiosa de la humanidad? A la constatación de que la indiferencia ha sucedido a la fe, y que la incredulidad se ha erigido en doctrina. En efecto, en ninguna otra época el escepticismo y el espíritu de negación estuvieron tan difundidos, en todas las clases de la sociedad.
No obstante, si bien algunas de las palabras de Cristo se presentan cubiertas por el velo de la alegoría, en lo que respecta a la regla de conducta, a las relaciones entre los individuos, a los principios morales que Él estableció como condición expresa para la salvación, sus enseñanzas son claras, explícitas y sin ambigüedad. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XV.)
¿Qué han hecho de sus máximas de caridad, de amor y de tolerancia, así como de las recomendaciones que hizo a sus apóstoles para que convirtiesen a los hombres mediante la persuasión y la mansedumbre? ¿Qué han hecho de la sencillez, de la humildad, del desinterés y de todas las virtudes que Él ejemplificó? En su nombre, los hombres se anatematizaron y se maldijeron recíprocamente; se estrangularon en nombre de Aquel que dijo: Todos los hombres son hermanos. Del Dios infinitamente justo, bueno y misericordioso al que Él reveló, hicieron un Dios celoso, cruel, vengativo y parcial; en nombre de aquel Dios de paz y verdad se realizaron sacrificios de miles de víctimas en las hogueras, con torturas y persecuciones en una cantidad mucho mayor a la que en todas las épocas sacrificaron los paganos a sus falsos dioses; se vendieron las oraciones y las gracias del Cielo en nombre de Aquel que expulsó a los mercaderes del Templo y dijo a sus discípulos: Dad de gracia lo que de gracia recibisteis.
¿Qué diría Cristo si viviese actualmente entre nosotros? ¿Si viese a sus representantes ambicionando honores, riquezas, poder, y el fausto de los príncipes del mundo, en tanto que Él, rey más legítimo que todos los reyes de la Tierra, hizo su entrada en Jerusalén montado en un asno? Sin duda tendría derecho a decirles: “¿Qué habéis hecho de mis enseñanzas, vosotros que incensáis al becerro de oro, que pronunciáis la mayor parte de vuestras plegarias a favor de los ricos, y reserváis una parte insignificante para los pobres, a pesar de que yo os he dicho: Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros en el reino de los Cielos?” No obstante, si Él no se encuentra entre nosotros carnalmente, está en Espíritu y, como el señor de la parábola, vendrá a pedir cuentas a sus viñadores cuando llegue el momento de la cosecha.
Así ocurrió con los escribas, con los príncipes de los sacerdotes y con los fariseos; así será cuando Él venga para pedir cuentas a cada uno acerca de lo que ha hecho de su doctrina; y quitará autoridad a quien haya abusado de ella, pues Él desea que su campo sea administrado de acuerdo con su voluntad.
Transcurridos dieciocho siglos, llegada a la edad viril, la humanidad está madura para comprender lo que Cristo apenas esbozó, porque en esa época, como Él mismo lo dijo, no lo habrían comprendido. Ahora bien, ¿a qué resultado llegaron quienes, durante este prolongado período, estuvieron a cargo de la educación religiosa de la humanidad? A la constatación de que la indiferencia ha sucedido a la fe, y que la incredulidad se ha erigido en doctrina. En efecto, en ninguna otra época el escepticismo y el espíritu de negación estuvieron tan difundidos, en todas las clases de la sociedad.
No obstante, si bien algunas de las palabras de Cristo se presentan cubiertas por el velo de la alegoría, en lo que respecta a la regla de conducta, a las relaciones entre los individuos, a los principios morales que Él estableció como condición expresa para la salvación, sus enseñanzas son claras, explícitas y sin ambigüedad. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XV.)
¿Qué han hecho de sus máximas de caridad, de amor y de tolerancia, así como de las recomendaciones que hizo a sus apóstoles para que convirtiesen a los hombres mediante la persuasión y la mansedumbre? ¿Qué han hecho de la sencillez, de la humildad, del desinterés y de todas las virtudes que Él ejemplificó? En su nombre, los hombres se anatematizaron y se maldijeron recíprocamente; se estrangularon en nombre de Aquel que dijo: Todos los hombres son hermanos. Del Dios infinitamente justo, bueno y misericordioso al que Él reveló, hicieron un Dios celoso, cruel, vengativo y parcial; en nombre de aquel Dios de paz y verdad se realizaron sacrificios de miles de víctimas en las hogueras, con torturas y persecuciones en una cantidad mucho mayor a la que en todas las épocas sacrificaron los paganos a sus falsos dioses; se vendieron las oraciones y las gracias del Cielo en nombre de Aquel que expulsó a los mercaderes del Templo y dijo a sus discípulos: Dad de gracia lo que de gracia recibisteis.
¿Qué diría Cristo si viviese actualmente entre nosotros? ¿Si viese a sus representantes ambicionando honores, riquezas, poder, y el fausto de los príncipes del mundo, en tanto que Él, rey más legítimo que todos los reyes de la Tierra, hizo su entrada en Jerusalén montado en un asno? Sin duda tendría derecho a decirles: “¿Qué habéis hecho de mis enseñanzas, vosotros que incensáis al becerro de oro, que pronunciáis la mayor parte de vuestras plegarias a favor de los ricos, y reserváis una parte insignificante para los pobres, a pesar de que yo os he dicho: Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros en el reino de los Cielos?” No obstante, si Él no se encuentra entre nosotros carnalmente, está en Espíritu y, como el señor de la parábola, vendrá a pedir cuentas a sus viñadores cuando llegue el momento de la cosecha.
Un solo rebaño y un solo pastor
31. “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir; ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.” (San Juan, 10:16).
32. Con esas palabras, Jesús anuncia claramente que los hombres se unirán un día mediante una única creencia; pero ¿cómo se podrá llevar a cabo esa unión? La tarea parece difícil, si se toman en cuenta las diferencias que existen entre las religiones, los antagonismos que estas alimentan entre sus respectivos adeptos, así como la obstinación que manifiestan en considerarse con la exclusiva posesión de la verdad. Todas aspiran a la unidad, pero cada una se vanagloria de que esa unidad se concretará para su beneficio, y ninguna admite la posibilidad de hacer alguna concesión a sus creencias.
Sin embargo, la unidad en cuanto a la religión se logrará, así como ya tiende a realizarse en lo social, lo político y lo comercial, mediante la desaparición de las barreras que separan a los pueblos, a través de la asimilación de las costumbres, de los hábitos, del lenguaje. Los pueblos del mundo entero confraternizan ahora del mismo modo que los de las provincias de un mismo país. Se presiente esa unidad, y todos la anhelan. Se logrará por la fuerza de las circunstancias, porque llegará a ser una necesidad para que se estrechen los lazos fraternales entre las naciones; se logrará a través del desarrollo de la razón humana, que estará apta para comprender la puerilidad de las disidencias; por el progreso de las ciencias, que demostrará día a día los errores materiales sobre los cuales esas disidencias se apoyan, y que reemplazarán las piedras carcomidas que hay en sus cimientos. Así como es cierto que, en las religiones, la ciencia echa por tierra aquello que es obra de los hombres, y fruto de su ignorancia respecto de las leyes de la naturaleza, también es cierto que, pese a la opinión de algunos, no puede destruir la verdad eterna que es obra de Dios. Al apartar lo secundario, prepara los caminos que conducen a la unidad.
A fin de llegar a la unidad, las religiones tendrán que congregarse en un terreno neutral, aunque común a todas. En ese sentido, todas deberán realizar concesiones y sacrificios, de mayor o menor importancia, de acuerdo con sus múltiples dogmas particulares. No obstante, en virtud del principio de inmutabilidad que todas profesan, la iniciativa de las concesiones no podrá partir del campo oficial; en vez de que el punto de partida se tome desde lo alto, lo tomará desde abajo la iniciativa individual. De un tiempo a esta parte se está gestando un movimiento de descentralización que tiende a adquirir una fuerza irresistible. El principio de la inmutabilidad, que ha servido como escudo a las religiones conservadoras, habrá de transformarse en un elemento destructor, pues si los cultos religiosos permanecen en la inmovilidad, mientras la sociedad avanza, se verán superados y posteriormente absorbidos por la corriente de las ideas progresivas.
La inmovilidad, en vez de ser una fuerza, se convierte en una causa de debilidad y de ruina para quien no acompaña el movimiento general. Además, destruye la unidad, pues quienes desean avanzar se apartan de los que se obstinan en quedarse rezagados.
En el estado actual de la opinión y de los conocimientos, la religión llamada a congregar un día a todos los hombres bajo un mismo estandarte, será la que mejor satisfaga a la razón y a las legítimas aspiraciones del corazón y del espíritu; la que no sea en ningún punto desmentida por la ciencia positiva; la que en vez de inmovilizarse acompañe a la humanidad en su marcha progresiva, sin dejarse aventajar; la que no sea exclusiva ni intolerante, sino emancipadora de la inteligencia, admitiendo sólo la fe racional; aquella cuyo código de moral sea el más puro, el más racional, el que esté más en armonía con las necesidades sociales, el más apropiado, en fin, para fundar en la Tierra el reinado del bien, con la práctica de la caridad y la fraternidad universales.
Lo que alimenta el antagonismo entre las religiones es la idea de que cada una tiene su dios particular, y la pretensión de que ese dios es el único verdadero y el más poderoso, en constante lucha con los dioses de los demás cultos, y ocupado en combatir su influencia. Cuando se hayan convencido de que sólo existe un Dios en el universo y que, en definitiva, Él es el mismo que ellas adoran con los nombres de Jehová, Alá o Dios; cuando se pongan de acuerdo sobre los atributos esenciales de la divinidad, comprenderán que un ser único no puede tener más que una sola voluntad; entonces se tenderán las manos unas con otras, como los servidores de un mismo Maestro y los hijos de un mismo Padre, con lo cual habrán dado un gran paso hacia la unidad.
Sin embargo, la unidad en cuanto a la religión se logrará, así como ya tiende a realizarse en lo social, lo político y lo comercial, mediante la desaparición de las barreras que separan a los pueblos, a través de la asimilación de las costumbres, de los hábitos, del lenguaje. Los pueblos del mundo entero confraternizan ahora del mismo modo que los de las provincias de un mismo país. Se presiente esa unidad, y todos la anhelan. Se logrará por la fuerza de las circunstancias, porque llegará a ser una necesidad para que se estrechen los lazos fraternales entre las naciones; se logrará a través del desarrollo de la razón humana, que estará apta para comprender la puerilidad de las disidencias; por el progreso de las ciencias, que demostrará día a día los errores materiales sobre los cuales esas disidencias se apoyan, y que reemplazarán las piedras carcomidas que hay en sus cimientos. Así como es cierto que, en las religiones, la ciencia echa por tierra aquello que es obra de los hombres, y fruto de su ignorancia respecto de las leyes de la naturaleza, también es cierto que, pese a la opinión de algunos, no puede destruir la verdad eterna que es obra de Dios. Al apartar lo secundario, prepara los caminos que conducen a la unidad.
A fin de llegar a la unidad, las religiones tendrán que congregarse en un terreno neutral, aunque común a todas. En ese sentido, todas deberán realizar concesiones y sacrificios, de mayor o menor importancia, de acuerdo con sus múltiples dogmas particulares. No obstante, en virtud del principio de inmutabilidad que todas profesan, la iniciativa de las concesiones no podrá partir del campo oficial; en vez de que el punto de partida se tome desde lo alto, lo tomará desde abajo la iniciativa individual. De un tiempo a esta parte se está gestando un movimiento de descentralización que tiende a adquirir una fuerza irresistible. El principio de la inmutabilidad, que ha servido como escudo a las religiones conservadoras, habrá de transformarse en un elemento destructor, pues si los cultos religiosos permanecen en la inmovilidad, mientras la sociedad avanza, se verán superados y posteriormente absorbidos por la corriente de las ideas progresivas.
La inmovilidad, en vez de ser una fuerza, se convierte en una causa de debilidad y de ruina para quien no acompaña el movimiento general. Además, destruye la unidad, pues quienes desean avanzar se apartan de los que se obstinan en quedarse rezagados.
En el estado actual de la opinión y de los conocimientos, la religión llamada a congregar un día a todos los hombres bajo un mismo estandarte, será la que mejor satisfaga a la razón y a las legítimas aspiraciones del corazón y del espíritu; la que no sea en ningún punto desmentida por la ciencia positiva; la que en vez de inmovilizarse acompañe a la humanidad en su marcha progresiva, sin dejarse aventajar; la que no sea exclusiva ni intolerante, sino emancipadora de la inteligencia, admitiendo sólo la fe racional; aquella cuyo código de moral sea el más puro, el más racional, el que esté más en armonía con las necesidades sociales, el más apropiado, en fin, para fundar en la Tierra el reinado del bien, con la práctica de la caridad y la fraternidad universales.
Lo que alimenta el antagonismo entre las religiones es la idea de que cada una tiene su dios particular, y la pretensión de que ese dios es el único verdadero y el más poderoso, en constante lucha con los dioses de los demás cultos, y ocupado en combatir su influencia. Cuando se hayan convencido de que sólo existe un Dios en el universo y que, en definitiva, Él es el mismo que ellas adoran con los nombres de Jehová, Alá o Dios; cuando se pongan de acuerdo sobre los atributos esenciales de la divinidad, comprenderán que un ser único no puede tener más que una sola voluntad; entonces se tenderán las manos unas con otras, como los servidores de un mismo Maestro y los hijos de un mismo Padre, con lo cual habrán dado un gran paso hacia la unidad.
Advenimiento de Elías
33. “Entonces sus discípulos le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, los escribas dicen que es necesario que Elías venga primero?’ Jesús les respondió: ‘Es cierto que Elías ha de venir y que restablecerá todas las cosas.
”Pero yo os digo que Elías ya vino, y ellos no lo conocieron; sino que lo trataron como quisieron. Así también harán morir al Hijo del hombre’.
”Entonces sus discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.” (San Mateo, 17:10 a 13.)
”Pero yo os digo que Elías ya vino, y ellos no lo conocieron; sino que lo trataron como quisieron. Así también harán morir al Hijo del hombre’.
”Entonces sus discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.” (San Mateo, 17:10 a 13.)
34. Elías ya había vuelto en la persona de Juan el Bautista. Su nueva llegada es anunciada de manera explícita. Ahora bien, como él no puede volver más que tomando un nuevo cuerpo, ahí tenemos la consagración formal del principio de la pluralidad de las existencias. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo IV, § 10.)
Anuncio del Consolador
35. “Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré a mi Padre, y Él os enviará otro Consolador, a fin de que quede eternamente con vosotros; el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve. Pero vosotros lo conocéis, porque permanecerá con vosotros, y estará en vosotros. Pero el Consolador, que es el Santo Espíritu, al que mi Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo lo que yo os he dicho.” (San Juan, 14:15 a 17; 26). – El Evangelio según el espiritismo, Capítulo VI.)
36. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá hasta vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no han creído en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy hacia mi Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.
”Tengo aún muchas otras cosas para deciros, pero por el momento no las podéis soportar.
”Cuando venga ese Espíritu de Verdad, él os enseñará toda la verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que haya escuchado, y os anunciará lo que ha de venir.
”Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.” (San Juan, 16:7 a 14.)
”Tengo aún muchas otras cosas para deciros, pero por el momento no las podéis soportar.
”Cuando venga ese Espíritu de Verdad, él os enseñará toda la verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que haya escuchado, y os anunciará lo que ha de venir.
”Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.” (San Juan, 16:7 a 14.)
37. Esta predicción es, sin discusiones, una de las más importantes desde el punto de vista religioso, porque demuestra sin ningún equívoco que Jesús no dijo todo lo que tenía para decir, puesto que no lo habrían comprendido ni siquiera sus apóstoles, ya que era a ellos a quienes Él se dirigía. Si les hubiese dado instrucciones secretas, los Evangelios harían alguna mención al respecto. Ahora bien, dado que Jesús no dijo todo a sus apóstoles, los sucesores de estos no pudieron saber más que ellos en relación con lo que Él dijo. Es posible, pues, que se hayan confundido en cuanto al sentido de sus palabras, o que hayan interpretado falsamente sus pensamientos, en muchas ocasiones velados bajo la forma de parábolas. Por consiguiente, las religiones que se basaron en el Evangelio no pueden considerarse en posesión de toda la verdad, visto que Jesús reservó para sí la tarea de completar posteriormente sus enseñanzas. El principio de la inmutabilidad de esas enseñanzas constituye un desmentido de las palabras mismas de Cristo.
Con el nombre de Consolador y de Espíritu de Verdad, Jesús anunció la venida de aquel que habría de enseñar todas las cosas y de recordar lo que Él había dicho. Por consiguiente, su enseñanza no estaba completa. Además prevé que su mensaje sería olvidado, y que sus palabras serían desvirtuadas, ya que el Espíritu de Verdad vendría a recordar todo lo que Él dijo y, de común acuerdo con Elías, a restablecer todas las cosas, es decir, a ponerlas de acuerdo con el verdadero pensamiento de Jesús.
Con el nombre de Consolador y de Espíritu de Verdad, Jesús anunció la venida de aquel que habría de enseñar todas las cosas y de recordar lo que Él había dicho. Por consiguiente, su enseñanza no estaba completa. Además prevé que su mensaje sería olvidado, y que sus palabras serían desvirtuadas, ya que el Espíritu de Verdad vendría a recordar todo lo que Él dijo y, de común acuerdo con Elías, a restablecer todas las cosas, es decir, a ponerlas de acuerdo con el verdadero pensamiento de Jesús.
38. ¿Cuándo vendrá ese nuevo revelador? Es evidente que, si en la época en que Jesús hablaba, los hombres no se encontraban en estado de comprender las cosas que a Él le quedaban por decir, no sería en unos pocos años que podrían adquirir los conocimientos necesarios para ello. A fin de que se comprendieran ciertas partes del Evangelio, con excepción de los preceptos de moral, se necesitaban conocimientos que sólo el progreso de las ciencias podía otorgar, y que debían ser obra del tiempo y de muchas generaciones. Por consiguiente, si el nuevo Mesías hubiese venido poco tiempo después de Cristo, habría encontrado el terreno en las mismas condiciones, es decir, poco propicio, y no hubiera podido hacer más de lo que hizo Jesús. Ahora bien, desde aquella época hasta nuestros días, no se ha producido ninguna revelación importante que haya completado el Evangelio y elucidado sus partes ininteligibles, indicio seguro de que el Enviado aún no ha aparecido.
39. ¿Quién habrá de ser ese enviado? Al decir: “Rogaré a mi Padre y Él os enviará otro Consolador”, Jesús indicó claramente que ese Consolador no sería Él mismo, pues de lo contrario hubiese dicho: “Volveré para completar lo que les he enseñado”. Sólo agrega: A fin de que permanezca eternamente con vosotros, y él estará en vosotros. Sería imposible que esta expresión se refiriera a una individualidad encarnada, puesto que no podría permanecer eternamente con nosotros, ni menos aún estar en nosotros; pero se comprende a la perfección si se refiere a una doctrina que, en efecto, cuando la hayamos asimilado podrá estar eternamente en nosotros. El Consolador es, pues, según el pensamiento de Jesús, la personificación de una doctrina soberanamente consoladora, inspirada por el Espíritu de Verdad.
40. El espiritismo reúne, como ha quedado demostrado (Véase el Capítulo I, § 30), todas las características del Consolador que Jesús prometió. No es una doctrina individual, una concepción humana; nadie puede considerarse su creador. Es el fruto de la enseñanza colectiva de los Espíritus, enseñanza que conduce el Espíritu de Verdad. No suprime nada del Evangelio, sino que lo completa y lo explica. Con la ayuda de las nuevas leyes que revela, conjugadas con las que la ciencia ya ha descubierto, conduce a la comprensión de lo que era ininteligible y hace que se admita la posibilidad de aquello que la incredulidad consideraba inadmisible. Tuvo sus precursores y profetas, que presagiaron su llegada. Por su poder moralizador, el espiritismo prepara el reinado del bien sobre la Tierra.
La doctrina de Moisés, incompleta, quedó circunscripta al pueblo judío; la de Jesús, más completa, se extendió a toda la Tierra mediante el cristianismo, pero no convirtió a todos; el espiritismo, más completo aún, con raíces en todas las creencias, convertirá a toda la humanidad. *
________________________________________
* Todas las doctrinas filosóficas y religiosas llevan el nombre de su fundador. Se dice: el mosaísmo, el cristianismo, el mahometismo, el budismo, el cartesianismo, el furierismo, el sansimonismo, etc. La palabra espiritismo, por el contrario, no alude a ninguna personalidad; implica una idea general que al mismo tiempo indica el carácter y la fuente múltiple de la doctrina. (N. de Allan Kardec.)
La doctrina de Moisés, incompleta, quedó circunscripta al pueblo judío; la de Jesús, más completa, se extendió a toda la Tierra mediante el cristianismo, pero no convirtió a todos; el espiritismo, más completo aún, con raíces en todas las creencias, convertirá a toda la humanidad. *
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* Todas las doctrinas filosóficas y religiosas llevan el nombre de su fundador. Se dice: el mosaísmo, el cristianismo, el mahometismo, el budismo, el cartesianismo, el furierismo, el sansimonismo, etc. La palabra espiritismo, por el contrario, no alude a ninguna personalidad; implica una idea general que al mismo tiempo indica el carácter y la fuente múltiple de la doctrina. (N. de Allan Kardec.)
41. Al decir a sus apóstoles: “Otro vendrá más tarde para enseñaros lo que yo ahora no os puedo enseñar”, Jesús proclamaba la necesidad de la reencarnación. ¿Cómo podrían aquellos hombres aprovechar la enseñanza más completa que sería impartida más tarde? ¿Cómo llegarían a ser más aptos para comprenderla si no hubiesen de vivir nuevamente? Jesús habría dicho algo ilógico si, de acuerdo con la doctrina vulgar, los hombres futuros debieran ser hombres nuevos, almas salidas de la nada en la ocasión de su nacimiento. Admítase, por el contrario, que los apóstoles y los hombres de su tiempo vivieron después; que aún hoy vuelven a vivir, y entonces la promesa de Jesús estará plenamente justificada. Su inteligencia, desarrollada al contacto con el progreso social, puede admitir ahora lo que antes no podía. Sin la reencarnación, la promesa de Jesús hubiese sido una quimera.
42. Si se alegara que esa promesa se cumplió el día de Pentecostés, por medio del descenso del Espíritu Santo, se podrá responder que el Espíritu Santo los inspiró, que abrió sus inteligencias, que desarrolló en ellos las aptitudes mediúmnicas destinadas a facilitarles su misión, pero no les enseñó nada aparte de lo que Jesús ya les había enseñado, porque en lo que dejaron no se encuentra ningún vestigio de una enseñanza especial. El Espíritu Santo, pues, no realizó lo que Jesús había anunciado en relación con el Consolador; de lo contrario, los apóstoles habrían elucidado, mientras todavía estaban vivos, todo lo que quedó ininteligible en el Evangelio hasta el día de hoy, y cuya interpretación contradictoria dio origen a numerosas sectas que dividieron el cristianismo a partir de los primeros siglos.
Segundo advenimiento de Cristo
43. “Entonces, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; pues el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por amor a mí, la encontrará.
”¿De qué le serviría a un hombre ganar el mundo entero, si perdiera su alma? ¿O a qué precio podrá el hombre comprar su alma, después de que la haya perdido? Porque el Hijo del hombre habrá de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces le dará a cada uno según sus obras.
”En verdad os digo, que algunos de aquellos que aquí se encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre en su reino.” (San Mateo, 16:24 a 28.)
”¿De qué le serviría a un hombre ganar el mundo entero, si perdiera su alma? ¿O a qué precio podrá el hombre comprar su alma, después de que la haya perdido? Porque el Hijo del hombre habrá de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces le dará a cada uno según sus obras.
”En verdad os digo, que algunos de aquellos que aquí se encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre en su reino.” (San Mateo, 16:24 a 28.)
44. “Entonces, el sumo sacerdote se levantó en medio de la asamblea, e interrogó a Jesús: ‘¿No respondes nada a lo que estos denuncian contra ti?’ Pero Jesús se mantenía en silencio y no respondió. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: ‘¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios para siempre bendito?’ Jesús le respondió: ‘Sí, yo soy, y veréis un día al Hijo del hombre sentado a la diestra de la majestad de Dios, viniendo sobre las nubes del cielo’.
”A continuación, el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, le dijo: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?’” (San Marcos, 14:60 a 63.)
”A continuación, el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, le dijo: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?’” (San Marcos, 14:60 a 63.)
45. Jesús anuncia su segundo advenimiento, pero no dice que regresará a la Tierra con un cuerpo carnal, ni que personificará al Consolador. Afirma que habrá de venir en Espíritu, en la gloria de su Padre, para juzgar el mérito y la falta de mérito, así como para dar a cada uno según sus obras, cuando los tiempos hayan llegado.
Estas palabras: “Algunos de aquellos que aquí se encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre en su reino”, aparentemente encierran una contradicción, pues es indudable que Él no vino durante la vida de ninguno de aquellos que estaban presentes. Sin embargo, Jesús no podía engañarse en una previsión de esa naturaleza, principalmente con respecto a algo contemporáneo que le concernía de modo personal. Se debe averiguar, en primer lugar, si sus palabras han sido siempre reproducidas con fidelidad. Es para dudarlo, si consideramos que Él no escribió nada; que esas palabras recién fueron registradas después de su muerte, y que cada evangelista redactó el mismo discurso casi siempre en términos diferentes, lo que constituye una prueba evidente de que esas no son las expresiones textuales de Jesús. Además, es probable que el sentido haya sufrido alteraciones al pasar por las sucesivas traducciones.
Por otro lado, está fuera de toda duda que, si Jesús hubiese dicho todo lo que tenía para decir, se habría expresado sobre todas las cosas de un modo claro y preciso, como lo hizo en relación con los principios morales, sin que diese lugar a ningún equívoco; mientras que se vio obligado a velar su pensamiento sobre los asuntos que consideró que no era conveniente profundizar. Los apóstoles, convencidos de que la generación de la cual formaban parte debía dar testimonio de lo que Él anunciaba, interpretaron el pensamiento de Jesús de acuerdo con esa suposición. Por consiguiente, redactaron desde el punto de vista del presente lo que el Maestro había dicho, y lo hicieron de una manera más absoluta que aquella en que Él mismo lo hizo. Sea como fuere, el hecho es que los acontecimientos no ocurrieron como ellos supusieron.
Estas palabras: “Algunos de aquellos que aquí se encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre en su reino”, aparentemente encierran una contradicción, pues es indudable que Él no vino durante la vida de ninguno de aquellos que estaban presentes. Sin embargo, Jesús no podía engañarse en una previsión de esa naturaleza, principalmente con respecto a algo contemporáneo que le concernía de modo personal. Se debe averiguar, en primer lugar, si sus palabras han sido siempre reproducidas con fidelidad. Es para dudarlo, si consideramos que Él no escribió nada; que esas palabras recién fueron registradas después de su muerte, y que cada evangelista redactó el mismo discurso casi siempre en términos diferentes, lo que constituye una prueba evidente de que esas no son las expresiones textuales de Jesús. Además, es probable que el sentido haya sufrido alteraciones al pasar por las sucesivas traducciones.
Por otro lado, está fuera de toda duda que, si Jesús hubiese dicho todo lo que tenía para decir, se habría expresado sobre todas las cosas de un modo claro y preciso, como lo hizo en relación con los principios morales, sin que diese lugar a ningún equívoco; mientras que se vio obligado a velar su pensamiento sobre los asuntos que consideró que no era conveniente profundizar. Los apóstoles, convencidos de que la generación de la cual formaban parte debía dar testimonio de lo que Él anunciaba, interpretaron el pensamiento de Jesús de acuerdo con esa suposición. Por consiguiente, redactaron desde el punto de vista del presente lo que el Maestro había dicho, y lo hicieron de una manera más absoluta que aquella en que Él mismo lo hizo. Sea como fuere, el hecho es que los acontecimientos no ocurrieron como ellos supusieron.
46. Un concepto fundamental que Jesús no pudo desarrollar, porque los hombres de su tiempo no estaban suficientemente preparados, tanto para ideas de esa índole como para sus consecuencias, fue la grandiosa ley de la reencarnación. No obstante, asentó el principio de la mencionada ley, así como lo hizo en relación con todo lo demás. Estudiada y puesta en evidencia en nuestros días por el espiritismo, la ley de la reencarnación constituye la clave para la comprensión de muchos de los pasajes del Evangelio, que sin ella parecerían verdaderos despropósitos.
Por medio de esa ley se encuentra la explicación racional de las palabras citadas más arriba, aunque las admitamos como textuales. Dado que esas palabras no pueden aplicarse a la persona de los apóstoles, es evidente que se refieren al futuro reino de Cristo, es decir, a la época en que su doctrina, mejor comprendida, será ley universal. Al expresar que algunos de los allí presentes verían su advenimiento, Él se refería a los que volverían a vivir en esa época. No obstante, los judíos imaginaban que verían todo lo que Jesús anunciaba, y tomaban al pie de la letra sus alegorías.
Por otra parte, algunas de sus profecías se cumplieron en el debido tiempo, tales como la ruina de Jerusalén, las calamidades que ocurrieron a continuación, y la dispersión de los judíos. Pero la visión de Jesús se proyectaba mucho más lejos, de modo que, cuando hablaba del presente, en todos los casos aludía al porvenir.
Por medio de esa ley se encuentra la explicación racional de las palabras citadas más arriba, aunque las admitamos como textuales. Dado que esas palabras no pueden aplicarse a la persona de los apóstoles, es evidente que se refieren al futuro reino de Cristo, es decir, a la época en que su doctrina, mejor comprendida, será ley universal. Al expresar que algunos de los allí presentes verían su advenimiento, Él se refería a los que volverían a vivir en esa época. No obstante, los judíos imaginaban que verían todo lo que Jesús anunciaba, y tomaban al pie de la letra sus alegorías.
Por otra parte, algunas de sus profecías se cumplieron en el debido tiempo, tales como la ruina de Jerusalén, las calamidades que ocurrieron a continuación, y la dispersión de los judíos. Pero la visión de Jesús se proyectaba mucho más lejos, de modo que, cuando hablaba del presente, en todos los casos aludía al porvenir.
Señales precursoras
47. “También oiréis hablar de guerras y de rumores de guerras; pero tratad de que no os perturbéis, porque es necesario que esas cosas sucedan; pero todavía no será el fin, pues se verá a un pueblo levantarse contra otro, y un reino contra otro reino; y habrá pestes, hambre y temblores de tierra en diversos lugares, y todas esas cosas serán apenas el comienzo de los dolores.” (San Mateo, 24:6 a 8.)
48. “Entonces el hermano entregará a su hermano para que sea muerto, y el padre a los hijos; los hijos se levantarán contra sus padres y sus madres, y los harán morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero aquel que persevere hasta el fin será salvo.” (San Marcos, 13:12 y 13.)
49. “Cuando veáis que la abominación de la desolación, que fue predicha por el profeta Daniel, está en el lugar sagrado (que aquel que lee entienda bien lo que lee); entonces, los que estén en Judea, huyan hacia las montañas *; el que esté en el tejado, no descienda para llevar alguna cosa de su casa; y el que esté en el campo no vuelva para tomar sus ropas. ¡Ay de las que estén encintas o amamantando en esos días! Pedid a Dios que vuestra fuga no se dé durante el invierno ni en día sábado, porque la aflicción de ese tiempo será tan grande como no la hubo igual desde el comienzo del mundo hasta el presente, y como nunca más la habrá. Y si esos días no fuesen abreviados, ningún hombre se salvaría; pero esos días serán abreviados en atención a los elegidos.” (San Mateo, 24:15 a 22.)
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* Esta expresión: abominación de la desolación, no sólo carece de sentido, sino que se presta al ridículo. La traducción de Osterwald dice: “La abominación que causa la desolación”, lo que es muy diferente. En ese caso, el sentido se vuelve perfectamente claro, porque se comprende que las abominaciones habrían de acarrear desolación como castigo. Cuando la abominación, dice Jesús, se instale en el lugar sagrado, también la desolación confluirá hacia ahí, y eso constituirá una señal de que los tiempos están próximos. (N. de Allan Kardec.)
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* Esta expresión: abominación de la desolación, no sólo carece de sentido, sino que se presta al ridículo. La traducción de Osterwald dice: “La abominación que causa la desolación”, lo que es muy diferente. En ese caso, el sentido se vuelve perfectamente claro, porque se comprende que las abominaciones habrían de acarrear desolación como castigo. Cuando la abominación, dice Jesús, se instale en el lugar sagrado, también la desolación confluirá hacia ahí, y eso constituirá una señal de que los tiempos están próximos. (N. de Allan Kardec.)
50. “Inmediatamente después de esos días de aflicción, el Sol se oscurecerá, y la Luna dejará de dar su luz; las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas.
“Entonces, la señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y todos los pueblos de la tierra entrarán en llanto y en gemidos, y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo con gran majestuosidad.
“Él enviará a sus ángeles, que harán oír el sonido retumbante de sus trompetas, y reunirán a sus elegidos de las cuatro regiones del mundo, de un extremo al otro del cielo.
“Aprended una comparación tomada de la higuera: Cuando sus ramas ya están tiernas y dan hojas, sabéis que se acerca el verano. Del mismo modo, cuando veáis todas esas cosas, sabed que el Hijo del hombre está cerca, que se encuentra a las puertas.
“Os digo, en verdad, que esta raza no pasará sin que todas esas cosas se hayan cumplido.” (San Mateo, 24:29 a 34.)
“Y sucederá con el advenimiento del Hijo del hombre lo que sucedió en los tiempos de Noé, porque como en los tiempos que precedieron al diluvio los hombres comían y bebían, se casaban y daban en casamiento a sus hijos, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y arrebató a todos, así también será en el advenimiento del Hijo del hombre.” (San Mateo, 24:37 a 39.)
“Entonces, la señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y todos los pueblos de la tierra entrarán en llanto y en gemidos, y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo con gran majestuosidad.
“Él enviará a sus ángeles, que harán oír el sonido retumbante de sus trompetas, y reunirán a sus elegidos de las cuatro regiones del mundo, de un extremo al otro del cielo.
“Aprended una comparación tomada de la higuera: Cuando sus ramas ya están tiernas y dan hojas, sabéis que se acerca el verano. Del mismo modo, cuando veáis todas esas cosas, sabed que el Hijo del hombre está cerca, que se encuentra a las puertas.
“Os digo, en verdad, que esta raza no pasará sin que todas esas cosas se hayan cumplido.” (San Mateo, 24:29 a 34.)
“Y sucederá con el advenimiento del Hijo del hombre lo que sucedió en los tiempos de Noé, porque como en los tiempos que precedieron al diluvio los hombres comían y bebían, se casaban y daban en casamiento a sus hijos, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y arrebató a todos, así también será en el advenimiento del Hijo del hombre.” (San Mateo, 24:37 a 39.)
51. “En cuanto a ese día y esa hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre.” (San Marcos, 13:32.)
52. “En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y gemiréis, y el mundo se regocijará; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se transformará en dicha. Una mujer, cuando da a luz, tiene dolor porque ha llegado su hora; pero después de que ha dado a luz al hijo, ya no se acuerda de los malestares que sufrió, por la dicha de haber traído un hombre al mundo. Ahora vosotros también estáis tristes; pero os veré de nuevo y vuestro corazón se regocijará, y nadie os quitará vuestra dicha.” (San Juan, 16:20 a 22.)
53. “Se levantarán muchos falsos profetas, que engañarán a muchas personas; y porque abundará la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará; pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo. Y este Evangelio del reino se predicará en toda la Tierra, para dar testimonio a todas las naciones. Entonces vendrá el fin.” (San Mateo, 24:11 a 14.)
54. No cabe duda de que este panorama del final de los tiempos es alegórico, como la mayoría de los que Jesús componía. Por su fuerza, las imágenes que encierra impresionan a las inteligencias todavía incultas. Para conmover esas imaginaciones de escasa sutileza hacían falta descripciones vigorosas, de tonos contrastantes. Jesús se dirigía especialmente al pueblo, a los hombres menos ilustrados, incapaces de comprender las abstracciones metafísicas y de captar la delicadeza de las formas. Para acceder al corazón, era necesario que hablase a los ojos con la ayuda de signos materiales, y a los oídos a través del vigor del lenguaje.
Como consecuencia natural de esa disposición de espíritu, y según la creencia generalizada, el poder supremo debía manifestarse por medio de hechos extraordinarios, sobrenaturales. Cuanto mayor era la imposibilidad de los hechos, tanto más se aceptaba su probabilidad.
Que el Hijo del hombre viniera sobre las nubes del cielo, con gran majestuosidad, rodeado por sus ángeles y al son de trompetas, les parecía mucho más imponente que la simple llegada de un ser investido solamente de poder moral. Por eso mismo los judíos, que aguardaban como Mesías a un rey terrenal más poderoso que los demás reyes, a fin de que colocara a su nación al frente de todas las otras y volviera a erigir el trono de David y de Salomón, no quisieron reconocerlo en el humilde hijo del carpintero, que carecía de autoridad material.
No obstante, aquel pobre obrero de la Judea se convirtió en el más grande entre los grandes; conquistó para su soberanía mayor cantidad de reinos que los jerarcas más poderosos; sólo con su palabra y con el concurso de algunos míseros pescadores revolucionó al mundo, y a Él los judíos le deberán su rehabilitación. Entonces, Jesús dijo una gran verdad cuando, en respuesta a esta pregunta de Pilatos: “¿Eres rey?”, respondió: “Tú lo dices”.
Como consecuencia natural de esa disposición de espíritu, y según la creencia generalizada, el poder supremo debía manifestarse por medio de hechos extraordinarios, sobrenaturales. Cuanto mayor era la imposibilidad de los hechos, tanto más se aceptaba su probabilidad.
Que el Hijo del hombre viniera sobre las nubes del cielo, con gran majestuosidad, rodeado por sus ángeles y al son de trompetas, les parecía mucho más imponente que la simple llegada de un ser investido solamente de poder moral. Por eso mismo los judíos, que aguardaban como Mesías a un rey terrenal más poderoso que los demás reyes, a fin de que colocara a su nación al frente de todas las otras y volviera a erigir el trono de David y de Salomón, no quisieron reconocerlo en el humilde hijo del carpintero, que carecía de autoridad material.
No obstante, aquel pobre obrero de la Judea se convirtió en el más grande entre los grandes; conquistó para su soberanía mayor cantidad de reinos que los jerarcas más poderosos; sólo con su palabra y con el concurso de algunos míseros pescadores revolucionó al mundo, y a Él los judíos le deberán su rehabilitación. Entonces, Jesús dijo una gran verdad cuando, en respuesta a esta pregunta de Pilatos: “¿Eres rey?”, respondió: “Tú lo dices”.
55. Es para destacar que, entre los antiguos, los temblores de tierra y el oscurecimiento del sol eran accesorios obligatorios de todos los acontecimientos y presagios siniestros. Los encontramos en ocasión de las muertes de Jesús y de César, y en una infinidad de circunstancias de la historia del paganismo. Si esos fenómenos se hubiesen producido tantas veces como las que se los menciona, sería imposible que los hombres no hubiesen conservado su recuerdo en las tradiciones. En este caso se agrega la caída de las estrellas del cielo, como para dar testimonio a las generaciones futuras, más ilustradas, de que sólo se trata de una ficción, puesto que se sabe que las estrellas no pueden caer.
56. No obstante, hay grandes verdades ocultas bajo esas alegorías. Está, en primer término, el anuncio de las calamidades de todo tipo que asolarán y diezmarán a la humanidad, a consecuencia de la lucha suprema entre el bien y el mal, entre la fe y la incredulidad, entre las ideas progresivas y las ideas retrógradas. En segundo lugar, la difusión en toda la Tierra del Evangelio restaurado en su pureza primitiva; después, el reino del bien, que será el de la paz y la fraternidad universales, y que será la consecuencia de la puesta en práctica, por parte de todos los pueblos, del código de moral evangélica. Ese será verdaderamente el reino de Jesús, pues Él presidirá su implantación, y porque los hombres vivirán bajo la égida de su ley. Será el reino de la felicidad, dado que Él dice que “después de los días de aflicción vendrán los de dicha”.
57. ¿Cuándo se producirán esos acontecimientos? “Nadie lo sabe –dice Jesús–, ni siquiera el Hijo”. No obstante, cuando llegue el momento, los hombres recibirán avisos por medio de señales precursoras. Esos indicios no estarán ni en el sol ni en las estrellas, sino en el estado social y en los fenómenos de orden moral antes que físico, que en parte se pueden deducir de sus alusiones.
Es indudable que ese cambio no podía producirse en vida de los apóstoles, pues de lo contrario Jesús no habría ignorado el momento preciso. Por otra parte, una transformación semejante no podía llevarse a cabo en el lapso de unos pocos años. Sin embargo, Jesús les habla de ella como si fuesen a presenciarla; de hecho, ellos podrán volver a vivir cuando esa transformación tenga lugar, así como trabajar para que se concrete. En cierto momento, Jesús alude a la suerte próxima de Jerusalén; en otro, toma ese hecho como punto de referencia acerca de lo que habría de ocurrir en el porvenir.
Es indudable que ese cambio no podía producirse en vida de los apóstoles, pues de lo contrario Jesús no habría ignorado el momento preciso. Por otra parte, una transformación semejante no podía llevarse a cabo en el lapso de unos pocos años. Sin embargo, Jesús les habla de ella como si fuesen a presenciarla; de hecho, ellos podrán volver a vivir cuando esa transformación tenga lugar, así como trabajar para que se concrete. En cierto momento, Jesús alude a la suerte próxima de Jerusalén; en otro, toma ese hecho como punto de referencia acerca de lo que habría de ocurrir en el porvenir.
58. ¿Será el fin del mundo lo que Jesús anuncia con su segunda venida, así como cuando dice que “el Evangelio será predicado por toda la Tierra, y entonces vendrá el fin”?
No es lógico suponer que Dios habrá de destruir el mundo justamente en el momento en que éste ingrese en el camino del progreso moral a través de la práctica de las enseñanzas evangélicas. Por otra parte, en las palabras de Cristo no hay nada que indique una destrucción universal, que en esas condiciones no se justificaría.
Dado que la práctica generalizada del Evangelio determinará una mejora en el estado moral de los hombres, por eso mismo introducirá el reino del bien y provocará la caída del mal. Se trata, por consiguiente, del fin del mundo viejo, del mundo gobernado por los prejuicios, el orgullo, el egoísmo, el fanatismo, la incredulidad, la codicia y todas las malas pasiones, a las que Cristo hacía alusión al decir: “Cuando el Evangelio sea predicado en toda la Tierra, entonces vendrá el fin”. No obstante, para llegar, ese fin ocasionará una lucha, y de esa lucha sobrevendrán los males que Él había previsto.
No es lógico suponer que Dios habrá de destruir el mundo justamente en el momento en que éste ingrese en el camino del progreso moral a través de la práctica de las enseñanzas evangélicas. Por otra parte, en las palabras de Cristo no hay nada que indique una destrucción universal, que en esas condiciones no se justificaría.
Dado que la práctica generalizada del Evangelio determinará una mejora en el estado moral de los hombres, por eso mismo introducirá el reino del bien y provocará la caída del mal. Se trata, por consiguiente, del fin del mundo viejo, del mundo gobernado por los prejuicios, el orgullo, el egoísmo, el fanatismo, la incredulidad, la codicia y todas las malas pasiones, a las que Cristo hacía alusión al decir: “Cuando el Evangelio sea predicado en toda la Tierra, entonces vendrá el fin”. No obstante, para llegar, ese fin ocasionará una lucha, y de esa lucha sobrevendrán los males que Él había previsto.
Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán
59. “En los últimos tiempos, dice el Señor, derramaré de mi espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos soñarán. En esos días, derramaré de mi espíritu sobre mis servidores y mis servidoras, y ellos profetizarán.” (Hechos de los Apóstoles, 2:17 y 18; Joel, 2:28 y 29.)
60. Si consideramos el estado actual del mundo físico y del mundo moral, las tendencias, las aspiraciones y los presentimientos de las masas, la decadencia de las viejas ideas que se debaten en vano desde hace un siglo contra las ideas nuevas, no podremos dudar de que un nuevo orden de cosas se prepara, y que el viejo mundo llega a su fin.
Ahora bien, si tomamos en cuenta la forma alegórica de algunas escenas y escrutamos el sentido profundo de las palabras de Jesús, al comparar la situación actual con los tiempos que el Maestro describió como indicadores de la era de la renovación, no podremos dejar de estar de acuerdo en que muchas de sus predicciones se están cumpliendo en la actualidad. De ahí es preciso concluir que estamos llegando a los tiempos anunciados, lo cual es confirmado en todos los puntos del globo por los Espíritus que se manifiestan.
Ahora bien, si tomamos en cuenta la forma alegórica de algunas escenas y escrutamos el sentido profundo de las palabras de Jesús, al comparar la situación actual con los tiempos que el Maestro describió como indicadores de la era de la renovación, no podremos dejar de estar de acuerdo en que muchas de sus predicciones se están cumpliendo en la actualidad. De ahí es preciso concluir que estamos llegando a los tiempos anunciados, lo cual es confirmado en todos los puntos del globo por los Espíritus que se manifiestan.
61. Como hemos visto (Capítulo I, § 32), en coincidencia con otras circunstancias, el advenimiento del espiritismo constituye la realización de una de las más importantes predicciones de Jesús, por la influencia que esta doctrina debe ejercer forzosamente sobre las ideas. Por otra parte, el espiritismo se encuentra claramente anunciado en los Hechos de los Apóstoles: “En los últimos tiempos, dice el Señor, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”.
Se trata del anuncio inequívoco de la vulgarización de la mediumnidad, que se revela actualmente en individuos de todas las edades, de ambos sexos y de todas las condiciones; se trata, por consiguiente, del anuncio de la manifestación universal de los Espíritus, puesto que sin los Espíritus no habría médiums. Eso, de conformidad con lo dicho, sucederá en los últimos tiempos. Ahora bien, visto que no hemos llegado al término del mundo, sino, por el contrario, a la época de su regeneración, debemos entender que esas palabras se refieren a los últimos tiempos del mundo moral que llega a su fin. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XXI.)
Se trata del anuncio inequívoco de la vulgarización de la mediumnidad, que se revela actualmente en individuos de todas las edades, de ambos sexos y de todas las condiciones; se trata, por consiguiente, del anuncio de la manifestación universal de los Espíritus, puesto que sin los Espíritus no habría médiums. Eso, de conformidad con lo dicho, sucederá en los últimos tiempos. Ahora bien, visto que no hemos llegado al término del mundo, sino, por el contrario, a la época de su regeneración, debemos entender que esas palabras se refieren a los últimos tiempos del mundo moral que llega a su fin. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XXI.)
El juicio final
62. “Ahora bien, cuando el Hijo del hombre venga en su majestad acompañado de todos los ángeles, se sentará en su trono de gloria; y reunidas delante de él todas las naciones, Él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de los cabritos, y colocará a su derecha las ovejas, y a su izquierda los cabritos. Entonces, dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Venid a mí, benditos de mi Padre (…)’.” (San Mateo, 25:31 a 46. El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XV.)
63. Puesto que el bien habrá de reinar en la Tierra, es preciso que sean excluidos de ella los Espíritus obstinados en el mal, y que podrían ocasionar disturbios. Dios ha permitido que ellos permanecieran aquí el tiempo necesario para que mejoraran; pero visto que ha llegado el momento en que, mediante el progreso moral de sus habitantes, la Tierra debe ascender en la jerarquía de los mundos, ya no podrá ser la morada de los Espíritus, tanto encarnados como desencarnados, que no hayan aprovechado las enseñanzas que estaban en condiciones de recibir en ella. Serán exiliados en mundos inferiores, como antes lo fueron en la Tierra los componentes de la raza adámica, al tiempo que Espíritus mejores vendrán a sustituirlos. Esta separación, que será presidida por Jesús, es la que se encuentra descripta en las siguientes palabras acerca del juicio final: “Los buenos pasarán a mi derecha, y los malos a mi izquierda”. (Véase el Capítulo XI, § 31 y siguientes.)
64. La doctrina de un juicio final, único y universal, que pone un término definitivo a la humanidad, provoca el rechazo de la razón, porque implica la inactividad de Dios durante la eternidad que precedió a la creación de la Tierra, así como durante la eternidad que seguirá a su destrucción. En ese caso, ¿qué utilidad tendrían el Sol, la Luna y las estrellas, que según el Génesis fueron creados para iluminar al mundo? Es motivo de consternación que una obra tan inmensa se haya producido para tan poco tiempo y en beneficio de seres predestinados, en su mayoría, a los suplicios eternos.
65. Materialmente, la idea de un juicio único era hasta cierto punto admisible para quienes no buscaban la razón de las cosas, cuando se creía que toda la humanidad se hallaba concentrada en la Tierra, y que todo en el universo había sido hecho para sus habitantes. Pero es inadmisible desde que se sabe que hay miles y miles de mundos semejantes, que perpetúan las humanidades durante toda la eternidad, y entre los cuales la Tierra es uno de los menos considerables, un simple punto imperceptible.
Sólo por este hecho se comprende que Jesús tenía razón cuando decía a sus discípulos: “Hay muchas cosas que no os puedo decir, porque no las comprenderíais”, visto que el progreso de las ciencias era indispensable para una interpretación cabal de algunas de sus palabras. Por cierto, los apóstoles, san Pablo y los primeros discípulos, habrían establecido de un modo muy diferente algunos dogmas si hubieran tenido los conocimientos astronómicos, geológicos, físicos, químicos, fisiológicos y psicológicos que poseemos en la actualidad. Por esa razón Jesús postergó el complemento de sus enseñanzas y anunció que todas las cosas habrían de ser restablecidas.
Sólo por este hecho se comprende que Jesús tenía razón cuando decía a sus discípulos: “Hay muchas cosas que no os puedo decir, porque no las comprenderíais”, visto que el progreso de las ciencias era indispensable para una interpretación cabal de algunas de sus palabras. Por cierto, los apóstoles, san Pablo y los primeros discípulos, habrían establecido de un modo muy diferente algunos dogmas si hubieran tenido los conocimientos astronómicos, geológicos, físicos, químicos, fisiológicos y psicológicos que poseemos en la actualidad. Por esa razón Jesús postergó el complemento de sus enseñanzas y anunció que todas las cosas habrían de ser restablecidas.
66. Moralmente, un juicio definitivo y sin apelación es inconciliable con la bondad infinita del Creador. Jesús nos lo presenta invariablemente como a un buen Padre, que deja siempre abier ta una puerta al arrepentimiento, y que está siempre dispuesto a recibir en sus brazos al hijo pródigo. Si Jesús hubiera entendido el juicio en ese sentido, habría desmentido sus propias palabras.
Además, si el juicio final debiera tomar por sorpresa a los hombres, en medio de sus actividades habituales, así como a las mujeres encintas, cabría preguntarse con qué fin Dios, que no hace nada inútil o injusto, haría que naciesen niños y crearía almas nuevas en ese momento supremo, al término fatal de la humanidad. ¿Sería para someterlas al juicio inmediatamente después de que hubieran salido del vientre materno, antes de que tuvieran conciencia de sí mismas, mientras que a otros se les concedieron miles de años para que llegaran a reconocerse? ¿Hacia qué lado, el derecho o el izquierdo, irían esas almas que no pudieron ser ni buenas ni malas, y para las cuales, sin embargo, se encontrarían cerrados todos los caminos para un ulterior progreso, visto que la humanidad dejaría de existir? (Véase el Capítulo II, § 19.)
Que conserven semejantes creencias aquellos cuya razón se conforma con ellas, pues están en su derecho. Nadie tiene por qué criticarlos; pero que no se disgusten si no todo el mundo está de acuerdo con ellos.
Además, si el juicio final debiera tomar por sorpresa a los hombres, en medio de sus actividades habituales, así como a las mujeres encintas, cabría preguntarse con qué fin Dios, que no hace nada inútil o injusto, haría que naciesen niños y crearía almas nuevas en ese momento supremo, al término fatal de la humanidad. ¿Sería para someterlas al juicio inmediatamente después de que hubieran salido del vientre materno, antes de que tuvieran conciencia de sí mismas, mientras que a otros se les concedieron miles de años para que llegaran a reconocerse? ¿Hacia qué lado, el derecho o el izquierdo, irían esas almas que no pudieron ser ni buenas ni malas, y para las cuales, sin embargo, se encontrarían cerrados todos los caminos para un ulterior progreso, visto que la humanidad dejaría de existir? (Véase el Capítulo II, § 19.)
Que conserven semejantes creencias aquellos cuya razón se conforma con ellas, pues están en su derecho. Nadie tiene por qué criticarlos; pero que no se disgusten si no todo el mundo está de acuerdo con ellos.
67. Por su parte, según ha quedado explicado aquí (véase el § 63), el juicio por la vía de la emigración es racional. Se basa en la más rigurosa justicia, dado que de ese modo el Espíritu conserva por toda la eternidad su libre albedrío; no constituye un privilegio para nadie: Dios concede a todas las criaturas, sin excepciones, la misma libertad de acción para que progresen; e incluso el aniquilamiento de un mundo, que acarrea la destrucción del cuerpo, no ocasionará ninguna interrupción a la marcha progresiva del Espíritu. Tales son las consecuencias de la pluralidad de los mundos y de la pluralidad de las existencias.
De acuerdo con esa interpretación, la calificación de juicio final no es exacta, puesto que los Espíritus pasan por un tribunal cada vez que se renuevan los mundos en que habitan, hasta que alcancen un cierto grado de perfección. No hay, por lo tanto, un juicio final propiamente dicho, sino juicios generales en todas las épocas de renovación parcial o total de la población de los mundos, a consecuencia de las cuales se producen las grandes emigraciones e inmigraciones de Espíritus.
De acuerdo con esa interpretación, la calificación de juicio final no es exacta, puesto que los Espíritus pasan por un tribunal cada vez que se renuevan los mundos en que habitan, hasta que alcancen un cierto grado de perfección. No hay, por lo tanto, un juicio final propiamente dicho, sino juicios generales en todas las épocas de renovación parcial o total de la población de los mundos, a consecuencia de las cuales se producen las grandes emigraciones e inmigraciones de Espíritus.
CAPÍTULO XVIII - Los tiempos han llegado
Señales de los tiempos
1. Nos advierten desde todas partes que han llegado los tiempos señalados por Dios, en que habrán de producirse importantes acontecimientos para la regeneración de la humanidad. ¿En qué sentido se deben entender esas palabras proféticas? Para los incrédulos, no tienen la menor importancia; según su punto de vista no son más que la enunciación de una creencia pueril, carente de fundamento. Para la mayoría de los creyentes, sin embargo, indican algo místico y sobrenatural, y las consideran precursoras de la derogación de las leyes de la naturaleza. Ambas interpretaciones son igualmente erró- neas: la primera, porque implica la negación de la Providencia; la segunda, porque esas palabras no anuncian un trastorno de las leyes de la naturaleza, sino el cumplimiento de esas leyes.
2. Todo es armonía en la Creación; todo revela una previsión que no se desdice ni en las pequeñas ni en las grandes cosas. Debemos, pues, apartar de inmediato toda idea de arbitrariedad, porque es inconciliable con la sabiduría divina. En segundo lugar, si nuestra época está señalada para la realización de ciertas cosas, es porque estas tienen una razón de ser en la marcha del conjunto.
Sobre esta base, diremos que nuestro planeta, como todo lo que existe, está sujeto a la ley del progreso. Progresa físicamente por la transformación de los elementos que lo componen, y moralmente por la purificación de los Espíritus encarnados y desencarnados que viven en él. Esos dos progresos se realizan en forma paralela, puesto que el perfeccionamiento de la vivienda está relacionado con el de quien habita en ella. Físicamente, el planeta ha sufrido transformaciones sucesivas, comprobadas por la ciencia, que lo hicieron habitable por seres cada vez más perfeccionados. Moralmente, la humanidad progresa por el desarrollo de la inteligencia, del sentido moral y de la moderación de las costumbres. Al mismo tiempo que el mejoramiento del globo se produce por la actividad de las potencias materiales, los hombres contribuyen a ese fin mediante los esfuerzos que resultan de la aplicación de su inteligencia. Sanean las regiones insalubres, facilitan las comunicaciones y hacen más productiva la tierra.
Ese doble progreso se realiza de dos maneras: una de ellas, lenta, gradual e imperceptible; la otra, mediante cambios bruscos, a cada uno de los cuales corresponde un movimiento ascensional más rápido, que señala con efectos muy notorios los períodos progresivos de la humanidad. Esos movimientos, subordinados en cuanto a los detalles al libre albedrío de los hombres, son en cierto modo fatales en su conjunto, porque están sometidos a leyes, como las que actúan en la germinación, el crecimiento y la madurez de las plantas. Es por eso que el movimiento progresivo se cumple en ocasiones de modo parcial, es decir, limitado a una raza o a una nación; en otras ocasiones es general.
El progreso de la humanidad se lleva a cabo, por lo tanto, en virtud de una ley. Ahora bien, como las leyes de la naturaleza son obra de la eterna sabiduría y de la presciencia divina, los efectos de esas leyes derivan de la voluntad de Dios; no de una voluntad ocasional y caprichosa, sino de una voluntad inmutable. Cuando, por consiguiente, la humanidad está madura para ascender un grado, se puede decir que los tiempos señalados por Dios han llegado, como se puede decir también que una determinada estación es el tiempo para la madurez y la cosecha de los frutos.
Sobre esta base, diremos que nuestro planeta, como todo lo que existe, está sujeto a la ley del progreso. Progresa físicamente por la transformación de los elementos que lo componen, y moralmente por la purificación de los Espíritus encarnados y desencarnados que viven en él. Esos dos progresos se realizan en forma paralela, puesto que el perfeccionamiento de la vivienda está relacionado con el de quien habita en ella. Físicamente, el planeta ha sufrido transformaciones sucesivas, comprobadas por la ciencia, que lo hicieron habitable por seres cada vez más perfeccionados. Moralmente, la humanidad progresa por el desarrollo de la inteligencia, del sentido moral y de la moderación de las costumbres. Al mismo tiempo que el mejoramiento del globo se produce por la actividad de las potencias materiales, los hombres contribuyen a ese fin mediante los esfuerzos que resultan de la aplicación de su inteligencia. Sanean las regiones insalubres, facilitan las comunicaciones y hacen más productiva la tierra.
Ese doble progreso se realiza de dos maneras: una de ellas, lenta, gradual e imperceptible; la otra, mediante cambios bruscos, a cada uno de los cuales corresponde un movimiento ascensional más rápido, que señala con efectos muy notorios los períodos progresivos de la humanidad. Esos movimientos, subordinados en cuanto a los detalles al libre albedrío de los hombres, son en cierto modo fatales en su conjunto, porque están sometidos a leyes, como las que actúan en la germinación, el crecimiento y la madurez de las plantas. Es por eso que el movimiento progresivo se cumple en ocasiones de modo parcial, es decir, limitado a una raza o a una nación; en otras ocasiones es general.
El progreso de la humanidad se lleva a cabo, por lo tanto, en virtud de una ley. Ahora bien, como las leyes de la naturaleza son obra de la eterna sabiduría y de la presciencia divina, los efectos de esas leyes derivan de la voluntad de Dios; no de una voluntad ocasional y caprichosa, sino de una voluntad inmutable. Cuando, por consiguiente, la humanidad está madura para ascender un grado, se puede decir que los tiempos señalados por Dios han llegado, como se puede decir también que una determinada estación es el tiempo para la madurez y la cosecha de los frutos.
3. Por el hecho de que el movimiento progresivo de la humanidad sea inevitable, dado que está en la naturaleza, no se concluye que Dios permanezca indiferente a él y que, después de haber establecido leyes, se haya retirado a la inactividad dejando que las cosas sigan su curso por sí solas. No cabe duda de que sus leyes son eternas e inmutables, pero eso se debe a que su propia voluntad es eterna y constante, y a que su pensamiento anima todas las cosas sin intermitencias. Ese pensamiento, que todo lo penetra, es la fuerza inteligente y permanente que mantiene la armonía en todo. Si dejase de actuar un solo instante, el universo sería como un reloj al que le falta el péndulo regulador. Dios vela, pues, sin cesar por la ejecución de sus leyes, y los Espíritus que pueblan el espacio son sus ministros, encargados de cuidar los detalles de acuerdo con atribuciones que corresponden al grado de adelanto que hayan alcanzado.
4. El universo es, al mismo tiempo, un mecanismo inconmensurable, accionado por un número incontable de inteligencias, y un inmenso gobierno en el que cada ser inteligente participa de modo activo bajo la mirada del soberano Señor, cuya voluntad única mantiene la unidad en todas partes. Bajo el dominio de esa gran potencia reguladora, todo marcha, todo funciona en perfecto orden. Donde nos parece que existen perturbaciones, sólo hay movimientos parciales y aislados, que para nosotros tienen la apariencia de irregulares porque nuestra visión es limitada. Si pudiésemos abarcarlos en conjunto, veríamos que esas irregularidades sólo son aparentes, y que están en armonía con el todo.
5. Hasta el presente, la humanidad ha realizado incuestionables progresos. Los hombres, con su inteligencia, han llegado a resultados que jamás habían alcanzado, desde el punto de vista de las ciencias, las artes y el bienestar material. Aún les queda por realizar un inmenso progreso: hacer que reinen entre ellos la caridad, la fraternidad y la solidaridad, que habrán de garantizarles el bienestar moral. No habrían de conseguirlo con sus creencias ni con sus instituciones anticuadas, vestigios de otra etapa y adecuadas para una cierta época, suficientes para un momento de transición; pero que habiendo dado todo lo que tenían, hoy representarían una traba. El hombre no sólo necesita el desarrollo de la inteligencia, sino la elevación de los sentimientos, y para lograrlo es imprescindible que aniquile todo lo que en él sobreexcite el egoísmo y el orgullo.
Ese es el período en el que va a entrar a partir de ahora, y que señalará una de las principales fases de la humanidad. Esa fase, que en este momento se encuentra en elaboración, constituye el complemento indispensable del estado precedente, del mismo modo que la edad viril es el complemento de la juventud. Podía, pues, ser prevista y predicha con anticipación, y a eso se debe que se diga que los tiempos marcados por Dios han llegado.
Ese es el período en el que va a entrar a partir de ahora, y que señalará una de las principales fases de la humanidad. Esa fase, que en este momento se encuentra en elaboración, constituye el complemento indispensable del estado precedente, del mismo modo que la edad viril es el complemento de la juventud. Podía, pues, ser prevista y predicha con anticipación, y a eso se debe que se diga que los tiempos marcados por Dios han llegado.
6. No obstante, en esta oportunidad no se trata de un cambio parcial, de una renovación circunscripta a una determinada región, a un pueblo o a una raza. Se trata de un movimiento universal que se realiza en el sentido del progreso moral. Tiende a establecerse un nuevo orden de cosas, y hasta los hombres que más se oponen al cambio, contribuyen a él sin saberlo. La generación futura, desembarazada de las escorias del viejo mundo y formada por elementos más depurados, estará animada por ideas y sentimientos muy diferentes de los de la generación actual, que se retira a pasos agigantados. El viejo mundo habrá muerto, y sólo perdurará en la Historia, del mismo modo que lo está hoy el período de la Edad Media, con sus costumbres bárbaras y sus creencias supersticiosas.
Por otra parte, todos saben cuánto deja que desear el presente orden de cosas. Después de que, en cierto modo, se haya agotado el bienestar material que la inteligencia es capaz de producir, se llegará a comprender que el complemento de ese bienestar sólo puede hallarse en el desarrollo moral. Cuanto más se avanza, más se percibe lo que falta, sin que, no obstante, se pueda aún definirlo claramente: se trata de la consecuencia del trabajo interno con que se elabora la regeneración. Brotan deseos, aspiraciones, que son como el presentimiento de un estado mejor.
Por otra parte, todos saben cuánto deja que desear el presente orden de cosas. Después de que, en cierto modo, se haya agotado el bienestar material que la inteligencia es capaz de producir, se llegará a comprender que el complemento de ese bienestar sólo puede hallarse en el desarrollo moral. Cuanto más se avanza, más se percibe lo que falta, sin que, no obstante, se pueda aún definirlo claramente: se trata de la consecuencia del trabajo interno con que se elabora la regeneración. Brotan deseos, aspiraciones, que son como el presentimiento de un estado mejor.
7. Con todo, un cambio tan radical como el que se realiza en la actualidad no puede llevarse a cabo sin conmociones. Existe una lucha inevitable de ideas. De ese conflicto forzosamente se originarán perturbaciones temporarias, hasta que el terreno haya sido allanado y el equilibrio restablecido. Así pues, de la confrontación de ideas surgirán los trascendentes acontecimientos anunciados, y no de cataclismos o catástrofes puramente materiales. Los cataclismos generalizados fueron consecuencia del proceso de formación de la Tierra. Hoy no se agitan las entrañas del planeta, sino las de la humanidad.
8. Si bien la Tierra ya no debe temer a los cataclismos generales, no por eso deja de estar sometida a revoluciones periódicas, cuyas causas, desde el punto de vista científico, están explicadas en las siguientes instrucciones, dictadas por dos eminentes Espíritus. *
“Cada cuerpo celeste, más allá de las leyes simples que presiden la división de los días y las noches, de las estaciones, etc., sufre revoluciones que demandan miles de siglos para su completo cumplimiento, pero que, del mismo modo que las revoluciones de menor repercusión, pasan por todos los períodos, desde el nacimiento hasta el apogeo del efecto, después del cual hay un decrecimiento hasta el último límite, y a continuación empieza otra vez a recorrer las mismas fases.
”El hombre sólo abarca las fases de duración relativamente corta, cuya periodicidad puede constatar; no obstante, hay algunas que incluyen a muchas generaciones de seres y hasta sucesiones de razas, cuyos efectos tienen para él, por consiguiente, las apariencias de lo novedoso y lo espontáneo, mientras que si su mirada pudiese englobar algunos miles de siglos hacia atrás vería, entre esos mismos efectos y sus causas, una correlación que ni siquiera sospecha. Esos períodos, que confunden la imaginación de los humanos por su duración relativa, no son sin embargo más que instantes en el lapso de la eternidad.
”En un mismo sistema planetario, todos los cuerpos que dependen de él reaccionan unos sobre otros; todas las influencias físicas son solidarias entre sí, y no hay un solo efecto, de esos que denomináis grandes perturbaciones, que no sea consecuencia del conjunto de las influencias de todo ese sistema.
”Voy más lejos, pues afirmo que los sistemas planetarios reaccionan unos sobre otros en razón de la proximidad o el alejamiento que resulta de sus movimientos de traslación a través de las miríadas de sistemas que componen nuestra nebulosa. Voy más lejos aún, pues manifiesto que nuestra nebulosa, que es como un archipiélago en la inmensidad, dado que tiene también su propio movimiento de traslación a través de miríadas de nebulosas, sufre la influencia de aquellas a las que se aproxima.
”De ese modo, las nebulosas reaccionan sobre las nebulosas, los sistemas reaccionan sobre los sistemas, como los planetas reaccionan sobre los planetas, los elementos de cada planeta reaccionan unos sobre otros, y así sucesivamente hasta llegar al átomo. De ahí derivan, en cada mundo, las revoluciones locales tanto como las generales, que sólo parecen trastornos porque la brevedad de la vida apenas permite que se vean sus efectos parciales.
”La materia orgánica no podría escapar a esas influencias; los trastornos que esta sufre pueden, por lo tanto, alterar el estado físico de los seres vivos y determinar algunas de esas enfermedades que atacan en general a las plantas, los animales y los hombres. Como todos los flagelos, esas enfermedades son un estímulo para la inteligencia humana, a la que lleva por necesidad a que busque los medios para combatirlas, así como a que descubra las leyes de la naturaleza.
”No obstante, la materia orgánica reacciona, por su parte, sobre el Espíritu; y éste, debido a su contacto y su íntima vinculación con los elementos materiales, sufre también influencias que modifican sus disposiciones –sin que por eso le quiten su libre albedrío–, que sobreexcitan o retardan su actividad y, por eso mismo, contribuyen a su desarrollo. Esa efervescencia, que en ocasiones se manifiesta en toda una población, entre los hombres de una misma raza, no es algo fortuito ni el resultado de una arbitrariedad; su causa reside en las leyes de la naturaleza. Esa efervescencia, al principio inconsciente, que no es más que un deseo vago, una aspiración indefinida hacia algo mejor, una necesidad de cambio, se traduce por una agitación sorda, más tarde por hechos que conducen a las revoluciones sociales, las cuales, creedlo, tienen también su periodicidad, así como ocurre con las revoluciones físicas, puesto que todo está concatenado. Si la visión espiritual no estuviese circunscripta por el velo de la materia, veríais esas corrientes fluídicas que, semejantes a miles de hilos conductores, enlazan las cosas del mundo espiritual con las del mundo material.
”Cuando se os dice que la humanidad ha llegado a un período de transformación, y que la Tierra debe elevarse en la jerarquía de los mundos, no veáis en estas palabras nada místico, sino, por el contrario, el cumplimiento de una de las más importantes leyes fatales del universo, contra las cuales cede la mala voluntad humana”. ARAGO.
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* Extracto de dos comunicaciones dadas en la Sociedad de París y publicadas en la Revista Espírita de octubre de 1868. Son corolarios de las de Galileo, reproducidas en el capítulo VI, y complementarias del capítulo IX, que trata acerca de las revoluciones del globo. (N. de Allan Kardec.)
“Cada cuerpo celeste, más allá de las leyes simples que presiden la división de los días y las noches, de las estaciones, etc., sufre revoluciones que demandan miles de siglos para su completo cumplimiento, pero que, del mismo modo que las revoluciones de menor repercusión, pasan por todos los períodos, desde el nacimiento hasta el apogeo del efecto, después del cual hay un decrecimiento hasta el último límite, y a continuación empieza otra vez a recorrer las mismas fases.
”El hombre sólo abarca las fases de duración relativamente corta, cuya periodicidad puede constatar; no obstante, hay algunas que incluyen a muchas generaciones de seres y hasta sucesiones de razas, cuyos efectos tienen para él, por consiguiente, las apariencias de lo novedoso y lo espontáneo, mientras que si su mirada pudiese englobar algunos miles de siglos hacia atrás vería, entre esos mismos efectos y sus causas, una correlación que ni siquiera sospecha. Esos períodos, que confunden la imaginación de los humanos por su duración relativa, no son sin embargo más que instantes en el lapso de la eternidad.
”En un mismo sistema planetario, todos los cuerpos que dependen de él reaccionan unos sobre otros; todas las influencias físicas son solidarias entre sí, y no hay un solo efecto, de esos que denomináis grandes perturbaciones, que no sea consecuencia del conjunto de las influencias de todo ese sistema.
”Voy más lejos, pues afirmo que los sistemas planetarios reaccionan unos sobre otros en razón de la proximidad o el alejamiento que resulta de sus movimientos de traslación a través de las miríadas de sistemas que componen nuestra nebulosa. Voy más lejos aún, pues manifiesto que nuestra nebulosa, que es como un archipiélago en la inmensidad, dado que tiene también su propio movimiento de traslación a través de miríadas de nebulosas, sufre la influencia de aquellas a las que se aproxima.
”De ese modo, las nebulosas reaccionan sobre las nebulosas, los sistemas reaccionan sobre los sistemas, como los planetas reaccionan sobre los planetas, los elementos de cada planeta reaccionan unos sobre otros, y así sucesivamente hasta llegar al átomo. De ahí derivan, en cada mundo, las revoluciones locales tanto como las generales, que sólo parecen trastornos porque la brevedad de la vida apenas permite que se vean sus efectos parciales.
”La materia orgánica no podría escapar a esas influencias; los trastornos que esta sufre pueden, por lo tanto, alterar el estado físico de los seres vivos y determinar algunas de esas enfermedades que atacan en general a las plantas, los animales y los hombres. Como todos los flagelos, esas enfermedades son un estímulo para la inteligencia humana, a la que lleva por necesidad a que busque los medios para combatirlas, así como a que descubra las leyes de la naturaleza.
”No obstante, la materia orgánica reacciona, por su parte, sobre el Espíritu; y éste, debido a su contacto y su íntima vinculación con los elementos materiales, sufre también influencias que modifican sus disposiciones –sin que por eso le quiten su libre albedrío–, que sobreexcitan o retardan su actividad y, por eso mismo, contribuyen a su desarrollo. Esa efervescencia, que en ocasiones se manifiesta en toda una población, entre los hombres de una misma raza, no es algo fortuito ni el resultado de una arbitrariedad; su causa reside en las leyes de la naturaleza. Esa efervescencia, al principio inconsciente, que no es más que un deseo vago, una aspiración indefinida hacia algo mejor, una necesidad de cambio, se traduce por una agitación sorda, más tarde por hechos que conducen a las revoluciones sociales, las cuales, creedlo, tienen también su periodicidad, así como ocurre con las revoluciones físicas, puesto que todo está concatenado. Si la visión espiritual no estuviese circunscripta por el velo de la materia, veríais esas corrientes fluídicas que, semejantes a miles de hilos conductores, enlazan las cosas del mundo espiritual con las del mundo material.
”Cuando se os dice que la humanidad ha llegado a un período de transformación, y que la Tierra debe elevarse en la jerarquía de los mundos, no veáis en estas palabras nada místico, sino, por el contrario, el cumplimiento de una de las más importantes leyes fatales del universo, contra las cuales cede la mala voluntad humana”. ARAGO.
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* Extracto de dos comunicaciones dadas en la Sociedad de París y publicadas en la Revista Espírita de octubre de 1868. Son corolarios de las de Galileo, reproducidas en el capítulo VI, y complementarias del capítulo IX, que trata acerca de las revoluciones del globo. (N. de Allan Kardec.)
9. “Así es, no cabe duda de que la humanidad se transforma, como ya se transformó en otras épocas, y cada transformación está señalada por una crisis que es, para el género humano, lo que son para los individuos las crisis de crecimiento; crisis que a menudo son penosas, dolorosas, que arrastran consigo a las generaciones y a las instituciones, pero a las que siempre sigue una fase de progreso material y moral.
”La humanidad terrestre, llegada a uno de esos períodos de crecimiento, hace casi un siglo que se encuentra en pleno trabajo de transformación. A eso se debe que por todas partes haya agitaciones, como si estuviera presa de una especie de fiebre y como si la impulsara una fuerza invisible, hasta que recupere el equilibrio sobre nuevas bases. Quien la analice, entonces, la encontrará muy cambiada en sus costumbres, en su carácter, en sus leyes, en sus creencias; en una palabra, en todos sus estamentos sociales.
”Algo que os parecerá extraño, pero que no deja de ser rigurosa verdad, es que el mundo de los Espíritus que os rodea sufre el contragolpe de todas las conmociones que agitan al mundo de los encarnados; digo incluso que aquel participa activamente en ellas. Esto nada tiene de sorprendente para quien sabe que los Espíritus componen un todo con la humanidad; que de ella salen y a ella deben volver. Por consiguiente, es natural que se interesen por los movimientos que se producen entre los hombres. Tened la certeza de que, cuando se lleva a cabo una revolución social en la Tierra, dicha revolución afecta también al mundo invisible; todas las pasiones, buenas y malas, son allí tan sobreexcitadas como entre vosotros; una intraducible efervescencia reina entre los Espíritus que aún forman parte de vuestro mundo y que esperan el momento de regresar a él.
”A la agitación de los encarnados y los desencarnados se suman en ocasiones, e incluso la mayoría de las veces, ya que en la naturaleza todo se complementa, los trastornos de los elementos físicos; es entonces que durante un tiempo se produce una verdadera confusión general, pero que pasa como un huracán, después del cual el cielo se despeja, y entonces la humanidad, reconstituida sobre nuevas bases e imbuida de nuevas ideas, transita una nueva etapa de progreso.
”En el período que está comenzando, el espiritismo florecerá y dará frutos. Por lo tanto, vosotros estáis trabajando más para el futuro que para el presente. Pero era necesario que esos trabajos fuesen elaborados previamente, porque preparan los caminos de la regeneración a través de la unificación y la racionalidad de las creencias. Felices los que los aprovechan desde ahora; serán para ellos de gran utilidad y se evitarán muchas penas”.
”La humanidad terrestre, llegada a uno de esos períodos de crecimiento, hace casi un siglo que se encuentra en pleno trabajo de transformación. A eso se debe que por todas partes haya agitaciones, como si estuviera presa de una especie de fiebre y como si la impulsara una fuerza invisible, hasta que recupere el equilibrio sobre nuevas bases. Quien la analice, entonces, la encontrará muy cambiada en sus costumbres, en su carácter, en sus leyes, en sus creencias; en una palabra, en todos sus estamentos sociales.
”Algo que os parecerá extraño, pero que no deja de ser rigurosa verdad, es que el mundo de los Espíritus que os rodea sufre el contragolpe de todas las conmociones que agitan al mundo de los encarnados; digo incluso que aquel participa activamente en ellas. Esto nada tiene de sorprendente para quien sabe que los Espíritus componen un todo con la humanidad; que de ella salen y a ella deben volver. Por consiguiente, es natural que se interesen por los movimientos que se producen entre los hombres. Tened la certeza de que, cuando se lleva a cabo una revolución social en la Tierra, dicha revolución afecta también al mundo invisible; todas las pasiones, buenas y malas, son allí tan sobreexcitadas como entre vosotros; una intraducible efervescencia reina entre los Espíritus que aún forman parte de vuestro mundo y que esperan el momento de regresar a él.
”A la agitación de los encarnados y los desencarnados se suman en ocasiones, e incluso la mayoría de las veces, ya que en la naturaleza todo se complementa, los trastornos de los elementos físicos; es entonces que durante un tiempo se produce una verdadera confusión general, pero que pasa como un huracán, después del cual el cielo se despeja, y entonces la humanidad, reconstituida sobre nuevas bases e imbuida de nuevas ideas, transita una nueva etapa de progreso.
”En el período que está comenzando, el espiritismo florecerá y dará frutos. Por lo tanto, vosotros estáis trabajando más para el futuro que para el presente. Pero era necesario que esos trabajos fuesen elaborados previamente, porque preparan los caminos de la regeneración a través de la unificación y la racionalidad de las creencias. Felices los que los aprovechan desde ahora; serán para ellos de gran utilidad y se evitarán muchas penas”.
DR. BARRY.
10. De todo lo expuesto resulta que, a consecuencia del movimiento de traslación que realizan en el espacio, los cuerpos celestes ejercen unos sobre otros una mayor o menor influencia, conforme con la proximidad que guarden entre sí y sus respectivas posiciones; que esa influencia puede ocasionar un trastorno momentáneo en sus elementos constitutivos y modificar las condiciones de vida de sus habitantes; que la regularidad de los movimientos determina el regreso periódico de las mismas causas y los mismos efectos; que así como la duración de ciertos períodos es demasiado corta para que los hombres los aprecien, otros ven pasar generaciones y razas que nada perciben, a las cuales les parece normal el estado de cosas que observan. Por el contrario, las generaciones contemporáneas de la transición sufren el contragolpe, y todo pareciera estar para ellas al margen de las leyes ordinarias. Esas generaciones ven una causa sobrenatural, maravillosa, milagrosa, en lo que en realidad no es más que el cumplimiento de las leyes de la naturaleza.
Si por la concatenación y la solidaridad de las causas y los efectos, los períodos de renovación moral de la humanidad coinciden –como todo lleva a creerlo– con las revoluciones físicas del planeta, los referidos períodos pueden estar acompañados o precedidos por fenómenos naturales, insólitos para quienes no están familiarizados con ellos, por meteoros que parecen extraños, por un recrudecimiento y una intensidad fuera de lo común de los flagelos destructores. Esos flagelos no son la causa ni el presagio de sucesos sobrenaturales, sino una consecuencia del movimiento general que se produce tanto en el mundo físico como en el mundo moral.
Al predecir la era de renovación que habría de iniciarse para la humanidad, y que determinaría el fin del viejo mundo, Jesús manifestó que vendría acompañada por fenómenos extraordinarios, temblores de tierra, flagelos diversos, señales en el cielo, que no son otra cosa que meteoros que no se apartan en absoluto de las leyes naturales. Con todo, el vulgo ignorante halló en esas palabras el anuncio de hechos milagrosos. *
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* La terrible epidemia que entre 1866 y 1868 diezmó a la población de la Isla Mauricio, estuvo precedida por una lluvia tan extraordinaria como abundante de estrellas fugaces, en noviembre de 1866, que aterrorizó a los habitantes de aquella isla. A partir de entonces, la enfermedad que reinaba desde algunos meses antes en forma muy benigna, se transformó en un verdadero flagelo devastador. Aquello bien pudo ser una señal en el cielo, y tal vez en ese sentido se debería interpretar la frase estrellas que caen del cielo, que figura en el Evangelio, como una de las señales de los tiempos. (Para mayores datos sobre la epidemia de la Isla Mauricio, véase la Revista Espírita, julio de 1867 y noviembre de 1868.) (N. de Allan Kardec.)
Si por la concatenación y la solidaridad de las causas y los efectos, los períodos de renovación moral de la humanidad coinciden –como todo lleva a creerlo– con las revoluciones físicas del planeta, los referidos períodos pueden estar acompañados o precedidos por fenómenos naturales, insólitos para quienes no están familiarizados con ellos, por meteoros que parecen extraños, por un recrudecimiento y una intensidad fuera de lo común de los flagelos destructores. Esos flagelos no son la causa ni el presagio de sucesos sobrenaturales, sino una consecuencia del movimiento general que se produce tanto en el mundo físico como en el mundo moral.
Al predecir la era de renovación que habría de iniciarse para la humanidad, y que determinaría el fin del viejo mundo, Jesús manifestó que vendría acompañada por fenómenos extraordinarios, temblores de tierra, flagelos diversos, señales en el cielo, que no son otra cosa que meteoros que no se apartan en absoluto de las leyes naturales. Con todo, el vulgo ignorante halló en esas palabras el anuncio de hechos milagrosos. *
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* La terrible epidemia que entre 1866 y 1868 diezmó a la población de la Isla Mauricio, estuvo precedida por una lluvia tan extraordinaria como abundante de estrellas fugaces, en noviembre de 1866, que aterrorizó a los habitantes de aquella isla. A partir de entonces, la enfermedad que reinaba desde algunos meses antes en forma muy benigna, se transformó en un verdadero flagelo devastador. Aquello bien pudo ser una señal en el cielo, y tal vez en ese sentido se debería interpretar la frase estrellas que caen del cielo, que figura en el Evangelio, como una de las señales de los tiempos. (Para mayores datos sobre la epidemia de la Isla Mauricio, véase la Revista Espírita, julio de 1867 y noviembre de 1868.) (N. de Allan Kardec.)
11. La previsión de los movimientos progresivos de la humanidad no tiene nada de sorprendente cuando la realizan seres desmaterializados, que ven el objetivo hacia el cual tienden todas las cosas, y algunos de los cuales poseen, incluso, el conocimiento directo del pensamiento de Dios. Por los movimientos parciales, esos seres vislumbran en qué época se producirá un movimiento general, del mismo modo que el hombre puede calcular con anticipación el tiempo que le tomará a un árbol dar frutos, y como los astrónomos calculan la época de un fenómeno astronómico mediante el tiempo que emplea un astro para efectuar su revolución.
12. La humanidad es un ser colectivo en el que se producen revoluciones morales similares a las de todo ser individual, con la diferencia de que las unas se cumplen de año en año y las otras de siglo en siglo. Si se acompañara a la humanidad en sus evoluciones a través de los tiempos, se vería la vida de las diferentes razas marcada por períodos que confieren a cada época una fisonomía especial.
13. Como hemos dicho, la marcha progresiva de la humanidad se opera de dos maneras: una gradual, lenta, imperceptible –si se consideran las épocas consecutivas–, que se nota en las sucesivas mejoras en las costumbres, en las leyes, en los hábitos, mejoras que sólo se perciben con el transcurso del tiempo, como las transformaciones que las corrientes de agua ocasionan en la superficie del globo; la otra, por movimientos relativamente bruscos, rápidos, semejantes a los de un torrente que, al romper los diques que lo contenían, traspone en pocos años el terreno que le hubiese tomado siglos recorrer. Se trata, en ese caso, de un cataclismo moral que devora en algunos instantes las instituciones del pasado, y al que sucede un nuevo orden de cosas que se establece poco a poco, a medida que la calma se restablece y se torna definitiva.
A aquel que viva lo suficiente como para abarcar con la vista ambas vertientes de la nueva fase, le parecerá que un mundo nuevo surgió de las ruinas del antiguo. El carácter, las costumbres, los hábitos, todo ha cambiado. Eso se debe a que, en efecto, han surgido hombres nuevos o, mejor dicho, regenerados. Las ideas que la generación extinguida se llevó consigo, cedieron lugar a las ideas nuevas de la generación naciente.
A aquel que viva lo suficiente como para abarcar con la vista ambas vertientes de la nueva fase, le parecerá que un mundo nuevo surgió de las ruinas del antiguo. El carácter, las costumbres, los hábitos, todo ha cambiado. Eso se debe a que, en efecto, han surgido hombres nuevos o, mejor dicho, regenerados. Las ideas que la generación extinguida se llevó consigo, cedieron lugar a las ideas nuevas de la generación naciente.
14. La humanidad, llegada a la adultez, tiene nuevas necesidades, aspiraciones más amplias y más elevadas; comprende el vacío con que la acunaron, las deficiencias de sus instituciones para brindarle felicidad; ya no encuentra, en ese estado de cosas, las satisfacciones legítimas a que se siente con derecho. Por eso se quita los pañales y se lanza empujada por una fuerza irresistible hacia terrenos desconocidos, en busca de nuevos horizontes menos limitados.
Actualmente, la humanidad accede a uno de esos períodos de transformación o, si se prefiere, de crecimiento moral. De la adolescencia pasa a la edad viril. El pasado ya no satisface sus nuevas aspiraciones, sus nuevas necesidades. Ya no puede ser gobernada por los mismos métodos; ya no se deja engañar por las quimeras ni por los sortilegios. Su razón ha madurado y reclama alimentos más sustanciales. Ante un presente demasiado efímero, siente que su destino es más vasto y que la vida corporal es demasiado restringida para abarcarlo por completo. Por eso, sumerge la mirada tanto en el pasado como en el porvenir, a fin de descubrir el misterio de su existencia y adquirir una certeza que le depare consuelo.
¡Y en el preciso momento en que se encuentra excesivamente oprimida por la esfera material, en que se vuelca a la vida intelectual, en que brota el sentimiento de espiritualidad, aparecen hombres que se dicen filósofos con la pretensión de llenar el vacío interior con las doctrinas del nadaísmo y el materialismo! ¡Singular aberración! Esos mismos hombres, que pretenden impulsar hacia adelante a la humanidad, se esfuerzan por ceñirla al estrecho círculo de la materia, del cual ansía escapar. Le ocultan la perspectiva de la vida infinita y le dicen, señalándole la tumba: ¡Nec plus ultra!
Actualmente, la humanidad accede a uno de esos períodos de transformación o, si se prefiere, de crecimiento moral. De la adolescencia pasa a la edad viril. El pasado ya no satisface sus nuevas aspiraciones, sus nuevas necesidades. Ya no puede ser gobernada por los mismos métodos; ya no se deja engañar por las quimeras ni por los sortilegios. Su razón ha madurado y reclama alimentos más sustanciales. Ante un presente demasiado efímero, siente que su destino es más vasto y que la vida corporal es demasiado restringida para abarcarlo por completo. Por eso, sumerge la mirada tanto en el pasado como en el porvenir, a fin de descubrir el misterio de su existencia y adquirir una certeza que le depare consuelo.
¡Y en el preciso momento en que se encuentra excesivamente oprimida por la esfera material, en que se vuelca a la vida intelectual, en que brota el sentimiento de espiritualidad, aparecen hombres que se dicen filósofos con la pretensión de llenar el vacío interior con las doctrinas del nadaísmo y el materialismo! ¡Singular aberración! Esos mismos hombres, que pretenden impulsar hacia adelante a la humanidad, se esfuerzan por ceñirla al estrecho círculo de la materia, del cual ansía escapar. Le ocultan la perspectiva de la vida infinita y le dicen, señalándole la tumba: ¡Nec plus ultra!
15. La persona que haya reflexionado acerca del espiritismo y sus consecuencias, sin circunscribirlo a la producción de algunos fenómenos, habrá comprendido que esa doctrina abre para la humanidad un nuevo camino, pues le devela los horizontes del infinito. Al iniciarla en los misterios del mundo invisible, el espiritismo le muestra su verdadero rol en la Creación, rol perpetuamente activo, tanto en el estado espiritual como en el estado corporal. El hombre ya no camina a ciegas: sabe de dónde viene, hacia dónde va y por qué está en la Tierra. El porvenir se le muestra en su realidad, exento de los prejuicios de la ignorancia y la superstición. Ya no se trata de una vaga esperanza, sino de una verdad palpable, tan cierta para él como la sucesión del día y la noche. Sabe que su ser no se encuentra limitado a los escasos instantes de una existencia efímera; sabe que la vida espiritual no se interrumpe con la muerte; que ya ha vivido, que volverá a vivir, y que nada se pierde de lo que ha conquistado en perfección mediante el trabajo; encuentra en las existencias anteriores la causa de lo que es hoy, y reconoce que, a partir de lo que es hoy, habrá de deducir lo que llegará a ser un día.
16. Con la idea de que la actividad y la cooperación individuales, en la obra general de la civilización, están limitadas a la vida presente, que antes no fue nada y que nada será después, ¿qué le interesa al hombre el progreso posterior de la humanidad? ¿Qué le importa que en el futuro los pueblos sean mejor gobernados, más felices, más ilustrados, más buenos los unos para con los otros? Visto que de todo eso no extraerá ningún provecho, ¿no queda invalidado el progreso para él? ¿De qué le vale trabajar para los que vendrán después de él, si nunca los conocerá, si son seres nuevos que gradualmente también habrán de regresar a la nada? Bajo el dominio de la negación del porvenir individual, todo se ve reducido forzosamente a las mezquinas proporciones del ahora y de la personalidad.
Por el contrario, ¡qué amplitud le otorga al pensamiento del hombre la certeza de la perpetuidad de su ser espiritual! ¡Qué puede ser más racional, más grandioso y más digno del Creador, que esa ley según la cual la vida espiritual y la vida corporal son apenas dos aspectos de la existencia, que se alternan a fin de que se lleve a cabo el progreso! ¡Qué puede ser más justo y consolador, que la idea de que los mismos seres progresan sin cesar, primero a través de las generaciones de un mismo mundo; y después, de un mundo a otro hasta la perfección, sin solución de continuidad! En ese caso, todas las acciones tienen una finalidad, puesto que al trabajar para todos, cada uno trabaja para sí mismo, y a la recíproca; de ese modo, nunca son estériles el progreso individual ni el general. Se trata de un progreso del que sacarán provecho las generaciones y las individualidades futuras, que no serán otras que las generaciones y las individualidades pasadas, pero con un grado más elevado de adelanto.
Por el contrario, ¡qué amplitud le otorga al pensamiento del hombre la certeza de la perpetuidad de su ser espiritual! ¡Qué puede ser más racional, más grandioso y más digno del Creador, que esa ley según la cual la vida espiritual y la vida corporal son apenas dos aspectos de la existencia, que se alternan a fin de que se lleve a cabo el progreso! ¡Qué puede ser más justo y consolador, que la idea de que los mismos seres progresan sin cesar, primero a través de las generaciones de un mismo mundo; y después, de un mundo a otro hasta la perfección, sin solución de continuidad! En ese caso, todas las acciones tienen una finalidad, puesto que al trabajar para todos, cada uno trabaja para sí mismo, y a la recíproca; de ese modo, nunca son estériles el progreso individual ni el general. Se trata de un progreso del que sacarán provecho las generaciones y las individualidades futuras, que no serán otras que las generaciones y las individualidades pasadas, pero con un grado más elevado de adelanto.
17. La fraternidad debe ser la piedra angular del nuevo orden social. No obstante, no existe verdadera fraternidad, sólida y efectiva, si no se apoya en una base inquebrantable. Esa base es la fe, pero no la fe en tales o cuales dogmas particulares, que cambian con los tiempos y según los pueblos, y cuyos partidarios se agreden mutuamente, visto que al anatematizarse unos a otros fomentan el antagonismo. Se trata, por el contrario, de la fe en los principios fundamentales que todos pueden aceptar: Dios, el alma, el porvenir, EL PROGRESO INDIVIDUAL INDEFINIDO, LA PERPETUIDAD DE LAS RELACIONES ENTRE LOS SERES. Cuando los hombres estén convencidos de que Dios es el mismo para todos; de que ese Dios, soberanamente justo y bueno, no puede querer nada que sea injusto; de que el mal proviene de ellos y no de Él, entonces todos se considerarán hijos del mismo Padre y se tenderán las manos unos a otros.
Esa es la fe que concede el espiritismo, y en lo sucesivo será el eje alrededor del cual se moverá el género humano, sean cuales fueren los cultos y las creencias individuales.
Esa es la fe que concede el espiritismo, y en lo sucesivo será el eje alrededor del cual se moverá el género humano, sean cuales fueren los cultos y las creencias individuales.
18. El progreso intelectual llevado a cabo hasta el presente en las más vastas proporciones, constituye un gran paso, y señala una primera fase del adelanto de la humanidad; pero por sí solo no tiene posibilidades de regenerarla. Mientras el hombre esté dominado por el orgullo y el egoísmo, se servirá de su inteligencia y de sus conocimientos para satisfacer sus pasiones y sus intereses personales; por ese motivo, los aplica al perfeccionamiento de los medios que le sirven para perjudicar a sus semejantes, y para destruirlos.
19. Sólo el progreso moral puede garantizar a los hombres la felicidad sobre la Tierra, porque pone un freno a las pasiones malas; solamente él podrá hacer que reinen entre ellos la concordia, la paz y la fraternidad.
El progreso moral derribará las barreras que separan a los pueblos, hará que caigan los prejuicios de castas, y acallará los antagonismos entre las sectas, enseñando a los hombres a considerarse hermanos que han sido llamados a auxiliarse mutuamente, en lugar de vivir los unos a costa de los otros.
El progreso moral, secundado por el progreso de la inteligencia, unirá a los hombres en una misma creencia, fundada en las verdades eternas, que no admiten controversias y por eso mismo son aceptadas por todos.
La unidad de creencia será el lazo más fuerte, el fundamento más firme de la fraternidad universal, quebrantado desde siempre por los antagonismos religiosos, que dividen a los pueblos y a las familias, que hacen que los disidentes sean considerados por los otros como enemigos, a quienes se debe evitar, combatir, exterminar, en vez de hermanos a quienes se debe amar.
El progreso moral derribará las barreras que separan a los pueblos, hará que caigan los prejuicios de castas, y acallará los antagonismos entre las sectas, enseñando a los hombres a considerarse hermanos que han sido llamados a auxiliarse mutuamente, en lugar de vivir los unos a costa de los otros.
El progreso moral, secundado por el progreso de la inteligencia, unirá a los hombres en una misma creencia, fundada en las verdades eternas, que no admiten controversias y por eso mismo son aceptadas por todos.
La unidad de creencia será el lazo más fuerte, el fundamento más firme de la fraternidad universal, quebrantado desde siempre por los antagonismos religiosos, que dividen a los pueblos y a las familias, que hacen que los disidentes sean considerados por los otros como enemigos, a quienes se debe evitar, combatir, exterminar, en vez de hermanos a quienes se debe amar.
20. Semejante estado de cosas supone un cambio radical en el sentimiento de las masas, un progreso general que no podía llevarse a cabo sin que saliera del círculo de las ideas mezquinas y triviales, que fomentan el egoísmo. En diversas épocas, los hombres selectos han intentado impulsar a la humanidad en esa dirección, pero la humanidad, demasiado joven aún, permaneció sorda, y las enseñanzas que ellos suministraron fueron como la buena simiente que cayó sobre el pedregullo.
Ahora la humanidad está madura para dirigir su mirada hacia alturas nunca antes vislumbradas, a fin de nutrirse de ideas más amplias, y comprender lo que no había entendido antes.
La generación que desaparece, se llevará consigo sus prejuicios y sus errores; la generación que está surgiendo, bañada en una fuente más pura, imbuida de ideas más saludables, imprimirá al mundo un movimiento ascendente, en el sentido del progreso moral, que caracterizará la nueva fase de desarrollo de la humanidad.
Ahora la humanidad está madura para dirigir su mirada hacia alturas nunca antes vislumbradas, a fin de nutrirse de ideas más amplias, y comprender lo que no había entendido antes.
La generación que desaparece, se llevará consigo sus prejuicios y sus errores; la generación que está surgiendo, bañada en una fuente más pura, imbuida de ideas más saludables, imprimirá al mundo un movimiento ascendente, en el sentido del progreso moral, que caracterizará la nueva fase de desarrollo de la humanidad.
21. Esa fase ya se revela por signos inequívocos, por tentativas de reformas útiles, por ideas grandes y generosas, que se concretan y comienzan a hallar eco. En ese sentido, vemos que se funda una inmensa cantidad de instituciones protectoras, civilizadoras y emancipadoras, bajo el influjo y por la iniciativa de hombres, evidentemente predestinados a la obra de la regeneración; vemos que las leyes penales se impregnan, día a día, de sentimientos más humanitarios. Los prejuicios de raza se debilitan, los pueblos comienzan a considerarse miembros de una gran familia; a través de la uniformidad, y la facilidad de los medios con que llevan a cabo sus negocios, suprimen las barreras que los separaban; y en todos los puntos del mundo se organizan reuniones universales, para realizar torneos pacíficos de inteligencia.
Sin embargo, a esas reformas les falta una base que les permita desarrollarse, completarse y consolidarse; les falta una predisposición moral más generalizada para que prosperen y sean aceptadas por las masas. Con todo, eso no deja de ser una señal característica de la época; el preludio de lo que se cumplirá en mayor escala a medida que el terreno sea más favorable.
Sin embargo, a esas reformas les falta una base que les permita desarrollarse, completarse y consolidarse; les falta una predisposición moral más generalizada para que prosperen y sean aceptadas por las masas. Con todo, eso no deja de ser una señal característica de la época; el preludio de lo que se cumplirá en mayor escala a medida que el terreno sea más favorable.
22. Una señal no menos característica del período en que ingresamos es la reacción evidente que se produce en el sentido de las ideas espiritualistas, y en la repulsión instintiva que se pone de manifiesto contra las ideas materialistas. El espíritu de incredulidad que se había apoderado de las masas, fueran estas ignorantes o instruidas, y que las llevaba a rechazar, junto con la forma, la sustancia misma de toda creencia, parece que ha sido un sueño, y al despertar sienten la necesidad de respirar un aire más vivificante. Involuntariamente, donde había un vacío se busca algo, un punto de apoyo, una esperanza.
23. Si suponemos a la mayoría de los hombres imbuida de esos sentimientos, podremos fácilmente imaginar las modificaciones que de ahí resultarán para las relaciones sociales: todos tendrán por divisa la caridad, la fraternidad, la benevolencia para con todos, la tolerancia para todas las creencias. Esa es la meta hacia la cual tiende, evidentemente, la humanidad, y ese es el objeto de sus aspiraciones y deseos, sin que por el momento perciba con claridad cuáles serán los medios para llevarla a cabo. Ensaya, anda a tientas, pero la retienen diversas resistencias activas, o la fuerza inercial de los prejuicios, de las creencias estancadas y refractarias al progreso. Es necesario vencer esas resistencias, y esa será la obra de la nueva generación. Quien acompañe el curso actual de los acontecimientos, reconocerá que todo parece predestinado a abrirle paso. Esa generación será portadora de una fuerza doble, por la cantidad y por las ideas, además de la experiencia del pasado.
24. La nueva generación marchará, pues, hacia la realización de todos los ideales humanitarios, compatibles con el grado de adelanto al que haya llegado. El espiritismo, al avanzar en dirección a los mismos objetivos, y al realizar sus propósitos, se encontrará con ella en el mismo terreno. Los partidarios del progreso descubrirán en las ideas espíritas un poderoso recurso, y el espiritismo hallará, en los hombres nuevos, espíritus plenamente dispuestos a admitirlo. Ante ese estado de cosas, ¿qué podrán hacer aquellos que pretendan oponérsele?
25. El espiritismo no crea la renovación social, pues la madurez de la humanidad hace de esa renovación una necesidad. Por su poder moralizador, por sus tendencias al progreso, por la amplitud de sus miras, por la generalidad de las cuestiones que abarca, el espiritismo, más que ninguna otra doctrina, es apto para secundar al movimiento regenerador. Por eso es contemporáneo de ese movimiento. Surgió en el momento en que podía ser útil, puesto que también para él los tiempos han llegado. Si hubiese llegado antes, habría encontrado obstáculos insuperables; habría sucumbido inevitablemente, porque los hombres, satisfechos con lo que tenían, aún no sentirían la carencia de lo que él les trae. Hoy, nacido con las ideas que fermentan, encuentra el terreno preparado para recibirlo. Los Espíritus, hastiados de la duda y la incertidumbre, y horrorizados por el vacío que se abre ante ellos, lo reciben como un áncora de salvación, y supremo consuelo.
26. Por cierto, el número de los retardadores es grande aún; pero ¿qué pueden hacer contra la marea que asciende, aparte de arrojarle piedras? Esa marea es la generación que surge, mientras ellos desaparecen junto con la generación que se marcha a grandes pasos cada día. Hasta entonces, sin embargo, defenderán el terreno palmo a palmo. Hay, pues, una lucha inevitable pero desigual, porque se trata de la lucha entre el pasado decrépito, que caduca cubierto de harapos, y el futuro joven. Es la lucha del estancamiento contra el progreso; de la criatura humana contra la voluntad de Dios, pues los tiempos que Él ha señalado ya llegaron.
La nueva generación
27. Para que los hombres sean felices en la Tierra, es preciso que ella esté poblada por Espíritus buenos, tanto encarnados como desencarnados, que sólo quieran el bien. Dado que esos tiempos han llegado, en la actualidad se lleva a cabo una gran emigración entre sus habitantes. Quienes hacen el mal por el mal mismo, y que no han sido tocados por el sentimiento del bien, no son dignos de la Tierra transformada, de modo que serán excluidos de ella, pues si así no fuese volverían a causar perturbación y desconcierto, y constituirían un obstáculo para el progreso. Algunos irán a expiar su obstinación en mundos inferiores, otros en las razas terrestres más atrasadas, equivalentes a las de los mundos inferiores, a donde llevarán los conocimientos que han adquirido, con la misión de contribuir al progreso. Los reemplazarán Espíritus mejores, que harán reinar entre ellos la justicia, la paz y la fraternidad.
Según afirman los Espíritus, la Tierra no será transformada por un cataclismo que aniquile súbitamente a una generación. La generación actual desaparecerá gradualmente, y la nueva la sucederá del mismo modo, sin que haya ninguna modificación en el orden natural de las cosas.
Todo, pues, sucederá exteriormente como de costumbre, pero con esta única y primordial diferencia: una parte de los Espí- ritus que encarnaban en la Tierra ya no volverán a encarnar en ella. En cada niño que nazca, en vez de un Espíritu atrasado e inclinado al mal, que antes habría encarnado en este planeta, vendrá un Espíritu más adelantado y propenso al bien.
No se trata, pues, de una nueva generación corporal, sino de una nueva generación de Espíritus. No cabe duda de que Jesús entendía las cosas en ese sentido cuando manifestaba: “En verdad os digo, que esta generación no pasará sin que estos hechos hayan ocurrido”. Por consiguiente, aquellos que esperan ver que la transformación se produzca a través de efectos sobrenaturales y maravillosos, quedarán decepcionados.
Según afirman los Espíritus, la Tierra no será transformada por un cataclismo que aniquile súbitamente a una generación. La generación actual desaparecerá gradualmente, y la nueva la sucederá del mismo modo, sin que haya ninguna modificación en el orden natural de las cosas.
Todo, pues, sucederá exteriormente como de costumbre, pero con esta única y primordial diferencia: una parte de los Espí- ritus que encarnaban en la Tierra ya no volverán a encarnar en ella. En cada niño que nazca, en vez de un Espíritu atrasado e inclinado al mal, que antes habría encarnado en este planeta, vendrá un Espíritu más adelantado y propenso al bien.
No se trata, pues, de una nueva generación corporal, sino de una nueva generación de Espíritus. No cabe duda de que Jesús entendía las cosas en ese sentido cuando manifestaba: “En verdad os digo, que esta generación no pasará sin que estos hechos hayan ocurrido”. Por consiguiente, aquellos que esperan ver que la transformación se produzca a través de efectos sobrenaturales y maravillosos, quedarán decepcionados.
28. La época actual es de transición: los elementos de las dos generaciones se confunden. Ubicados en un punto intermedio, asistimos a la partida de una y a la llegada de la otra, mientras cada una muestra en el mundo sus características peculiares.
Las dos generaciones que se suceden tienen ideas y puntos de vista opuestos. Por la naturaleza de las disposiciones morales, pero sobre todo por las disposiciones intuitivas e innatas, resulta fácil determinar a cuál de las dos pertenece cada individuo.
Dado que la nueva generación habrá de fundar la era del progreso moral, se distingue por una comprensión y una inteligencia, que generalmente son precoces, sumadas al sentimiento innato del bien y a las creencias espiritualistas, lo que constituye una señal indudable de cierto grado de progreso anterior. Dicha generación no se compondrá tan sólo de Espíritus eminentemente superiores, sino también de los que, como ya tienen un cierto grado de progreso, se encuentran predispuestos a asimilar todas las ideas progresivas, y son aptos para secundar el movimiento de regeneración.
Por el contrario, lo que distingue a los Espíritus atrasados es, en primer lugar, su rebeldía contra Dios, pues se niegan a reconocer un poder superior al de la humanidad; también los distingue su propensión instintiva a las pasiones degradantes, a los sentimientos antifraternos, como el egoísmo, el orgullo, la envidia y los celos, además de su apego a todo lo material: la sensualidad, la ambición y la avaricia.
Esos son los vicios de los que la Tierra debe ser expurgada, mediante el alejamiento de quienes se obstinan en no enmendarse, porque son incompatibles con el reino de la fraternidad, y porque el contacto con ellos siempre habrá de constituir un sufrimiento para los hombres de bien. Cuando la Tierra se encuentre liberada de ellos, los hombres avanzarán sin obstáculos hacia el porvenir venturoso que les está reservado, incluso en este mundo, como recompensa a sus esfuerzos y a su perseverancia, mientras aguardan que una depuración aún más completa les franquee el acceso a los mundos superiores.
Las dos generaciones que se suceden tienen ideas y puntos de vista opuestos. Por la naturaleza de las disposiciones morales, pero sobre todo por las disposiciones intuitivas e innatas, resulta fácil determinar a cuál de las dos pertenece cada individuo.
Dado que la nueva generación habrá de fundar la era del progreso moral, se distingue por una comprensión y una inteligencia, que generalmente son precoces, sumadas al sentimiento innato del bien y a las creencias espiritualistas, lo que constituye una señal indudable de cierto grado de progreso anterior. Dicha generación no se compondrá tan sólo de Espíritus eminentemente superiores, sino también de los que, como ya tienen un cierto grado de progreso, se encuentran predispuestos a asimilar todas las ideas progresivas, y son aptos para secundar el movimiento de regeneración.
Por el contrario, lo que distingue a los Espíritus atrasados es, en primer lugar, su rebeldía contra Dios, pues se niegan a reconocer un poder superior al de la humanidad; también los distingue su propensión instintiva a las pasiones degradantes, a los sentimientos antifraternos, como el egoísmo, el orgullo, la envidia y los celos, además de su apego a todo lo material: la sensualidad, la ambición y la avaricia.
Esos son los vicios de los que la Tierra debe ser expurgada, mediante el alejamiento de quienes se obstinan en no enmendarse, porque son incompatibles con el reino de la fraternidad, y porque el contacto con ellos siempre habrá de constituir un sufrimiento para los hombres de bien. Cuando la Tierra se encuentre liberada de ellos, los hombres avanzarán sin obstáculos hacia el porvenir venturoso que les está reservado, incluso en este mundo, como recompensa a sus esfuerzos y a su perseverancia, mientras aguardan que una depuración aún más completa les franquee el acceso a los mundos superiores.
29. No se debe entender que por medio de esa emigración de Espíritus serán expulsados de la Tierra, y relegados a mundos inferiores todos los Espíritus que pongan trabas al progreso. Por el contrario, muchos habrán de volver, pues se quedaron retrasados debido a que se dejaron llevar por las circunstancias y el mal ejemplo. En ellos, es peor la apariencia que la esencia. Una vez libres de la influencia de la materia y de los prejuicios del mundo corporal, la mayor parte de esos Espíritus verán las cosas de manera por completo diferente a como la veían cuando estaban vivos, de conformidad con los numerosos ejemplos que conocemos. En ese sentido, reciben el auxilio de Espíritus benévolos que se interesan por ellos, y se apresuran a ilustrarlos y a mostrarles el camino equivocado que han elegido. Nosotros mismos, a través de nuestras plegarias y exhortaciones, podemos contribuir a su mejoramiento, dado que existe una solidaridad permanente entre los muertos y los vivos.
La manera por medio de la cual se opera la transformación es muy simple y, como se ve, su carácter es por completo moral, sin que se aparte en lo más mínimo de las leyes de la naturaleza.
La manera por medio de la cual se opera la transformación es muy simple y, como se ve, su carácter es por completo moral, sin que se aparte en lo más mínimo de las leyes de la naturaleza.
30. Ya sea que los Espíritus de la nueva generación sean Espíritus mejores, que llegan por primera vez, o Espíritus que ya estuvieron en la Tierra, y que han mejorado, el resultado es el mismo. Dado que son portadores de mejores disposiciones, siempre existe una renovación. Por consiguiente, los Espíritus encarnados forman dos categorías, según sus disposiciones naturales: por un lado los Espíritus que ponen trabas al progreso, que parten; por el otro los partidarios del progreso, que llegan. Así pues, el estado de las costumbres y de la sociedad, ya sea en el seno de un pueblo, de una raza o en el mundo entero, dependerá de la categoría de Espí- ritus que prevalezca sobre la otra.
31. Una comparación vulgar permitirá que se comprenda todavía mejor lo que ocurre en esa circunstancia. Supongamos un regimiento compuesto en su mayoría por hombres turbulentos e indisciplinados, los cuales ocasionarán constantes desórdenes, que la severidad de la ley penal muchas veces tendrá dificultad para reprimir. Esos hombres son los más poderosos, porque son mayoría. Se amparan, se dan ánimo y se estimulan mediante el ejemplo. En cambio, los que son buenos carecen de influencia; sus consejos son despreciados; sufren con la compañía de los otros, que los ridiculizan y maltratan. ¿No es esa una imagen de la sociedad actual?
Supongamos que esos hombres sean retirados del regimiento de a uno, de a diez, de a cientos, y que se los sustituya gradualmente por una cantidad similar de soldados buenos, incluso por algunos de los que, después de que fueron expulsados, se enmendaron. Al cabo de un cierto tiempo, el regimiento seguirá existiendo, pero se habrá transformado. El orden basado en el bien ha reemplazado al desorden. Así será también con la humanidad regenerada.
Supongamos que esos hombres sean retirados del regimiento de a uno, de a diez, de a cientos, y que se los sustituya gradualmente por una cantidad similar de soldados buenos, incluso por algunos de los que, después de que fueron expulsados, se enmendaron. Al cabo de un cierto tiempo, el regimiento seguirá existiendo, pero se habrá transformado. El orden basado en el bien ha reemplazado al desorden. Así será también con la humanidad regenerada.
32. Las grandes emigraciones colectivas no tienen como único objetivo activar los traslados; también transforman, con mayor rapidez, el espíritu de las masas, liberándolas de las malas influencias, y conceden más ascendiente a las ideas nuevas.
En virtud de que muchos están maduros para esa transformación, a pesar de todas sus imperfecciones, parten a fortalecerse en una fuente más pura. Si permanecieran en el mismo medio, y bajo las mismas influencias, persistirían en sus opiniones y en su forma de apreciar las cosas. Una estada en el mundo de los Espíritus basta para abrirles los ojos, porque allí ven lo que no podían ver en la Tierra. El incrédulo, el fanático y el autoritario podrán, por consiguiente, volver con ideas innatas de fe, tolerancia y libertad. A su regreso encontrarán que las cosas han cambiado, y experimentarán la influencia del nuevo medio en que han nacido. En vez de oponerse a las nuevas ideas, serán sus promotores.
En virtud de que muchos están maduros para esa transformación, a pesar de todas sus imperfecciones, parten a fortalecerse en una fuente más pura. Si permanecieran en el mismo medio, y bajo las mismas influencias, persistirían en sus opiniones y en su forma de apreciar las cosas. Una estada en el mundo de los Espíritus basta para abrirles los ojos, porque allí ven lo que no podían ver en la Tierra. El incrédulo, el fanático y el autoritario podrán, por consiguiente, volver con ideas innatas de fe, tolerancia y libertad. A su regreso encontrarán que las cosas han cambiado, y experimentarán la influencia del nuevo medio en que han nacido. En vez de oponerse a las nuevas ideas, serán sus promotores.
33. La regeneración de la humanidad, por consiguiente, no requiere en absoluto la renovación integral de los Espíritus: basta con una modificación en sus disposiciones morales. Esa modificación se verifica en todos aquellos que están predispuestos, toda vez que sean sustraídos de la influencia perniciosa del mundo. Por lo tanto, no siempre son otros los Espíritus que regresan; a menudo son los mismos Espíritus, pero que piensan y sienten de otra manera.
Cuando ese mejoramiento es aislado e individual, pasa desapercibido, y no ejerce ninguna influencia ostensible para el mundo. Pero el efecto es completamente diferente cuando el mejoramiento se produce simultáneamente sobre grandes masas, porque entonces, de acuerdo con las proporciones que adopte en una generación, puede modificar profundamente las ideas de un pueblo o de una raza.
Eso es lo que se nota casi siempre, después de las grandes conmociones que diezman a los pueblos. Los flagelos destructores sólo destruyen los cuerpos, pero no alcanzan al Espíritu; activan el movimiento de ingreso y salida entre el mundo corporal y el mundo espiritual y, por consiguiente, el movimiento progresivo de los Espíritus encarnados y desencarnados. Hay que hacer notar que, en todas las épocas de la Historia, a las grandes crisis sociales les siguió una etapa de progreso.
Cuando ese mejoramiento es aislado e individual, pasa desapercibido, y no ejerce ninguna influencia ostensible para el mundo. Pero el efecto es completamente diferente cuando el mejoramiento se produce simultáneamente sobre grandes masas, porque entonces, de acuerdo con las proporciones que adopte en una generación, puede modificar profundamente las ideas de un pueblo o de una raza.
Eso es lo que se nota casi siempre, después de las grandes conmociones que diezman a los pueblos. Los flagelos destructores sólo destruyen los cuerpos, pero no alcanzan al Espíritu; activan el movimiento de ingreso y salida entre el mundo corporal y el mundo espiritual y, por consiguiente, el movimiento progresivo de los Espíritus encarnados y desencarnados. Hay que hacer notar que, en todas las épocas de la Historia, a las grandes crisis sociales les siguió una etapa de progreso.
34. En la actualidad, se produce uno de esos movimientos generales, destinados a promover una reorganización de la humanidad. La multiplicidad de las causas de destrucción constituye una señal característica de los tiempos, pues apresura la eclosión de los nuevos gérmenes. Son como las hojas que caen en el otoño, reemplazadas por otras hojas plenas de vida, puesto que la humanidad tiene sus estaciones, al igual que los individuos tienen sus diversas edades. Las hojas muertas de la humanidad caen impulsadas por las ráfagas violentas y por las sacudidas del viento, pero con el fin de que renazcan más vigorosas, por obra del mismo aliento de vida, que no se extingue, sino que se purifica.
35. Para el materialista, los flagelos destructores son calamidades sin compensación, sin resultados útiles, puesto que, según su opinión, esos flagelos aniquilan a los seres definitivamente. En cambio, para aquel que sabe que la muerte sólo destruye la envoltura, esos flagelos no tienen las mismas consecuencias, ni le causan el mínimo temor; comprende su objetivo, y sabe también que los hombres no pierden más por el hecho de que mueran en masa que por morir aislados, pues de una manera o de otra todos habrán de llegar a lo mismo.
Los incrédulos se burlarán de estas cosas, y las calificarán de quimeras. No obstante, digan lo que digan, no escaparán a la ley general; en su momento caerán, como los demás, y entonces, ¿qué les sucederá? Ellos dicen: ¡nada! Pero vivirán, a pesar de sí mismos, y un día se verán obligados a abrir los ojos.
Los incrédulos se burlarán de estas cosas, y las calificarán de quimeras. No obstante, digan lo que digan, no escaparán a la ley general; en su momento caerán, como los demás, y entonces, ¿qué les sucederá? Ellos dicen: ¡nada! Pero vivirán, a pesar de sí mismos, y un día se verán obligados a abrir los ojos.