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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > EL GÉNESIS > CAPÍTULO III - El Bien y El Mal > Destrucción mutua de los seres vivos
Destrucción mutua de los seres vivos
20. La destrucción recíproca de los seres vivos es una de las leyes de la Naturaleza que
menos parece armonizar con la bondad de Dios. Uno se pregunta, ¿por qué esa necesidad de
destruirse unos a los otros para alimentarse?
Quien sólo ve la materia y limita su visión a la vida presente puede parecerle ésta una
imperfección de la obra divina. En general los hombres juzgan la perfección de Dios según sus
propios puntos de vista, miden la sabiduría divina de acuerdo con sus juicios y creen que Dios obra
como ellos mismos lo hacen. Su limitada visión no les permite apreciar el conjunto, no son capaces
de comprender que de un mal aparente pueda surgir un bien real. Sólo el conocimiento del principio
espiritual, considerado en su verdadera esencia, y la gran ley de unidad que constituye la armonía de
la Creación, pueden darle al hombre la llave de ese misterio y mostrarle la gran razón y sabiduría
providencial, precisamente donde antes veía anomalías y contradicción.
21. La verdadera vida, tanto del hombre como del animal, no se halla en la envoltura
corporal como tampoco en las vestiduras: se encuentra en el principio inteligente que preexiste y
sobrevive al cuerpo. Ese principio necesita de un cuerpo para desarrollar el trabajo en la materia
bruta. El cuerpo se gasta con esa labor, pero el espíritu no. Por el contrario, cada vez surge con más
fuerza, lucidez y capacidad. ¡Qué importancia tiene, entonces, que el espíritu cambie de envoltura si
sigue siendo el mismo espíritu!: es como el hombre, que cambia sus ropas cien veces en el año más
continua siendo el mismo hombre.
Mediante el espectáculo incesante de la destrucción, Dios enseña a los hombres la poca
importancia que debe darse a la envoltura material y suscita en ellos, como compensación, la idea
de la vida espiritual, al hacer nacer el anhelo por ella.
Tal vez se podrá decir que Dios podría utilizar otros medios, sin llevar a los seres a
destruirse unos a otros. Si en su obra todo es sabiduría, debemos suponer que esa sabiduría no debe
tener fisuras en esto tampoco: si no comprendemos será en razón de nuestro escaso progreso. Sin
embargo, debemos intentar encontrar la razón, tomando este principio por meta: Dios debe ser
infinitamente justo y bueno. Por tanto, busquemos en todo su justicia y su bondad e inclinémonos
ante lo que sobrepasa nuestra comprensión.
22. La primera utilidad de la destrucción, utilidad puramente física, es la siguiente: los
cuerpos orgánicos se mantienen con materia orgánica, ya que estas sustancias contienen los
elementos nutritivos necesarios para su transformación. Los cuerpos, instrumentos de acción del
principio inteligente, necesitan renovarse constantemente. La Providencia los ayuda a sustentarse
mutuamente, y ésta es la razón por la cual los seres se nutren unos de otros. Es el cuerpo que se
alimenta del cuerpo. Mas el espíritu no se aniquila ni altera, sólo es despojado de su envoltura.
23. Además, existen otras consideraciones morales de un orden más elevado.
La lucha es necesaria para el progreso del espíritu: con ella ejercita sus facultades. Quien
ataca para conseguir alimento y quien se defiende para conservar la vida, utilizan su astucia e
inteligencia y aumentan, por eso mismo, sus fuerzas intelectuales. Uno de los dos sucumbe. Pero,
¿qué es lo que el más fuerte o el más hábil tomó del más débil? Su vestidura carnal solamente. El
espíritu, que no ha muerto, tomará posteriormente otro cuerpo.
24. Entre los seres inferiores de la Creación el sentido moral no existe. En ellos la
2. Ver en la Revista Espírita, de agosto de 1864: “Cuestiones y problemas. Destrucción de los aborígenes
de México.” [N. de A. Kardec]
inteligencia no ha reemplazado al instinto, la lucha tiene por móvil la satisfacción de una necesidad
material que es, en primer lugar, la de alimentarse. Luchan únicamente para vivir, es decir, para
obtener o defender una presa, ya que no los estimula un objetivo más elevado. En este primer
período se elabora el alma y se la prepara para la verdadera vida.
Hay en el hombre un período de transición en el cual muy poco lo distingue del animal. En
las primeras edades el instinto animal domina y la lucha tiene aún por finalidad la satisfacción de
las necesidades materiales. Más tarde, el instinto animal y el sentimiento moral se equilibran. El
hombre todavía lucha, mas ya no para alimentarse, sino para satisfacer su ambición, su orgullo y su
necesidad de dominio, que lo impulsan todavía a destruir. Sin embargo, a medida que el sentido
moral va aumentando, la sensibilidad crece y la necesidad de destrucción disminuye, llegando ésta a
desaparecer y mostrarse detestable: en esa hora el hombre comienza a sufrir horror ante la visión de
la sangre.
Como todo, la lucha siempre es imprescindible para el desarrollo del espíritu, pues a pesar
de haber llegado a ese punto, que nos parece culminante, la perfección está aún lejana. Es a costa de
su actividad que él adquirirá conocimientos y experiencia y se despojará de los últimos vestigios de
animalidad. Pero la lucha, antes sangrienta y brutal, ahora es puramente intelectual: el hombre ha de
luchar contra las dificultades y no contra sus semejantes.