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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > EL GÉNESIS > CAPÍTULO VI - Uranografía general > Sucesión eterna de los mundos > 50
50. Tomemos un mundo que haya recorrido todo el tiempo de vida que su organización
especial le permitió vivir: El hogar interior de su existencia se apagó, los elementos perdieron su
virtud primitiva y los fenómenos materiales, que para producirse reclamaban la presencia y la
acción de las fuerzas correspondientes a ese mundo, ya no pueden presentarse más, porque el
incentivo para su actividad no posee ya el punto de apoyo que le otorga toda su fuerza.
Ahora bien, ¿creeremos que este astro apagado y sin vida continuará gravitando en los
espacios celestes sin meta, como una ceniza en el torbellino de los cielos? ¿Se pensará que seguirá
inscrito en el libro de la vida universal cuando ya no es más que algo muerto y exento de
significado? No. Las mismas leyes que lo elevaron por sobre el tenebroso caos y le atribuyeron los
esplendores de la vida, las mismas fuerzas que lo rigieron durante los siglos de su adolescencia, que
afirmaron sus primeros pasos en la existencia y que lo condujeron a la edad madura y a la vejez,
presidirán la desagregación de sus elementos constitutivos para devolverlos al laboratorio de donde
el poder creador obtiene sin cesar las condiciones para la estabilidad general. Estos elementos
volverán a la masa común del éter para unirse a otros cuerpos o para regenerar otros soles. Esta
muerte no será un hecho inútil para ese astro ni para sus hermanos. Renovará, en otras regiones,
otras creaciones de naturaleza diferente, y allí donde los sistemas de mundos desaparecieron,
renacerá pronto un nuevo jardín con flores más brillantes y perfumadas.