82. Oración. (Para que la diga el obsesado). - Dios mío, permitid a los buenos espíritus que me libren del espíritu malhechor que se ha unido a mí. Si es una venganza que ejerce por los males que le hubiese hecho en otro tiempo, vos lo permitís, Dios mío, para mi castigo, y sufro la consecuencia de mi falta. ¡Que mi arrepentimiento merezca vuestro perdón y mi liberación! Pero cualquiera que sea el motivo que tenga, solicito vuestra misericordia para él. Dignaos facilitarle el camino del progreso, que le desviará del pensamiento de hacer el mal. Que por mi parte, volviéndole bien por mal, pueda conducirle a mejores sentimientos.
Pero también sé, Dios mío, que mis imperfecciones son las que me hacen accesible a las influencias de los malos espíritus. Dadme la luz necesaria para conocerles y, sobre todo, combatid en mí el orgullo que me ciega para que no vea mis efectos.
¿Cuál puede ser, pues, mi indignidad, puesto que un ser malhechor puede mortificarme?
Haced, Dios mío, que esta desgracia que mi vanidad merece, me sirva de lección para el poryenir, que me mortifique en la resolución que tomo de purificarme con la práctica del bien, de la caridad y de la humanidad, con el fin de oponer para siempre una barrera a las malas influencias.
Señor, dadme fuerza para soportar esta prueba con paciencia y resignación: comprendo que, como todas las otras pruebas, debe ella ayudar mi adelantamiento si no pierdo su utilidad con mi murmuración, puesto que me proporciona la ocasión de manifestar mi sumisión y de ejercer la caridad hacia un hermano desgraciado, perdonándole el mal que me hace. (Cap. XII, núms. 5 y 6; capítulo XXVIII, número 15 y siguientes y 46 y 47).