8. Las preocupaciones del mundo sobre lo que se llama entre los hombres punto
de honor, dan esa susceptibilidad sombría, nacido del orgullo y de la exaltación de la
personalidad que conduce al hombre a volver injuria por injuria, herida por herida, lo
que parece justo a aquel cuyo sentido moral no se eleva sobre las pasiones terrestres;
por esto la ley mosaica decía: Ojo por ojo, diente por diente; ley en armonía con el
tiempo en que vivía Moisés. Cristo vino y dijo: Volved bien por mal. Dijo más: "No os
resistáis al mal que os quieran hacer; "sí os hieren en una mejilla presentadles la otra".
Para el orgulloso, esta máxima parece una cobardía, porque no comprende que se
necesita más valor para soportar un insulto que para vengarse, y esto siempre por la
razón de que su vista no alcanza más allá del presente. ¿Pero se ha de tomar literalmente
esta máxima? No, lo mismo que la que dice que nos arranquemos el ojo si nos es
ocasión de escándalo. Llevada adelante con todas sus consecuencias, seria condenar
toda represión, aun cuando fuese legal, y dejar el campo libre a los malos quitándoles
todo miedo; si no se pusiera un freno a sus agresiones, muy pronto serían víctimas suyas
todos los buenos. El mismo instinto de conservación, que es una ley de la naturaleza,
dice que no debe uno presentar voluntariamente el cuello al asesino. Con estas palabras,
pues, Jesús no prohibió la defensa; sino que "condenó la venganza". Diciendo que se
presenta una mejilla cuando se ha herido la otra, es decir, bajo otra forma, que no debe volverse nunca mal por mal, que el
hombre debe aceptar con humildad todo lo que tiende a rebajar su orgullo; que es más
glorioso para él ser herido que herir, sobrellevar con paciencia una injusticia que
cometerla él mismo; que vale más ser engañado que engañar y ser arruinado que
arruinar a los demás. Es, al mismo tiempo, la condenación del duelo que no es otra cosa
que un alarde de orgullo. La fe en la vida futura y en la justicia de Dios, que nunca deja
el mal impune, puede sólo dar la fuerza para soportar con paciencia los tiros dirigidos a
nuestros intereses y a nuestro amor propio y por esto decimos sin cesar: Dirigid vuestras
miradas al porvenir, pues cuanto más os elevéis con el pensamiento sobre la vida
material, menos os atormentarán las cosas de la tierra.