10. Según la idea muy falsa de que uno no puede reformar su propia naturaleza,
el hombre se cree dispensado de hacer esfuerzos para corregirse de los defectos en los
que se complace voluntariamente, o que exigirían demasiada perseverancia; así es, por
ejemplo, que el hombre inclinado a la cólera se excusa casi siempre con su
temperamento, achaca la falta a su organismo, acusando de este modo a Dios, de sus
propios defectos. Esto es también una consecuencia del orgullo que sc encuentra
mezclado en todas sus imperfecciones.
Sin duda hay temperamentos que se prestan más que otros a los actos violentos,
como hay músculos más flexibles que se prestan mejor a movimientos de fuerza, pero
que no creáis que ésta sea la causa primera de la cólera y estad persuadidos de que un
espíritu pacífico, aun cuando estuviese en un cuerpo bilioso, siempre será pacífico, y que
un espíritu violento, en un cuerpo linfático, no será más dócil; sólo que la violencia tomará
otro carácter, no teniendo un organismo propio para secundar su violencia, la
cólera se concentrará, y en otro caso será expansiva.
El cuerpo no da la cólera al que no la tiene, así como tampoco los otros vicios;
todos los vicios y todas las virtudes son inherentes al espíritu; sin esto, ¿en dónde estaría
el mérito y la responsabilidad? El hombre contrahecho no puede enderezarse porque el
espíritu no toma parte en esto, pero puede modificar lo que es del espíritu cuando tiene
para ello una firme voluntad. ¿No os prueba la experiencia, espiritista, hasta dónde
puede llegar el poder de la voluntad, por las transformaciones verdaderamente
milagrosas que veis operarse? Decid, pues, que "el hombre sólo es vicioso porque quiere
serlo"; pero que el que quiere corregirse, siempre puede hacerlo. De otro modo la ley
del progreso no existiría para el hombre. (Hanhemann. París, 1863).