9. Lo mismo sucede hoy con las grandes verdades reveladas por el Espiritismo. Ciertos incrédulos se admiran de que los espíritus hagan tan pocos esfuerzos para convencerles; y es que éstos se ocupan de aquellos que buscan la luz de buena fe, y con humildad, con preferencia a aquellos que creen poseer toda la luz y que piensan, al parecer, que Dios debería tenerse por feliz si pudiese conducirles a El, probándoles que existe. El poder de Dios se ve tanto en las cosas más pequeñas como en las más grandes: no pone la luz debajo del celemín, puesto que la esparce a torrentes por todas partes: ciegos son, pues, los que no la ven. "Dios no quiere abrirles los ojos a la fuerza, puesto que les gusta tenerlos cerrados". Ya les vendrá su hora, pero antes, es menester que sientan las angustias de las tinieblas y "reconozcan a Dios y no a la casualidad en la mano que hiere su orgullo". Emplea para vencer la incredulidad los medios que le convienen, según los individuos; no hay necesidad de que la incredulidad le prescriba lo que debe hacer y decirle: si quieres convencerme, es preciso que lo hagas de éste o del otro modo, en tal momento más bien que en tal otro, porque éste me conviene más. Que no se maravillen, pues, los incrédulos, si Dios y los espíritus que son los agentes de su voluntad, no se someten a sus exigencias. Que se pregunten qué es lo que dirían si el último de sus servidores quisiera imponérseles. Dios impone sus condiciones y no las recibe; escucha con bondad a los que se dirigen a El con humildad, y no a los que creen ser más que El.