4. La misericordia es el complemento de la dulzura, porque el que no es
misericordioso no puede ser benigno y pacífico; la misericordia consiste
en el olvido y el
perdón de las ofensas. El odio y el rencor denotan un alma sin elevación
de grandeza,
pues el olvido de las ofensas es propio de almas elevadas que están
fuera del alcance del mal que se las quiere hacer; la una siempre está
ansiosa, es de una
susceptibilidad sombría y llena de hiel; la otra está serena, llena de
mansedumbre y de
caridad.
Desgraciado del que dice: yo no perdonaré nunca, porque si no es
condenado
por los hombres, ciertamente lo será por Dios. ¿Con qué derecho
reclamará el perdón de
sus propias faltas, si él mismo no perdona las de los otros? Jesús nos
enseña que la
misericordia no debe tener límites, cuando dice que debe perdonar-se al
hermano, no
siete veces, sino setenta veces siete veces.
Mas hay dos modos muy diferentes de perdonar; el primero, es grande,
noble,
verdaderamente generoso, sin segunda intención, que maneja con
delicadeza el amor
propio y la susceptibilidad del adversario, aunque este último tuviera
toda la culpa; el
segundo, es cuando el ofendido, o el que cree estarlo impone al otro
condiciones
humillantes y hace sentir el peso de un perdón, que irrita en vez de
calmar; si le tiende la
mano, no es por benevolencia, sino con ostentación, a fin de poder decir
a todo el
múndo: ¡Mirad si soy generoso! En tales circunstancias, es imposible que
la reconciliación
sea sincera de una y otra parte. No, ésta no es la generosidad, es uno
de los
modos de satisfacer el orgullo. En toda contienda, el que se manifiesta
más conciliador,
el que prueba más desinterés, más caridad y más verdadera grandeza de
alma, ese se
captará siempre la simpatía de las personas imparciales.
Reconciliarse con sus enemigos.