13. "El que esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero", dijo Jesús. Esta
máxima hace un deber de la indulgencia, porque no hay nadie que no tenga necesidad de
que se la tenga a él. La indulgen cia nos enseña que no debemos juzgar a los otros con
mas severidad que nos juzgamos a nosotros mismos, ni condenar en otro lo que en
nosotros perdonamos. Antes de echar en cara una falta a alguien, miremos si podía
recaer sobre nosotros la misma reprobación.
La reprobación de la conducta de otro puede tener dos móviles: reprimir el mal o
desacreditar a la persona cuyos actos se critican; este último motivo no tiene nunca
excusa, porque es maledicencia y maldad. Lo primero puede ser laudable, y es un deber
en ciertos casos, porque de ello debe resultar un bien, y porque sin esto, el mal nunca se
reprimiría en la sociedad; por otra parte, el hombre ¿no debe, acaso, favorecer el
progreso de su semejante? No es, pues, preciso tomar este principio en el sentido
absoluto: "No juzguéis si no queréis ser juzgados", porque la letra mata y el espíritu
vivifica.
Jesús no podía impedir la reprobación del mal, puesto que él mismo nos dió el
ejemplo y lo hizo en términos enérgicos; pero quiso decir que la autoridad de la
reprobación está en razón de la autoridad moral del que la pronuncia; hacerse culpable
de lo que uno recrimina a otro, es abdicar esta autoridad; es, además, apropiarse el
derecho de represión. La conciencia íntima, por lo demás, niega todo respeto y toda
sumisión voluntaria, al que estando investido de algún poder, viola las leyes, y los
principios que está encargado de aplicar: "No hay autoridad legítima a los ojos de Dios,
sino aquella que se apoya en el ejemplo que da del bien"; esto es lo que resulta
igualmente de las palabras de Jesús.