9. Al lado de la cuestión moral se presenta una consideración efectiva no menos
importante, que tiene relación con la misma naturaleza de la facultad. La mediumnidad
formal no puede ser ni será nunca una profesión, no sólo porque sería desacreditada
moralmente y muy pronto asimilada a la de los que dicen la buenaventura, sino porque
se opone a ella un obstáculo material: el de ser una facultad esencialmente movible, fugitiva y variable, y sobre
cuya permanencia nadie puede tener una completa seguridad. Luego, para explotarla,
sería un recurso del todo incierto, toda vez que podría faltar en el momento que fuese
más necesaria. Otra cosa sucede con un talento adquirido por el estudio y el trabajo y
que por lo mismo, siendo una propiedad, naturalmente se permite sacar partido de él.
Pero la mediumnidad ni es un arte ni es un talento, por lo cual no puede ser una
profesión; sólo existe por el concurso de los espíritus, y si éstos hacen falta, ya no hay
mediumnidad; la aptitud puede subsistir, pero el ejercicio está anulado. Así es que no
hay ningún médium en el mundo que pueda asegurar la producción de un fenómeno
espiritista en un momento dado. Explotar la mediumnidad, es pues, disponer de una cosa
que realmente no se tiene, y afirmar lo contrario seria engañar al que la pagara; hay más
aun, y es que el inédium no dispone de "sí mismo", sino de los espíritus de las almas de
los muertos, cuyo concurso se pone a precio. Este pensamiento repugna instintivamente.
El tráfico degenerado en abuso y explotado por el charlatanismo, la ignorancia, la
credulidad y la superstición, motivó la prohibición de Moisés. El espiritismo moderno,
comprendiendo lo formal del asunto, por el descrédito que ha echado sobre esta explotación,
ha elevado la mediumnidad al rango de misión. (Véase el "Libro de los
Médiums", capítulo XXVIII. - Y el "Cielo a Infierno", cap. XII.)