62. Prefacio. ¡Qué espantosa es la idea de la nada! ¡Qué dignos son de compasión los que creen que la voz del amigo que llora a su amigo se pierde en el vacío y no encuentra ningún eco que le responda! ¡No han conocido nunca las puras y santas afecciones los que piensan que todo muere con el cuerpo; que el genio que ha iluminado el mundo con su vasta inteligencia es un juego de la materia que se extingue para siempre como un soplo; que del más querido ser, de un padre, de una madre o de un hijo adorado, sólo queda un poco de polvo que el tiempo disipa para siempre!
¿Cómo un hombre de corazón puede quedar tranquilo con este pensamiento? ¿Cómo la idea de un anonadamiento absoluto no le hiela de espanto y no le hace desear al menos que no sea así? Si hasta el presente su razón no ha bastado para salir de dudas, ahí está el Espiritismo que viene a disipar toda incertidumbre sobre el porvenir, pruebas materiales que da la supervivencia del alma y <1e la existencia de los seres de ultratumba. Así es que por todas partes son acogidas estas pruebas con alegría, y renace la confianza, porque el hombre sabe de aquí en adelante que la vida terrestre sólo es un corto pasaje que conduce a una vida mejor, que sus trabajos en este mundo no se pierden para él, y que los afectos más sanos no se rompen para siempre. (Cap. IV, núm. 18; cap. V, núm. 21).