10. Estas palabras pueden aplicarse a los adeptos y a los propagadores del
Espiritismo. Los incrédulos sistemáticos, los burlones obstinados, los adversarios
interesados, son, para ellos, lo que los gentiles eran para los apóstoles. A ejemplo de
éstos, que busquen primero los prosélitos entre las gentes de buena voluntad, a los que
desean la luz, en quienes se encuentra un germen fecundo y el número es grande: sin
perder el tiempo con aquellos que rehusan ver y oir y se resisten tanto más por el
orgullo, cuanto más valor se quiere dar a su conversión. Más vale abrir los ojos a cien
ciegos que deseen ver claro, que a uno solo que se complace en la obscuridad, porque es
aumentar el número de los adeptos de una causa en más grande proporción. Dejar a los
otros en paz, no es indiferencia, sino buena política; ya les tocará su turno cuando serán
dominados por la opinión general y cuando oirán sin cesar repetir la misma cosa a su
alrededor; entonces creerán aceptar la idea voluntariamente y no bajo las impresiones de
un individuo. Además, hay ideas que son como las semillas: que no pueden germinar
antes de la estación y aun únicamente en un terreno preparado; por esto es mejor
esperar el tiempo propicio y cultivar primero las que germinan, y no ser que aborten las
otras precipitándolas demasiado.
En tiempo de Jesús, y a consecuencia de las ideas limitadas y materiales de la
época, todo estaba circunscrito y localizado; la casa de Israel era un pequeño pueblo y
los gentiles eran los pueblos pequeños que existían a su alrededor; hoy las ideas se
universalizan y se espiritualizan. La nueva luz no es privilegio de ninguna nación; para
ella no existen barreras; tiene su hogar en todas partes y todos los hombres son hermanos.
Mas los espiritistas tampoco son un pueblo: es una opinión que se encuentra en
todas partes, y cuya verdad triunfa poco a poco, como el cristianismo ha triunfado del
paganismo. Ya no se le combate con armas de guerra, sino con el poder de la idea.