EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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7. Se conceden a los demonios facultades trascendentales. No han perdido nada de su naturaleza angélica, tienen el saber, la perspicacia, la previsión, el discernimiento de los ángeles, y además la astucia, la destreza y el artificio en grado supremo. Su objeto es apartar a los hombres del bien, y sobre todo, alejarles de Dios para arrastrarles al infierno, del cual son proveedores y reclutadores. Se comprende que se dirijan a los que están en el buen camino y se encuentran perdidos para ellos, si persisten en el mismo. Se comprende la seducción y el simulacro del bien para atraerles a sus redes, pero es incomprensible que se dirijan a los que les pertenecen ya en cuerpo y alma para conducirles a Dios y al bien. ¿Pues quién está más en sus garras sino el que reniega de Dios se hunde en el vicio y el desorden de las pasiones? ¿Este no está ya en el camino del infierno? ¿Se comprende que si está seguro de su presa, le incite a rogar a Dios, a someterse a su voluntad, a renunciar al mal; que exalte a sus ojos las delicias de la vida de los buenos espíritus y le pinte con horror la situación de los malos? ¿Se ha visto jamás a un mercader alabar a sus parroquianos la mercancía de su vecino a costa de la suya, e incitarles a ir a su casa? ¿Un reclutador despreciar la vida militar y ensalzar el descanso de la vida doméstica? ¿Decir a los reclutas que tendrán una vida de fatigas y de privaciones, que hay diez probabilidades contra una de morir, o al menos, de quedarse sin brazos o sin piernas?


Éste es, sin embargo, el papel estúpido que se hace desempeñar al demonio, porque es un hecho notorio que, a consecuencia de las instrucciones emanadas del mundo invisible, se ven todos los días incrédulos y ateos vueltos a Dios, rogar con fervor, lo que nunca habían hecho. Gentes viciosas trabajar con ardor para su mejoramiento. Pretender que esto es obra del demonio es hacer de éste un verdadero bobalicón. Pero como esto no es una suposición, sino un resultado de experiencia, y contra un hecho no hay negación posible, es preciso concluir, o que el demonio es un torpe en grado supremo, que no es ni tan astuto ni tan maligno como se pretende, y que en consecuencia no es muy temible, porque trabaja contra sus intereses, o que no todas las manifestaciones son suyas.