Usted esta en:
EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS > CAPÍTULO VI - Criminales arrepentidos > Jacobo Latour
Jacobo Latour
Asesino condenado por la Audiencia de Foix y ejecutado en septiembre de 1864
En una reunión espiritista íntima de siete u ocho personas, que tuvo lugar en Bruselas el 13 de septiembre de 1864, y a la cual asistimos, se suplicó a una señora, médium, tuviese la bondad de escribir. No habiéndose hecho ninguna evocación especial, trazó con agitación extraordinaria, en letras muy grandes, y después de haber roto violentamente el papel, estas palabras: “¡Yo me arrepiento!
¡Yo me arrepiento!”
Latour
Sorprendidos de esta comunicación inesperada, que nadie había provocado, porque ninguno pensaba en este desgraciado, la muerte del cual ignoraban la mayor parte de los asistentes, se le dirigieron algunas palabras de conmiseración y de aliento. Después se le hizo esta pregunta:
¿Qué motivo ha podido obligaros a venir entre nosotros antes que a otra parte, puesto que no os hemos llamado?
La médium, que lo era también parlante, responde de viva voz:
“He visto que erais almas compasivas y que tendríais piedad de mí, mientras que otros me evocan más por curiosidad que por verdadera caridad, o bien se alejan de mí con horror.”
Entonces comenzó una escena indescriptible que no duró menos de media hora. La médium unía a las palabras los gestos y la expresión de la fisonomía, y era evidente que el espíritu se identificó con su persona. Algunas veces fueron tan desgarradores sus acentos de desesperación, pintó sus angustias y sus sufrimientos con un tono tan lastimoso, sus súplicas fueron tan vehementes, que todos los asistentes nos conmovimos profundamente.
También los hubo que estaban espantados de la sobreexcitación de la médium, pero pensamos que un espíritu que se arrepiente y que implora la piedad no ofrecía ningún peligro. Si tomó sus órganos, fue para pintar mejor su situación e interesar más en su suerte, pero no como los espíritus obsesores y posesores, con la idea de apoderarse de ella para dominarla. Eso se le permitió, sin duda, por su propio interés, y puede ser también para la instrucción de las personas presentes.
El espíritu exclamó:
“¡Oh sí, piedad! Tengo mucha necesidad de ella, porque no sabéis lo que sufro!..., ¡no, no lo sabéis, no podéis comprenderlo..., es horrible!... ¡La guillotina! ¿Qué es al lado de lo que sufro ahora? Es nada, es un instante. ¡Pero este fuego que me devora es peor, es una muerte continua, es un sufrimiento que no deja tregua ni descanso..., que no tiene fin!
“y mis víctimas que están ahí, a mi alrededor..., que me enseñan sus heridas..., que me persiguen con sus miradas!... ¡Están ahí, ante mí..., las veo todas... Sí, todas, no puedo evitarlas!... ¡Y este mar de sangre!..., ¡y este oro manchado de sangre..., todo está ahí! Siempre ante mí... ¿Sentís el olor de la sangre? ¡Sangre, siempre sangre! ... ¡Están ahí esas pobres víctimas, me ruegan..., y yo sin piedad hiero..., hiero!... ¡Hiero siempre!... La sangre me embriaga.
“Creía que después de mi muerte todo estaría acabado, por esto arrostré el suplicio. ¡Insulté a Dios, le renegué!...Y he ahí que, cuando me creía aniquilado para siempre, un despertar terrible tiene lugar en mí!... ¡Oh! ¡Sí, terrible!... Estoy rodeado de cadáveres, de figuras amenazadoras..., camino sobre sangre... ¡Creía estar muerto, y vivo!... ¡Esto es horroroso! ¡Esto es terrible! ¡Más espantoso que todos los suplicios de la Tierra!
“¡Oh! ¡Si todos los hombres pudiesen saber lo que hay más allá de la vida! ¡Sabrían lo que cuesta hacer mal, no habría asesinos ni malhechores! ¡Quisiera que todos los asesinos pudiesen ver lo que veo y lo que sufro!... ¡Oh, no habría ninguno..., es demasiado horrible sufrir lo que sufro!
“¡Bien sé que lo he merecido!, ¡oh, Dios mío! ¿Por qué no tuve piedad de mis víctimas y rechacé sus manos suplicantes cuando me pedían que no las matase? ¡Sí, yo he sido cruel, las he matado cobardemente por poseer su oro!... He sido impío, os he renegado, he blasfemado vuestro santo nombre... He querido abismarme, y por esto quería persuadirme de que no existíais... ¡Oh, Dios mío! ¡Soy un gran criminal! Lo comprendo ahora. ¿Pero no tendréis piedad de mí?... ¡Sois Dios, esto es, la bondad. la misericordia!
¡Sois todopoderoso!
“¡Piedad, Señor! ¡Oh, piedad! ¡Piedad! Os lo suplico, no seáis inflexible, libertadme de esta vista odiosa, de estas imágenes horribles..., de esta sangre..., de mis víctimas, cuyas miradas me penetran hasta el corazón como puñaladas.
“Vosotros que estáis aquí, que me escucháis, sois buenas almas, almas caritativas. Sí, lo veo, tendréis piedad de mí. ¿no es verdad? Rogaréis por mí... ¡Oh! ¡Os lo suplico! No me rechacéis. Pediréis a Dios que quite de mi vista este horrible espectáculo. Os escuchará porque sois buenos. Os lo suplico, no me rechacéis como yo he rechazado a los otros... ¡Rogad por mí!”
Los asistentes, conmovidos por sus pesares, le dirigieron palabras de aliento y de consuelo:
“Dios -se le dijo-, no es inflexible, lo que pide al culpable es un arrepentimiento sincero y el deseo de reparar el mal que ha hecho. Puesto que vuestro corazón no está endurecido y le pedís perdón por vuestros crímenes, extenderá sobre vos su misericordia si perseveráis en vuestras buenas resoluciones para reparar el mal que habéis hecho. No podéis, sin duda, devolver a vuestras víctimas la vida que les quitasteis, pero si pedís con fervor, Dios os concederá encontraros con ellas en una nueva existencia, donde podréis demostrarles tanta adhesión como cruel habéis sido. Y cuando juzgará la reparación suficiente, entraréis en su gracia.
“La duración de vuestro castigo está de este modo en vuestras manos. Depende de vos abreviarlo. Nosotros os prometemos ayudaros con nuestras oraciones, y llamar sobre vos la asistencia de buenos espíritus. Vamos a decir a vuestra intención la oración contenida en El Evangelio según el Espiritismo, por los espíritus en sufrimiento y arrepentidos. No diremos la que se reza por los malos espíritus, porque desde luego que os arrepentís, que imploráis a Dios y renunciáis a hacer mal. No sois, a nuestros ojos, sino un espíritu desgraciado y no malo.”
Dicha esta oración, y después de algunos instantes de calma, el espíritu continuó:
“¡Gracias, Dios mío!... ¡Oh, gracias! Habéis tenido piedad de mí, estas horribles imágenes se alejan... No me abandonéis..., enviadme vuestros buenos espíritus para sostenerme... Gracias.”
Después de esta escena, quedó la médium, durante algún tiempo, quebrantada y sin fuerzas, y sus miembros sumamente cansados. Tuvo el recuerdo, desde luego confuso, de lo que acababa de pasar. Después, poco a poco se acordó de algunas de las palabras que pronunció y que decía a pesar suyo. Sabía que no era ella quien hablaba.
Al día siguiente, en una nueva reunión, se manifestó el espíritu, y empezó, durante algunos minutos solamente, la escena de la víspera, con la misma gesticulación expresiva, pero menos violenta. Después escribió valiéndose de la misma médium, con agitación febril, las palabras siguientes:
“Gracias por vuestras oraciones, ya se ha producido en mí una mejora sensible. He rogado a Dios con todo fervor, que ha permitido que, por un momento, mis sufrimientos fuesen aliviados, pero veré aún a mis víctimas... ¡Están ahí!... ¡Están ahí!... ¿Veis esta sangre?...”
La oración de la víspera fue repetida y el espíritu continúa, dirigiéndose a la médium.
“Os pido perdón por haberme apoderado de vos. Gracias por el alivio que dais a mis sufrimientos, perdón por todo el mal que os he ocasionado, pero tengo necesidad de manifestarme, vos sola podéis...
“¡Gracias, gracias! Siento un pequeño alivio, pero me falta mucho para llegar al fin de mis pruebas. Pronto volverán a venir mis víctimas. He ahí el castigo, lo he merecido, Dios mío, pero sed indulgente.
“Vosotros todos, orad por mí, tened piedad de mí.”
Un miembro de la Sociedad Espiritista de París, que oró por este desgraciado espíritu y le evocó, obtuvo en diferentes intervalos las comunicaciones siguientes:
I
Fui evocado casi después de mi muerte, y no pude comunicarme enseguida, pero muchos espíritus ligeros han tomado mi nombre y mi puesto. Me he aprovechado de la presencia en Bruselas del Presidente de la sociedad de París, y con el permiso de los espíritus superiores, me he comunicado.
Iré a comunicarme a la Sociedad, y haré revelaciones que serán un principio de reparación de mis faltas, y podrán servir de enseñanza a todos los criminales, que leerán y que retlexionarán sobre el relato de mis sufrimientos.
Los discursos sobre las penas del infierno hacen poco efecto en el espíritu de los culpables, que no creen en todas esas imágenes, espantosas sólo para los niños y los hombres débiles. Pero un gran malhechor no es un espíritu pusilánime, y el miedo a los gendarmes obra más sobre él que la relación de los tormentos del infierno. He ahí por que todos los que me leerán serán sensibles a mis palabras, a mis sufrimientos, que no son suposiciones. No hay un solo sacerdote que pueda afirmar: “He visto lo que digo, he presenciado los tormentos de los condenados.” Pero cuando expreso: “He aquí lo qué ocurrió después de la muerte de mi cuerpo. Mirad cuál fue mi desengaño, reconociendo que no estaba muerto, como lo esperaba, y que lo que creí como fin de mis sufrimientos era el principio de tormentos imposible de describir.” Entonces más de uno se detendrá al borde del precipicio donde iba a caer, y cada uno de los desgraciados que yo detenga de este modo en la pendiente del crimen servirá para que yo rescate una de mis faltas. Así es como el bien triunfa sobre el mal, y como la bondad de Dios se manifiesta por todas partes tanto en la Tierra como en el espacio.
Se me ha permitido librarme de la vista de mis víctimas, que son ahora mis verdugos, a fin de comunicarme con vos, pero al dejaros las volveré a ver, y sólo esta idea me hace sufrir tanto que no podría explicároslo. Soy feliz cuando se me evoca, porque entonces dejo mi infierno por algunos instantes. Rogad siempre por mi, rogad al Señor para que me libre de la vista de mis víctimas.
¡Sí, oremos juntos, la oración hace tanto bien!... Estoy más aliviado. No siento tanto la pesadez de la carga que me abruma. Veo un rayo de esperanza que luce en mis ojos, y, lleno de arrepentimiento, exclamo: ¡Bendita sea la mano de Dios, que su voluntad sea hecha!
II
P. En lugar de pedir a Dios que os libre de la vista de vuestras víctimas, os invito a orar conmigo para pedirle la fuerza de soportar este tormento expiatorio.
R. Hubiera preferido librarme de la vista de mis víctimas. ¡Si supierais lo que sufro! El hombre más insensible se conmovería si pudiese ver impresos como fuego en mi rostro los sufrimientos de mi alma. Haré lo que me aconsejáis. Comprendo que éste es un medio un poco más rápido de expiar mis faltas. Es como una operación dolorosa, que debe dar la salud a mi cuerpo muy enfermo.
¡Ah! ¡Si pudieran verme los culpables de la Tierra, cuán asustados estarían de las consecuencias de sus crímenes, que ocultos a los ojos de los hombres, son vistos por los espíritus! ¡Cuán fatal es la ignorancia a tantas pobres gentes!
¡Qué responsabilidad asumen los que niegan la instrucción a las clases pobres de la sociedad! ¡Creen que con los gendarmes y la policía pueden prevenir los crímenes! ¡En qué error están!
III
Los sufrimientos que experimento son horribles, pero con vuestras oraciones me siento asistido por buenos espíritus, que me dicen que espere. Comprendo la eficacia del remedio heroico que me habéis aconsejado, y ruego al Señor me conceda la fuerza de soportar esta dura expiación. Puedo decir que es igual al mal que hice. No trato de excusar mis crímenes, pero al menos, mis víctimas recibieron la recompensa que les esperaba después del terror y del dolor que les causara el crimen cometido con ellas, particularmente las que habían terminado su prueba terrestre.
Pero desde mi vuelta al mundo de los espíritus, excepto los muy cortos momentos en que me he comunicado, no ceso de sufrir los dolores del infierno.
Los sacerdotes, a pesar del cuadro espantoso de las penas que experimentan los réprobos, no tienen sino una idea muy débil de los verdaderos sufrimientos que la justicia de Dios impone a sus hijos que han violado la ley de amor y caridad. ¿Cómo puede creerse que un alma, esto es. un ser que no es material, pueda sufrir al contacto del fuego material? Esto es absurdo, y he ahí por qué tantos criminales se ríen de esas pinturas fantásticas del infierno. ¿Pero sucede lo mismo con el dolor moral que sufre el condenado después de la muerte física?
Rogad para que la desesperación no se apodere de mí.
IV
Os doy las gracias porque me hacéis entrever el fin, fin glorioso al cual sé que llegaré cuando me haya purificado. Sufro mucho, y sin embargo, me parece que mis sufrimientos disminuyen. No puedo creer que, en el mundo de los espíritus, el dolor disminuya porque uno se habitúe a él poco a poco. No. Comprendo que vuestras buenas oraciones han aumentado mis fuerzas, y si mis, dolores son los mismos, siendo mi fuerza más grande, sufro menos.
Mi pensamiento se dirige sobre mi última existencia, sobre las faltas que hubiera evitado, si hubiese sabido orar. Comprendo hoy la eficacia de la oración, comprendo la fuerza de esas mujeres honradas y piadosas, débiles según la carne, pero fuertes por su fe. Comprendo este misterio que no comprenden los falsos sabios de la Tierra. ¡Oración! Esta sola palabra excita la risa de los espíritus fuertes. Los oigo en el mundo de los espíritus, y cuando el velo que la verdad se desgarre para ellos, vendrán a prosternarse a su vez a los pies del Eterno que han desconocido, y se consideran felices en humillarse para que sean absueltos de sus pecados y de sus maldades. ¡Comprenderán la virtud de la oración!
¡Orar es amar, amar es orar! Entonces amarán al Señor y le dirigirán sus oraciones de amor y de reconocimiento, y, regenerados por el sufrimiento, porque deberán sufrir, rogarán, como yo, para tener la fuerza de expiar y de sufrir, y cuando habrán cesado de sufrir, rogarán para dar gracias al Señor del perdón que han merecido por su sumisión y su resignación. Oremos, hermano, para fortificarme más...
¡Oh! Gracias, hermano, por tu caridad, porque estoy perdonado. Dios me libra de la vista de mis víctimas. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Bendito seas durante la eternidad por la gracia que me concedes! ¡Oh! ¡Dios mío! Siento la enormidad de mis crímenes, y me humillo ante vuestra omnipotencia. ¡Señor! Os amo con todo mi corazón y os pido la gracia de permitirme, cuando vuestra voluntad me envíe a sufrir en la Tierra nuevas pruebas, que baje a ella, mísero de paz y de caridad, a enseñar a los niños a pronunciar vuestro nombre con respeto. Os pido el poder enseñarles a amaros a Vos, el padre de todas las criaturas. ¡Oh! ¡Gracias, Dios mío! Soy un espíritu arrepentido, y mi arrepentimiento es sincero. Os amo tanto como mi corazón tan impuro puede comprender este sentimiento, pura emanación de vuestra divinidad. Hermano, roguemos, porque mi corazón rebosa de reconocimiento. Soy libre, he roto mis hierros, no soy un réprobo. Soy un espíritu en sufrimiento, pero arrepentido, y desearía que mi ejemplo pudiese retener en el umbral del crimen todas esas manos criminales que veo preparadas a levantarse. ¡Oh! Deteneos, hermanos, deteneos, porque los tormentos que os preparáis serán atroces. No creáis que el Señor se deje siempre ablandar tan pronto por la oración de sus hijos. Son siglos de tormento los que os esperan.
Latour
El guía del médium:
Tú declaras que no comprendes las palabras del espíritu. Considera su emoción y su reconocimiento hacia el Señor. No cree poder expresarlo y manifestarlo mejor que tratando de detener a todos esos criminales que ve y que tú no puedes ver. Quisiera que sus palabras llegasen hasta ellos, y lo que no te ha dicho, porque lo ignora todavía, es que le será permitido comenzar misiones reparadoras. Irá cerca de sus cómplices a inspirarles el deseo de arrepentirse, y a introducir en sus corazones el germen del remordimiento. Algunas veces se ven personas en la Tierra que se creían honradas ponerse a los pies de un sacerdote acusándose de un crimen. Es el remordimiento que les dicta la confesión de su falta. Y si se levantara el velo que te separa del mundo invisible, verías muchas veces un espíritu que fue el cómplice o el instigador del crimen venir, como lo hará Jacobo Latour, a tratar de reparar su falta, inspirando el remordimiento al espíritu encarnado.
Tu guía protector
El médium de Bruselas que tuvo la primera comunicación de Latour, recibió más tarde la siguiente:
“No temáis nada de mí. Estoy más tranquilo, pero, a pesar de ello, sufro todavía. Dios ha tenido piedad de mí, porque ha visto mi arrepentimiento. Ahora sufro por este arrepentimiento, que me demuestra la enormidad de mis faltas.
“Si en la vida hubiera sido bien dirigido, no habría hecho todo el mal que he hecho, pero mis instintos no fueron reprimidos, y obedecí a ellos no habiendo conocido ningún freno. Si todos los hombres pensasen más en Dios, o al menos si todos los hombres creyeran en Él, no se cometerían semejantes maldades.
“Pero la justicia de los hombres es mal entendida. Por una falta, a veces ligera, se encierra a un hombre en un presidio, que siempre es un lugar de perdición y de perversión. Sale de él completamente perdido por los malos consejos y los malos ejemplos que ha tenido. Sin embargo, si su naturaleza es lo bastante buena y bastante fuerte para resistir al mal ejemplo, al salir del presidio todas las puertas se le cierran, todos le retiran la protección, todos los corazones honrados le rechazan. ¿Qué le queda? El menosprecio y la miseria, el abandono, la desesperación. Si siente en él buenas resoluciones para volver al bien, la miseria le empuja a todo. Entonces también él desprecia a su semejante, lo aborrece y pierde del todo la conciencia del bien y del mal, puesto que se ve rechazado, a pesar de haber tomado la resolución de ser hombre de bien. ¡Para procurarse lo necesario roba, mata a veces, después... le guillotinan!
“Dios mío, en el momento en que mis alucinaciones van a volverme, siento vuestra mano que se extiende hacia mí, siento vuestra bondad que me envuelve y me protege. ¡Gracias, Dios mío! En mi próxima existencia emplearé mi inteligencia, mi bien, en socorrer a los desgraciados que han sucumbido, y en preservarles de la caída.
“Gracias a vosotros, que no repugnáis comunicaros conmigo. No temáis, veis que no soy malo. Cuando penséis en mí, no os representéis el retrato que de mí habéis visto, sino representados una pobre alma desolada que os da gracias por vuestra indulgencia.
“Adiós. Evocadme todavía, y rogad a Dios por mí.”
Latour
Estudio sobre el espíritu de Jacobo Latour
No puede negarse el fondo y la más alta importancia de algunas de las palabras de esta comunicación, ofreciendo además uno de los aspectos del mundo de los espíritus en castigo, sobre el cual, sin embargo se entrevé la misericordia de Dios. La alegoría mitológica de las Euménides no es tan ridícula como se cree, y los demonios, verdugos oficiales del mundo invisible, que las reemplazan en la creencia moderna, son menos racionales con sus cuernos y sus garfios que esas víctimas que sirven ellas mismas para castigo del culpable.
Admitiendo la identidad de este espíritu, quizás alguno se sorprenda por el cambio repentino de su estado moral. Esto mismo lo hemos hecho notar en otra ocasión, pues hay más recursos muchas veces en un espíritu brutalmente malo que en aquel que está dominado por el orgullo o que oculta sus vicios bajo el manto de la hipocresía. Esta vuelta repentina a mejores sentimientos, más bien indica una naturaleza más salvaje que perversa, a la que sólo le ha hecho falta una buena dirección. Si comparamos su lenguaje con el de otro criminal que a continuación mencionamos en el título de “Castigo por la luz”, reconoceremos con facilidad cuál es el más adelantado moralmente, a pesar de su instrucción y de su posición social. El uno obedecía a su instinto natural de ferocidad, a una especie de sobreexcitación, mientras que el otro cometía sus crímenes con la calma y sangre fría de una lenta y perseverante combinación, y después de su muerte , todavía desafiaba el castigo por orgullo. Él sufre, pero no quiere reconocerlo; el otro se ha dominado inmediatamente. De este modo podemos prever cuál de los dos sufrirá más tiempo.
“Yo sufro -manifiesta el espíritu de Latour-, por ese arrepentimiento que me muestra la enormidad de mis faltas.” En esto hay un pensamiento profundo. Verdaderamente el espíritu no comprende la gravedad de sus faltas sino cuando se arrepiente. El arrepentimiento conduce al pesar, a los remordimientos, sentimiento doloroso que es la transición del mal al bien, de la enfermedad moral a la salud moral. Para evadirse de estas sensaciones dolorosas, los espíritus perversos se parapetan contra la voz de su conciencia, como aquellos enfermos que rehúsan el remedio que ha de curarles. Procuran hacerse ilusiones y se embrutecen persistiendo en el mal. Latour ha llegado a aquel período en que la obstinación concluye por ceder. El remordimiento ha entrado en su corazón, y a ése ha seguido el arrepentimiento. Comprende la extensión del mal que ha hecho, ve su vileza y sufre. He ahí por qué refiere: “Sufro por este arrepentimiento.” En su precedente existencia ha debido ser peor que en ésta, porque si se hubiera arrepentido como lo ha hecho hoy, su vida hubiese sido mejor. Las resoluciones que toma ahora influirán sobre su futura existencia terrestre. La que acaba de dejar, por criminal que haya sido, ha marcado para él una etapa del progreso. Es más probable que antes de comenzarla fuese errante, uno de estos espíritus malos y rebeldes obstinados en el mal, como se encuentran tantos.
Muchas personas han preguntado qué provecho se podía sacar de las existencias pasadas, puesto que uno no se acuerda ni de lo que ha sido, ni de lo que ha hecho.
Esta cuestión está completamente resuelta por el hecho de que si el mal que hemos cometido está borrado y no quedó de él ninguna traza en nuestro corazón, su recuerdo sería inútil, pues no tenemos que preocuparnos de ello. En cuanto a aquel del cual no nos hemos enteramente corregido, lo conocemos por nuestras tendencias actuales. Sobre éstas debemos dirigir toda nuestra atención Basta saber lo que somos sin que sea necesario saber lo que hemos sido.
Cuando consideramos la dificultad que hay, durante la vida, para que el culpable más arrepentido se rehabilite de la reprobación de que es objeto, debemos bendecir a Dios por haber echado un velo sobre el pasado. Si a Latour le hubieran condenado a tiempo, aunque hubiese cumplido su condena, por sus antecedentes la sociedad le hubiera rechazado. ¿Quién hubiese querido admitirle en el seno de su amistad. a pesar de su arrepentimiento? Los sentimientos que manifiesta hoy como espíritu nos dan la esperanza de que en la próxima existencia terrestre será un hombre honrado, estimado y considerado. Pero suponed que se sepa que ha sido Latour: la reprobación le perseguirá todavía. El velo echado sobre su pasado le abre la puerta de la rehabilitación, podrá sentarse sin temor y sin vergüenza entre las personas más honradas. ¡Cuántos hay que quisieran a todo precio borrar de la memoria de los hombres algunos años de su existencia!
¡Que se busque una doctrina que esté más conforme que ésta con la justicia y la bondad de Dios! Por lo demás, esta doctrina no es una teoría, sino el resultado de las observaciones. Los espiritistas no la han inventado. Han visto y observado las diferentes situaciones en que se presentan los espíritus, han procurado explicárselas y de esta explicación ha salido la doctrina. Si la han aceptado, ha sido por el resultado de los hechos y porque les ha parecido más racional que todas las emitidas hasta el día sobre el porvenir del alma.
No puede negarse que estas comunicaciones son de una alta enseñanza moral. El espíritu ha podido ser, ha debido ser ayudado en sus reflexiones, y sobre todo en la elección de las expresiones, por espíritus más adelantados. Pero en semejante caso, estos últimos no asisten sino en la forma y no en el fondo, y no ponen jamás al espíritu inferior en contradicción consigo mismo. Han podido poetizar en Latour la forma del arrepentimiento, pero de ningún modo le hubieran hecho manifestar el arrepentimiento contra su voluntad, porque el espíritu tiene su libre albedrío. Veían en él el germen de buenos sentimientos, por esto le han ayudado a expresarse y han contribuido a su desarrollo, al propio tiempo que han llamado sobre él la conmiseración.
¿Puede haber nada más admirable ni más moral, nada capaz de impresionar con más vehemencia que el cuadro de este gran criminal arrepentido, exhalando su desesperación y sus remordimientos, quien en medio de su sufrir, perseguido por la mirada incesante de sus víctimas, eleva su pensamiento hacia Dios para implorar su misericordia?¿No es un saludable ejemplo para los culpables? Se comprende la naturaleza de sus angustias: son racionales, terribles, aunque sencillas y sin el carácter de la fantasmagoría.
Tal vez alguno podrá admirarse por el gran cambio hecho en un hombre como Latour. Pero, ¿por qué no se había de arrepentir? ¿Por qué no había de existir en él una cuerda sensible que vibrase? ¿Acaso el culpable está para siempre destinado al mal? ¿No llega un momento en que se hace la luz en su alma? Este momento llegó para Latour. Esa es precisamente la parte moral de sus comunicaciones: el conocimiento que tiene de su estado, sus pesares, sus proyectos de reparación son eminentemente instructivos. ¿Qué tendría dc extraordinario que se arrepintiese sinceramente antes de morir? ¿No hubiera dicho antes lo que ha dicho después? ¿No tenemos de ello numerosos ejemplos?
Si hubiese vuelto al bien antes de su muerte a los ojos de sus iguales hubiera sido una debilidad. Su voz de ultratumba es la revelación del porvenir que le aguarda. Está en la verdad absoluta cuando declara que su ejemplo es más propio para reducir a los culpables que la perspectiva de las llamas del infierno e incluso del cadalso. ¿Por qué no se presenta a dar estos ejemplos en los presidios? Esto haría reflexionar a algunos, como tenemos de ello muchos ejemplo, pero, ¿cómo se puede creer en la eficacia de las palabras de un muerto, cuando se cree que después de la muerte todo ha concluido? Un día, no obstante, vendrá en que se reconocerá la verdad de que los muertos pueden venir a instruir a los vivos.
De estas comunicaciones se desprenden otras instrucciones importantes. En primer lugar, la confirmación del principio de eterna justicia, que el arrepentimiento no basta para colocar a los culpables en el rango de los elegidos. El arrepentimiento es el primer paso hacia la rehabilitación que llama la misericordia de Dios, es el preludio del perdón y de disminuirse los sufrimientos. Pero Dios no absuelve sin condición. Es precisa la expiación y sobre todo la reparación. Esto es lo que comprende Latour y es a lo que se prepara.
En segundo lugar, si se compara este criminal con el de Castelnaudary, se encuentra una gran diferencia en el castigo que se le ha impuesto. En este último el arrepentimiento ha sido más tardío, y en consecuencia, la pena más larga. Esta pena es, además, casi material, mientras que en Latour el sufrimiento es más bien moral. Esto consiste en que, como hemos dicho más arriba, la inteligencia del uno estaba mucho más desarrollada que la del otro. Era necesario algo que pudiese afectar sus sentidos obtusos. Pero las penas morales no son menos amargas para aquel que ha llegado al grado exigido para comprenderlas. Se puede juzgar de esto por los ayes que exhala Latour. No son de cólera, sino la expresión de los remordimientos, acompañados muy pronto del arrepentimiento y del deseo de reparar, a fin de realizar su progreso.
En una reunión espiritista íntima de siete u ocho personas, que tuvo lugar en Bruselas el 13 de septiembre de 1864, y a la cual asistimos, se suplicó a una señora, médium, tuviese la bondad de escribir. No habiéndose hecho ninguna evocación especial, trazó con agitación extraordinaria, en letras muy grandes, y después de haber roto violentamente el papel, estas palabras: “¡Yo me arrepiento!
¡Yo me arrepiento!”
Latour
Sorprendidos de esta comunicación inesperada, que nadie había provocado, porque ninguno pensaba en este desgraciado, la muerte del cual ignoraban la mayor parte de los asistentes, se le dirigieron algunas palabras de conmiseración y de aliento. Después se le hizo esta pregunta:
¿Qué motivo ha podido obligaros a venir entre nosotros antes que a otra parte, puesto que no os hemos llamado?
La médium, que lo era también parlante, responde de viva voz:
“He visto que erais almas compasivas y que tendríais piedad de mí, mientras que otros me evocan más por curiosidad que por verdadera caridad, o bien se alejan de mí con horror.”
Entonces comenzó una escena indescriptible que no duró menos de media hora. La médium unía a las palabras los gestos y la expresión de la fisonomía, y era evidente que el espíritu se identificó con su persona. Algunas veces fueron tan desgarradores sus acentos de desesperación, pintó sus angustias y sus sufrimientos con un tono tan lastimoso, sus súplicas fueron tan vehementes, que todos los asistentes nos conmovimos profundamente.
También los hubo que estaban espantados de la sobreexcitación de la médium, pero pensamos que un espíritu que se arrepiente y que implora la piedad no ofrecía ningún peligro. Si tomó sus órganos, fue para pintar mejor su situación e interesar más en su suerte, pero no como los espíritus obsesores y posesores, con la idea de apoderarse de ella para dominarla. Eso se le permitió, sin duda, por su propio interés, y puede ser también para la instrucción de las personas presentes.
El espíritu exclamó:
“¡Oh sí, piedad! Tengo mucha necesidad de ella, porque no sabéis lo que sufro!..., ¡no, no lo sabéis, no podéis comprenderlo..., es horrible!... ¡La guillotina! ¿Qué es al lado de lo que sufro ahora? Es nada, es un instante. ¡Pero este fuego que me devora es peor, es una muerte continua, es un sufrimiento que no deja tregua ni descanso..., que no tiene fin!
“y mis víctimas que están ahí, a mi alrededor..., que me enseñan sus heridas..., que me persiguen con sus miradas!... ¡Están ahí, ante mí..., las veo todas... Sí, todas, no puedo evitarlas!... ¡Y este mar de sangre!..., ¡y este oro manchado de sangre..., todo está ahí! Siempre ante mí... ¿Sentís el olor de la sangre? ¡Sangre, siempre sangre! ... ¡Están ahí esas pobres víctimas, me ruegan..., y yo sin piedad hiero..., hiero!... ¡Hiero siempre!... La sangre me embriaga.
“Creía que después de mi muerte todo estaría acabado, por esto arrostré el suplicio. ¡Insulté a Dios, le renegué!...Y he ahí que, cuando me creía aniquilado para siempre, un despertar terrible tiene lugar en mí!... ¡Oh! ¡Sí, terrible!... Estoy rodeado de cadáveres, de figuras amenazadoras..., camino sobre sangre... ¡Creía estar muerto, y vivo!... ¡Esto es horroroso! ¡Esto es terrible! ¡Más espantoso que todos los suplicios de la Tierra!
“¡Oh! ¡Si todos los hombres pudiesen saber lo que hay más allá de la vida! ¡Sabrían lo que cuesta hacer mal, no habría asesinos ni malhechores! ¡Quisiera que todos los asesinos pudiesen ver lo que veo y lo que sufro!... ¡Oh, no habría ninguno..., es demasiado horrible sufrir lo que sufro!
“¡Bien sé que lo he merecido!, ¡oh, Dios mío! ¿Por qué no tuve piedad de mis víctimas y rechacé sus manos suplicantes cuando me pedían que no las matase? ¡Sí, yo he sido cruel, las he matado cobardemente por poseer su oro!... He sido impío, os he renegado, he blasfemado vuestro santo nombre... He querido abismarme, y por esto quería persuadirme de que no existíais... ¡Oh, Dios mío! ¡Soy un gran criminal! Lo comprendo ahora. ¿Pero no tendréis piedad de mí?... ¡Sois Dios, esto es, la bondad. la misericordia!
¡Sois todopoderoso!
“¡Piedad, Señor! ¡Oh, piedad! ¡Piedad! Os lo suplico, no seáis inflexible, libertadme de esta vista odiosa, de estas imágenes horribles..., de esta sangre..., de mis víctimas, cuyas miradas me penetran hasta el corazón como puñaladas.
“Vosotros que estáis aquí, que me escucháis, sois buenas almas, almas caritativas. Sí, lo veo, tendréis piedad de mí. ¿no es verdad? Rogaréis por mí... ¡Oh! ¡Os lo suplico! No me rechacéis. Pediréis a Dios que quite de mi vista este horrible espectáculo. Os escuchará porque sois buenos. Os lo suplico, no me rechacéis como yo he rechazado a los otros... ¡Rogad por mí!”
Los asistentes, conmovidos por sus pesares, le dirigieron palabras de aliento y de consuelo:
“Dios -se le dijo-, no es inflexible, lo que pide al culpable es un arrepentimiento sincero y el deseo de reparar el mal que ha hecho. Puesto que vuestro corazón no está endurecido y le pedís perdón por vuestros crímenes, extenderá sobre vos su misericordia si perseveráis en vuestras buenas resoluciones para reparar el mal que habéis hecho. No podéis, sin duda, devolver a vuestras víctimas la vida que les quitasteis, pero si pedís con fervor, Dios os concederá encontraros con ellas en una nueva existencia, donde podréis demostrarles tanta adhesión como cruel habéis sido. Y cuando juzgará la reparación suficiente, entraréis en su gracia.
“La duración de vuestro castigo está de este modo en vuestras manos. Depende de vos abreviarlo. Nosotros os prometemos ayudaros con nuestras oraciones, y llamar sobre vos la asistencia de buenos espíritus. Vamos a decir a vuestra intención la oración contenida en El Evangelio según el Espiritismo, por los espíritus en sufrimiento y arrepentidos. No diremos la que se reza por los malos espíritus, porque desde luego que os arrepentís, que imploráis a Dios y renunciáis a hacer mal. No sois, a nuestros ojos, sino un espíritu desgraciado y no malo.”
Dicha esta oración, y después de algunos instantes de calma, el espíritu continuó:
“¡Gracias, Dios mío!... ¡Oh, gracias! Habéis tenido piedad de mí, estas horribles imágenes se alejan... No me abandonéis..., enviadme vuestros buenos espíritus para sostenerme... Gracias.”
Después de esta escena, quedó la médium, durante algún tiempo, quebrantada y sin fuerzas, y sus miembros sumamente cansados. Tuvo el recuerdo, desde luego confuso, de lo que acababa de pasar. Después, poco a poco se acordó de algunas de las palabras que pronunció y que decía a pesar suyo. Sabía que no era ella quien hablaba.
Al día siguiente, en una nueva reunión, se manifestó el espíritu, y empezó, durante algunos minutos solamente, la escena de la víspera, con la misma gesticulación expresiva, pero menos violenta. Después escribió valiéndose de la misma médium, con agitación febril, las palabras siguientes:
“Gracias por vuestras oraciones, ya se ha producido en mí una mejora sensible. He rogado a Dios con todo fervor, que ha permitido que, por un momento, mis sufrimientos fuesen aliviados, pero veré aún a mis víctimas... ¡Están ahí!... ¡Están ahí!... ¿Veis esta sangre?...”
La oración de la víspera fue repetida y el espíritu continúa, dirigiéndose a la médium.
“Os pido perdón por haberme apoderado de vos. Gracias por el alivio que dais a mis sufrimientos, perdón por todo el mal que os he ocasionado, pero tengo necesidad de manifestarme, vos sola podéis...
“¡Gracias, gracias! Siento un pequeño alivio, pero me falta mucho para llegar al fin de mis pruebas. Pronto volverán a venir mis víctimas. He ahí el castigo, lo he merecido, Dios mío, pero sed indulgente.
“Vosotros todos, orad por mí, tened piedad de mí.”
Un miembro de la Sociedad Espiritista de París, que oró por este desgraciado espíritu y le evocó, obtuvo en diferentes intervalos las comunicaciones siguientes:
I
Fui evocado casi después de mi muerte, y no pude comunicarme enseguida, pero muchos espíritus ligeros han tomado mi nombre y mi puesto. Me he aprovechado de la presencia en Bruselas del Presidente de la sociedad de París, y con el permiso de los espíritus superiores, me he comunicado.
Iré a comunicarme a la Sociedad, y haré revelaciones que serán un principio de reparación de mis faltas, y podrán servir de enseñanza a todos los criminales, que leerán y que retlexionarán sobre el relato de mis sufrimientos.
Los discursos sobre las penas del infierno hacen poco efecto en el espíritu de los culpables, que no creen en todas esas imágenes, espantosas sólo para los niños y los hombres débiles. Pero un gran malhechor no es un espíritu pusilánime, y el miedo a los gendarmes obra más sobre él que la relación de los tormentos del infierno. He ahí por que todos los que me leerán serán sensibles a mis palabras, a mis sufrimientos, que no son suposiciones. No hay un solo sacerdote que pueda afirmar: “He visto lo que digo, he presenciado los tormentos de los condenados.” Pero cuando expreso: “He aquí lo qué ocurrió después de la muerte de mi cuerpo. Mirad cuál fue mi desengaño, reconociendo que no estaba muerto, como lo esperaba, y que lo que creí como fin de mis sufrimientos era el principio de tormentos imposible de describir.” Entonces más de uno se detendrá al borde del precipicio donde iba a caer, y cada uno de los desgraciados que yo detenga de este modo en la pendiente del crimen servirá para que yo rescate una de mis faltas. Así es como el bien triunfa sobre el mal, y como la bondad de Dios se manifiesta por todas partes tanto en la Tierra como en el espacio.
Se me ha permitido librarme de la vista de mis víctimas, que son ahora mis verdugos, a fin de comunicarme con vos, pero al dejaros las volveré a ver, y sólo esta idea me hace sufrir tanto que no podría explicároslo. Soy feliz cuando se me evoca, porque entonces dejo mi infierno por algunos instantes. Rogad siempre por mi, rogad al Señor para que me libre de la vista de mis víctimas.
¡Sí, oremos juntos, la oración hace tanto bien!... Estoy más aliviado. No siento tanto la pesadez de la carga que me abruma. Veo un rayo de esperanza que luce en mis ojos, y, lleno de arrepentimiento, exclamo: ¡Bendita sea la mano de Dios, que su voluntad sea hecha!
II
P. En lugar de pedir a Dios que os libre de la vista de vuestras víctimas, os invito a orar conmigo para pedirle la fuerza de soportar este tormento expiatorio.
R. Hubiera preferido librarme de la vista de mis víctimas. ¡Si supierais lo que sufro! El hombre más insensible se conmovería si pudiese ver impresos como fuego en mi rostro los sufrimientos de mi alma. Haré lo que me aconsejáis. Comprendo que éste es un medio un poco más rápido de expiar mis faltas. Es como una operación dolorosa, que debe dar la salud a mi cuerpo muy enfermo.
¡Ah! ¡Si pudieran verme los culpables de la Tierra, cuán asustados estarían de las consecuencias de sus crímenes, que ocultos a los ojos de los hombres, son vistos por los espíritus! ¡Cuán fatal es la ignorancia a tantas pobres gentes!
¡Qué responsabilidad asumen los que niegan la instrucción a las clases pobres de la sociedad! ¡Creen que con los gendarmes y la policía pueden prevenir los crímenes! ¡En qué error están!
III
Los sufrimientos que experimento son horribles, pero con vuestras oraciones me siento asistido por buenos espíritus, que me dicen que espere. Comprendo la eficacia del remedio heroico que me habéis aconsejado, y ruego al Señor me conceda la fuerza de soportar esta dura expiación. Puedo decir que es igual al mal que hice. No trato de excusar mis crímenes, pero al menos, mis víctimas recibieron la recompensa que les esperaba después del terror y del dolor que les causara el crimen cometido con ellas, particularmente las que habían terminado su prueba terrestre.
Pero desde mi vuelta al mundo de los espíritus, excepto los muy cortos momentos en que me he comunicado, no ceso de sufrir los dolores del infierno.
Los sacerdotes, a pesar del cuadro espantoso de las penas que experimentan los réprobos, no tienen sino una idea muy débil de los verdaderos sufrimientos que la justicia de Dios impone a sus hijos que han violado la ley de amor y caridad. ¿Cómo puede creerse que un alma, esto es. un ser que no es material, pueda sufrir al contacto del fuego material? Esto es absurdo, y he ahí por qué tantos criminales se ríen de esas pinturas fantásticas del infierno. ¿Pero sucede lo mismo con el dolor moral que sufre el condenado después de la muerte física?
Rogad para que la desesperación no se apodere de mí.
IV
Os doy las gracias porque me hacéis entrever el fin, fin glorioso al cual sé que llegaré cuando me haya purificado. Sufro mucho, y sin embargo, me parece que mis sufrimientos disminuyen. No puedo creer que, en el mundo de los espíritus, el dolor disminuya porque uno se habitúe a él poco a poco. No. Comprendo que vuestras buenas oraciones han aumentado mis fuerzas, y si mis, dolores son los mismos, siendo mi fuerza más grande, sufro menos.
Mi pensamiento se dirige sobre mi última existencia, sobre las faltas que hubiera evitado, si hubiese sabido orar. Comprendo hoy la eficacia de la oración, comprendo la fuerza de esas mujeres honradas y piadosas, débiles según la carne, pero fuertes por su fe. Comprendo este misterio que no comprenden los falsos sabios de la Tierra. ¡Oración! Esta sola palabra excita la risa de los espíritus fuertes. Los oigo en el mundo de los espíritus, y cuando el velo que la verdad se desgarre para ellos, vendrán a prosternarse a su vez a los pies del Eterno que han desconocido, y se consideran felices en humillarse para que sean absueltos de sus pecados y de sus maldades. ¡Comprenderán la virtud de la oración!
¡Orar es amar, amar es orar! Entonces amarán al Señor y le dirigirán sus oraciones de amor y de reconocimiento, y, regenerados por el sufrimiento, porque deberán sufrir, rogarán, como yo, para tener la fuerza de expiar y de sufrir, y cuando habrán cesado de sufrir, rogarán para dar gracias al Señor del perdón que han merecido por su sumisión y su resignación. Oremos, hermano, para fortificarme más...
¡Oh! Gracias, hermano, por tu caridad, porque estoy perdonado. Dios me libra de la vista de mis víctimas. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Bendito seas durante la eternidad por la gracia que me concedes! ¡Oh! ¡Dios mío! Siento la enormidad de mis crímenes, y me humillo ante vuestra omnipotencia. ¡Señor! Os amo con todo mi corazón y os pido la gracia de permitirme, cuando vuestra voluntad me envíe a sufrir en la Tierra nuevas pruebas, que baje a ella, mísero de paz y de caridad, a enseñar a los niños a pronunciar vuestro nombre con respeto. Os pido el poder enseñarles a amaros a Vos, el padre de todas las criaturas. ¡Oh! ¡Gracias, Dios mío! Soy un espíritu arrepentido, y mi arrepentimiento es sincero. Os amo tanto como mi corazón tan impuro puede comprender este sentimiento, pura emanación de vuestra divinidad. Hermano, roguemos, porque mi corazón rebosa de reconocimiento. Soy libre, he roto mis hierros, no soy un réprobo. Soy un espíritu en sufrimiento, pero arrepentido, y desearía que mi ejemplo pudiese retener en el umbral del crimen todas esas manos criminales que veo preparadas a levantarse. ¡Oh! Deteneos, hermanos, deteneos, porque los tormentos que os preparáis serán atroces. No creáis que el Señor se deje siempre ablandar tan pronto por la oración de sus hijos. Son siglos de tormento los que os esperan.
Latour
El guía del médium:
Tú declaras que no comprendes las palabras del espíritu. Considera su emoción y su reconocimiento hacia el Señor. No cree poder expresarlo y manifestarlo mejor que tratando de detener a todos esos criminales que ve y que tú no puedes ver. Quisiera que sus palabras llegasen hasta ellos, y lo que no te ha dicho, porque lo ignora todavía, es que le será permitido comenzar misiones reparadoras. Irá cerca de sus cómplices a inspirarles el deseo de arrepentirse, y a introducir en sus corazones el germen del remordimiento. Algunas veces se ven personas en la Tierra que se creían honradas ponerse a los pies de un sacerdote acusándose de un crimen. Es el remordimiento que les dicta la confesión de su falta. Y si se levantara el velo que te separa del mundo invisible, verías muchas veces un espíritu que fue el cómplice o el instigador del crimen venir, como lo hará Jacobo Latour, a tratar de reparar su falta, inspirando el remordimiento al espíritu encarnado.
Tu guía protector
El médium de Bruselas que tuvo la primera comunicación de Latour, recibió más tarde la siguiente:
“No temáis nada de mí. Estoy más tranquilo, pero, a pesar de ello, sufro todavía. Dios ha tenido piedad de mí, porque ha visto mi arrepentimiento. Ahora sufro por este arrepentimiento, que me demuestra la enormidad de mis faltas.
“Si en la vida hubiera sido bien dirigido, no habría hecho todo el mal que he hecho, pero mis instintos no fueron reprimidos, y obedecí a ellos no habiendo conocido ningún freno. Si todos los hombres pensasen más en Dios, o al menos si todos los hombres creyeran en Él, no se cometerían semejantes maldades.
“Pero la justicia de los hombres es mal entendida. Por una falta, a veces ligera, se encierra a un hombre en un presidio, que siempre es un lugar de perdición y de perversión. Sale de él completamente perdido por los malos consejos y los malos ejemplos que ha tenido. Sin embargo, si su naturaleza es lo bastante buena y bastante fuerte para resistir al mal ejemplo, al salir del presidio todas las puertas se le cierran, todos le retiran la protección, todos los corazones honrados le rechazan. ¿Qué le queda? El menosprecio y la miseria, el abandono, la desesperación. Si siente en él buenas resoluciones para volver al bien, la miseria le empuja a todo. Entonces también él desprecia a su semejante, lo aborrece y pierde del todo la conciencia del bien y del mal, puesto que se ve rechazado, a pesar de haber tomado la resolución de ser hombre de bien. ¡Para procurarse lo necesario roba, mata a veces, después... le guillotinan!
“Dios mío, en el momento en que mis alucinaciones van a volverme, siento vuestra mano que se extiende hacia mí, siento vuestra bondad que me envuelve y me protege. ¡Gracias, Dios mío! En mi próxima existencia emplearé mi inteligencia, mi bien, en socorrer a los desgraciados que han sucumbido, y en preservarles de la caída.
“Gracias a vosotros, que no repugnáis comunicaros conmigo. No temáis, veis que no soy malo. Cuando penséis en mí, no os representéis el retrato que de mí habéis visto, sino representados una pobre alma desolada que os da gracias por vuestra indulgencia.
“Adiós. Evocadme todavía, y rogad a Dios por mí.”
Latour
Estudio sobre el espíritu de Jacobo Latour
No puede negarse el fondo y la más alta importancia de algunas de las palabras de esta comunicación, ofreciendo además uno de los aspectos del mundo de los espíritus en castigo, sobre el cual, sin embargo se entrevé la misericordia de Dios. La alegoría mitológica de las Euménides no es tan ridícula como se cree, y los demonios, verdugos oficiales del mundo invisible, que las reemplazan en la creencia moderna, son menos racionales con sus cuernos y sus garfios que esas víctimas que sirven ellas mismas para castigo del culpable.
Admitiendo la identidad de este espíritu, quizás alguno se sorprenda por el cambio repentino de su estado moral. Esto mismo lo hemos hecho notar en otra ocasión, pues hay más recursos muchas veces en un espíritu brutalmente malo que en aquel que está dominado por el orgullo o que oculta sus vicios bajo el manto de la hipocresía. Esta vuelta repentina a mejores sentimientos, más bien indica una naturaleza más salvaje que perversa, a la que sólo le ha hecho falta una buena dirección. Si comparamos su lenguaje con el de otro criminal que a continuación mencionamos en el título de “Castigo por la luz”, reconoceremos con facilidad cuál es el más adelantado moralmente, a pesar de su instrucción y de su posición social. El uno obedecía a su instinto natural de ferocidad, a una especie de sobreexcitación, mientras que el otro cometía sus crímenes con la calma y sangre fría de una lenta y perseverante combinación, y después de su muerte , todavía desafiaba el castigo por orgullo. Él sufre, pero no quiere reconocerlo; el otro se ha dominado inmediatamente. De este modo podemos prever cuál de los dos sufrirá más tiempo.
“Yo sufro -manifiesta el espíritu de Latour-, por ese arrepentimiento que me muestra la enormidad de mis faltas.” En esto hay un pensamiento profundo. Verdaderamente el espíritu no comprende la gravedad de sus faltas sino cuando se arrepiente. El arrepentimiento conduce al pesar, a los remordimientos, sentimiento doloroso que es la transición del mal al bien, de la enfermedad moral a la salud moral. Para evadirse de estas sensaciones dolorosas, los espíritus perversos se parapetan contra la voz de su conciencia, como aquellos enfermos que rehúsan el remedio que ha de curarles. Procuran hacerse ilusiones y se embrutecen persistiendo en el mal. Latour ha llegado a aquel período en que la obstinación concluye por ceder. El remordimiento ha entrado en su corazón, y a ése ha seguido el arrepentimiento. Comprende la extensión del mal que ha hecho, ve su vileza y sufre. He ahí por qué refiere: “Sufro por este arrepentimiento.” En su precedente existencia ha debido ser peor que en ésta, porque si se hubiera arrepentido como lo ha hecho hoy, su vida hubiese sido mejor. Las resoluciones que toma ahora influirán sobre su futura existencia terrestre. La que acaba de dejar, por criminal que haya sido, ha marcado para él una etapa del progreso. Es más probable que antes de comenzarla fuese errante, uno de estos espíritus malos y rebeldes obstinados en el mal, como se encuentran tantos.
Muchas personas han preguntado qué provecho se podía sacar de las existencias pasadas, puesto que uno no se acuerda ni de lo que ha sido, ni de lo que ha hecho.
Esta cuestión está completamente resuelta por el hecho de que si el mal que hemos cometido está borrado y no quedó de él ninguna traza en nuestro corazón, su recuerdo sería inútil, pues no tenemos que preocuparnos de ello. En cuanto a aquel del cual no nos hemos enteramente corregido, lo conocemos por nuestras tendencias actuales. Sobre éstas debemos dirigir toda nuestra atención Basta saber lo que somos sin que sea necesario saber lo que hemos sido.
Cuando consideramos la dificultad que hay, durante la vida, para que el culpable más arrepentido se rehabilite de la reprobación de que es objeto, debemos bendecir a Dios por haber echado un velo sobre el pasado. Si a Latour le hubieran condenado a tiempo, aunque hubiese cumplido su condena, por sus antecedentes la sociedad le hubiera rechazado. ¿Quién hubiese querido admitirle en el seno de su amistad. a pesar de su arrepentimiento? Los sentimientos que manifiesta hoy como espíritu nos dan la esperanza de que en la próxima existencia terrestre será un hombre honrado, estimado y considerado. Pero suponed que se sepa que ha sido Latour: la reprobación le perseguirá todavía. El velo echado sobre su pasado le abre la puerta de la rehabilitación, podrá sentarse sin temor y sin vergüenza entre las personas más honradas. ¡Cuántos hay que quisieran a todo precio borrar de la memoria de los hombres algunos años de su existencia!
¡Que se busque una doctrina que esté más conforme que ésta con la justicia y la bondad de Dios! Por lo demás, esta doctrina no es una teoría, sino el resultado de las observaciones. Los espiritistas no la han inventado. Han visto y observado las diferentes situaciones en que se presentan los espíritus, han procurado explicárselas y de esta explicación ha salido la doctrina. Si la han aceptado, ha sido por el resultado de los hechos y porque les ha parecido más racional que todas las emitidas hasta el día sobre el porvenir del alma.
No puede negarse que estas comunicaciones son de una alta enseñanza moral. El espíritu ha podido ser, ha debido ser ayudado en sus reflexiones, y sobre todo en la elección de las expresiones, por espíritus más adelantados. Pero en semejante caso, estos últimos no asisten sino en la forma y no en el fondo, y no ponen jamás al espíritu inferior en contradicción consigo mismo. Han podido poetizar en Latour la forma del arrepentimiento, pero de ningún modo le hubieran hecho manifestar el arrepentimiento contra su voluntad, porque el espíritu tiene su libre albedrío. Veían en él el germen de buenos sentimientos, por esto le han ayudado a expresarse y han contribuido a su desarrollo, al propio tiempo que han llamado sobre él la conmiseración.
¿Puede haber nada más admirable ni más moral, nada capaz de impresionar con más vehemencia que el cuadro de este gran criminal arrepentido, exhalando su desesperación y sus remordimientos, quien en medio de su sufrir, perseguido por la mirada incesante de sus víctimas, eleva su pensamiento hacia Dios para implorar su misericordia?¿No es un saludable ejemplo para los culpables? Se comprende la naturaleza de sus angustias: son racionales, terribles, aunque sencillas y sin el carácter de la fantasmagoría.
Tal vez alguno podrá admirarse por el gran cambio hecho en un hombre como Latour. Pero, ¿por qué no se había de arrepentir? ¿Por qué no había de existir en él una cuerda sensible que vibrase? ¿Acaso el culpable está para siempre destinado al mal? ¿No llega un momento en que se hace la luz en su alma? Este momento llegó para Latour. Esa es precisamente la parte moral de sus comunicaciones: el conocimiento que tiene de su estado, sus pesares, sus proyectos de reparación son eminentemente instructivos. ¿Qué tendría dc extraordinario que se arrepintiese sinceramente antes de morir? ¿No hubiera dicho antes lo que ha dicho después? ¿No tenemos de ello numerosos ejemplos?
Si hubiese vuelto al bien antes de su muerte a los ojos de sus iguales hubiera sido una debilidad. Su voz de ultratumba es la revelación del porvenir que le aguarda. Está en la verdad absoluta cuando declara que su ejemplo es más propio para reducir a los culpables que la perspectiva de las llamas del infierno e incluso del cadalso. ¿Por qué no se presenta a dar estos ejemplos en los presidios? Esto haría reflexionar a algunos, como tenemos de ello muchos ejemplo, pero, ¿cómo se puede creer en la eficacia de las palabras de un muerto, cuando se cree que después de la muerte todo ha concluido? Un día, no obstante, vendrá en que se reconocerá la verdad de que los muertos pueden venir a instruir a los vivos.
De estas comunicaciones se desprenden otras instrucciones importantes. En primer lugar, la confirmación del principio de eterna justicia, que el arrepentimiento no basta para colocar a los culpables en el rango de los elegidos. El arrepentimiento es el primer paso hacia la rehabilitación que llama la misericordia de Dios, es el preludio del perdón y de disminuirse los sufrimientos. Pero Dios no absuelve sin condición. Es precisa la expiación y sobre todo la reparación. Esto es lo que comprende Latour y es a lo que se prepara.
En segundo lugar, si se compara este criminal con el de Castelnaudary, se encuentra una gran diferencia en el castigo que se le ha impuesto. En este último el arrepentimiento ha sido más tardío, y en consecuencia, la pena más larga. Esta pena es, además, casi material, mientras que en Latour el sufrimiento es más bien moral. Esto consiste en que, como hemos dicho más arriba, la inteligencia del uno estaba mucho más desarrollada que la del otro. Era necesario algo que pudiese afectar sus sentidos obtusos. Pero las penas morales no son menos amargas para aquel que ha llegado al grado exigido para comprenderlas. Se puede juzgar de esto por los ayes que exhala Latour. No son de cólera, sino la expresión de los remordimientos, acompañados muy pronto del arrepentimiento y del deseo de reparar, a fin de realizar su progreso.