Usted esta en:
EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS
SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS
CAPITULO I - El tránsito
1. No se excluyen por la confianza en la vida futura los temores del tránsito de esta vida a la otra. Muchos no temen la muerte por el hecho de morirse, lo que temen es el momento de la transición. ¿Se sufre o no se sufre en el tránsito? He aquí lo que les ocupa más, y la importancia de este asunto es tanto mayor cuanto con toda seguridad nadie puede evitarlo. Puede uno dejar de hacer un viaje terrestre, pero aquel camino han de recorrerlo todos, ricos y pobres, y por doloroso que sea, ni la clase social, ni la fortuna, pueden endulzar su amargura.
2. Al ver la calma de ciertas muertes y las terribles convulsiones de la agonía en algunas otras, se puede ya considerar que las sensaciones no son siempre las mismas. Pero, ¿quién puede hacernos una reseña respecto de esto? ¿Quién nos describiría el fenómeno fisiológico de la separación del alma y del cuerpo? ¿Quién nos dirá las impresiones que se sienten en este instante supremo? Sobre este punto, la ciencia y la religión enmudecen.
¿Y por qué? Porque falta a la una y a la otra el conocimiento de las leyes que rigen las relaciones del espíritu y la materia; la una se detiene en el umbral de la vida espiritual; la otra en el de la vida material. El Espiritismo es el lazo de unión entre las dos. Él solo puede referir cómo se opera la transición, y sea por las nociones más positivas que da de la naturaleza del alma, ya sea por lo que informan los que han dejado la envoltura material. El conocimiento del lazo fluídico que une el alma y el cuerpo es la clave de este fenómeno, así como de muchos otros.
3. La materia inerte es insensible, éste es un hecho positivo. Sólo el alma experimenta las sensaciones del placer y del dolor. Durante la vida, cualquier separación de la materia se refleja en el alma, quien recibe por ello una impresión más o menos dolorosa. El alma es la que sufre y no el cuerpo. Éste no es más que el instrumento del dolor, el alma es el paciente.
Después de la muerte, estando el cuerpo separado del alma, puede ser impunemente mutilado, porque nada siente. El alma, cuando está aislada, no sufre por la desorganización de este último. Tiene sus sensaciones propias, cuyo origen no está en la materia tangible.
El periespíritu es la envoltura fluídica del alma, de la cual no se separa ni antes ni después de la muerte, con la que no forma, por expresarlo así, más que uno, porque no puede concebirse el uno sin el otro. Durante la vida, el fluido periespiritual penetra en el cuerpo en todas sus partes y sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Por este intermediario obra también el alma sobre el cuerpo y dirige sus movimientos.
4. La extinción de la vida orgánica causa la separación del alma y del cuerpo por la rotura del lazo fluídico que los une, pero esta separación jamás es brusca. El fluido periespiritual se separa poco a poco de todos los órganos. de modo que la separación no es completa y absoluta sino cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. La sensación dolorosa que el alma experimenta en semejante momento está en razón de la suma de los puntos de contacto que existe entre el cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad y lentitud que ofrece la separación. Es preciso, pues, entender que, según las circunstancias, la muerte puede ser más o menos penosa. Estas diversas circunstancias son las que vamos a examinar.
5. Sentemos, desde luego, como principios los cuatro casos siguientes, que se pueden mirar como las situaciones extremas, entre las cuales hay una multitud de matices:
1.º Si en el momento de la extinción de la vida orgánica estuviese operada completamente la separación del periespíritu, el alma no sentiría absolutamente nada.
2.º Si en este momento la cohesión de los dos elementos está en toda su fuerza, se produce una especie de rasgadura que obra dolorosamente sobre el alma.
3.º Si la cohesión es débil, la separación es fácil y se verifica sin sacudidas.
4.º Si después del cese completo de la vida orgánica existen todavía numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, podrá el alma sentir los efectos de la descomposición del cuerpo hasta que el lazo se rompa enteramente.
De esto resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de adherencia que une el cuerpo al periespíritu. Que todo lo que pueda menguar esta fuerza y favorecer la rapidez de la separación hace el tránsito menos penoso. En fin, que si la separación se opera sin ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna sensación desagradable.
6. En el tránsito de la vida corporal a la vida espiritual se produce también otro fenómeno de una importancia capital: es el de la turbación. En este momento, el alma experimenta un sopor que paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza, en parte al menos, las sensaciones. Está, por expresarlo así, cataleptizada, de modo que casi nunca es testigo consciente del último suspiro. Decimos casi nunca, porque hay un caso en que puede tener conciencia de ello, como veremos después. La turbación puede, pues, considerarse como el estado normal en el instante de la muerte. Su duración es indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que se disipa, el alma está en la situación de un hombre que sale de un sueño profundo. Las ideas son confusas, vagas e inciertas. Se ve como al través de una niebla, poco a poco la vista se aclara, la memoria vuelve, y se reconoce.
Pero este despertar varía según los individuos. En unos es tranquilo y experimentan una sensación deliciosa, mientras que en otros está lleno de terror, de ansiedad, y produce el efecto de una terrible pesadilla.
7. El momento del último suspiro no es, pues, el más penoso, porque, ordinariamente, el alma no tiene conciencia de sí misma. Pero antes sufre por la desagregación de la materia durante las convulsiones de la agonía, y después, por las angustias de la turbación. Apresurémonos a declarar que este estado no es general. La intensidad y la duración de este sufrimiento están, como hemos dicho, en razón de la afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Cuanto más grande es esta afinidad, mayor es y más penosos son los esfuerzos del espíritu para separarse de sus lazos. Pero hay personas en las cuales la cohesión es tan débil, que la separación se opera por sí misma y naturalmente. El espíritu se separa del cuerpo como un fruto maduro cae de su tallo. Esto sucede con las muertes tranquilas y de apacible despertar en la otra vida.
8. El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor facilidad de la separación. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu está en razón de la adhesión del espíritu a la materia. Está en su máximum en el hombre cuyas preocupaciones se encuentran todas en la vida y goces materiales, y es casi nula en aquel cuya alma purificada se ha identificado con anticipación con la vida espiritual. Puesto que la lentitud y la dificultad de la separación están en razón del grado de depuración y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer el tránsito más o menos fácil o penoso, agradable o doloroso.
Sentado esto, a la vez como teoría y como resultado de la observación, nos queda por examinar la influencia de la clase de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento.
9. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por la edad o la enfermedad, la separación se opera gradualmente. En el hombre cuya alma está desmaterializada y cuyos pensamientos se han desprendido de las preocupaciones terrestres, la separación es casi completa antes de la muerte real. El cuerpo vive todavía con vida orgánica cuando el alma ha entrado ya en la vida espiritual, y no está ligada al cuerpo sino por un lazo tan débil. que rompe a la última palpitación del corazón. En este estado, el espíritu puede haber recobrado ya su lucidez y ser testigo consciente de la extinción de la vida de su cuerpo, considerándose feliz por haberse librado de él. Para él la turbación es casi nula. Esto no es más que un momento de sueño pacífico, de donde sale con una indecible impresión de dicha y de esperanza.
En el hombre material y sensual, aquel que ha vivido más para el cuerpo que para el espíritu, para quien la vida espiritual es nada, ni siquiera una realidad en su pensamiento, todo ha contribuido a aflojarlos durante la vida. Al aproximarse la muerte, la separación se hace también por grados continuos. Las convulsiones de la agonía son indicio de la lucha que sostiene el espíritu que, a veces, quiere romper los lazos que le retienen, otras se aferra a su cuerpo, del cual una fuerza irresistible le arranca violentamente, como si dijéramos a pedazos.
10. El espíritu se adhiere tanto más a la vida corporal cuanto no ve nada más allá. Siente que se le escapa y quiere retenerla. En lugar de abandonarse al movimiento que le arrastra, resiste con todas sus fuerzas, pudiendo así prolongar la lucha durante días, semanas y meses enteros. Sin duda en este momento el espíritu no tiene toda su lucidez. La turbación ha comenzado mucho tiempo antes de su muerte, pero por esto no sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra, la incertidumbre de lo que vendrá a ser de él, aumentan sus angustias. Llega la muerte, y no se ha acabado todo. La turbación continúa, siente que vive, pero no sabe si es de la vida material o de la vida espiritual. Lucha todavía hasta que las últimas ligaduras del periespíritu se rompen. La muerte ha puesto término a la enfermedad efectiva, pero no ha tenido sus consecuencias. Mientras existen puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el espíritu siente los achaques de aquél, y sufre.
11. Muy diferente es la posición del espíritu desmaterializado, aun en las más crueles enfermedades. Los lazos fluídicos que le unen al cuerpo, siendo muy débiles, se rompen sin ninguna sacudida. Después su confianza en el porvenir, que ha entrevisto ya con el pensamiento, algunas veces también en realidad, le hace mirar la muerte como una libertad y sus males como una prueba. De lo que resulta para él una tranquilidad moral y una resignación que endulzan el sufrimiento. Después de la muerte, rotos estos lazos en el mismo instante, ninguna reacción dolorosa se opera en él. Siente su despertar libre, dispuesto, aliviado de un gran peso, sobre todo contento porque no sufre ya.
12. En la muerte violenta, las condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna desagregación parcial ha podido traer una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La vida orgánica, en toda su fuerza, se para repentinamente. La separación del periespíritu no comienza, pues, sino después de la muerte, y en este caso, como en los otros, no puede operarse instantáneamente.
El espíritu, sorprendido, está como aturdido, pero sintiendo que piensa, se cree aún vivo, y esta ilusión dura hasta que se da cuenta de su posición. Este estado intermediario entre la vida corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes para el estudio, porque presenta el singular espectáculo de un espíritu que toma su cuerpo fluídico por su cuerpo material, y que experimenta todas las sensaciones de la vida orgánica. Ofrece una variedad infinita de matices, según el carácter, los conocimientos y el grado de adelanto moral del espíritu. Es de corta duración para aquellos cuya alma está depurada, porque en ellos había un desprendimiento anticipado, y la muerte, incluso la más súbita, no hace más que apresurar su realización. En otros puede prolongarse durante años. Este estado es muy frecuente incluso en los casos de muerte ordinaria, y para algunos no tiene nada que sea penoso, según las cualidades del espíritu. Pero para otros, es una situación terrible. En el suicidio, sobre todo, ésta es la situación más penosa. El cuerpo, reteniendo al periespíritu por todas sus fibras, todas las convulsiones del mismo repercuten en el alma, y por esto siente atroces sufrimientos.
13. El estado del espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre tanto más cuanto el desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo despertar está lleno de suavidad.
14. Para trabajar en su depuración, reprimir sus tendencias malas, vencer sus pasiones, es preciso ver sus ventajas en el porvenir. Para identificarse con la vida futura, dirigir a ella sus aspiraciones y preferirla a la vida terrestre, es necesario no sólo creer en aquella, sino comprenderla. Es necesario representársela bajo un aspecto satisfactorio para la razón, en completa concordancia con la lógica, el buen sentido y la idea que uno se forma de la grandeza, de la bondad y de la justicia de Dios. De todas las doctrinas filosóficas, el Espiritismo es la que ejerce, bajo este aspecto, la más poderosa influencia por la fe inquebrantable que da.
El espíritu formal no se limita a creer, cree porque comprende, y comprende porque se dirige a su entendimiento. La vida futura es una realidad que se descorre sin cesar a su vista. La ve y la toca, por expresarlo así, en todos los instantes. La duda no puede entrar en su alma. La vida corporal, tan limitada, se borra para él ante la vida espiritual, que es la verdadera vida. De ahí el poco caso que hace de las sinuosidades del camino y su resignación en las vicisitudes, de las cuales comprende la causa y la utilidad. Su alma se eleva por las relaciones directas que tiene con el mundo invisible, los lazos fluídicos que le adhieren a la materia se debilitan y así se opera un primer desprendimiento parcial que facilita el tránsito de esta vida a la otra. La turbación inseparable del tránsito dura poco tiempo, porque tan pronto como se ha franqueado el paso se reconoce a sí mismo. Nada le es extraño y se da cuenta de su estado.
15. Ciertamente el Espiritismo no es indispensable para obtener este resultado. Así es que no tiene pretensión de que sólo él puede asegurar la salvación del alma, pero la facilita por los conocimientos que procura, los sentimientos que inspira y las disposiciones en la cuales coloca el espíritu, a quien hace comprender la necesidad de mejorarse. Además, da los medios de facilitar el desprendimiento de otros espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y de abreviar el término de la turbación por la plegaria y la evocación. Por la oración sincera, que es una magnetización espiritual, se provoca una desagregación más pronta del fluido periespiritual, por una evocación dirigida discretamente y con prudencia, y animando con palabras de benevolencia, se saca al espíritu del sopor en que se encuentra y se le ayuda a reconocerse más pronto. Si está sufriendo, se le incita al arrepentimiento, el único que puede abreviar los sufrimientos. (1)
_____________________________________________________
(1). Los ejemplos que vamos a citar presentan a los espíritus en las diferentes fases de dicha y de desgracia de la vida espiritual. No hemos ido sólo a buscarlos en los personajes más o menos ilustres de la antigüedad, cuya posición ha podido cambiar considerablemente desde la existencia que se les ha conocido y que por otra parte no ofrecerían pruebas suficientes de autenticidad. Los hemos tomado de las circunstancias más ordinarias de la vida contemporánea, porque son aquellas en que cada uno puede encontrar más similares y de donde se pueden sacar las instrucciones más provechosas por la comparación.
Cuanto más cerca está de nosotros la existencia terrestre de los espíritus, por la posición social, las relaciones o los lazos de parentesco, tanto más interesan, y más fácil es comprobar su identidad. Las posiciones vulgares son las del mayor número, por esto cada uno puede aplicárselas más fácilmente. Las posiciones excepcionales atañen menos porque salen de la esfera de nuestras costumbres. No hemos acudido a las ilustraciones. Si en estos ejemplos se encuentran algunas individualidades conocidas, la mayor parte son completamente oscuras. Nombres retumbantes nada hubieran añadido a la instrucción, y habrían podido herir ciertas susceptibilidades.
No nos dirigimos a los curiosos, a los que son amigos de escándalo, sino a los que quieren instruirse seriamente.
Estos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito, pero forzados a limitar el número, hemos hecho selección de los que podrían dar más luz sobre el estado del mundo espiritual, ya sea por la situación del espíritu, ya por las explicaciones que podían dar. La mayor parte son inéditos. Sólo algunos se han publicado ya en la Revue Spirite. Hemos suprimido de éstos los detalles superfluos, no conservando más que las partes esenciales al fin que nos proponemos aquí, y hemos añadido a ellos las instrucciones complementarias a las cuales han podido dar lugar ulteriormente.
CAPÍTULO II - Espíritus felices
El Sr. Sanson
El Sr. Sanson, antiguo miembro de la Sociedad Espiritista de París, murió el 21 de abril de 1862, después de un año de crueles sufrimientos. Previendo su fin, dirigió al presidente de la sociedad una carta que contenía el párrafo siguiente:
“En el caso de sorpresa por la desagregación de mi alma del cuerpo, tengo el honor de recordaros una súplica que ya os hice hará aproximadamente un año atrás. Ésta es la de evocar mi espíritu lo más pronto posible y lo más a menudo que juzguéis a propósito, a fin de que, miembro bastante inútil de nuestra sociedad durante mi presencia sobre la Tierra, pudiese servirla de alguna utilidad en ultratumba, dándole los medios de estudiar fase por fase en estas evocaciones las diversas circunstancias que siguen a lo que el vulgo llama la muerte, pero que para nosotros, espiritistas, no es más que una transformación, según las miras impenetrables de Dios, pero siempre útil al fin que se propone.
“Además de esta autorización y súplica de hacerme el honor de esta especie de autopsia espiritual, que mi escaso adelanto como espíritu quizás hará estéril, en cuyo caso vuestra prudencia os inclinará naturalmente a no ir más lejos de cierto número de ensayos, me tomo la libertad de rogaros personalmente, así como a todos mis colegas, tengan la bondad de suplicar al Todopoderoso permita a los buenos espíritus me asistan con sus consejos benévolos, en particular San Luis, nuestro presidente espiritual, al objeto de guiarme en la elección y época de otra encarnación. Porque ahora esto ya me ocupa mucho, temo equivocarme sobre mis fuerzas espirituales y pedir a Dios demasiado pronto y presuntuosamente un estado corporal en el cual no pudiese justificar la bondad divina, lo que en lugar de servir para mi adelanto, prolongaría mi situación sobre la Tierra o en otra parte, si desfalleciera en mi prueba.”
Para cumplir mejor con su deseo de ser evocado lo más pronto posible después de su fallecimiento, pasamos con algunos miembros de la sociedad a la casa mortuoria, y en presencia del cuerpo tuvo lugar la conversación siguiente, una hora antes de la inhumación. Teníamos en esto un doble objeto: el de cumplir su voluntad postrera y el de observar una vez más la situación del alma en un momento tan inmediato a la muerte, y esto en un hombre eminentemente inteligente e ilustrado, y profundamente penetrado de las verdades espiritistas. Íbamos a probar la influencia de estas creencias sobre el estado del espíritu, recogiendo sus primeras impresiones. Nuestra esperanza no fue vana. El Sr. Sanson describió con perfecta lucidez el instante de la transición. Él se ha visto morir y se ha visto renacer, circunstancia poco común y que dependía de la elevación de su espíritu.
I
Habitación mortuoria. 23 de abril de 1862
1. Evocación. Vengo a vuestro llamamiento para cumplir mi promesa.
2. Mi querido Sr. Sanson, tenemos un deber y un placer en evocaros lo más pronto posible después de vuestra muerte, tal como lo deseabais. R. Es un favor especial de Dios que permite a mi espíritu el poder comunicarse. Os doy las gracias por vuestra buena voluntad, pero estoy débil y tiemblo.
3. Sufríais tanto, que pienso podemos preguntaros cómo os encontráis ahora. ¿Os resentís todavía de vuestros dolores? ¿Qué sensación tenéis, comparando vuestra situación presente con la de hace dos días? R. Mi situación es muy feliz, porque no siento ninguno de mis antiguos dolores. Estoy regenerado y reparado de nuevo, como decís entre vosotros. La transición de la vida terrestre a la vida de los espíritus, al principio me lo había hecho todo incomprensible, porque permanecemos algunas veces muchos días sin recobrar nuestra lucidez. Pero antes de morir, hice una súplica a Dios para pedirle poder hablar a los que amo, y Dios me ha escuchado.
4. ¿Al cabo de cuánto tiempo habéis recobrado la lucidez de vuestras ideas? R. Al cabo de ocho horas. Dios, os lo repito. me había dado una señal de su bondad. Me juzgó bastante digno, y nunca podré darle suficientemente las gracias.
5. ¿Estáis bien seguro de que no pertenecéis a nuestro mundo? ¿En qué fundáis vuestra seguridad? R. ¡Oh, ciertamente! No, no soy de vuestro mundo, pero estaré siempre cerca de vosotros, para protegeros y sosteneros, a fin de predicar la caridad y la abnegación, que fueron los guías de mi vida, y después enseñaré la fe verdadera, la fe espiritista, que debe levantar la creencia del justo y del bueno. Soy fuerte, muy fuerte, transformado, en una palabra. No reconoceríais al viejo enfermizo que debía olvidarlo todo, echando muy lejos de sí el placer y la alegría. Soy espíritu, mi patria es el espacio, y mi porvenir Dios, que irradia en la inmensidad. Bien quisiera hablar a mis hijos, porque les enseñaría lo que todavía no han tenido la voluntad de creer.
6. ¿Qué efecto os hace experimentar la vista de vuestro cuerpo, que está a nuestro lado? R. ¡Mi cuerpo, pobre e ínfimo despojo, tú debes ir al polvo, y yo conservo el recuerdo de todos los que me estimaban! ¡Miro esta pobre carne, disforme envoltura de mi espíritu, prueba de tantos años! ¡Gracias, pobre cuerpo mío! Tú has purificado mi espíritu, y el sufrimiento, diez veces santo, me ha proporcionado un lugar bien merecido, puesto que encuentro enseguida la facultad de hablaros.
7. ¿Habéis conservado vuestras ideas hasta el último momento? R. Sí. mi espíritu ha conservado sus facultades. No veía, pero presentía. Toda mi vida se ha descorrido ante mi memoria, y mi último pensamiento, mi última plegaria ha sido el poder hablaros, lo que hago, y luego he pedido a Dios que os proteja, a fin de que el sueño de mi vida se cumpliera.
8. Tuvisteis conciencia del momento en que vuestro cuerpo dio el último suspiro? ¿Qué es lo que os ha pasado en aquel momento? ¿Qué sensación habéis tenido? R. La vida se rompe, y la vista, o mejor dicho, la vida del espíritu se apaga, se encuentra el vacío, lo desconocido, y llevado no sé por qué efecto, se encuentra uno en un mundo donde todo es alegría y grandeza. No sentía, no me daba cuenta, y sin embargo una dicha inefable me llenaba. No sentía la opresión del dolor.
9. ¿Tenéis conocimiento... (de lo que me propongo leer sobre vuestra tumba)?
Apenas pronunciadas las primeras palabras de la pregunta, el espíritu respondió, antes de dejar concluir. Respondió, además, sin preguntárselo, a una discusión que se había promovido entre los asistentes, sobre la oportunidad de leer esta comunicación en el cementerio, en razón de las personas que podrían no participar de estas opiniones.
R. ¡Oh! Amigo mío, lo sé, porque os vi ayer y os veo hoy. ¡Grande es mi satisfacción!... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Hablad a fin de que se me comprenda y de que se os estime. Nada temáis, porque se respeta la muerte. Hablad, pues, a fin de que los incrédulos tengan fe. Adiós. ¡Hablad, ánimo, confianza y ojalá que mis hijos pudiesen convertirse a una creencia venerada!... J. Sanson
Durante la ceremonia del cementerio, dictó las palabras siguientes:
“No os asuste la muerte, amigos míos! Es una etapa para vosotros, si habéis sabido vivir bien. Es una dicha, si habéis merecido dignamente y cumplido bien vuestras pruebas. Os repito: ¡Ánimo y buena voluntad!
“No deis más que una mediana importancia a los bienes de la Tierra, y seréis recompensados. No se puede gozar demasiado, sin quitar algo del bienestar de los otros y sin hacerse moralmente un mal inmenso.
“¡Que la Tierra me sea ligera!”
II
Sociedad Espiritista de París, 25 de abril de 1862
1. Evocación. R. Amigos míos. Estoy cerca de vosotros.
2. Hemos tenido un gran placer en la conversación que tuvimos con vos el día de vuestro entierro, y puesto que lo permitís, tendremos, para nuestra instrucción, el mayor gusto en completarla. R. Estoy preparado a todo, contento de que penséis en mí.
3. Todo lo que puede ilustrarnos sobre el estado del mundo invisible y hacérnoslo comprender, es de alta enseñanza. Porque la idea falsa que se ha formado de aquél es la que conduce muchas veces a la incredulidad. No os sorprendáis, pues, de las preguntas que podamos dirigiros. R. No me sorprenderé.
4. Habéis descrito con luminosa claridad el pasaje de la vida a la muerte. Habéis dicho que en el momento en que el cuerpo da el último suspiro, la vida se rompe y que la vista del espíritu se apaga. ¿Este momento va acompañado de alguna sensación penosa o dolorosa? R. Sin duda, porque la vida es una sucesión continua de dolores, y la muerte es el complemento de todos ellos. De ahí un desprendimiento violento, como si el espíritu tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para escapar de su envoltura, y este esfuerzo es el que absorbe todo nuestro ser y le hace perder el conocimiento de lo que es.
Este caso no es general. La experiencia prueba que muchos espíritus pierden el conocimiento antes de expirar, y que entre aquellos que han llegado a cierto grado de desmaterialización, la separación se efectúa sin esfuerzos.
5. ¿Sabéis si hay espíritus para quienes este momento es más doloroso? ¿Es penoso, por ejemplo, para el materialista, para el que cree que todo acaba en este momento para él? R. Esto es cierto, porque el espíritu que está preparado olvida el sufrimiento, o más bien se acostumbra a él, y la tranquilidad con la que ve venir la muerte le impide sufrir doblemente, porque sabe lo que le espera. La pena moral es la más fuerte, y su ausencia en el instante de la muerte es un alivio muy grande. Aquel que no cree, se parece al condenado a la pena capital, que en su imaginación se le presenta el cadalso y lo desconocido. Hay semejanza entre esta muerte y la del ateo.
6. ¿Hay materialistas lo bastante endurecidos para creer seriamente que en este momento supremo van a ser sumergidos en la nada? R. Sin duda los hay que hasta la última hora creen en la nada. Pero en el momento de la separación el espíritu vuelve profundamente sobre sí. La duda se apodera de él y le atormenta, porque se pregunta lo que vendrá a ser. Quiere coger algo y no lo alcanza. Sin esta impresión no puede verificarse el desprendimiento del espíritu.
Un espíritu nos dio en otra ocasión el cuadro siguiente del fin del incrédulo:
“Un incrédulo endurecido siente en los últimos momentos las angustias de esas pesadillas terribles en que uno se ve al borde de un precipicio próximo a caer en el abismo. Se hacen inútiles esfuerzos para huir y no puede dar un paso. Quiere apoyarse en alguna parte, buscar un punto de apoyo y se siente deslizarse. Quiere llamar y no puede articular ningún sonido. Entonces es cuando se ve al moribundo retorcerse, crispar las manos y dar gritos ahogados, señales ciertas de que es presa de una pesadilla. En la pesadilla ordinaria, al despertarse sale de la inquietud y se considera uno feliz al reconocer que no ha tenido más que un sueño. Pero 1a pesadilla de la muerte se prolonga a menudo mucho tiempo, y aun años después de la muerte, y lo que hace más penosa todavía la sensación para el espíritu son las tinieblas en que algunas veces está sumergido.”
7. Habéis dicho que en el momento de morir no veíais nada, pero que presentíais. Se comprende que no vierais corporalmente, pero antes de que la vida fuese extinguida, ¿entreveíais ya la claridad del mundo de los espíritus? R. Esto es lo que he dicho anteriormente: el instante de la muerte da la penetración al espíritu. Los ojos no ven, pero el espíritu, que posee una vista mucho más profunda, descubre instantáneamente un mundo desconocido, y apareciendo la verdad repentinamente, le da, aunque momentáneamente, una alegría profunda o una pena inexplicable, según el estado de su conciencia y el recuerdo de su vida pasada.
“Se trata del instante que precede al que el espíritu pierde el conocimiento, lo que explica la significación de las palabras «aunque momentáneamente», porque las mismas impresiones agradables o penosas se siguen al despertar.”
8. ¿Queréis decirnos lo primero que os ha impresionado en el instante en que vuestros ojos se han abierto a la luz? ¿Lo que habéis visto? ¿Queréis pintarnos, si es posible, el aspecto de los hechos que se os han presentado? R. Cuando he podido volver en mí y ver lo que tenía ante mi vista, estaba como deslumbrado, y no me daba buena cuenta de ello, porque la lucidez no viene instantáneamente. Pero Dios me ha dado una señal profunda de su bondad, ha permitido que recobrase mis facultades. Me he visto rodeado de numerosos y fieles amigos. Todos los espíritus protectores que vienen a asistiros me rodeaban y me sonreían. Una dicha sin igual los animaba, y yo mismo, fuerte, muy ligero, podía sin esfuerzos transportarme a través del espacio. Lo que he visto no tiene nombre en el lenguaje humano.
En lo sucesivo vendré a hablaros más ampliamente de todas mis felicidades, sin excederme, sin embargo, del límite que Dios exige. Sabed que la dicha, tal como la entendéis entre vosotros, es una ficción. Vivid prudentemente, con la santidad, en el espíritu de caridad y amor, y os habréis preparado impresiones que vuestros más grandes poetas no podrían describir.
Los cuentos de hadas están llenos, sin duda, de temas absurdos. ¿Pero no serían en algunos puntos la pintura de lo que pasa en el mundo de los espíritus? ¿La descripción del Sr. Sanson, no parece la de un hombre que dormido en una pobre y oscura cabaña, se despertarse en un palacio espléndido, en medio de una corte brillante? III
9. ¿Bajo qué aspecto se os han presentado los espíritus? ¿En el de la forma humana? R. Sí, mi querido amigo, los espíritus nos habían enseñado en la Tierra que conservaban en el otro mundo la forma transitoria que tenían entre vosotros, y esta es la verdad. ¡Pero qué diferencia entre la máquina informe que se arrastra penosamente con su cortejo de pruebas, y la fluidez maravillosa del cuerpo de los espíritus! La fealdad no existe, porque las facciones pierden la dureza de expresión que forma el carácter distintivo de la raza humana. Dios ha beatificado todos estos cuerpos agraciados, que se mueven con todas las elegancias de la forma. El lenguaje tiene entonaciones inimitables para vosotros, y la mirada tiene la intensidad de una estrella. Procurad, con el pensamiento, ver lo que Dios puede hacer en su omnipotencia, el arquitecto de los arquitectos, y os habréis hecho una débil idea de la forma de los espíritus.
10. ¿Pero cómo os veis? ¿Os reconocéis una forma limitada, circunscrita aunque fluídica? ¿Sentís una cabeza, un tronco, brazos, piernas? R. El espíritu, habiendo conservado su forma humana, pero divinizada, idealizada, tiene, sin contradicción, todos los miembros de que habláis. Me siento perfectamente las piernas y los dedos, porque podemos, por nuestra voluntad, apareceros o apretaros las manos. Estoy cerca de vosotros y he dado la mano a todos mis amigos, sin que hayan tenido conciencia de esto. Nuestra fluidez puede estar por todas partes sin ocupar el espacio, sin dar ninguna sensación, si este es nuestro deseo. En este momento tenéis las manos cruzadas y yo tengo las mías en las vuestras. Yo os digo: os amo, pero mi cuerpo no ocupa espacio, la luz lo atraviesa y lo que llamaríais un milagro si fuera visible, es para los espíritus la acción continua de todos los instantes.
La vista de los espíritus no tiene relación con la vista humana, lo mismo que su cuerpo no tiene semejanza real, porque todo se cambia en el conjunto y en el fondo. El espíritu, os lo repito, tiene una perspicacia divina que se extiende a todo, puesto que incluso vuestro pensamiento puede adivinar. También puede oportunamente tomar la forma que mejor puede recordarle a vuestra memoria. Pero de hecho el espíritu superior que ha acabado sus pruebas, ama la forma que le ha podido conducir a Dios.
11. Los espíritus no tienen sexo. No obstante. como hace pocos días que todavía erais hombre, ¿tenéis en vuestro nuevo estado más de la naturaleza masculina que de la femenina? ¿Sucede lo mismo con un espíritu que dejó su cuerpo hace tiempo? R. No nos importa que nuestra naturaleza sea masculina o femenina, los espíritus no se reproducen. Dios los ha creado a su voluntad, y si por sus miras maravillosas ha querido que los espíritus se reencarnen en la Tierra, debió añadir la reproducción de las especies por el varón y la hembra. Pero vosotros lo conocéis sin que haya necesidad de más explicación. Los espíritus no pueden tener sexo.
“Siempre se ha dicho que los espíritus no tienen sexo. Los sexos no son necesarios sino para la reproducción de los cuerpos, de modo que los espíritus, no reproduciéndose, los sexos serían para ellos inútiles. Nuestra pregunta no tenía por objeto acreditar el hecho, sino que en razón de la muerte reciente del Sr. Sanson, queríamos saber si le quedaba impresión de su estado terrestre.
“Los espíritus depurados se dan cuenta perfectamente de su naturaleza, pero entre los espíritus inferiores no desmaterializados, hay muchos de ellos que se creen aún lo que eran en la Tierra, y conservan las mismas pasiones y los mismos deseos. Y ésos se creen todavía hombres o mujeres, he ahí por qué han dicho algunos que los espíritus tienen sexo. Así es que ciertas contradicciones provienen del estado más o menos adelantado de los espíritus que se comunican. El mal no está en los espíritus, sino en los que les interrogan y no se toman el trabajo de profundizar las cuestiones.”
12. ¿Qué aspecto os presenta la sesión? ¿Es para vuestra nueva vista lo mismo que os parecía en vuestra vida? ¿Las personas tienen para vos la misma apariencia? ¿Lo veis todo tan claro y detallado? R. Mucho más claro. porque puedo leer en el pensamiento de todos, y soy muy feliz con la agradable impresión que me deja la buena voluntad de todos los espíritus reunidos. Deseo que el mismo sentido pudiese darse a los hechos, no sólo en París, por la unidad de todos los grupos, sino también en toda Francia, donde los grupos se dividen y rivalizan seducidos por espíritus enredadores que se complacen en el desorden, mientras que el Espiritismo debe ser el olvido completo, absoluto del yo.
13. Decís que leéis en nuestro pensamiento. ¿ Podríais hacernos comprender cómo se opera esta transformación del pensamiento? R. Esto no es fácil. Para deciros, explicaros este prodigio singular de la vista de los espíritus, sería necesario abriros todo un arsenal de agentes nuevos y sabríais tanto como nosotros, lo que no puede ser, pues vuestras facultades están limitadas por la materia.
¡Paciencia! Sed buenos y llegaréis a ello. En la actualidad sólo tenéis lo que Dios os concede, pero con la esperanza de progresar continuamente. Más tarde seréis como nosotros. Procurad, pues, morir bien para saber mucho. La curiosidad, que es el estímulo del hombre pensador, os conduce tranquilamente hasta la muerte, reservándoos la satisfacción de todas vuestras curiosidades pasadas, presentes y futuras. Mientras tanto os diré, para responder del modo que puedo a vuestra pregunta, que el aire que os rodea, impalpable como nosotros, lleva el carácter de vuestro pensamiento. El soplo que exhaláis es, por así decirlo, la página escrita de vuestros pensamientos, los que se leen y comentan por los espíritus que os rodean sin cesar. Ellos son los mensajeros de una telegrafía divina que nada deja desapercibido.
La muerte del justo
Enseguida de la primera evocación del Sr. Sanson, hecha en la sociedad de París, un espíritu dio, bajo este título, la comunicación siguiente:
“La muerte del hombre de quien os ocupáis en este momento, ha sido la del justo. Como el día sucede naturalmente al alba, la vida espiritual ha sucedido para él a la vida terrestre, sin sacudidas, sin amargura, y su último suspiro se ha exhalado en un himno de reconocimiento y de amor... ¡Cuán pocos atraviesan así este rudo pasaje! ¡Cuán pocos después de la embriaguez y las esperanzas perdidas de la vida, consiguen la paz del ritmo armonioso de las esferas! Así como el hombre en buena salud, mutilado por una bala, sufre aún el miembro perdido, del mismo modo el hombre que muere sin fe y sin esperanza se destroza y palpita escapándose del cuerpo y lanzándose al espacio, inconsciente de sí mismo.
“Rogad por estas almas perturbadas, rogad por todo aquel que sufre. La caridad no está restringida a la Humanidad visible. Ella socorre y consuela también a los seres que pueblan el espacio. Habéis tenido de ello la prueba palpable por la conversión tan rápida de este espíritu enternecido por las oraciones espiritistas, hechas sobre la tumba del hombre de bien a quien acabáis de preguntar y que desea haceros progresar en la santa senda. (1) El amor no tiene límites, llena el espacio, dando y recibiendo a sus divinos consuelos.
“El mar se extiende en perspectiva infinita. Su último límite parece confundirse con el cielo, y el espíritu se deslumbra con el magnífico espectáculo de estas dos grandezas. Así es que el amor, más profundo que las olas, más infinito que el espacio, debe reuniros a todos, hombres y espíritus, en la misma comunión de caridad, y obrar la admirable fusión de lo que es finito y de lo que es eterno.” Georges
_____________________________________________
1. Alusión al espíritu de Bernard, quien se manifestó espontáneamente el día de los funerales del Sr. Sanson (véase la Revista de mayo de 1862, p. 133).
“En el caso de sorpresa por la desagregación de mi alma del cuerpo, tengo el honor de recordaros una súplica que ya os hice hará aproximadamente un año atrás. Ésta es la de evocar mi espíritu lo más pronto posible y lo más a menudo que juzguéis a propósito, a fin de que, miembro bastante inútil de nuestra sociedad durante mi presencia sobre la Tierra, pudiese servirla de alguna utilidad en ultratumba, dándole los medios de estudiar fase por fase en estas evocaciones las diversas circunstancias que siguen a lo que el vulgo llama la muerte, pero que para nosotros, espiritistas, no es más que una transformación, según las miras impenetrables de Dios, pero siempre útil al fin que se propone.
“Además de esta autorización y súplica de hacerme el honor de esta especie de autopsia espiritual, que mi escaso adelanto como espíritu quizás hará estéril, en cuyo caso vuestra prudencia os inclinará naturalmente a no ir más lejos de cierto número de ensayos, me tomo la libertad de rogaros personalmente, así como a todos mis colegas, tengan la bondad de suplicar al Todopoderoso permita a los buenos espíritus me asistan con sus consejos benévolos, en particular San Luis, nuestro presidente espiritual, al objeto de guiarme en la elección y época de otra encarnación. Porque ahora esto ya me ocupa mucho, temo equivocarme sobre mis fuerzas espirituales y pedir a Dios demasiado pronto y presuntuosamente un estado corporal en el cual no pudiese justificar la bondad divina, lo que en lugar de servir para mi adelanto, prolongaría mi situación sobre la Tierra o en otra parte, si desfalleciera en mi prueba.”
Para cumplir mejor con su deseo de ser evocado lo más pronto posible después de su fallecimiento, pasamos con algunos miembros de la sociedad a la casa mortuoria, y en presencia del cuerpo tuvo lugar la conversación siguiente, una hora antes de la inhumación. Teníamos en esto un doble objeto: el de cumplir su voluntad postrera y el de observar una vez más la situación del alma en un momento tan inmediato a la muerte, y esto en un hombre eminentemente inteligente e ilustrado, y profundamente penetrado de las verdades espiritistas. Íbamos a probar la influencia de estas creencias sobre el estado del espíritu, recogiendo sus primeras impresiones. Nuestra esperanza no fue vana. El Sr. Sanson describió con perfecta lucidez el instante de la transición. Él se ha visto morir y se ha visto renacer, circunstancia poco común y que dependía de la elevación de su espíritu.
I
Habitación mortuoria. 23 de abril de 1862
1. Evocación. Vengo a vuestro llamamiento para cumplir mi promesa.
2. Mi querido Sr. Sanson, tenemos un deber y un placer en evocaros lo más pronto posible después de vuestra muerte, tal como lo deseabais. R. Es un favor especial de Dios que permite a mi espíritu el poder comunicarse. Os doy las gracias por vuestra buena voluntad, pero estoy débil y tiemblo.
3. Sufríais tanto, que pienso podemos preguntaros cómo os encontráis ahora. ¿Os resentís todavía de vuestros dolores? ¿Qué sensación tenéis, comparando vuestra situación presente con la de hace dos días? R. Mi situación es muy feliz, porque no siento ninguno de mis antiguos dolores. Estoy regenerado y reparado de nuevo, como decís entre vosotros. La transición de la vida terrestre a la vida de los espíritus, al principio me lo había hecho todo incomprensible, porque permanecemos algunas veces muchos días sin recobrar nuestra lucidez. Pero antes de morir, hice una súplica a Dios para pedirle poder hablar a los que amo, y Dios me ha escuchado.
4. ¿Al cabo de cuánto tiempo habéis recobrado la lucidez de vuestras ideas? R. Al cabo de ocho horas. Dios, os lo repito. me había dado una señal de su bondad. Me juzgó bastante digno, y nunca podré darle suficientemente las gracias.
5. ¿Estáis bien seguro de que no pertenecéis a nuestro mundo? ¿En qué fundáis vuestra seguridad? R. ¡Oh, ciertamente! No, no soy de vuestro mundo, pero estaré siempre cerca de vosotros, para protegeros y sosteneros, a fin de predicar la caridad y la abnegación, que fueron los guías de mi vida, y después enseñaré la fe verdadera, la fe espiritista, que debe levantar la creencia del justo y del bueno. Soy fuerte, muy fuerte, transformado, en una palabra. No reconoceríais al viejo enfermizo que debía olvidarlo todo, echando muy lejos de sí el placer y la alegría. Soy espíritu, mi patria es el espacio, y mi porvenir Dios, que irradia en la inmensidad. Bien quisiera hablar a mis hijos, porque les enseñaría lo que todavía no han tenido la voluntad de creer.
6. ¿Qué efecto os hace experimentar la vista de vuestro cuerpo, que está a nuestro lado? R. ¡Mi cuerpo, pobre e ínfimo despojo, tú debes ir al polvo, y yo conservo el recuerdo de todos los que me estimaban! ¡Miro esta pobre carne, disforme envoltura de mi espíritu, prueba de tantos años! ¡Gracias, pobre cuerpo mío! Tú has purificado mi espíritu, y el sufrimiento, diez veces santo, me ha proporcionado un lugar bien merecido, puesto que encuentro enseguida la facultad de hablaros.
7. ¿Habéis conservado vuestras ideas hasta el último momento? R. Sí. mi espíritu ha conservado sus facultades. No veía, pero presentía. Toda mi vida se ha descorrido ante mi memoria, y mi último pensamiento, mi última plegaria ha sido el poder hablaros, lo que hago, y luego he pedido a Dios que os proteja, a fin de que el sueño de mi vida se cumpliera.
8. Tuvisteis conciencia del momento en que vuestro cuerpo dio el último suspiro? ¿Qué es lo que os ha pasado en aquel momento? ¿Qué sensación habéis tenido? R. La vida se rompe, y la vista, o mejor dicho, la vida del espíritu se apaga, se encuentra el vacío, lo desconocido, y llevado no sé por qué efecto, se encuentra uno en un mundo donde todo es alegría y grandeza. No sentía, no me daba cuenta, y sin embargo una dicha inefable me llenaba. No sentía la opresión del dolor.
9. ¿Tenéis conocimiento... (de lo que me propongo leer sobre vuestra tumba)?
Apenas pronunciadas las primeras palabras de la pregunta, el espíritu respondió, antes de dejar concluir. Respondió, además, sin preguntárselo, a una discusión que se había promovido entre los asistentes, sobre la oportunidad de leer esta comunicación en el cementerio, en razón de las personas que podrían no participar de estas opiniones.
R. ¡Oh! Amigo mío, lo sé, porque os vi ayer y os veo hoy. ¡Grande es mi satisfacción!... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Hablad a fin de que se me comprenda y de que se os estime. Nada temáis, porque se respeta la muerte. Hablad, pues, a fin de que los incrédulos tengan fe. Adiós. ¡Hablad, ánimo, confianza y ojalá que mis hijos pudiesen convertirse a una creencia venerada!... J. Sanson
Durante la ceremonia del cementerio, dictó las palabras siguientes:
“No os asuste la muerte, amigos míos! Es una etapa para vosotros, si habéis sabido vivir bien. Es una dicha, si habéis merecido dignamente y cumplido bien vuestras pruebas. Os repito: ¡Ánimo y buena voluntad!
“No deis más que una mediana importancia a los bienes de la Tierra, y seréis recompensados. No se puede gozar demasiado, sin quitar algo del bienestar de los otros y sin hacerse moralmente un mal inmenso.
“¡Que la Tierra me sea ligera!”
II
Sociedad Espiritista de París, 25 de abril de 1862
1. Evocación. R. Amigos míos. Estoy cerca de vosotros.
2. Hemos tenido un gran placer en la conversación que tuvimos con vos el día de vuestro entierro, y puesto que lo permitís, tendremos, para nuestra instrucción, el mayor gusto en completarla. R. Estoy preparado a todo, contento de que penséis en mí.
3. Todo lo que puede ilustrarnos sobre el estado del mundo invisible y hacérnoslo comprender, es de alta enseñanza. Porque la idea falsa que se ha formado de aquél es la que conduce muchas veces a la incredulidad. No os sorprendáis, pues, de las preguntas que podamos dirigiros. R. No me sorprenderé.
4. Habéis descrito con luminosa claridad el pasaje de la vida a la muerte. Habéis dicho que en el momento en que el cuerpo da el último suspiro, la vida se rompe y que la vista del espíritu se apaga. ¿Este momento va acompañado de alguna sensación penosa o dolorosa? R. Sin duda, porque la vida es una sucesión continua de dolores, y la muerte es el complemento de todos ellos. De ahí un desprendimiento violento, como si el espíritu tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para escapar de su envoltura, y este esfuerzo es el que absorbe todo nuestro ser y le hace perder el conocimiento de lo que es.
Este caso no es general. La experiencia prueba que muchos espíritus pierden el conocimiento antes de expirar, y que entre aquellos que han llegado a cierto grado de desmaterialización, la separación se efectúa sin esfuerzos.
5. ¿Sabéis si hay espíritus para quienes este momento es más doloroso? ¿Es penoso, por ejemplo, para el materialista, para el que cree que todo acaba en este momento para él? R. Esto es cierto, porque el espíritu que está preparado olvida el sufrimiento, o más bien se acostumbra a él, y la tranquilidad con la que ve venir la muerte le impide sufrir doblemente, porque sabe lo que le espera. La pena moral es la más fuerte, y su ausencia en el instante de la muerte es un alivio muy grande. Aquel que no cree, se parece al condenado a la pena capital, que en su imaginación se le presenta el cadalso y lo desconocido. Hay semejanza entre esta muerte y la del ateo.
6. ¿Hay materialistas lo bastante endurecidos para creer seriamente que en este momento supremo van a ser sumergidos en la nada? R. Sin duda los hay que hasta la última hora creen en la nada. Pero en el momento de la separación el espíritu vuelve profundamente sobre sí. La duda se apodera de él y le atormenta, porque se pregunta lo que vendrá a ser. Quiere coger algo y no lo alcanza. Sin esta impresión no puede verificarse el desprendimiento del espíritu.
Un espíritu nos dio en otra ocasión el cuadro siguiente del fin del incrédulo:
“Un incrédulo endurecido siente en los últimos momentos las angustias de esas pesadillas terribles en que uno se ve al borde de un precipicio próximo a caer en el abismo. Se hacen inútiles esfuerzos para huir y no puede dar un paso. Quiere apoyarse en alguna parte, buscar un punto de apoyo y se siente deslizarse. Quiere llamar y no puede articular ningún sonido. Entonces es cuando se ve al moribundo retorcerse, crispar las manos y dar gritos ahogados, señales ciertas de que es presa de una pesadilla. En la pesadilla ordinaria, al despertarse sale de la inquietud y se considera uno feliz al reconocer que no ha tenido más que un sueño. Pero 1a pesadilla de la muerte se prolonga a menudo mucho tiempo, y aun años después de la muerte, y lo que hace más penosa todavía la sensación para el espíritu son las tinieblas en que algunas veces está sumergido.”
7. Habéis dicho que en el momento de morir no veíais nada, pero que presentíais. Se comprende que no vierais corporalmente, pero antes de que la vida fuese extinguida, ¿entreveíais ya la claridad del mundo de los espíritus? R. Esto es lo que he dicho anteriormente: el instante de la muerte da la penetración al espíritu. Los ojos no ven, pero el espíritu, que posee una vista mucho más profunda, descubre instantáneamente un mundo desconocido, y apareciendo la verdad repentinamente, le da, aunque momentáneamente, una alegría profunda o una pena inexplicable, según el estado de su conciencia y el recuerdo de su vida pasada.
“Se trata del instante que precede al que el espíritu pierde el conocimiento, lo que explica la significación de las palabras «aunque momentáneamente», porque las mismas impresiones agradables o penosas se siguen al despertar.”
8. ¿Queréis decirnos lo primero que os ha impresionado en el instante en que vuestros ojos se han abierto a la luz? ¿Lo que habéis visto? ¿Queréis pintarnos, si es posible, el aspecto de los hechos que se os han presentado? R. Cuando he podido volver en mí y ver lo que tenía ante mi vista, estaba como deslumbrado, y no me daba buena cuenta de ello, porque la lucidez no viene instantáneamente. Pero Dios me ha dado una señal profunda de su bondad, ha permitido que recobrase mis facultades. Me he visto rodeado de numerosos y fieles amigos. Todos los espíritus protectores que vienen a asistiros me rodeaban y me sonreían. Una dicha sin igual los animaba, y yo mismo, fuerte, muy ligero, podía sin esfuerzos transportarme a través del espacio. Lo que he visto no tiene nombre en el lenguaje humano.
En lo sucesivo vendré a hablaros más ampliamente de todas mis felicidades, sin excederme, sin embargo, del límite que Dios exige. Sabed que la dicha, tal como la entendéis entre vosotros, es una ficción. Vivid prudentemente, con la santidad, en el espíritu de caridad y amor, y os habréis preparado impresiones que vuestros más grandes poetas no podrían describir.
Los cuentos de hadas están llenos, sin duda, de temas absurdos. ¿Pero no serían en algunos puntos la pintura de lo que pasa en el mundo de los espíritus? ¿La descripción del Sr. Sanson, no parece la de un hombre que dormido en una pobre y oscura cabaña, se despertarse en un palacio espléndido, en medio de una corte brillante? III
9. ¿Bajo qué aspecto se os han presentado los espíritus? ¿En el de la forma humana? R. Sí, mi querido amigo, los espíritus nos habían enseñado en la Tierra que conservaban en el otro mundo la forma transitoria que tenían entre vosotros, y esta es la verdad. ¡Pero qué diferencia entre la máquina informe que se arrastra penosamente con su cortejo de pruebas, y la fluidez maravillosa del cuerpo de los espíritus! La fealdad no existe, porque las facciones pierden la dureza de expresión que forma el carácter distintivo de la raza humana. Dios ha beatificado todos estos cuerpos agraciados, que se mueven con todas las elegancias de la forma. El lenguaje tiene entonaciones inimitables para vosotros, y la mirada tiene la intensidad de una estrella. Procurad, con el pensamiento, ver lo que Dios puede hacer en su omnipotencia, el arquitecto de los arquitectos, y os habréis hecho una débil idea de la forma de los espíritus.
10. ¿Pero cómo os veis? ¿Os reconocéis una forma limitada, circunscrita aunque fluídica? ¿Sentís una cabeza, un tronco, brazos, piernas? R. El espíritu, habiendo conservado su forma humana, pero divinizada, idealizada, tiene, sin contradicción, todos los miembros de que habláis. Me siento perfectamente las piernas y los dedos, porque podemos, por nuestra voluntad, apareceros o apretaros las manos. Estoy cerca de vosotros y he dado la mano a todos mis amigos, sin que hayan tenido conciencia de esto. Nuestra fluidez puede estar por todas partes sin ocupar el espacio, sin dar ninguna sensación, si este es nuestro deseo. En este momento tenéis las manos cruzadas y yo tengo las mías en las vuestras. Yo os digo: os amo, pero mi cuerpo no ocupa espacio, la luz lo atraviesa y lo que llamaríais un milagro si fuera visible, es para los espíritus la acción continua de todos los instantes.
La vista de los espíritus no tiene relación con la vista humana, lo mismo que su cuerpo no tiene semejanza real, porque todo se cambia en el conjunto y en el fondo. El espíritu, os lo repito, tiene una perspicacia divina que se extiende a todo, puesto que incluso vuestro pensamiento puede adivinar. También puede oportunamente tomar la forma que mejor puede recordarle a vuestra memoria. Pero de hecho el espíritu superior que ha acabado sus pruebas, ama la forma que le ha podido conducir a Dios.
11. Los espíritus no tienen sexo. No obstante. como hace pocos días que todavía erais hombre, ¿tenéis en vuestro nuevo estado más de la naturaleza masculina que de la femenina? ¿Sucede lo mismo con un espíritu que dejó su cuerpo hace tiempo? R. No nos importa que nuestra naturaleza sea masculina o femenina, los espíritus no se reproducen. Dios los ha creado a su voluntad, y si por sus miras maravillosas ha querido que los espíritus se reencarnen en la Tierra, debió añadir la reproducción de las especies por el varón y la hembra. Pero vosotros lo conocéis sin que haya necesidad de más explicación. Los espíritus no pueden tener sexo.
“Siempre se ha dicho que los espíritus no tienen sexo. Los sexos no son necesarios sino para la reproducción de los cuerpos, de modo que los espíritus, no reproduciéndose, los sexos serían para ellos inútiles. Nuestra pregunta no tenía por objeto acreditar el hecho, sino que en razón de la muerte reciente del Sr. Sanson, queríamos saber si le quedaba impresión de su estado terrestre.
“Los espíritus depurados se dan cuenta perfectamente de su naturaleza, pero entre los espíritus inferiores no desmaterializados, hay muchos de ellos que se creen aún lo que eran en la Tierra, y conservan las mismas pasiones y los mismos deseos. Y ésos se creen todavía hombres o mujeres, he ahí por qué han dicho algunos que los espíritus tienen sexo. Así es que ciertas contradicciones provienen del estado más o menos adelantado de los espíritus que se comunican. El mal no está en los espíritus, sino en los que les interrogan y no se toman el trabajo de profundizar las cuestiones.”
12. ¿Qué aspecto os presenta la sesión? ¿Es para vuestra nueva vista lo mismo que os parecía en vuestra vida? ¿Las personas tienen para vos la misma apariencia? ¿Lo veis todo tan claro y detallado? R. Mucho más claro. porque puedo leer en el pensamiento de todos, y soy muy feliz con la agradable impresión que me deja la buena voluntad de todos los espíritus reunidos. Deseo que el mismo sentido pudiese darse a los hechos, no sólo en París, por la unidad de todos los grupos, sino también en toda Francia, donde los grupos se dividen y rivalizan seducidos por espíritus enredadores que se complacen en el desorden, mientras que el Espiritismo debe ser el olvido completo, absoluto del yo.
13. Decís que leéis en nuestro pensamiento. ¿ Podríais hacernos comprender cómo se opera esta transformación del pensamiento? R. Esto no es fácil. Para deciros, explicaros este prodigio singular de la vista de los espíritus, sería necesario abriros todo un arsenal de agentes nuevos y sabríais tanto como nosotros, lo que no puede ser, pues vuestras facultades están limitadas por la materia.
¡Paciencia! Sed buenos y llegaréis a ello. En la actualidad sólo tenéis lo que Dios os concede, pero con la esperanza de progresar continuamente. Más tarde seréis como nosotros. Procurad, pues, morir bien para saber mucho. La curiosidad, que es el estímulo del hombre pensador, os conduce tranquilamente hasta la muerte, reservándoos la satisfacción de todas vuestras curiosidades pasadas, presentes y futuras. Mientras tanto os diré, para responder del modo que puedo a vuestra pregunta, que el aire que os rodea, impalpable como nosotros, lleva el carácter de vuestro pensamiento. El soplo que exhaláis es, por así decirlo, la página escrita de vuestros pensamientos, los que se leen y comentan por los espíritus que os rodean sin cesar. Ellos son los mensajeros de una telegrafía divina que nada deja desapercibido.
La muerte del justo
Enseguida de la primera evocación del Sr. Sanson, hecha en la sociedad de París, un espíritu dio, bajo este título, la comunicación siguiente:
“La muerte del hombre de quien os ocupáis en este momento, ha sido la del justo. Como el día sucede naturalmente al alba, la vida espiritual ha sucedido para él a la vida terrestre, sin sacudidas, sin amargura, y su último suspiro se ha exhalado en un himno de reconocimiento y de amor... ¡Cuán pocos atraviesan así este rudo pasaje! ¡Cuán pocos después de la embriaguez y las esperanzas perdidas de la vida, consiguen la paz del ritmo armonioso de las esferas! Así como el hombre en buena salud, mutilado por una bala, sufre aún el miembro perdido, del mismo modo el hombre que muere sin fe y sin esperanza se destroza y palpita escapándose del cuerpo y lanzándose al espacio, inconsciente de sí mismo.
“Rogad por estas almas perturbadas, rogad por todo aquel que sufre. La caridad no está restringida a la Humanidad visible. Ella socorre y consuela también a los seres que pueblan el espacio. Habéis tenido de ello la prueba palpable por la conversión tan rápida de este espíritu enternecido por las oraciones espiritistas, hechas sobre la tumba del hombre de bien a quien acabáis de preguntar y que desea haceros progresar en la santa senda. (1) El amor no tiene límites, llena el espacio, dando y recibiendo a sus divinos consuelos.
“El mar se extiende en perspectiva infinita. Su último límite parece confundirse con el cielo, y el espíritu se deslumbra con el magnífico espectáculo de estas dos grandezas. Así es que el amor, más profundo que las olas, más infinito que el espacio, debe reuniros a todos, hombres y espíritus, en la misma comunión de caridad, y obrar la admirable fusión de lo que es finito y de lo que es eterno.” Georges
_____________________________________________
1. Alusión al espíritu de Bernard, quien se manifestó espontáneamente el día de los funerales del Sr. Sanson (véase la Revista de mayo de 1862, p. 133).