EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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16. Se invoca también en favor del dogma de la eternidad de las penas el argumento siguiente:


“Si la recompensa concedida a los buenos es eterna, debe tener por contrapeso un castigo eterno. ¿Es justo proporcionar el castigo a la recompensa?”


Refutación. ¿Crea Dios el alma con la mira de hacerla dichosa o desgraciada? Evidentemente, la dicha de la criatura debe ser el objeto de su creación, pues de otra manera Dios no sería bueno. Ella consigue la dicha por su propio mérito. Adquirido el mérito no puede perder el fruto, porque de otro modo degeneraría. La eternidad de la dicha es, pues, consecuencia de la inmortalidad.


Pero antes de llegar a la perfección, tiene que sostener luchas, combatir las malas pasiones. No habiéndola Dios creado perfecta, sino susceptible de llegar a serlo, a fin de que tenga el mérito de sus obras, puede faltar. Sus caídas son las consecuencias de su debilidad natural. Si por una caída debiera ser castigada eternamente, se podría preguntar: ¿Por qué Dios no la ha creado más fuerte? El castigo que sufre es una advertencia por haber obrado mal y que debe tener por resultado devolverla al buen camino. Si la pena fuese irremisible, su deseo de obrar mejor sería superfluo. Entonces el fin providencial de la Creación no se podría alcanzar, porque habría seres predestinados a la dicha y otros, en cambio, a la desgracia. Si un alma culpable se arrepiente, puede llegar a ser buena. Pudiendo llegar a ser buena, puede aspirar a la dicha. ¿Sería Dios justo en negarle los medios?


Siendo el bien el objeto final de la Creación, la dicha, que es su precio, debe ser eterna. El castigo, que es un medio de llegar a aquél, debe ser temporal. La más vulgar noción de justicia, aun entre los hombres, dice que no se puede castigar perpetuamente al que tiene el deseo y la voluntad de hacer bien.