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EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS > CAPÍTULO V - Suicidas > El Sr. Felicien
El Sr. Felicien
Era un hombre rico, instruido, poeta espiritual, de buen carácter, servicial, ameno y de mucha honradez. Falsas especulaciones habían comprometido su fortuna. No permitiéndole su edad restablecerla, cedió al desaliento y se suicidó en diciembre de 1864, ahorcándose en su alcoba. No era ni materialista ni ateo, sino un hombre de un talante un poco ligero, que se ocupaba muy poco de la vida futura. Habiéndole conocido íntimamente, y teniendo simpatía por su persona, le evocamos cuatro meses después de su muerte.
Evocación.
R. Echo de menos la Tierra. Tuve en ella decepciones, pero menores que aquí. Soñaba maravillas y estoy muy lejos de la idealidad real que tenía. El mundo de los espíritus es una confusión, y para hacerlo soportable, sería necesario escoger mucho. ¡No quiero volver más a él! ¡Qué ejemplos de costumbres espiritistas se podrían hacer aquí! Balzac debiera continuar su tarea, que sería ruda. Pero no le he visto. ¿Dónde se encuentran, pues, estos grandes espíritus que tanto azotaron los vicios de la Humanidad?. Deberían, como yo, permanecer aquí algún tiempo, antes de ir a las regiones más elevadas. Es un pandemonium curioso que me gusta observar y me quedo en él.
Aunque el espíritu declara que se encuentra en una sociedad de mucha mezcla, y por consecuencia de espíritus inferiores, nos sorprendió su lenguaje en razón a su género de muerte, a la cual no hacía ninguna ilusión, aunque por otra parte se veía el reflejo de su carácter. Esto nos dejaba algunas dudas sobre su identidad.
P. ¿Queréis referirnos, os lo suplico, cómo habéis muerto?
R. ¿Cómo he muerto? Por la muerte que he elegido, ella me ha gustado. He meditado bastante tiempo sobre la que debía elegir para librarme de la vida. Y a fe mía confieso que no he ganado gran cosa, si se exceptúa que me he librado de mis cuidados materiales, mas para encontrarlos más graves, más penosos en mi situación de espíritu, cuyo fin no preveo.
Al guía del médium:
P. ¿Es verdaderamente el espíritu de M. Felicien quien ha contestado? Ese lenguaje casi indiferente nos sorprende en un suicida.
R. Sí, pero por un sentimiento perdonable en su situación y que comprenderéis, no quería revelar su género de muerte al médium. Por esto mismo, buscando rodeos, concluyó por confesarlo obligado por vuestra pregunta directa, por lo que se halla muy afectado. Sufre mucho por haberse dado la muerte, y aparta tanto como puede todo lo que le recuerda ese fin funesto.
Al espíritu:
P. Vuestra muerte me afectó tanto más cuanto que preveía las tristes consecuencias para vos, y en razón, sobre todo, de la estimación y cariño que os teníamos. Personalmente, no he olvidado cuán bueno y servicial habéis sido para mí. Tendría la mayor felicidad en acreditaros mi reconocimiento, si puede haber algo que os sea útil.
R. Sin embargo, no podía evitar de otro modo lo embarazoso de mi situación material. Ahora sólo tengo necesidad de oraciones. Orad, sobre todo, para que se me libre de los horribles compañeros que me rodean, que me atormentan con sus risas, sus gritos y sus burlas infernales. Me llaman cobarde y tienen razón, cobardía es dejar la vida. Ya veis, van cuatro veces que sucumbo a esta prueba. ¡Sin embargo, mucho me había prometido no flaquear!... ¡Fatalidad!... ¡Ah!, orad. ¡Qué suplicio es el mío! ¡soy muy desgraciado! Haréis más por mí rogando que no he hecho por vos cuando estaba en la Tierra, pero la prueba a la cual he faltado tan a menudo, se presenta ante mí con rasgos indelebles. Es preciso que la sufra nuevamente en un tiempo dado. ¿Tendré bastante fuerza? ¡Ah! ¡Tantas veces volver a empezar la vida! ¡Luchar tanto tiempo y verme arrastrado por los acontecimientos a sucumbir a mi pesar, es desesperante, incluso aquí! Para esto tengo necesidad de fuerza. La oración la da, se dice: orad por mí, también yo quiero orar.
Este caso particular de suicidio, aunque ejecutado en circunstancias muy vulgares, se presenta, no obstante, bajo una fase especial. Nos muestra un espíritu que ha sucumbido muchas veces a esta prueba, que se renueva en cada existencia, y se renovará mientras no tenga la fuerza de resistirla ella. Es la confirmación el principio de que cuando el objeto de mejorar, para el cual nos hemos encarnado, no se alcanza, hemos sufrido sin provecho. Porque debemos volver a empezar hasta que salgamos victoriosos de la lucha.
Al espíritu del Sr. Felicien:
Os suplico que escuchéis lo que voy a exponeros, y tened a bien meditar mis palabras. Lo que llamáis fatalidad no es otro hecho que vuestra propia debilidad, porque no hay fatalidad. De no ser así, el hombre no sería responsable de sus actos. El hombre es siempre libre, y éste es su más bello privilegio. Dios no ha querido hacer de él una máquina que obrase y obedeciese a ciegas. Si esta libertad le hace falible, le hace también perfectible, y sólo por la perfección llega a la dicha suprema.
Su orgullo le conduce a acusar al destino de sus desgracias en la Tierra, cuando lo más a menudo son efecto de su incuria. Vos sois de esto un ejemplo patente. En vuestra última existencia teníais todo lo que era preciso para ser feliz según el mundo: ingenio, talento, fortuna, consideración merecida. No teníais vicios ruinosos, y sí cualidades estimables. ¿Cómo fue que vuestra situación se encontrara tan radicalmente comprometida?
Únicamente por vuestra imprevisión. Convenid en que si hubieseis obrado con más prudencia, si hubieseis sabido contentaros con la buena parte que teníais, en lugar de querer aumentarla sin necesidad, no habríais arruinado. No hubo, pues, fatalidad, puesto que podíais evitar lo que ha acontecido.
Vuestra prueba consistía en un encadenamiento de circunstancias que debían daros, no la necesidad, sino la tentación del suicidio. Desgraciadamente para vos, a pesar de vuestro talento y vuestra instrucción, no habéis sabido dominar estas circunstancias y pagáis la pena de vuestra debilidad. Esta prueba, como lo presentís con razón, debe renovarse todavía. En vuestra próxima existencia estaréis expuesto a acontecimientos que provocarán de nuevo el pensamiento del suicidio, y lo mismo será hasta que hayáis triunfado.
Lejos de acusar a la suerte de lo que es vuestra propia obra, admirad la bondad de Dios, que en lugar de condenaros irremisiblemente por vuestra falta primera, os ofrece sin cesar los medios de repararla. Sufriréis, pues, no eternamente, sino tanto tiempo como tardéis en reparar. De vos depende el tomar en el estado de espíritu resoluciones tan enérgicas, que expreséis a Dios un arrepentimiento sincero, que solicitéis con gran insistencia el apoyo de los buenos espíritus y llegaréis a la Tierra escudado contra todas las tentaciones. Una vez obtenida vuestra victoria, marcharéis en la vía de la felicidad con tanta más rapidez cuanto vuestro adelanto es ya muy grande bajo otros aspectos. Falta, sin embargo, que deis un paso más. Nosotros os ayudaremos con nuestras oraciones, pero éstas serían impotentes si no nos secundaseis con vuestros esfuerzos.
R. Gracias, ¡oh!, gracias por vuestras buenas exortaciones. Tenía mucha necesidad de las mismas, porque soy más desgraciado de lo que quería dar a entender. Voy a ponerlas en practica, os lo aseguro, y a prepararme para mi próxima encarnación, en la que haré de modo que no sucumba. Deseo salir pronto de este grosero centro donde estoy relegado.
Felicien
Evocación.
R. Echo de menos la Tierra. Tuve en ella decepciones, pero menores que aquí. Soñaba maravillas y estoy muy lejos de la idealidad real que tenía. El mundo de los espíritus es una confusión, y para hacerlo soportable, sería necesario escoger mucho. ¡No quiero volver más a él! ¡Qué ejemplos de costumbres espiritistas se podrían hacer aquí! Balzac debiera continuar su tarea, que sería ruda. Pero no le he visto. ¿Dónde se encuentran, pues, estos grandes espíritus que tanto azotaron los vicios de la Humanidad?. Deberían, como yo, permanecer aquí algún tiempo, antes de ir a las regiones más elevadas. Es un pandemonium curioso que me gusta observar y me quedo en él.
Aunque el espíritu declara que se encuentra en una sociedad de mucha mezcla, y por consecuencia de espíritus inferiores, nos sorprendió su lenguaje en razón a su género de muerte, a la cual no hacía ninguna ilusión, aunque por otra parte se veía el reflejo de su carácter. Esto nos dejaba algunas dudas sobre su identidad.
P. ¿Queréis referirnos, os lo suplico, cómo habéis muerto?
R. ¿Cómo he muerto? Por la muerte que he elegido, ella me ha gustado. He meditado bastante tiempo sobre la que debía elegir para librarme de la vida. Y a fe mía confieso que no he ganado gran cosa, si se exceptúa que me he librado de mis cuidados materiales, mas para encontrarlos más graves, más penosos en mi situación de espíritu, cuyo fin no preveo.
Al guía del médium:
P. ¿Es verdaderamente el espíritu de M. Felicien quien ha contestado? Ese lenguaje casi indiferente nos sorprende en un suicida.
R. Sí, pero por un sentimiento perdonable en su situación y que comprenderéis, no quería revelar su género de muerte al médium. Por esto mismo, buscando rodeos, concluyó por confesarlo obligado por vuestra pregunta directa, por lo que se halla muy afectado. Sufre mucho por haberse dado la muerte, y aparta tanto como puede todo lo que le recuerda ese fin funesto.
Al espíritu:
P. Vuestra muerte me afectó tanto más cuanto que preveía las tristes consecuencias para vos, y en razón, sobre todo, de la estimación y cariño que os teníamos. Personalmente, no he olvidado cuán bueno y servicial habéis sido para mí. Tendría la mayor felicidad en acreditaros mi reconocimiento, si puede haber algo que os sea útil.
R. Sin embargo, no podía evitar de otro modo lo embarazoso de mi situación material. Ahora sólo tengo necesidad de oraciones. Orad, sobre todo, para que se me libre de los horribles compañeros que me rodean, que me atormentan con sus risas, sus gritos y sus burlas infernales. Me llaman cobarde y tienen razón, cobardía es dejar la vida. Ya veis, van cuatro veces que sucumbo a esta prueba. ¡Sin embargo, mucho me había prometido no flaquear!... ¡Fatalidad!... ¡Ah!, orad. ¡Qué suplicio es el mío! ¡soy muy desgraciado! Haréis más por mí rogando que no he hecho por vos cuando estaba en la Tierra, pero la prueba a la cual he faltado tan a menudo, se presenta ante mí con rasgos indelebles. Es preciso que la sufra nuevamente en un tiempo dado. ¿Tendré bastante fuerza? ¡Ah! ¡Tantas veces volver a empezar la vida! ¡Luchar tanto tiempo y verme arrastrado por los acontecimientos a sucumbir a mi pesar, es desesperante, incluso aquí! Para esto tengo necesidad de fuerza. La oración la da, se dice: orad por mí, también yo quiero orar.
Este caso particular de suicidio, aunque ejecutado en circunstancias muy vulgares, se presenta, no obstante, bajo una fase especial. Nos muestra un espíritu que ha sucumbido muchas veces a esta prueba, que se renueva en cada existencia, y se renovará mientras no tenga la fuerza de resistirla ella. Es la confirmación el principio de que cuando el objeto de mejorar, para el cual nos hemos encarnado, no se alcanza, hemos sufrido sin provecho. Porque debemos volver a empezar hasta que salgamos victoriosos de la lucha.
Al espíritu del Sr. Felicien:
Os suplico que escuchéis lo que voy a exponeros, y tened a bien meditar mis palabras. Lo que llamáis fatalidad no es otro hecho que vuestra propia debilidad, porque no hay fatalidad. De no ser así, el hombre no sería responsable de sus actos. El hombre es siempre libre, y éste es su más bello privilegio. Dios no ha querido hacer de él una máquina que obrase y obedeciese a ciegas. Si esta libertad le hace falible, le hace también perfectible, y sólo por la perfección llega a la dicha suprema.
Su orgullo le conduce a acusar al destino de sus desgracias en la Tierra, cuando lo más a menudo son efecto de su incuria. Vos sois de esto un ejemplo patente. En vuestra última existencia teníais todo lo que era preciso para ser feliz según el mundo: ingenio, talento, fortuna, consideración merecida. No teníais vicios ruinosos, y sí cualidades estimables. ¿Cómo fue que vuestra situación se encontrara tan radicalmente comprometida?
Únicamente por vuestra imprevisión. Convenid en que si hubieseis obrado con más prudencia, si hubieseis sabido contentaros con la buena parte que teníais, en lugar de querer aumentarla sin necesidad, no habríais arruinado. No hubo, pues, fatalidad, puesto que podíais evitar lo que ha acontecido.
Vuestra prueba consistía en un encadenamiento de circunstancias que debían daros, no la necesidad, sino la tentación del suicidio. Desgraciadamente para vos, a pesar de vuestro talento y vuestra instrucción, no habéis sabido dominar estas circunstancias y pagáis la pena de vuestra debilidad. Esta prueba, como lo presentís con razón, debe renovarse todavía. En vuestra próxima existencia estaréis expuesto a acontecimientos que provocarán de nuevo el pensamiento del suicidio, y lo mismo será hasta que hayáis triunfado.
Lejos de acusar a la suerte de lo que es vuestra propia obra, admirad la bondad de Dios, que en lugar de condenaros irremisiblemente por vuestra falta primera, os ofrece sin cesar los medios de repararla. Sufriréis, pues, no eternamente, sino tanto tiempo como tardéis en reparar. De vos depende el tomar en el estado de espíritu resoluciones tan enérgicas, que expreséis a Dios un arrepentimiento sincero, que solicitéis con gran insistencia el apoyo de los buenos espíritus y llegaréis a la Tierra escudado contra todas las tentaciones. Una vez obtenida vuestra victoria, marcharéis en la vía de la felicidad con tanta más rapidez cuanto vuestro adelanto es ya muy grande bajo otros aspectos. Falta, sin embargo, que deis un paso más. Nosotros os ayudaremos con nuestras oraciones, pero éstas serían impotentes si no nos secundaseis con vuestros esfuerzos.
R. Gracias, ¡oh!, gracias por vuestras buenas exortaciones. Tenía mucha necesidad de las mismas, porque soy más desgraciado de lo que quería dar a entender. Voy a ponerlas en practica, os lo aseguro, y a prepararme para mi próxima encarnación, en la que haré de modo que no sucumba. Deseo salir pronto de este grosero centro donde estoy relegado.
Felicien