Usted esta en:
EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS > CAPÍTULO VIII - Expiaciones terrestres > Charles de Saint-G..., idiota
Charles de Saint-G..., idiota
Sociedad Espiritista de Paris
Carlos de San G... era un joven idiota, de trece años edad. Sus facultades intelectuales eran de tal nulidad, que no reconocía a sus padres y podía apenas tomar alimento. Había en él paralización completa de desarrollo en todo el sistema orgánico.
A San Luis:
1. ¿Querríais manifestarnos si podemos hacer la evocación del espíritu de este niño? R. Podéis evocarle como si evocaseis al espíritu de un muerto.
2. Vuestra respuesta nos haría suponer que la evocación podría hacerse en cualquier momento. R. Sí, su alma está unida a su cuerpo por lazos materiales, pero no por lazos espirituales. Puede desprenderse siempre.
3. Evocación de Carlos de San G...
R. Soy un pobre espíritu ligado a la Tierra, como un pájaro por una pata.
4. En vuestro estado actual, como espíritu, ¿tenéis conciencia de vuestra nulidad en este mundo? R. Ciertamente, reconozco bien mi cautiverio.
5. Cuando vuestro cuerpo duerme y vuestro espíritu se desprende, ¿tenéis las ideas tan lúcidas como si estuvieseis en un estado normal? R. Cuando mi desgraciado cuerpo descansa, soy un poco más libre para elevarme hacia el cielo, a donde aspiro ir.
6. ¿Experimentáis como espíritu un sentimiento penoso por vuestro estado corporal? R. Sí, puesto que es un castigo.
7. ¿Os acordáis de vuestra existencia precedente? R. ¡Oh! Sí, es la causa de mi destierro de ahora.
8. ¿Cuál era esa existencia? R. Un joven libertino en tiempos de Enrique III.
9. Decís que vuestra condición actual es un castigo. ¿No la habéis, pues, elegido? R. No.
10. ¿Cómo puede servir vuestra existencia actual a vuestro adelanto, en el estado de nulidad en que estáis? R. No es nula para mí, ante Dios que me la ha impuesto. .
11. ¿Prevéis la duración de vuestra existencia actual? R. No. Después de algunos años, volveré a mi patria.
12. Desde vuestra precedente existencia hasta vuestra encarnación actual, ¿qué habéis hecho como espíritu? R. Por lo mismo que era un espíritu ligero, Dios me ha encarcelado.
13. En vuestro estado de vigilia, ¿tenéis conciencia de lo que pasa alrededor vuestro, a pesar de la imperfección de vuestros órganos? R. Veo, oigo, pero mi cuerpo no comprende ni ve nada.
14. ¿Podemos hacer algo que os sea útil? R. Nada. A san Luis:
15. ¿Las oraciones por un espíritu encarnado, pueden tener la misma eficacia que para un espíritu errante? R. Las oraciones son siempre buenas y agradables a Dios. En la situación de este pobre espíritu no pueden servirle para nada, le servirán más tarde, porque Dios las tomará en cuenta.
Esta evocación confirma lo que siempre se ha dicho sobre los idiotas. Su nulidad moral no depende de la nulidad del espíritu, quien abstracción hecha de sus órganos. goza de todas sus facultades. La imperfección de los órganos no es sino un obstáculo a la libre manifestación de los pensamientos, no los aniquila. Este es el caso de un hombre vigoroso cuyos miembros estuviesen atados.
Instrucción de un espíritu sobre los idiotas y los imbéciles dada a la Sociedad de París:
Los imbéciles son seres castigados en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades. Su alma está encarcelada en un cuerpo cuyos órganos impotentes no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es uno de los más crueles castigos terrestres. Muchas veces es elegido por espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es estéril porque el espíritu no queda estacionado en su prisión de carne. Esos ojos entorpecidos, ven, ese cerebro deprimido, concibe. Pero nada puede traducirse por la palabra ni por la mirada, y salvo el movimiento, están moralmente en el estado de los aletargados y de los catalépticos que ven y oyen lo que pasa a su alrededor, sin poder expresarlo. Cuando tenéis en sueños esas terribles pesadillas en que queréis huir de un peligro, en que gritáis pidiendo socorro, mientras que vuestra lengua queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por un instante lo que el imbécil siente siempre, parálisis del cuerpo, unida a la vida del espíritu.
Casi todas las dolencias tienen así su razón de ser. Nada se hace sin causa, y lo que vosotros llamáis la injusticia de la suerte es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también un castigo del abuso de altas facultades. El loco tiene dos personalidades, la que desatina y la que tiene conciencia de sus actos sin poderlos dirigir.
En cuanto a los imbéciles, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, puede ser tan agitada como las existencias más complicadas por los acontecimientos.
Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario, sienten haber elegido y experimentan un deseo furioso de volver a la otra vida. Deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada, de la cual tienen conciencia, porque los imbéciles y los locos saben más que vosotros, y bajo su impotencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis ninguna idea.
Los actos de furor o de imbecilidad a que su cuerpo se entrega son juzgados por el ser interior que sufre de esto y que se avergüenza. Por lo tanto, abofetearles, injuriarles, maltratarles, como se hace algunas veces, es aumentar sus sufrimientos. Porque es hacerles sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudieran, llamarían cobardes a los que obran de este modo, porque saben que su víctima no puede defenderse.
La imbecilidad no es una de las leyes de Dios, y la ciencia puede hacerla desaparecer, porque es resultado material de la ignorancia, de la miseria y del desaseo. Los nuevos medios de higiene que la ciencia, más práctica, ha puesto al alcance de todos, tienden a destruirla. Siendo el progreso la condición expresa de la Humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos. Todas acabarán siendo morales, y cuando vuestra Tierra, joven aún, haya cumplido todas las fases de su existencia, será una morada de felicidad como otros planetas más avanzados.
Pedro Jonty, padre del médium
Hubo un tiempo en que se puso en cuestión el alma de los imbéciles y se preguntaba si pertenecían verdaderamente a la especie humana. La manera como el Espiritismo lo considera, ¿no es de alta moralidad y de gran enseñanza? ¿No hay materia para serias reflexiones pensando que esos cuerpos desgraciados encierran almas que puede que hayan brillado en el mundo, que son tan lúcidas y tan pensadoras como las nuestras, bajo la espesa envoltura que ahoga sus manifestaciones, y que puede sucedernos lo mismo a nosotros, si abusamos de las facultades que nos ha dispensado la Providencia?
Además, ¿cómo podría explicarse la imbecilidad? ¿Cómo podría estar conforme con la justicia y la bondad de Dios, sin admitir la pluralidad de existencias? Si no ha vivido ya el alma, debe haber sido creada al mismo tiempo que el cuerpo. ¿cómo se justifica la creación de almas tan desheredadas, como las de los imbéciles, por un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata de uno de esos accidentes, como la locura, por ejemplo, que se pueden prevenir o curar. Esos seres nacen y mueren en el mismo estado.
No teniendo ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál es su suerte en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? ¿Mas por qué se concedería este favor, puesto que no han hecho bien? ¿Irán a lo que se llama 1imbo, estarán en un estado mixto que no es ni la dicha ni la desgracia? Pero, ¿por qué esta inferioridad eterna? ¿Es culpa suya si Dios los ha creado imbéciles? Desafiamos a todos los que rechazan la doctrina de la reencarnación a que salgan de este círculo estrecho y sin salida. Con la reencarnación, al contrario, lo que parece injusto viene a ser una admirable justicia. Lo que es inexplicable, se explica de una manera muy racional.
Por lo demás, no sabemos que los que no admiten esta doctrina la hayan jamás combatido con otros argumentos más que con el de su repugnancia personal a volver a la Tierra. A ésos podemos contestarles: Para que volváis a ella, Dios no os pide vuestro permiso, así como el juez no consulta la voluntad del condenado para enviarle a presidio.
Cada uno tiene la posibilidad de no volver a ella, mejorándose lo suficiente para merecer pasar a una esfera más elevada. Pero en esas esferas venturosas no se admite el egoísmo ni el orgullo. Es necesario trabajar despojándose de estas dolencias morales, si se quiere ascender un grado.
Se sabe que en ciertas comarcas los imbéciles, lejos de ser un objeto de desprecio, están rodeados de cuidados benévolos. ¿No dependería este sentimiento de una intuición del verdadero estado de esos infortunados, tanto más digno de respeto cuanto que su espíritu, que comprende su situación, debe sufrir al considerarse la escoria de la sociedad?
En dichas comarcas tienen por un favor y bendición de Dios el contar a uno de estos seres entre la familia. ¿Es quizás una superstición? Es posible, porque entre los ignorantes se mezcla la superstición con las ideas más santas, que no saben explicarse. En todos los casos es para los padres una ocasión de ejercer una caridad, tanto más meritoria cuanto que siendo generalmente pobres es para ellos una carga sin compensación material.
Existe más mérito en rodear de cuidados afectuosos a un niño desgraciado que a aquel cuyas cualidades ofrecen una compensación. Pero la caridad del corazón, siendo una de las virtudes más agradables a Dios, atrae siempre su bendición sobre los que la practican. Ese sentimiento innato entre aquellas gentes equivale a esta oración: “-Gracias, Dios mío, por habernos dado como prueba el sostener a un ser débil, y consolar a un afligido.”
Carlos de San G... era un joven idiota, de trece años edad. Sus facultades intelectuales eran de tal nulidad, que no reconocía a sus padres y podía apenas tomar alimento. Había en él paralización completa de desarrollo en todo el sistema orgánico.
A San Luis:
1. ¿Querríais manifestarnos si podemos hacer la evocación del espíritu de este niño? R. Podéis evocarle como si evocaseis al espíritu de un muerto.
2. Vuestra respuesta nos haría suponer que la evocación podría hacerse en cualquier momento. R. Sí, su alma está unida a su cuerpo por lazos materiales, pero no por lazos espirituales. Puede desprenderse siempre.
3. Evocación de Carlos de San G...
R. Soy un pobre espíritu ligado a la Tierra, como un pájaro por una pata.
4. En vuestro estado actual, como espíritu, ¿tenéis conciencia de vuestra nulidad en este mundo? R. Ciertamente, reconozco bien mi cautiverio.
5. Cuando vuestro cuerpo duerme y vuestro espíritu se desprende, ¿tenéis las ideas tan lúcidas como si estuvieseis en un estado normal? R. Cuando mi desgraciado cuerpo descansa, soy un poco más libre para elevarme hacia el cielo, a donde aspiro ir.
6. ¿Experimentáis como espíritu un sentimiento penoso por vuestro estado corporal? R. Sí, puesto que es un castigo.
7. ¿Os acordáis de vuestra existencia precedente? R. ¡Oh! Sí, es la causa de mi destierro de ahora.
8. ¿Cuál era esa existencia? R. Un joven libertino en tiempos de Enrique III.
9. Decís que vuestra condición actual es un castigo. ¿No la habéis, pues, elegido? R. No.
10. ¿Cómo puede servir vuestra existencia actual a vuestro adelanto, en el estado de nulidad en que estáis? R. No es nula para mí, ante Dios que me la ha impuesto. .
11. ¿Prevéis la duración de vuestra existencia actual? R. No. Después de algunos años, volveré a mi patria.
12. Desde vuestra precedente existencia hasta vuestra encarnación actual, ¿qué habéis hecho como espíritu? R. Por lo mismo que era un espíritu ligero, Dios me ha encarcelado.
13. En vuestro estado de vigilia, ¿tenéis conciencia de lo que pasa alrededor vuestro, a pesar de la imperfección de vuestros órganos? R. Veo, oigo, pero mi cuerpo no comprende ni ve nada.
14. ¿Podemos hacer algo que os sea útil? R. Nada. A san Luis:
15. ¿Las oraciones por un espíritu encarnado, pueden tener la misma eficacia que para un espíritu errante? R. Las oraciones son siempre buenas y agradables a Dios. En la situación de este pobre espíritu no pueden servirle para nada, le servirán más tarde, porque Dios las tomará en cuenta.
Esta evocación confirma lo que siempre se ha dicho sobre los idiotas. Su nulidad moral no depende de la nulidad del espíritu, quien abstracción hecha de sus órganos. goza de todas sus facultades. La imperfección de los órganos no es sino un obstáculo a la libre manifestación de los pensamientos, no los aniquila. Este es el caso de un hombre vigoroso cuyos miembros estuviesen atados.
Instrucción de un espíritu sobre los idiotas y los imbéciles dada a la Sociedad de París:
Los imbéciles son seres castigados en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades. Su alma está encarcelada en un cuerpo cuyos órganos impotentes no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es uno de los más crueles castigos terrestres. Muchas veces es elegido por espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es estéril porque el espíritu no queda estacionado en su prisión de carne. Esos ojos entorpecidos, ven, ese cerebro deprimido, concibe. Pero nada puede traducirse por la palabra ni por la mirada, y salvo el movimiento, están moralmente en el estado de los aletargados y de los catalépticos que ven y oyen lo que pasa a su alrededor, sin poder expresarlo. Cuando tenéis en sueños esas terribles pesadillas en que queréis huir de un peligro, en que gritáis pidiendo socorro, mientras que vuestra lengua queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por un instante lo que el imbécil siente siempre, parálisis del cuerpo, unida a la vida del espíritu.
Casi todas las dolencias tienen así su razón de ser. Nada se hace sin causa, y lo que vosotros llamáis la injusticia de la suerte es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también un castigo del abuso de altas facultades. El loco tiene dos personalidades, la que desatina y la que tiene conciencia de sus actos sin poderlos dirigir.
En cuanto a los imbéciles, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, puede ser tan agitada como las existencias más complicadas por los acontecimientos.
Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario, sienten haber elegido y experimentan un deseo furioso de volver a la otra vida. Deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada, de la cual tienen conciencia, porque los imbéciles y los locos saben más que vosotros, y bajo su impotencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis ninguna idea.
Los actos de furor o de imbecilidad a que su cuerpo se entrega son juzgados por el ser interior que sufre de esto y que se avergüenza. Por lo tanto, abofetearles, injuriarles, maltratarles, como se hace algunas veces, es aumentar sus sufrimientos. Porque es hacerles sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudieran, llamarían cobardes a los que obran de este modo, porque saben que su víctima no puede defenderse.
La imbecilidad no es una de las leyes de Dios, y la ciencia puede hacerla desaparecer, porque es resultado material de la ignorancia, de la miseria y del desaseo. Los nuevos medios de higiene que la ciencia, más práctica, ha puesto al alcance de todos, tienden a destruirla. Siendo el progreso la condición expresa de la Humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos. Todas acabarán siendo morales, y cuando vuestra Tierra, joven aún, haya cumplido todas las fases de su existencia, será una morada de felicidad como otros planetas más avanzados.
Pedro Jonty, padre del médium
Hubo un tiempo en que se puso en cuestión el alma de los imbéciles y se preguntaba si pertenecían verdaderamente a la especie humana. La manera como el Espiritismo lo considera, ¿no es de alta moralidad y de gran enseñanza? ¿No hay materia para serias reflexiones pensando que esos cuerpos desgraciados encierran almas que puede que hayan brillado en el mundo, que son tan lúcidas y tan pensadoras como las nuestras, bajo la espesa envoltura que ahoga sus manifestaciones, y que puede sucedernos lo mismo a nosotros, si abusamos de las facultades que nos ha dispensado la Providencia?
Además, ¿cómo podría explicarse la imbecilidad? ¿Cómo podría estar conforme con la justicia y la bondad de Dios, sin admitir la pluralidad de existencias? Si no ha vivido ya el alma, debe haber sido creada al mismo tiempo que el cuerpo. ¿cómo se justifica la creación de almas tan desheredadas, como las de los imbéciles, por un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata de uno de esos accidentes, como la locura, por ejemplo, que se pueden prevenir o curar. Esos seres nacen y mueren en el mismo estado.
No teniendo ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál es su suerte en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? ¿Mas por qué se concedería este favor, puesto que no han hecho bien? ¿Irán a lo que se llama 1imbo, estarán en un estado mixto que no es ni la dicha ni la desgracia? Pero, ¿por qué esta inferioridad eterna? ¿Es culpa suya si Dios los ha creado imbéciles? Desafiamos a todos los que rechazan la doctrina de la reencarnación a que salgan de este círculo estrecho y sin salida. Con la reencarnación, al contrario, lo que parece injusto viene a ser una admirable justicia. Lo que es inexplicable, se explica de una manera muy racional.
Por lo demás, no sabemos que los que no admiten esta doctrina la hayan jamás combatido con otros argumentos más que con el de su repugnancia personal a volver a la Tierra. A ésos podemos contestarles: Para que volváis a ella, Dios no os pide vuestro permiso, así como el juez no consulta la voluntad del condenado para enviarle a presidio.
Cada uno tiene la posibilidad de no volver a ella, mejorándose lo suficiente para merecer pasar a una esfera más elevada. Pero en esas esferas venturosas no se admite el egoísmo ni el orgullo. Es necesario trabajar despojándose de estas dolencias morales, si se quiere ascender un grado.
Se sabe que en ciertas comarcas los imbéciles, lejos de ser un objeto de desprecio, están rodeados de cuidados benévolos. ¿No dependería este sentimiento de una intuición del verdadero estado de esos infortunados, tanto más digno de respeto cuanto que su espíritu, que comprende su situación, debe sufrir al considerarse la escoria de la sociedad?
En dichas comarcas tienen por un favor y bendición de Dios el contar a uno de estos seres entre la familia. ¿Es quizás una superstición? Es posible, porque entre los ignorantes se mezcla la superstición con las ideas más santas, que no saben explicarse. En todos los casos es para los padres una ocasión de ejercer una caridad, tanto más meritoria cuanto que siendo generalmente pobres es para ellos una carga sin compensación material.
Existe más mérito en rodear de cuidados afectuosos a un niño desgraciado que a aquel cuyas cualidades ofrecen una compensación. Pero la caridad del corazón, siendo una de las virtudes más agradables a Dios, atrae siempre su bendición sobre los que la practican. Ese sentimiento innato entre aquellas gentes equivale a esta oración: “-Gracias, Dios mío, por habernos dado como prueba el sostener a un ser débil, y consolar a un afligido.”