EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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José Bré

El hombre honrado según Dios o según los hombres
Muerto en 1840, evocado en Burdeos por su nieta en 1862


1. Querido abuelo, ¿queréis decirme cómo estáis en el mundo de los espíritus y darme algunos detalles instructivos para nuestro adelanto?


R. Todo lo que tú quieras, mi querida hija. Expío mi falta de fe, pero la bondad de Dios es grande, y toma en cuenta las circunstancias. Sufro, no como podrías entenderlo, sino por el sentimiento que tengo de no haber empleado bien mi tiempo en la Tierra.


2. ¿Cómo no lo habéis empleado bien, si habéis vivido siempre como hombre honrado?


R. Sí, desde el punto de vista de los hombres, pero hay un abismo entre el hombre honrado ante los hombres y el hombre honrado ante Dios. Quieres instruirte, hija mía. Trataré de hacerte conocer la diferencia.


Entre vosotros se tiene a un hombre como honrado cuando respeta las leyes de su país, respeto elástico para muchos. Cuando no hace mal a su prójimo, quitándole ostensiblemente 1o suyo. Pero le quita a menudo sin ningún reparo su honor y su dicha, desde el momento en que el código o la opinión pública no pueden alcanzar al culpable hipócrita. Cuando se ha grabado en la lápida de la tumba la retahíla de virtudes que se ensalzan, se cree haber pagado una deuda a la Humanidad. ¡Qué horror! No basta para ser honrado ante Dios dejar de infringir las leyes de los hombres. Es preciso ante todo no haber quebrantado las leyes divinas.


El hombre honrado ante Dios es aquel que, lleno de abnegación y de amor, consagra su vida al bien, al progreso de sus semejantes. Aquel que, marchando al fin que se propone, es activo en la vida para cumplir la tarea material que se le ha impuesto, porque no debe olvidar que sólo es un servidor al cual el amo le pedirá un día cuenta del empleo de su tiempo. Activo hasta el fin, porque debe predicar con el ejemplo el amor del Señor y del prójimo. El hombre honrado ante Dios debe evitar con cuidado esas palabras mordaces, veneno escondido entre flores, que destruyen las reputaciones y a menudo mata al hombre moral cubriéndole con el ridículo. El hombre honrado ante Dios debe tener siempre el corazón firme contra el menor átomo de orgullo, de envidia, de ambición. Debe ser paciente y dulce con los que le atacan. Debe perdonar de todo corazón, sin esfuerzos y sobre todo sin ostentación, a cualquiera que le haya ofendido. Debe amar a su Creador en todas sus criaturas. Debe, en fin, poner en práctica este resumen tan conciso y tan grande de los deberes del hombre. Amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo.


He ahí, mi querida hija, casi explicado lo que debe ser el hombre honrado ante Dios. Pues bien, ¿he hecho yo esto? No, he faltado a muchas de esas condiciones, lo confieso sin avergonzarme. No he tenido la actividad que el hombre debe tener. El olvido del Señor me ha arrastrado a otros olvidos que, no por no caer bajo la ley humana, dejan de ser prevaricaciones a la ley de Dios. He sufrido bastante por eso cuando lo he reconocido, y por esta razón me anima hoy la consoladora esperanza en la bondad de Dios, que ve mi arrepentimiento. Decidlo, querida hija, repetidlo a los que tienen la conciencia cargada. Que cubran sus faltas a fuerza de buenas obras, y la misericordia divina se detendrá en la superficie. Sus ojos paternales encontrarán las expiaciones y su mano poderosa borrará las faltas.