EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Ana Bitter

La pérdida de un hijo adorado es una herida que causa terrible pesar. Pero ver un hijo único que prometía las más bellas esperanzas, en el que se han concentrado todos los afectos, desmedrarse a vuestra vista, extinguiéndose sin sufrimientos, por una de esas rarezas de la naturaleza que burlan la perspicacia de la ciencia. Haber agotado inútilmente todos los recursos del arte y adquirido la certeza de que no hay ninguna esperanza, y sufrir esta angustia todos los días, durante largos años, sin prever su término, es un suplicio cruel que la fortuna aumenta, lejos de endulzarlo, porque no se tiene la esperanza de verla gozar a un ser querido.


Tal era la situación del padre de Ana Bitter. Así es que una sombría desesperación se apoderó de su alma. v su carácter se agriaba más y más a la vista de ese espectáculo lastimoso, cuyo desenlace no podía ser sino fatal, aunque indeterminado. Un amigo de la familia, iniciado en el Espiritismo, creyó debía interrogar a su espíritu protector sobre el particular, y recibió la contestación siguiente:


“Con mucho gusto te daré la explicación del extraño fenómeno que tienes a la vista, porque sé que, al pedírmela tú, no te mueve una curiosidad indiscreta sino el interés que tienes por esta pobre niña, y porque será para ti, creyendo en la justicia de Dios, una enseñanza provechosa. Aquellos a quienes quiere herir el Señor deben bajar su frente y no maldecirle y rebelarse, porque no hiere jamás sin causa. Pronto debe venir entre nosotros la pobre joven, cuyo decreto de muerte suspendió el Todopoderoso, porque Dios tuvo piedad de ella. Y su padre, este desgraciado entre los hombres, debe ser herido en el solo afecto de su vida, por haberse burlado del corazón y de la confianza de los que le rodean.


“Por un momento ha llegado al Altísimo su arrepentimiento, la muerte ha suspendido su espada sobre esta cabeza tan querida. Pero ha vuelto a la rebelión y el castigo sigue siempre a la misma. ¡Dichoso uno cuando es castigado en esa Tierra! Rogad, amigos míos, por esta pobre niña, cuya juventud hará difíciles los últimos momentos. Es tan abundante la savia en este pobre ser, a pesar de su estado de decaimiento, que el alma se desatará con trabajo. ¡Oh! Rogad, más tarde os ayudará, y ella misma os dará consuelos, porque su espíritu es más elevado que los de las personas que la rodean.


“Por un permiso especial del Señor he contestado a lo que me has preguntado, porque es necesario que este espíritu esté ayudado para que el desprendimiento sea más fácil”


El padre ha muerto después de haber sufrido el aislamiento por la pérdida de su hija. He aquí las primeras comunicaciones que han dado la una y el otro después de su muerte:


La hija:


Gracias, amigo mío, por haberos interesado por la pobre niña, y por haber seguido los consejos de vuestro buen guía. Sí, gracias a vuestras oraciones, he podido dejar más fácilmente mi envoltura terrestre, porque mi padre no oraba. ¡Maldecía! No le quiero mal, sin embargo. Esto era a consecuencia de su gran ternura por mí. Ruego a Dios le haga la gracia de ser iluminado antes de morir. Le impulso, le animo, mi misión es endulzar sus últimos instantes.


A veces un rayo de luz divina parece penetrar hasta él, pero no es más que un relámpago pasajero, y pronto vuelve a caer en sus primeras ideas. No hay en él sino un germen de fe ahogada por los intereses del mundo, y que sólo podrán desenvolver nuevas pruebas más terribles, mucho me temo.


En cuanto a mí, no tenía que sufrir sino un resto de expiación, por esto no ha sido muy dolorosa ni muy dificil. En mi extraña enfermedad, no sufría, era más bien un instrumento de prueba para mi padre, porque sufría más por verme en aquel estado en que yo misma estaba resignada, y él no.


Hoy he sido recompensada por esto. Dios me ha hecho el favor de abreviar mi morada en la Tierra, y le doy las gracias. Soy feliz entre los buenos espíritus que me rodean. Todos nos dedicamos a nuestras ocupaciones con alegría, porque la falta de actividad sería un cruel suplicio.


El padre, cerca de un mes después de su muerte:


P. Nuestro objeto al llamaros es el de averiguar vuestra situación en el mundo de los espíritus, para seros útil, si nos es posible.


R. ¡El mundo de los espíritus! yo no lo veo. No veo sino hombres que he conocido y de los cuales ninguno piensa en mí ni me echa de menos. Al contrario, parece que están contentos por haberse desembarazado de mí.


P. ¿Os dais cuenta de vuestra situación?


R. Perfectamente. Durante algún tiempo he creído estar todavía en vuestro mundo, pero ahora sé muy bien que no estoy en él.


P. ¿Cómo es que no veíais otros espíritus alrededor vuestro?


R. Lo ignoro. Sin embargo, cerca de mí todo lo veo claro.


P. ¿Habéis vuelto a ver a vuestra hija?


R. No, murió. La busco, la llamo inútilmente. ¡Qué vacío horrible me ha dejado su muerte en la Tierra! Muriendo, me decía que la encontraría sin duda. Pero nada. siempre el aislamiento a mi alrededor. Nadie me dirige una palabra de consuelo y de esperanza. Adiós, voy a buscar a mi hija.


El guía del médium:


Este hombre no era ateo ni materialista, sino uno de aquellos que creen vagamente, sin preocuparse de Dios ni del porvenir, dominados como están por los intereses de la Tierra. Profundamente egoísta, sin duda lo hubiera sacrificado todo para salvar a su hija. Pero por su provecho personal también sacrificaría sin escrúpulo los intereses de los demás. Fuera de su hija, no tenía afección por nadie.


Por esto Dios le ha castigado como sabéis. Le ha quitado su único consuelo en la Tierra, y como no se ha arrepentido, tampoco la puede encontrar en el mundo de los espíritus. Como no se interesaba por nadie en la Tierra, tampoco se interesa nadie por él. Está solo, abandonado, ése es su castigo. Sin embargo, su hija está cerca de él, pero no la ve. Si la viese, no sufriría su castigo. ¿Qué hace? ¿Se dirige a Dios? ¿Se arrepiente? No, murmura siempre, incluso blasfema. Hace en una palabra, lo que hacía en la Tierra. Ayudadle con la oración y los consejos a salir de su ceguera.