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EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS > CAPÍTULO II - Espíritus felices > Víctor Lebufle
Víctor Lebufle
Joven práctico, perteneciente al puerto de El Havre, muerto a la edad de veinte años. Habitaba con su madre, modesta revendedora, a la cual dedicaba los cuidados más tiernos y más afectuosos, y la sostenía con el producto de su rudo trabajo. Jamás se le vio frecuentar las tabernas, ni entregarse a los excesos tan frecuentes en su profesión, porque no quería distraer la menor parte de su ganancia del piadoso uso a que la consagraba. Todo el tiempo que no estaba ocupado en su oficio, lo dedicaba a su madre para evitarle cansancio. Atacado desde largo tiempo por la enfermedad, de la cual conocía que debía morir, ocultaba sus sufrimientos por miedo de causarle inquietud y de que no quisiese encargarse ella misma de sus ocupaciones. Era preciso que este joven tuviese un gran fondo de cualidades naturales, y gran fuerza de voluntad, para resistir, en la edad de las pasiones, a las perniciosas tentaciones del centro en que vivía. Era de una piedad sincera, y su muerte ha sido edificante.
La víspera de ella exigió de su madre que fuese a descansar un poco, diciéndole que él también tenía necesidad de dormir. Aquélla tuvo entonces una visión. Se encontraba, según dice, en una gran oscuridad. Después vio un punto luminoso que se engrandecía poco a poco y la habitación se encontró iluminada por una brillante claridad, de la cual se destacó la figura de su hijo, radiante y elevándose en el espacio infinito. Comprendió que su fin estaba próximo. En efecto, al día siguiente su alma bella había dejado la tierra, mientras sus labios murmuraban una oración.
Una familia espiritista que conocía su admirable conducta y se interesaba por su madre que quedaba sola, había tenido la intención de evocarle poco tiempo después de su muerte. Pero se manifestó espontáneamente, dando la comunicación siguiente:
“Deseáis saber lo que soy ahora: muy dichoso, ¡oh! ¡Muy dichoso! No contéis para nada los sufrimientos y las angustias, porque son origen de bendiciones y de felicidad más allá de la tumba. ¡La dicha! No comprendéis lo que esta palabra significa. Las felicidades de la Tierra están tan distantes de lo que sentimos cuando volvemos hacia el Señor con una conciencia pura, con la confianza volvemos del servidor que ha cumplido bien su deber, y que espera, lleno de alegría, la aprobación de aquel que lo es todo.
“¡Oh! Amigos míos, la vida es penosa y difícil si no miráis el fin. Pero, os lo digo en verdad, cuando vengáis entre nosotros, si vuestra vida ha sido según la ley de Dios, seréis recompensados mucho más de los sufrimientos y de los méritos que creéis haber ganado para el cielo. Sed buenos, sed caritativos, con esa caridad desconocida por muchos de entre los hombres, que se llama benevolencia. Socorred a vuestros semejantes. Haced por ellos lo que se hiciese por vosotros mismos. Porque ignoráis la miseria íntima y conocéis la vuestra. Socorred a mi madre, mi pobre madre, mi único recuerdo de la Tierra. Debe sufrir otras pruebas y es necesario que llegue al cielo.
“Adiós, voy a ella.”
El guía del médium:
“Los sufrimientos que se tienen durante una encarnación terrestre, no siempre son un castigo. Los espíritus que por la voluntad de Dios vienen a cumplir una misión en la Tierra, como el que acaba de comunicarse a vosotros, son felices cuando sufren los males que para otros serían una expiación. Durante el sueño van a refrescar su espíritu cerca del Altísimo, y Éste les da la fuerza para soportarlo todo para su mayor gloria. La misión de este espíritu, en su última existencia, no era una misión brillante. Pero aunque haya sido oscura, no por eso ha tenido menos mérito, porque no podía ser estimulado por el orgullo. Tenía desde luego que cumplir un deber de reconocimiento hacia la que fue su madre. Debía enseguida demostrar que en los malos centros pueden encontrarse almas puras, de sentimientos nobles y elevados, y que con la voluntad se puede resistir a todas las tentaciones. Ésta es una prueba de que las cualidades tienen una causa anterior, y su ejemplo no habrá sido estéril.”
La víspera de ella exigió de su madre que fuese a descansar un poco, diciéndole que él también tenía necesidad de dormir. Aquélla tuvo entonces una visión. Se encontraba, según dice, en una gran oscuridad. Después vio un punto luminoso que se engrandecía poco a poco y la habitación se encontró iluminada por una brillante claridad, de la cual se destacó la figura de su hijo, radiante y elevándose en el espacio infinito. Comprendió que su fin estaba próximo. En efecto, al día siguiente su alma bella había dejado la tierra, mientras sus labios murmuraban una oración.
Una familia espiritista que conocía su admirable conducta y se interesaba por su madre que quedaba sola, había tenido la intención de evocarle poco tiempo después de su muerte. Pero se manifestó espontáneamente, dando la comunicación siguiente:
“Deseáis saber lo que soy ahora: muy dichoso, ¡oh! ¡Muy dichoso! No contéis para nada los sufrimientos y las angustias, porque son origen de bendiciones y de felicidad más allá de la tumba. ¡La dicha! No comprendéis lo que esta palabra significa. Las felicidades de la Tierra están tan distantes de lo que sentimos cuando volvemos hacia el Señor con una conciencia pura, con la confianza volvemos del servidor que ha cumplido bien su deber, y que espera, lleno de alegría, la aprobación de aquel que lo es todo.
“¡Oh! Amigos míos, la vida es penosa y difícil si no miráis el fin. Pero, os lo digo en verdad, cuando vengáis entre nosotros, si vuestra vida ha sido según la ley de Dios, seréis recompensados mucho más de los sufrimientos y de los méritos que creéis haber ganado para el cielo. Sed buenos, sed caritativos, con esa caridad desconocida por muchos de entre los hombres, que se llama benevolencia. Socorred a vuestros semejantes. Haced por ellos lo que se hiciese por vosotros mismos. Porque ignoráis la miseria íntima y conocéis la vuestra. Socorred a mi madre, mi pobre madre, mi único recuerdo de la Tierra. Debe sufrir otras pruebas y es necesario que llegue al cielo.
“Adiós, voy a ella.”
El guía del médium:
“Los sufrimientos que se tienen durante una encarnación terrestre, no siempre son un castigo. Los espíritus que por la voluntad de Dios vienen a cumplir una misión en la Tierra, como el que acaba de comunicarse a vosotros, son felices cuando sufren los males que para otros serían una expiación. Durante el sueño van a refrescar su espíritu cerca del Altísimo, y Éste les da la fuerza para soportarlo todo para su mayor gloria. La misión de este espíritu, en su última existencia, no era una misión brillante. Pero aunque haya sido oscura, no por eso ha tenido menos mérito, porque no podía ser estimulado por el orgullo. Tenía desde luego que cumplir un deber de reconocimiento hacia la que fue su madre. Debía enseguida demostrar que en los malos centros pueden encontrarse almas puras, de sentimientos nobles y elevados, y que con la voluntad se puede resistir a todas las tentaciones. Ésta es una prueba de que las cualidades tienen una causa anterior, y su ejemplo no habrá sido estéril.”