EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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3. La ciencia, con la inexorable lógica de los hechos y de la observación, llevó su antorcha hasta las profundidades del espacio y manifestó la incoherencia de todas esas teorías. La Tierra no es ya el eje del Universo, sino uno de los astros más pequeños que giran en la inmensidad. El mismo Sol no es más que el centro de un sistema planetario. Las estrellas son innumerables soles alrededor de los cuales giran innumerables mundos, separados por distancias apenas accesibles al pensamiento, aun cuando nos parezca que casi se tocan unos con otros. En este conjunto regido por las leyes eternas, en las que se manifiestan la sabiduría y el poder del Creador, la Tierra sólo aparece como un punto imperceptible, y uno de los menos favorecidos para la habitabilidad. Desde luego, uno se pregunta: ¿Por qué habría hecho Dios que la Tierra fuese el único asiento de la vida, y desterrado en ella a sus criaturas predilectas? Al contrario, todo manifiesta que la vida está en todas partes, y que la Humanidad es infinita como el Universo. Desde que la ciencia nos ha revelado mundos semejantes a la Tierra, quedó demostrado que Dios no pudo crearlos sin ningún fin. Debió poblarlos de seres dotados de inteligencia para gobernarlos.