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EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS > CAPÍTULO V - Suicidas > El padre y el quinto
El padre y el quinto
Al principio de la guerra de Italia, en 1859, un negociante de París, padre de familia, que disfrutaba de la estimación general de todos sus vecinos, tenía un hijo que tenía que ser soldado. Encontrándose, por su posición , en la imposibilidad de librarle del servicio, tuvo la idea de suicidarse a fin de eximirle como hijo único de viuda. Fue evocado un año después en la Sociedad de París, a petición de una persona que le había conocido y que deseaba saber de su suerte en el mundo de los espíritus. A san Luis:
P. ¿Queréis manifestarnos si podemos hacer la evocación del hombre de quien se acaba de hablar? R. Sí, tendrá mucho gusto en ello, porque se sentirá un poco aliviado.
1. Evocación. R. ¡Oh! ¡Gracias! Sufro mucho, pero... es justo. Sin embargo, me perdonará.
El espíritu escribió con gran dificultad. Los caracteres eran irregulares y mal formados. Después de la palabra pero se detuvo, trató en vano de escribir, y no hizo más que algunos rasgos indescifrables y puntos. Es evidente que no pudo escribir la palabra Dios.
2. Llenad el espacio que acabáis de dejar. R. Soy indigno de hacerlo.
3. Decís que sufrís. Sin duda habéis hecho mal en suicidaros, pero el motivo que os ha conducido a este acto, ¿no os ha merecido alguna indulgencia? R. Mi castigo será menos largo, pero la acción no es por esto menos mala.
4. ¿Podríais describirnos el castigo que sufrís? R. Sufro doblemente en mi alma y en mi cuerpo. Sufro en este último, aunque no lo poseo, como el amputado sufre en el miembro ya separado.
5. ¿Vuestra acción ha tenido por único motivo vuestro hijo, y no habéis sido inducido por ninguna otra causa? R. Sólo el amor paterno me ha guiado, pero me ha guiado mal, y en consideración a esa causa, mi pena será abreviada.
6. ¿Prevéis el término de vuestros sufrimientos? R. No sé el término, pero tengo la seguridad de que existe, lo cual es un alivio para mí.
7. Ahora mismo no habéis podido escribir el nombre de Dios. Hemos visto, sin embargo, espíritus que sufrían mucho escribiéndolo. ¿Forma esto parte de vuestro castigo? R. Lo podré con grandes esfuerzos de arrepentimiento.
8. Pues bien, haced grandes esfuerzos y procurad escribirlo. Estamos convencidos de que si lo conseguís, os será de alivio. El espíritu acaba por escribir en caracteres irregulares, temblones y muy gruesos: “Dios es muy bueno.”
9. Estamos muy contentos con que hayáis venido a nuestro llamamiento, y rogaremos a Dios por vos a fin de alcanzar su misericordia. R. Sí, si me hacéis el favor... A san Luis:
10. ¿Queréis darnos vuestra apreciación personal sobre el acto del espíritu que acabamos de evocar? R. Este espíritu sufre justamente, porque no ha tenido confianza en Dios, lo cual es una falta siempre punible. El castigo sería terrible y muy largo si no tuviese en su favor un motivo laudable, que era el de impedir a su hijo que fuese a buscar la muerte.
Dios, que ve el fondo de los corazones y que es justo. no le castiga sino según sus obras.
Observaciones. Desde luego, este suicidio parece excusable, porque puede ser considerado como un acto de abnegación. Lo es, en efecto, pero no lo es completamente. Como explica el espíritu de san Luis, este hombre no tuvo confianza en Dios. Puede que por su acción haya impedido que su hijo cumpliera su destino. No es seguro que su hijo hubiese de morir en la guerra, y quizás esta carrera debía presentarle la ocasión de hacer algo útil para su adelanto.
Su intención era buena, sin duda, y también se le ha tenido en cuenta. La intención atenúa el mal y merece indulgencia, pero no impide que el mal sea mal. Sin esto, a favor del pensamiento, podrían excusarse todas las maldades y también se podría matar bajo el pretexto de hacer un servicio. Una madre que matase a su hijo en la creencia de que le envía derecho al cielo, ¿dejaría de estar en error porque lo hiciera con buena intención? Con este sistema se justificarían todos los crímenes que el fanatismo ciego hizo cometer en las guerras de religión.
Es un principio que el hombre no tiene derecho a disponer de su vida, porque se le ha dado con la mira de los deberes que debe cumplir en la Tierra. Así es que no debe abreviarla voluntariamente bajo ningún pretexto. Como tiene su libre albedrío, nadie puede impedírselo, pero sufre siempre las consecuencias. El suicidio más severamente castigado es aquel que se ejecuta en un acto de desesperación y con la idea de librarse de las miserias de la vida. Siendo semejantes penalidades a la vez pruebas y expiaciones, sustraerse a ellas equivale a retroceder ante la tarea que se había aceptado, y ante la misión que se debía cumplir.
El suicidio no consiste solamente en el acto voluntario que produce la muerte instantánea. Consiste también en todo aquello que se hace con conocimiento de causa para precipitar la extinción de las fuerzas vitales.
No se puede asimilar con el suicidio la abnegación de aquel que se expone a una muerte inminente por salvar a sus semejantes. En primer lugar porque no hay en este caso ninguna intención premeditada de sustraerse a la vida, y, en segundo, porque no hay peligro del cual la Providencia no pueda sacarnos, si la hora de dejar la Tierra no nos ha llegado. La muerte, si tiene lugar en tales circunstancias, es un sacrificio meritorio, porque es una abnegación en provecho de otro (El Evangelio según el Espiritismo. cap. V. n.º 23 y ss.).
P. ¿Queréis manifestarnos si podemos hacer la evocación del hombre de quien se acaba de hablar? R. Sí, tendrá mucho gusto en ello, porque se sentirá un poco aliviado.
1. Evocación. R. ¡Oh! ¡Gracias! Sufro mucho, pero... es justo. Sin embargo, me perdonará.
El espíritu escribió con gran dificultad. Los caracteres eran irregulares y mal formados. Después de la palabra pero se detuvo, trató en vano de escribir, y no hizo más que algunos rasgos indescifrables y puntos. Es evidente que no pudo escribir la palabra Dios.
2. Llenad el espacio que acabáis de dejar. R. Soy indigno de hacerlo.
3. Decís que sufrís. Sin duda habéis hecho mal en suicidaros, pero el motivo que os ha conducido a este acto, ¿no os ha merecido alguna indulgencia? R. Mi castigo será menos largo, pero la acción no es por esto menos mala.
4. ¿Podríais describirnos el castigo que sufrís? R. Sufro doblemente en mi alma y en mi cuerpo. Sufro en este último, aunque no lo poseo, como el amputado sufre en el miembro ya separado.
5. ¿Vuestra acción ha tenido por único motivo vuestro hijo, y no habéis sido inducido por ninguna otra causa? R. Sólo el amor paterno me ha guiado, pero me ha guiado mal, y en consideración a esa causa, mi pena será abreviada.
6. ¿Prevéis el término de vuestros sufrimientos? R. No sé el término, pero tengo la seguridad de que existe, lo cual es un alivio para mí.
7. Ahora mismo no habéis podido escribir el nombre de Dios. Hemos visto, sin embargo, espíritus que sufrían mucho escribiéndolo. ¿Forma esto parte de vuestro castigo? R. Lo podré con grandes esfuerzos de arrepentimiento.
8. Pues bien, haced grandes esfuerzos y procurad escribirlo. Estamos convencidos de que si lo conseguís, os será de alivio. El espíritu acaba por escribir en caracteres irregulares, temblones y muy gruesos: “Dios es muy bueno.”
9. Estamos muy contentos con que hayáis venido a nuestro llamamiento, y rogaremos a Dios por vos a fin de alcanzar su misericordia. R. Sí, si me hacéis el favor... A san Luis:
10. ¿Queréis darnos vuestra apreciación personal sobre el acto del espíritu que acabamos de evocar? R. Este espíritu sufre justamente, porque no ha tenido confianza en Dios, lo cual es una falta siempre punible. El castigo sería terrible y muy largo si no tuviese en su favor un motivo laudable, que era el de impedir a su hijo que fuese a buscar la muerte.
Dios, que ve el fondo de los corazones y que es justo. no le castiga sino según sus obras.
Observaciones. Desde luego, este suicidio parece excusable, porque puede ser considerado como un acto de abnegación. Lo es, en efecto, pero no lo es completamente. Como explica el espíritu de san Luis, este hombre no tuvo confianza en Dios. Puede que por su acción haya impedido que su hijo cumpliera su destino. No es seguro que su hijo hubiese de morir en la guerra, y quizás esta carrera debía presentarle la ocasión de hacer algo útil para su adelanto.
Su intención era buena, sin duda, y también se le ha tenido en cuenta. La intención atenúa el mal y merece indulgencia, pero no impide que el mal sea mal. Sin esto, a favor del pensamiento, podrían excusarse todas las maldades y también se podría matar bajo el pretexto de hacer un servicio. Una madre que matase a su hijo en la creencia de que le envía derecho al cielo, ¿dejaría de estar en error porque lo hiciera con buena intención? Con este sistema se justificarían todos los crímenes que el fanatismo ciego hizo cometer en las guerras de religión.
Es un principio que el hombre no tiene derecho a disponer de su vida, porque se le ha dado con la mira de los deberes que debe cumplir en la Tierra. Así es que no debe abreviarla voluntariamente bajo ningún pretexto. Como tiene su libre albedrío, nadie puede impedírselo, pero sufre siempre las consecuencias. El suicidio más severamente castigado es aquel que se ejecuta en un acto de desesperación y con la idea de librarse de las miserias de la vida. Siendo semejantes penalidades a la vez pruebas y expiaciones, sustraerse a ellas equivale a retroceder ante la tarea que se había aceptado, y ante la misión que se debía cumplir.
El suicidio no consiste solamente en el acto voluntario que produce la muerte instantánea. Consiste también en todo aquello que se hace con conocimiento de causa para precipitar la extinción de las fuerzas vitales.
No se puede asimilar con el suicidio la abnegación de aquel que se expone a una muerte inminente por salvar a sus semejantes. En primer lugar porque no hay en este caso ninguna intención premeditada de sustraerse a la vida, y, en segundo, porque no hay peligro del cual la Providencia no pueda sacarnos, si la hora de dejar la Tierra no nos ha llegado. La muerte, si tiene lugar en tales circunstancias, es un sacrificio meritorio, porque es una abnegación en provecho de otro (El Evangelio según el Espiritismo. cap. V. n.º 23 y ss.).