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EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > SEGUNDA PARTE - EJEMPLOS > CAPÍTULO III - Espíritus de mediana condición > La Sra. Ana Velleville
La Sra. Ana Velleville
Joven, muerta a los treinta y cinco años después de una larga y cruel enfermedad. De mucha viveza espiritual, dotada de una rara inteligencia, de gran rectitud y de eminentes cualidades morales, esposa y madre de familia apasionada, tenía además una fuerza de carácter poco común, y un talento fecundo en recursos que no la tenía jamás desprevenida en las circunstancias más críticas de la vida. Sin rencor hacia aquellos de quienes tenía más por qué quejarse, estaba siempre dispuesta a prestarles cualquier servicio, si llegaba la ocasión. Habiendo tenido con ella una amistad íntima desde largos años, hemos podido seguir todas las fases de su existencia y todas las peripecias de su fin.
Un accidente ocasionó la terrible enfermedad que debía llevársela y que la retuvo tres años en su lecho, presa de los más atroces sufrimientos, que soportó hasta el último momento con un valor heroico y en medio de los cuales su alegría natural no la abandonó. Creía firmemente en el alma y en la vida futura, pero se ocupaba muy poco de ello. Todos sus pensamientos se dirigían hacia la vida presente, a la cual valoraba mucho, sin tener, sin embargo, miedo a la muerte, y sin buscar los goces materiales. Porque su vida era muy sencilla, y se olvidaba sin dificultad de aquello que no podía procurarse. Pero tenía instint1vamente el gusto del bien y de lo bello, que sabía encontrar hasta en las cosas más insignificantes. Quería vivir, menos para ella que para sus hijos, para quienes sabía que era necesaria. Por esto se aferraba a la vida. Conocía el Espiritismo sin haberlo estudiado a fondo. Hasta se interesaba por él, y sin embargo, no llegó a fijar sus pensamientos sobre el porvenir. Era para ella una idea verdadera, pero que no dejaba ninguna impresión profunda en su espíritu. El bien que hacía era el resultado de un sentimiento natural, espontáneo, y no inspirado por el pensamiento de una recompensa o de penas futuras.
Desde hacía mucho tiempo, su estado era ya desesperado, y se contaba verla marchar de un momento a otro. Ella misma no se hacía muchas ilusiones. Un día que su marido estaba ausente, se sintió desfallecer, y comprendió que su hora había llegado. Su vista se había velado, la turbación se apoderaba de ella y sentía todas las angustias de la separación. No obstante, le causaba mucha pena morir antes de que volviese su marido. Haciendo sobre sí misma un esfuerzo supremo, se dijo: “¡No, no quiero morir!” Sintió entonces renacer la vida y recobró el pleno uso de sus facultades. Cuando su marido volvió le dijo: “Iba a morir, pero he querido esperar a que estuvieses cerca de mí, porque tenía todavía que hacerte muchas recomendaciones.” La lucha entre la vida y la muerte se prolongó así durante tres meses, que no fueron más que una larga y dolorosa agonía.
Evocación, al día siguiente de su muerte.
R. Mis buenos amigos, gracias porque os ocupáis de mí. Por lo demás, habéis sido para mí como buenos parientes. Pues bien, regocijaos, porque soy dichosa. Tranquilizad a mi pobre marido y velad sobre mis hijos. He ido junto a ellos enseguida.
P. Parece que la turbación no ha sido larga, puesto que nos habéis contestado con lucidez.
R. Amigos míos. ¡he sufrido tanto y sabíais que sufría con resignación! Y bien, mi prueba está terminada. Deciros que estoy completamente desprendida, no. Pero no sufro, y para mí es un alivio muy grande. Por esta vez estoy radicalmente curada, os lo aseguro. Pero tengo necesidad de que se me ayude con el socorro de las oraciones, a fin de venir desde luego a trabajar con vosotros.
P. ¿Cuál ha podido ser la causa de vuestros largos sufrimientos?
R. Pasado terrible, amigo mío.
P. ¿Podéis decirnos cuál ha sido este pasado?
R. ¡Oh, dejad que lo olvide un poco!. ¡Lo he pagado tan caro...!
Un mes después de su muerte.
P. Ahora que debéis estar completamente desprendida y que os reconocéis mejor, tendríamos el mayor gusto en tener con vos una conversación más explícita. ¿Podríais decirnos cuál ha sido la causa de vuestra larga agonía? ¿Por qué habéis estado durante tres meses entre la vida y la muerte?
R. Gracias, mis buenos amigos, por vuestro recuerdo y por vuestras buenas oraciones. ¡Cuán saludables me son y cuánto han contribuido a mi desprendimiento! Todavía tengo necesidad de que me ayudéis. Continuad rogando por mí. Vosotros comprendéis la oración. Las que decís no son fórmulas venales como tantos otros que no se dan cuenta del efecto que produce una buena plegaria.
¡He sufrido mucho, pero mis sufrimientos se me han tomado muy en cuenta, y me es permitido ir a menudo hacia mis queridos hijos, que había dejado con tanto sentimiento!
Yo misma he prolongado mis sufrimientos. Mi ardiente deseo de vivir para mis hijos hacía que me aferrase en cierto modo a la materia, y al contrario que los otros, me aferraba y no quería abandonar este desgraciado cuerpo, con el cual era preciso romper y que, sin embargo, era para mí el instrumento de tantos tormentos. He ahí la verdadera causa de mi larga agonía. Mi enfermedad, los sufrimientos que he tenido: expiación del pasado, una deuda menos.
¡Ay de mí, mis buenos amigos! Si os hubiera escuchado, ¡qué inmenso cambio en mi vida presente! ¡Qué mitigación habría sentido en mis últimos instantes y cuán fácil hubiera sido esta separación, si en lugar de contrariarla me hubiera entregado con confianza a la voluntad de Dios, a la corriente que me arrastraba! ¡Pero en lugar de dirigir mis miradas hacia el porvenir que me esperaba, no veía más que el presente que iba a dejar!
Cuando vuelva a la Tierra seré espiritista, os lo aseguro. ¡Qué ciencia tan inmensa! Asisto muy a menudo a vuestras reuniones y a las instrucciones que se os dan. Si hubiera podido comprender cuando estaba en la Tierra, mis sufrimientos se hubieran mitigado mucho. Pero la hora no había llegado. Hoy comprendo la bondad de Dios y su justicia. Pero no estoy aún lo bastante adelantada para que deje de ocuparme de las cosas de la vida. Mis hijos sobre todo, me unen todavía a ella, no para contemplarles, sino para velar por ellos y procurar que sigan la ruta que el Espiritismo traza en este momento. Sí, mis buenos amigos, tengo aún graves preocupaciones. Una sobre todo, porque el porvenir de mis hijos depende de ella.
P. ¿Podéis darnos algunas explicaciones sobre el pasado que deploráis?
R. ¡Ay de mí, mis buenos amigos, estoy dispuesta a hacer mi confesión! Había desconocido el sufrimiento. Había visto morir a mi madre sin haber tenido piedad de ella. La había tratado de enferma imaginaria. No viéndola jamás en cama, sospechaba que no sufría, y reía de sus sufrimientos. He ahí como Dios castiga.
Seis meses después de su muerte.
P. Ahora que ha pasado un tiempo lo bastante largo desde que habéis dejado vuestra envoltura terrestre, ¿queréis describirnos vuestra situación y vuestras ocupaciones en el mundo de los espíritus?
R. Durante mi vida terrestre, era lo que se llama generalmente una mujer de bien, pero ante todo amaba mi bienestar. Compasiva por naturaleza, puede que no hubiera sido capaz de un sacrificio penoso para aliviar un infortunio. Hoy todo ha cambiado. Soy siempre el yo, pero el yo de otro tiempo ha sufrido modificaciones. He adquirido, veo que no hay clases ni otras condiciones, sino el mérito personal en el mundo de los invisibles, donde un padre caritativo y bueno está sobre el rico orgulloso que le humillaba con su limosna. Velo especialmente por la clase de los afligidos, por los tormentos de familia, la pérdida de parientes o de fortuna: tengo por misión el consolarles y animarles, y soy feliz en hacerlo.
Ana
Una importante cuestión se deduce de los hechos expresados, a saber.
¿Una persona puede, por un esfuerzo de su voluntad, retardar el momento de la separación del alma y del cuerpo?.
Respuesta del espíritu de San Luis:
“Resuelta esta cuestión de una manera afirmativa y sin restricción, podría dar lugar a falsas consecuencias. Seguramente, un espíritu encarnado puede, en ciertas circunstancias, prolongar la existencia corporal para terminar instrucciones indispensables o que él las crea tales. Esto puede permitírsele, como en el caso de que tratamos, y se tienen de ello diferentes ejemplos. Estas prolongaciones de la vida en todo caso no podrían ser de mucha duración, porque no puede permitirse al hombre invertir el orden de las leyes de la Naturaleza ni provocar una vuelta real a la vida, cuando ésta ha llegado a su término. Esto no es sino una prorrogación momentánea. Sin embargo, de la posibilidad del hecho no deberá deducirse de ello que pueda ser general, ni creer que dependa de cada uno prolongar así su existencia. Como prueba para el espíritu, o en interés de una misión que concluir, los órganos gastados pueden recibir un suplemento de fluido vital que les permita añadir algunos instantes a la manifestación material del pensamiento. Los casos semejantes son excepciones y no la regla. Es necesario no ver tampoco en este hecho una derogación de Dios en la inmutabilidad de sus leyes, sino una consecuencia del libre albedrío del alma humana, que en el último instante tiene conciencia de la misión de que ha estado encargada, y quisiera, a pesar de la muerte, cumplir lo que no ha podido acabar. Puede ser también algunas veces una especie de castigo impuesto al espíritu que duda del porvenir, concediéndole una prolongación de vitalidad, por la cual sufre necesariamente.”
Un accidente ocasionó la terrible enfermedad que debía llevársela y que la retuvo tres años en su lecho, presa de los más atroces sufrimientos, que soportó hasta el último momento con un valor heroico y en medio de los cuales su alegría natural no la abandonó. Creía firmemente en el alma y en la vida futura, pero se ocupaba muy poco de ello. Todos sus pensamientos se dirigían hacia la vida presente, a la cual valoraba mucho, sin tener, sin embargo, miedo a la muerte, y sin buscar los goces materiales. Porque su vida era muy sencilla, y se olvidaba sin dificultad de aquello que no podía procurarse. Pero tenía instint1vamente el gusto del bien y de lo bello, que sabía encontrar hasta en las cosas más insignificantes. Quería vivir, menos para ella que para sus hijos, para quienes sabía que era necesaria. Por esto se aferraba a la vida. Conocía el Espiritismo sin haberlo estudiado a fondo. Hasta se interesaba por él, y sin embargo, no llegó a fijar sus pensamientos sobre el porvenir. Era para ella una idea verdadera, pero que no dejaba ninguna impresión profunda en su espíritu. El bien que hacía era el resultado de un sentimiento natural, espontáneo, y no inspirado por el pensamiento de una recompensa o de penas futuras.
Desde hacía mucho tiempo, su estado era ya desesperado, y se contaba verla marchar de un momento a otro. Ella misma no se hacía muchas ilusiones. Un día que su marido estaba ausente, se sintió desfallecer, y comprendió que su hora había llegado. Su vista se había velado, la turbación se apoderaba de ella y sentía todas las angustias de la separación. No obstante, le causaba mucha pena morir antes de que volviese su marido. Haciendo sobre sí misma un esfuerzo supremo, se dijo: “¡No, no quiero morir!” Sintió entonces renacer la vida y recobró el pleno uso de sus facultades. Cuando su marido volvió le dijo: “Iba a morir, pero he querido esperar a que estuvieses cerca de mí, porque tenía todavía que hacerte muchas recomendaciones.” La lucha entre la vida y la muerte se prolongó así durante tres meses, que no fueron más que una larga y dolorosa agonía.
Evocación, al día siguiente de su muerte.
R. Mis buenos amigos, gracias porque os ocupáis de mí. Por lo demás, habéis sido para mí como buenos parientes. Pues bien, regocijaos, porque soy dichosa. Tranquilizad a mi pobre marido y velad sobre mis hijos. He ido junto a ellos enseguida.
P. Parece que la turbación no ha sido larga, puesto que nos habéis contestado con lucidez.
R. Amigos míos. ¡he sufrido tanto y sabíais que sufría con resignación! Y bien, mi prueba está terminada. Deciros que estoy completamente desprendida, no. Pero no sufro, y para mí es un alivio muy grande. Por esta vez estoy radicalmente curada, os lo aseguro. Pero tengo necesidad de que se me ayude con el socorro de las oraciones, a fin de venir desde luego a trabajar con vosotros.
P. ¿Cuál ha podido ser la causa de vuestros largos sufrimientos?
R. Pasado terrible, amigo mío.
P. ¿Podéis decirnos cuál ha sido este pasado?
R. ¡Oh, dejad que lo olvide un poco!. ¡Lo he pagado tan caro...!
Un mes después de su muerte.
P. Ahora que debéis estar completamente desprendida y que os reconocéis mejor, tendríamos el mayor gusto en tener con vos una conversación más explícita. ¿Podríais decirnos cuál ha sido la causa de vuestra larga agonía? ¿Por qué habéis estado durante tres meses entre la vida y la muerte?
R. Gracias, mis buenos amigos, por vuestro recuerdo y por vuestras buenas oraciones. ¡Cuán saludables me son y cuánto han contribuido a mi desprendimiento! Todavía tengo necesidad de que me ayudéis. Continuad rogando por mí. Vosotros comprendéis la oración. Las que decís no son fórmulas venales como tantos otros que no se dan cuenta del efecto que produce una buena plegaria.
¡He sufrido mucho, pero mis sufrimientos se me han tomado muy en cuenta, y me es permitido ir a menudo hacia mis queridos hijos, que había dejado con tanto sentimiento!
Yo misma he prolongado mis sufrimientos. Mi ardiente deseo de vivir para mis hijos hacía que me aferrase en cierto modo a la materia, y al contrario que los otros, me aferraba y no quería abandonar este desgraciado cuerpo, con el cual era preciso romper y que, sin embargo, era para mí el instrumento de tantos tormentos. He ahí la verdadera causa de mi larga agonía. Mi enfermedad, los sufrimientos que he tenido: expiación del pasado, una deuda menos.
¡Ay de mí, mis buenos amigos! Si os hubiera escuchado, ¡qué inmenso cambio en mi vida presente! ¡Qué mitigación habría sentido en mis últimos instantes y cuán fácil hubiera sido esta separación, si en lugar de contrariarla me hubiera entregado con confianza a la voluntad de Dios, a la corriente que me arrastraba! ¡Pero en lugar de dirigir mis miradas hacia el porvenir que me esperaba, no veía más que el presente que iba a dejar!
Cuando vuelva a la Tierra seré espiritista, os lo aseguro. ¡Qué ciencia tan inmensa! Asisto muy a menudo a vuestras reuniones y a las instrucciones que se os dan. Si hubiera podido comprender cuando estaba en la Tierra, mis sufrimientos se hubieran mitigado mucho. Pero la hora no había llegado. Hoy comprendo la bondad de Dios y su justicia. Pero no estoy aún lo bastante adelantada para que deje de ocuparme de las cosas de la vida. Mis hijos sobre todo, me unen todavía a ella, no para contemplarles, sino para velar por ellos y procurar que sigan la ruta que el Espiritismo traza en este momento. Sí, mis buenos amigos, tengo aún graves preocupaciones. Una sobre todo, porque el porvenir de mis hijos depende de ella.
P. ¿Podéis darnos algunas explicaciones sobre el pasado que deploráis?
R. ¡Ay de mí, mis buenos amigos, estoy dispuesta a hacer mi confesión! Había desconocido el sufrimiento. Había visto morir a mi madre sin haber tenido piedad de ella. La había tratado de enferma imaginaria. No viéndola jamás en cama, sospechaba que no sufría, y reía de sus sufrimientos. He ahí como Dios castiga.
Seis meses después de su muerte.
P. Ahora que ha pasado un tiempo lo bastante largo desde que habéis dejado vuestra envoltura terrestre, ¿queréis describirnos vuestra situación y vuestras ocupaciones en el mundo de los espíritus?
R. Durante mi vida terrestre, era lo que se llama generalmente una mujer de bien, pero ante todo amaba mi bienestar. Compasiva por naturaleza, puede que no hubiera sido capaz de un sacrificio penoso para aliviar un infortunio. Hoy todo ha cambiado. Soy siempre el yo, pero el yo de otro tiempo ha sufrido modificaciones. He adquirido, veo que no hay clases ni otras condiciones, sino el mérito personal en el mundo de los invisibles, donde un padre caritativo y bueno está sobre el rico orgulloso que le humillaba con su limosna. Velo especialmente por la clase de los afligidos, por los tormentos de familia, la pérdida de parientes o de fortuna: tengo por misión el consolarles y animarles, y soy feliz en hacerlo.
Ana
Una importante cuestión se deduce de los hechos expresados, a saber.
¿Una persona puede, por un esfuerzo de su voluntad, retardar el momento de la separación del alma y del cuerpo?.
Respuesta del espíritu de San Luis:
“Resuelta esta cuestión de una manera afirmativa y sin restricción, podría dar lugar a falsas consecuencias. Seguramente, un espíritu encarnado puede, en ciertas circunstancias, prolongar la existencia corporal para terminar instrucciones indispensables o que él las crea tales. Esto puede permitírsele, como en el caso de que tratamos, y se tienen de ello diferentes ejemplos. Estas prolongaciones de la vida en todo caso no podrían ser de mucha duración, porque no puede permitirse al hombre invertir el orden de las leyes de la Naturaleza ni provocar una vuelta real a la vida, cuando ésta ha llegado a su término. Esto no es sino una prorrogación momentánea. Sin embargo, de la posibilidad del hecho no deberá deducirse de ello que pueda ser general, ni creer que dependa de cada uno prolongar así su existencia. Como prueba para el espíritu, o en interés de una misión que concluir, los órganos gastados pueden recibir un suplemento de fluido vital que les permita añadir algunos instantes a la manifestación material del pensamiento. Los casos semejantes son excepciones y no la regla. Es necesario no ver tampoco en este hecho una derogación de Dios en la inmutabilidad de sus leyes, sino una consecuencia del libre albedrío del alma humana, que en el último instante tiene conciencia de la misión de que ha estado encargada, y quisiera, a pesar de la muerte, cumplir lo que no ha podido acabar. Puede ser también algunas veces una especie de castigo impuesto al espíritu que duda del porvenir, concediéndole una prolongación de vitalidad, por la cual sufre necesariamente.”
San Luis
Podríamos también maravillarnos de la rapidez del desprendimiento de este espíritu, teniendo en cuenta su adhesión a la vida corporal. Pero es preciso considerar que esta adhesión no tenía nada de sensual ni de material. Tenía incluso su parte moral, puesto que era movida por el interés de sus hijos menores. Era, además, un espíritu adelantado en inteligencia y moralidad. Un grado más, y hubiera estado con los espíritus muy felices. No tenía, pues, en los lazos periespirituales la tenacidad que resulta de la identificación con la materia. Se puede decir que la vida, debilitada por una larga enfermedad, no dependía más que de algunos hilos. Hilos que quería impedir que se rompiesen. No obstante, fue castigada su resistencia por la prolongación de sus sufrimientos, que dependían de la naturaleza de la enfermedad y de la dificultad del desprendimiento, y de esto ha resultado que, después de la libertad, la perturbación fue de corta duración.
Un hecho igualmente importante se deduce de esta evocación, así como de la mayor parte de las que han tenido lugar en diversas épocas más o menos distantes de la muerte, esto es, el cambio que se verifica gradualmente en las ideas del espíritu, y del cual se puede seguir el progreso. En dicho espíritu se traducen, no por mejores sentimientos, sino por una apreciación más sana de las cosas. El progreso del alma en la vida espiritual es, pues, un hecho acreditado por la experiencia. La vida corporal es la que pone en práctica este progreso. Es la prueba de sus resoluciones y el crisol donde se depura.
Desde el instante en que el alma progresa después de la muerte, su suerte no puede fijarse irrevocablemente, porque la fijación definitiva de la suerte es, como hemos dicho en otra parte, la negación del progreso. Las dos cosas no pueden existir simultáneamente. Queda lo que tiene la sanción de los hechos y de la razón.
Podríamos también maravillarnos de la rapidez del desprendimiento de este espíritu, teniendo en cuenta su adhesión a la vida corporal. Pero es preciso considerar que esta adhesión no tenía nada de sensual ni de material. Tenía incluso su parte moral, puesto que era movida por el interés de sus hijos menores. Era, además, un espíritu adelantado en inteligencia y moralidad. Un grado más, y hubiera estado con los espíritus muy felices. No tenía, pues, en los lazos periespirituales la tenacidad que resulta de la identificación con la materia. Se puede decir que la vida, debilitada por una larga enfermedad, no dependía más que de algunos hilos. Hilos que quería impedir que se rompiesen. No obstante, fue castigada su resistencia por la prolongación de sus sufrimientos, que dependían de la naturaleza de la enfermedad y de la dificultad del desprendimiento, y de esto ha resultado que, después de la libertad, la perturbación fue de corta duración.
Un hecho igualmente importante se deduce de esta evocación, así como de la mayor parte de las que han tenido lugar en diversas épocas más o menos distantes de la muerte, esto es, el cambio que se verifica gradualmente en las ideas del espíritu, y del cual se puede seguir el progreso. En dicho espíritu se traducen, no por mejores sentimientos, sino por una apreciación más sana de las cosas. El progreso del alma en la vida espiritual es, pues, un hecho acreditado por la experiencia. La vida corporal es la que pone en práctica este progreso. Es la prueba de sus resoluciones y el crisol donde se depura.
Desde el instante en que el alma progresa después de la muerte, su suerte no puede fijarse irrevocablemente, porque la fijación definitiva de la suerte es, como hemos dicho en otra parte, la negación del progreso. Las dos cosas no pueden existir simultáneamente. Queda lo que tiene la sanción de los hechos y de la razón.