EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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PREFACIO

El título de esta obra indica claramente su objetivo. Hemos reunido en ella todos los elementos propios para ilustrar al hombre sobre su destino. Como en los demás escritos sobre la doctrina espiritista, no hemos puesto nada que sea el producto de un sistema preconcebido o de una concepción personal, que no tendría ninguna autoridad. Todo es deducción de la observación y de la concordancia de los hechos.

El Libro de los Espíritus contiene las bases fundamentales del Espiritismo. Es la piedra angular de edificio, encierra todos los principios de la doctrina, hasta los que deben coronar la obra. Pero era preciso que le diéramos su desarrollo, deduciendo todas sus consecuencias y sus aplicaciones a medida que se desenvolvieran por la enseñanza complementaria de los espíritus y por nuevas observaciones. Esto es lo que hicimos en El Libro de los Médiums y en El Evangelio según el Espiritismo, desde puntos de vista especiales. Esto mismo es lo que hacemos ahora en esta obra desde otro punto de vista, y lo que haremos sucesivamente en las que nos falta publicar, las cuales vendrán a su tiempo.

Las nuevas ideas no fructificaran sino cuando la tierra está bien preparada para recibirlas. Pero por tierra preparada no deben entenderse algunas inteligencias precoces que sólo producirán frutos aislados, sino cierto conjunto en la predisposición general, con el fin de que no sólo dé frutos abundantes, sino que encontrando la idea mayor número de puntos de apoyo, encuentre también menos oposición y sea más fuerte para resistir a sus antagonistas.

Con El Evangelio según el Espiritismo se dio un paso más, con El Cielo y el Infierno se dirige al blanco de ciertas cuestiones. Pero no debía venir más pronto.

Si consideramos la época en que ha venido el Espiritismo, conoceremos sin mucho trabajo que ha llegado oportunamente. Ni demasiado tarde ni demasiado pronto. Más pronto hubiera abortado, porque no siendo muchas las simpatías, hubiera sucumbido bajo los golpes de sus adversarios. Más tarde, le hubiera faltado la ocasión favorable para manifestarse, las ideas pudieran haber tomado otro curso, del cual hubiera sido difícil desviarlas. Era preciso dejar a las ideas viejas el tiempo necesario para que se gastaran probando su insuficiencia, antes de aparecer otras nuevas.

Las ideas prematuras abortan, porque no se está bastante preparado para comprenderlas, y por otra parte, no se hace sentir aún la necesidad de un cambio de posición. Es evidente para todos que se manifiesta un inmenso movimiento en la opinión. Que se opera una reacción formidable en sentido progresivo contra el espíritu estacionario o retrógrado de la doctrina. Los que están satisfechos hoy, serán los impacientes de mañana. La Humanidad está en los dolores de un parto laborioso. En el aire hay alguna materia, una fuerza irresistible que la empuja hacia adelante: es como un joven que sale de la adolescencia y entrevé nuevos horizontes sin que pueda definirlos, y sacude los pañales de la infancia. Se ve algún hecho mejor, alimentos más sólidos para la razón, pero esta mejora está aún en la vaguedad. Se busca, todos trabajan al objeto, tanto el creyente como el escéptico, desde el jornalero hasta el sabio. El Universo es un vasto taller. Los unos derriban, los otros reconstruyen. Cada uno talla una piedra para el nuevo edificio, cuyo plano definitivo sólo posee el gran Arquitecto, cuya economía no se comprenderá hasta que sus formas empezarán a destacarse de su base. Este es el momento que la soberana Sabiduría ha elegido para el advenimiento del Espiritismo.

Los espíritus que presiden el gran movimiento regenerador obran, pues, con más prudencia y previsión que los hombres, porque ellos abarcan la marcha general de los acontecimientos, mientras que nosotros sólo vemos el limitado círculo de nuestro horizonte. Habiendo llegado los tiempos de la renovación según los decretos divinos, era preciso que en medio de las ruinas del viejo edificio, el hombre, para no desanimarse, viese el fundamento de un nuevo orden de Allan Kardec acontecimientos. Era preciso que el marinero viera la estrella polar que debe conducirle al puerto.

La prudencia de los espíritus que se han manifestado en la aparición del Espiritismo, revelada casi instantáneamente por toda la Tierra en la época más propicia, no es menos evidente que en el orden y la gradación lógica de las revelaciones complementarias sucesivas. No depende de nadie el restringir su voluntad con respecto a ello, porque no miden sus enseñanzas según la impaciencia de los hombres. No nos basta decir: “Quisiéramos tener tal cosa” para que se nos dé. Nos conviene aún menos decir a Dios: “Juzgamos que el momento preciso ha llegado, para que Vos nos deis tal cosa, nos juzgamos bastante adelantados para recibirla”, porque esto sería lo mismo que si dijéramos: “Nosotros sabemos mejor que Vos lo que conviene hacer.” Los espíritus contestan a los impacientes lo siguiente: “El primer lugar, empezad por aprender bien, comprender bien y sobre todo practicar bien lo que sabéis, a fin de que Dios os considere dignos de que se os enseñe más. Después, cuando llegue el momento, sabremos obrar y elegiremos nuestros elementos.”

La primera parte de esta obra, titulada Doctrina, contiene el examen comparado de las diversas creencias sobre el cielo y el infierno, los ángeles y los demonios, las penas y las recompensas futuras. El dogma de las penas eternas se trata de un modo especial y se refuta con argumentos sacados de las leyes de la misma Naturaleza, que no sólo demuestran la parte ilógica, repetida cien veces, sino la imposibilidad material. Con las penas eternas caen, naturalmente, las consecuencias que se creería poder sacar de aquéllas.

La segunda parte encierra numerosos ejemplos en apoyo de la teoría, o mejor dicho, que han servido para establecer la teoría. Tienen su autoridad en la diversidad de los tiempos y lugares en donde se obtuvieron, porque si dimanasen de un solo origen, podrían considerarse como producto de una misma influencia. La tienen, además, en su concordancia con aquello que se obtiene todos los días, por todas partes en donde se ocupan de las manifestaciones espiritistas bajo el prisma formal y filosófico.

Estos ejemplos hubieran podido multiplicarse hasta el infinito, porque no hay ningún centro espiritista que no pueda presentar un número notable de ellos. Para evitar las repeticiones fastidiosas, los hemos tenido que elegir entre los más instructivos. Cada uno de estos ejemplos es un estudio en el que todas las palabras tienen su importancia y su objetivo para que los mediten con atención, porque de cada punto brota una luz sobre la situación del alma después de la muerte y el tránsito, hasta entonces tan oscuro y temido de la vida corporal a la vida espiritual. Es la guía del viajero antes de entrar en un país nuevo para él. La vida de ultratumba se desenvuelve a su vista bajo sus aspectos como un vasto panorama. Todos sacarán de ello nuevos motivos de esperanza y de consuelo y nuevos apoyos para afianzar su fe en el porvenir y en la justicia de Dios.

En estos ejemplos, tomados en su mayor parte de los hechos contemporáneos, hemos prescindido de los nombres propios cuantas veces lo hemos juzgado útil, por consideraciones fáciles de apreciar. Aquellos a quienes puedan interesar estos ejemplos los reconocerán fácilmente. Para el público, nombres más o menos conocidos y algunas veces muy oscuros, de nada hubieran servido para la instrucción que de aquéllos pueda sacarse.

Las mismas razones que nos hicieron callar los nombres de los médiums en El Evangelio según el Espiritismo, han hecho que nos abstuviéramos de nombrarlos en esta obra, más por el porvenir que por el presente. Los médiums no están interesados en ello porque no podrían atribuirse un hecho en el que su propio espíritu no toma ninguna participación. Por otra parte la mediumnidad no está vinculada a tal o cual individuo. Es una facultad fugitiva, subordinada a la facultad de los espíritus que quieren comunicarse, que se posee hoy y que al día siguiente puede faltar, que nunca es aplicable a todos los espíritus sin distinción, y por lo mismo, no constituye un mérito personal como lo sería el talento adquirido por el trabajo y los esfuerzos de la inteligencia. Los médiums sinceros, aquéllos que comprenden la gravedad de su misión, se consideran como instrumentos que Página la voluntad de Dios puede romper cuando le plazca, si no obran según sus miras. Son felices por tener una facultad que les permite hacerse útiles, pero no se envanecen por ello. Por lo demás, sobre este punto hemos seguido los consejos de nuestros guías espirituales.

La Providencia ha querido que la nueva revelación no sea privilegio de nadie, sino que tenga sus órganos por toda la Tierra, en todas las familias, tanto en los grandes como en los pequeños. Según estas palabras que hoy cumplen los médiums de nuestros días: “Y acontecerá en los postreros días -dice el Señor- que yo derramaré de mi espíritu sobre toda carne, profetizarán vuestros hijos, vuestras hijas y vuestros mancebos verán visiones, vuestros ancianos soñarán sueños. Y ciertamente en aquellos días derramaré de mi espíritu sobre mis siervos y sobre mis siervas y profetizarán” (Hechos de los apóstoles, Cáp. II, v. 17 y 18).

Mas declara también: Habrá falsos Cristos y falsos profetas (El Evangelio según el Espiritismo, Cáp. XXI).

Pues estos últimos tiempos han llegado ya. No el fin del mundo material, como se ha creído, sino el fin del mundo moral, es decir, la era de la regeneración.