Revista Espírita - Periódico de estudios psicológicos - 1869

Allan Kardec

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Médiumnidad e inspiración

(París, grupo Desliens; 16 de febrero de 1869.)

En sus formas infinitamente variadas, la mediumnidad abraza a toda la humanidad, como una red de la que nadie puede escapar. Cada uno, estando en contacto diario, lo sepa o no, le guste o le repugne, con inteligencias libres, no hay hombre que pueda decir: no lo fui, no lo soy, o no seré un médium En la forma intuitiva, modo de comunicación al que vulgarmente se le ha dado el nombre de voz de la conciencia, cada una se relaciona con varias influencias espirituales, que aconsejan en una u otra dirección, y muchas veces simultáneamente, el bien puro, absoluto; las acomodaciones con el interés; el mal en toda su desnudez. El hombre evoca estas voces; responden a su llamado, y él elige; pero elige entre estas diferentes inspiraciones y su propio sentimiento. Los inspiradores son amigos invisibles; como los amigos de la tierra, son serios o transitorios, interesados o genuinamente guiados por el afecto.

Les consultamos o nos aconsejan espontáneamente, pero como los consejos de los amigos de la tierra, sus opiniones son escuchadas o rechazadas; a veces provocan un resultado contrario al esperado; a menudo no tienen ningún efecto. - ¿Qué concluir? No es que el hombre esté bajo la influencia de una mediumnidad incesante, pero que obedezca libremente su propia voluntad, modificada por opiniones que nunca, en el estado normal, pueden ser imperativas.

Cuando el hombre hace más que cuidar de los pequeños detalles de su existencia, y trata de las obras que ha venido a realizar más especialmente, de las pruebas decisivas que debe soportar, o de las obras destinadas a la instrucción y la elevación general, las voces de la conciencia ya no son solo y simples consejeras, atraen el Espíritu a ciertos temas, provocan ciertos estudios y colaboran en el trabajo haciendo resonar por inspiración ciertas áreas cerebrales. Este es un trabajo a dos, tres, diez, cien, si se quiere; pero, si participaron cien, solo uno puede y debe firmarlo, ¡porque solo uno lo ha hecho y es responsable de ello!

¿Qué es una obra después de todo? Nunca es una creación; siempre es un descubrimiento. El hombre no hace nada, se entera de todo. Debemos evitar confundir estos dos términos. Descubrir, en su verdadero sentido, es sacar a la luz una ley existente, un conocimiento hasta ahora desconocido, pero depositado en germen en la cuna del universo. El que descubre levanta una de las esquinas del velo que esconde la verdad, pero no crea la verdad. Para descubrir hay que buscar y buscar mucho; hay que mirar libros, para profundizar en las inteligencias, preguntar a uno por la mecánica, a otro por la geometría, a un tercero por el conocimiento de las relaciones musicales, a otro por las leyes históricas y, en definitiva, hacer algo nuevo, interesante, imaginativo.

Quien haya estado explorando los rincones de las bibliotecas, quien haya escuchado hablar a los maestros, quien haya escudriñado la ciencia, la filosofía, el arte, la religión, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, ¿es el médium del arte, de la historia, de la filosofía y de la religión? ¿Es él el médium de los tiempos pasados cuando escribe a su vez? No, porque no se lo cuenta a los demás, pero ha aprendido de los demás a contar, y enriquece sus historias con todo lo que es personal para él.

El músico ha oído por mucho tiempo la curruca y el ruiseñor, antes de inventar la música; Rossini escuchó la naturaleza antes de trasladarla al mundo civilizado. ¿Es el médium del ruiseñor y la curruca? No, él compone y escribe. Escuchó al Espíritu que vino a cantarle las melodías del cielo; escuchó al Espíritu que aullaba pasión en sus oídos; oyó gemir a la virgen ya la madre, dejando caer, en armoniosas perlas, su oración sobre la cabeza de su hijo. El amor y la poesía, la libertad, el odio, la venganza y muchos de los Espíritus poseídos por estos diversos sentimientos, alternativamente han cantado su partitura junto a él. Los escuchó, los estudió, en el mundo y en la inspiración, y de ambos hizo sus obras; pero no fue un médium, como tampoco es un médium el médico que escucha a los pacientes relatar sus vivencias y que da nombre a sus enfermedades. La mediumnidad ha tenido sus horas con él como con cualquier otro; pero aparte de estos momentos demasiado breves para su gloria, lo que hizo, lo hizo solo con la ayuda de estudios extraídos de los hombres y de los Espíritus.

Por esta razón, uno es el médium de todos; uno es el médium de la naturaleza, el médium de la verdad, y un médium muy imperfecto, porque a menudo aparece tan desfigurado por la traducción que es irreconocible y no reconocido.

Halévy.