La carne es débil
Estudio fisiológico y moral
Hay inclinaciones viciosas que son evidentemente inherentes al Espíritu, porque son más morales que físicas; otras parecen más bien consecuencia del organismo y, por eso, uno se cree menos responsable; tales son las predisposiciones a la ira, la pereza, la sensualidad, etc.
Hoy es perfectamente reconocido, por los filósofos espiritualistas, que los órganos cerebrales correspondientes a las diversas aptitudes deben su desarrollo a la actividad del Espíritu; que este desarrollo es, por tanto, un efecto y no una causa. Un hombre no es músico porque tenga un don para la música, pero solo tiene un don para la música porque su Espíritu es un músico (Revista, julio de 1860, página 198, y abril de 1862, página 97).
Si la actividad del Espíritu reacciona en el cerebro, también debe reaccionar en las otras partes del organismo. El Espíritu es, pues, el artífice de su propio cuerpo, al que modela, por así decirlo, para adecuarlo a sus necesidades y a la manifestación de sus tendencias. Siendo esto así, la perfección del cuerpo en las razas avanzadas sería el resultado de la obra del Espíritu perfeccionando sus herramientas a medida que aumentan sus facultades. (Génesis según el Espiritismo, cap. XI; Génesis Espiritual.)
Por consecuencia natural de este principio, las disposiciones morales del Espíritu deben modificar las cualidades de la sangre, darle más o menos actividad, provocar una secreción más o menos abundante de bilis u otros fluidos. Así, por ejemplo, el glotón siente que le llega la saliva o, como se suele decir, que se le hace agua en la boca al ver un plato apetitoso. No es la comida la que puede sobreexcitar el órgano del gusto, ya que no hay contacto; por tanto, es el Espíritu cuya sensualidad se despierta, el que actúa con el pensamiento en este órgano, mientras que, en otro Espíritu, la vista de este alimento no produce nada. Lo mismo ocurre con todas las concupiscencias, con todos los deseos provocados por la vista. La diversidad de emociones puede explicarse, en multitud de casos, solo por la diversidad de las cualidades del Espíritu. Ésta es la razón por la que una persona sensible derrama lágrimas con facilidad; no es la abundancia de lágrimas lo que da la sensibilidad al Espíritu, sino la sensibilidad del Espíritu lo que provoca la abundante secreción de lágrimas. Bajo el imperio de la sensibilidad, el organismo se modela en esta disposición normal del Espíritu, como se modela en la del Espíritu glotón.
Siguiendo este orden de ideas, entendemos que un Espíritu irascible debe llevar a un temperamento bilioso; de donde se sigue que un hombre no está colérico porque es bilioso, sino que es bilioso porque está colérico. Lo mismo ocurre con todas las demás disposiciones instintivas; un Espíritu blando e indolente dejará su organismo en estado de atonía en relación con su carácter, mientras que si es activo y enérgico, dará a su sangre, a sus nervios cualidades muy diferentes. La acción del Espíritu sobre lo físico es tan obvia que a menudo se ven graves desórdenes orgánicos producidos por el efecto de violentos trastornos morales. La expresión vulgar: La emoción le ha vuelto la sangre, no es tan insignificante como podría pensarse; ahora, ¿quién podría convertir la sangre, si no las disposiciones morales del Espíritu?
Este efecto se nota especialmente en los grandes dolores, las grandes alegrías y los grandes miedos, cuya reacción puede llegar a causar la muerte. Vemos gente muriendo por miedo a morir; ahora bien, ¿cuál es la relación entre el cuerpo del individuo y el objeto que causa su miedo, un objeto que a menudo no tiene realidad?Es, dicen, el efecto de la imaginación; que sea, pero ¿qué es la imaginación sino un atributo, un modo de sensibilidad del Espíritu?Parece difícil atribuir la imaginación a músculos y nervios, pues entonces no se entendería ¿por qué estos músculos y estos nervios no siempre tienen imaginación?; ¿por qué no tienen ninguna después de la muerte?; ¿por qué lo que causa miedo mortal en algunos, excita coraje en otros?
Cualquiera que sea la sutileza que se utilice para explicar los fenómenos morales únicamente por las propiedades de la materia, inevitablemente se cae en un callejón sin salida, en cuyo fondo se ve, en toda su evidencia, y como la única solución posible, al ser espiritual independiente, para quien el organismo es sólo un medio de manifestación, como el piano es el instrumento de las manifestaciones del pensamiento del músico.Así como el músico afina su piano, podemos decir que el Espíritu afina su cuerpo para sintonizarlo con sus disposiciones morales.
Es realmente curioso ver al materialismo hablar sin cesar de la necesidad de elevar la dignidad del hombre, mientras trata de reducirlo a un trozo de carne que se pudre y desaparece sin dejar ningún vestigio; reclamar la libertad para él como un derecho natural, mientras que él lo convierte en un mecanismo, que marcha como un muñeco, sin responsabilidad por sus acciones.
Con el ser espiritual independiente, preexistente y sobreviviente del cuerpo, la responsabilidad es absoluta; ahora, para el mayor número, el primero, el principal motivo de la creencia en la nada, es el miedo que genera esta responsabilidad, fuera de la ley humana, y del que se cree escapar cubriéndose los ojos.Hasta ahora esta responsabilidad no estaba bien definida; era sólo un miedo vago, fundado, hay que admitirlo, en creencias que no siempre eran admisibles por la razón. El Espiritismo lo demuestra como una realidad patente, eficaz, sin restricciones, como consecuencia natural de la espiritualidad del ser; por eso algunos temen al Espiritismo que los perturbaría en su tranquilidad, poniéndoles ante ellos el formidable tribunal del futuro.Demostrar que el hombre es responsable de todos sus actos es demostrar su libertad de acción, y demostrar su libertad es elevar su dignidad.La perspectiva de la responsabilidad fuera de la ley humana es el elemento moralizador más poderoso: es el objetivo la que conduce el Espiritismo por la fuerza de las circunstancias.
De las anteriores observaciones fisiológicas podemos admitir, por tanto, que el temperamento está determinado, al menos en parte, por la naturaleza del Espíritu, que es causa y no efecto.Decimos en parte, porque hay casos en los que lo físico obviamente influye en la moral: es cuando un estado mórbido o anormal está determinado por una causa externa, accidental, independiente del Espíritu, como la temperatura, el clima, los vicios hereditarios de constitución, una incomodidad temporal, etc.La moral del Espíritu puede entonces verse afectada en sus manifestaciones por la condición patológica, sin que se altere su naturaleza intrínseca.
Disculparse por las malas acciones de uno por la debilidad de la carne es, por lo tanto, sólo un subterfugio para escapar de la responsabilidad.La carne es débil sólo porque el Espíritu es débil, lo que revierte el problema y deja la responsabilidad de todas sus acciones al Espíritu.La carne, que no tiene pensamiento ni voluntad, nunca prevalece sobre el Espíritu, que es el ser pensante y dispuesto; es el Espíritu quien da a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime en su obra material el sello de su genio.El Espíritu liberado de los instintos de bestialidad se configura un cuerpo que ya no es un tirano para las aspiraciones a la espiritualidad de su ser; es entonces cuando el hombre come para vivir, porque vivir es una necesidad, pero ya no vive para comer.
Por tanto, la responsabilidad moral por los actos de la vida permanece íntegra; pero la razón dice que las consecuencias de esta responsabilidad deben deberse al desarrollo intelectual del Espíritu;cuanto más ilustrado es, menos excusable es, porque con inteligencia y sentido moral nacen las nociones del bien y del mal, del justo y del injusto.El salvaje, todavía vecino de la animalidad, que cede al instinto de la bestia comiendo a su igual, es, sin duda, menos culpable que el hombre civilizado que comete una simple injusticia.
Esta ley todavía encuentra su aplicación en la medicina y da la razón de su fracaso en ciertos casos.Dado que el temperamento es un efecto y no una causa, los esfuerzos por modificarlo pueden ser paralizados por las disposiciones morales del Espíritu que se opone con una resistencia inconsciente y neutraliza la acción terapéutica.Por tanto, es sobre la causa primera que debemos actuar; si logramos cambiar las disposiciones morales del Espíritu, el temperamento cambiará por sí mismo bajo la influencia de una voluntad diferente o, al menos, la acción del tratamiento médico será secundada en lugar de frustrada.Si es posible, da valor al cobarde y verás cesar los efectos fisiológicos del miedo; lo mismo ocurre con las demás disposiciones.
Pero, se dirá, ¿puede el médico del cuerpo convertirse en médico del alma?¿Está en su papel ser el moralizador de sus pacientes?Sí, sin duda, dentro de cierto límite; es incluso un deber que un buen médico nunca descuida, desde el momento en que ve en el estado del alma un obstáculo para el restablecimiento de la salud del cuerpo; lo principal es aplicar el remedio moral con tacto, cautela y de manera apropiada, según las circunstancias.Desde este punto de vista, su acción es necesariamente limitada, ya que, además de tener solo un predominio moral sobre su paciente, una transformación de carácter es difícil a cierta edad. Por tanto, este tipo de cuidados recae en la educación y, sobre todo, en la educación primaria.Cuando la educación está, desde la cuna, encaminada en esta dirección; cuando nos esforzamos por sofocar las imperfecciones morales en su germen, como hacemos con las imperfecciones físicas, el médico ya no encontrará en el temperamento un obstáculo contra el cual su ciencia con demasiada frecuencia sea impotente.
Como podemos ver, es todo un estudio; pero un estudio completamente estéril mientras no se tenga en cuenta la acción del elemento espiritual sobre el organismo.La participación incesantemente activa del elemento espiritual en los fenómenos de la vida, tal es la clave de la mayoría de los problemas que plantea la ciencia; cuando la ciencia tenga en cuenta la acción de este principio, verá que se le abren horizontes completamente nuevos.Es la demostración de esta verdad que trae el Espiritismo.