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Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858 > Septiembre
Septiembre
En la propagación del Espiritismo sucede un fenómeno digno de
señalar. Hace apenas algunos años que –resucitado de las creencias
antiguas– ha hecho su reaparición entre nosotros, no más como
antiguamente a la sombra de los misterios, sino en plena luz y a la
vista de todo el mundo. Para unos ha sido objeto de curiosidad
pasajera, un entretenimiento que se lo deja como a un juguete para
tomar otro; en muchos, no ha encontrado más que la indiferencia; en
la mayoría, la incredulidad, a pesar de la opinión de los filósofos
cuyos nombres se invocan a cada instante como autoridad. Esto no
tiene nada de sorprendente: el propio Jesús ¿convenció a todo el
pueblo judío con sus milagros? Su bondad y la sublimidad de su
doctrina, ¿le hicieron encontrar la gracia ante sus jueces? ¿No ha
sido tratado de embustero y de impostor? Y si no le han aplicado el
epíteto de charlatán fue porque, por entonces, no se conocía ese
término de nuestra civilización moderna. Sin embargo, hombres
serios han visto en los fenómenos que suceden en nuestros días otra
cosa más que un objeto de frivolidad; ellos han estudiado, han
profundizado con los ojos del observador concienzudo y han
encontrado la clave de una multitud de misterios hasta entonces
incomprendidos; esto ha sido para ellos un rayo de luz, y he aquí que
de esos hechos ha surgido toda una doctrina, toda una filosofía y,
podemos decir, toda una ciencia, al inicio divergente según el punto
de vista o la opinión personal del observador, pero poco a poco
tendiente a la unidad de principios. A pesar de la oposición
interesada de algunos y sistemática de aquellos que creen que la luz
sólo puede salir de sus cerebros, esta doctrina encuentra numerosos
adeptos porque esclarece al hombre sobre sus verdaderos intereses
presentes y futuros, porque responde a sus aspiraciones en cuanto al porvenir, vuelto de cierto modo
palpable; en fin, porque a la vez satisface a su razón y a sus
esperanzas, y disipa las dudas que degeneraban en una absoluta
incredulidad. Ahora bien, con el Espiritismo, todas las filosofías
materialistas o panteístas caen por sí mismas; la duda no es más
posible con respecto a la Divinidad, a la existencia del alma, a su
individualidad, a su inmortalidad; su futuro se nos aparece como la
luz del día, y sabemos que este futuro –que siempre deja una puerta
abierta a la esperanza– depende de nuestra voluntad y de los
esfuerzos que hagamos para el bien.
En cuanto se vio en el Espiritismo solamente fenómenos materiales, no se interesaron por el mismo sino como por un espectáculo, porque se dirigía a los ojos; pero desde el momento en que se ha elevado a la categoría de ciencia moral, ha sido tomado en serio, porque ha hablado al corazón y a la inteligencia, y porque cada uno ha encontrado en Él la solución de aquello que buscaba vagamente en sí mismo; una confianza basada en la evidencia ha reemplazado a la incertidumbre punzante; del punto de vista tan elevado en que nos ubica, las cosas de la Tierra aparecen tan pequeñas y tan mezquinas que las vicisitudes de este mundo no son más que incidentes pasajeros que soportamos con paciencia y resignación; la vida corporal es sólo una corta parada en la vida del alma, y para servirnos de la expresión de nuestro sabio y espiritual compañero –el Sr. Jobard–, no es más que un mal albergue, donde no vale la pena deshacer las maletas.Con la Doctrina Espírita todo es definido, todo está claro, todo habla a la razón; en una palabra, todo se explica, y aquellos que la han profundizado en su esencia obtienen en la misma una satisfacción interior a la cual no quieren renunciar más. He aquí por qué ha encontrado en tan poco tiempo numerosas simpatías, y estas simpatías no son reclutadas en el círculo restricto de una localidad, sino en el mundo entero. Si los hechos no estuvieran ahí para probarlo, lo juzgaríamos por nuestra Revista que sólo tiene algunos meses de existencia, cuyos suscriptores –aunque no se cuenten todavía por millares– están esparcidos por todos los puntos del globo. Además de los abonados de París y de sus Departamentos, nosotros los tenemos en Inglaterra, Escocia, Holanda, Bélgica, Prusia, San Petersburgo, Moscú, Nápoles, Florencia, Milán, Génova, Turín, Ginebra, Madrid, Shangai –en China–, Batavia, Cayena, México, Canadá, Estados Unidos, etc. No lo decimos por fanfarronería, si no como un hecho característico. Para que un periódico que recién nace, especializado, sea desde hoy solicitado en regiones tan diversas y tan distantes, es preciso que el objeto de que trate encuentre allí adeptos; de otro modo, no lo suscribirían por simple curiosidad desde varias millares de leguas, aunque fuese del mejor escritor. Por lo tanto, es su objeto el que interesa y no su modesto redactor; a los ojos de sus lectores, su objeto es por lo tanto serio. Resulta así evidente que el Espiritismo tiene raíces en todas las partes del mundo y, desde este punto de vista, veinte suscriptores repartidos en veinte países diferentes probarían más que cien concentrados en una sola localidad, porque no se lo podría suponer como la obra de una camarilla.
En cuanto se vio en el Espiritismo solamente fenómenos materiales, no se interesaron por el mismo sino como por un espectáculo, porque se dirigía a los ojos; pero desde el momento en que se ha elevado a la categoría de ciencia moral, ha sido tomado en serio, porque ha hablado al corazón y a la inteligencia, y porque cada uno ha encontrado en Él la solución de aquello que buscaba vagamente en sí mismo; una confianza basada en la evidencia ha reemplazado a la incertidumbre punzante; del punto de vista tan elevado en que nos ubica, las cosas de la Tierra aparecen tan pequeñas y tan mezquinas que las vicisitudes de este mundo no son más que incidentes pasajeros que soportamos con paciencia y resignación; la vida corporal es sólo una corta parada en la vida del alma, y para servirnos de la expresión de nuestro sabio y espiritual compañero –el Sr. Jobard–, no es más que un mal albergue, donde no vale la pena deshacer las maletas.Con la Doctrina Espírita todo es definido, todo está claro, todo habla a la razón; en una palabra, todo se explica, y aquellos que la han profundizado en su esencia obtienen en la misma una satisfacción interior a la cual no quieren renunciar más. He aquí por qué ha encontrado en tan poco tiempo numerosas simpatías, y estas simpatías no son reclutadas en el círculo restricto de una localidad, sino en el mundo entero. Si los hechos no estuvieran ahí para probarlo, lo juzgaríamos por nuestra Revista que sólo tiene algunos meses de existencia, cuyos suscriptores –aunque no se cuenten todavía por millares– están esparcidos por todos los puntos del globo. Además de los abonados de París y de sus Departamentos, nosotros los tenemos en Inglaterra, Escocia, Holanda, Bélgica, Prusia, San Petersburgo, Moscú, Nápoles, Florencia, Milán, Génova, Turín, Ginebra, Madrid, Shangai –en China–, Batavia, Cayena, México, Canadá, Estados Unidos, etc. No lo decimos por fanfarronería, si no como un hecho característico. Para que un periódico que recién nace, especializado, sea desde hoy solicitado en regiones tan diversas y tan distantes, es preciso que el objeto de que trate encuentre allí adeptos; de otro modo, no lo suscribirían por simple curiosidad desde varias millares de leguas, aunque fuese del mejor escritor. Por lo tanto, es su objeto el que interesa y no su modesto redactor; a los ojos de sus lectores, su objeto es por lo tanto serio. Resulta así evidente que el Espiritismo tiene raíces en todas las partes del mundo y, desde este punto de vista, veinte suscriptores repartidos en veinte países diferentes probarían más que cien concentrados en una sola localidad, porque no se lo podría suponer como la obra de una camarilla.
La manera con la cual se ha propagado el Espiritismo, hasta este
día, no merece una atención menos seria. Si la prensa hubiese hecho
resonar su voz a su favor, si lo hubiera ensalzado; en una palabra, si
el mundo estuviese harto de oír hablar de Él, se podría decir que se
ha propagado como todas las cosas que encuentran consumo gracias
a una reputación ficticia y con la cual se quiere experimentar,
aunque no fuese más que por curiosidad. Pero nada de esto ha tenido
lugar: la prensa, en general, no le ha prestado voluntariamente
ningún apoyo; ella lo ha desdeñado, o si, en raros intervalos, de Él
habló, ha sido para ponerlo en ridículo y para enviar a sus adeptos a
los manicomios, cosa poco animadora para los que hubiesen
tenido la veleidad de iniciarse. Apenas el propio Sr. Home ha tenido
los honores de algunas menciones medio serias, mientras que los
acontecimientos más vulgares encuentran en la misma un amplio
espacio. Además es fácil percibir, en el lenguaje de los adversarios,
que éstos hablan de la Doctrina Espírita como los ciegos de los
colores, sin conocimiento de causa, sin examen serio y profundo, y
únicamente bajo una primera impresión; también sus argumentos se
limitan a una negación pura y simple, porque nosotros no honramos
con el nombre de argumentos a los chistes groseros; las bromas, por
más espirituosas que sean, no son razones. Sin embargo, no es
preciso acusar de indiferencia o de mala voluntad a todo el personal
de la prensa. Individualmente el Espiritismo cuenta en ella con
adeptos sinceros, y conocemos a más de uno entre los más
distinguidos hombres de letras. ¿Por qué entonces guardan silencio?
Es que a la par de la cuestión de creencia está la de la personalidad
todopoderosa de este siglo. La creencia –entre ellos como entre
muchos otros– es concentrada y no expansiva; además, están
obligados a seguir los procedimientos rutinarios de su periódico, y
tal periodista teme perder suscriptores enarbolando francamente una
bandera cuyo color podría desagradar a algunos de éstos. ¿Durará
este estado de cosas? No; pronto sucederá con el Espiritismo lo que
ocurrió con el Magnetismo, del cual antes sólo se hablaba en voz
baja, y que hoy nadie más teme reconocer.208 Ninguna idea nueva,
por más bella y justa que sea, se implanta instantáneamente en el
espíritu de las masas, y aquella que no encontrase oposición sería un
fenómeno completamente insólito. ¿Por qué el Espiritismo sería la
excepción a la regla? A las ideas –como a las frutas– es preciso el
tiempo para madurar; pero la liviandad humana hace conque se las juzgue antes de su madurez o sin tomarse el
trabajo de sondar sus cualidades íntimas. Esto nos recuerda la
espirituosa fábula de La Joven Mona, el Mono y la Nuez. Esta
joven mona, como se sabe, recogió una nuez con su cáscara verde; al
llevarla a los dientes, hizo una mueca y la arrojó, admirándose de
que se crea buena a una cosa tan amarga; pero un viejo mono, menos
superficial y sin duda profundo pensador de su especie, recogió la
nuez, la partió, la limpió, la comió y la encontró deliciosa. Esto se
acompaña de una bella moraleja dirigida a todas las personas que
juzgan las cosas nuevas por las apariencias.
Por lo tanto, el Espiritismo ha debido marchar sin el apoyo de
ninguna ayuda extraña, y he aquí que en cinco o seis años se divulgó
con una rapidez prodigiosa. ¿De dónde ha sacado esta fuerza, si no
de sí mismo? Por lo tanto, es preciso que haya en sus principios algo
muy poderoso para haberse así propagado sin los medios
sobreexcitantes de la publicidad. Es que, como lo hemos dicho
anteriormente, cualquiera que se tome el trabajo de profundizarlo,
encuentra en Él lo que buscaba, lo que su razón le hacía entrever:
una verdad consoladora, y al final de cuentas extrae del mismo la
esperanza y un verdadero gozo. También las convicciones
adquiridas son serias y durables; de ninguna manera son esas
opiniones ligeras que un soplo hace nacer y otro desaparecer.
Últimamente alguien nos decía: «–Encuentro en el Espiritismo una
tan suave esperanza, y extraigo de Él tan dulces y tan grandes
consuelos, que todo pensamiento contrario me haría muy infeliz, y
siento que mi mejor amigo se me volvería odioso si intentara
alejarme de esta creencia». Cuando una idea no tiene raíces, puede
lanzar un resplandor pasajero, como esas flores que se las hace
brotar a la fuerza; pero pronto, a falta de sustento, mueren y de ellas
no se habla más. Al contrario, aquellas que tienen una base seria,
crecen y persisten: terminan por identificarse de tal modo con los
hábitos que más adelante nos admiramos por jamás habernos podido
privar de ellas.
Si el Espiritismo no ha sido secundado por la prensa de Europa, se dirá que no sucedió lo mismo con la de América. Esto es verdad hasta un cierto punto. Existe en América, como en todas partes, la prensa general y la prensa especializada. Sin duda, la primera se ocupó de Él mucho más que entre nosotros, aunque menos de lo que se piensa; también ella tiene sus órganos hostiles. La prensa especializada cuenta, solamente en los Estados Unidos, con dieciocho periódicos espíritas, de los cuales diez son semanales y varios de formato grande. Vemos que todavía estamos bien a la zaga en este aspecto; pero allá, como aquí, los periódicos especializados se dirigen a las personas especializadas; es evidente que una gaceta médica, por ejemplo, no será buscada de preferencia ni por arquitectos, ni por los hombres de ley; del mismo modo, un periódico espírita no es leído, salvo algunas excepciones, sino por los adeptos del Espiritismo. El gran número de periódicos americanos que trata de esta materia prueba una cosa: que para mantener a los mismos hay bastantes lectores. Sin duda, ellos han hecho mucho; pero, en general, su influencia es puramente local; la mayoría son desconocidos por el público europeo, y los nuestros no les han hecho más que muy raras transcripciones. Al decir que el Espiritismo se ha propagado sin el apoyo de la prensa, hemos querido referirnos a la prensa general que se dirige a todo el mundo, aquella cuya voz alcanza a millones de oídos a cada día y que penetra en los lugares más ocultos; a aquella con la cual el anacoreta, en el fondo del desierto, puede estar al corriente de lo que sucede, tanto como el habitante de la ciudad; en fin, a la que siembra ideas a manos llenas. ¿Cuál es el periódico espírita que puede jactarse de hacer resonar así los ecos del mundo? Ése habla a las personas convencidas; no llama la atención de los indiferentes. Por lo tanto, estamos en lo cierto al decir que el Espiritismo ha sido librado a sus propias fuerzas; si por sí mismo ha dado tan grandes pasos, ¡qué será cuando pueda disponer de la poderosa palanca de la amplia publicidad! A la espera de ese momento, por todas partes Él planta jalones; por todas partes sus ramas han de encontrar puntos de apoyo; en fin, por todas partes encontrará voces cuya autoridad habrá de imponer silencio a sus detractores.
La cualidad de los adeptos del Espiritismo merece una atención
particular. ¿Son encontrados en los bajos estratos de la sociedad,
entre las personas iletradas? No; éstos se ocupan de Él poco o nada;
apenas han oído hablar del mismo. Incluso las mesas giratorias han
encontrado entre ellos pocos practicantes. Hasta el presente sus
prosélitos están en los primeros estratos de la sociedad, entre las
personas esclarecidas, entre los hombres de saber y de raciocinio; y
una cosa notable: los médicos que han hecho durante tanto tiempo
una guerra encarnizada al Magnetismo, adhieren sin dificultad a la
Doctrina Espírita; nosotros contamos con un gran número de ellos,
tanto en Francia como en el extranjero, entre nuestros suscriptores,
en cuyo número también se encuentran –en su gran mayoría–
hombres superiores en todos los aspectos, notabilidades científicas y
literarias, altos dignatarios, funcionarios públicos, oficiales
generales, comerciantes, eclesiásticos, magistrados, etc., todas
personas demasiado serias como para tomar a título de pasatiempo
un periódico que, como el nuestro, no presume de ser divertido y
menos aún en el que se crea encontrar fantasías. La Sociedad
Parisiense de Estudios Espíritas no es una prueba menos evidente
de esta verdad, por la elección de las personas que reúne; sus
sesiones son seguidas con un sostenido interés, con una atención
religiosa, inclusive podemos decir con gran anhelo, y sin embargo
sólo se ocupa de estudios
graves, serios, a menudo muy abstractos y no de experiencias
propias para suscitar la curiosidad. Hablamos de lo que sucede ante
nuestros ojos, pero podemos decir lo mismo de todos los Centros
que se ocupan del Espiritismo desde el mismo punto de vista, porque
casi por todas partes (como los Espíritus lo habían anunciado) el
período de curiosidad llega a su declinación. Estos fenómenos nos
hacen entrar en un orden de cosas tan grandes, tan sublimes, que
ante esas graves cuestiones un mueble que gira o que golpea es un
juguete de niño: es el abecé de la ciencia.
Además, sabemos a qué atenernos ahora sobre la cualidad de los
Espíritus golpeadores y, en general, de los que producen efectos
materiales. Ellos han sido justamente llamados los saltimbanquis
del mundo espírita; es por eso que nos vinculamos menos a ellos que
con aquellos que pueden esclarecernos.
Podemos asignar a la propagación del Espiritismo cuatro fases o
períodos distintos:
1º) El de la curiosidad, en el cual los Espíritus golpeadores han desempeñado un papel principal para llamar la atención y preparar los caminos.
2º) El de la observación, en el cual entramos, y que también podemos llamar período filosófico. El Espiritismo es profundizado y se depura; tiende a la unidad de Doctrina y se constituye en ciencia. Vendrán después:
3º) El período de la admisión, donde el Espiritismo ha de ocupar un lugar oficial entre las creencias universalmente reconocidas.
4º) El período de influencia sobre el orden social. Será entonces que la Humanidad, bajo la influencia de estas ideas, ha de entrar en un nuevo camino moral. Esta influencia, desde hoy, es individual; más adelante, actuará sobre las masas para el bien general.
1º) El de la curiosidad, en el cual los Espíritus golpeadores han desempeñado un papel principal para llamar la atención y preparar los caminos.
2º) El de la observación, en el cual entramos, y que también podemos llamar período filosófico. El Espiritismo es profundizado y se depura; tiende a la unidad de Doctrina y se constituye en ciencia. Vendrán después:
3º) El período de la admisión, donde el Espiritismo ha de ocupar un lugar oficial entre las creencias universalmente reconocidas.
4º) El período de influencia sobre el orden social. Será entonces que la Humanidad, bajo la influencia de estas ideas, ha de entrar en un nuevo camino moral. Esta influencia, desde hoy, es individual; más adelante, actuará sobre las masas para el bien general.
Así, por un lado, he aquí a una creencia que se esparce en el
mundo entero por sí misma y poco a poco, y sin ninguno de los
medios usuales de propaganda forzada; por otro lado, esta misma
creencia echa raíces, no en los bajos estratos de la sociedad, sino en
su parte más esclarecida. ¿No existe en ese doble hecho algo muy
característico y que debe llevar a la reflexión a todos aquellos que
aún tratan al Espiritismo de cosa fútil? Contrariamente a muchas
otras ideas que parten de abajo –deformadas o desnaturalizadas– y
que no penetran sino a la larga en los altos estratos donde se
depuran, el Espiritismo parte de lo alto y solamente llegará a las
masas cuando esté liberado de las ideas falsas, inseparables de las
cosas nuevas.
Sin embargo, es preciso concordar que todavía entre muchos
adeptos no hay más que una creencia latente; en unos el miedo al
ridículo, en otros el temor a herir –en su perjuicio– ciertas
susceptibilidades, los impiden
de expresar francamente sus opiniones; sin duda, esto es pueril, y no
obstante lo comprendemos; no se puede pedir a ciertos hombres lo
que la Naturaleza no les ha dado: el coraje de enfrentar el qué dirán;
pero cuando el Espiritismo esté en todas las bocas –y ese tiempo no
está lejos–, ese coraje vendrá a los más tímidos. En este aspecto, un
cambio notable ya se ha operado desde hace algún tiempo: se habla
más abiertamente de Él; ya se arriesgan, y esto hace abrir los ojos a
los propios antagonistas que se preguntan si es prudente –en el
interés de su propia reputación– criticar severamente una creencia
que, quiérase o no, se infiltra en todas partes y encuentra apoyo en
lo alto de la sociedad. También el epíteto de locos, tan largamente
prodigado a los adeptos, comienza a ser ridículo; este argumento
usado ya se ha vuelto trivial, porque pronto los locos serán más
numerosos que las personas sensatas, y ya más de un crítico se ha
alistado a su lado; además, es el cumplimiento de lo que han
anunciado los Espíritus, al decir que: los mayores adversarios del
Espiritismo se convertirán en sus más fervientes partidarios y en sus
más ardientes propagadores.
En los curiosos documentos célticos que publicamos en nuestro
número de abril, hemos visto la doctrina de la reencarnación
profesada por los druidas, según el principio de la marcha
ascendente del alma humana a la cual hacían recorrer los varios
grados de nuestra escala espírita. Todo el mundo sabe que la idea de
la reencarnación remonta a la más alta Antigüedad, y que el propio
Pitágoras la ha extraído de entre los hindúes y los egipcios. Por lo
tanto, no es admirable que Platón, Sócrates y otros compartiesen una
opinión admitida por los más ilustres filósofos de aquel tiempo; pero
lo que quizá es más notable, es encontrar en esa época el principio
de la doctrina de la elección de las pruebas, enseñada hoy por los
Espíritus, doctrina que presupone la reencarnación, sin la cual no
tendría ninguna razón de ser. No discutiremos hoy esta teoría, que
estaba tan lejos de nuestro pensamiento cuando los Espíritus nos la
revelaron y que extrañamente nos ha sorprendido, porque –lo
reconocemos con toda humildad– lo que Platón había escrito sobre
este asunto especial nos era por entonces totalmente desconocido,
nueva prueba, entre miles, que las comunicaciones que han sido
dadas no son en absoluto el reflejo de nuestra opinión personal.
En cuanto a la de Platón, simplemente constatamos la idea principal, pudiendo cada uno fácilmente tener en cuenta la forma bajo la cual ella es presentada, y juzgar los puntos de contacto que puede tener, en ciertos detalles, con nuestra teoría actual. En su alegoría del Huso de la Necesidad, él supone un diálogo entre Sócrates y Glaucón, y atribuye al primero el siguiente discurso sobre las revelaciones de Er, el Armenio, personaje ficticio –según todas las probabilidades–, aunque algunos lo tomen por Zoroastro.
En cuanto a la de Platón, simplemente constatamos la idea principal, pudiendo cada uno fácilmente tener en cuenta la forma bajo la cual ella es presentada, y juzgar los puntos de contacto que puede tener, en ciertos detalles, con nuestra teoría actual. En su alegoría del Huso de la Necesidad, él supone un diálogo entre Sócrates y Glaucón, y atribuye al primero el siguiente discurso sobre las revelaciones de Er, el Armenio, personaje ficticio –según todas las probabilidades–, aunque algunos lo tomen por Zoroastro.
Fácilmente se ha de comprender que este relato no es sino un
cuadro imaginario para conducir al desarrollo de la idea principal: la
inmortalidad del alma, la sucesión de las existencias, la elección de
esas existencias por efecto del libre albedrío, en fin, las
consecuencias felices o desdichadas de esa elección, a menudo
imprudente; todas estas proposiciones se encuentran en El Libro de
los Espíritus, y vienen a confirmar los numerosos hechos citados en
esta Revista.
«El relato que voy a haceros –dice Sócrates a Glaucón– es el de
un hombre de corazón: Er, el Armenio, originario de Panfilia. Él
había sido muerto en una batalla. Diez días después, cuando
llevaban a los cadáveres ya desfigurados de los que con él habían
caído, el suyo fue encontrado sano e intacto. Lo condujeron a su
casa para hacerle los funerales, y en el segundo día, cuando estaba
extendido en la pira, revivió y contó lo que había visto en la otra
vida.
«Luego que su alma salió del cuerpo, se puso a camino con una
infinidad de otras almas y llegó a un lugar maravilloso, donde se
veían en la Tierra dos aberturas –próximas la una de la otra– y otras
dos aberturas en el cielo que correspondían con las primeras. Entre
estas dos regiones estaban sentados jueces. Tan pronto como
pronunciaban una sentencia, mandaban a los justos tomar el camino
de la derecha por una de las aberturas del cielo –después de ponerles
por delante un rótulo que contenía el juicio dado en su favor–, y a
los malos tomar el camino de la izquierda, en los abismos, llevando
en la espalda un rótulo semejante donde estaban marcadas todas sus
acciones. Cuando se presentó su turno, los jueces declararon que él
debía llevar a los hombres la noticia de lo que pasaba en ese otro
mundo, y le mandaron que escuchase y que observara todo lo que se
le ofrecía.
«En primer lugar vio que las almas juzgadas desaparecían, unas dirigiéndose al cielo, las otras descendiendo a la Tierra a través de las dos aberturas que se correspondían: mientras que por la segunda abertura de la Tierra vio salir almas cubiertas de polvo y de inmundicia, al mismo tiempo que por la segunda abertura del cielo descendían otras almas que eran puras y sin mancha. Todos parecían venir de un largo viaje y se detenían con gusto en la pradera como en un punto de reunión. Las que se conocían se saludaban entre sí y se pedían noticias de lo que sucedía en los lugares donde ellas venían: el cielo y la Tierra. Aquí, entre gemidos y lágrimas, recordaban todo lo que habían sufrido y visto sufrir durante su estancia en la Tierra; allí, se contaban las alegrías del cielo y la felicidad de contemplar las maravillas divinas.
«En primer lugar vio que las almas juzgadas desaparecían, unas dirigiéndose al cielo, las otras descendiendo a la Tierra a través de las dos aberturas que se correspondían: mientras que por la segunda abertura de la Tierra vio salir almas cubiertas de polvo y de inmundicia, al mismo tiempo que por la segunda abertura del cielo descendían otras almas que eran puras y sin mancha. Todos parecían venir de un largo viaje y se detenían con gusto en la pradera como en un punto de reunión. Las que se conocían se saludaban entre sí y se pedían noticias de lo que sucedía en los lugares donde ellas venían: el cielo y la Tierra. Aquí, entre gemidos y lágrimas, recordaban todo lo que habían sufrido y visto sufrir durante su estancia en la Tierra; allí, se contaban las alegrías del cielo y la felicidad de contemplar las maravillas divinas.
«Sería muy largo seguir el discurso entero del Armenio, pero he
aquí, en suma, lo que decía. Cada alma recibía diez veces la pena
por cada una de las injusticias que había cometido durante la vida.
La duración de cada punición era de cien años –duración natural de
la vida humana–, a fin de que el castigo fuese siempre décuplo para
cada crimen. De esta manera, los que han causado la muerte de
muchas personas, traicionando ciudades, ejércitos, reducido a sus
conciudadanos a la esclavitud o cometido cualquier otra atrocidad,
eran atormentados con el décuplo por cada uno de estos crímenes.
Al contrario, aquellos que han hecho el bien a su alrededor, que han
sido justos y virtuosos, recibían en la misma proporción la
recompensa de sus buenas acciones. Lo que decía con respecto a los
niños que morían poco tiempo después de su nacimiento, merece
menos ser repetido; pero aseguraba que al impío, al hijo
desnaturalizado, al homicida, estaban reservadas las más crueles
penas, y al hombre religioso y al buen hijo las mayores felicidades.
«Él estaba presente cuando un alma preguntó a otra dónde estaba
Ardieo, el Grande. Ardieo había sido un tirano de una ciudad de
Panfilia mil años antes; había dado muerte a su padre, que era de
avanzada edad, a su hermano mayor, y cometido –dicen– varios
otros crímenes enormes. «Él no viene –respondió el alma– y nunca
vendrá aquí. Al respecto, todos nosotros hemos sido testigos de un
horrible espectáculo. Cuando estábamos a punto de salir del abismo,
después de haber cumplido nuestras penas, vimos a Ardieo y a
muchos otros que, en su mayoría eran tiranos como él o seres que,
en su condición particular, habían cometido grandes crímenes: ellos
hacían vanos esfuerzos para subir, y todas las veces que intentaban
salir esos culpables, cuyos crímenes no tenían remedio o no habían
sido suficientemente expiados, el abismo los repelía con bramidos.
Entonces, personajes horrorosos con los cuerpos en llamas, que allí
se encontraban, acudían a esos gemidos. Primeramente condujeron a
viva fuerza a un cierto número de esos criminales; en cuanto a
Ardieo y a los otros, les ataron los pies, las manos y la cabeza, y,
después de haberlos arrojado en tierra y desollarlos a fuerza de
golpes, los arrastraron fuera del camino sobre sangrientas zarzas,
repitiendo a las sombras, a medida que alguna pasaba: “He aquí a
los tiranos y a los homicidas; nosotros los llevamos para arrojarlos
en el Tártaro”.
Esa alma añadía que, entre tantos objetos terribles, nada les causaba
más miedo que el bramido del abismo, y que había sido para ellas
una extrema alegría salir de allí en silencio.
«Tales eran, aproximadamente, los juicios de las almas, sus
castigos y sus recompensas.
«Después de siete días de reposo en esta pradera, las almas
tuvieron que partir en el octavo, y se pusieron a camino. Al cabo de
cuatro días de jornada percibieron en lo alto, sobre toda la superficie
del cielo y de la Tierra, una inmensa luz, recta como una columna y
semejante a Iris, pero más brillante y más pura. Un solo día les fue
suficiente para alcanzarla, y entonces vieron, en el medio de esta luz,
la extremidad de las cadenas que se unen a los cielos. Es esto lo que
los sostienen: es la cubierta del navío del mundo, es el vasto
cinturón que lo rodea. En lo más alto estaba suspendido el Huso de
la Necesidad, alrededor del cual se formaban todas las
circunferencias. *
«Alrededor del huso, y a distancias iguales, estaban sentadas en
tronos las tres Parcas, hijas de la Necesidad: Láquesis, Cloto y Átropos, vestidas de blanco y ceñidas sus cabezas con cintillas. Ellas
cantaban, uniéndose al concierto de las Sirenas: Láquesis cantaba el
pasado, Cloto el presente, Átropos el futuro. Entre un intervalo y
otro, Cloto tocaba con la mano derecha el exterior del huso; con la mano izquierda, Átropos imprimía movimiento a los círculos
interiores y, con una y otra mano, Láquesis tocaba alternativamente
tanto el huso como los pesos interiores.
«Luego que las almas llegaron, les fue preciso presentarse ante
Láquesis. Al principio un hierofante las había colocado por orden,
una después de la otra. Enseguida, habiendo tomado del regazo de
Láquesis los destinos o números en el orden por el cual cada alma
debía ser llamada, así como las diversas condiciones humanas
ofrecidas a su elección, subió a un estrado y habló de esta manera:
“He aquí lo que dice la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: Almas
pasajeras, iréis comenzar una nueva carrera y renacer en la
condición mortal. No se os asignará vuestro genio; vosotras
mismas lo elegiréis. La primera que el destino designe escogerá, y
su elección será irrevocable. La virtud no tiene dueño: ella se une a
quien la honra, y abandona a quien la desprecia. Cada cual es
responsable por su elección: Dios es inocente”. Dichas estas
palabras, él echó los números, y cada alma recogió el que cayó
delante de ella, excepto el Armenio, a quien no se le permitió
hacerlo. Luego, el hierofante mostróa las mismas los géneros de vida de todas las especies, cuyo número
era mucho mayor que el de las almas allí reunidas. La variedad era
infinita; allí se encontraban, al mismo tiempo, todas las condiciones
de los hombres como las de los animales. Había tiranías: unas que
duraban hasta la muerte, otras que se interrumpían bruscamente y
terminaban en la pobreza, en el exilio y en el abandono. La
ilustración se mostraba bajo varios aspectos: se podía elegir la
belleza, el arte de agradar, los combates, la victoria o la nobleza de
la raza. Estados completamente desconocidos en todos los sentidos,
o intermediarios, donde se mezclaban la riqueza y la pobreza, la
salud y la enfermedad, los cuales eran ofrecidos a elección: había
también la misma variedad de condiciones de mujer.
«Evidentemente, mi querido Glaucón, aquí tienes la temible
prueba para la Humanidad. Que cada uno de nosotros piense en esto
y deje todos los vanos estudios para sólo consagrarse a la ciencia
que hace el destino del hombre. Busquemos un maestro que nos
enseñe a discernir el buen y el mal destino, y a elegir todo el bien
que el Cielo nos confía. Examinemos con él qué situaciones
humanas –juntas o separadamente– conducen a las buenas acciones:
si la belleza, por ejemplo, unida a la pobreza o a la riqueza, o a tal
disposición del alma, debe producir la virtud o el vicio; qué ventaja
puede tener un nacimiento ilustre o común, la vida privada o
pública, la fuerza o la debilidad, la instrucción o la ignorancia, en
fin, todo lo que el hombre recibe de la Naturaleza y todo lo que
adquiere por sí mismo. Esclarecidos por la conciencia, decidamos
qué partido nuestra alma debe tomar. Sí, el peor de los destinos es
aquel que la vuelva injusta, y el mejor aquel que la forme sin cesar
hacia la virtud, sin tener en cuenta todo lo demás. ¡Iríamos a olvidar
que no hay elección más saludable después de la muerte como
durante la vida! ¡Ah! Que ese dogma sagrado se identifique para
siempre con nuestra alma, a fin de que ella no se deje deslumbrar en
este mundo, ni por las riquezas ni por otros males de esa naturaleza,
y que de modo alguno se exponga a cometer un gran número de
males sin remedio y a padecerlos aún mayores, al arrojarse con
avidez en la condición de tirano o en cualquier otra similar.
«Según el relato de nuestro mensajero, el hierofante había dicho:
“Aquel que eligiese por último, con tal que lo haga con
discernimiento y que después sea consecuente con su conducta,
puede proponerse una vida feliz. Que ni el primero que haya de
escoger se entregue a una excesiva confianza, ni el último
desespere”. Entonces, el primero a quien llamó el destino se
adelantó apresuradamente y eligió la más considerable tiranía;
llevado por su imprudencia y por su avidez, y sin reparar
suficientemente en lo que hacía, no vio la fatalidad ligada al objeto
de su elección
de tener que comer un día la carne de sus propios hijos y cometer
muchos otros crímenes horribles. Pero cuando hubo considerado el
destino que había elegido, gimió, se lamentó y, olvidándose de las
lecciones del hierofante, terminó acusando de sus males a la fortuna,
a los genios, a todos menos a sí mismo. ** Esta alma era una de las
que venían del cielo: había vivido antes en un Estado bien
gobernado y había hecho el bien, más por fuerza de hábito que por
filosofía. He aquí por qué las almas procedentes del cielo no eran las
menos numerosas entre las que caían en semejantes engaños, por no
haber sido puestas a prueba en el sufrimiento. Al contrario, aquellas
que, habiendo pasado por la región subterránea, habían sufrido y
visto sufrir, no elegían tan a la ligera. A raíz de esto,
independientemente de la contingencia que decidía el lugar en que
debían ser llamadas para escoger, ocurría una especie de cambio de
bienes y de males para la mayoría de las almas. De esta manera, un
hombre que, a cada renovación de su existencia en este mundo, se
aplicase constantemente a la sana filosofía y tuviese la dicha de no
tener los últimos destinos, sería muy probablemente –según este
relato– no solamente feliz en la Tierra, sino también en su viaje a
este mundo, y al volver marcharía por el camino llano del cielo y no
por el sendero penoso del abismo subterráneo.
«El Armenio agregó que era un espectáculo curioso ver de qué
manera cada alma hacía su elección. Nada más extraño ni más
digno, al mismo tiempo, de compasión y de irrisión. La mayoría de
las veces la elección era hecha según los hábitos de la vida anterior.
Er había visto el alma que había pertenecido a Orfeo escoger la
condición de cisne, por odio a las mujeres que le habían dado
muerte, no queriendo deber su nacimiento a ninguna de ellas; el
alma de Tamiris había escogido la condición de ruiseñor; vio
también a un cisne adoptar la naturaleza humana, y lo mismo
hicieron otras aves canoras. Otra alma, la vigésima llamada a elegir,
había tomado la naturaleza de un león: era la de Áyax, hijo de
Telamón. Detestaba tomar un cuerpo humano, porque recordaba el juicio en el cual no
había obtenido las armas de Aquiles. Después llegó el alma de
Agamenón, cuyas desgracias lo volvieron enemigo de los hombres:
él tomó la condición de águila. Al llegar a la mitad, el alma de
Atalanta fue llamada a elegir; habiendo considerado los grandes
honores que reciben los atletas, no pudo resistir al deseo de volverse
atleta. Epeo –constructor del caballo de Troya– se volvió una mujer
hábil en trabajos manuales. El alma del bufón Tersites, de las
últimas en presentarse, revistió la forma de un mono. El alma de
Ulises, que el destino llamó por último, vino también a escoger: pero
como el recuerdo de sus grandes reveses lo había desengañado de la
ambición, anduvo buscando por mucho tiempo, hasta que al fin
descubrió en un rincón la vida tranquila de un simple particular que
todas las demás almas habían dejado a un lado. Y dijo al verla, que
aun cuando hubiera sido la primera en elegir, no habría hecho otra
elección. Los animales, sean cuales fueren, también pasan unos en
los otros o en cuerpos humanos: los que fueron malos se vuelven
especies feroces, y los buenos, animales domésticos.
«Después que todas las almas escogieron su condición, se
aproximaron a Láquesis, según el orden en que habían elegido. La
Parca dio a cada una el genio que había preferido, para que le
sirviese de guardián durante su vida y le ayudase a cumplir su
destino. Este genio la conducía primero a Cloto, para que con su
mano y con un giro del huso, confirmase el destino escogido.
Después de haber tocado el huso, la llevaba hacia Átropos, que
enrollaba el hilo para hacer irrevocable lo que había sido hilado por
Cloto. Enseguida se dirigían hacia el trono de la Necesidad, bajo el
cual el alma y su genio pasaban juntos.
Después que todos hubieron pasado, se trasladaron a la llanura del Leteo (el Olvido), *** donde sintieron un calor insoportable, porque allí no había árboles ni plantas. Llegada la tarde, pasaron luego la noche junto al río Ameles (ausencia de pensamientos serios), cuyas aguas no pueden ser contenidas por ninguna vasija: allí eran obligados a beber; pero los imprudentes bebían de más. Aquellos que beben demasiado pierden absolutamente la memoria. Enseguida, todas se entregaron al sueño; pero a medianoche se oyó un gran estruendo de un trueno y de temblores de tierra: luego las almas fueron dispersadas aquí y allá hacia los distintos puntos de su nacimiento terrestre, como estrellas que de repente brillasen en el cielo. En cuanto a él –decía Er– se le había impedido beber el agua del río; sin embargo, sin saber dónde ni cómo, su alma se había unido al cuerpo; y al abrir de repente sus ojos en la madrugada, percibió que estaba extendido en la pira.
Después que todos hubieron pasado, se trasladaron a la llanura del Leteo (el Olvido), *** donde sintieron un calor insoportable, porque allí no había árboles ni plantas. Llegada la tarde, pasaron luego la noche junto al río Ameles (ausencia de pensamientos serios), cuyas aguas no pueden ser contenidas por ninguna vasija: allí eran obligados a beber; pero los imprudentes bebían de más. Aquellos que beben demasiado pierden absolutamente la memoria. Enseguida, todas se entregaron al sueño; pero a medianoche se oyó un gran estruendo de un trueno y de temblores de tierra: luego las almas fueron dispersadas aquí y allá hacia los distintos puntos de su nacimiento terrestre, como estrellas que de repente brillasen en el cielo. En cuanto a él –decía Er– se le había impedido beber el agua del río; sin embargo, sin saber dónde ni cómo, su alma se había unido al cuerpo; y al abrir de repente sus ojos en la madrugada, percibió que estaba extendido en la pira.
«Tal es el mito, mi querido Glaucón, que la tradición hizo vivir
hasta nosotros. Él puede preservarnos de nuestra pérdida: si tenemos
fe, pasaremos con felicidad el Leteo y mantendremos nuestra alma
libre de toda mancha».
_____________________________________________________
* Éstas son las diversas esferas de los planetas o las diversas divisiones del cielo,
girando alrededor de la Tierra, fijada al propio eje del huso. [Nota de V. Cousin.]
** Los Antiguos no atribuían a la palabra tirano la misma idea que nosotros; daban
ese nombre a todos aquellos que se apoderaban del poder soberano, cualquiera que
fuesen sus cualidades: buenas o malas. La Historia cita tiranos que han hecho el bien;
pero como frecuentemente sucedía lo contrario y, para satisfacer su ambición o
mantenerse en el poder, ningún crimen les importaba, esta palabra se volvió más tarde
sinónimo de cruel, y se dice de todo hombre que abusa de su autoridad.
El alma de la cual habla Er, al elegir la más considerable tiranía, no había buscado
la crueldad, sino simplemente el más amplio poder como condición de su nueva
existencia; cuando su elección fue irrevocable, percibió que ese mismo poder la
arrastraría al crimen y lamentó haberla realizado, acusando a todos de sus males, menos
a sí misma: es la historia de la mayoría de los hombres, que son artífices de su propia
desgracia sin querer confesarlo. [Nota de Allan Kardec.]
*** Alusión al olvido que sigue al pasar de una existencia a otra. [Nota de Allan
Kardec.]
El siguiente caso ha sido relatado por La Patrie (La Patria) del 15
de agosto de 1858:
«El martes último me comprometí –tal vez muy
imprudentemente– a contaros una historia emocionante. Debería
haber pensado en una cosa: que no existen historias emocionantes, sino que existen historias bien contadas, y el mismo relato, hecho
por dos narradores diferentes, puede hacer dormir a un auditorio o
ponerle la piel de gallina. ¡Cómo he escuchado a mi compañero de
viaje de Cherburgo a París, el Sr. B..., de quien tengo una anécdota
maravillosa! Si yo hubiese taquigrafiado su narración, tendría
verdaderamente alguna posibilidad de haceros estremecer.
«Pero cometí el error de confiar en mi detestable memoria, y lo
lamento profundamente. En fin, mal o bien, he aquí la aventura, y el
desenlace os ha de probar que hoy, 15 de agosto, es un hecho
totalmente consumado.
«El Sr. de S... (nombre histórico llevado aún hoy con honor) era
oficial durante el Directorio. Por placer, o por las necesidades de su
servicio, él viajaba a Italia.
«En uno de nuestros Departamentos del Centro, fue sorprendido
por la noche y se sintió feliz en encontrar un alojamiento bajo el
tejado de una especie de cabaña de aspecto sospechoso, donde se le
ofreció una mala cena y un camastro en un desván.
«Habituado a la vida de aventuras y al duro oficio de la guerra, el
Sr. de S... comió con buen apetito, se acostó sin murmurar y durmió
profundamente.
«Su sueño fue perturbado por una temible aparición. Vio a un espectro levantarse en la sombra, caminar a pasos pesados hacia su camastro y detenerse a la altura de su cabecera. Era un hombre de unos cincuenta años, cuyos cabellos encanecidos y erizados estaban rojos de sangre; tenía el pecho desnudo, y su garganta –con arrugas– estaba cortada con heridas abiertas. Permaneció un momento en silencio, fijando sus ojos negros y profundos sobre el viajero adormecido; después su pálida figura se animó, sus pupilas brillaron como dos carbones ardientes; pareció hacer un violento esfuerzo y, con una voz sorda y temblorosa, pronunció estas extrañas palabras:
«Su sueño fue perturbado por una temible aparición. Vio a un espectro levantarse en la sombra, caminar a pasos pesados hacia su camastro y detenerse a la altura de su cabecera. Era un hombre de unos cincuenta años, cuyos cabellos encanecidos y erizados estaban rojos de sangre; tenía el pecho desnudo, y su garganta –con arrugas– estaba cortada con heridas abiertas. Permaneció un momento en silencio, fijando sus ojos negros y profundos sobre el viajero adormecido; después su pálida figura se animó, sus pupilas brillaron como dos carbones ardientes; pareció hacer un violento esfuerzo y, con una voz sorda y temblorosa, pronunció estas extrañas palabras:
«–Te conozco: tú eres un soldado como yo y como yo un hombre
de coraje, incapaz de faltar a su palabra. Vengo a pedirte un servicio
que otros me han prometido y que no han cumplido. Hace tres
semanas que he sido asesinado; el hospedero de esta casa, ayudado
por su mujer, me sorprendieron durante el sueño y me cortaron la
garganta. Mi cadáver está escondido bajo un montón de basura, en el
fondo del corral a la derecha. Ve a buscar mañana a la autoridad del
lugar, trae a dos gendarmes y hazme enterrar. El hospedero y su
mujer se delatarán a sí mismos y tú los entregarás a la justicia.
Adiós; cuento con tu piedad; no olvides el ruego de un viejo
compañero de armas.
«Al despertarse, el Sr. de S... se acordó del sueño. Con la cabeza
apoyada sobre el codo, se puso a meditar; su emoción estaba viva,
pero se disipó ante las primeras claridades del día y, como Atalía,
dijo:
¡Un sueño! ¿Debería inquietarme por un sueño?
Él contradijo a su corazón y, no escuchando más que a su razón,
cerró su valija y continuó de viaje.
«A la tarde llegó a su nueva etapa y se detuvo para pasar la noche
en un albergue. Pero apenas había cerrado los ojos, el espectro se le
apareció por segunda vez, triste y casi amenazante.
«–Me sorprendo y me aflijo –dijo el fantasma– al ver a un
hombre como tú perjurar y faltar a su deber. Esperaba más de tu
lealtad. Mi cuerpo está sin sepultura, mis asesinos viven en paz.
Amigo, mi venganza está en tus manos; en nombre del honor, te
intimo a volver sobre tus pasos.
«El Sr. de S... pasó el resto de la noche en una gran agitación; a la mañana siguiente, tuvo vergüenza de su pavor y continuó de viaje.
«El Sr. de S... pasó el resto de la noche en una gran agitación; a la mañana siguiente, tuvo vergüenza de su pavor y continuó de viaje.
«A la noche, tercera parada: tercera aparición. Esta vez el
fantasma se encontraba más lívido y más terrible; estaba con una
sonrisa amarga en sus labios blancos; y habló con una voz ruda:
«–Parece que te he juzgado mal: parece que tu corazón, como el
de los otros, es insensible a los ruegos de los desafortunados. Por
última vez vengo a invocar tu ayuda y hacer un llamado a tu
generosidad. Vuelve a X..., véngame o sé maldito.
«Esta vez, el Sr. de S... no deliberó más: volvió al albergue
sospechoso donde había pasado la primera de esas noches lúgubres.
Fue a la casa del magistrado y pidió dos gendarmes. A su vista y a la
vista de
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los dos gendarmes, los asesinos se pusieron pálidos y confesaron su
crimen, como si una fuerza superior les hubiera arrancado esta
confesión fatal.
«El proceso fue preparado rápidamente y ellos fueron condenados
a muerte. En cuanto al pobre oficial, cuyo cadáver fue encontrado
bajo el montón de basura, en el fondo del corral a la derecha, fue
enterrado en tierra santa, y los sacerdotes oraron por el reposo de su
alma.
«Al haber cumplido su misión, el Sr. de S... se apresuró a dejar el
país y se dirigió a los Alpes sin mirar hacia atrás.
«La primera vez que reposó en una cama, el fantasma se levantó
nuevamente en la sombra, no más feroz e irritado, sino dulce y
benevolente.
«–Gracias, dijo él, gracias hermano. Deseo reconocer el servicio
que me has prestado: me mostraré a ti una vez más, una sola; dos
horas antes de tu muerte, vendré a avisarte. Adiós.
«El Sr. de S... tenía por entonces alrededor de treinta años; durante
treinta años ninguna visión vino a perturbar la quietud de su vida.
Pero el 14 de agosto de 182..., en vísperas del cumpleaños de
Napoleón, el Sr. de S... –que había permanecido fiel al partido
bonapartista– reunió en una gran cena a una veintena de antiguos
soldados del Imperio. La fiesta había sido muy alegre; el anfitrión,
aunque envejecido, estaba vigoroso y con buena salud. Estaban en el
salón y tomaban café.
«El Sr. de S... tuvo deseos de aspirar una pizca de rapé y percibió
que se había olvidado la tabaquera en su cuarto. Tenía el hábito de
servirse él mismo; por un momento dejó a sus huéspedes y subió al
primer piso de su casa, donde se encontraba su dormitorio.
«Él no había llevado luz.
«Cuando entró en un largo pasillo que conducía a su cuarto, de
repente se detuvo y fue forzado a apoyarse sobre la pared. Delante
de él, en la extremidad de la galería, estaba el fantasma del hombre
asesinado; el fantasma no pronunció ninguna palabra, ni gesto
alguno y, después de un segundo, desapareció.
«Era el aviso prometido.
«El Sr. de S..., que tenía el alma resistente, después de un
momento de desfallecimiento, recobró su coraje y su sangre fría,
caminó hacia el cuarto, tomó allí su tabaquera y bajó al salón.
«Cuando allí entró, ninguna señal de emoción apareció en su rostro. Se mezcló en la conversación y, durante una hora, mostró todo su espíritu y toda su jovialidad habituales.
«Cuando allí entró, ninguna señal de emoción apareció en su rostro. Se mezcló en la conversación y, durante una hora, mostró todo su espíritu y toda su jovialidad habituales.
«A medianoche los invitados se retiraron. Entonces se sentó y
pasó tres cuartos de hora en recogimiento; después, habiendo puesto
en orden sus negocios, a pesar de no sentir ningún malestar, volvió a
su dormitorio.
«Cuando abrió la puerta, un tiro lo tendió muerto, justo dos horas
después de la aparición del fantasma.
«La bala que le despedazó el cráneo estaba destinada a su
empleado.
HENRI D'AUDIGIER»
El autor del artículo ha querido, a toda costa, cumplir la promesa
que había hecho al periódico, de narrar algo emocionante y, para
este fin, ¿extrajo de su fecunda imaginación la anécdota que relata, o
realmente ella es verdadera? Es lo que nosotros no sabríamos
afirmar. Además, esto no es lo más importante; real o supuesta, lo
esencial es saber si el hecho es posible. ¡Pues bien! No vacilamos en
decir: Sí, los avisos del Más Allá son posibles, y numerosos
ejemplos –cuya autenticidad no podría ser puesta en duda– están ahí
para atestiguarlo. Por lo tanto, si la anécdota del Sr. Henri d'Audigier
es apócrifa, muchas otras del mismo género no lo son, e incluso
diremos que ésta no ofrece nada que no sea bastante común. La
aparición ha tenido lugar en sueño, circunstancia muy vulgar,
mientras que lo notorio es que pueden producirse a la vista durante
el estado de vigilia. El aviso del instante de la muerte tampoco es
insólito, pero los hechos de ese género son mucho más raros, porque
la Providencia –en su sabiduría– nos oculta ese momento fatal. Por
lo tanto, sólo excepcionalmente es que puede sernos revelado y por
motivos que nos son desconocidos. He aquí otro ejemplo más
reciente, y menos dramático, es verdad, pero cuya exactitud
podemos garantizar.
El Sr. Watbled, negociante, presidente del tribunal de comercio de
Boulogne, falleció el pasado 12 de julio en las siguientes
circunstancias: Su mujer, desencarnada desde hacía doce años y
cuya muerte le causaba un incesante pesar, le apareció durante dos
noches consecutivas en los primeros días de junio, y le dijo: «Dios
ha tenido piedad de nuestras penas y ha querido que pronto estemos
reunidos». Ella agregó que el 12 de julio siguiente era el día
marcado para esta reunión, y que en consecuencia él debía
prepararse. En efecto, desde ese momento se operó en él un cambio
notable: se debilitaba a cada día; luego cayó en cama y, sin
sufrimiento alguno –en el día marcado– dio el último suspiro entre
los brazos de sus amigos.
El hecho en sí mismo no es discutible; los escépticos sólo pueden
argumentar sobre la causa, a la que ellos no dejarán de atribuir a la
imaginación. Se sabe que semejantes predicciones, realizadas por
echadores de la buenaventura, han sido seguidas por un desenlace
fatal; en este caso, se comprende que al estar la imaginación
impresionada con esta idea, los órganos puedan sufrir una alteración
radical: más de una vez el miedo a morir ha causado la muerte; pero
aquí las circunstancias no son más las mismas. Aquellos que se han profundizado en los fenómenos del Espiritismo pueden
perfectamente darse cuenta del hecho; en cuanto a los escépticos, no
tienen más que un argumento: «No creo, luego no existe».
Interrogados al respecto, los Espíritus han respondido: «Dios ha
elegido a este hombre que era conocido por todos, a fin de que este
acontecimiento se extendiera a lo lejos y llevase a reflexionar». –Los
incrédulos piden pruebas sin cesar; Dios las da a cada instante a
través de los fenómenos que surgen por todas partes; pero a ellos se
aplican estas palabras: «Tienen ojos y no ven; tienen oídos y no
oyen».
De Saint-Foy, en su Histoire de l'ordre du Saint-Esprit, edición
de 1778, cita el siguiente pasaje extraído de una compilación escrita
por el marqués Christophe Juvénal des Ursins, teniente general del
gobierno de París, hacia fines del año 1572, e impresa en 1601.
«El 31 de agosto (1572) –ocho días después de la matanza de la
Noche de san Bartolomé– yo había cenado en el Louvre, en lo de la
señora de Fiesques. El calor había sido muy grande durante toda la
jornada. Fuimos a sentarnos bajo la pequeña parra al lado del río
para respirar el aire fresco; de repente escuchamos en el aire un
ruido horrible de voces tumultuosas y de gemidos mezclados con
gritos de rabia y de furor; quedamos inmóviles, sobrecogidos de
temor, mirándonos de vez en cuando sin tener fuerzas para hablar.
Este ruido duró –creo– cerca de media hora. Es verdad que el rey
(Carlos IX) lo escuchó, que quedó espantado y que no durmió
durante todo el resto de la noche; sin embargo, no dijo nada al día
siguiente, pero se notó que tenía un aire sombrío, pensativo y
perturbado.
«Si algún prodigio no debe encontrar incrédulos es éste, siendo
atestiguado por Enrique IV. Este príncipe –dice d'Aubigné, en su
libro I, cap. 6, pág. 561– nos ha relatado varias veces, entre sus
familiares y cortesanos más cercanos (y tengo varios testigos de que
él jamás nos lo ha contado sin sentirse sobrecogido de espanto), que
ocho días después de la matanza de la Noche de san Bartolomé, una
gran multitud de cuervos llegó a posarse y a graznar sobre el
pabellón del Louvre; que la misma noche Carlos IX, dos horas
después de haberse acostado, saltó de su cama, hizo levantar a los de
su cuarto y los mandó salir a la búsqueda porque escuchaba en el
aire un gran ruido de voces gimiendo, en todo semejante a lo que se
escuchó en la noche de la matanza; que todos esos diferentes gritos eran tan impresionantes, tan marcados y tan claramente
articulados, que Carlos IX, creyendo que los enemigos de los
Montmorency y de sus partidarios los habían sorprendido y los
atacaban, envió un destacamento de sus guardias para impedir esa
nueva matanza; sus guardias informaron que París estaba tranquila,
y que todo ese ruido que se escuchaba estaba en el aire.»
Nota – El hecho referido por De Saint-Foy y por Juvénal des Ursins tiene mucha analogía con la historia del aparecido de mademoiselle Clairon, relatado en nuestro número del mes de febrero, con la diferencia de que en este caso un solo Espíritu se manifestó durante dos años y medio, mientras que después de la Noche de san Bartolomé parecía haber una innumerable cantidad de Espíritus que hicieron resonar el aire durante algunos instantes solamente. Además, estos dos fenómenos tienen evidentemente el mismo principio que los otros hechos contemporáneos de la misma naturaleza que hemos relatado, y no difieren de los mismos sino por el detalle de la forma. Varios Espíritus interrogados sobre la causa de esta manifestación han respondido que era una punición de Dios, cosa fácil de concebir.
Nota – El hecho referido por De Saint-Foy y por Juvénal des Ursins tiene mucha analogía con la historia del aparecido de mademoiselle Clairon, relatado en nuestro número del mes de febrero, con la diferencia de que en este caso un solo Espíritu se manifestó durante dos años y medio, mientras que después de la Noche de san Bartolomé parecía haber una innumerable cantidad de Espíritus que hicieron resonar el aire durante algunos instantes solamente. Además, estos dos fenómenos tienen evidentemente el mismo principio que los otros hechos contemporáneos de la misma naturaleza que hemos relatado, y no difieren de los mismos sino por el detalle de la forma. Varios Espíritus interrogados sobre la causa de esta manifestación han respondido que era una punición de Dios, cosa fácil de concebir.
Según el Courrier des États-Unis (Correo de los Estados
Unidos), varios periódicos han relatado el siguiente hecho, que nos
ha parecido que pudiese proporcionar el tema para un
interesante estudio:
«Una familia alemana de Baltimore –dice el Courrier des ÉtatsUnis–
acaba de ser vivamente emocionada por un caso singular de
muerte aparente. La señora Schwabenhaus, enferma desde hacía
mucho tiempo, parecía haber dado el último suspiro en la noche del
lunes para el martes. Las personas que la cuidaban pudieron
observar en ella todos los síntomas de la muerte: su cuerpo estaba
helado, sus miembros rígidos. Después de haber rendido al cadáver
las honras fúnebres, y cuando en la cámara mortuoria todo estaba
listo para el entierro, los asistentes fueron a reposar. El Sr.
Schwabenhaus, exhausto de fatiga, pronto los siguió. Estaba
entregado a un sueño agitado cuando, hacia las seis horas de la
mañana, la voz de su mujer llegó a sus oídos. En principio creyó ser
víctima de un sueño; pero su nombre, repetido varias veces, luego
no le dejó ninguna duda, y se precipitó hacia el cuarto de su mujer.
Aquella que había dejado por muerta estaba sentada en su cama, pareciendo gozar de todas sus facultades y más fuerte que nunca,
desde el comienzo de su enfermedad.
«La señora Schwabenhaus pidió agua, después deseó tomar té y
vino. Rogó a su marido para que hiciera dormir a su hijo que lloraba
en el cuarto vecino. Pero él estaba demasiado emocionado para esto,
y corrió a despertar a todos en la casa. La enferma recibió sonriendo
a sus amigos, a sus domésticos, que temblando se acercaban a su
cama. Ella no parecía sorprendida con los preparativos funerarios
que saltaban a la vista: «Sé que vosotros me creíais muerta –dijo
ella; sin embargo, no estaba más que dormida. Pero durante ese
tiempo mi alma se dirigió hacia las regiones celestiales; un ángel
vino a buscarme y atravesamos el espacio en algunos instantes. Este
ángel que me conducía era la pequeña hija que perdimos el año
pasado... ¡Oh! Pronto iré a reunirme con ella... Ahora que he gozado
las alegrías del Cielo, no quería más vivir aquí abajo. He pedido al
ángel para una vez más venir a abrazar a mi marido y a mis hijos;
pero pronto volverá a buscarme.»
«A las ocho horas, después de haberse tiernamente despedido de
su marido, de sus hijos y de una multitud de personas que la
rodeaban, la señora Schwabenhaus expiró realmente de esta vez,
como fue constatado por los médicos, de manera a no dejar ninguna
duda.
«Esta escena conmovió vivamente a los habitantes de Baltimore».
Al haber sido evocada la señora Schwabenhaus, Espíritu, en la sesión del 27 de abril último en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, establecimos con ella la siguiente conversación.
1. Con el objetivo de instruirnos, desearíamos dirigiros algunas preguntas concernientes a vuestra muerte; ¿tendríais la bondad de respondernos? –Resp. ¿Cómo no lo haría, si ahora es que comienzo a tomar contacto con las verdades eternas, y sé de la necesidad que de eso tenéis?
2. ¿Recordáis la circunstancia particular que ha precedido a vuestra muerte? –Resp. Sí, ese momento ha sido el más feliz de mi existencia terrestre.
3. Durante vuestra muerte aparente, ¿escuchabais lo que sucedía a vuestro alrededor y veíais los preparativos de vuestros funerales? – Resp. Mi alma estaba demasiado preocupada con su felicidad próxima.
Al haber sido evocada la señora Schwabenhaus, Espíritu, en la sesión del 27 de abril último en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, establecimos con ella la siguiente conversación.
1. Con el objetivo de instruirnos, desearíamos dirigiros algunas preguntas concernientes a vuestra muerte; ¿tendríais la bondad de respondernos? –Resp. ¿Cómo no lo haría, si ahora es que comienzo a tomar contacto con las verdades eternas, y sé de la necesidad que de eso tenéis?
2. ¿Recordáis la circunstancia particular que ha precedido a vuestra muerte? –Resp. Sí, ese momento ha sido el más feliz de mi existencia terrestre.
3. Durante vuestra muerte aparente, ¿escuchabais lo que sucedía a vuestro alrededor y veíais los preparativos de vuestros funerales? – Resp. Mi alma estaba demasiado preocupada con su felicidad próxima.
Nota – Se sabe que generalmente los letárgicos ven y escuchan lo
que sucede a su alrededor y conservan al despertar el recuerdo de
ello. El hecho que relatamos ofrece la particularidad que el sueño
letárgico estaba acompañado de éxtasis, circunstancia que explica el
por qué la atención de la enferma fue desviada.
4. ¿Teníais la conciencia de no estar muerta? –Resp. Sí, pero esto me era más bien penoso.
5. ¿Podríais decirnos la diferencia que hacéis entre el sueño natural y el sueño letárgico? –Resp. El sueño natural es el reposo del cuerpo; el sueño letárgico es la exaltación del alma.
6. ¿Sufríais durante vuestro letargo? –Resp. No.
7. ¿Cómo se operó vuestro retorno a la vida? –Resp. Dios permitió que yo volviese para consolar a los corazones afligidos que me rodeaban.
8. Desearíamos una explicación más material. –Resp. Lo que vosotros llamáis periespíritu animaba todavía mi envoltura terrestre.
9. ¿Cómo fue que no os sorprendisteis al despertaros entre los preparativos que se hacían para vuestro entierro? –Resp. Yo sabía que iba a morir, todas esas cosas me importaban poco, ya que había vislumbrado la felicidad de los elegidos.
10. Al volver en sí, ¿quedasteis satisfecha con vuestro retorno a la vida? –Resp. Sí, para consolar.
11. ¿Dónde habéis estado durante vuestro sueño letárgico? –Resp. No puedo deciros toda la felicidad que he vivido: el vocabulario humano no expresa estas cosas.
12. ¿Os sentíais todavía en la Tierra o en el espacio? –Resp. En los espacios.
13. Habéis dicho, al volver en sí, que vuestra pequeña hija que desencarnó el año pasado había venido a buscaros; ¿es verdad? – Resp. Sí, es un Espíritu puro.
Nota – En las respuestas de la madre, todo revela a un Espíritu elevado; por lo tanto, no hay nada de sorprendente que un Espíritu aún más elevado esté unido al suyo por simpatía. Sin embargo, es necesario no tomar al pie de la letra la calificación de Espíritu Puro que los Espíritus se dan a veces entre ellos.
Se sabe que es preciso entender por esto a los del orden más elevado, a aquellos que estando completamente desmaterializados y depurados no están más sujetos a la reencarnación; son los ángeles que disfrutan la vida eterna. Ahora bien, los que no han alcanzado un grado suficiente no comprenden todavía ese estado supremo; por lo tanto, pueden emplear el término Espíritu Puro para designar una superioridad relativa, pero no absoluta. Tenemos numerosos ejemplos de esto, y la señora Schwabenhaus nos parece estar en este caso. Los Espíritus burlones también se atribuyen a veces la cualidad de Espíritus puros para inspirar más confianza en las personas que quieren engañar, y que no tienen la suficiente perspicacia para juzgarlos por su lenguaje, el cual siempre delata su inferioridad.
14. ¿Qué edad tenía vuestra hija cuando desencarnó? –Resp. Siete años.
15. ¿Cómo la habéis reconocido? –Resp. Los Espíritus superiores se reconocen más rápidamente.
16. ¿La habéis reconocido bajo alguna forma? –Resp. Sólo la he visto como Espíritu.
17. ¿Qué os decía ella? –Resp. «Ven, sígueme hacia lo Eterno».
18. ¿Habéis visto a otros Espíritus además que al de vuestra hija? –Resp. He visto a una gran cantidad de otros Espíritus, pero la voz de mi hija y la felicidad que yo presentía eran mis únicas preocupaciones.
19. Durante vuestro retorno a la vida, habéis dicho que pronto iríais a reuniros con vuestra hija; ¿teníais entonces conciencia de vuestra muerte próxima? –Resp. Era para mí una feliz esperanza.
20. ¿Cómo lo sabíais? –Resp. ¿Quién no sabe que es preciso morir? Mi enfermedad bien me lo decía.
21. ¿Cuál era la causa de vuestra enfermedad? –Resp. Los disgustos.
22. ¿Qué edad teníais? –Resp. Cuarenta y ocho años.
23. Al dejar definitivamente la existencia, ¿tuvisteis de inmediato conciencia nítida y lúcida de vuestra nueva situación? –Resp. La he tenido en el momento de mi letargo.
24. ¿Habéis sentido la turbación que comúnmente acompaña al retorno a la vida espírita? –Resp. No, he estado deslumbrada, pero no turbada.
4. ¿Teníais la conciencia de no estar muerta? –Resp. Sí, pero esto me era más bien penoso.
5. ¿Podríais decirnos la diferencia que hacéis entre el sueño natural y el sueño letárgico? –Resp. El sueño natural es el reposo del cuerpo; el sueño letárgico es la exaltación del alma.
6. ¿Sufríais durante vuestro letargo? –Resp. No.
7. ¿Cómo se operó vuestro retorno a la vida? –Resp. Dios permitió que yo volviese para consolar a los corazones afligidos que me rodeaban.
8. Desearíamos una explicación más material. –Resp. Lo que vosotros llamáis periespíritu animaba todavía mi envoltura terrestre.
9. ¿Cómo fue que no os sorprendisteis al despertaros entre los preparativos que se hacían para vuestro entierro? –Resp. Yo sabía que iba a morir, todas esas cosas me importaban poco, ya que había vislumbrado la felicidad de los elegidos.
10. Al volver en sí, ¿quedasteis satisfecha con vuestro retorno a la vida? –Resp. Sí, para consolar.
11. ¿Dónde habéis estado durante vuestro sueño letárgico? –Resp. No puedo deciros toda la felicidad que he vivido: el vocabulario humano no expresa estas cosas.
12. ¿Os sentíais todavía en la Tierra o en el espacio? –Resp. En los espacios.
13. Habéis dicho, al volver en sí, que vuestra pequeña hija que desencarnó el año pasado había venido a buscaros; ¿es verdad? – Resp. Sí, es un Espíritu puro.
Nota – En las respuestas de la madre, todo revela a un Espíritu elevado; por lo tanto, no hay nada de sorprendente que un Espíritu aún más elevado esté unido al suyo por simpatía. Sin embargo, es necesario no tomar al pie de la letra la calificación de Espíritu Puro que los Espíritus se dan a veces entre ellos.
Se sabe que es preciso entender por esto a los del orden más elevado, a aquellos que estando completamente desmaterializados y depurados no están más sujetos a la reencarnación; son los ángeles que disfrutan la vida eterna. Ahora bien, los que no han alcanzado un grado suficiente no comprenden todavía ese estado supremo; por lo tanto, pueden emplear el término Espíritu Puro para designar una superioridad relativa, pero no absoluta. Tenemos numerosos ejemplos de esto, y la señora Schwabenhaus nos parece estar en este caso. Los Espíritus burlones también se atribuyen a veces la cualidad de Espíritus puros para inspirar más confianza en las personas que quieren engañar, y que no tienen la suficiente perspicacia para juzgarlos por su lenguaje, el cual siempre delata su inferioridad.
14. ¿Qué edad tenía vuestra hija cuando desencarnó? –Resp. Siete años.
15. ¿Cómo la habéis reconocido? –Resp. Los Espíritus superiores se reconocen más rápidamente.
16. ¿La habéis reconocido bajo alguna forma? –Resp. Sólo la he visto como Espíritu.
17. ¿Qué os decía ella? –Resp. «Ven, sígueme hacia lo Eterno».
18. ¿Habéis visto a otros Espíritus además que al de vuestra hija? –Resp. He visto a una gran cantidad de otros Espíritus, pero la voz de mi hija y la felicidad que yo presentía eran mis únicas preocupaciones.
19. Durante vuestro retorno a la vida, habéis dicho que pronto iríais a reuniros con vuestra hija; ¿teníais entonces conciencia de vuestra muerte próxima? –Resp. Era para mí una feliz esperanza.
20. ¿Cómo lo sabíais? –Resp. ¿Quién no sabe que es preciso morir? Mi enfermedad bien me lo decía.
21. ¿Cuál era la causa de vuestra enfermedad? –Resp. Los disgustos.
22. ¿Qué edad teníais? –Resp. Cuarenta y ocho años.
23. Al dejar definitivamente la existencia, ¿tuvisteis de inmediato conciencia nítida y lúcida de vuestra nueva situación? –Resp. La he tenido en el momento de mi letargo.
24. ¿Habéis sentido la turbación que comúnmente acompaña al retorno a la vida espírita? –Resp. No, he estado deslumbrada, pero no turbada.
Nota – Se sabe que la turbación que sigue a la muerte es un tanto menor y más corta cuanto más depurado esté el Espíritu durante la vida. El éxtasis que ha precedido a la muerte de esta mujer era, además, un primer desprendimiento del alma de los lazos terrestres.
25. Después de vuestra muerte, ¿habéis vuelto a ver a vuestra hija? –Resp. Estoy frecuentemente con ella.
26. ¿Estáis reunida a ella para toda la eternidad? –Resp. No, pero sé que después de mis últimas encarnaciones estaré en la morada donde habitan los Espíritus puros.
27. Entonces ¿vuestras pruebas no han finalizado? –Resp. No, pero ahora serán felices; no me queda más que esperar, y la esperanza es casi la felicidad.
28. ¿Vuestra hija había vivido en otros cuerpos antes de aquel con el cual era hija vuestra? –Resp. Sí, en muchos otros.
29. ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? –Resp. Bajo mi última forma de mujer.
30. ¿Nos veis tan claramente como si estuvieseis encarnada? – Resp. Sí.
31. Puesto que estáis aquí bajo la forma que teníais en la Tierra, ¿es por los ojos que nos veis? –Resp. Claro que no; el Espíritu no tiene ojos; solamente estoy bajo mi última forma para satisfacer a las leyes que rigen a los Espíritus cuando son evocados y obligados a retomar lo que vosotros llamáis periespíritu.
32. ¿Podéis leer nuestros pensamientos? –Resp. Sí, puedo: leeré si vuestros pensamientos son buenos.
33. Os agradecemos las explicaciones que habéis tenido a bien darnos; en la sabiduría de vuestras respuestas reconocemos que sois un Espíritu elevado, y esperamos que habréis de gozar la felicidad que merecéis. –Resp. Estoy feliz en contribuir para vuestra obra; morir es una alegría cuando se puede ayudar al progreso como yo puedo hacerlo.
25. Después de vuestra muerte, ¿habéis vuelto a ver a vuestra hija? –Resp. Estoy frecuentemente con ella.
26. ¿Estáis reunida a ella para toda la eternidad? –Resp. No, pero sé que después de mis últimas encarnaciones estaré en la morada donde habitan los Espíritus puros.
27. Entonces ¿vuestras pruebas no han finalizado? –Resp. No, pero ahora serán felices; no me queda más que esperar, y la esperanza es casi la felicidad.
28. ¿Vuestra hija había vivido en otros cuerpos antes de aquel con el cual era hija vuestra? –Resp. Sí, en muchos otros.
29. ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? –Resp. Bajo mi última forma de mujer.
30. ¿Nos veis tan claramente como si estuvieseis encarnada? – Resp. Sí.
31. Puesto que estáis aquí bajo la forma que teníais en la Tierra, ¿es por los ojos que nos veis? –Resp. Claro que no; el Espíritu no tiene ojos; solamente estoy bajo mi última forma para satisfacer a las leyes que rigen a los Espíritus cuando son evocados y obligados a retomar lo que vosotros llamáis periespíritu.
32. ¿Podéis leer nuestros pensamientos? –Resp. Sí, puedo: leeré si vuestros pensamientos son buenos.
33. Os agradecemos las explicaciones que habéis tenido a bien darnos; en la sabiduría de vuestras respuestas reconocemos que sois un Espíritu elevado, y esperamos que habréis de gozar la felicidad que merecéis. –Resp. Estoy feliz en contribuir para vuestra obra; morir es una alegría cuando se puede ayudar al progreso como yo puedo hacerlo.
El Sr. M... había comprado en una quincallería una medalla que le
pareció notable por su singularidad. Era del tamaño de un escudo de
seis libras. Su aspecto era plateado, aunque un poco plomizo. En las
dos caras estaba grabada en bajo relieve una multitud de signos,
entre los cuales se destacan planetas, círculos entrelazados, un
triángulo, palabras ininteligibles, e iniciales en caracteres vulgares;
después otros caracteres raros, teniendo algo de árabe, todo
dispuesto de una manera cabalística en el género de los libros de
magia.
Al haber interrogado a la señorita J... –médium sonámbula– sobre
esta medalla, le fue respondido al Sr. M... que estaba compuesta de
siete metales, que había pertenecido a Cazotte y que tenía un poder
particular para atraer a los Espíritus y facilitar las evocaciones. El
Sr. de Codemberg, autor de una serie de comunicaciones que
obtuvo como médium, dice él, de la virgen María, le dijo que era
una cosa mala, propia para atraer a los demonios. La señorita de
Guldenstubbe, médium, hermana del barón de Guldenstubbe –autor
de una obra sobre pneumatografía o escritura directa– le dijo que
la medalla tenía una virtud magnética y que podía provocar el
sonambulismo.
Poco satisfecho con estas respuestas contradictorias, el Sr. M...
nos presentó esta medalla, pidiendo al respecto nuestra opinión
personal e igualmente solicitándonos para que interrogásemos a un
Espíritu superior sobre su real valor
desde el punto de vista de la influencia que la misma pueda tener.
He aquí nuestra respuesta:
Los Espíritus son atraídos o rechazados por el pensamiento y no
por objetos materiales, que ningún poder tienen sobre ellos. En
todos los tiempos los Espíritus superiores han condenado el empleo
de signos y de formas cabalísticas, y todo Espíritu que les atribuya
una virtud cualquiera o que pretenda dar talismanes que tengan
relación con libros de magia, revela por esto mismo su inferioridad,
ya sea obrando de buena fe o por ignorancia, como consecuencia de
antiguos prejuicios terrestres de los cuales está imbuido, o ya sea
porque concientemente quiera divertirse con la credulidad, como
Espíritu burlón. Los signos cabalísticos, que no son más que pura
fantasía, son símbolos que recuerdan las creencias supersticiosas en
virtud de ciertas cosas, como números, planetas y su concordancia
con los metales, creencias nacidas en los tiempos de ignorancia, y
que reposan sobre errores manifiestos a los que la Ciencia ha hecho
justicia mostrando lo que eran esos pretendidos siete planetas, los
siete metales, etc. La forma mística e ininteligible de estos
emblemas tenía por objetivo imponerlos al vulgo, dispuesto a ver lo
maravilloso en aquello que no comprendía. Cualquiera que ha
estudiado la naturaleza de los Espíritus no puede racionalmente
admitir sobre ellos la influencia de formas convencionales, ni de
substancias mezcladas en ciertas proporciones: eso sería renovar las
prácticas de la caldera de los hechiceros, de los gatos negros, de las
gallinas negras y de otros sortilegios. No sucede lo mismo con un
objeto magnetizado que –como se sabe– tiene el poder de provocar
el sonambulismo o ciertos fenómenos nerviosos sobre el organismo;
pero entonces la virtud de este objeto reside únicamente en el fluido
del cual está momentáneamente impregnado y que se transmite así
por vía mediata, y no en su forma, en su color, ni sobre todo en los
signos con los cuales pueda estar abarrotado.
Un Espíritu puede decir: «Trazad tal signo, y por este signo yo
reconoceré que me llamáis, y vendré»; pero en este caso el signo
trazado no es más que la expresión del pensamiento; es una
evocación traducida de una manera material; ahora bien, los
Espíritus, cualquiera que sea su naturaleza, no tienen necesidad de
semejantes medios para comunicarse; los Espíritus superiores
jamás los emplean; los Espíritus inferiores pueden hacerlo con la
finalidad de fascinar la imaginación de las personas crédulas que
quieren tener bajo su dependencia. Regla general: Para los Espíritus
superiores, la forma no es nada, el pensamiento lo es todo; todo
Espíritu que atribuya más importancia a la forma que al fondo es
inferior, y no merece ninguna confianza, aunque incluso diga de vez
en cuando algunas cosas buenas; porque esas cosas buenas son
frecuentemente un medio de seducción.
En general, tal era nuestro pensamiento con respecto a los
talismanes, como medios de relación con los Espíritus. Innecesario
decir que él igualmente se aplica a los que la superstición emplea
como protección contra enfermedades o accidentes.
No obstante, para la edificación del poseedor de la medalla y a fin
de profundizar mejor la cuestión, en la sesión de la Sociedad del 17
de julio de 1858 solicitamos al Espíritu san Luis –que consiente en
comunicarse con nosotros todas las veces que se trate de nuestra
instrucción– para darnos su opinión al respecto. Al ser interrogado
sobre el valor de esta medalla, he aquí cuál ha sido su respuesta:
«Hacéis bien en no admitir que los objetos materiales puedan
tener cualquier virtud sobre las manifestaciones, ya sea para
provocarlas o para impedirlas. Bastante a menudo hemos dicho que las manifestaciones eran espontáneas y que, por lo demás, nunca
nos rehusamos a responder a vuestro llamado. ¿Por qué pensáis que
podríamos estar obligados a obedecer a una cosa fabricada por los
humanos?
Preg. –¿Con qué objetivo ha sido hecha esta medalla? Resp. –Con
el objetivo de llamar la atención de las personas que consientan en
creer en la misma; pero no ha podido ser hecha sino por los
magnetizadores, con la intención de magnetizarla para adormecer a
un sensitivo. Las signos no son más que cosas de fantasía.
Preg. –Se dice que ella había pertenecido a Cazotte; ¿podríamos
evocarlo para tener algunas informaciones de él en este aspecto?
Resp. –No es necesario; ocupaos preferiblemente de cosas más
serias.»
Hacía siete u ocho meses que Louis G..., oficial zapatero, era
novio de la señorita Victorine R..., costurera de calzados, con la cual
debía casarse muy próximamente, puesto que las proclamas estaban
en curso de publicación. En este estado de cosas, los jóvenes se
consideraban casi definitivamente unidos y, por medida de
economía, el zapatero iba todos los días a comer a la casa de su
futura esposa.
El miércoles último, en que Louis fue –como de costumbre– a
cenar a la casa de la costurera de calzados, sobrevino un discusión a
causa de una futilidad; ambos se obstinaron de tal modo y las cosas llegaron a tal punto que
Louis se levantó de la mesa y partió jurando nunca más volver.
Sin embargo, al día siguiente el zapatero, avergonzado, acabó por
ceder y fue a pedir perdón: como se sabe, la noche es buena
consejera; pero la costurera, quizá prejuzgando –según la escena de
víspera– lo que podría sobrevenir cuando ya no hubiese más tiempo
para desdecirse, rehusó reconciliarse, y ni las justificativas, ni las
lágrimas, ni la desesperación, nada pudo doblegarla. Entretanto,
anteayer por la noche, como varios días habían transcurrido desde la
desavenencia, Louis, esperando que su amada estuviera más tratable,
quiso intentar una última aproximación: por lo tanto, llegó y golpeó
de modo de hacerse conocer, pero ella se negó a abrirle; entonces,
nuevas súplicas fueron dadas por parte del pobre desahuciado,
nuevas justificativas a través de la puerta, pero nada pudo conmover
a la implacable prometida. «¡Adiós, entonces, malvada! –exclamó
finalmente el pobre muchacho–, ¡adiós para siempre! ¡Procurad
encontrar un marido que os ame tanto como yo!» Al mismo tiempo
la joven oyó una especie de gemido ahogado, y luego como el ruido
de un cuerpo que cae deslizándose a lo largo de su puerta, quedando
todo en silencio; entonces, ella imaginó que Louis se había sentado
en el umbral de la puerta, esperando que saliera, pero ella se propuso
no poner un pie afuera hasta que él se marchara.
Transcurrido apenas un cuarto de hora de lo acontecido, un
inquilino que pasaba con luz por el descansillo de la escalera lanzó
una exclamación y pidió socorro. Inmediatamente los vecinos
llegaron, y la Srta. Victorine –habiendo igualmente abierto su
puerta– dio un grito de horror al ver tendido en el suelo a su
prometido, pálido e inanimado. Todos se apresuraron por socorrerlo,
llamaron a un médico, pero pronto se apercibieron que todo era
inútil, pues había fallecido. El desdichado joven había hundido su
cuchilla de zapatero en la región del corazón, y el hierro había
quedado en la herida.
Este hecho, que encontramos en Le Siècle (El Siglo) del 7 de abril último, ha sugerido la idea de hacerle a un Espíritu superior algunas preguntas sobre sus consecuencias morales. Helas aquí, así como sus respuestas que fueron dadas por el Espíritu san Luis en la sesión de la Sociedad del 10 de agosto de 1858.
1. La joven, causa involuntaria de la muerte de su novio, ¿tiene responsabilidad de lo sucedido? –Resp. Sí, porque ella no lo amaba.
2. Para prevenir esta desgracia, ¿debería desposarlo a pesar de no quererlo? –Resp. Ella buscaba una ocasión para separarse de él; hizo al comienzo lo que hubiera hecho más tarde.
3. ¿Entonces su culpabilidad consiste en haber alentado en él sentimientos que ella no correspondía, sentimientos que han sido la causa de la muerte del joven? –Resp. Sí, así es.
4. En este caso, su responsabilidad debe ser proporcional a su falta; ésta no debe ser tan grande como si hubiera provocado voluntariamente la muerte. –Resp. Eso salta a la vista.
5. El suicidio de Louis, ¿encuentra una excusa en el desvarío al que lo llevó la obstinación de Victorine? –Resp. Sí, porque su suicidio, que provino del amor, es menos criminal a los ojos de Dios que el suicidio del hombre que quiere librarse de la vida por un motivo de cobardía.
Este hecho, que encontramos en Le Siècle (El Siglo) del 7 de abril último, ha sugerido la idea de hacerle a un Espíritu superior algunas preguntas sobre sus consecuencias morales. Helas aquí, así como sus respuestas que fueron dadas por el Espíritu san Luis en la sesión de la Sociedad del 10 de agosto de 1858.
1. La joven, causa involuntaria de la muerte de su novio, ¿tiene responsabilidad de lo sucedido? –Resp. Sí, porque ella no lo amaba.
2. Para prevenir esta desgracia, ¿debería desposarlo a pesar de no quererlo? –Resp. Ella buscaba una ocasión para separarse de él; hizo al comienzo lo que hubiera hecho más tarde.
3. ¿Entonces su culpabilidad consiste en haber alentado en él sentimientos que ella no correspondía, sentimientos que han sido la causa de la muerte del joven? –Resp. Sí, así es.
4. En este caso, su responsabilidad debe ser proporcional a su falta; ésta no debe ser tan grande como si hubiera provocado voluntariamente la muerte. –Resp. Eso salta a la vista.
5. El suicidio de Louis, ¿encuentra una excusa en el desvarío al que lo llevó la obstinación de Victorine? –Resp. Sí, porque su suicidio, que provino del amor, es menos criminal a los ojos de Dios que el suicidio del hombre que quiere librarse de la vida por un motivo de cobardía.
Nota – Al decir que este suicidio es menos criminal a los ojos de
Dios, significa evidentemente que hay criminalidad, aunque menor.
La falta consiste en la debilidad que él no supo vencer. Sin duda,
ésta era una prueba bajo la cual sucumbió; ahora bien, los Espíritus
nos enseñan que el mérito consiste en luchar victoriosamente contra
las pruebas de toda especie, que son la propia esencia de nuestra
vida terrestre.
En otra oportunidad, al haber sido evocado el Espíritu Louis G...,
se le dirigieron las siguientes preguntas:
1. ¿Qué pensáis de la acción que habéis cometido? –Resp. Victorine es un ingrata; hice mal en matarme por su causa, porque ella no lo merecía.
2. ¿Ella, pues, no os amaba? –Resp. No; al principio creyó que sí; se hizo esa ilusión; la escena que le hice le abrió los ojos; entonces se puso contenta con ese pretexto para desembarazarse de mí.
3. Y vos, ¿la amabais sinceramente? –Resp. Yo tenía pasión por ella; eso es todo –creo; si la hubiera amado con un amor puro, no habría querido causarle pena.
4. Si ella hubiese sabido que queríais realmente mataros, ¿habría persistido en su negativa? –Resp. No sé; no lo creo, porque ella no es mala; pero hubiera sido infeliz; para ella aun es mejor que las cosas hayan sucedido así.
5. Al llegar a su puerta ¿teníais la intención de mataros en caso de negativa? –Resp. No; ni lo pensaba; no creía que fuese tan obstinada; sucedió que, cuando vi su obstinación, un vértigo me dominó.
6. Parecéis no lamentar vuestro suicidio sino porque Victorine no lo merecía; ¿es éste el único sentimiento que tenéis? –Resp. En este momento, sí; estoy aún completamente turbado; me parece estar a su puerta; pero siento otra cosa que no puedo definir.
7. ¿Lo comprenderéis más adelante? –Resp. Sí, cuando salga de esta turbación... Está mal lo que hice; yo debía haberla dejado tranquila... Fui débil y sufro las consecuencias... Ya veis, la pasión ciega al hombre y le hace cometer tantas tonterías. Las comprende cuando ya no hay más tiempo.
8. Decís que sufrís las consecuencias; ¿cuál la pena que sufrís? – Resp. Hice mal en abreviar mi vida; no debía haberlo hecho; tendría que haber soportado todo en vez de terminar antes de tiempo; y además, soy desgraciado, sufro; siempre es ella la que me hace sufrir; me parece estar aún allí, a su puerta. ¡Ingrata! No me habléis más de ella, no quiero recordarla: esto me hace muy mal.
Adiós
1. ¿Qué pensáis de la acción que habéis cometido? –Resp. Victorine es un ingrata; hice mal en matarme por su causa, porque ella no lo merecía.
2. ¿Ella, pues, no os amaba? –Resp. No; al principio creyó que sí; se hizo esa ilusión; la escena que le hice le abrió los ojos; entonces se puso contenta con ese pretexto para desembarazarse de mí.
3. Y vos, ¿la amabais sinceramente? –Resp. Yo tenía pasión por ella; eso es todo –creo; si la hubiera amado con un amor puro, no habría querido causarle pena.
4. Si ella hubiese sabido que queríais realmente mataros, ¿habría persistido en su negativa? –Resp. No sé; no lo creo, porque ella no es mala; pero hubiera sido infeliz; para ella aun es mejor que las cosas hayan sucedido así.
5. Al llegar a su puerta ¿teníais la intención de mataros en caso de negativa? –Resp. No; ni lo pensaba; no creía que fuese tan obstinada; sucedió que, cuando vi su obstinación, un vértigo me dominó.
6. Parecéis no lamentar vuestro suicidio sino porque Victorine no lo merecía; ¿es éste el único sentimiento que tenéis? –Resp. En este momento, sí; estoy aún completamente turbado; me parece estar a su puerta; pero siento otra cosa que no puedo definir.
7. ¿Lo comprenderéis más adelante? –Resp. Sí, cuando salga de esta turbación... Está mal lo que hice; yo debía haberla dejado tranquila... Fui débil y sufro las consecuencias... Ya veis, la pasión ciega al hombre y le hace cometer tantas tonterías. Las comprende cuando ya no hay más tiempo.
8. Decís que sufrís las consecuencias; ¿cuál la pena que sufrís? – Resp. Hice mal en abreviar mi vida; no debía haberlo hecho; tendría que haber soportado todo en vez de terminar antes de tiempo; y además, soy desgraciado, sufro; siempre es ella la que me hace sufrir; me parece estar aún allí, a su puerta. ¡Ingrata! No me habléis más de ella, no quiero recordarla: esto me hace muy mal.
Adiós
Uno de nuestros suscriptores nos escribe lo siguiente sobre el
dibujo que hemos publicado en nuestro último número:
«En la página 231 el autor del artículo dice: La clave de sol está allí
frecuentemente repetida y, cosa singular, nunca la clave de fa. Parecería que
los ojos del médium no habrían percibido todos los detalles del rico dibujo que
su mano ha ejecutado, porque un músico nos asegura que es fácil reconocer –
derecha e invertida– la clave de fa en la ornamentación de la base del edificio,
en el medio del cual se sumerge la parte inferior del arco de violín, así como
en la prolongación de esta ornamentación a la izquierda de la punta de la
tiorba.
Además, el mismo músico supone que la forma antigua de la clave de do aparece también en las losas que están próximas a la escalera de la derecha».
Además, el mismo músico supone que la forma antigua de la clave de do aparece también en las losas que están próximas a la escalera de la derecha».
Nota – Incluimos de buen grado esta observación, porque prueba hasta qué
punto el pensamiento del médium permaneció ajeno a la confección del
dibujo. En efecto, al examinar los detalles de las partes señaladas, se reconoce
en ellas las claves de fa y de do, con las cuales el autor adornó su dibujo sin
percibirlo. Cuando lo vemos trabajando en la obra, fácilmente notamos la
ausencia de cualquier concepción premeditada y de toda voluntad; su mano,
arrastrada por una fuerza oculta, da al lápiz o al buril los movimientos más
irregulares y más contrarios a los preceptos más elementales del arte, yendo
sin cesar con una velocidad inaudita de un extremo al otro de la plancha sin
dejarla, para volver cien veces al mismo punto; todas las partes son así
comenzadas y a la vez continuadas, sin que ninguna quede terminada antes de
comenzar otra. De esto resulta, a primera vista, un conjunto incoherente del
cual no se comprende el fin hasta que está concluido. Estos singulares
movimientos no son para nada propios del Sr. Sardou; nosotros hemos visto a
todos los médiums dibujantes proceder de la misma manera. Conocemos a una
dama, pintora de mérito y profesora de dibujo, que goza de esta facultad.
Cuando ella dibuja como médium, opera –a pesar de sí– contra las reglas y por
un proceder que le sería imposible seguir cuando trabaja bajo su propia
inspiración y en su estado normal. Sus alumnos –nos decía ella– se reirían
mucho si les enseñase a dibujar a la manera de los Espíritus.
ALLAN KARDEC
ALLAN KARDEC