Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Abril

Aunque las manifestaciones espíritas hayan tenido lugar en todas las épocas, es indiscutible que hoy se producen de una manera excepcional. Interrogados sobre este hecho, los Espíritus han sido unánimes en sus respuestas: «Los tiempos marcados por la Providencia para una manifestación universal han llegado –nos dicen. Ellos son los encargados de disipar las tinieblas de la ignorancia y de los prejuicios; es una nueva era que comienza y que prepara la regeneración de la Humanidad.» Este pensamiento se encuentra desarrollado de una manera notable en una carta que hemos recibido de uno de nuestros suscriptores y de la cual hemos extraído el siguiente pasaje:

«Cada cosa viene a su tiempo; el período que acaba de transcurrir parece haber sido especialmente destinado por el Todopoderoso al progreso de las Ciencias matemáticas y físicas, y probablemente ha sido teniendo en vista disponer a los hombres a los conocimientos exactos que se habría opuesto durante largo tiempo a las manifestaciones de los Espíritus, como si estas manifestaciones pudiesen perjudicar al positivismo que exige el estudio de las Ciencias; en una palabra, ha querido habituar al hombre a pedir a las Ciencias de observación la explicación de todos los fenómenos que debían producirse ante sus ojos.

«El período científico parece hoy llegar a su término y, después de los inmensos progresos que ha visto cumplirse, no sería imposible que el nuevo período que debe sucederle fuese consagrado por el Creador a las iniciaciones del orden psicológico. En la inmutable ley de perfectibilidad que ha establecido para los humanos, ¿qué puede Él hacer después de haberlos iniciado en las leyes físicas del movimiento y haberles revelado los motores con los cuales cambian la faz del globo? El hombre ha sondado las profundidades más lejanas del espacio; la marcha de los astros y el movimiento general del Universo no guardan más secretos para él; lee en las capas geológicas la historia de la formación del globo; a su voluntad, la luz se transforma en imágenes duraderas; domina el rayo; con el vapor y la electricidad suprime las distancias, y el pensamiento atraviesa el espacio con la rapidez del relámpago. Llegado a este punto culminante en que la Historia de la Humanidad no ofrece ningún ejemplo, cualquiera que haya podido ser el grado de su adelanto en los siglos pasados, me parece racional pensar que el orden psicológico le abre una nueva carrera en la senda del progreso. Al menos es lo que se podría deducir de los hechos que se producen en nuestros días y que se repiten en todas partes. Por lo tanto, esperemos que el momento se aproxime –si es que aún no ha llegado–, en el cual el Todopoderoso ha de iniciarnos en nuevas, grandes y sublimes verdades. Cabe a nosotros comprenderlo y secundarlo en la obra de la regeneración.»

Esta carta es del Sr. Georges, del cual hemos hablado en nuestro primer número. No podemos sino felicitarlo por sus progresos en la Doctrina; la visión elevada que él desarrolla muestra que la comprende bajo su verdadero punto de vista; para él no se resume en la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones: es toda una filosofía. Nosotros admitimos, como él, que entramos en el período psicológico, y las razones que nos da son perfectamente racionales, sin creer, no obstante, que el período científico haya dicho su última palabra; al contrario, creemos que nos reserva muchos otros prodigios. Estamos en una época de transición, donde los caracteres de ambos períodos se confunden.

Los conocimientos que los Antiguos poseían sobre las manifestaciones de los Espíritus, de ninguna manera serían un argumento contra la idea del período psicológico que se prepara. En efecto, notemos que en la Antigüedad esos conocimientos estaban circunscriptos a un círculo estrecho de hombres de élite; al respecto, el pueblo sólo tenía ideas falseadas por los prejuicios y desfiguradas por el charlatanismo de los sacerdotes, que se servían de las mismas como un medio de dominación. Como lo hemos dicho en otra parte, esos conocimientos nunca se han perdido y las manifestaciones siempre se han producido; pero ellos han permanecido en el estado de hechos aislados, porque indudablemente el tiempo para comprenderlos no había llegado. Lo que hoy sucede tiene un carácter totalmente diferente: las manifestaciones son generales; sacuden a la sociedad desde lo más bajo hasta lo más alto. Los Espíritus no enseñan más en los recintos misteriosos de los templos inaccesibles al vulgo. Esos hechos suceden en plena luz; hablan a todos un lenguaje inteligible por todos; por lo tanto, todo anuncia una nueva fase para la Humanidad desde el punto de vista moral.

Con el título: Le Vieux-Neuf (Lo Viejo Nuevo), el Sr. Édouard Fournier ha publicado en Le Siècle (El Siglo) –hace unos diez años– una serie de artículos tan notables desde el punto de vista de la erudición, que interesan bajo el aspecto histórico. Al pasar revista a todos los inventos y descubrimientos modernos, el autor prueba que si nuestro siglo tiene el mérito de la aplicación y del desarrollo, no tiene –al menos para la mayoría– el de la prioridad. En la época en que el Sr. Édouard Fournier escribía estos cultos folletines, aún no era planteada la cuestión de los Espíritus, sin la que no hubiera dejado de mostrarnos que todo lo que sucede no es más que una repetición de lo que los Antiguos sabían tan bien y quizás mejor que nosotros. Por nuestra parte lo lamentamos, porque sus profundas investigaciones le hubiesen permitido sondar la antigüedad mística, como ha sondado la antigüedad industrial; formulamos votos para que un día él dirija hacia ese lado sus laboriosas investigaciones. En cuanto a nosotros, nuestras observaciones personales no nos dejan ninguna duda sobre la antigüedad y la universalidad de la Doctrina que nos enseñan los Espíritus. Esta coincidencia entre lo que ellos nos dicen hoy y las creencias de los tiempos más remotos son un hecho significativo de un alto alcance. Entretanto, haremos notar que si encontramos por todas partes los vestigios de la Doctrina Espírita, en ninguna parte la vemos completa: parece haber sido reservado a nuestra época coordinar esos fragmentos esparcidos entre todos los pueblos, para llegar a la unidad de principios por medio de un conjunto más completo y sobre todo más general de manifestaciones, que parecen dar razón al autor del artículo anterior sobre el período psicológico en que la Humanidad parece entrar.

Casi por todas partes la ignorancia y los prejuicios han desfigurado esta doctrina, cuyos principios fundamentales son mezclados con las prácticas supersticiosas de todos los tiempos, explotadas para sofocar la razón. Pero bajo este montón de absurdos germinan las ideas más sublimes, como preciosas semillas escondidas bajo las malezas, sólo esperando la luz vivificante del Sol para emprender su vuelo. Más universalmente esclarecida, nuestra generación aparta las malezas, pero tal roturación no puede cumplirse sin transición. Por lo tanto, dejemos a las buenas semillas el tiempo para desarrollarse y a las hierbas malas el de desaparecer. La doctrina druídica nos ofrece un curioso ejemplo de lo que acabamos de decir. Esta doctrina, de la que apenas se conocen sus prácticas externas, en ciertos aspectos se elevaba hasta las más sublimes verdades; pero estas verdades eran solamente para los iniciados: el vulgo, aterrorizado por los sangrientos sacrificios, recogía con un santo respeto el muérdago sagrado del roble y sólo veía lo fantasmagórico. Se podrá juzgar eso por la siguiente cita extraída de un documento tan precioso como poco conocido, y que derrama una luz enteramente nueva sobre la verdadera teología de nuestros antepasados.

«Entregamos a la reflexión de nuestros lectores un texto céltico publicado hace poco y cuya aparición ha causado una cierta emoción en el mundo cultural. Es imposible saber exactamente quién ha sido el autor, ni tampoco a qué siglo se remonta. Pero lo que es indiscutible es que pertenece a la tradición de los bardos del País de Gales, y este origen es suficiente para conferirle un valor de primer orden.

«En efecto, se sabe que el País de Gales forma todavía en nuestros días el refugio más fiel de la nacionalidad gala que, entre nosotros, ha sufrido modificaciones tan profundas. Apenas rozado por la dominación romana, estuvo allí por poco tiempo y débilmente; preservado de la invasión de los bárbaros por la energía de sus habitantes y por las dificultades de su territorio, y sometido más tarde por la dinastía normanda que debió dejarle, sin embargo, un cierto grado de independencia, el nombre de Gales, Gallia, que siempre ha llevado, es un rasgo distintivo por el cual se vincula al período antiguo, sin discontinuidad. La lengua kímrica –hablada en otros tiempos en toda la parte septentrional de la Galia– nunca ha dejado de estar en uso en aquel lugar, y muchas de las costumbres son allí igualmente galas. De todas las influencias extranjeras, la del Cristianismo ha sido la única que hubo encontrado un medio de triunfar allí plenamente; pero esto no ha ocurrido sin haber pasado por grandes dificultades relacionadas con la supremacía de la Iglesia romana, cuya reforma del siglo XVI no ha hecho más que determinar la caída desde largo tiempo preparada en esas regiones llenas de un sentimiento indefectible de independencia.

«Se puede incluso decir que los druidas, al convertirse enteramente al Cristianismo, no se extinguieron totalmente en el País de Gales, como en nuestra Bretaña y en los otros países de sangre gala. Ellos han tenido como consecuencia inmediata una sociedad muy sólidamente constituida, principalmente consagrada, en apariencia, al culto de la poesía nacional, pero que bajo el manto poético ha conservado con una fidelidad notable la herencia intelectual de la antigua Galia: es la Sociedad Bárdica del País de Gales que, después de haberse mantenido como sociedad secreta durante toda la duración de la Edad Media –a través de una transmisión oral de sus monumentos literarios y de su doctrina, a imitación de la práctica de los druidas–, decidió, hacia el siglo XVI y XVII, confiar a la escritura las partes más esenciales de esta herencia.De este bagaje, cuya autenticidad está así atestada por una cadena tradicional ininterrumpida, procede el texto del cual hablamos; y en razón de esas circunstancias, su valor no depende – como se ve– ni de la mano que tuvo el mérito de escribirlo, ni de la época en la que su redacción pudo haber adquirido su última forma. Por encima de todo, lo que allí se refleja es el espíritu de los bardos de la Edad Media, que eran los últimos discípulos de esta corporación sabia y religiosa que, con el nombre de druidas, dominó la Galia durante el primer período de su Historia, más o menos de la misma manera como el clero latino durante el de la Edad Media.

«Aunque estuviésemos privados de todas las luces sobre el origen de ese texto, sería puesto muy claramente en camino por su concordancia con las enseñanzas que los autores griegos y latinos nos han dejado con relación a la doctrina religiosa de los druidas. Esta concordancia constituye puntos de solidaridad que no ofrecen ninguna duda, porque se apoyan en las razones extraídas de la propia esencia del escrito; y la solidaridad así demostrada por los artículos capitales –los únicos de los cuales los Antiguos nos han hablado– se extiende naturalmente a los desarrollos secundarios. En efecto, estos desarrollos, penetrados del mismo Espíritu, derivan necesariamente de la misma fuente; forman parte de ese bagaje y no pueden explicarse sino a través de éste. Y al mismo tiempo que por una generación tan lógica remontan a los primitivos depositarios de la religión druídica, es imposible asignarles cualquier otro punto de partida; porque, fuera de la influencia druídica, el país de donde ellos provienen sólo ha conocido la influencia cristiana, la cual es totalmente extraña a tales doctrinas.

«Los desarrollos contenidos en las tríadas están, incluso, tan perfectamente fuera del Cristianismo, que las pocas emociones cristianas que se han deslizado aquí y allá en su conjunto, se distinguen a primera vista del fondo primitivo. Estas emanaciones, ingenuamente salidas de la conciencia de los bardos cristianos, bien han podido –si se puede decirlo así– intercalarse en los intersticios de la tradición, pero no pudieron fundirse con ella. Por lo tanto, el análisis del texto es tan simple como riguroso, desde que puede reducirse a poner a un lado todo lo que lleva la marca del Cristianismo y, una vez operada la selección, considerarse como de origen druídico todo lo que queda visiblemente caracterizado por una religión diferente de la del Evangelio y de los concilios. De esta manera, para no citar más que lo esencial, partiendo de este principio tan conocido de que el dogma de la caridad en Dios y en el hombre es tan especial al Cristianismo como el de la migración de las almas lo es al antiguo druidismo, un cierto número de tríadas –en las cuales se refleja un espíritu de amor como nunca ha conocido la Galia primitiva– revela inmediatamente las marcas de un carácter comparativamente moderno; mientras que las otras, animadas por un soplo diferente, dejan ver un tanto mejor el sello de la alta Antigüedad que las distingue.

«En fin, no es inútil hacer observar que la propia forma de la enseñanza contenida en las tríadas es de origen druídico. Se sabe que los druidas tenían una predilección particular por el número tres, y ellos lo empleaban especialmente –así como nos lo muestra la mayoría de los monumentos galeses– para la transmisión de sus lecciones que, mediante esa precisa presentación, se grababan más fácilmente en la memoria. Diógenes Laercio nos ha conservado una de esas tríadas que sucintamente resume el conjunto de los deberes del hombre para con la Divinidad, para con sus semejantes y para consigo mismo: «Honrar a los seres superiores, no cometer injusticias y cultivar en sí mismo la virtud viril». La literatura de los bardos ha propagado hasta nosotros una multitud de aforismos del mismo género, en lo tocante a todas las ramas del saber humano: Ciencias, Historia, Moral, Derecho, Poesía. No las hay de más interesantes y más propias para inspirar grandes reflexiones que aquellas cuyo texto publicamos aquí, según la traducción que ha sido hecha por el Sr. Adolphe Pictet.

«De esta serie de tríadas, las once primeras son consagradas a la exposición de los atributos característicos de la Divinidad. Como era fácil preverlo, es en esta sección que las influencias cristianas han tenido una mayor acción. Si no se puede negar que el druidismo haya conocido el principio de la unidad de Dios, puede incluso ser que, por consecuencia de su predilección por el número ternario, pudo haber sido llevado a concebir algo confusamente la divina Trinidad; sin embargo, es indiscutible que lo que completa esta alta concepción teológica –el saber la distinción de las personas y particularmente de la tercera– ha debido quedar perfectamente extraño a esta antigua religión. Todo está de acuerdo en probar que sus sectarios estaban mucho más preocupados en fundar la libertad del hombre que en fundar la caridad; y es por seguir esta falsa posición desde su punto de partida que ha perecido. Todo ese inicio también parece relacionarse a una influencia cristiana, más o menos determinada, particularmente a partir de la quinta tríada.

«A continuación de los principios generales relativos a la naturaleza de Dios, el texto pasa a exponer la constitución del Universo. El conjunto de esta constitución es superiormente formulado en tres tríadas que, mostrando a los seres particulares en un orden absolutamente diferente al de Dios, completan la idea que debe formarse del Ser único e inmutable. Además, con fórmulas más explícitas, esas tríadas no hacen sino reproducir lo que ya se sabía –a través del testimonio de los Antiguos– sobre la doctrina de la circulación de las almas, que pasan alternadamente de la vida a la muerte y de la muerte a la vida. Pueden ser consideradas como el comentario de un célebre verso de La Farsalia, en el cual el poeta exclama, al dirigirse a los sacerdotes de la Galia, que si lo que ellos enseñan es verdad, la muerte no es más que el medio de una larga vida: Longæ vitæ mors media est.

I – Hay tres unidades primitivas, y de cada una de ellas no podría existir más que una sola: un Dios, una verdad y un punto de libertad, es decir, el punto donde se encuentra el equilibrio de toda oposición.

II – Tres cosas proceden de las tres unidades primitivas: toda vida, todo bien y todo poder.

III – Dios es necesariamente tres cosas: la parte mayor de la vida, la parte mayor de la ciencia y la parte mayor del poder; y no podría tener una parte mayor de cada cosa.

IV – Tres cosas que Dios no puede dejar de ser: lo que debe constituir el bien perfecto, lo que debe querer el bien perfecto y lo que debe cumplir el bien perfecto.

V – Tres garantías de lo que Dios hace y hará: su poder infinito, su sabiduría infinita y su amor infinito; porque no hay nada que no pueda ser efectuado, que no pueda volverse verdadero y que no pueda ser querido por un atributo.

VI – Tres fines principales de la obra de Dios, como Creador de todas las cosas: disminuir el mal, reforzar el bien y hacer resaltar toda la diferencia, de tal manera que se pueda saber lo que debe ser o, al contrario, lo que no debe ser.

VII – Tres cosas que Dios no puede dejar de conceder: lo que hay de más ventajoso, lo que hay de más necesario y lo que hay de más bello para cada cosa.

VIII – Tres poderes de la existencia: no poder ser de otro modo, no ser necesariamente otro y no poder ser mejor por la concepción; y en eso está la perfección de todas las cosas.

IX – Tres cosas prevalecerán necesariamente: el supremo poder, la suprema inteligencia y el supremo amor de Dios.

X – Las tres grandezas de Dios: vida perfecta, ciencia perfecta, poder perfecto.

XI – Tres causas originales de los seres vivos: el amor divino de acuerdo con la suprema inteligencia, la sabiduría suprema por el conocimiento perfecto de todos los medios y el poder divino de acuerdo con la voluntad, el amor y la sabiduría de Dios.

XII – Hay tres círculos de la existencia: el círculo de la región vacía (ceugant), donde –excepto Dios– no hay nada de vivo ni de muerto, y ningún ser más que Dios puede atravesarlo; el círculo de la migración (abred), donde todo ser animado procede de la muerte, y el hombre lo ha atravesado; y el círculo de la felicidad (gwynfyd), donde todo ser animado procede de la vida, y el hombre lo atravesará en el cielo.

XIII – Tres estados sucesivos de seres animados: el estado de descenso en el abismo (annoufn), el estado de libertad en la humanidad y el estado de felicidad en el cielo.

XIV – Tres fases necesarias de toda existencia con relación a la vida: el comienzo en annoufn, la transmigración en abred y la plenitud en gwynfyd; y sin estas tres cosas nadie puede existir, excepto Dios.

«Así, en resumen, sobre ese punto capital de la teología cristiana, de que Dios –por su poder creativo– saca a las almas de la nada, las tríadas no se pronuncian de una manera precisa. Después de haber mostrado a Dios en su esfera eterna e inaccesible, ellas muestran simplemente a las almas naciendo en las profundidades del Universo, en el abismo (annoufn); de allí, esas almas pasan al círculo de las migraciones (abred), donde su destino se determina a través de una serie de existencias, conforme al buen o mal uso que hayan hecho de su libertad; en fin, se elevan al círculo supremo (gwynfyd), donde las migraciones cesan, donde no se muere más, donde de aquí en adelante la vida transcurre en la felicidad, conservando en todo su perpetua actividad y la plena conciencia de su individualidad. En efecto, el druidismo no cae en el error de las teologías orientales que conducen al hombre a ser absorbido finalmente en el seno inmutable de la Divinidad; porque, al contrario, distingue un círculo especial, el círculo del vacío o del infinito (ceugant), que forma el privilegio incomunicable del Ser supremo, y en el cual ningún ser –sea cual fuere su grado de santidad– podrá jamás penetrar. Éste es el punto más elevado de la religión, porque marca el límite puesto al vuelo de las criaturas.

«El rasgo más característico de esta teología, aunque sea un rasgo puramente negativo, consiste en la ausencia de un círculo particular, tal como el Tártaro de la antigüedad pagana, destinado a la punición sin fin de las almas criminales. Entre los druidas, el infierno propiamente dicho no existe. A sus ojos, la distribución de los castigos se efectúa en el círculo de las migraciones a través del compromiso de las almas en pasar por condiciones de existencia más o menos infelices, donde –siempre dueñas de su libertad– expían sus faltas a través del sufrimiento y se disponen, por la reforma de sus vicios, a un futuro mejor. En ciertos casos, puede incluso suceder que las almas retrograden hasta esa región de annoufn, donde nacen, y a la cual no parece muy posible dar otro significado que el de la animalidad. Por este lado peligroso (la retrogradación), y que nada justifica, ya que la diversidad de las condiciones de existencia en el círculo de la humanidad es perfectamente suficiente a la penalidad de todos los grados, el druidismo habría entonces llegado a deslizarse hasta en la metempsicosis. Pero este lamentable extremo, al cual no conduce ninguna necesidad de la doctrina del desenvolvimiento de las almas por el camino de las migraciones, parece haber ocupado –como se ha de juzgar por la serie de tríadas relativas al régimen del círculo de abred– un lugar secundario en el sistema de la religión.

«Excepto algunas obscuridades que tal vez son debidas a las dificultades de una lengua cuyas profundidades metafísicas no son todavía bien conocidas, las declaraciones de las tríadas en lo tocante a las condiciones inherentes al círculo de abred esparcen las más vivas luces sobre el conjunto de la religión druídica. Se siente en ella respirar el soplo de una originalidad superior. El misterio que a nuestra inteligencia ofrece el espectáculo de nuestra existencia presente, toma allí un giro singular que no se ve en ninguna otra parte, y se diría que un gran velo se rasga antes y después de la vida, haciendo conque de repente el alma se sienta nadar, con una fuerza inesperada, a través de una extensión indefinida que, en su encierro entre las pesadas puertas del nacimiento y de la muerte, no era capaz de sospechar por sí misma. Cualquiera que fuere el juicio que se haga sobre la veracidad de esta doctrina, no se puede negar que sea una doctrina poderosa; y al reflexionar sobre el efecto que debía inevitablemente producir en las almas ingenuas tales aperturas sobre su origen y su destino, es fácil darse cuenta de la inmensa influencia que los druidas habían adquirido naturalmente sobre el espíritu de nuestros antepasados. En medio de las tinieblas de la Antigüedad, esos ministros sagrados no podían dejar de aparecer a los ojos de las poblaciones como los reveladores del Cielo y de la Tierra.

«He aquí el texto notable que abordamos:

XV – Tres cosas necesarias en el círculo de abred: el menor grado posible de toda la vida, y de ahí su comienzo; la materia de todas las cosas, y de ahí el crecimiento progresivo, el cual no puede operarse más que en el estado de necesidad; y la formación de todas las cosas de la muerte, y de ahí la debilidad de las existencias.

XVI – Tres cosas a las cuales todo ser vivo participa necesariamente por la justicia de Dios: el socorro de Dios en abred, porque sin eso nadie podría conocer ninguna cosa; el privilegio de participar del amor de Dios; y el acuerdo con Él en cuanto al cumplimiento por el poder de Dios, en calidad de justo y misericordioso.

XVII – Tres causas de la necesidad del círculo de abred: el desarrollo de la substancia material de todo ser animado; el desarrollo del conocimiento de todas las cosas; y el desarrollo de la fuerza moral para superar todo contrario y a Cythraul (el Espíritu malo), y para librarse de Droug (el mal). Y sin esta transición de cada estado de vida, no podría haber allí la realización de ningún ser.

XVIII – Tres calamidades primitivas de abred: la necesidad, la ausencia de memoria y la muerte.

XIX – Tres condiciones necesarias para llegar a la plenitud de la ciencia: transmigrar en abred, transmigrar en gwynfyd y recordarse de todas las cosas pasadas, hasta en annoufn.

XX – Tres cosas indispensables en el círculo de abred: la transgresión de la ley, porque no puede ser de otro modo; la liberación por la muerte ante Droug y Cythraul; el crecimiento de la vida y del bien por el alejamiento de Droug en la liberación de la muerte; y esto por el amor de Dios, que abarca todas las cosas.

XXI – Tres medios eficaces de Dios en abred para dominar a Droug y a Cythraul, y superar su oposición con relación al círculo de gwynfyd: la necesidad, la pérdida de la memoria y la muerte.

XXII – Tres cosas son primitivamente contemporáneas: el hombre, la libertad y la luz.

XXIII – Tres cosas necesarias para el triunfo del hombre sobre el mal: la firmeza contra el dolor, el cambio, la libertad de elegir; y con el poder que el hombre tiene de elegir, anticipadamente no se puede saber con certeza dónde irá.

XXIV – Tres alternativas ofrecidas al hombre: abred y gwynfyd, necesidad y libertad, mal y bien; estando el todo en equilibrio, el hombre puede a su voluntad vincularse a uno o al otro.

XXV – Por tres cosas el hombre cae en la necesidad de abred: por la ausencia de esfuerzo hacia el conocimiento, por no vincularse al bien y por su vinculación al mal. Como consecuencia de estas cosas, desciende en abred hasta su análogo y recomienza el curso de su transmigración.

XXVI – Por tres cosas el hombre vuelve a descender necesariamente en abred, aunque en otros aspectos esté vinculado a lo que es bueno: por orgullo, cae hasta en annoufn; por falsedad, hasta el punto del demérito equivalente, y por crueldad, hasta el grado correspondiente de animalidad. De ahí transmigra de nuevo hacia la humanidad, como antes.

XXVII – Las tres cosas principales a obtener en el estado de humanidad: la ciencia, el amor y la fuerza moral, en el más alto grado posible de desarrollo antes que sobrevenga la muerte. Esto no puede ser obtenido anteriormente al estado de humanidad, y no puede serlo sino por el privilegio de la libertad y de la elección. Esas tres cosas son llamadas las tres victorias.

XXVIII – Hay tres victorias sobre Droug y Cythraul: la ciencia, el amor y la fuerza moral; porque el saber, el querer y el poder cumplen lo que quiera que sea en su conexión con las cosas. Esas tres victorias comienzan en la condición de humanidad y continúan eternamente.

XXIX – Tres privilegios de la condición del hombre: el equilibrio del bien y del mal, y de ahí la facultad de comparar; la libertad en la elección, y de ahí el juicio y la preferencia; y el desarrollo de la fuerza moral como consecuencia del juicio, y de ahí la preferencia. Esas tres cosas son necesarias para cumplir lo que quiera que sea.

«Así, en resumen, el inicio de los seres en el seno del Universo se produce en el punto más bajo de la escala de la vida; y si no es llevar demasiado lejos las consecuencias de la declaración contenida en la vigésimo-sexta tríada, se puede conjeturar que, en la doctrina druídica, este punto inicial se lo consideraba situado en el abismo confuso y misterioso de la animalidad. De ahí, por consecuencia, desde el propio origen de la historia del alma, existe una necesidad lógica de progreso, ya que los seres no están destinados por Dios a quedarse en una condición tan baja y tan oscura. Sin embargo, en los niveles más bajos del Universo, ese progreso no se efectúa siguiendo una línea continua; esta larga vida, nacida tan bajo para elevarse tan alto, se quiebra en fragmentos, solidarios en lo más hondo de su sucesión, pero la cual, gracias a la falta de memoria, la misteriosa solidaridad escapa –al menos por un tiempo– a la conciencia del individuo. Son éstas las interrupciones periódicas en el curso secular de la vida que constituyen lo que llamamos la muerte; de manera que la muerte y el nacimiento que, por una observación superficial, forman acontecimientos tan diversos, en realidad no son sino las dos caras del mismo fenómeno, una mirando hacia el período que se acaba y la otra hacia el período que sigue.

«Desde entonces la muerte, considerada en sí misma, no es por lo tanto una calamidad verdadera, sino un beneficio de Dios, que al romper los hábitos demasiado estrechos que habíamos contraído con nuestra vida presente, nos transporta a nuevas condiciones y de ese modo da lugar a que nos elevemos más libremente a nuevos progresos.

«Al igual que la muerte, la pérdida de memoria que la acompaña no debe ser tomada sino como un beneficio. Es una consecuencia del primer punto; porque si el alma, en el curso de esta larga vida, conservase claramente sus recuerdos de un período al otro, la interrupción sólo sería accidental y no habría propiamente dicho ni muerte, ni nacimiento, ya que esos dos acontecimientos perderían desde entonces el carácter absoluto que los distingue y que hacen a su fuerza. E incluso, desde el punto de vista de esta teología, no parece difícil percibir directamente que la pérdida de la memoria, en lo tocante a los períodos pasados, puede ser considerada como un beneficio con relación al hombre en su condición presente; porque si esos períodos pasados han sido desgraciadamente manchados de errores y de crímenes –causa primera de las miserias y de las expiaciones de hoy–, como la actual posición del hombre en un mundo de sufrimientos que se le vuelven una prueba, es evidentemente una ventaja para el alma encontrarse libre de la visión de una multitud tan grande de faltas y, al mismo tiempo, de remordimientos demasiado abrumadores que de allí nacerían. No obligándola a un arrepentimiento formal con relación a las culpas de su vida actual, compadeciéndose así de su debilidad, Dios le concede efectivamente una gran gracia.

«En fin, según esta misma manera de considerar el misterio de la vida, las necesidades de toda naturaleza a las cuales estamos sujetos en la Tierra, y que desde nuestro nacimiento determinan, por una decisión por así decirlo fatal, la forma de nuestra existencia en el presente período, constituyen un último beneficio tan sensible como los otros dos; porque, en definitiva, son esas necesidades que dan a nuestra vida el carácter que mejor conviene a nuestras expiaciones y pruebas, y por consecuencia a nuestro desarrollo moral; y son también esas mismas necesidades, ya sea de nuestro organismo físico o de circunstancias externas al medio en el cual nos encontramos colocados que, al conducirnos forzosamente al término de la muerte, nos conduce de ese modo a nuestra suprema liberación. En resumen, como lo dicen las tríadas en su enérgica concisión, están ahí al mismo tiempo las tres calamidades primitivas y los tres medios eficaces de Dios en abred.

«Pero, ¿mediante qué conducta el alma se eleva realmente en esta vida, y merece alcanzar, después de la muerte, un modo superior de existencia? La respuesta que da el Cristianismo a esta cuestión fundamental es conocida por todos: es con la condición de deshacer en sí el egoísmo y el orgullo, de desarrollar en la intimidad de su substancia las fuerzas de la humildad y de la caridad, únicas eficaces y meritorias ante Dios: ¡Bienaventurados los mansos –dice el Evangelio–, bienaventurados los humildes! La respuesta del druidismo es totalmente diversa y contrasta nítidamente con ésta. Según sus lecciones, el alma se eleva en la escala de las existencias con la condición de fortificar su propia personalidad por su trabajo sobre sí misma, y éste es un resultado que ella obtiene naturalmente a través del desarrollo de la fuerza del carácter junto al desarrollo del saber. Es lo que expresa la vigésimo-quinta tríada, que declara que el alma cae en la necesidad de las transmigraciones, es decir, en las vidas confusas y mortales, no sólo por mantener las malas pasiones, sino por el hábito de la cobardía en el cumplimiento de las acciones justas y por la falta de firmeza en la vinculación a lo que prescribe la conciencia; en una palabra, por la debilidad de carácter; y además de esta falta de virtud moral, el alma es aún retenida en su vuelo hacia el cielo por la falta de perfeccionamiento del Espíritu. La iluminación intelectual, necesaria para la plenitud de la felicidad, no se opera simplemente en el alma bienaventurada por una irradiación de lo Alto enteramente gratuita; sólo se produce en la vida celestial si la propia alma ha sabido hacer esfuerzos desde esta vida para adquirirla. También la tríada no habla solamente de la falta de saber, sino de la falta de esfuerzo hacia el saber, lo que es, en el fondo –como para la virtud precedente– un precepto de actividad y de movimiento.

«En verdad, en las tríadas siguientes, la caridad se encuentra recomendada con el mismo título que la ciencia y la fuerza moral; pero también aquí, como en lo que toca a la naturaleza divina, la influencia del Cristianismo es sensible. Es a éste, y no a la fuerte pero dura religión de nuestros antepasados, que pertenecen la predicación y la entronización en el mundo, de la ley de la caridad en Dios y en el hombre; y si esta ley brilla en las tríadas, es por efecto de una alianza con el Evangelio o, mejor dicho, de un feliz perfeccionamiento de la teología de los druidas por la acción de la de los Apóstoles, y no por una tradición primitiva. Quitemos este rayo divino y tendremos, en su ruda grandeza, la moral de la Galia, moral que ha podido producir, en el orden del heroísmo y de la ciencia, poderosas personalidades, pero que no ha sabido unirlas entre sí, ni a la multitud de los humildes.» *

La Doctrina Espírita no consiste solamente en la creencia de las manifestaciones de los Espíritus, sino en todo lo que ellos nos enseñan sobre la naturaleza y el destino del alma. Por lo tanto, si se consiente en remitirse a los preceptos contenidos en El Libro de los Espíritus –donde se encuentra formulada toda su enseñanza–, ha de admirarse la identidad de algunos de los principios fundamentales con los de la doctrina druídica,de los cuales uno de los más salientes es indiscutiblemente el de la reencarnación. En los tres círculos, en los tres estados sucesivos de los seres animados, encontramos todas las fases que presenta nuestra escala espírita. En efecto, ¿qué es el círculo de abred o el de la migración, sino los dos órdenes de Espíritus que se depuran por sus existencias sucesivas? En el círculo de gwynfyd, el hombre no transmigra más, goza de la felicidad suprema. ¿No es éste el primer orden de la escala, el de los Espíritus puros que, al haber cumplido todas las pruebas, no tienen más necesidad de encarnarse y gozan de la vida eterna? Notemos aún que, según la doctrina druídica, el hombre conserva su libre albedrío; que se eleva gradualmente por su voluntad, por su perfección progresiva y por las pruebas que sufre, de annoufn o el abismo, hasta la perfecta felicidad en gwynfyd, con la diferencia, no obstante, que el druidismo admite el posible retorno a las clases inferiores, mientras que, según el Espiritismo, el Espíritu puede permanecer estacionario, pero no puede degenerar. Para completar la analogía, sólo tendríamos que agregar a nuestra escala –debajo del tercer orden– el círculo de annoufn para caracterizar el abismo o el origen desconocido de las almas, y encima del primer orden el círculo de ceugant, morada de Dios, inaccesible a las criaturas. El siguiente cuadro hará esta comparación más apreciable.



ESCALA ESPÍRITA

ESCALA DRUÍDICA




Ceugant. Morada de Dios.

1ª orden

1ª Clase

Espíritus puros. (Sin necesidad de reencarnación.) .

Gwynfyd. Morada de los bienaventurados. Vida eterna.


2ª classe

Espíritus superiores*


2ª orden

Espíritus buenos

3º ORDEN Espíritus imperfectos

3ª clase

4ª clase

5ª clase

Espíritus de sabiduría


Espíritus eruditos


Espíritus benévolos

Abred, círculo de las migraciones o de las diferentes existencias corporales que las almas recorren para llegar de annoufn a gwynfyd.
6ª clase

7ª clase

8ª clase

9ª clase

Espíritus neutros



Espíritus pseudosabios


Espíritus ligeros


Espíritus impuros




Annoufn, abismo; punto de partida de las almas.







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* Extraído del Magasin pittoresque (Revista Ilustrada), 1857. [Nota de Allan Kardec.]

En su Voyage aux sources du Nil (Viaje a las fuentes del Nilo), en 1768, James Bruce relata lo siguiente con respecto a Gingiro, pequeño reino situado en la parte meridional de Abisinia, al este del reino de Adal. Se trata de dos embajadores que Socinios, rey de Abisinia, envió al papa, hacia 1625, y que debieron atravesar Gingiro.

«Entonces fue necesario –dice Bruce– avisar al rey de Gingiro de la llegada de la caravana y pedirle una audiencia; pero en ese momento él estaba ocupado con una importante operación de magia, sin la cual ese soberano nunca se atrevía a emprender nada.

«El reino de Gingiro puede ser considerado como el primero de ese lado de África, donde se ha establecido la extraña práctica de predecir el futuro por la evocación de Espíritus y por una comunicación directa con el diablo.

«El rey de Gingiro estimó que debía dejar pasar ocho días antes de admitir en audiencia al embajador y a su acompañante, el jesuita Fernández. En consecuencia, al noveno día, éstos recibieron el permiso para ir a la corte, donde llegaron a la misma tarde.

«En el país de Gingiro nada se hace sin la ayuda de la magia. Se ve por ahí cuán degradada se encuentra la razón humana a algunas leguas de distancia. Que no vengan más a decirnos que se debe atribuir esta debilidad a la ignorancia o al calor del clima. ¿Por qué un clima cálido induciría más a los hombres a volverse magos que un clima frío? ¿Por qué la ignorancia ampliaría el poder del hombre a punto de hacerlo transponer los límites de la inteligencia común y de darle la facultad de corresponderse con un nuevo orden de seres, habitantes de otro mundo? Los etíopes que circundan casi toda Abisinia son más negros que los de Gingiro; su país es más cálido y son, como ellos, indígenas en los lugares que habitan desde el comienzo de los siglos; sin embargo, no adoran al diablo, ni pretenden tener comunicación con él; ni sacrifican hombres en sus altares; en fin, no se encuentra entre ellos ningún vestigio de esta indignante atrocidad.

«En las partes de África que tienen comunicación abierta con el mar, el comercio de esclavos está en uso desde los siglos más remotos; pero el rey de Gingiro, cuyos Estados se encuentran ubicados casi en el centro del continente, sacrifica al diablo los esclavos que no puede vender al hombre. Es ahí que comienza esta horrible costumbre de derramar sangre humana en todas las solemnidades. Ignoro –dice el Sr. Bruce– hasta dónde la misma se extiende hacia el sur de África, pero considero Gingiro como el límite geográfico del reino del diablo, del lado septentrional de la península.»

Si el Sr. Bruce hubiese visto lo que hoy nosotros atestiguamos, no encontraría nada de asombroso en la práctica de las evocaciones en uso en Gingiro. Él sólo ve ahí una creencia supersticiosa, mientras que nosotros encontramos la causa en los hechos de las manifestaciones falsamente interpretadas, que han podido producirse allí como en otra parte. El papel que la credulidad hace representar aquí al diablo no tiene nada de sorprendente. En primer lugar, notemos que todos los pueblos bárbaros atribuyen a un poder maléfico los fenómenos que ellos no pueden explicar. En segundo lugar, un pueblo tan atrasado como para sacrificar seres humanos no puede atraer Espíritus superiores. Por lo tanto, la naturaleza de aquellos que lo visitan no puede más que confirmarlo en su creencia. Además, es preciso considerar que los pueblos de esa parte de África han conservado un gran número de tradiciones judías, mezcladas más tarde con algunas ideas deformadas del Cristianismo, fuente donde han extraído, como consecuencia de su ignorancia, la doctrina del diablo y de los demonios.



Conversaciones familiares del Más Allá



Bernard Palissy (9 de marzo de 1858)

NOTA – Por evocaciones anteriores sabíamos que Bernard Palissy, el célebre alfarero del siglo XVI, habita en Júpiter. Sus respuestas siguientes confirman en todos los puntos lo que nos ha sido dicho sobre este planeta en diversas épocas, por otros Espíritus y por intermedio de diferentes médiums. Pensamos que han de ser leídas con interés, como complemento del cuadro que hemos trazado en nuestro último número. La identidad que las mismas presentan con las descripciones anteriores es un hecho notable que, al menos, presumen una exactitud.


1. ¿Dónde te has encontrado al dejar la Tierra? –Resp. Aún en la misma.


2. ¿En qué condición estabas aquí? –Resp. Bajo los rasgos de una mujer amorosa y abnegada; no era sino una misión.


3. ¿Ha durado mucho tiempo esa misión? –Resp. Treinta años.


4. ¿Recuerdas el nombre de esta mujer? –Resp. Es desconocido.


5. ¿Te satisface la estima que se tiene por tus obras? Y esto, ¿te compensa los sufrimientos que has soportado? –Resp. ¡Qué me importan las obras materiales de mis manos! Lo que me importa es el sufrimiento que me ha elevado.


6. ¿Con qué objetivo has trazado, por la mano del Sr. Victorien Sardou, los admirables dibujos que nos has dado sobre el planeta Júpiter que habitas? –Resp. Con el objetivo de inspiraros el deseo de volveros mejores.


7. Ya que vuelves a menudo a la Tierra que has habitado diversas veces, debes conocer bastante el estado físico y moral para establecer una comparación entre ésta y Júpiter; te rogamos, pues, que consientas en esclarecernos sobre varios puntos. –Resp. En vuestro globo, no vengo sino en Espíritu; el Espíritu no tiene sensaciones materiales.



8. ¿Se puede comparar la temperatura de Júpiter a la de una de nuestras latitudes? –Resp. No; ella es suave y templada; es siempre igual, y la vuestra varía. Acordaos de los Campos Elíseos que se os ha descrito.


9. El cuadro que los Antiguos nos han dado de los Campos Elíseos, ¿sería el resultado del conocimiento intuitivo que ellos tenían de un mundo superior, tal como Júpiter, por ejemplo? –Resp. Del conocimiento positivo; la evocación permanecía en las manos de los sacerdotes.


10. ¿Varía la temperatura según las latitudes, como aquí? –Resp. No.


11. Según nuestros cálculos el Sol debe aparecer a los habitantes de Júpiter desde un ángulo muy pequeño, y darles, por consecuencia, poca luz. ¿Puedes decirnos si la intensidad de la luz es allí igual a la de la Tierra, o si es menos fuerte? –Resp. Júpiter está rodeado de una especie de luz espiritual en relación con la esencia de sus habitantes. La luz grosera de vuestro Sol no ha sido hecha para ellos.


12. ¿Hay una atmósfera? –Resp. Sí.


13. ¿Está la atmósfera formada por los mismos elementos que la atmósfera terrestre? –Resp. No; los hombres no son los mismos; sus necesidades han cambiado.


14. ¿Hay allí agua y mares? –Resp. Sí.


15. ¿Está el agua formada con los mismos elementos que la nuestra? –Resp. Más etérea.


16. ¿Hay volcanes? –Resp. No; nuestro globo no es atormentado como el vuestro; la Naturaleza no ha tenido sus grandes crisis; es la morada de los bienaventurados. En él, la materia apenas se toca.


17. ¿Tienen las plantas analogía con las nuestras? –Resp. Sí, pero más bellas.



18. La conformación del cuerpo de los habitantes ¿tiene relación con la nuestra? –Resp. Sí; es la misma.


19. ¿Puedes darnos una idea de su talla comparada con la de los habitantes de la Tierra? –Resp. Grandes y bien proporcionados. Mayores que vuestros hombres mayores. El cuerpo del hombre es como la marca de su Espíritu: bello donde él es bueno; la envoltura es digna de él; no es más una prisión.


20. ¿Son allí los cuerpos opacos, diáfanos o translúcidos? –Resp. Los hay de unos y otros. Unos tienen tal propiedad, otros tienen tal otra, según su destinación.


21. Concebimos esto para los cuerpos inertes, pero nuestra pregunta es relativa a los cuerpos humanos. –Resp. El cuerpo envuelve al Espíritu sin esconderlo, como un tenue velo arrojado sobre una estatua. En los mundos inferiores la envoltura grosera oculta el Espíritu a sus semejantes; pero los buenos no tienen nada a esconder: pueden leer en el corazón de unos y de otros. ¡Qué sería si fuera así en la Tierra!


22. ¿Hay sexos diferentes? –Resp. Sí; los hay por todas partes donde la materia existe; es una ley de la materia.


23. ¿Cuál es la base de la alimentación de los habitantes? ¿Es animal y vegetal como aquí? –Resp. Puramente vegetal; el hombre es el protector de los animales.


24. Se nos ha dicho que una parte de su alimentación es extraída del medio ambiente del cual aspiran las emanaciones; ¿esto es exacto? –Resp. Sí.


25. La duración de su existencia, comparada con la nuestra, ¿es más larga o más corta? –Resp. Más larga.


26. ¿De cuánto tiempo es el promedio de vida? –Resp. ¿Cómo medir el tiempo?


27. ¿No puedes tomar uno de nuestros siglos como punto de comparación? –Resp. Creo que alrededor de cinco siglos.


28. ¿Es el desarrollo de la infancia proporcionalmente más rápido que entre nosotros? –Resp. El hombre conserva su superioridad; la infancia no comprime su inteligencia, ni la vejez la extingue.


29. ¿Están los hombres sujetos a las enfermedades? –Resp. No están sujetos a vuestros males.


30. ¿Se divide la existencia entre la vigilia y el sueño? –Resp. Entre la acción y el reposo.


31. ¿Podrías darnos una idea de las diversas ocupaciones de los hombres? –Resp. Sería preciso decir mucho. Su principal ocupación es la de dar aliento a los Espíritus que habitan en los mundos inferiores para que perseveren en la buena senda. Al no haber infortunios que aliviar entre ellos, van en busca de los que sufren: son los Espíritus buenos que os sostienen y os atraen a la buena senda.


32. ¿Se cultivan allí nuestras artes? –Resp. Éstas son inútiles allí. Vuestras artes son juguetes que distraen vuestros dolores.


33. La densidad específica del cuerpo del hombre, ¿le permite transportarse de un lugar a otro sin permanecer, como aquí, atado al suelo? –Resp. Sí.


34. ¿Se siente allí el fastidio y el disgusto de la vida? –Resp. No; el disgusto de la vida sólo viene del desprecio de sí mismo.


35. Al ser menos densos que los nuestros los cuerpos de los habitantes de Júpiter, ¿son formados de materia compacta y condensada o vaporosa? –Resp. Compacta para nosotros; pero, para vosotros, no lo sería; es menos condensada.


36. El cuerpo, considerado como formado de materia, ¿es impenetrable? –Resp. Sí.


37. ¿Tienen los habitantes un lenguaje articulado como nosotros? –Resp. No; existe entre ellos comunicación por el pensamiento.


38. ¿Es la segunda vista, como se nos ha dicho, una facultad normal y permanente entre vosotros? –Resp. Sí, el Espíritu no tiene obstáculos; nada está oculto para él.


39. Si nada está oculto para el Espíritu, ¿conoce entonces el futuro? (Queremos hablar de los Espíritus encarnados en Júpiter.) – Resp. El conocimiento del futuro depende de la perfección del Espíritu; tiene menos inconvenientes para nosotros que para vosotros; incluso nos es necesario, hasta un cierto punto, para el cumplimiento de misiones que tenemos que efectuar; pero decir que conocemos el futuro sin restricciones sería colocarnos en el mismo nivel que Dios.


40. ¿Podéis revelar todo lo que sabéis del futuro? –Resp. No; esperad saberlo cuando lo hayáis merecido.


41. ¿Os comunicáis más fácilmente que nosotros con los otros Espíritus? –Resp. ¡Sí! Siempre: la materia no está más entre ellos y nosotros.


42. ¿Inspira la muerte el horror y el espanto que causa entre nosotros? –Resp. ¿Por qué habría de ser espantosa? El mal no está más entre nosotros. Sólo el malo ve su último momento con espanto; él teme su juicio.


43. ¿Qué sucede con los habitantes de Júpiter después de la muerte? –Resp. Crecen siempre en perfección sin sufrir más pruebas.


44. ¿No hay Espíritus, en Júpiter, que se someten a pruebas para cumplir una misión? –Resp. Sí, pero eso no es más una prueba; sólo el amor al bien los lleva a sufrir.


45. ¿Pueden ellos fallar en su misión? –Resp. No, porque son buenos; sólo hay debilidad donde hay defectos.


46. ¿Podrías nombrarnos algunos Espíritus que habitan en Júpiter, que han cumplido una gran misión en la Tierra? –Resp. San Luis.


47. ¿Podrías nombrar otros? –Resp. ¡Esto no es importante! Hay misiones desconocidas que tienen como objetivo la felicidad de uno solo; a veces, ésas son las mayores y las más dolorosas.




48. ¿Es el cuerpo de los animales más material que el de los hombres? –Resp. Sí; el hombre es el rey, el dios terrestre.


49. ¿Existen animales carnívoros? –Resp. Los animales no se destrozan entre sí; todos viven sometidos al hombre y se aman mutuamente.


50. ¿Pero no hay animales que escapan a la acción del hombre, como los insectos, los peces, los pájaros? –Resp. No; todos le son útiles.


51. Se nos ha dicho que los animales son los servidores y los peones que ejecutan los trabajos materiales, construyendo viviendas, etc. ¿Esto es verdad? –Resp. Sí; el hombre no se rebaja más siendo sirviente de sus semejantes.


52. ¿Son los animales servidores vinculados a una persona o a una familia, o bien son tomados y cambiados a voluntad como aquí? – Resp. Todos se vinculan a una familia particular: vosotros cambiáis para encontrar otro mejor.


53. ¿Están los animales servidores en el estado de esclavitud o de libertad? ¿Son ellos una propiedad o pueden cambiar de dueño a voluntad? –Resp. Se encuentran en el estado de sumisión.


54. ¿Reciben los animales trabajadores alguna remuneración por sus esfuerzos? –Resp.


No. 55. Las facultades de los animales, ¿se desarrollan por una especie de educación? –Resp. Ellos lo hacen por sí mismos.


56. ¿Tienen los animales un lenguaje más preciso y más caracterizado que el de los animales terrestres? –Resp. Ciertamente.



57. Las viviendas de las cuales nos has dado una muestra a través de tus dibujos, ¿están reunidas en ciudades como aquí? –Resp. Sí; los que se aman se reúnen; sólo las pasiones dejan al hombre en soledad. Si hasta el hombre malo busca a su semejante, que no es para él sino un instrumento de dolor, ¿por qué el hombre puro y virtuoso huiría de su hermano?


58. ¿Los Espíritus son iguales o de diferentes grados? –Resp. De diferentes grados, pero del mismo orden.


59. Te pedimos que consientas en remitirte a la Escala espírita que hemos dado en el segundo número de la Revista, y decirnos a qué orden pertenecen los Espíritus encarnados en Júpiter. –Resp. Todos buenos, todos superiores; algunas veces el bien desciende al mal; pero nunca el mal se mezcla con el bien.


60. ¿Los habitantes forman diferentes pueblos como en la Tierra? –Resp. Sí; pero todos unidos entre sí por los lazos del amor.


61. ¿Por eso las guerras son allí desconocidas? –Resp. Pregunta inútil.


62. ¿Podrá llegar el hombre en la Tierra a un grado bastante alto de perfección como para abstenerse de las guerras? –Resp. Seguramente ha de llegar; la guerra desaparecerá con el egoísmo de los pueblos y a medida que ellos comprendan mejor la fraternidad.


63. ¿Son los pueblos gobernados por jefes? –Resp. Sí.


64. ¿En qué consiste la autoridad de los jefes? –Resp. En el grado superior de perfección.


65. ¿En qué consiste la superioridad y la inferioridad de los Espíritus en Júpiter, ya que son todos buenos? –Resp. Ellos tienen más o menos conocimientos y experiencia; se depuran al esclarecerse.


66. ¿Existen pueblos más o menos adelantados que los otros como en la Tierra? –Resp. No; pero en los pueblos hay diferentes grados.


67. Si el pueblo más avanzado de la Tierra fuese transportado a Júpiter, ¿qué rango ocuparía allí? –Resp. El rango de los monos entre vosotros.


68. ¿Están los pueblos gobernados por leyes? –Resp. Sí.


69. ¿Existen leyes penales? –Resp. No hay más crímenes.


70. ¿Quién hace las leyes? –Resp. Dios las ha hecho.


71. ¿Hay ricos y pobres, es decir, hombres que están en la abundancia y en lo superfluo, mientras que a otros les falta lo necesario? –Resp. No; todos son hermanos; si uno tuviera más que el otro, habría de repartir; no disfrutaría en cuanto su hermano sufriese carencias.


72. Según esto, ¿serían las fortunas iguales para todos? –Resp. Yo no he dicho que todos eran ricos en el mismo grado; me habéis preguntado si existen los que tienen lo superfluo, mientras que a otros les falta lo necesario.


73. Estas dos respuestas nos parecen contradictorias; te rogamos que las aclares. –Resp. A nadie le falta lo necesario; nadie tiene lo superfluo, es decir, que la fortuna de cada uno está en relación con su condición. ¿Estáis satisfecho?


74. Ahora comprendemos; pero preguntaremos todavía si el que tiene menos no es desdichado con relación al que tiene más. –Resp. No puede ser desdichado desde el momento que él no es envidioso ni celoso. La envidia y los celos producen más desdichados que la miseria.


75. ¿En qué consiste la riqueza en Júpiter? –Resp. ¡Qué interés puede tener esto!


76. ¿Hay desigualdades de posición social? –Resp. Sí.


77. ¿En qué están fundadas? –Resp. En las leyes de la sociedad. Unos son más o menos adelantados en la perfección. Los que son superiores tienen sobre los otros una especie de autoridad, como un padre sobre sus hijos.


78. ¿Se desarrollan las facultades del hombre a través de la educación? –Resp. Sí.


79. ¿Puede el hombre adquirir bastante perfección en la Tierra para merecer pasar inmediatamente a Júpiter? –Resp. Sí, pero el hombre, en la Tierra, está sometido a las imperfecciones para que esté en relación con sus semejantes.


80. Cuando un Espíritu que deja la Tierra debe reencarnarse en Júpiter, ¿permanece errante durante algún tiempo antes de haber encontrado el cuerpo a que debe unirse? –Resp. Él queda en ese estado durante un cierto tiempo, hasta que se haya liberado de sus imperfecciones terrestres.


81. ¿Existen varias religiones? –Resp. No; todos profesan el bien y todos adoran a un solo Dios.


82. ¿Hay templos y cultos? –Resp. Por templo, el corazón del hombre; por culto, el bien que hace.


(16 de marzo de 1858)


1. ¿Qué os indujo a venir a nuestro llamado? –Resp. He venido para instruiros.


2. ¿Estáis contrariado por haber venido entre nosotros y por responder a las preguntas que deseamos dirigiros? –Resp. No; aquellas que tengan por objetivo vuestra instrucción, no veo inconvenientes.


3. ¿Qué prueba podemos tener de vuestra identidad, y cómo podemos saber que no es otro Espíritu que ha tomado vuestro nombre? –Resp. ¿Para qué serviría eso?


4. Sabemos por experiencia que a menudo Espíritus inferiores usurpan nombres supuestos, y es por esto que os hemos hecho esa pregunta. –Resp. Ellos usurpan también las pruebas; pero el Espíritu que se pone una máscara se devela también a sí mismo por sus palabras.


5. ¿Con qué forma y en qué lugar estáis entre nosotros? –Resp. Con la que lleva el nombre de Mehemet Alí,129 cerca de Ermance.


6. ¿Estaríais satisfecho si os cediéramos un lugar especial? –Resp. En la silla vacía. Nota – Había cerca de allí una silla vacante a la cual no se había prestado atención.


7. ¿Tenéis un recuerdo preciso de vuestra última existencia corporal? –Resp. No lo tengo todavía preciso; la muerte me ha dejado su turbación.


8. ¿Sois feliz? –Resp. No; infeliz.


9. ¿Estáis errante o reencarnado? –Resp. Errante.


10. ¿Recordáis lo que habéis sido antes de vuestra última existencia? –Resp. Yo era pobre en la Tierra; envidié las grandezas terrestres: subí para sufrir.


11. Si pudierais renacer en la Tierra, ¿qué condición elegiríais de preferencia? –Resp. La de ser desconocido; los deberes son menores.


12. ¿Qué pensáis ahora de la última posición que habéis ocupado en la Tierra? –Resp. ¡Vanidad de la nada! ¡He querido conducir a los hombres, sin saber conducirme a mí mismo!


13. Se dice que vuestra razón estaba alterada desde hacía algún tiempo; ¿esto es verdad? –Resp. No.


14. La opinión pública aprecia lo que habéis hecho por la civilización de Egipto, y os coloca entre sus mayores príncipes. ¿Sentís satisfacción? –Resp. ¡Qué me importa esto! La opinión de los hombres es el viento del desierto que levanta el polvo.


15. ¿Veis con placer a vuestros descendientes marchar en el mismo camino, y os interesáis por sus esfuerzos? –Resp. Sí, ya que tienen como objetivo el bien común.


16. Sin embargo, se os reprochan actos de una gran crueldad: ¿los reprobáis ahora? –Resp. Los expío.


17. ¿Veis a los que habéis hecho masacrar? –Resp. Sí.


18. ¿Qué sentimientos tienen por vos? –Resp. El odio y la piedad.


19. Desde que habéis dejado esta vida, ¿volvisteis a ver al sultán Mahmud?–Resp. Sí: en vano huimos uno del otro.


20. ¿Qué sentimiento tenéis uno por el otro ahora? –Resp. Aversión.


21. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre las penas y las recompensas que nos esperan después de la muerte? –Resp. La expiación es justa.


22. ¿Cuál es el mayor obstáculo que habéis tenido que combatir para el cumplimiento de vuestras miras de progreso? –Resp. Yo reinaba sobre esclavos.


23. ¿Pensáis que si el pueblo que tuvisteis que gobernar hubiese sido cristiano, hubiera sido menos rebelde a la civilización? –Resp. Sí; la religión cristiana eleva el alma; la religión mahometana no habla más que de la materia.


24. Cuando encarnado, ¿era absoluta vuestra fe en la religión musulmana? –Resp. No; yo creía en un Dios mayor.


25. ¿Qué pensáis ahora de la religión mahometana? –Resp. Ella no forja a los hombres.


26. ¿Tenía Mahoma, según vos, una misión divina? –Resp. Sí, pero la echó a perder.


27. ¿En qué la echó a perder? –Resp. Quiso reinar.


28. ¿Qué pensáis de Jesús? –Resp. Éste ha venido de Dios.


29. Según vos, ¿cuál de los dos, Jesús o Mahoma, ha hecho más para la felicidad de la Humanidad? –Resp. ¿Por qué lo preguntáis? ¿Qué pueblo Mahoma ha regenerado? La religión cristiana ha salido pura de la mano de Dios: la religión mahometana es la obra de un hombre.


30. ¿Creéis que una de esas religiones está destinada a desaparecer de la faz de la Tierra? –Resp. El hombre progresa siempre; la mejor permanecerá.


31. ¿Qué pensáis de la poligamia, consagrada por la religión musulmana? –Resp. Es uno de los lazos que retienen en la barbarie a los pueblos que la profesan.


32. ¿Creéis que la sumisión de la mujer está en conformidad con las miras de Dios? –Resp. No; la mujer es igual al hombre, ya que el Espíritu no tiene sexo.


33. Se dice que el pueblo árabe solamente puede ser conducido a través del rigor; ¿no creéis que los malos tratos lo embrutecen más que someterlo? –Resp. Sí, es el destino del hombre: cuando es esclavo se envilece.


34. ¿Podéis transportaros a los tiempos de la Antigüedad, donde el Egipto estaba floreciente, y decirnos cuáles han sido las causas de su decadencia moral? –Resp. La corrupción de las costumbres.


35. Parece que hacéis poco caso a los monumentos históricos que cubren el suelo de Egipto; no nos explicamos esta indiferencia por parte de un príncipe amigo del progreso. –Resp. ¡Qué importa el pasado! El presente no lo reemplazaría.


36. ¿Podríais explicaros más claramente? –Resp. Sí. No sería preciso recordar al egipcio degradado un pasado demasiado brillante: no lo hubiera comprendido. He desdeñado lo que me ha parecido inútil; ¿no podía yo engañarme?


37. Los sacerdotes del antiguo Egipto, ¿tenían conocimiento de la Doctrina Espírita? –Resp. Era la de ellos.


38. ¿Recibían manifestaciones? –Resp. Sí.


39. Las manifestaciones que obtenían los sacerdotes egipcios, ¿tenían la misma fuente que las que obtenía Moisés? –Resp. Sí, él fue iniciado por ellos.


40. ¿De dónde proviene que las manifestaciones de Moisés eran más poderosas que las de los sacerdotes egipcios? –Resp. Moisés quería revelar; los sacerdotes egipcios sólo tendían a ocultar.


41. ¿Pensáis que la doctrina de los sacerdotes egipcios tenía alguna relación con la de los hindúes? –Resp. Sí; todas las religiones madres están ligadas entre sí por lazos casi invisibles: derivan de una misma fuente.


42. ¿Cuál de esas dos religiones, la de los egipcios y la de los hindúes, es la madre de la otra? –Resp. Ellas son hermanas.


43. ¿Cómo se explica que vos, que cuando encarnado erais tan poco esclarecido sobre esas cuestiones, podéis responder con tanta profundidad? –Resp. En otras existencias lo he aprendido.


44. En el estado errante donde estáis ahora, ¿tenéis entonces un pleno conocimiento de vuestras existencias anteriores? –Resp. Sí, salvo de la última.


45. ¿Habéis vivido, entonces, en el tiempo de los faraones? –Resp. Sí; tres veces he vivido en el suelo egipcio: como sacerdote, mendigo y príncipe.


46. ¿En qué reinado habéis sido sacerdote? –Resp. ¡Es tan antiguo! El príncipe era vuestro Sesostris.


47. Según esto, parecería que no habéis progresado, puesto que expiáis ahora los errores de vuestra última existencia. – Resp. Sí, he progresado lentamente; ¿era yo perfecto para ser sacerdote?


48. ¿Es porque habéis sido sacerdote en aquel tiempo que habéis podido hablarnos con conocimiento de causa de la antigua religión de los egipcios? –Resp. Sí; pero no soy lo bastante perfecto como para saberlo todo; otros leen en el pasado como en un libro abierto.


49. ¿Podríais darnos una explicación sobre el motivo de la construcción de las pirámides? –Resp. Es demasiado tarde.


(NOTA – Eran casi las once horas de la noche.)


50. No os haremos más que esta pregunta; ¿podríais responderla? Os lo ruego. –Resp. No, es demasiado tarde, y esta pregunta llevaría a otras.


51. ¿Tendríais la bondad de respondernos en otra ocasión? –Resp. No me comprometo.


52. Os agradecemos, no obstante, la complacencia con la que habéis tenido a bien responder a las otras preguntas. –Resp. ¡Bien! Yo volveré.1


(Tercer artículo – Ver los números de febrero y de marzo de 1858)

No es de nuestro conocimiento que el Sr. Home haya hecho aparecer, al menos visiblemente para todo el mundo, otras partes del cuerpo que las manos. Sin embargo, se menciona a un general muerto en Crimea, que habría aparecido a su viuda haciéndose visible sólo a ella; pero nosotros no hemos estado en condiciones de constatar la realidad del hecho, sobre todo en lo que concierne a la intervención del Sr. Home en esta circunstancia. Nos hemos limitado a lo que podemos afirmar. ¿Por qué las manos en lugar de los pies o de la cabeza? Es lo que ignoramos y lo que él mismo ignora. Al ser interrogados sobre este asunto, los Espíritus han respondido que otros médiums podrían hacer aparecer la totalidad del cuerpo; además, no está ahí el punto más importante; si únicamente las manos aparecen, las otras partes del cuerpo no son menos patentes, como veremos más adelante.

La aparición de una mano generalmente se manifiesta en primer lugar bajo el mantel de la mesa, a través de las ondulaciones que produce al recorrer toda su superficie; después se muestra sobre el borde del mantel que la misma levanta; algunas veces la mano viene a posarse sobre el mantel en el centro de la mesa; a menudo ella toma un objeto y lo lleva debajo. Esta mano, visible para todos, no es ni vaporosa ni translúcida: tiene el color y la opacidad naturales; en la muñeca termina en el vacío. Si se la toca con precaución, confianza y sin segundas intenciones hostiles, ofrece la resistencia, la solidez y la impresión de una mano viva; su calor es suave, húmedo y comparable al de una paloma muerta después de una media hora. De ninguna manera es inerte, porque se agita, se presta a los movimientos que se le imprime o resiste, nos acaricia o nos aprieta. Si, al contrario, queréis agarrarla bruscamente o de sorpresa, sólo tocaréis el vacío. Un testigo ocular nos ha contado el siguiente hecho que le es personal. Él tenía entre sus dedos una campanilla de mesa; una mano, al principio invisible y después perfectamente aparente, vino a tomarla, haciendo esfuerzos para arrancársela; al no poder conseguirlo, pasó por encima para hacerla deslizar; el esfuerzo de tracción era tan evidente como si hubiera sido una mano humana; al quererse aferrar esta mano vivamente, no se encuentra sino el aire; habiendo separado los dedos, la campanilla permaneció suspendida en el espacio y vino lentamente a posarse sobre el parqué.

Algunas veces hay varias manos. El mismo testigo nos ha relatado el siguiente hecho. Varias personas estaban reunidas alrededor de una de esas mesas de comedor que se separan en dos. Se producen golpes; la mesa se agita, se abre por sí misma, y a través de la hendidura aparecen tres manos, una de tamaño natural, otra muy grande y una tercera toda velluda; se las toca, se las palpa, ellas os estrechan y después se desvanecen. En la casa de uno de nuestros amigos, cuyo hijo había desencarnado en corta edad, es la mano de un niño recién nacido que aparece; todos pudieron verla y tocarla; este niño se sienta en el regazo de su madre, que claramente siente la impresión de todo el cuerpo sobre sus rodillas.

A menudo la mano viene a apoyarse sobre vos; la veis o, si no la veis, sentís la presión de sus dedos; algunas veces os acaricia, otras veces os pellizca hasta el dolor. En presencia de varias personas, el Sr. Home se sintió de ese modo tomado de la muñeca, y los asistentes pudieron ver su piel estirada. Un instante después sintió que lo mordían, y la marca de dos dientes quedó visiblemente expuesta durante más de una hora.

La mano que aparece puede también escribir. Algunas veces se coloca en el centro de la mesa, toma el lápiz y traza caracteres sobre el papel dispuesto a ese efecto. Lo más frecuente es que lleva el papel debajo de la mesa y lo devuelve todo escrito. Si la mano permanece invisible, la escritura parece ser producida totalmente sola. A través de ese medio se obtienen respuestas a las diversas preguntas que se le pueden dirigir.

Otro género de manifestaciones no menos notable, pero que se explica por lo que acabamos de decir, es el de los instrumentos de música que tocan solos. Generalmente son pianos o acordeones. En esta circunstancia, se ven claramente moverse las teclas y el fuelle agitarse. La mano que toca, tanto puede ser visible como invisible; el aria que se hace escuchar puede ser una conocida aria, ejecutada a pedido. Si al artista invisible se lo deja de buen grado, produce acordes armoniosos, cuyo conjunto recuerda la vaga y suave melodía del arpa eólica. En la casa de uno de nuestros suscriptores donde esos fenómenos muchas veces se han producido, el Espíritu que así se manifestaba era el de un joven que había fallecido desde algún tiempo y amigo de la familia, que cuando encarnado tenía un notable talento como músico; la naturaleza de las arias que preferentemente hacía escuchar no podía dejar ninguna duda sobre su identidad para las personas que lo habían conocido.

El hecho más extraordinario en este género de manifestaciones no es, en nuestra opinión, el de la aparición. Si esta aparición fuese siempre aeriforme, estaría de acuerdo con la naturaleza etérea que atribuimos a los Espíritus; ahora bien, nada se opondría a que esta materia etérea se vuelva perceptible a la vista por una especie de condensación, sin perder su propiedad vaporosa. Lo que es más extraño, es la solidificación de esta misma materia, lo bastante resistente como para dejar una impresión visible en nuestros órganos. En nuestro próximo número daremos la explicación de ese fenómeno singular tal como resulta de las propias enseñanzas de los Espíritus. Hoy nos limitaremos a deducir del mismo una consecuencia relacionada al toque espontáneo de los instrumentos de música. En efecto, desde el instante en que la tangibilidad temporaria de esta materia etérea es un hecho adquirido y que en este estado una mano –aparente o no– ofrece bastante resistencia para hacer una presión en los cuerpos sólidos, nada hay de asombroso en que pueda ejercer una presión suficiente para hacer mover las teclas de un instrumento. Por otra parte, hechos no menos positivos prueban que esta mano pertenece a un ser inteligente; tampoco hay nada de asombroso que esta inteligencia se manifieste a través de sonidos musicales, como puede hacerlo a través de la escritura o del dibujo. Una vez que se ha entrado en este orden de ideas, los golpes dados, el movimiento de objetos y todos los fenómenos espíritas de orden material se explican muy naturalmente.

En ciertos individuos la malevolencia no conoce límites; la calumnia tiene siempre veneno para el que se eleve por encima de la multitud. Los adversarios del Sr. Home han descubierto que el arma del ridículo es demasiado frágil; en efecto, debía debilitarse contra los nombres honorables que lo cubren con su protección.Entonces, al no poder más hacer reír a sus expensas, han querido difamarlo. Se ha difundido el rumor –se adivina con qué objetivo, y las malas lenguas lo repiten– que el Sr. Home no había partido a Italia, como lo habíamos anunciado, sino que estaba en la prisión de Mazas bajo el peso de las más graves acusaciones, que son formuladas como anécdotas de las que los ociosos y los amantes del escándalo están siempre ávidos. Podemos afirmar que no hay una palabra de verdad en todas esas maquinaciones infernales. Tenemos bajo nuestros ojos varias cartas del Sr. Home fechadas en Pisa, Roma y Nápoles, ciudad ésta donde él se encuentra en este momento, y estamos en condiciones de dar pruebas de lo que adelantamos. Los Espíritus tienen mucha razón al decir que los verdaderos demonios están entre los hombres.

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Leemos en un periódico: «Según la Gazette des Hôpitaux (Gaceta de los Hospitales), en este momento se cuentan, en el hospital de alienados de Zürich, 25 personas que han perdido la razón gracias a las mesas giratorias y a los Espíritus golpeadores.»

Para comenzar preguntamos si está bien comprobado que esos 25 alienados deben todos la pérdida de la razón a los Espíritus golpeadores, lo que al menos es cuestionable hasta que se tengan pruebas auténticas. Suponiendo que esos extraños fenómenos hayan podido impresionar sensiblemente a ciertos caracteres débiles, preguntaremos por otra parte si el miedo al diablo no ha hecho más locos que la creencia en los Espíritus. Ahora bien, como no se impedirá a los Espíritus de golpear, el peligro está en la creencia de que todos los que se manifiestan son demonios. Descartad esta idea haciendo conocer la verdad, y no se tendrá más miedo que de los fuegos fatuos; la idea de que se está asediado por el diablo es la que realmente perturba a la razón. Además, he aquí la contrapartida del artículo anterior. Leemos en otro periódico: «Existe un curioso documento estadístico de las funestas consecuencias que acarrea, entre el pueblo inglés, el hábito de la intemperancia y de los licores fuertes. En 100 individuos admitidos en el hospicio de locos de Hamwel, hay 72 cuya alienación mental debe ser atribuida a la embriaguez.»

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Hemos recibido de nuestros suscriptores numerosos relatos de hechos muy interesantes que nos apresuraremos a publicar en nuestras próximas entregas, debido a la falta de espacio que nos impide de hacerlo en ésta.

ALLAN KARDEC