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Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858 > Diciembre
Diciembre
El fenómeno de las apariciones se presenta hoy bajo un aspecto de
cierto modo nuevo, y arroja una viva luz acerca de los misterios de
la vida del Más Allá. Antes de abordar los extraños hechos que
vamos a relatar, creemos un deber volver a hablar sobre las
explicaciones que al respecto han sido dadas, y completarlas.
Es preciso no perder de vista que, durante la existencia, el Espíritu
está unido al cuerpo por una sustancia semimaterial que constituye
una primera envoltura, que hemos designado con el nombre de
periespíritu. Por lo tanto, el Espíritu tiene dos envolturas: una
grosera, pesada y destructible: el cuerpo; la otra etérea, vaporosa e
indestructible: el periespíritu. La muerte no es más que la
destrucción de la envoltura grosera; es esta ropa usada la que
dejamos; la envoltura semimaterial persiste y, por así decirlo,
constituye un nuevo cuerpo para el Espíritu. Esta materia etérea de
ninguna manera es el alma, señalémoslo bien; no es sino la primera
envoltura del alma. La naturaleza íntima de esta sustancia todavía no
nos es perfectamente conocida, pero la observación nos ha puesto en
camino de algunas de sus propiedades. Sabemos que ella desempeña
un papel capital en todos los fenómenos espíritas; después de la
muerte es el agente intermediario entre el Espíritu y la materia,
como el cuerpo durante la existencia. De ese modo se explica una
multitud de problemas hasta entonces insolubles. En un artículo
subsiguiente veremos el papel que desempeña en las sensaciones
de los Espíritus. Además, el descubrimiento del periespíritu –si
podemos expresarnos así– ha hecho dar un paso inmenso a la ciencia
espírita; la hizo entrar en un camino completamente nuevo. Pero ese
periespíritu, diréis, ¿no es una creación fantástica de la imaginación?
¿No es una de esas suposiciones que se hacen a menudo en la
Ciencia para explicar ciertos efectos? No, no es una obra de la
imaginación, porque son los propios Espíritus que lo han revelado;
no es una idea fantástica, porque puede ser constatada por los
sentidos, porque se puede verlo y tocarlo. La cuestión es que existe: solamente la palabra es
nuestra. Son necesarias palabras nuevas para expresar cosas nuevas.
Los propios Espíritus la han adoptado en las comunicaciones que
tenemos con ellos.
Por su naturaleza y en su estado normal, el periespíritu es invisible
para nosotros, pero puede sufrir modificaciones que lo vuelvan
perceptible a la vista, ya sea por una especie de condensación o por
un cambio en su disposición molecular: es entonces cuando se nos
aparece bajo una forma vaporosa. La condensación (no tomar esta
palabra al pie de la letra, la empleamos a falta de otra), la
condensación –decíamos– puede ser tal que el periespíritu adquiera
las propiedades de un cuerpo sólido y tangible; pero puede
instantáneamente retomar su estado etéreo e invisible. Podemos
comprender este efecto por el del vapor, que puede pasar de la
invisibilidad al estado brumoso, después al líquido, luego al sólido y
viceversa. Esos diferentes estados del periespíritu son el producto de
la voluntad del Espíritu, y no de una causa física exterior. Cuando
éste nos aparece, es que da a su periespíritu la propiedad necesaria
para volverlo visible, y esta propiedad puede extenderlo, restringirlo
y hacerlo cesar a su criterio.
Otra propiedad de la sustancia del periespíritu es la penetrabilidad.
Ninguna materia le es obstáculo: él las atraviesa a todas, como la luz
atraviesa los cuerpos transparentes.
El periespíritu separado del cuerpo toma una forma determinada y
limitada, y esta forma normal es la del cuerpo humano, pero ésta no
es constante; el Espíritu puede darle a su criterio las apariencias más
variadas, incluso la de un animal o de una llama. Además, esto se
concibe muy fácilmente. ¿No vemos a hombres que dan a su figura
las más diversas expresiones, imitando –hasta el punto de
engañarnos– la voz o el rostro de otras personas, pareciendo
jorobados, cojos, etc.? ¿Quién reconocería en la ciudad a ciertos
actores después de haberlos visto maquillados en escena? Por lo
tanto, si el hombre puede así dar a su cuerpo material y rígido
apariencias tan contrarias, con más fuerte razón el Espíritu puede
hacerlo con una envoltura eminentemente elástica, flexible y que
puede prestarse a todos los caprichos de la voluntad.
Los Espíritus, pues, se nos aparecen generalmente bajo la forma
humana; en su estado normal esta forma nada tiene de muy
característico, nada que los distinga unos de los otros de una manera
muy nítida; en los Espíritus buenos, ésta es comúnmente bella y
regular: largos cabellos sueltos sobre los hombros y ropajes
envolviéndoles el cuerpo. Pero si quieren darse a conocer toman
exactamente todos los rasgos con los cuales se los ha conocido, y
hasta la apariencia de las vestimentas si es necesario. Así, por
ejemplo, Esopo –como Espíritu– no es deforme; pero si se lo evoca
como Esopo, aunque hubiese tenido después varias existencias,
aparecerá feo y jorobado, con su ropa tradicional. La ropa es, tal vez,
lo que más sorprende; pero si consideramos que hace parte
integrante de la envoltura semimaterial, se concibe que el Espíritu
puede dar a esta envoltura la apariencia de tal o cual vestimenta,
como la de tal o cual rostro.
Los Espíritus tanto pueden aparecer en sueño como en estado de
vigilia. Las apariciones en estado de vigilia no son raras ni nuevas;
las ha habido en todos los tiempos; la Historia relata un gran número
de ellas; pero sin remontarnos tan lejos, en nuestros días éstas son
muy frecuentes, y muchas personas las han tenido y en un principio
las han tomado por lo que se ha convenido en llamar alucinaciones.
Son frecuentes, sobre todo, en los casos de muerte de personas
ausentes que vienen a visitar a sus parientes o amigos. A menudo no
tienen un objetivo determinado, pero en general se puede decir que
los Espíritus que así se nos aparecen son seres atraídos hacia
nosotros por simpatía. Conocemos a una joven señora que veía muy
frecuentemente en su casa –con o sin luz– a hombres que entraban y
salían de su cuarto, a pesar de las puertas cerradas. Ella estaba muy
asustada y esto la había vuelto de una pusilanimidad tal, que se
sentía ridícula. Un día ella vio claramente a su hermano que está
vivo en California: esto prueba que el Espíritu de los vivos también
puede atravesar las distancias y aparecer en un lugar mientras que el
cuerpo está en otra parte. Después que esta dama se inició en el
Espiritismo, ella no tuvo más miedo, porque comprendió sus
visiones y porque sabe que los Espíritus que vienen a visitarla no
pueden hacerle mal. Cuando su hermano se le apareció, es probable
que él estuviera durmiendo; si ella entendiese su presencia podría
haber tenido una conversación con él, y este último, al despertar,
habría podido conservar de la misma un vago recuerdo. Además, es
probable que en ese momento él estuviese soñando que estaba junto
a su hermana.
Hemos dicho que el periespíritu puede adquirir tangibilidad;
hemos hablado sobre esto cuando nos referimos a las
manifestaciones producidas por el Sr. Home.Se sabe que varias
veces él ha hecho aparecer manos que se podían palpar como manos
vivas, y que de repente se desvanecían como una sombra; pero no se
habían visto todavía a cuerpos enteros bajo esta forma tangible; sin
embargo, esto no es de ninguna manera una cosa imposible. En una
familia del conocimiento íntimo de uno de nuestros suscriptores, un
Espíritu se vinculó a la hija del dueño de la casa –una niña de 10 a
11 años– bajo la forma de un lindo chico de la misma edad. Él era
visible para ella como una persona común, y a voluntad se hacía
visible o invisible para otras personas; le prestaba toda especie de
buenos servicios, le daba juguetes, caramelos, realizaba el trabajo
doméstico, iba a comprar lo que hacía falta,
y lo que es más: pagaba. Esto no es en absoluto una leyenda de la
Alemania mística, y de modo alguno es una historia de la Edad
Media: es un hecho actual que, mientras estamos escribiendo, ocurre
en una ciudad de Francia y en una familia muy honorable. Llegamos
a hacer sobre este caso estudios llenos de interés y que nos han
proporcionado las revelaciones más extrañas y más inesperadas.
Mantendremos informados a nuestros lectores de una manera más
completa, en un artículo especial que publicaremos
próximamente.
Toda persona que puede ver a los Espíritus sin ayuda ajena es, por
esto mismo, médium vidente; pero en general las apariciones son
fortuitas, accidentales. Nosotros todavía no conocíamos a ninguna
persona apta para verlos de una manera permanente y a voluntad. Es
de esta notable facultad que está dotado el Sr. Adrien, uno de los
miembros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. Él es a la
vez médium vidente, psicógrafo, auditivo y sensitivo. Como
médium psicógrafo escribe según el dictado de los Espíritus, pero
raramente de una manera mecánica como los médiums puramente
pasivos; es decir que, aunque escriba cosas extrañas a su
pensamiento, él tiene la conciencia de lo que escribe. Como médium
auditivo escucha a las voces ocultas que le hablan. Tenemos en la
Sociedad a otros dos médiums que gozan de esta última facultad en
un muy alto grado. Al mismo tiempo, ellos son muy buenos
médiums psicógrafos. Como médium sensitivo, en fin, siente el
contacto de los Espíritus y la presión que ellos ejercen sobre él;
incluso siente conmociones eléctricas muy violentas, que se
transmiten a las personas presentes. Cuando magnetiza a alguien,
puede voluntariamente –cuando es necesario para su salud– producir
en éste la descarga de la pila voltaica.
Una nueva facultad acaba de revelarse en él: la doble vista; sin ser
sonámbulo, y aunque esté perfectamente despierto, ve a voluntad, a
una distancia ilimitada –incluso más allá de los mares– lo que
sucede en una localidad; ve a las personas y lo que ellas hacen;
describe los lugares y los hechos con una precisión cuya exactitud
ha sido verificada. Apresurémonos en decir que el Sr. Adrien de
ningún modo es uno de esos hombres débiles y crédulos que se
dejan llevar por su imaginación; al contrario, es un hombre de
carácter muy frío, muy calmo y que ve todo esto con la más absoluta
sangre fría; no decimos con indiferencia, lejos de eso, porque él
toma en serio sus facultades y las considera como un don de la
Providencia que le ha sido concedido para el bien y, así, solamente
se sirve del mismo para cosas útiles y nunca para satisfacer una
vana curiosidad. Es un hombre joven de una
familia distinguida, muy honorable, de un carácter dúctil y benévolo,
y cuya esmerada educación se revela en su lenguaje y en todos sus
modales. Como marinero y como militar ha recorrido una parte de
África, de la India y de nuestras colonias.
De todas sus facultades como médium, la más notable –y en
nuestra opinión la más preciosa– es la de médium vidente. Los
Espíritus le aparecen bajo la forma que hemos relatado en nuestro
artículo anterior sobre las Apariciones; él los ve con una precisión
de la cual podemos juzgar por las descripciones que damos más
adelante de Una viuda de Malabar y de La Bella Cordelera de
Lyon. Pero, se dirá, ¿qué es lo que prueba que ve realmente y que no
es el juguete de una ilusión? Lo que lo prueba es que, cuando una
persona que él no conoce evoca por su intermedio a un pariente, a un
amigo que nunca ha visto, hace de éste un retrato de sorprendente
semejanza y que nosotros mismos hemos podido constatar; por lo
tanto, ninguna duda tenemos sobre esta facultad de la cual goza en el
estado de vigilia y no como sonámbulo.
Lo que tal vez es más notable todavía, es que no ve solamente a
los Espíritus que se evocan; ve al mismo tiempo a todos los que
están presentes, evocados o no; los ve entrar, salir, ir y venir,
escuchar lo que decimos, reírse o tomarse algo en serio, según su
carácter; en unos hay seriedad, en otros un aire burlón y sarcástico;
algunas veces uno de ellos se dirige hacia uno de los asistentes y le
pone la mano en el hombro o se ubica a su lado, mientras que otros
se mantienen apartados; en una palabra, en toda reunión hay siempre
una asamblea oculta compuesta por Espíritus atraídos por su
simpatía para con las personas y las cosas con las cuales se ocupan.
En las calles ve a una multitud, porque además de los Espíritus
familiares que acompañan a sus protegidos, hay entre ellos –como
entre nosotros– la masa de los indiferentes y de los ociosos. Nos
dice él que en su casa nunca está solo y que jamás se aburre; tiene
siempre una sociedad con la cual conversa.
Su facultad no sólo se extiende a los Espíritus desencarnados, sino
también a los encarnados; cuando ve a una persona, puede hacer
abstracción de su cuerpo; entonces, el Espíritu le aparece como si
estuviera separado del cuerpo, y puede conversar con él. En un niño,
por ejemplo, puede ver al Espíritu que está encarnado en él, apreciar
su naturaleza y saber lo que éste era antes de su encarnación.
Llevada a ese grado, esta facultad nos inicia mejor en la naturaleza
del mundo de los Espíritus que todas las comunicaciones escritas;
nos lo muestra tal cual es, y si no lo vemos por nuestros ojos, la
descripción que nos da de él nos hace verlo a través del
pensamiento; los Espíritus no son más seres abstractos: son seres
reales, que están aquí a nuestro lado, que nos rodean sin cesar; y
como sabemos ahora que su contacto puede ser material, comprendemos la causa de una multitud
de impresiones que sentimos sin darnos cuenta. Es por eso que
colocamos al Sr. Adrien en el número de los médiums más notables
y en la primera línea de aquellos que han suministrado los más
preciosos elementos para el conocimiento del mundo espírita. Sobre
todo lo colocamos en la primera línea por sus cualidades personales,
que son las de un hombre de bien por excelencia, y que lo vuelven
totalmente simpático a los Espíritus del orden más elevado, lo que
no siempre tiene lugar con los médiums de efectos puramente
físicos. Sin duda, entre estos últimos existen los que hacen más
sensación, los que mejor cautivan la curiosidad; pero para el
observador, para aquel que quiere sondar los misterios de ese mundo
maravilloso, el Sr. Adrien es el más poderoso auxiliar que ya hemos
visto. Por eso hemos puesto su facultad y su complacencia en
beneficio de nuestra instrucción personal, ya sea en la intimidad, en
las sesiones de la Sociedad o, en fin, en visita a diversos lugares de
reunión. Hemos estado juntos en teatros, bailes, paseos,
hospitales, cementerios, iglesias; hemos asistido a entierros, a
casamientos, bautismos, sermones: por todas partes hemos
observado la naturaleza de los Espíritus que allí venían a agruparse;
hemos entablado conversación con algunos, los hemos interrogado y
hemos aprendido muchas cosas de las que haremos sacar provecho a
nuestros lectores, porque nuestro objetivo es el de hacerlos penetrar
–como nosotros– en ese mundo tan nuevo para nosotros. El
microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño,
que ni sospechábamos, aunque estuviera a nuestro alrededor; el
telescopio nos ha revelado la infinidad de mundos celestiales de los
que tampoco sospechábamos; el Espiritismo nos descubre el mundo
de los Espíritus que está por todas partes, a nuestro lado como en los
espacios: es el mundo real que influye incesantemente sobre
nosotros.
Los Espíritus siempre nos han dicho que la separación entre el
alma y el cuerpo no se efectúa instantáneamente; algunas veces
comienza antes de la muerte real, durante la agonía; cuando la
última pulsación se hace sentir, el desprendimiento todavía no es
completo; se opera más o menos lentamente según las
circunstancias, y hasta su total liberación el alma siente una
turbación, una confusión que no le permite darse cuenta de su
situación; se encuentra en el estado de una persona que se despierta
y cuyas ideas
son confusas. Este estado nada tiene de penoso para el hombre cuya
conciencia es pura; sin entender bien lo que ve, está calmo y espera
sin miedo el completo despertar; al contrario, es lleno de angustias y
de terror para aquel que teme el futuro. Decimos que la duración de
esa turbación es variable; es mucho menos larga en aquellos que,
cuando encarnados, ya han elevado sus pensamientos y purificado su
alma; dos o tres días le son suficientes, mientras que en otros es
preciso a veces ocho días o más. Frecuentemente hemos asistido a
ese momento solemne y siempre hemos visto lo mismo; por lo tanto,
no es una teoría, sino el resultado de observaciones, ya que es el
Espíritu quien habla y quien describe su propia situación. He aquí un
ejemplo tanto más característico como interesante para el
observador, puesto que no se trata más de un Espíritu invisible
escribiendo a través de un médium, sino de un Espíritu que es visto
y escuchado en presencia de su cuerpo, ya sea en la cámara
mortuoria o en la iglesia durante el servicio fúnebre.
El Sr. X... acababa de tener un ataque de apoplejía; algunas horas
después de su muerte, el Sr. Adrien –uno de sus amigos– se
encontraba en la cámara mortuoria con la esposa del difunto; vio
nítidamente a éste, en Espíritu, pasearse de un lado a otro, mirar
alternativamente a su cuerpo y a las personas presentes, y después
sentarse en un sillón; tenía exactamente la misma apariencia que
cuando encarnado; estaba vestido de la misma manera: redingote y
pantalón negros; tenía las manos en los bolsillos y un aire de
preocupación.
Durante ese tiempo su mujer buscaba un papel en el escritorio; su
marido la observó y dijo: Por más que busques no encontrarás nada.
De ningún modo ella sospechaba de lo que ocurría, porque el Sr. X...
solamente era visible para el Sr. Adrien.
Al día siguiente, durante el servicio fúnebre el Sr. Adrien vio
nuevamente a su amigo, en Espíritu, rondando el ataúd, pero no
tenía más la vestimenta de la víspera; estaba cubierto con una
especie de ropaje. Entre ellos se entabló la siguiente conversación.
De paso, señalemos que de manera alguna el Sr. Adrien es
sonámbulo; que en ese momento, como en el día anterior, estaba
perfectamente despierto, y que el Espíritu se le aparecía como si
hubiera sido uno de los asistentes al entierro.
–
Preg. Dime una cosa, querido Espíritu, ¿qué sientes ahora? –
Resp. Bien y sufrimiento. –Preg. No te he entendido. –Resp. Siento
que estoy viviendo mi verdadera vida, y entretanto veo a mi cuerpo
aquí, en este cajón; me palpo y no me siento, y sin embargo siento
que vivo, que existo; ¿soy entonces dos seres? ¡Ah! Dejadme salir
de esta noche; es una pesadilla.
–Preg. ¿Has de permanecer por mucho tiempo así? –Resp. ¡Oh!
No, gracias a Dios, amigo mío; siento que pronto me despertaré;
sería horrible
de otro modo; tengo las ideas confusas; todo es nebuloso; pienso en
la gran división que acaba de hacerse... Todavía no comprendo
nada.
–Preg. ¿Qué efecto te produjo la muerte? –Resp. ¿La muerte? No
estoy muerto, hijo mío, estás equivocado. Yo me levantaba y de
repente fui sorprendido como por una nebulosidad que descendió
sobre mis ojos; después me desperté, e imagínate mi extrañeza al
verme, al sentirme vivo y al ver al lado, sobre la losa, a mi otro yo
acostado. Mis ideas estaban confusas; anduve para restablecerme,
pero no pude; vi a mi esposa llegar, velarme, lamentarse y yo me
preguntaba el porqué. Yo la consolaba, le hablaba, pero ella no me
respondía ni me comprendía; era esto lo que me torturaba y lo que
dejaba a mi Espíritu más perturbado. Sólo tú me has hecho bien,
porque me has escuchado y comprendido lo que quiero; tú me
ayudas a ordenar mis ideas y me haces un gran bien; pero ¿por qué
los otros no hacen lo mismo? He aquí lo que me tortura... El cerebro
está oprimido ante este dolor... Iré a verla; quizás ahora me
escuche... Hasta luego, querido amigo; llámame e iré a verte...
Igualmente te haré una visita, amigo... He de sorprenderte... hasta
luego.
Enseguida el Sr. Adrien lo vio acercarse a su hijo que lloraba: se
inclinó ante él, permaneció un momento en esta posición y partió
rápidamente. Él no había sido escuchado, y sin duda pensaba haber
producido un sonido; estoy persuadido –agrega el Sr. Adrien– que
aquello que él decía llegaba al corazón del niño; os probaré esto. Lo
he visto después: está más calmo.
Nota – Este relato está de acuerdo con todo lo que ya habíamos
observado sobre el fenómeno de la separación del alma; con
circunstancias totalmente especiales confirma esa verdad de que
después de la muerte el Espíritu aún está allí presente. No cree tener
delante de sí un cuerpo inerte, mientras que ve y escucha todo lo que
sucede a su alrededor, penetra el pensamiento de los asistentes, y
entre éstos y él no hay sino la diferencia entre la visibilidad y la
invisibilidad; las lágrimas hipócritas de ávidos herederos no pueden
infundirle respeto. ¡Cuántas decepciones deben los Espíritus sentir
en ese momento!
_
Uno de los miembros de la Sociedad nos da a conocer una carta de
uno de sus amigos de Boulogne-sur-Mer, en la cual leemos el
siguiente pasaje. Esta carta data del 26 de julio de 1856.
«Desde que por órdenes de los Espíritus he magnetizado a mi hijo,
éste se ha vuelto un médium muy raro; por lo menos es lo que él me
ha revelado en estado sonambúlico, en el cual yo lo había puesto a petición suya el
14 de mayo último, y cuatro o cinco veces después.
«Para mí está fuera de duda que, despierto, mi hijo conversa libremente con los Espíritus que desea, por intermedio de su guía, que él llama familiarmente de amigo; que a voluntad él se transporta en Espíritu adonde quiere, y voy a citaros un hecho del cual tengo pruebas escritas en mis manos.
«Para mí está fuera de duda que, despierto, mi hijo conversa libremente con los Espíritus que desea, por intermedio de su guía, que él llama familiarmente de amigo; que a voluntad él se transporta en Espíritu adonde quiere, y voy a citaros un hecho del cual tengo pruebas escritas en mis manos.
«Hace hoy exactamente un mes, estábamos los dos en el comedor.
Yo leía el curso de Magnetismo del Sr. Du Potet, cuando mi hijo
tomó el libro y lo hojeó; al llegar a un cierto trecho, su guía le dijo al
oído: Lee esto. Era la historia de un doctor de América, cuyo
Espíritu había visitado a un amigo a 15 ó 20 leguas de allí, mientras
dormía. Después de haberlo leído, mi hijo dijo: Me gustaría hacer un
pequeño viaje semejante. –¡Pues bien! ¿Adónde quieres ir? –le dijo
su guía. –A Londres, respondió mi hijo, a ver a mis amigos, y
nombró a aquellos que deseaba visitar.
«Mañana es domingo, fue la respuesta; no estás obligado a
levantarte temprano para trabajar. Dormirás a las ocho e irás a viajar
a Londres hasta las ocho y media. El próximo viernes recibirás una
carta de tus amigos que te harán reproches por haberte quedado tan
poco tiempo con ellos.
«Efectivamente, al día siguiente por la mañana, a la hora indicada,
se durmió con un sueño muy pesado; a las ocho y media lo desperté:
él no se acordaba de nada; por mi parte, no dije una palabra,
esperando el resultado.
«El viernes siguiente yo trabajaba en una de mis máquinas y,
como de hábito, fumaba, después de almorzar; al observar el humo
de la pipa, mi hijo me dijo: ¡Mira! Hay una carta en el humo. –
¿Cómo ves una carta en el humo? –Tú vas a verla, respondió, porque
he aquí al cartero que la trae. Efectivamente, el cartero venía a
entregar una carta de Londres, en la cual los amigos de mi hijo le
reprochaban por haber pasado con ellos solamente algunos
momentos el domingo anterior, de las ocho a las ocho y media,
relatando una multitud de detalles que sería demasiado largo repetir
aquí, entre los cuales el hecho singular de haber comido con ellos. Tengo la carta –como os lo he dicho– que prueba que no he
inventado nada.»
Después de haber sido contado el caso anterior, uno de los
asistentes dijo que la Historia relata varios hechos semejantes. Citó a
san Alfonso de Ligorio, que fue canonizado antes del tiempo
requerido, por haberse mostrado simultáneamente en dos lugares
diferentes, lo que fue considerado un milagro.
San Antonio de Padua se encontraba en España, y en el momento
en que predicaba, su padre (en Padua) marchaba al suplicio, acusado
de asesinato. En ese momento san Antonio aparece, demuestra la
inocencia de su padre, y da a conocer al
verdadero criminal, que más tarde sufrió su castigo. Fue constatado
que san Antonio estaba en ese mismo momento en España.
Al haber sido evocado san Alfonso de Ligorio, le hemos
dirigido las siguientes preguntas:
1. ¿Es real el hecho por el cual habéis sido canonizado? –Resp. Sí.
2. ¿Es excepcional este fenómeno? –Resp. No; puede presentarse en todos los individuos desmaterializados.
3. ¿Era ése un justo motivo para canonizaros? –Resp. Sí, ya que por mi virtud me había elevado hacia Dios; sin esto no hubiese podido transportarme a dos lugares al mismo tiempo.
4. ¿Merecerían ser canonizados todos los individuos en los cuales este fenómeno se presenta? –Resp. No, porque todos no son igualmente virtuosos.
5. ¿Podríais darnos la explicación de este fenómeno? –Resp. Sí; el hombre, cuando por su virtud se ha desmaterializado completamente y ha elevado su alma hacia Dios, puede aparecer en dos lugares al mismo tiempo; he aquí cómo: el Espíritu encarnado, sintiendo venir el sueño, puede pedir a Dios para transportarse a cualquier lugar. Su Espíritu o alma –como queráis llamarlo– abandona entonces su cuerpo, seguido de una parte de su periespíritu, y deja la materia inmunda en un estado parecido al de la muerte. Digo parecido al de la muerte, porque ha quedado en el cuerpo un lazo que une el periespíritu y el alma a la materia física, y este lazo no puede ser definido. Por lo tanto, el cuerpo aparece en el lugar deseado. Creo que es todo lo que deseáis saber.
6. Esto no nos da la explicación de la visibilidad y de la tangibilidad del periespíritu. –Resp. Al encontrarse el Espíritu desprendido de la materia, según su grado de elevación, puede hacer tangible la materia.
7. Sin embargo, ciertas apariciones tangibles de manos y de otras partes del cuerpo pertenecen evidentemente a los Espíritus de un orden inferior. –Resp. Son los Espíritus superiores que se sirven de Espíritus inferiores para probar la cuestión.
8. ¿Es indispensable el sueño del cuerpo para que el Espíritu aparezca en otros lugares? –Resp. El alma puede dividirse cuando se siente trasladada a un lugar diferente de aquel en que se encuentra el cuerpo.
9. ¿Qué le sucedería a un hombre que está inmerso en el sueño, mientras que su Espíritu aparece en otra parte, si él fuese despertado súbitamente? –Resp. Esto no sucedería, porque si alguien tuviera la intención de despertarlo, el Espíritu volvería al cuerpo y habría de prever la intención, puesto que el Espíritu lee el pensamiento.
Tácito relata un hecho análogo:
Durante los meses que Vespasiano pasó en Alejandría para esperar el retorno periódico de los vientos de verano y de la estación en que el mar se vuelve seguro, sucedieron varios prodigios, a través de los cuales se manifestó el favor del cielo y el interés que los dioses parecían tener por este príncipe...
Durante los meses que Vespasiano pasó en Alejandría para esperar el retorno periódico de los vientos de verano y de la estación en que el mar se vuelve seguro, sucedieron varios prodigios, a través de los cuales se manifestó el favor del cielo y el interés que los dioses parecían tener por este príncipe...
Estos prodigios aumentaron en Vespasiano el deseo de visitar la
sagrada morada del dios para consultarlo sobre asuntos del imperio.
Ordenó que el templo fuese cerrado para todos: habiendo allí
entrado, y totalmente atento a lo que iba a pronunciar el oráculo,
percibió detrás de él a uno de los principales egipcios, llamado
Basílides, que sabía que estaba enfermo a muchas jornadas de
Alejandría. Se informó con los sacerdotes si Basílides había venido
ese día al templo; se informó con los transeúntes si lo habían visto
en la ciudad; en fin, envió hombres a caballo y se aseguró que en ese
mismo momento él estaba a ochenta millas de distancia. Entonces,
no dudó más de que la visión había sido sobrenatural, y el nombre
de Basílides le sirvió de oráculo. (TÁCITO. Historias, libro IV,
caps. 81 y 82. Traducción de Burnouf.)
Después de que esta comunicación nos fue dada, varios hechos del mismo género –cuya fuente es auténtica– nos han sido contados, y entre ellos están los más recientes, que por así decirlo han tenido lugar en nuestro medio, y que se presentaron en las circunstancias más singulares. Las explicaciones a las que dieron lugar amplían singularmente el campo de las observaciones psicológicas.
Después de que esta comunicación nos fue dada, varios hechos del mismo género –cuya fuente es auténtica– nos han sido contados, y entre ellos están los más recientes, que por así decirlo han tenido lugar en nuestro medio, y que se presentaron en las circunstancias más singulares. Las explicaciones a las que dieron lugar amplían singularmente el campo de las observaciones psicológicas.
La cuestión de los hombres dobles, relegada antiguamente a los
cuentos fantásticos, parece así tener un fondo de verdad.
Próximamente volveremos sobre el tema.
¿Sufren los Espíritus? ¿Qué sensaciones tienen? Tales las
preguntas que nos son naturalmente dirigidas y a las que vamos a
tratar de resolver. En principio, debemos decir que para esto no nos
hemos contentado con las respuestas de los Espíritus; a través de
numerosas observaciones, debemos tomar, en cierto modo, las
sensaciones basadas en un hecho.
En una de nuestras reuniones, y poco después de que san Luis nos
hubo dado la bella disertación sobre La avaricia, que hemos
incluido en nuestro número del mes de febrero, uno de los socios
contó el siguiente hecho, con referencia a esta misma disertación.
«Estábamos ocupados –dijo él– con evocaciones en una pequeña
reunión de amigos, cuando inesperadamente se presentó, y sin que lo
hubiésemos llamado, el Espíritu de un hombre que habíamos conocido mucho y que, cuando
encarnado, habría podido servir de modelo al retrato del avaro
trazado por san Luis; era uno de esos hombres que viven
miserablemente en medio de la fortuna, que se priva no por los
otros, sino para amontonar sin provecho para nadie. Era invierno y
estábamos cerca del fuego; de repente este Espíritu nos recordó su
nombre, en el cual de ninguna manera pensábamos, y nos pidió
permiso para venir durante tres días a calentarse en nuestro hogar de
leña, diciendo que sufría horriblemente el frío que él
voluntariamente había soportado durante su existencia, y que había
hecho soportar a los otros por su avaricia. Será un alivio que yo
tenga –agregó–, si consentís en concedérmelo.»
Este Espíritu experimentaba, pues, una penosa sensación de frío; pero ¿cómo la sentía? Ahí estaba la dificultad. Al respecto, dirigimos a san Luis las siguientes preguntas:
Este Espíritu experimentaba, pues, una penosa sensación de frío; pero ¿cómo la sentía? Ahí estaba la dificultad. Al respecto, dirigimos a san Luis las siguientes preguntas:
–¿Tendríais a bien decirnos cómo este Espíritu avaro, que no tenía
más el cuerpo material, podía sentir frío y pedir para calentarse? –
Resp. Puedes imaginarte los sufrimientos del Espíritu por sus
sufrimientos morales.
–Concebimos los sufrimientos morales, como los disgustos, los
remordimientos, la vergüenza; pero el calor y el frío, el dolor físico,
no son efectos morales; ¿experimentan los Espíritus estas especies
de sensaciones? –Resp. ¿Siente tu alma el frío? No; pero tiene la
conciencia de la sensación que actúa sobre el cuerpo.
–Parecería resultar de esto que ese Espíritu avaro no sentía un frío
efectivo; sino que tenía el recuerdo de la sensación del frío que había
soportado, y que ese recuerdo, siendo para él como una realidad, se
volvía un suplicio. –Resp. Es casi eso. Queda claro que hay una
distinción –que comprendéis perfectamente– entre el dolor físico y
el dolor moral; es preciso que no se confunda el efecto con la causa.
–Si comprendimos bien, en nuestra opinión se podría explicar la
cuestión de la siguiente manera:
El cuerpo es el instrumento del dolor; si no es la causa primera, al
menos es la causa inmediata. El alma tiene la percepción de ese
dolor: esta percepción es el efecto. El recuerdo que conserva de esto
puede ser tan penoso como la realidad, pero no puede tener una
acción física. Efectivamente, ni el frío ni el calor intensos pueden
desorganizar los tejidos del alma: ésta no puede helarse, ni
quemarse. ¿No vemos todos los días que el recuerdo o la aprensión
de un mal físico produce el efecto de la realidad, ocasionando
incluso la muerte? Todos saben que las personas amputadas sienten
dolor en el miembro que no existe más. Ciertamente que dicho
miembro de ningún modo es la sede del dolor, ni aun su punto de
partida. Es que el cerebro
ha conservado del mismo la impresión: he aquí todo. Se puede creer,
pues, que hay algo de análogo en el sufrimiento de los Espíritus
después de la muerte. ¿Son justas estas reflexiones?
–Resp. Sí; pero más adelante lo comprenderéis mejor todavía.
Esperad que nuevos hechos vengan a proporcionaros nuevos asuntos
de observación, y entonces podréis extraer de ellos consecuencias
más completas.
Esto sucedía a comienzos del año 1858; en efecto, desde entonces
un estudio más profundo del periespíritu –que desempeña un papel
tan importante en todos los fenómenos espíritas y el cual no había
sido tenido en cuenta: las apariciones vaporosas o tangibles, el
estado del Espíritu en el momento de la muerte, la idea tan frecuente
en el Espíritu de que todavía se encuentra encarnado, el cuadro tan
impresionante de los suicidas, de los ajusticiados, de las personas
absorbidas en los goces materiales, y tantos otros hechos– ha venido
a arrojar luz sobre esta cuestión y ha dado lugar a explicaciones
cuyo resumen damos aquí.
El periespíritu es el lazo que une el Espíritu a la materia del
cuerpo: es extraído del medio ambiente, del fluido universal; se
relaciona a la vez con la electricidad, con el fluido magnético y,
hasta un cierto punto, con la materia inerte. Se podría decir que es la
quintaesencia de la materia; es el principio de la vida orgánica,
pero no el de la vida intelectual: la vida intelectual está en el
Espíritu. Además, es el agente de las sensaciones exteriores. En el
cuerpo, esas sensaciones están localizadas en los órganos que les
sirven de canales. Al destruirse el cuerpo, las sensaciones son
generales. He aquí por qué el Espíritu no dice que le duele la cabeza
más que los pies. Por otro lado, es preciso tener cuidado para no
confundir las sensaciones del periespíritu –que se volvió
independiente– con las del cuerpo: no podemos tomar estas últimas
sino como término de comparación y no como analogía. Un exceso
de calor o de frío puede desorganizar las tejidos del cuerpo;
entretanto, no puede llevar ningún daño al periespíritu. Desprendido
del cuerpo, el Espíritu puede sufrir, pero este sufrimiento no es el del
cuerpo: sin embargo, no es exclusivamente un sufrimiento moral,
como el remordimiento, puesto que se queja del frío y del calor; no
sufre más en invierno que en verano: nosotros los hemos visto
atravesar las llamas sin sentir nada de penoso; por lo tanto, la
temperatura no ejerce sobre ellos ninguna impresión. El dolor que
sienten, por lo tanto, no es un dolor físico propiamente dicho: es un
vago sentimiento íntimo, del cual el propio Espíritu no siempre se da
perfecta cuenta, precisamente porque el dolor no está localizado y
no es producido por agentes exteriores; es más bien un recuerdo que
una realidad, pero un recuerdo bastante penoso. No obstante, hay
algunas veces algo más que un recuerdo, como vamos a ver.
La experiencia nos enseña que, en el momento de la muerte, el
periespíritu se desprende más o menos lentamente del cuerpo;
durante los primeros instantes, el Espíritu no se explica su situación,
no cree estar muerto: se siente vivo; ve su cuerpo al lado, sabe que
es el suyo, pero no comprende que de él esté separado; este estado
dura el tiempo en que exista un lazo entre el cuerpo y el
periespíritu. Téngase a bien reportarse a la evocación del suicida
de los baños de la Samaritana, que hemos relatado en nuestro
número de junio. Como todos los otros, él decía: No, no estoy
muerto, y agregaba: Y, sin embargo, siento que me roen los gusanos.
Ahora bien, seguramente los gusanos no roían el periespíritu, y
menos aún el Espíritu, sino el cuerpo. Pero como la separación del
cuerpo y del periespíritu no era completa, resultaba de esto una
especie de repercusión moral que le transmitía la sensación de lo que
en el cuerpo estaba sucediendo. Repercusión tal vez no sea la
palabra, porque podría hacer creer en un efecto demasiado material;
es más bien la visión de lo que pasaba en su cuerpo –al cual se
ligaba su periespíritu– que producía en él una ilusión que tomaba
por realidad. Por consiguiente, no era un recuerdo, ya que en vida no
había sido roído por los gusanos: era su sentimiento actual. Vemos
por esto las deducciones que se pueden sacar de los hechos cuando
son atentamente observados. Cuando está encarnado, el cuerpo
recibe las impresiones exteriores y las transmite al Espíritu por
intermedio del periespíritu que, probablemente, constituye lo que es
llamado fluido nervioso. Al estar el cuerpo muerto ya no siente más
nada, porque en él no hay más Espíritu ni periespíritu. Desprendido
del cuerpo, el periespíritu experimenta la sensación, pero como no le
llega más por un canal limitado, se hace general. Ahora bien, como
en realidad no es sino un agente de transmisión –puesto que es el
Espíritu quien tiene conciencia–, resulta de ello que si el periespíritu
pudiera existir sin el Espíritu, aquél no sentiría más que el cuerpo
cuando está muerto; del mismo modo que si el Espíritu no tuviera
periespíritu, sería inaccesible a toda sensación penosa; es lo que
sucede con los Espíritus completamente purificados. Sabemos que
cuanto más ellos se purifican, tanto más etérea se vuelve la esencia
del periespíritu; de donde se deduce que la influencia material
disminuye a medida que el Espíritu progresa, es decir, a medida que
el propio periespíritu se vuelve menos grosero.
Pero –se dirá– las sensaciones agradables son transmitidas al Espíritu por el periespíritu, como las sensaciones desagradables; ahora bien, si el Espíritu puro es inaccesible a unas, debe serlo igualmente a las otras. Sí, sin duda, para las que provienen únicamente de la influencia de la materia que conocemos; el sonido de nuestros instrumentos, el perfume de nuestras flores no le producen ninguna impresión, y sin embargo él tiene sensaciones íntimas de un encanto indefinible, del cual ninguna idea podemos hacernos, porque en este aspecto somos como ciegos de nacimiento en relación a la luz; sabemos que existen, pero ¿por cuál medio? Allí se detiene por ahora nuestra ciencia. Sabemos que hay percepciones, sensaciones, audiciones, visiones, que estas facultades son atributos de todo el ser, y no de una parte de éste, como en el hombre; pero una vez más preguntamos: ¿por cuál intermediario? Es lo que no sabemos. Los propios Espíritus no pueden explicárnoslo, porque nuestro lenguaje no ha sido hecho para expresar ideas que no tenemos, como tampoco un pueblo de ciegos tendría términos para expresar los efectos de la luz; lo mismo ocurriría con el lenguaje de los salvajes, en el cual no hay términos para expresar nuestras artes, nuestras Ciencias y nuestras doctrinas filosóficas.
Pero –se dirá– las sensaciones agradables son transmitidas al Espíritu por el periespíritu, como las sensaciones desagradables; ahora bien, si el Espíritu puro es inaccesible a unas, debe serlo igualmente a las otras. Sí, sin duda, para las que provienen únicamente de la influencia de la materia que conocemos; el sonido de nuestros instrumentos, el perfume de nuestras flores no le producen ninguna impresión, y sin embargo él tiene sensaciones íntimas de un encanto indefinible, del cual ninguna idea podemos hacernos, porque en este aspecto somos como ciegos de nacimiento en relación a la luz; sabemos que existen, pero ¿por cuál medio? Allí se detiene por ahora nuestra ciencia. Sabemos que hay percepciones, sensaciones, audiciones, visiones, que estas facultades son atributos de todo el ser, y no de una parte de éste, como en el hombre; pero una vez más preguntamos: ¿por cuál intermediario? Es lo que no sabemos. Los propios Espíritus no pueden explicárnoslo, porque nuestro lenguaje no ha sido hecho para expresar ideas que no tenemos, como tampoco un pueblo de ciegos tendría términos para expresar los efectos de la luz; lo mismo ocurriría con el lenguaje de los salvajes, en el cual no hay términos para expresar nuestras artes, nuestras Ciencias y nuestras doctrinas filosóficas.
Al decir que los Espíritus son inaccesibles a las impresiones de
nuestra materia, queremos hablar de los Espíritus muy elevados,
cuya envoltura etérea no tiene analogía en la Tierra. No sucede lo
mismo con aquellos cuyo periespíritu es más denso; éstos perciben
nuestros sonidos y nuestros olores, pero no a través de una parte
limitada de su individualidad, como cuando encarnados. Se podría
decir que las vibraciones moleculares se hacen sentir en todo su ser
y llegan así a su sensorium commune, que es el propio Espíritu,
aunque de una manera diferente y quizá también con una impresión
diferente, lo que produce una modificación en la percepción. Ellos
escuchan el sonido de nuestra voz y, sin embargo, nos comprenden
sin la ayuda de la palabra, por la sola transmisión del pensamiento;
esto viene en apoyo a lo que dijimos: que dicha percepción es tanto
más fácil cuanto más desmaterializado es el Espíritu. En cuanto a la
visión, ésta es independiente de nuestra luz. La facultad de ver es un
atributo esencial del alma: para ella no hay oscuridad; entretanto, es
más amplia, más penetrante en aquellos que están más purificados.
El alma, o Espíritu, tiene por lo tanto en sí misma la facultad de
todas las percepciones; durante la vida corporal están obstruidas por
la grosería de nuestros órganos; en la vida extracorpórea lo son cada
vez menos, a medida que la envoltura semimaterial se vuelve más
etérea.
Esta envoltura, extraída del medio ambiente, varía según la
naturaleza de los mundos. Al pasar de un mundo a otro, los Espíritus
cambian de envoltura como nosotros cambiamos de ropa al pasar del
invierno al verano, o del polo al ecuador. Los Espíritus más
elevados, cuando vienen a visitarnos, revisten por lo tanto el
periespíritu terrestre y desde entonces sus percepciones se operan
como comúnmente sucede con nuestros Espíritus; pero todos,
inferiores como superiores, sólo escuchan y sienten lo que quieren
escuchar o sentir. Sin tener órganos sensitivos, ellos pueden a
voluntad hacer
que sus percepciones se vuelvan activas o nulas; tan sólo una cosa
están obligados a escuchar: los consejos de los buenos Espíritus. La
vista es siempre activa, pero pueden recíprocamente volverse
invisibles unos a los otros. Según la clase que ocupen, pueden
ocultarse de aquellos que le son inferiores, pero no de los que le son
superiores. En los primeros momentos que siguen a la muerte, la
vista del Espíritu es siempre turbada y confusa; se va aclarando a
medida que se desprende, y puede adquirir la misma claridad que
cuando estaba encarnado, independientemente de la posibilidad de
penetrar a través de los cuerpos que para nosotros son opacos. En lo
que respecta a la extensión de su visión a través del espacio infinito,
en el pasado y en el futuro, depende del grado de pureza y de
elevación del Espíritu.
Se dirá que toda esta teoría no es muy tranquilizadora.
Pensábamos que una vez despojados de nuestra grosera envoltura –
instrumento de nuestros dolores– no sufriríamos más, y he aquí que
nos enseñáis que todavía habremos de sufrir; sea de una manera o de
otra, eso no es sufrir menos. ¡Ay de nosotros! Sí, podemos todavía
sufrir, y mucho, y por un largo tiempo, pero también podemos no
sufrir más, incluso desde el instante en que dejamos esta vida
corporal.
Los sufrimientos de este mundo son a veces independientes de
nosotros, pero muchos son la consecuencia de nuestra voluntad. Si
nos remontamos a la fuente, veremos que el mayor número de ellos
es efecto de causas que hubiéramos podido evitar. ¡Cuántos males,
cuántas enfermedades el hombre debe a sus excesos, a su ambición,
en una palabra, a sus pasiones! El hombre que haya vivido siempre
con sobriedad, sin abusar de nada, que siempre haya sido simple en
sus gustos, modesto en sus deseos, se ahorrará muchas tribulaciones.
Sucede lo mismo con el Espíritu; los sufrimientos que padece son
siempre la consecuencia de la manera con la que ha vivido en la
Tierra; sin duda, no tendrá más la gota ni el reumatismo, pero tendrá
otros sufrimientos que no son menores. Hemos visto que sus
sufrimientos son el resultado de los lazos que todavía existen entre
él y la materia; que cuanto más desprendido está de la influencia de
la materia –dicho de otro modo–, cuanto más desmaterializado se
encuentra, menos penosas son sus sensaciones; ahora bien, depende
de él liberarse de dicha influencia desde esta vida; tiene libre
albedrío y, por consecuencia, puede elegir entre hacer o no hacer;
que dome sus pasiones animales, que no tenga odio, ni envidia, ni
celos, ni orgullo; que no se deje dominar por el egoísmo, que
purifique su alma con buenos sentimientos, que haga el bien y que
no dé a las cosas de este mundo más importancia de la que merecen,
y entonces –incluso bajo su envoltura corporal– ya estará purificado,
ya estará desprendido de la materia, y cuando deje esa envoltura no
sufrirá más su influencia; los sufrimientos físicos que haya
experimentado no le dejarán ningún recuerdo penoso ni le quedará de ellos ninguna impresión
desagradable, porque sólo afectaron al cuerpo y no al Espíritu; se
sentirá feliz al verse liberado, y la calma de su conciencia lo librará
de todo sufrimiento moral. Al respecto hemos interrogado a miles de Espíritus que han pertenecido a todas las categorías de la
sociedad, a todas las posiciones sociales; los hemos estudiado en
todos los períodos de su vida espírita, desde el instante en que
dejaron su cuerpo; los hemos seguido paso a paso en esa vida del
Más Allá para observar los cambios que se operaban en ellos, en sus
ideas, en sus sensaciones, y en este aspecto los hombres más
vulgares han sido los que nos proporcionaron los temas de estudio
más preciosos. Ahora bien, siempre hemos visto que los
sufrimientos están en relación con la conducta, cuyas consecuencias
sufren, y que esa nueva existencia es la fuente de una dicha inefable
para los que han seguido el buen camino; de donde se deduce que
aquellos que sufren es porque así lo han querido, y que no deben
culparse sino a sí mismos, tanto en el otro mundo como en éste.
Ciertos críticos han ridiculizado algunas de nuestras evocaciones,
como por ejemplo la de El asesino Lemaire, encontrando singular el
hecho de que nos ocupemos de seres tan innobles, cuando hay tantos
Espíritus superiores a nuestra disposición. Ellos se olvidan que de
algún modo es con esto que hemos aprendido la naturaleza del
hecho o –mejor dicho– en su ignorancia de la ciencia espírita, ellos
no ven en estas conversaciones sino una charla más o menos
divertida, cuyo alcance no comprenden. Hemos leído en alguna
parte que un filósofo decía, después de haber conversado con un
campesino: He aprendido más con este rústico campesino que con
todos los letrados; es que él sabía ver otra cosa más allá de la
superficie. Para el observador nada está perdido; encuentra útiles
enseñanzas hasta en la criptógama que crece en el estiércol. ¿Se
rehúsa el médico a tocar una herida horrenda cuando se trata de
profundizar la causa del mal?
Agreguemos todavía una palabra al respecto. Los sufrimientos del
Más Allá tienen un término; sabemos que al Espíritu más inferior le
es dado elevarse y purificarse por medio de nuevas pruebas; esto
puede ser largo, muy largo, pero depende de él abreviar ese tiempo
penoso, porque Dios lo escucha siempre si aquél se somete a su
voluntad. Cuanto más desmaterializado está el Espíritu, más vastas y
lúcidas son sus percepciones; cuanto más se encuentra bajo el
imperio de la materia –lo que depende enteramente de su género de
vida terrestre–, más limitadas y veladas están ellas; tanto la visión
moral de uno se extiende hacia el infinito, como la del otro se
restringe. Por lo tanto, los Espíritus inferiores sólo tienen una noción
vaga, confusa, incompleta y frecuentemente nula del futuro; no ven
el término de sus sufrimientos: es por esto que creen sufrir siempre,
y eso todavía es para ellos un castigo. Si la posición de
unos es aflictiva, inclusive terrible, no es sin embargo desesperante;
la de los otros es eminentemente consoladora; por lo tanto, está en
nosotros elegir. Esto es de la más alta moralidad. Los escépticos
dudan de lo que nos espera después de la muerte; nosotros les
mostramos lo que ésta es, y con eso creemos prestarles un servicio;
también hemos visto a más de uno salir de su error, o al menos
ponerse a reflexionar sobre lo que anteriormente criticaban. No hay
nada como esto para darse cuenta de la posibilidad de las cosas. Si
fuera siempre así no habría tantos incrédulos, y la religión y la moral
pública ganarían con eso. Para muchos, la duda religiosa viene de la
dificultad de comprender ciertas cosas; son espíritus positivos que
no están organizados para la fe ciega, que solamente admiten lo que
para ellos tiene una razón de ser. Volved estas cosas accesibles a su
inteligencia, y ellos las aceptarán, porque en el fondo no piden más
que creer, siendo que para ellos la duda es una situación más penosa
de lo que se cree o de lo que ellos consienten en decir.
En todo lo anteriormente dicho no hay nada de sistemas, ni de
ideas personales; tampoco fueron algunos Espíritus privilegiados los
que nos han dictado esta teoría: es el resultado de estudios hechos
acerca de individualidades, corroboradas y confirmadas por
Espíritus cuyo lenguaje no puede dejar duda sobre su superioridad.
Nosotros los juzgamos por sus palabras y no por el nombre que
llevan o por el que pueden ostentar.
Disertaciones del Más Allá
¡Pobres hombres, cuán poco conocéis los fenómenos más comunes que hacen a vuestra vida! Creéis ser muy sabios, creéis poseer una vasta erudición, y a estas preguntas que realizan todos los niños: ¿qué hacemos cuando dormimos?, ¿qué son los sueños?, os quedáis mudos. No tengo la pretensión de haceros comprender lo que voy a explicaros, porque hay cosas a las cuales vuestro Espíritu no puede todavía someterse, al no admitir lo que no entiende.
El sueño libera parcialmente el alma del cuerpo. Al dormir, estamos momentáneamente en el estado en que uno se encuentra de manera permanente después de la muerte. Los Espíritus que al desencarnar se desprendieron rápidamente de la materia han tenido sueños inteligentes; cuando dormían, se reunían con la sociedad de otros seres superiores a ellos: viajaban, conversaban y se instruían con los mismos; incluso trabajaban en obras que encontraron concluidas al morir. Esto debe enseñaros una vez más a no temer la muerte, puesto que morís todos los días, según las palabras de un santo.
Esto con respecto a los Espíritus elevados; pero para la masa de los hombres que, con la muerte, deben permanecer largas horas en turbación –en esa incertidumbre de que os han hablado–, van a mundos inferiores a la Tierra, adonde antiguos afectos los llaman, o a buscar placeres quizá todavía más bajos que los que aquí tienen; van a beber doctrinas aún más viles, más innobles y más nocivas que las que profesan en vuestro medio. Y lo que forma la simpatía en la Tierra no es otra cosa que el hecho de sentirnos, al despertar, vinculados por el corazón a aquellos con quienes acabamos de pasar simplemente 8 ó 9 horas de felicidad o de placer. Lo que explica también esas antipatías invencibles es saber que, en el fondo del corazón, esas personas tienen una conciencia diferente de la nuestra, porque se las conoce sin haberlas visto jamás con los ojos. Es esto aun lo que explica la indiferencia, puesto que no se desea hacer nuevos amigos cuando se sabe que existen otros que os aman y os aprecian. En una palabra, el sueño influye en vuestra vida más de lo que pensáis.
Por efecto del sueño los Espíritus encarnados están siempre en relación con el mundo de los Espíritus, y esto es lo que hace que los Espíritus superiores consientan –sin demasiada repulsión– encarnarse entre vosotros. Dios ha querido que ellos, durante su contacto con el vicio, puedan ir a fortalecerse en la fuente del bien, para no fallar, ya que vienen a instruir a los otros. El sueño es la puerta que Dios les ha abierto hacia los amigos del cielo; es la recreación después del trabajo, a la espera de la gran libertad, la liberación final que debe volverlos a su verdadero medio.
El sueño es el recuerdo de lo que vuestro Espíritu ha visto mientras el cuerpo dormía; pero tened en cuenta que no siempre soñáis, porque no os acordáis siempre de lo visteis, o de todo lo que habéis visto. Vuestra alma no está en todo su desarrollo; a menudo no es más que el recuerdo del problema que acompaña a vuestra partida o a vuestro retorno, a lo que se agrega el recuerdo de lo que habéis hecho o de lo que os preocupa en el estado de vigilia; sin esto, ¿cómo explicaríais esos sueños absurdos que tienen los más instruidos como los más simples? Los Espíritus malos también se sirven de los sueños para atormentar a las almas débiles y pusilánimes.
Por lo demás, dentro de poco veréis desarrollarse una nueva especie de sueños; es tan antigua como la que conocéis, pero la ignoráis. El sueño de Juana, el sueño de Jacob,el sueño de los profetas judíos y de algunos adivinos hindúes: ese sueño es el recuerdo del alma desprendida completamente del cuerpo, la remembranza de esa segunda vida de la que os hablaba hace instantes.
Tratad de distinguir bien esas dos especies de sueños entre aquellos que recordáis, pues sin ello caeríais en contradicciones y en errores que serían funestos a vuestra fe.
Nota – El Espíritu que ha dictado esta comunicación, al habérsele solicitado su nombre, respondió: «¿Para qué? ¿Creéis, pues, que sólo los Espíritus de vuestros grandes hombres vienen a deciros cosas buenas? Entonces, ¿no contáis para nada con todos aquellos que no conocéis o que no tienen ningún nombre en vuestra Tierra? Sabed que muchos toman un nombre solamente para contentaros.»
El sueño libera parcialmente el alma del cuerpo. Al dormir, estamos momentáneamente en el estado en que uno se encuentra de manera permanente después de la muerte. Los Espíritus que al desencarnar se desprendieron rápidamente de la materia han tenido sueños inteligentes; cuando dormían, se reunían con la sociedad de otros seres superiores a ellos: viajaban, conversaban y se instruían con los mismos; incluso trabajaban en obras que encontraron concluidas al morir. Esto debe enseñaros una vez más a no temer la muerte, puesto que morís todos los días, según las palabras de un santo.
Esto con respecto a los Espíritus elevados; pero para la masa de los hombres que, con la muerte, deben permanecer largas horas en turbación –en esa incertidumbre de que os han hablado–, van a mundos inferiores a la Tierra, adonde antiguos afectos los llaman, o a buscar placeres quizá todavía más bajos que los que aquí tienen; van a beber doctrinas aún más viles, más innobles y más nocivas que las que profesan en vuestro medio. Y lo que forma la simpatía en la Tierra no es otra cosa que el hecho de sentirnos, al despertar, vinculados por el corazón a aquellos con quienes acabamos de pasar simplemente 8 ó 9 horas de felicidad o de placer. Lo que explica también esas antipatías invencibles es saber que, en el fondo del corazón, esas personas tienen una conciencia diferente de la nuestra, porque se las conoce sin haberlas visto jamás con los ojos. Es esto aun lo que explica la indiferencia, puesto que no se desea hacer nuevos amigos cuando se sabe que existen otros que os aman y os aprecian. En una palabra, el sueño influye en vuestra vida más de lo que pensáis.
Por efecto del sueño los Espíritus encarnados están siempre en relación con el mundo de los Espíritus, y esto es lo que hace que los Espíritus superiores consientan –sin demasiada repulsión– encarnarse entre vosotros. Dios ha querido que ellos, durante su contacto con el vicio, puedan ir a fortalecerse en la fuente del bien, para no fallar, ya que vienen a instruir a los otros. El sueño es la puerta que Dios les ha abierto hacia los amigos del cielo; es la recreación después del trabajo, a la espera de la gran libertad, la liberación final que debe volverlos a su verdadero medio.
El sueño es el recuerdo de lo que vuestro Espíritu ha visto mientras el cuerpo dormía; pero tened en cuenta que no siempre soñáis, porque no os acordáis siempre de lo visteis, o de todo lo que habéis visto. Vuestra alma no está en todo su desarrollo; a menudo no es más que el recuerdo del problema que acompaña a vuestra partida o a vuestro retorno, a lo que se agrega el recuerdo de lo que habéis hecho o de lo que os preocupa en el estado de vigilia; sin esto, ¿cómo explicaríais esos sueños absurdos que tienen los más instruidos como los más simples? Los Espíritus malos también se sirven de los sueños para atormentar a las almas débiles y pusilánimes.
Por lo demás, dentro de poco veréis desarrollarse una nueva especie de sueños; es tan antigua como la que conocéis, pero la ignoráis. El sueño de Juana, el sueño de Jacob,el sueño de los profetas judíos y de algunos adivinos hindúes: ese sueño es el recuerdo del alma desprendida completamente del cuerpo, la remembranza de esa segunda vida de la que os hablaba hace instantes.
Tratad de distinguir bien esas dos especies de sueños entre aquellos que recordáis, pues sin ello caeríais en contradicciones y en errores que serían funestos a vuestra fe.
Nota – El Espíritu que ha dictado esta comunicación, al habérsele solicitado su nombre, respondió: «¿Para qué? ¿Creéis, pues, que sólo los Espíritus de vuestros grandes hombres vienen a deciros cosas buenas? Entonces, ¿no contáis para nada con todos aquellos que no conocéis o que no tienen ningún nombre en vuestra Tierra? Sabed que muchos toman un nombre solamente para contentaros.»
Nota – Esta comunicación y la siguiente han sido obtenidas por el Sr. F..., el mismo de quien hemos hablado en nuestro número de octubre, acerca de los Obsesados y subyugados; se puede juzgar por esto la diferencia que existe entre la naturaleza de sus comunicaciones actuales y las anteriores. Su voluntad ha triunfado completamente de la obsesión de la cual él era objeto, y su Espíritu malo no ha reaparecido. Estas dos disertaciones le han sido dictadas por Bernard Palissy.
Las flores han sido creadas en los mundos como símbolos de la belleza, de la pureza y de la esperanza.
¿Cómo el hombre que ve las corolas entreabrirse todas las primaveras y las flores marchitarse para dar frutos deliciosos, cómo no piensa que su existencia también se transformará, pero para dar frutos eternos? Por lo tanto, ¿qué os importa las tempestades y los torrentes? Estas flores nunca perecerán, como no perece la más frágil obra del Creador. Coraje, pues, hombres que caéis en el camino: levantaos como el lirio después de la tormenta, más puros y más radiantes. Como las flores, los vientos os sacuden a diestro y siniestro, os voltean, sois arrastrados en el barro, pero cuando el sol reaparece, también levantáis vuestras cabezas más nobles y más altas.
Por lo tanto, amad a las flores; éstas son el emblema de vuestra vida, y no os sonrojéis por ser comparados a ellas. Tenedlas en vuestros jardines, en vuestras casas, incluso en vuestros templos, ya que quedan bien en todas partes; en todos los lugares las flores llevan a la poesía; elevan el alma del que sabe comprenderlas. ¿No ha sido en las flores que Dios ha mostrado todas sus magnificencias? ¿De dónde conoceríais los colores suaves con los que el Creador ha alegrado la naturaleza si no existiesen las flores? Antes que el hombre hubiera excavado las entrañas de la Tierra para encontrar el rubí y el topacio, tenía a las flores delante de sí, y esta infinita variedad de matices ya lo consolaba de la monotonía de la superficie terrestre. Por lo tanto, amad a las flores: seréis más puros, más afectuosos, tal vez más niños, pero seréis los hijos queridos de Dios, y vuestras almas simples y sin mancha serán accesibles a todo su amor, a toda la alegría con la cual Él abrazará vuestros corazones.
Las flores quieren ser cuidadas por manos esclarecidas; la inteligencia es necesaria para su prosperidad; durante mucho tiempo os habéis equivocado en la Tierra al dejar ese cuidado en manos inhábiles que las mutilaban, creyendo embellecerlas. Nada es más triste que los árboles redondos o puntiagudos de algunos de vuestros jardines: pirámides de verdor que hacen el efecto de un montón de heno. Dejad a la naturaleza que se desarrolle bajo mil formas diversas: ahí está la gracia. ¡Feliz de aquel que sabe admirar la belleza de un tallo que se balancea sembrando su polen fecundante! ¡Feliz de aquel que ve en sus tonalidades brillantes un infinito de gracia, de delicadeza, de colorido, de matices que se esquivan y se buscan, que se pierden y se reencuentran! ¡Feliz de aquel que sabe comprender la belleza de la gradación de tonos, desde la raíz marrón que se confunde con la tierra –como los colores que se funden–, hasta el rojo escarlata del tulipán y de la amapola! (¿Por qué esos nombres rudos y raros?) Estudiad todo esto y observad a las hojas que salen unas de las otras como generaciones infinitas, hasta su completo florecimiento bajo la cúpula del cielo.
¿No parece que las flores dejan la Tierra para lanzarse hacia otros mundos? ¿No parece, a menudo, que bajan la cabeza de dolor al no poder elevarse más alto todavía? En su belleza, ¿no las creemos más cerca de Dios? Entonces imitadlas, y volveos siempre cada vez mayores, cada vez más bellos.
Vuestra manera de aprender Botánica también es defectuosa; no está todo en saber el nombre de cada planta. Cuando tengas tiempo te sugiero que trabajes también en una obra de este género. Por lo tanto, aplazaré para más adelante las lecciones que quería darte en estos días; serán más útiles cuando tengamos en manos su aplicación. En su momento hablaremos del género de cultivo, de los lugares que les convienen, de las condiciones del edificio para la ventilación y salubridad de las viviendas.
Si fueres a publicar esto, suprime los últimos párrafos: los tomarían como anuncios.
Las flores han sido creadas en los mundos como símbolos de la belleza, de la pureza y de la esperanza.
¿Cómo el hombre que ve las corolas entreabrirse todas las primaveras y las flores marchitarse para dar frutos deliciosos, cómo no piensa que su existencia también se transformará, pero para dar frutos eternos? Por lo tanto, ¿qué os importa las tempestades y los torrentes? Estas flores nunca perecerán, como no perece la más frágil obra del Creador. Coraje, pues, hombres que caéis en el camino: levantaos como el lirio después de la tormenta, más puros y más radiantes. Como las flores, los vientos os sacuden a diestro y siniestro, os voltean, sois arrastrados en el barro, pero cuando el sol reaparece, también levantáis vuestras cabezas más nobles y más altas.
Por lo tanto, amad a las flores; éstas son el emblema de vuestra vida, y no os sonrojéis por ser comparados a ellas. Tenedlas en vuestros jardines, en vuestras casas, incluso en vuestros templos, ya que quedan bien en todas partes; en todos los lugares las flores llevan a la poesía; elevan el alma del que sabe comprenderlas. ¿No ha sido en las flores que Dios ha mostrado todas sus magnificencias? ¿De dónde conoceríais los colores suaves con los que el Creador ha alegrado la naturaleza si no existiesen las flores? Antes que el hombre hubiera excavado las entrañas de la Tierra para encontrar el rubí y el topacio, tenía a las flores delante de sí, y esta infinita variedad de matices ya lo consolaba de la monotonía de la superficie terrestre. Por lo tanto, amad a las flores: seréis más puros, más afectuosos, tal vez más niños, pero seréis los hijos queridos de Dios, y vuestras almas simples y sin mancha serán accesibles a todo su amor, a toda la alegría con la cual Él abrazará vuestros corazones.
Las flores quieren ser cuidadas por manos esclarecidas; la inteligencia es necesaria para su prosperidad; durante mucho tiempo os habéis equivocado en la Tierra al dejar ese cuidado en manos inhábiles que las mutilaban, creyendo embellecerlas. Nada es más triste que los árboles redondos o puntiagudos de algunos de vuestros jardines: pirámides de verdor que hacen el efecto de un montón de heno. Dejad a la naturaleza que se desarrolle bajo mil formas diversas: ahí está la gracia. ¡Feliz de aquel que sabe admirar la belleza de un tallo que se balancea sembrando su polen fecundante! ¡Feliz de aquel que ve en sus tonalidades brillantes un infinito de gracia, de delicadeza, de colorido, de matices que se esquivan y se buscan, que se pierden y se reencuentran! ¡Feliz de aquel que sabe comprender la belleza de la gradación de tonos, desde la raíz marrón que se confunde con la tierra –como los colores que se funden–, hasta el rojo escarlata del tulipán y de la amapola! (¿Por qué esos nombres rudos y raros?) Estudiad todo esto y observad a las hojas que salen unas de las otras como generaciones infinitas, hasta su completo florecimiento bajo la cúpula del cielo.
¿No parece que las flores dejan la Tierra para lanzarse hacia otros mundos? ¿No parece, a menudo, que bajan la cabeza de dolor al no poder elevarse más alto todavía? En su belleza, ¿no las creemos más cerca de Dios? Entonces imitadlas, y volveos siempre cada vez mayores, cada vez más bellos.
Vuestra manera de aprender Botánica también es defectuosa; no está todo en saber el nombre de cada planta. Cuando tengas tiempo te sugiero que trabajes también en una obra de este género. Por lo tanto, aplazaré para más adelante las lecciones que quería darte en estos días; serán más útiles cuando tengamos en manos su aplicación. En su momento hablaremos del género de cultivo, de los lugares que les convienen, de las condiciones del edificio para la ventilación y salubridad de las viviendas.
Si fueres a publicar esto, suprime los últimos párrafos: los tomarían como anuncios.
Al ser la mujer más finamente delineada que el hombre, indica esto naturalmente un alma más delicada; en medios semejantes, es así que en todos los mundos la madre será más bonita que el padre, porque es a ella que el niño ve primero; es hacia el rostro angélico de una joven mujer que el niño mueve sus ojos sin cesar; es junto a la madre que el niño seca sus lágrimas y posa su mirada, aún débil e incierta. Por lo tanto, el niño tiene así una intuición natural de lo bello.
La mujer sabe principalmente hacerse notar por la delicadeza de sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras; todo lo que viene de ella debe armonizarse con su persona, a la que Dios ha creado bella.
Sus largos cabellos ondulados sobre el cuello son la imagen de la dulzura y de la facilidad con la que su cabeza se dobla sin ceder ante las pruebas. Ellos reflejan la luz de los soles, como el alma de la mujer debe reflejar la luz más pura de Dios. Jóvenes, dejad a vuestros cabellos sueltos: Dios los ha creado para esto; pareceréis, a la vez, más naturales y más hermosas.
La mujer debe ser sencilla en su vestir; ella ha salido demasiado bella de las manos del Creador como para tener necesidad de atavíos. Que el blanco y el azul combinen en sus hombros. Dejad también fluctuar vuestras vestimentas; que los ropajes se vean extenderse detrás vuestro en un largo rastro de gasa, como una leve nube que indique que hace poco estuvisteis ahí.
¡Pero qué son los adornos, las ropas, la belleza, los cabellos ondulados o fluctuantes, enrulados o atados, si la sonrisa tan dulce de las madres y de las novias no brilla en vuestros labios! ¡O si vuestros ojos no siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las lágrimas de alegría que dejan correr, en las chispas que saltan de esa llama de amor desconocido!
Mujeres: no temáis deslumbrar a los hombres con vuestra belleza, con vuestras gracias, con vuestra superioridad; pero que los hombres sepan que para ser dignos de vosotras, es preciso que ellos sean tan grandes como vos sois bellas, tan sabios como sois buenas, tan instruidos como sois cándidas y simples. Es preciso que ellos sepan que deben mereceros, que vosotras sois el premio de la virtud y del honor; no de ese honor que se cubre con un casco y un escudo y que brilla en las justas y en los torneos, con el pie sobre la frente del enemigo derribado; no, sino del honor según Dios.
Hombres: sed útiles, y cuando los pobres bendigan vuestro nombre, las mujeres serán vuestras iguales; entonces, formaréis un todo: vosotros seréis la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis el pensamiento bienhechor, y las mujeres serán las manos de la libertad. Uníos, pues, no sólo por el amor, sino también por el bien que podéis hacer de a dos. Que esos buenos pensamientos y esas buenas acciones –realizadas por dos corazones que se aman– sean los eslabones de esa cadena de oro y de diamante que se llama casamiento, y entonces cuando los eslabones fueren tan numerosos, Dios os llamará junto a sí, y vosotros continuaréis agregando más eslabones a los anteriores; pero en la Tierra éstos eran de un metal pesado y frío: en el Cielo serán de luz y de fuego.
La mujer sabe principalmente hacerse notar por la delicadeza de sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras; todo lo que viene de ella debe armonizarse con su persona, a la que Dios ha creado bella.
Sus largos cabellos ondulados sobre el cuello son la imagen de la dulzura y de la facilidad con la que su cabeza se dobla sin ceder ante las pruebas. Ellos reflejan la luz de los soles, como el alma de la mujer debe reflejar la luz más pura de Dios. Jóvenes, dejad a vuestros cabellos sueltos: Dios los ha creado para esto; pareceréis, a la vez, más naturales y más hermosas.
La mujer debe ser sencilla en su vestir; ella ha salido demasiado bella de las manos del Creador como para tener necesidad de atavíos. Que el blanco y el azul combinen en sus hombros. Dejad también fluctuar vuestras vestimentas; que los ropajes se vean extenderse detrás vuestro en un largo rastro de gasa, como una leve nube que indique que hace poco estuvisteis ahí.
¡Pero qué son los adornos, las ropas, la belleza, los cabellos ondulados o fluctuantes, enrulados o atados, si la sonrisa tan dulce de las madres y de las novias no brilla en vuestros labios! ¡O si vuestros ojos no siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las lágrimas de alegría que dejan correr, en las chispas que saltan de esa llama de amor desconocido!
Mujeres: no temáis deslumbrar a los hombres con vuestra belleza, con vuestras gracias, con vuestra superioridad; pero que los hombres sepan que para ser dignos de vosotras, es preciso que ellos sean tan grandes como vos sois bellas, tan sabios como sois buenas, tan instruidos como sois cándidas y simples. Es preciso que ellos sepan que deben mereceros, que vosotras sois el premio de la virtud y del honor; no de ese honor que se cubre con un casco y un escudo y que brilla en las justas y en los torneos, con el pie sobre la frente del enemigo derribado; no, sino del honor según Dios.
Hombres: sed útiles, y cuando los pobres bendigan vuestro nombre, las mujeres serán vuestras iguales; entonces, formaréis un todo: vosotros seréis la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis el pensamiento bienhechor, y las mujeres serán las manos de la libertad. Uníos, pues, no sólo por el amor, sino también por el bien que podéis hacer de a dos. Que esos buenos pensamientos y esas buenas acciones –realizadas por dos corazones que se aman– sean los eslabones de esa cadena de oro y de diamante que se llama casamiento, y entonces cuando los eslabones fueren tan numerosos, Dios os llamará junto a sí, y vosotros continuaréis agregando más eslabones a los anteriores; pero en la Tierra éstos eran de un metal pesado y frío: en el Cielo serán de luz y de fuego.
El despertar de un Espíritu
NOTA – Estos versos 300 han sido escritos espontáneamente por medio de una cesta, tocada por una joven señora y por un niño. Pensamos que más de un poeta 301 podría atribuirse el mérito de los mismos. Ellos nos fueron enviados por uno de nuestros suscriptores.
¡Qué bella es la Naturaleza y cuán suave es el aire!
NOTA – Estos versos 300 han sido escritos espontáneamente por medio de una cesta, tocada por una joven señora y por un niño. Pensamos que más de un poeta 301 podría atribuirse el mérito de los mismos. Ellos nos fueron enviados por uno de nuestros suscriptores.
¡Qué bella es la Naturaleza y cuán suave es el aire!
¡Señor! Te doy las gracias y te admiro de rodillas.
Pueda el himno alegre de mi reconocimiento
Elevarse como el incienso hacia tu desprendimiento.
Así, ante los ojos de sus dos hermanas en duelo,
Hiciste antaño salir a Lázaro de su sepulcro;
De Jairo desvariado, la hija muy amada
Fue en su lecho de muerte por tu voz reanimada.
Del mismo modo, ¡oh, Jesús!, me has tendido la mano;
¡Levántate!, me has dicho: y no lo has dicho en vano.
¡Ay de mí! ¿Por qué sólo soy un vil montón de fango?
Yo quisiera alabarte con la voz de un ángel;
¡Tu obra jamás me ha parecido tan bella!
Es para aquel que sale de la noche de la tumba
Que el día parece puro, la luz brillante,
El sol radioso y la vida embriagante.
Entonces el aire es más dulce que la leche y la miel;
Cada sonido parece una palabra en los conciertos del Cielo.
La voz sorda de los vientos exhala una armonía
Que crece en el vacío y se vuelve infinita.
Lo que el Espíritu concibe, lo que conmueve a sus ojos,
Lo que se puede comprender en el libro de los Cielos,
En el espacio de los mares, bajo las olas profundas,
En todos los océanos, los abismos, los mundos,
Todo se engrandece en esfera, y se siente que en el centro
Esos rayos convergentes conducen a Dios.
Y Tú, cuya mirada planea sobre las estrellas,
Que te ocultas en el Cielo como un Rey bajo sus velos,
¿Cuál es, pues, tu grandeza, si este vasto Universo
No es sino un punto a tus ojos, y el espacio de los mares
Ni siquiera es un espejo para tu esplendor inmenso?
¿Cuál es, pues, tu grandeza, cuál es, pues, tu esencia?
¡Qué palacio tan vasto has construido, oh, Rey!
Los astros no sabrían separarnos de Ti.
El Sol a tus pies, poder sin medida,
Parece el ónice que un príncipe sujeta a su calzado.
Lo que más admiro en Ti, ¡oh, Majestad!
Es bien menos tu grandeza que tu inmensa bondad
Que en todo se revela, así como la luz,
Y que a un ser impotente atiendes en su oración.
JODELLE
Conversaciones familiares del Más Allá
Teníamos el deseo de interrogar a una de esas mujeres de la India que, según sus costumbres, se queman sobre el cadáver de su marido. Al no conocer a ninguna, habíamos pedido a san Luis si consentiría en enviarnos a una que estuviera en condiciones de responder a nuestras preguntas de una manera satisfactoria. Él nos contestó que lo haría de buen grado dentro de algún tiempo. En la sesión de la Sociedad del 2 de noviembre de 1858, el Sr. Adrien – médium vidente– vio a una de ellas dispuesta a hablar, y de la cual hizo la siguiente descripción:
Ojos grandes y negros, con tono amarillento en el blanco del ojo; rostro redondeado, mejillas rollizas y gordas; piel amarilla azafrán tostado; pestañas largas, cejas arqueadas y negras; nariz un poco grande y ligeramente achatada; boca grande y sensual; dientes bonitos, grandes y derechos; cabellos lacios, abundantes, negros y espesos de grasa. Cuerpo bastante grande, rechoncho y gordo. Pañuelos de seda la envolvían, dejándole la mitad del pecho desnudo. Pulseras en los brazos y en las piernas.
1. ¿Recordáis aproximadamente en qué época vivíais en la India y dónde habéis sido quemada sobre el cadáver de vuestro marido? – Resp. Ella hace señas que no lo recordaba. –San Luis responde que fue hace alrededor de cien años.
2. ¿Recordáis el nombre que teníais? –Resp. Fátima.
3. ¿Qué religión profesabais? –Resp. La mahometana.
4. Pero el mahometismo no ordena tales sacrificios. –Resp. He nacido musulmana, pero mi marido era de la religión de Brahma. Yo he tenido que conformarme con las costumbres del país en que habitaba. Allí las mujeres no son dueñas de sí mismas.
5. ¿Qué edad teníais cuando hubisteis muerto? –Resp. Creo que tenía alrededor de veinte años.
Nota – El Sr. Adrien hace observar que ella parece tener al menos de veintiocho a treinta años; pero que en ese país las mujeres envejecen más rápido.
6. ¿Os habéis sacrificado voluntariamente? –Resp. Yo hubiera preferido casarme con otro. Reflexionad bien y comprenderéis que todas nosotras pensamos de la misma manera. He seguido la costumbre; pero en el fondo hubiese preferido no hacerlo. Por varios días esperé otro marido, pero nadie vino; entonces obedecí a la ley.
7. ¿Qué sentimiento ha podido dictar esta ley? –Resp. Idea supersticiosa. Imaginan que al quemarnos agradan más a la Divinidad; que rescatamos las faltas de aquel que perdimos y que vamos a ayudarlo a vivir feliz en el otro mundo.
8. ¿Aprobaba vuestro marido este sacrificio? –Resp. Nunca procuré volver a ver a mi marido.
9. ¿Hay mujeres que se sacrifican así con agrado? –Resp. Muy pocas; una entre mil, y aún así, en el fondo, ellas no desearían hacerlo.
10. ¿Qué os ha sucedido en el momento en que la vida corporal se extinguió? –Resp. Turbación; he sentido como una nebulosidad, y luego no sé lo que pasó. Mis ideas no se aclararon sino después de mucho tiempo. Iba a todas partes, y sin embargo no veía bien; e inclusive ahora no estoy completamente esclarecida; todavía tengo que pasar por muchas encarnaciones para elevarme; pero no me quemaré más... No veo la necesidad de ser quemada, de ser arrojada en el medio de las llamas para elevarme..., sobre todo por faltas que no he cometido; por otra parte, eso no me ha sido valorado... Además, yo no he buscado serlo. Me haríais un favor al orar un poco por mí, porque comprendo que no hay como la oración para soportar con coraje las pruebas que nos son enviadas... ¡Ah! ¡Si yo tuviese fe!
11. Pedís que oremos por vos, pero somos cristianos; ¿podrían agradaros nuestras oraciones? –Resp. Sólo hay un Dios para todos los hombres.
Nota – En varias sesiones siguientes la misma mujer ha sido vista entre los Espíritus que la asistían. Ella ha dicho que venía para instruirse. Parece que fue sensible al interés que le fue demostrado, porque nos ha seguido varias veces en otras reuniones e incluso hasta en la calle.
Ojos grandes y negros, con tono amarillento en el blanco del ojo; rostro redondeado, mejillas rollizas y gordas; piel amarilla azafrán tostado; pestañas largas, cejas arqueadas y negras; nariz un poco grande y ligeramente achatada; boca grande y sensual; dientes bonitos, grandes y derechos; cabellos lacios, abundantes, negros y espesos de grasa. Cuerpo bastante grande, rechoncho y gordo. Pañuelos de seda la envolvían, dejándole la mitad del pecho desnudo. Pulseras en los brazos y en las piernas.
1. ¿Recordáis aproximadamente en qué época vivíais en la India y dónde habéis sido quemada sobre el cadáver de vuestro marido? – Resp. Ella hace señas que no lo recordaba. –San Luis responde que fue hace alrededor de cien años.
2. ¿Recordáis el nombre que teníais? –Resp. Fátima.
3. ¿Qué religión profesabais? –Resp. La mahometana.
4. Pero el mahometismo no ordena tales sacrificios. –Resp. He nacido musulmana, pero mi marido era de la religión de Brahma. Yo he tenido que conformarme con las costumbres del país en que habitaba. Allí las mujeres no son dueñas de sí mismas.
5. ¿Qué edad teníais cuando hubisteis muerto? –Resp. Creo que tenía alrededor de veinte años.
Nota – El Sr. Adrien hace observar que ella parece tener al menos de veintiocho a treinta años; pero que en ese país las mujeres envejecen más rápido.
6. ¿Os habéis sacrificado voluntariamente? –Resp. Yo hubiera preferido casarme con otro. Reflexionad bien y comprenderéis que todas nosotras pensamos de la misma manera. He seguido la costumbre; pero en el fondo hubiese preferido no hacerlo. Por varios días esperé otro marido, pero nadie vino; entonces obedecí a la ley.
7. ¿Qué sentimiento ha podido dictar esta ley? –Resp. Idea supersticiosa. Imaginan que al quemarnos agradan más a la Divinidad; que rescatamos las faltas de aquel que perdimos y que vamos a ayudarlo a vivir feliz en el otro mundo.
8. ¿Aprobaba vuestro marido este sacrificio? –Resp. Nunca procuré volver a ver a mi marido.
9. ¿Hay mujeres que se sacrifican así con agrado? –Resp. Muy pocas; una entre mil, y aún así, en el fondo, ellas no desearían hacerlo.
10. ¿Qué os ha sucedido en el momento en que la vida corporal se extinguió? –Resp. Turbación; he sentido como una nebulosidad, y luego no sé lo que pasó. Mis ideas no se aclararon sino después de mucho tiempo. Iba a todas partes, y sin embargo no veía bien; e inclusive ahora no estoy completamente esclarecida; todavía tengo que pasar por muchas encarnaciones para elevarme; pero no me quemaré más... No veo la necesidad de ser quemada, de ser arrojada en el medio de las llamas para elevarme..., sobre todo por faltas que no he cometido; por otra parte, eso no me ha sido valorado... Además, yo no he buscado serlo. Me haríais un favor al orar un poco por mí, porque comprendo que no hay como la oración para soportar con coraje las pruebas que nos son enviadas... ¡Ah! ¡Si yo tuviese fe!
11. Pedís que oremos por vos, pero somos cristianos; ¿podrían agradaros nuestras oraciones? –Resp. Sólo hay un Dios para todos los hombres.
Nota – En varias sesiones siguientes la misma mujer ha sido vista entre los Espíritus que la asistían. Ella ha dicho que venía para instruirse. Parece que fue sensible al interés que le fue demostrado, porque nos ha seguido varias veces en otras reuniones e incluso hasta en la calle.
Noticia – Louise Charly, llamada Labé y apodada La Bella Cordelera, nació en Lyon durante el reinado de Francisco I. Ella era de una gran belleza y recibió una educación muy esmerada; sabía griego, latín, hablaba perfectamente español e italiano y, en esos idiomas, hacía poesías que los escritores nacionales reconocerían como suyas. Instruida en todos los ejercicios del cuerpo, conocía la equitación, la gimnástica y el manejo de las armas. Dotada de un carácter muy enérgico, se distinguió –al lado de su padre– entre los más valientes combatientes en el sitio de Perpiñán, en 1542, con el nombre de capitán Loys. Al no haber tenido éxito este sitio, renunció a la carrera de las armas y volvió a Lyon con su padre. Se casó con un rico fabricante de cuerdas, llamado Ennemond Perrin, y luego sólo se la conocía como La Bella Cordelera, nombre que ha quedado en la calle en que tenía domicilio y en el lugar donde estaban los talleres de su marido. Ella instituyó en su casa reuniones literarias, donde eran invitados los espíritus más esclarecidos de la provincia. Se tiene de ella una colección de poesías. Su reputación de belleza y de mujer de espíritu, al atraer a su casa a la élite de los hombres, provocó los celos de las damas lionesas que buscaron vengarse a través de la calumnia; pero su conducta fue siempre irreprochable.
Evocada el 26 de octubre de 1858, en la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, nos ha sido dicho que ella aún no podía venir por motivos que no fueron explicados. El 9 de noviembre atendió a nuestro llamado, y he aquí la descripción que le hizo el Sr. Adrien, nuestro médium vidente:
Cabeza ovalada; tez pálida mate; ojos negros, lindos y nobles; cejas arqueadas; frente amplia e inteligente; nariz griega, fina; boca mediana y labios indicando bondad de espíritu; dientes muy bonitos, pequeños y bien derechos; cabellos negros de azabache, ligeramente crespos. Bello porte de cabeza; talle grande y muy esbelto. Vestimenta de ropajes blancos.
Nota – Sin duda, nada demuestra que esta descripción y la anterior no estaban en la imaginación del médium, porque nosotros no tenemos un control; pero cuando lo hace con detalles tan precisos de personas contemporáneas que nunca ha visto y que son reconocidas por padres o amigos, no se puede dudar de la realidad; de donde sacamos la conclusión que, puesto que él ve a unos con una verdad indiscutible, puede ver a otros. Otra circunstancia que debe tomarse en consideración es que siempre ve al mismo Espíritu bajo la misma forma, y que, aunque fuese con varios meses de intervalo, la descripción no varía. Sería necesario suponer que tiene una memoria fenomenal, para creer que pudiera recordarse así de los mínimos detalles de todos los Espíritus –cuya descripción ha hecho–, los cuales contamos por centenas.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Quisierais tener la bondad de responder a algunas preguntas que desearíamos haceros? –Resp. Con placer.
3. ¿Recordáis la época en la que erais conocida con el nombre de La Bella Cordelera? –Resp. Sí.
4. ¿De dónde provenían las cualidades viriles que os han hecho abrazar la carrera de las armas que, según las leyes de la Naturaleza, es más bien atribución de los hombres? –Resp. Eso agradaba a mi Espíritu, ávido de grandes cosas; más tarde se volvió hacia otro género de ideas más serias. Las ideas con las cuales nacemos vienen ciertamente de las existencias anteriores, cuyo reflejo son; sin embargo, se modifican mucho, ya sea por nuevas resoluciones o por la voluntad de Dios.
5. ¿Por qué esos gustos militares no han persistido en vos, y cómo tan pronto han podido ceder lugar a los de la mujer? –Resp. He visto cosas que no desearía que veáis.
6. Erais contemporánea de Francisco I y de Carlos Quinto; ¿quisierais decirnos vuestra opinión sobre esos dos hombres y hacernos un paralelo? –Resp. De ninguna manera quiero juzgar; ellos han tenido defectos, que conocéis; sus virtudes son poco numerosas: algunos rasgos de generosidad, y eso es todo. Dejad esto; sus corazones podrían sangrar todavía: ¡ellos sufren bastante!
7. ¿Cuál era el origen de esa alta inteligencia que os volvió apta para recibir una educación tan superior a la de las mujeres de vuestro tiempo? –Resp. ¡Penosas existencias y la voluntad de Dios!
8. ¿Había, pues, en vos un progreso anterior? –Resp. No podría ser de otro modo.
9. Esa instrucción, ¿os hace progresar como Espíritu? –Resp. Sí.
10. Parecéis haber sido feliz en la Tierra: ¿lo sois más ahora? – Resp. ¡Qué pregunta! ¡Por más feliz que uno sea en la Tierra, la felicidad del Cielo es totalmente otra cosa! ¡Cuántos tesoros y riquezas, que conoceréis un día, y de los cuales no sospecháis o ignoráis completamente!
11. ¿Qué entendéis por Cielo? –Resp. Entiendo por Cielo a los otros mundos.
12. ¿Qué mundo habitáis ahora? –Resp. Habito en un mundo que no conocéis; pero estoy poco ligada al mismo: la materia nos liga poco.
13. ¿Es Júpiter? –Resp. Júpiter es un mundo feliz; pero ¿pensáis que entre todos sólo éste sea favorecido por Dios? Ellos son tan numerosos como los granos de arena del océano.
14. ¿Habéis conservado el genio poético que teníais en la Tierra? –Resp. Os respondería con placer, pero temo contrariar a otros Espíritus, o me colocaría por debajo de lo que soy: esto hace que mi respuesta se vuelva inútil, tornándose sin razón.
15. ¿Podríais decirnos qué clase podríamos asignaros entre los Espíritus? –Sin respuesta. (A san Luis). ¿Podríais san Luis respondernos al respecto? –Resp. Ella está aquí: yo no puedo decir lo que ella no quiere decir. ¿No veis que es un Espíritu de los más elevados entre los que comúnmente evocáis? Además, nuestros Espíritus no pueden apreciar exactamente las distancias que los separan: éstas son incomprensibles para vosotros, ¡y aún así son inmensas!
16. (A Louise Charly). ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? – Resp. Adrien acaba de describirme.
17. ¿Por qué esta forma y no otra? En fin, ¿por qué en el mundo donde estáis, no sois tal como erais en la Tierra? –Resp. Evocasteis la poetisa: vino la poetisa.
18. ¿Podríais dictarnos algunas poesías o cualquier trozo de literatura? Estaríamos felices de tener algo vuestro? –Resp. Buscad mis antiguos escritos. Nosotros no gustamos de esas pruebas, principalmente en público: a pesar de ello, lo haré en otra ocasión.
Nota – Sabemos que los Espíritus no gustan de pruebas, y las preguntas de esta naturaleza casi siempre tienen este carácter; es por eso, sin duda, que casi nunca ellos obedecen. Espontáneamente y en el momento en que menos lo esperamos, nos dan a menudo las cosas más sorprendentes, las pruebas que en vano habríamos solicitado; pero casi siempre basta que se les pida una cosa para que no se la obtenga, si sobre todo denota un sentimiento de curiosidad. Los Espíritus, y principalmente los Espíritus elevados, quieren probarnos con esto que no están a nuestras órdenes.
Al día siguiente, espontáneamente, La Bella Cordelera escribió lo siguiente a través del médium psicógrafo que le había servido de intérprete:
«Voy a dictar lo que te había prometido; no son versos, no he querido hacerlos; además, no recuerdo más aquellos que hice, y de ellos no gustaríais: será la más modesta prosa.
«En la Tierra he exaltado el amor, la dulzura y los buenos sentimientos: hablé un poco de lo que no conocía. Aquí no es del amor que hablo, es de una caridad amplia, austera y esclarecida; una caridad fuerte y constante de la que sólo hay un ejemplo en la Tierra.
«¡Oh, hombres! Pensad que depende de vosotros ser felices y hacer de vuestro mundo uno de los más avanzados del Cielo: sólo tenéis que hacer callar odios y enemistades, olvidar rencores y cóleras, perder el orgullo y la vanidad. Dejad todo esto como una carga que os es preciso abandonar tarde o temprano. Esta carga es para vosotros un tesoro en la Tierra, lo sé; es por eso que tenéis el mérito de dejarla y perderla; pero en el Cielo esta carga se vuelve un obstáculo para vuestra felicidad. Por lo tanto, creedme: anticipad vuestro progreso, la felicidad que viene de Dios es la verdadera felicidad. ¿Dónde encontraréis placeres que valgan las alegrías que Él da a sus elegidos, a sus ángeles?
«Dios ama a los hombres que buscan avanzar en su camino; por lo tanto, contad con su apoyo. ¿No tenéis confianza en Él? ¿Creéis, pues, que sea perjurio porque no os entregáis a Él enteramente, sin restricciones? Infelizmente no queréis escuchar, o pocos de entre vosotros escuchan; preferís el hoy en vez del mañana; vuestra limitada visión limita vuestros sentimientos, vuestro corazones y vuestra alma, y sufrís para avanzar, en lugar de avanzar natural y fácilmente por el camino del bien, por vuestra propia voluntad, porque el sufrimiento es el medio que Dios emplea para moralizaros. No evitéis esta ruta segura, pero terrible para el viajero. Terminaré exhortándoos a no más ver la muerte como un flagelo, sino como la puerta de la verdadera vida y de la verdadera felicidad.»
LOUISE CHARLY
Evocada el 26 de octubre de 1858, en la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, nos ha sido dicho que ella aún no podía venir por motivos que no fueron explicados. El 9 de noviembre atendió a nuestro llamado, y he aquí la descripción que le hizo el Sr. Adrien, nuestro médium vidente:
Cabeza ovalada; tez pálida mate; ojos negros, lindos y nobles; cejas arqueadas; frente amplia e inteligente; nariz griega, fina; boca mediana y labios indicando bondad de espíritu; dientes muy bonitos, pequeños y bien derechos; cabellos negros de azabache, ligeramente crespos. Bello porte de cabeza; talle grande y muy esbelto. Vestimenta de ropajes blancos.
Nota – Sin duda, nada demuestra que esta descripción y la anterior no estaban en la imaginación del médium, porque nosotros no tenemos un control; pero cuando lo hace con detalles tan precisos de personas contemporáneas que nunca ha visto y que son reconocidas por padres o amigos, no se puede dudar de la realidad; de donde sacamos la conclusión que, puesto que él ve a unos con una verdad indiscutible, puede ver a otros. Otra circunstancia que debe tomarse en consideración es que siempre ve al mismo Espíritu bajo la misma forma, y que, aunque fuese con varios meses de intervalo, la descripción no varía. Sería necesario suponer que tiene una memoria fenomenal, para creer que pudiera recordarse así de los mínimos detalles de todos los Espíritus –cuya descripción ha hecho–, los cuales contamos por centenas.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Quisierais tener la bondad de responder a algunas preguntas que desearíamos haceros? –Resp. Con placer.
3. ¿Recordáis la época en la que erais conocida con el nombre de La Bella Cordelera? –Resp. Sí.
4. ¿De dónde provenían las cualidades viriles que os han hecho abrazar la carrera de las armas que, según las leyes de la Naturaleza, es más bien atribución de los hombres? –Resp. Eso agradaba a mi Espíritu, ávido de grandes cosas; más tarde se volvió hacia otro género de ideas más serias. Las ideas con las cuales nacemos vienen ciertamente de las existencias anteriores, cuyo reflejo son; sin embargo, se modifican mucho, ya sea por nuevas resoluciones o por la voluntad de Dios.
5. ¿Por qué esos gustos militares no han persistido en vos, y cómo tan pronto han podido ceder lugar a los de la mujer? –Resp. He visto cosas que no desearía que veáis.
6. Erais contemporánea de Francisco I y de Carlos Quinto; ¿quisierais decirnos vuestra opinión sobre esos dos hombres y hacernos un paralelo? –Resp. De ninguna manera quiero juzgar; ellos han tenido defectos, que conocéis; sus virtudes son poco numerosas: algunos rasgos de generosidad, y eso es todo. Dejad esto; sus corazones podrían sangrar todavía: ¡ellos sufren bastante!
7. ¿Cuál era el origen de esa alta inteligencia que os volvió apta para recibir una educación tan superior a la de las mujeres de vuestro tiempo? –Resp. ¡Penosas existencias y la voluntad de Dios!
8. ¿Había, pues, en vos un progreso anterior? –Resp. No podría ser de otro modo.
9. Esa instrucción, ¿os hace progresar como Espíritu? –Resp. Sí.
10. Parecéis haber sido feliz en la Tierra: ¿lo sois más ahora? – Resp. ¡Qué pregunta! ¡Por más feliz que uno sea en la Tierra, la felicidad del Cielo es totalmente otra cosa! ¡Cuántos tesoros y riquezas, que conoceréis un día, y de los cuales no sospecháis o ignoráis completamente!
11. ¿Qué entendéis por Cielo? –Resp. Entiendo por Cielo a los otros mundos.
12. ¿Qué mundo habitáis ahora? –Resp. Habito en un mundo que no conocéis; pero estoy poco ligada al mismo: la materia nos liga poco.
13. ¿Es Júpiter? –Resp. Júpiter es un mundo feliz; pero ¿pensáis que entre todos sólo éste sea favorecido por Dios? Ellos son tan numerosos como los granos de arena del océano.
14. ¿Habéis conservado el genio poético que teníais en la Tierra? –Resp. Os respondería con placer, pero temo contrariar a otros Espíritus, o me colocaría por debajo de lo que soy: esto hace que mi respuesta se vuelva inútil, tornándose sin razón.
15. ¿Podríais decirnos qué clase podríamos asignaros entre los Espíritus? –Sin respuesta. (A san Luis). ¿Podríais san Luis respondernos al respecto? –Resp. Ella está aquí: yo no puedo decir lo que ella no quiere decir. ¿No veis que es un Espíritu de los más elevados entre los que comúnmente evocáis? Además, nuestros Espíritus no pueden apreciar exactamente las distancias que los separan: éstas son incomprensibles para vosotros, ¡y aún así son inmensas!
16. (A Louise Charly). ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? – Resp. Adrien acaba de describirme.
17. ¿Por qué esta forma y no otra? En fin, ¿por qué en el mundo donde estáis, no sois tal como erais en la Tierra? –Resp. Evocasteis la poetisa: vino la poetisa.
18. ¿Podríais dictarnos algunas poesías o cualquier trozo de literatura? Estaríamos felices de tener algo vuestro? –Resp. Buscad mis antiguos escritos. Nosotros no gustamos de esas pruebas, principalmente en público: a pesar de ello, lo haré en otra ocasión.
Nota – Sabemos que los Espíritus no gustan de pruebas, y las preguntas de esta naturaleza casi siempre tienen este carácter; es por eso, sin duda, que casi nunca ellos obedecen. Espontáneamente y en el momento en que menos lo esperamos, nos dan a menudo las cosas más sorprendentes, las pruebas que en vano habríamos solicitado; pero casi siempre basta que se les pida una cosa para que no se la obtenga, si sobre todo denota un sentimiento de curiosidad. Los Espíritus, y principalmente los Espíritus elevados, quieren probarnos con esto que no están a nuestras órdenes.
Al día siguiente, espontáneamente, La Bella Cordelera escribió lo siguiente a través del médium psicógrafo que le había servido de intérprete:
«Voy a dictar lo que te había prometido; no son versos, no he querido hacerlos; además, no recuerdo más aquellos que hice, y de ellos no gustaríais: será la más modesta prosa.
«En la Tierra he exaltado el amor, la dulzura y los buenos sentimientos: hablé un poco de lo que no conocía. Aquí no es del amor que hablo, es de una caridad amplia, austera y esclarecida; una caridad fuerte y constante de la que sólo hay un ejemplo en la Tierra.
«¡Oh, hombres! Pensad que depende de vosotros ser felices y hacer de vuestro mundo uno de los más avanzados del Cielo: sólo tenéis que hacer callar odios y enemistades, olvidar rencores y cóleras, perder el orgullo y la vanidad. Dejad todo esto como una carga que os es preciso abandonar tarde o temprano. Esta carga es para vosotros un tesoro en la Tierra, lo sé; es por eso que tenéis el mérito de dejarla y perderla; pero en el Cielo esta carga se vuelve un obstáculo para vuestra felicidad. Por lo tanto, creedme: anticipad vuestro progreso, la felicidad que viene de Dios es la verdadera felicidad. ¿Dónde encontraréis placeres que valgan las alegrías que Él da a sus elegidos, a sus ángeles?
«Dios ama a los hombres que buscan avanzar en su camino; por lo tanto, contad con su apoyo. ¿No tenéis confianza en Él? ¿Creéis, pues, que sea perjurio porque no os entregáis a Él enteramente, sin restricciones? Infelizmente no queréis escuchar, o pocos de entre vosotros escuchan; preferís el hoy en vez del mañana; vuestra limitada visión limita vuestros sentimientos, vuestro corazones y vuestra alma, y sufrís para avanzar, en lugar de avanzar natural y fácilmente por el camino del bien, por vuestra propia voluntad, porque el sufrimiento es el medio que Dios emplea para moralizaros. No evitéis esta ruta segura, pero terrible para el viajero. Terminaré exhortándoos a no más ver la muerte como un flagelo, sino como la puerta de la verdadera vida y de la verdadera felicidad.»
LOUISE CHARLY
Variedades
Leemos en la Gazette de Mons (Gaceta de Mons): «Un individuo acometido por una monomanía religiosa –internado hace siete años en el establecimiento del Sr. Stuart– y que hasta aquí se había mostrado de una naturaleza muy mansa, consiguió engañar la vigilancia de los guardias y apoderarse de un cuchillo. Éstos, al no haber podido recuperar el arma, informaron al director de lo que sucedía.
«El Sr. Stuart se acercó inmediatamente del furioso y, confiando apenas en su coraje, quiso desarmarlo; pero ni bien había dado algunos pasos al encuentro del loco, éste se arrojó sobre él con la rapidez de un relámpago y lo hirió repetidas veces. No fue sino con mucha dificultad que se consiguió dominar al asesino.
«De las siete cuchilladas con las cuales el Sr. Stuart fue alcanzado, una era mortal: la que había recibido en el bajo vientre; el lunes, a las tres horas y media, falleció a consecuencia de una hemorragia en esa cavidad.»
¿Qué se diría si este individuo hubiera sido acometido por una monomanía espírita, o incluso si –en su locura– hubiese hablado de Espíritus? Y, sin embargo, esto podría haber sucedido, puesto que hay muchas monomanías religiosas, y todas las Ciencias han proporcionado su contingente. ¿Qué es lo que, razonablemente, se podría sacar en conclusión contra el Espiritismo, si no que, debido a la fragilidad de su organismo, el hombre puede exaltarse en este punto como en tantos otros? El medio de prevenir esta exaltación no es el de combatir la idea; de otro modo se correría el riesgo de que se repitan los prodigios de las Cevenas.306 Si jamás se organizara una cruzada contra el Espiritismo, lo veríamos propagarse cada vez más; porque, ¿cómo oponerse a un fenómeno que no tiene lugar ni tiempo predilectos y que puede producirse en todos los países, en todas las familias, en la intimidad, en el más absoluto secreto, inclusive mejor que en público? El medio de prevenir los inconvenientes, nosotros lo hemos dado en nuestras Instrucciones Prácticas: es de hacerlo comprender de tal manera que en él no se vea más que un fenómeno natural, incluso en lo que ofrece de más extraordinario.
«El Sr. Stuart se acercó inmediatamente del furioso y, confiando apenas en su coraje, quiso desarmarlo; pero ni bien había dado algunos pasos al encuentro del loco, éste se arrojó sobre él con la rapidez de un relámpago y lo hirió repetidas veces. No fue sino con mucha dificultad que se consiguió dominar al asesino.
«De las siete cuchilladas con las cuales el Sr. Stuart fue alcanzado, una era mortal: la que había recibido en el bajo vientre; el lunes, a las tres horas y media, falleció a consecuencia de una hemorragia en esa cavidad.»
¿Qué se diría si este individuo hubiera sido acometido por una monomanía espírita, o incluso si –en su locura– hubiese hablado de Espíritus? Y, sin embargo, esto podría haber sucedido, puesto que hay muchas monomanías religiosas, y todas las Ciencias han proporcionado su contingente. ¿Qué es lo que, razonablemente, se podría sacar en conclusión contra el Espiritismo, si no que, debido a la fragilidad de su organismo, el hombre puede exaltarse en este punto como en tantos otros? El medio de prevenir esta exaltación no es el de combatir la idea; de otro modo se correría el riesgo de que se repitan los prodigios de las Cevenas.306 Si jamás se organizara una cruzada contra el Espiritismo, lo veríamos propagarse cada vez más; porque, ¿cómo oponerse a un fenómeno que no tiene lugar ni tiempo predilectos y que puede producirse en todos los países, en todas las familias, en la intimidad, en el más absoluto secreto, inclusive mejor que en público? El medio de prevenir los inconvenientes, nosotros lo hemos dado en nuestras Instrucciones Prácticas: es de hacerlo comprender de tal manera que en él no se vea más que un fenómeno natural, incluso en lo que ofrece de más extraordinario.
Uno de nuestros suscriptores, el Sr. Ch. Renard, de Rambouillet, nos ha dirigido la siguiente carta:
«Señor y digno hermano en Espiritismo: leo o, mejor dicho, devoro con un placer indecible los números de vuestra Revista, a medida que los recibo. Esto no es sorprendente de mi parte, considerando que mis padres eran adivinos de generación en generación. Una de mis tías abuelas había incluso sido condenada a la hoguera por contumaz en el crimen de Vauldrie y por asistente al sabat; ella sólo evitó la hoguera refugiándose en la casa de una de sus hermanas, abadesa de religiosas de clausura. Esto hizo que yo heredase algunas migajas de Ciencias ocultas, lo que no me ha impedido de pasar por la creencia en el materialismo –si es que ahí existe fe– y por el escepticismo. En fin, cansado, enfermo de negación, las obras del célebre extático Swedenborg me condujeron a la verdad y al bien; al volverme también extático, me aseguré ad vivum de las verdades que los Espíritus materializados de nuestro globo no pueden comprender. He tenido comunicaciones de toda especie: hechos de visibilidad, de tangibilidad, de aportes de objetos perdidos, etc. Buen hermano, ¿tendríais la bondad de insertar la siguiente nota en uno de vuestros números? Ciertamente no es por amor propio, sino debido a mi condición de francés.
«Las pequeñas causas producen a veces grandes efectos. Aproximadamente en 1840 conocí al Sr. Cahagnet, tornero ebanista, que había venido a Rambouillet por razones de salud. En mi aprecio a este obrero –fuera de lo común por su inteligencia–, lo inicié en el magnetismo humano; un día le dije: Tengo casi la certeza de que un sonámbulo lúcido está apto para ver las almas de los que han fallecido y con ellas entablar conversación; él se quedó sorprendido. Lo estimulé a que hiciera esta experiencia cuando encontrase un sonámbulo lúcido; tuvo éxitos y publicó un primer volumen de experiencias de necromancia, seguido de otros volúmenes y opúsculos que en América han sido traducidos con el título de Telégrafo Celestial (Télégraphe céleste). Después el extático Davis publicó sus visiones y averiguaciones sobre el mundo espírita. Franklin hizo investigaciones que desembocaron en manifestaciones y en comunicaciones más fáciles que en otros tiempos. En los Estados Unidos, las primeras personas de las que él se sirvió como mediadoras fueron la señora viuda de Fox y sus dos hijas. Hay una coincidencia demasiado singular entre este nombre y el mío, ya que la palabra inglesa fox significa en francés renard (zorro).
«Hace mucho tiempo que los Espíritus me habían dicho que era posible comunicarse con los Espíritus de otros globos y recibir de ellos dibujos y descripciones. Expuse esto al Sr. Cahagnet, pero él no fue más lejos que nuestro satélite.
«Estoy a vuestra disposición, etc.»
CH. RENARD
Nota – La cuestión de prioridad en materia de Espiritismo es, indiscutiblemente, una cuestión secundaria; pero no es menos notable que desde la importación de los fenómenos americanos, una multitud de hechos auténticos –ignorados por el público– han revelado la producción de fenómenos semejantes, tanto en Francia como en otros países de Europa, en una época contemporánea o anterior. Es de nuestro conocimiento que muchas personas se ocupaban de comunicaciones espíritas bien antes de que fuera tratada la cuestión de las mesas giratorias, y nosotros tenemos prueba de esto con fechas precisas. El Sr. Renard parece ser de este número, y según él sus ensayos no habrían sido ajenos a los que han sido hechos en América. Registramos su observación como interesante para la historia del Espiritismo y a fin de probar, una vez más, que esta ciencia tiene sus raíces en el mundo entero, lo que quita toda posibilidad de éxito a los que desearían oponerle una barrera. Si la sofocan en un punto, renacerá más vivaz en otros cien, hasta el momento en que –ya no siendo más posible la duda– ha de ocupar su lugar entre las creencias usuales; entonces, será realmente preciso que sus adversarios, quiéranlo o no, se resignen.
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«Señor y digno hermano en Espiritismo: leo o, mejor dicho, devoro con un placer indecible los números de vuestra Revista, a medida que los recibo. Esto no es sorprendente de mi parte, considerando que mis padres eran adivinos de generación en generación. Una de mis tías abuelas había incluso sido condenada a la hoguera por contumaz en el crimen de Vauldrie y por asistente al sabat; ella sólo evitó la hoguera refugiándose en la casa de una de sus hermanas, abadesa de religiosas de clausura. Esto hizo que yo heredase algunas migajas de Ciencias ocultas, lo que no me ha impedido de pasar por la creencia en el materialismo –si es que ahí existe fe– y por el escepticismo. En fin, cansado, enfermo de negación, las obras del célebre extático Swedenborg me condujeron a la verdad y al bien; al volverme también extático, me aseguré ad vivum de las verdades que los Espíritus materializados de nuestro globo no pueden comprender. He tenido comunicaciones de toda especie: hechos de visibilidad, de tangibilidad, de aportes de objetos perdidos, etc. Buen hermano, ¿tendríais la bondad de insertar la siguiente nota en uno de vuestros números? Ciertamente no es por amor propio, sino debido a mi condición de francés.
«Las pequeñas causas producen a veces grandes efectos. Aproximadamente en 1840 conocí al Sr. Cahagnet, tornero ebanista, que había venido a Rambouillet por razones de salud. En mi aprecio a este obrero –fuera de lo común por su inteligencia–, lo inicié en el magnetismo humano; un día le dije: Tengo casi la certeza de que un sonámbulo lúcido está apto para ver las almas de los que han fallecido y con ellas entablar conversación; él se quedó sorprendido. Lo estimulé a que hiciera esta experiencia cuando encontrase un sonámbulo lúcido; tuvo éxitos y publicó un primer volumen de experiencias de necromancia, seguido de otros volúmenes y opúsculos que en América han sido traducidos con el título de Telégrafo Celestial (Télégraphe céleste). Después el extático Davis publicó sus visiones y averiguaciones sobre el mundo espírita. Franklin hizo investigaciones que desembocaron en manifestaciones y en comunicaciones más fáciles que en otros tiempos. En los Estados Unidos, las primeras personas de las que él se sirvió como mediadoras fueron la señora viuda de Fox y sus dos hijas. Hay una coincidencia demasiado singular entre este nombre y el mío, ya que la palabra inglesa fox significa en francés renard (zorro).
«Hace mucho tiempo que los Espíritus me habían dicho que era posible comunicarse con los Espíritus de otros globos y recibir de ellos dibujos y descripciones. Expuse esto al Sr. Cahagnet, pero él no fue más lejos que nuestro satélite.
«Estoy a vuestra disposición, etc.»
CH. RENARD
Nota – La cuestión de prioridad en materia de Espiritismo es, indiscutiblemente, una cuestión secundaria; pero no es menos notable que desde la importación de los fenómenos americanos, una multitud de hechos auténticos –ignorados por el público– han revelado la producción de fenómenos semejantes, tanto en Francia como en otros países de Europa, en una época contemporánea o anterior. Es de nuestro conocimiento que muchas personas se ocupaban de comunicaciones espíritas bien antes de que fuera tratada la cuestión de las mesas giratorias, y nosotros tenemos prueba de esto con fechas precisas. El Sr. Renard parece ser de este número, y según él sus ensayos no habrían sido ajenos a los que han sido hechos en América. Registramos su observación como interesante para la historia del Espiritismo y a fin de probar, una vez más, que esta ciencia tiene sus raíces en el mundo entero, lo que quita toda posibilidad de éxito a los que desearían oponerle una barrera. Si la sofocan en un punto, renacerá más vivaz en otros cien, hasta el momento en que –ya no siendo más posible la duda– ha de ocupar su lugar entre las creencias usuales; entonces, será realmente preciso que sus adversarios, quiéranlo o no, se resignen.
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Conclusión del año 1858
La Revista Espírita acaba de cumplir su primer año y estamos
felices en anunciar que, de aquí en adelante, su existencia se
encuentra asegurada por el número de sus suscriptores que aumenta
a cada día, continuando así el curso de su publicación. Los
testimonios de simpatía que hemos recibido de todas partes, la
adhesión de los hombres más eminentes por su saber y por su
posición social, son para nosotros un poderoso aliento en la tarea
laboriosa que hemos emprendido; que aquellos, pues, que nos han
sostenido en el cumplimiento de nuestra obra, reciban aquí el
testimonio de toda nuestra gratitud. Si no hubiésemos encontrado
contradicciones ni críticas, sería un hecho inaudito en los fastos de
las publicaciones, principalmente cuando se trata de la emisión de
ideas tan nuevas; pero si debemos admirarnos de una cosa es de
haberlas encontrado tan pocas en comparación con las muestras de
aprobación que nos han sido dadas y, sin duda, esto es debido
mucho menos al mérito del escritor que al atractivo del propio tema
que tratamos, y al crédito que a cada día gana en los más altos
estratos de la sociedad; lo debemos también –y de esto estamos
convencidos– a la dignidad que siempre hemos conservado para con
nuestros adversarios, dejando al público que juzgue entre la
moderación de una parte, y la inconveniencia de la otra. El
Espiritismo marcha a pasos de gigante en el mundo entero; por la
fuerza de las cosas todos los días une a algunos disidentes, y si por
nuestra parte podemos poner algunos granos en la balanza de este
gran movimiento que se opera y que marcará nuestra época como
una nueva era, no será hiriendo ni afrontando a aquellos mismos que
queremos atraer, sino que será por el razonamiento que nos haremos
escuchar y no por las injurias. Al respecto, los Espíritus superiores
que nos asisten nos dan el precepto y el ejemplo; sería indigno de
una Doctrina, que no predica sino el amor y la benevolencia,
rebajarse hasta el terreno del personalismo; dejamos este papel a
aquellos que no la comprenden. Por lo tanto, nada nos hará desviar
de la línea que hemos seguido, de la calma y de la sangre fría que no
cesaremos de tener en el examen razonado de todas las cuestiones,
sabiendo que con esto hacemos más adeptos serios del Espiritismo
que con la aspereza y la acrimonia.
En la Introducción que hemos publicado en nuestro primer
número hemos trazado el plan que nos proponíamos seguir: citar los
hechos, pero también investigarlos y examinarlos cuidadosamente
con el escalpelo de la observación, apreciándolos y deduciendo sus
consecuencias. Al principio, toda la atención se concentró en los
fenómenos materiales, que por entonces alimentaban la curiosidad
pública; pero la curiosidad tiene un tiempo: una vez satisfecha, deja
su objeto, como un niño deja su juguete. Entonces, los Espíritus nos
dijeron: «Éste es el primer período; pasará pronto para dar lugar a
ideas más elevadas; nuevos hechos van a ser revelados, los cuales
marcarán un período nuevo –el período filosófico– y la Doctrina
crecerá en poco tiempo, como el niño que deja su cuna. No os
inquietéis con el escarnio: los que escarnecen serán ellos mismos
escarnecidos, y mañana encontraréis a afanosos defensores entre
vuestros más ardientes adversarios de hoy. Dios quiere que sea así, y
nosotros somos los encargados de ejecutar Su voluntad; la mala
voluntad de algunos hombres no prevalecerá contra ella; el orgullo
de aquellos que quieren saber más que Él, será abatido.»
En efecto, estamos lejos de las mesas giratorias que casi no
divierten más, porque todo cansa; solamente no cansa aquello que
habla a nuestro discernimiento, y el Espiritismo navega a toda vela
en su segundo período; cada uno ha comprendido que es toda una
ciencia que se funda, toda una filosofía, todo un nuevo orden de
ideas; era preciso seguir ese movimiento, al igual que contribuir con
el mismo, bajo pena de ser pronto desbordado; he aquí por qué nos
hemos esforzado para mantenernos a la altura, sin encerrarnos en los
estrechos límites de un boletín anecdótico. Elevándose a la categoría
de Doctrina filosófica, el Espiritismo ha conquistado innumerables
seguidores, incluso entre aquellos que no han sido testigos de
ningún hecho material; es que el hombre estima lo que le habla a la
razón, aquello que pueda entender, y encuentra en la filosofía
espírita algo más que un entretenimiento, algo que le explique el
vacío punzante de la incertidumbre. Penetrando en el mundo
extracorpóreo por la vía de la observación, hemos querido hacer
penetrar en él a nuestros lectores, y hacer que lo comprendan; cabe a
ellos juzgar si hemos alcanzado nuestro objetivo. Por lo tanto,
proseguiremos en nuestra tarea durante el año que va a comenzar, y
todo anuncia que deberá ser fecundo. Nuevos hechos de otro orden
surgen en este momento y nos revelan nuevos misterios; nosotros los
registraremos cuidadosamente, y en ellos buscaremos la luz con
tanta perseverancia como en el pasado, porque todo presagia que el
Espiritismo va a entrar en una nueva fase más grandiosa y aún más
sublime.
ALLAN KARDEC
NOTA – La abundancia de materias nos obliga a aplazar para el próximo número la continuación de nuestro artículo sobre la Pluralidad de las existencias y el cuento de Frédéric Soulié.
ALLAN KARDEC
ALLAN KARDEC
NOTA – La abundancia de materias nos obliga a aplazar para el próximo número la continuación de nuestro artículo sobre la Pluralidad de las existencias y el cuento de Frédéric Soulié.
ALLAN KARDEC