Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Mayo

Fácilmente se conciben la influencia moral de los Espíritus y las relaciones que pueden tener con nuestra alma o Espíritu encarnado. Se comprende que dos seres de la misma naturaleza puedan comunicarse por el pensamiento –que es uno de sus atributos– sin la ayuda de los órganos de la palabra; pero lo que es más difícil de darse cuenta son los efectos físicos que ellos pueden producir, tales como los ruidos, el movimiento de los cuerpos sólidos, las apariciones y, sobre todo, las apariciones tangibles. Vamos a intentar dar la explicación de los mismos según los propios Espíritus y según la observación de los hechos.

La idea que se forma de la naturaleza de los Espíritus vuelve, a primera vista, esos fenómenos incomprensibles. Se dice que el Espíritu es la ausencia de toda materia, y que por lo tanto no puede obrar materialmente; ahora bien, ahí está el error. Al interrogarse los Espíritus sobre la cuestión de saber si ellos son inmateriales, han respondido esto: «Inmaterial no es la palabra, porque el Espíritu es algo; de otro modo no sería nada. Es, si lo queréis, de una materia, pero de una materia de tal modo etérea que para vos es como si no existiese.» De esta manera, el Espíritu no es, como algunos lo creen, una abstracción; es un ser, pero cuya naturaleza íntima escapa a nuestros sentidos groseros.

Este Espíritu encarnado en el cuerpo constituye el alma; cuando lo deja con la muerte, no sale despojado de toda envoltura. Todos nos dicen que conservan la forma que tenían cuando estaban encarnados y, en efecto, cuando se nos aparecen, es generalmente bajo la que nosotros los conocíamos.

Observémoslos atentamente en el momento en que acaban de dejar la existencia; están en un estado de turbación; todo es confuso a su alrededor; ven a su cuerpo sano o mutilado, según su género de muerte; por otro lado, se ven y se sienten vivos; algo les dice que aquél es su cuerpo, y no comprenden que de él estén separados: el lazo que los unía todavía no está, por lo tanto, completamente desatado.

Al disiparse ese primer momento de turbación, el cuerpo se vuelve para ellos como una vieja vestimenta de la que se han despojado sin lamentos, pero continúan viéndose con su forma primitiva; ahora bien, esto no es de manera alguna un sistema: es el resultado de observaciones hechas con innumerables sensitivos. Quiérase ahora remitirse a lo que hemos relatado sobre ciertas manifestaciones producidas por el Sr. Home y por otros médiums de ese género: el aparecimiento de manos que tienen todas las propiedades de manos vivas, que tocamos, que nos aprietan y que de repente se desvanecen. ¿Qué debemos sacar en conclusión de eso? Que el alma no deja todo en el sepulcro y que lleva algo consigo.

De este modo, habría en nosotros dos especies de materia: una grosera, que constituye la envoltura exterior; la otra sutil e indestructible. La muerte es la destrucción o, mejor dicho, la disgregación de la primera, de aquella que el alma abandona; la otra se desprende y sigue al alma que, de esta manera, se encuentra siempre teniendo una envoltura; es la que nosotros llamamos periespíritu. Esta materia sutil, desatada –por así decirlo– de todas las partes del cuerpo al cual estuvo ligada durante la vida, conserva de él su impresión; ahora bien, he aquí por qué los Espíritus son vistos y por qué se nos aparecen tal cual eran cuando estaban encarnados. Pero esta materia sutil no tiene la tenacidad ni la rigidez de la materia compacta del cuerpo; es, si podemos expresarnos así, flexible y expansible; es porque la forma que toma, aunque calcada sobre la del cuerpo, no es absoluta; se ajusta a la voluntad del Espíritu que puede darle tal o cual apariencia según lo desee, mientras que la envoltura sólida le ofrece una resistencia insuperable; al desembarazarse de esta traba que lo comprimía, el periespíritu se extiende o se contrae, se transforma, en una palabra, se presta a todas las metamorfosis, según la voluntad que obre sobre él.

La observación prueba –e insistimos en la palabra observación, porque toda nuestra teoría es la consecuencia de hechos estudiados– que la materia sutil que constituye la segunda envoltura del Espíritu, solamente se desprende poco a poco y no instantáneamente del cuerpo. De esta manera, los lazos que unen el alma y el cuerpo no se rompen súbitamente por la muerte; ahora bien, el estado de turbación que hemos observado se mantiene durante todo el tiempo en que se opera el desprendimiento; el Espíritu sólo recobra la entera libertad de sus facultades y la conciencia neta de sí mismo cuando este desprendimiento está completo. La experiencia prueba, aún, que la duración de este desprendimiento varía según los individuos. En algunos se opera en tres o cuatro días, mientras que en otros no se completa sino al cabo de varios meses. De este modo, la destrucción del cuerpo, la descomposición pútrida no son suficientes para operar la separación; es por eso que ciertos Espíritus dicen: Siento que me roen los gusanos.

En algunas personas la separación comienza antes de la muerte; son aquellas que, cuando encarnadas, se elevaron por el pensamiento y la pureza de sus sentimientos por encima de las cosas materiales; la muerte no encuentra más que débiles lazos entre el alma y el cuerpo, y estos lazos se desatan casi instantáneamente. Cuanto más el hombre hubo vivido materialmente, cuanto más dejó absorber sus pensamientos en los goces y en las preocupaciones de la personalidad, más tenaces son esos lazos; parece que la materia sutil está identificada con la materia compacta y que hay entre ellas una cohesión molecular; he aquí por qué sólo se separan lenta y difícilmente.

En los primeros instantes que siguen a la muerte, cuando todavía hay unión entre el cuerpo y el periespíritu, éste conserva mucho mejor la impresión de la forma corporal, de la cual refleja –por así decirlo– todos los matices e incluso todos los accidentes. He aquí por qué un ajusticiado nos decía, pocos días después de su ejecución: Si pudierais verme, me veríais con la cabeza separada del tronco. Un hombre que había muerto asesinado nos decía: Ved la herida que me han hecho en el corazón. Él creía que nosotros podíamos verla.

Estas consideraciones nos conducirían a examinar la interesante cuestión de la sensación de los Espíritus y de sus sufrimientos; lo haremos en otro artículo, queriendo limitarnos aquí al estudio de las manifestaciones físicas.

Por lo tanto, observemos al Espíritu revestido de su envoltura semimaterial o periespíritu, teniendo la forma o apariencia que tenía cuando estaba encarnado. Incluso algunos se sirven de esta expresión para designarse; ellos dicen: Mi apariencia está en tal lugar. Evidentemente están ahí los manes de los Antiguos. La materia de esta envoltura es lo bastante sutil como para escapar a nuestra vista en su estado normal; pero no es por esto absolutamente invisible. Para comenzar, digamos que la vemos con los ojos del alma, en las visiones que se producen durante los sueños; pero no es de eso que nos vamos a ocupar. En esa materia etérea puede suceder tal modificación, que el propio Espíritu puede hacerla pasar por una especie de condensación que la vuelva perceptible a los ojos del cuerpo; esto es lo que ha tenido lugar en las apariciones vaporosas. La sutileza de esta materia le permite atravesar los cuerpos sólidos; he aquí por qué estas apariciones no encuentran obstáculos, y por qué se desvanecen frecuentemente a través de las paredes. La condensación puede llegar al punto de producir la resistencia y la tangibilidad; es el caso de las manos que se ven y se tocan; pero esta condensación (es la única palabra de que podemos servirnos para expresar nuestro pensamiento, aunque la expresión no sea perfectamente exacta), esta condensación –decíamos– o, mejor dicho, esta solidificación de la materia etérea, al no estar en su estado normal, es temporaria o accidental; he aquí por qué esas apariciones tangibles, en un momento dado, nos escapan como una sombra. Así, del mismo modo que vemos un cuerpo presentársenos en estado sólido, líquido o gaseoso, según su grado de condensación, del mismo modo la materia etérea del periespíritu puede presentársenos en estado sólido, vaporoso visible o vaporoso invisible. A continuación, veremos cómo se opera esta modificación.

Al ser tangible, la mano aparente ofrece una resistencia; ejerce una presión y deja marcas; opera una tracción en los objetos que agarramos; por lo tanto, hay en ella una fuerza. Ahora bien, estos hechos, que no son hipótesis, pueden ponernos en camino de las manifestaciones físicas.

Al principio notemos que esta mano obedece a una inteligencia, puesto que obra espontáneamente, da signos inequívocos de voluntad y obedece al pensamiento; por lo tanto, pertenece a un ser completo que no nos muestra sino esa parte de sí mismo, y lo que lo prueba es que produce impresiones con las partes invisibles, al dejar marcas con los dientes sobre la piel y al hacer sentir dolor.

Entre las diferentes manifestaciones, una de las más interesantes es indiscutiblemente la ejecución espontánea de instrumentos de música. A este efecto, los pianos y los acordeones parecen ser los instrumentos de predilección. Este fenómeno se explica de forma muy natural por lo dicho anteriormente. La mano que tiene la fuerza de agarrar un objeto puede muy bien tenerla para presionar las teclas y hacer sonar el instrumento; además, se han visto varias veces los dedos de la mano en acción, y cuando no se ve la mano se ven las teclas moverse y el fuelle abrirse y cerrarse. Esas teclas sólo pueden ser movidas por una mano invisible, la cual da prueba de inteligencia al hacer escuchar, no sonidos incoherentes, sino arias absolutamente rítmicas.

Puesto que esta mano puede clavarnos sus uñas en la carne, pellizcarnos y arrancarnos lo que está entre nuestros dedos; puesto que la vemos agarrar y llevar un objeto como lo haríamos nosotros mismos, ella también puede dar golpes, levantar y volcar una mesa, hacer sonar una campanilla, correr las cortinas e incluso dar una bofetada oculta.

Sin duda ha de preguntarse cómo esa mano puede tener la misma fuerza en el estado vaporoso invisible que en el estado tangible. ¿Y por qué no?

¿Vemos el aire que derriba los edificios, el gas que lanza un proyectil, la electricidad que transmite señales o el fluido del imán que levanta las masas? ¿Por qué la materia etérea del periespíritu sería menos poderosa? Pero no vamos a querer someterla a nuestras experiencias de laboratorio y a nuestras fórmulas algebraicas; no vamos, sobre todo, porque al tomar los gases como término de comparación, no les asignaremos propiedades idénticas ni calcularemos sus fuerzas como computamos las del vapor. Hasta el presente, ella escapa a todos nuestros instrumentos; es una nueva orden de ideas que no es de la incumbencia de las Ciencias exactas; he aquí por qué dichas Ciencias no dan una aptitud especial para apreciarlas.

Solamente damos esta teoría del movimiento de los cuerpos sólidos bajo la influencia de los Espíritus para mostrar la cuestión en todos sus aspectos y para probar que, sin salir mucho de las ideas recibidas, se puede comprender la acción de los Espíritus sobre la materia inerte; pero hay otra, de un alto alcance filosófico, dada por los propios Espíritus, y que derrama sobre esta cuestión una luz enteramente nueva; se ha de comprenderla mejor después de habérsela leído; además, es útil conocer todos los sistemas, a fin de poder comparar.

Por lo tanto, queda ahora por explicar cómo se opera esta modificación de la sustancia etérea del periespíritu; por cuál proceso el Espíritu opera y, como consecuencia, el papel de los médiums de efectos físicos en la producción de esos fenómenos; lo que sucede con ellos en esta circunstancia, la causa y la naturaleza de su facultad, etc. Es lo que haremos en un próximo artículo.

Ya habíamos escuchado hablar de ciertos fenómenos espíritas que en 1852 tuvieron una gran repercusión en la Baviera renana, en los alrededores de Spira, y sabíamos que un relato auténtico de los mismos había sido publicado en un opúsculo alemán. Después de largas investigaciones infructíferas, una dama –entre nuestros suscriptores de Alsacia–, que en esta circunstancia ha demostrado un gran interés y una perseverancia de las cuales le somos infinitamente agradecidos, finalmente consiguió encontrar ese opúsculo que ha tenido a bien hacernos llegar. Nosotros damos la traducción in extenso; sin duda, será leída con tanto más interés cuanto es, entre tantas otras, una prueba más de que hechos de este género son de todos los tiempos y de todos los países, puesto que han sucedido en una época en que apenas se comenzaba a hablar de Espíritus.

PREFACIO

Hace varios meses un acontecimiento extraño es el asunto de todas las conversaciones de nuestra ciudad y de los alrededores. Queremos referirnos al Golpeador –como se lo llama– de la casa del sastre Pierre Senger.

Hasta ahora nos abstuvimos de cualquier narración en nuestra publicación –Journal de Bergzabern (Periódico de Bergzabern)– sobre las manifestaciones que se han producido en aquella casa desde el 1° de enero de 1852; pero como las mismas han llamado la atención general, a tal punto que las autoridades creyeron un deber pedir al Dr. Bentner una explicación al respecto, y que incluso el Dr. Dupping, de Spira, se dirigió al lugar de los hechos para observarlos, no podemos postergar más tiempo en entregarlos al público.

Nuestros lectores no esperen de nosotros un juicio sobre la cuestión, en el cual estaríamos en aprietos; dejamos esa incumbencia a aquellos que, por la naturaleza de sus estudios y de su posición, son más aptos para pronunciarse, lo que además harán sin dificultad si consiguieren descubrir la causa de esos efectos. En cuanto a nosotros, nos limitaremos al simple relato de los hechos, principalmente de los que hemos sido testigo o de los que hemos obtenido de personas dignas de fe, dejando al lector que forme su opinión.

F.-A. BLANCK, Redactor del Journal de Bergzabern.
Mayo de 1852


El 1° de enero de este año (1852), la familia de Pierre Senger, de Bergzabern, oyó en su casa –y en un cuarto vecino al que comúnmente se encontraba– como un martilleo que al principio comenzaba con golpes sordos que parecían venir de lejos, y que después se volvían sucesivamente más fuertes y más marcados. Esos golpes parecían ser dados contra la pared, junto a la cual estaba ubicada la cama donde dormía su hija de once años de edad. Habitualmente el ruido se escuchaba entre las nueve y media y las diez y media. Al principio, los esposos Senger no le prestaron atención, pero como esta singularidad se repetía a cada noche, ellos pensaron que el ruido podía provenir de la casa vecina, donde un enfermo se divertía, a manera de pasatiempo, en tocar el tambor contra la pared. Luego se convencieron que ese enfermo no existía y que no podría ser la causa de ese ruido. Removieron el piso del cuarto, derrumbaron la pared, pero sin resultado. La cama fue transportada hacia el lado opuesto del cuarto; entonces sucedió una cosa asombrosa: el ruido apareció en aquel lugar, tan pronto como la niña se durmió. Estaba claro que la niña participaba en algo en la manifestación del ruido, y se supuso, después de que todas las investigaciones de la policía no hubieron descubierto nada, que ese hecho debía ser atribuido a una enfermedad de la niña o a una particularidad de su conformación. Sin embargo, hasta entonces nada ha venido a confirmar esta suposición. Es, todavía, un enigma para los médicos.

A la espera de esto, la situación continuó desarrollándose: el ruido se prolongó por más de una hora y los golpes aplicados tenían más fuerza. La niña fue cambiada de cuarto y de cama, pero el golpeador se manifestó en este nuevo cuarto, bajo la cama, en la propia cama y en la pared. Los golpes efectuados no eran idénticos; unas veces eran fuertes, otras veces débiles y aislados, y otras, en fin, se sucedían rápidamente, siguiendo el ritmo de marchas militares y de danzas.

Desde algunos días la niña ocupaba el cuarto mencionado, cuando se notó que, durante su sueño, emitía palabras breves e incoherentes. Luego las palabras se volvieron más claras y más inteligibles; parecía que la niña conversaba con otro ser, sobre el cual tenía autoridad. Entre los hechos que diariamente se producían, el autor de este opúsculo relatará uno del cual ha sido testigo: La niña estaba en su cama, acostada sobre el lado izquierdo. Ni bien se durmió, los golpes comenzaron y ella se puso a hablar de este modo: «–Tú, tú, toca una marcha». Y el golpeador tocaba una marcha que se parecía bastante a una marcha bávara. A la orden de: «¡Alto!», de la niña, el golpeador paró. Entonces, la niña dijo: «–Golpea tres, seis, nueve veces», y el golpeador ejecutó la orden. A una nueva orden de que diera 19 golpes, se escucharon 20; la niña, que continuaba dormida, dijo: «–No está bien, fueron 20 golpes», e inmediatamente 19 golpes fueron contados. Luego la niña pidió 30 golpes; se escucharon 30 golpes. «–100 golpes». Sólo se pudo contar hasta 40, ya que los golpes se sucedieron rápidamente. En el último golpe, la niña dijo: «–Está bien; ahora 110». Aquí solamente se pudo contar hasta cerca de 50. En el último golpe, la niña dijo, dormida: «–No es así, sólo fueron 106», e inmediatamente otros 4 golpes se escucharon para completar el número de 110. Luego la niña pidió: «–¡Mil!» No fueron dados sino 15 golpes. «–¡Bien, vamos!» Hubo aún 5 golpes más y el golpeador se detuvo. Entonces, los asistentes tuvieron la idea de dar ellos mismos las órdenes al golpeador, el cual las ejecutó. Se detenía cuando recibía la orden de: «¡Alto! ¡Silencio! ¡Quieto!» Después él mismo, y sin recibir orden alguna, comenzaba a golpear. En un rincón del cuarto, uno de los asistentes dijo, en voz baja, que quería pedir –sólo por el pensamiento– que golpease 6 veces. Entonces, el experimentador se ubicó delante de la cama y no dijo una sola palabra: se escucharon 6 golpes. Mientras tanto, fueron ordenados a través del pensamiento que se dieran 4 golpes: 4 golpes fueron efectuados. La misma experiencia ha sido intentada por otras personas, pero no siempre ha tenido éxito. Luego la niña extendió los miembros, sacó las cobijas y se levantó.

Cuando se le preguntó lo que había sucedido, respondió que había visto a un hombre grande y de mal aspecto que permanecía delante de su cama y le apretaba las rodillas. Agregó que sentía en las rodillas un dolor cuando este hombre golpeaba. La niña se durmió nuevamente y las mismas manifestaciones se repitieron hasta el momento en que el reloj del cuarto dio las once horas. De repente el golpeador se calló, la niña entró en un sueño tranquilo –que se reconoció por la regularidad de su respiración– y en esa noche nada más se escuchó. Hemos notado que, bajo la orden que recibía, el golpeador ejecutaba marchas militares. Varias personas afirman que cuando se le pedía una marcha rusa, austríaca o francesa, la misma era ejecutada con mucha exactitud.


El 25 de febrero, la niña dijo dormida: «–Tú no quieres golpear más ahora, quieres raspar; ¡está bien! Yo quiero ver cómo lo harás». Y, en efecto, al día siguiente, el 26, en lugar de golpes se escucharon raspaduras que parecían venir de la cama y que se han manifestado hasta este día. Los golpes se mezclaron con las raspaduras, tanto alternada como simultáneamente, de tal manera que, en las arias de marcha o de danza, las raspaduras hacían la primera parte y los golpes la segunda. Según lo pedido, la hora del día y la edad de las personas presentes eran indicadas por raspaduras o por golpes secos. Con respecto a la edad de las personas, algunas veces había errores; pero eran rectificados en la 2ª o en la 3ª vez, cuando se le decía que el número de golpes efectuados no era exacto. Otras veces, en lugar de responder a la edad preguntada, el golpeador ejecutaba una marcha.

Durante el sueño, el lenguaje de la niña se volvió a cada día más perfecto. Lo que al principio eran solamente palabras simples u órdenes muy breves al golpeador, después se transformó en una conversación mantenida con sus parientes. De este modo, un día conversó con su hermana mayor sobre temas religiosos y en un tono de exhortación e instrucción, diciéndole que ella debería ir a misa, hacer sus oraciones todos los días y mostrar su sumisión y obediencia a su padre y a su madre. A la noche retomó los mismos temas de conversación; en sus enseñanzas nada había de teológico, sino solamente algunas nociones que se aprenden en la escuela.

Antes de sus conversaciones se escuchaban, por lo menos durante una hora, golpes y raspaduras, no sólo durante el sueño de la niña, sino también cuando ésta se encontraba en estado de vigilia. Nosotros la hemos visto comer y beber mientras los golpes y las raspaduras se manifestaban, y también la hemos visto –en estado de vigilia– dar al golpeador órdenes que fueron todas ejecutadas.


El sábado 6 de marzo, a la noche, habiendo la niña de día –y totalmente despierta– predicho a su padre que el golpeador aparecería a las nueve horas, varias personas se reunieron en la casa del Sr. Senger. A las nueve horas en punto, cuatro golpes tan violentos fueron dados contra la pared que los asistentes se asustaron. Inmediatamente, y por primera vez, los golpes fueron dados en la madera de la cama y exteriormente; todo el lecho se sacudió. Esos golpes se manifestaron por todos los lados de la cama, tanto en un lugar como en otro. Los golpes y las raspaduras se alternaron en el lecho. A la orden de la niña y de las personas presentes, los golpes se hicieron escuchar ya sea en el interior de la cama, como en el exterior. De repente el lecho se levantó en sentidos diferentes, mientras que los golpes eran aplicados con fuerza. Más de cinco personas intentaron, en vano, bajar la cama; entonces, habiendo desistido de hacerlo, el lecho aún se balanceó algunos instantes y después retomó su posición natural. Este hecho ya había tenido lugar una vez, antes de esta manifestación pública.

También todas las noches la niña hacía una especie de discurso. De esto vamos a hablar muy sucintamente.

Ante todo es preciso remarcar que la niña, luego que bajaba la cabeza, se dormía, y los golpes y las raspaduras comenzaban. Con los golpes, la niña gemía, agitaba sus piernas y parecía sentirse mal. No sucedía lo mismo con las raspaduras. Cuando llegaba el momento de hablar, la niña se acostaba y su rostro se volvía pálido, así como sus manos y sus brazos. Hacía señales con la mano derecha y decía: «–¡Vamos! Ven delante de mi cama y junta tus manos: voy a hablarte del Salvador del mundo». Entonces, los golpes y las raspaduras cesaban y todos los asistentes escuchaban con una respetuosa atención el discurso de la niña adormecida.

Ella hablaba despacio, muy inteligiblemente y en puro alemán, lo que sorprendía tanto más cuanto menos avanzada era la niña en comparación con sus compañeros de clase, lo que sobre todo provenía de una afección a la vista que le impedía estudiar. Sus conversaciones versaban sobre la vida y las acciones de Jesús desde los doce años, de su presencia en el templo con los escribas, de sus beneficios hacia la Humanidad y de sus milagros; luego ella se extendía en el relato de sus sufrimientos, y censuraba severamente a los judíos por haber crucificado a Jesús, a pesar de sus numerosas bondades y bendiciones. Al terminar, la niña dirigía a Dios una fervorosa oración «por concederle la gracia de soportar con resignación los sufrimientos que le había enviado, ya que había sido elegida para entrar en comunicación con el Espíritu». Pedía a Dios para no dejarla morir todavía, ya que era sólo una niña y que no quería descender a la tumba oscura. Terminados sus discursos, recitaba con una voz solemne el Paternóster, después del cual decía: «Ahora puedes venir», e inmediatamente los golpes y las raspaduras volvían a comenzar. También habló dos veces al Espíritu y, a cada vez, el Espíritu golpeador se detenía. Aún decía algunas palabras y después: «Ahora puedes irte en el nombre de Dios». Y se despertaba.

Durante esos discursos los ojos de la niña permanecían bien cerrados, pero sus labios se movían; las personas que estaban más próximas pudieron notar este movimiento. La voz era pura y armoniosa.

Al despertarse, le preguntaron lo que había visto y lo que había sucedido. Ella respondió: «–¿Dónde se encuentra el hombre que vino a verme? –Cerca de mi cama, con otras personas. –¿Has visto a otras personas? –He visto a las que estaban cerca de mi cama.»


Fácilmente se comprenderá que semejantes manifestaciones encontraron muchos incrédulos, y se supuso que toda esta historia no era más que una mistificación; pero el padre no era capaz de una prestidigitación, sobre todo de una prestidigitación que habría exigido toda la destreza de un prestidigitador de profesión; él goza de la reputación de un hombre cabal y honesto.

Para responder a esas sospechas y hacerlas cesar, la niña fue trasladada a otra casa. Apenas hubo ahí llegado, los golpes y las raspaduras se hicieron escuchar. Además, algunos días antes, la niña había ido con su madre a un pequeño pueblo llamado Capelle, a media legua de allí, a la casa de la viuda Klein; al llegar, ella dijo que estaba fatigada; la acostaron en un canapé e inmediatamente el mismo fenómeno tuvo lugar. Varios testigos pueden afirmar el hecho. Aunque la niña parecía saludable, no obstante debía estar afectada por una enfermedad que si no quedase probada por las manifestaciones anteriormente relatadas, al menos lo sería por los movimientos involuntarios de los músculos y de los sobresaltos nerviosos. Para terminar, haremos notar que hace algunas semanas la niña ha sido llevada a la casa del Dr. Bentner, donde debería permanecer para que este erudito pudiese estudiar más de cerca los fenómenos en cuestión. Desde entonces, todo ruido ha cesado en la casa de los Senger y se ha producido en la del Dr. Bentner.

Tales son, en toda su autenticidad, los hechos que han sucedido. Nosotros los entregamos al público sin emitir juicio alguno. Que los hombres estudiosos del tema puedan darnos pronto una explicación satisfactoria.


BLANCK

La explicación solicitada por el narrador que acabamos de citar es fácil de dar; no hay sino una, y sólo la Doctrina Espírita puede proporcionarla. Estos fenómenos no tienen nada de extraordinario para quien esté familiarizado con aquellos a que nos han habituado los Espíritus. Se sabe qué papel ciertas personas hacen jugar a la imaginación; sin duda, si la niña solamente hubiese tenido visiones, los partidarios de la alucinación estarían en condiciones favorables; pero aquí había efectos físicos de una naturaleza inequívoca que han tenido un gran número de testigos, y sería preciso suponer que todos eran alucinados al punto de creer que escuchaban lo que no escuchaban, y que veían moverse muebles inmóviles; ahora bien, habría allí un fenómeno aún más extraordinario. A los incrédulos sólo les queda un recurso: el de negar; es más fácil, y así se evita razonar.

Al examinar la cuestión desde el punto de vista espírita, es evidente que el Espíritu que se ha manifestado era inferior al de la niña, puesto que le obedecía; incluso estaba subordinado a los asistentes, puesto que ellos también le daban órdenes. Si no supiésemos por la Doctrina que los Espíritus llamados golpeadores están en lo bajo de la escala, lo que sucedió sería una prueba. En efecto, no se concebiría que un Espíritu elevado, como tampoco nuestros sabios y nuestros filósofos, viniera a divertirse al tocar marchas y valses o, en una palabra, a representar el papel de juglar, ni a someterse a los caprichos de los seres humanos. Él se presenta con los rasgos de un hombre de mal aspecto, circunstancia que no hace más que corroborar esta opinión; en general, la moral se refleja en la envoltura. Por lo tanto, para nosotros queda comprobado que el golpeador de Bergzabern es un Espíritu inferior, de la clase de los Espíritus ligeros, que se ha manifestado como tantos otros lo han hecho y lo hacen todos los días.

Ahora, ¿con qué objetivo ha venido? La noticia no dice que haya sido llamado; hoy, que se está más experimentado en estas cosas, no se dejaría venir a un visitante tan extraño sin informarse lo que quiere. Por lo tanto, no podemos sino establecer una conjetura. Es cierto que él no ha hecho nada que develase maldad o mala intención; la niña no ha sufrido ninguna perturbación, ni física ni moral; sólo los hombres habrían podido perturbar su moral al impresionar su imaginación con cuentos ridículos, y ella es feliz de que no lo hayan hecho. Por muy inferior que fuese, este Espíritu no era, pues, ni malo ni malévolo; era simplemente uno de esos Espíritus tan numerosos de los cuales estamos rodeados sin cesar, sin nosotros saberlo. Pudo haber obrado en esta circunstancia por un simple efecto de su capricho, como también pudo hacerlo por instigación de Espíritus elevados, con la finalidad de despertar la atención de los hombres y convencerlos de la realidad de un poder superior, fuera del mundo corporal.

En cuanto a la niña, es cierto que era una de esas médiums de efectos físicos, dotadas –sin saberlo– de esta facultad, y que son para los otros médiums lo que los sonámbulos naturales son para los sonámbulos magnéticos. Esta facultad, dirigida con prudencia por un hombre experimentado en esta nueva ciencia, hubiera podido producir cosas más extraordinarias todavía y de naturaleza a derramar una nueva luz sobre estos fenómenos, que sólo son maravillosos porque no se los comprende.

(19 y 26 de enero de 1858)

I

Un soberbio poseía algunos acres de buena tierra; estaba envanecido con las pesadas espigas que cubrían su campo, y sólo tenía una mirada de desdén para con el campo estéril del humilde. Éste se levantaba con el canto del gallo y pasaba todo el día curvado sobre el suelo ingrato; recogía pacientemente las piedras y las arrojaba al borde del camino; removía profundamente la tierra y extirpaba penosamente las zarzas que la cubrían. Ahora bien, su sudor fecundó el campo, que se convirtió en un puro trigal.

Entretanto, la cizaña crecía en el campo del soberbio y sofocaba al trigo, mientras que el dueño se vanagloriaba de su fecundidad y miraba con ojos de piedad los esfuerzos silenciosos del humilde.

En verdad os digo que el orgullo es semejante a la cizaña que sofoca al buen grano. Aquel de vosotros que se crea más que su hermano y que se vanaglorie de sí mismo es insensato; pero es sabio el que trabaja en sí mismo como el humilde en su campo, sin envanecerse de su obra.


II

Había un hombre rico y poderoso que tenía el favor del príncipe; vivía en el palacio, y numerosos sirvientes se apresuraban en sus pasos para satisfacer sus deseos.

Un día en que su jauría asechaba a un ciervo en las profundidades de un bosque, percibió a un pobre leñador que caminaba penosamente bajo el peso de un haz de leña; lo llamó y le dijo:

–¡Vil esclavo! ¿Por qué caminas sin inclinarte ante mí? Soy igual a tu señor: mi voz decide en los consejos de paz o de guerra, y los grandes del reino se curvan ante mí. Debes saber que soy sabio entre los sabios, poderoso entre los poderosos, grande entre los grandes, y mi rango es obra de mis manos.

–¡Señor! –respondió el pobre hombre–, tuve recelo que mi humilde saludo fuese una ofensa para vos. Soy pobre y el único bien que tengo son mis brazos, pero no deseo vuestras engañosas grandezas. Duermo mi propio sueño, y no temo como vos que el placer del señor me haga caer en mi oscuridad.

Ahora bien, el príncipe se cansó del orgullo del soberbio; los grandes humillados se irguieron sobre él, y fue precipitado de lo alto de su poder, como la hoja seca que el viento barre de la cima de una montaña; pero el humilde continuó pacíficamente su rudo trabajo, sin acongojarse por el día de mañana.


III

¡Soberbio, humíllate, porque la mano del Señor doblegará tu orgullo hasta el polvo!

¡Escucha! Has nacido donde el destino te ha colocado; has salido débil y desnudo del seno de tu madre, como el último de los hombres. Entonces, ¿por qué levantas tu frente más alto que la de tus semejantes, tú, que has nacido como ellos para el dolor y para la muerte?

¡Escucha! Tus riquezas y grandezas –vanidades de la nada– escaparán de tus manos cuando llegue el gran día, como las aguas impetuosas del torrente que el sol seca. No llevarás de tu riqueza sino las tablas del ataúd, y los títulos grabados en tu lápida sepulcral serán palabras sin sentido.

¡Escucha! El perro del sepulturero jugará con tus huesos, que serán mezclados con los del mendigo, y tu polvo se confundirá con el suyo, porque un día ambos seréis polvo. Entonces maldecirás los dones que has recibido, viendo al mendigo revestirse de su gloria, y llorarás tu orgullo.

Humíllate, soberbio, porque la mano del Señor doblegará tu orgullo hasta el polvo.

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–San Luis, ¿por qué nos hablas por parábolas? –Resp. El Espíritu humano ama el misterio; la lección se graba mejor en el corazón cuando se la ha buscado.

–Parecería que hoy la instrucción nos debe ser dada de una manera más directa, y sin que haya necesidad de alegoría. –Resp. La encontraréis en el desarrollo. Deseo ser leído, y la moral tiene necesidad de estar disfrazada bajo el atractivo del placer.

1. De dos hombres ricos, uno ha nacido en la opulencia y nunca hubo conocido la necesidad; el otro debe su fortuna a su trabajo; ambos la emplean exclusivamente para su satisfacción personal; ¿cuál de los dos es el más culpable? –Resp. El que ha conocido el sufrimiento: él sabe lo que es sufrir.


2. El que acumula sin cesar y sin hacer bien a nadie, ¿encuentra una excusa admisible en el pensamiento de que él amontona para dejar más a sus hijos? –Resp. Es un compromiso con la mala conciencia.


3. De dos avaros, el primero se rehúsa a lo necesario y muere de necesidad sobre su tesoro; el segundo sólo es avaro para los otros: es pródigo para sí mismo; mientras que se rehúsa al más leve sacrificio para ayudar o hacer una cosa útil, nada le cuesta para satisfacer sus goces personales y sus múltiples caprichos. Si le piden un servicio, está siempre incomodado. ¿Cuál es el más culpable y cuál tendrá el peor lugar en el mundo de los Espíritus? –Resp. El que ha gozado; el otro ya ha encontrado su punición.


4. Aquel que, cuando encarnado, no ha hecho un empleo útil de su fortuna, ¿encuentra un alivio haciendo el bien después de la muerte, por la destinación que le da? –Resp. No; el bien vale lo que cuesta.

Hemos extraído el siguiente pasaje de la carta de uno de nuestros suscriptores.

«... Hace algunos años he perdido una esposa buena y virtuosa y, a pesar de los seis hijos que me ha dejado, me encontraba en un aislamiento completo, cuando escuché hablar de las manifestaciones espíritas. Poco después yo estaba en medio de un pequeño Círculo de buenos amigos que todas las noches se ocupaban de este objeto. Entonces, en las comunicaciones que hemos obtenido, he aprendido que la verdadera vida no está en la Tierra, sino en el mundo de los Espíritus; que mi Clémence se encontraba allí feliz y que, como los otros, trabajaba para la felicidad de aquellos que había conocido en este mundo. Ahora bien, he aquí el punto sobre el cual deseo ardientemente ser esclarecido por vos.

«Le he dicho una noche a mi Clémence: Mi querida amiga, a pesar de todo nuestro amor, ¿por qué sucedía de no siempre ver las cosas de la misma manera en las diferentes circunstancias de nuestra vida en común, y por qué éramos frecuentemente forzados a hacernos mutuas concesiones para vivir en buena armonía?

«Ella me ha respondido esto: Amigo mío, nosotros éramos personas buenas y honestas; hemos vivido juntos y podemos decir que de la mejor manera posible en esta Tierra de pruebas; pero no éramos nuestras mitades eternas. Estas uniones son raras en la Tierra; aunque puedan ser encontradas, son un gran favor de Dios; los que tienen esa felicidad sienten alegrías que te son desconocidas.

«¿Puedes decirme –le repliqué– si ves a tu mitad eterna? –Sí, dijo ella; es un pobre diablo que vive en Asia; él no podrá unirse a mí sino hasta dentro de años (según vuestra manera de contar). – ¿Estaréis unidos en la Tierra o en otro mundo? –En la Tierra. Pero escucha: yo no puedo describirte bien la felicidad de los seres así unidos; voy a pedir a Eloísa y a Abelardo que consientan en informarte.

«–Entonces, señor, estos seres dichosos vinieron a hablarnos de esa felicidad indescriptible. “Por nuestra voluntad –dijeron–, dos no hacen sino uno; viajamos en los espacios; disfrutamos de todo; nos amamos con un amor sin fin, por encima del cual sólo existe el amor de Dios y de los seres perfectos. Vuestras mayores alegrías no valen una sola de nuestras miradas, ni uno sólo de nuestros abrazos”.

«El pensamiento de las mitades eternas me regocija. Parece que Dios, al crear la Humanidad, la hizo doble, y les ha dicho, al separar las dos mitades de una misma alma: Id por los mundos y buscad las encarnaciones. Si hiciereis el bien, el viaje será corto y os permitiré uniros; si fuere de otro modo, pasarán siglos antes que podáis disfrutar de esta felicidad. Tal es –me parece– la causa principal del movimiento instintivo que lleva a la Humanidad a buscar la felicidad, la cual uno no comprende y no se da el tiempo de comprender.

«Señor, deseo fervientemente ser esclarecido sobre esta teoría de las mitades eternas y me sentiré feliz en encontrar una explicación al respecto en uno de vuestros próximos números...»

Al ser interrogados sobre este punto, Abelardo y Eloísa nos han dado las siguientes respuestas:

Preg. ¿Han sido las almas creadas dobles? –

Resp. Si hubieran sido creadas dobles, las simples serían imperfectas.

Preg. ¿Es posible que dos almas puedan unirse en la eternidad y formar un todo? –

Resp. No.

Preg. Tú y Eloísa ¿formabais, desde el origen, dos almas bien distintas? –Resp. Sí.

Preg. ¿Formáis todavía, en este momento, dos almas distintas? –

Resp. Sí, pero siempre unidas.

Preg. ¿Se encuentran todos los hombres en las mismas condiciones? –

Resp. Según sean más o menos perfectos.

Preg. ¿Están destinadas todas las almas a reunirse un día con otra alma? –

Resp. Cada Espíritu tiene la tendencia a buscar un otro Espíritu que le sea semejante; tú llamas a esto de simpatía.

Preg. ¿Hay en esta unión una condición de sexo? –

Resp. Los Espíritus no tienen sexo. Tanto para complacer el deseo de nuestro suscriptor como para nuestra propia instrucción, hemos dirigido las siguientes preguntas al Espíritu san Luis:

1. Las almas que deben reunirse, ¿están predestinadas a esta unión desde su origen, y cada uno de nosotros tiene en alguna parte del Universo su mitad, a la cual un día estará fatalmente unido? –Resp. No. No existe una unión particular y fatal entre dos almas. La unión existe entre todos los Espíritus, pero en grados diferentes, según el rango que ocupen, es decir, según la perfección que han adquirido: cuanto más perfectos, más unidos. De la discordia nacen todos los males humanos; de la concordia resulta la felicidad completa.

2. ¿En qué sentido se debe entender la palabra mitad, de la cual ciertos Espíritus se sirven a menudo para designar a los Espíritus simpáticos? –Resp. La expresión es inexacta; si un Espíritu fuera la mitad del otro, separado de éste, sería incompleto.

3. Dos Espíritus perfectamente simpáticos, una vez reunidos ¿lo son para la eternidad, o pueden separarse y unirse a otros Espíritus? –Resp. Todos los Espíritus están unidos entre sí; hablo de aquellos que han llegado a la perfección. En las esferas inferiores, cuando un Espíritu se eleva, no es más simpático con aquellos que ha dejado.

4. Dos Espíritus simpáticos, ¿son el complemento uno del otro, o esta simpatía es el resultado de una perfecta identidad? –Resp. La simpatía que atrae un Espíritu al otro es el resultado de la perfecta concordancia de sus tendencias, de sus instintos; si uno tuviera que completar al otro, perdería su individualidad.

5. La identidad necesaria para la simpatía perfecta, ¿no consiste en la similitud de pensamientos y de sentimientos, o bien en la uniformidad de los conocimientos adquiridos? –Resp. En la igualdad de los grados de elevación.

6. Los Espíritus que no son simpáticos hoy, ¿pueden serlo más adelante? –Resp. Sí, todos lo serán. De esta manera, el Espíritu que hoy se encuentra en una esfera inferior, al perfeccionarse llegará a la esfera donde reside el otro. Su reencuentro tendrá lugar más prontamente si el Espíritu más elevado, al soportar mal las pruebas a que se ha sometido, permanece en el mismo estado.

7. Dos Espíritus simpáticos ¿pueden dejar de serlo? –Resp. Ciertamente, si uno fuere perezoso. Estas respuestas resuelven perfectamente la cuestión. La teoría de las mitades eternas es una figura que describe la unión de dos Espíritus simpáticos; inclusive es una expresión usada en el lenguaje común, al hablar de dos esposos, y que no es necesario tomar al pie de la letra; los Espíritus que se han servido de la misma, seguramente no pertenecen al orden más elevado; la esfera de sus ideas es necesariamente limitada y han expresado su pensamiento con los términos que habrían usado durante su existencia corporal. Por lo tanto, es preciso rechazar esta idea de que dos Espíritus creados el uno para el otro deban fatalmente un día unirse en la eternidad, después de haber estado separados durante un lapso de tiempo más o menos largo.

Uno de nuestros suscriptores nos comunica las dos conversaciones siguientes que han tenido lugar con el Espíritu Mozart. Nosotros no sabemos ni dónde ni cuándo esas conversaciones se han realizado; no conocemos ni a los interrogadores ni al médium; por lo tanto, somos completamente ajenos a los mismos. A pesar de esto, se ha de notar la perfecta concordancia que existe entre las respuestas obtenidas y las que han sido dadas por otros Espíritus sobre diversos puntos capitales de la Doctrina en circunstancias totalmente diferentes, ya sea a nosotros o a otras personas, y que las hemos narrado en nuestros números anteriores y en El Libro de los Espíritus. Sobre esta similitud llamamos toda la atención de nuestros lectores, que han de sacar la conclusión que juzguen oportuna. Por lo tanto, aquellos que piensen que las respuestas a nuestras preguntas puedan ser el reflejo de nuestra opinión personal, verán de ese modo si, en esta ocasión, hemos podido ejercer alguna influencia. 144 Felicitamos a las personas que han tenido esas conversaciones por la manera conque han realizado las preguntas. A pesar de ciertas fallas que revelan la inexperiencia de los interlocutores, en general son formuladas con orden, claridad y precisión, sin apartarse en absoluto de la línea seria: ésta es una condición esencial para obtener buenas comunicaciones. Los Espíritus elevados se dirigen a las personas serias que quieren esclarecerse de buena fe; los Espíritus ligeros se divierten con las personas frívolas.

PRIMERA CONVERSACIÓN


1. En el nombre de Dios, Espíritu Mozart, ¿estás aquí? –Resp. Sí.

2. ¿Por qué es Mozart y no otro Espíritu? –Resp. Ha sido a mí a quien habéis evocado: entonces he venido.

3. ¿Qué es un médium? –Resp. El agente que une mi Espíritu al tuyo.

4. ¿Cuáles son las modificaciones, tanto fisiológicas como anímicas, que experimenta sin saber el médium al entrar en acción intermediaria? –Resp. Su cuerpo no siente nada, pero su Espíritu, desprendido parcialmente de la materia, está en comunicación con el mío y me une a vosotros.

5. ¿Qué sucede con él en ese momento? –Resp. Nada con el cuerpo; pero una parte de su Espíritu es atraída hacia mí; yo hago mover su mano por el poder que mi Espíritu ejerce sobre él.

6. ¿Entonces es de esta manera que el individuo médium entra en comunicación con una individualidad espiritual diferente de la suya? –Resp. Ciertamente; tú también, sin ser médium, estás en relación conmigo.

7. ¿Cuáles son los elementos que convergen en la producción de este fenómeno? –Resp. La atracción de los Espíritus para instruir a los hombres y las leyes de electricidad física.

8. ¿Cuáles son las condiciones indispensables? –Resp. Una facultad concedida por Dios.

9. ¿Cuál es el principio determinante? –Resp. No puedo decirlo.

10. ¿Podrías revelarnos sus leyes? –Resp. No, no en el presente; más tarde sabréis todo.

11. ¿En qué términos positivos podrías enunciarnos la fórmula sintética de este fenómeno maravilloso? –Resp. Leyes desconocidas que no podrían ser comprendidas por vosotros.

12. ¿Podría el médium ponerse en relación con el alma de una persona viva, y en qué condiciones? –Resp. Fácilmente, si la persona viva duerme.X

13. ¿Qué entiendes por la palabra alma? –Resp. La chispa divina.

14. ¿Y por Espíritu? –Resp. El Espíritu y el alma son una misma cosa.

15. Como Espíritu inmortal, ¿tiene el alma conciencia del acto de la muerte y conciencia de sí misma, o del yo, inmediatamente después de la muerte? –Resp. El alma no sabe nada del pasado y sólo conoce el futuro después de la muerte del cuerpo; entonces, ella ve su existencia pasada y sus últimas pruebas; elige su nueva expiación para una nueva existencia, y la prueba que va a pasar; es por eso que no debe quejarse de lo que sufre en la Tierra, debiendo así soportarlo con coraje.

16. Después de la muerte, ¿se encuentra el alma desligada de todo elemento y de todo lazo terrestre? –Resp. De todo elemento, no; ella tiene todavía un fluido que le es propio, que extrae de la atmósfera de su planeta y que representa la apariencia de su última encarnación; los lazos terrestres no son nada más para ella. X Si una persona viva es evocada en el estado de vigilia, ella puede adormecerse en el momento de la evocación o al menos sentir un entorpecimiento y una suspensión de las facultades sensitivas; pero, muy frecuentemente, la evocación no produce efecto, sobre todo si no es hecha con una intención seria y benevolente. [Nota de Allan Kardec.]

17. ¿Sabe ella de dónde viene y hacia dónde va? –Resp. La respuesta decimoquinta contesta a esto.

18. ¿No lleva nada consigo de este mundo? –Resp. Lleva el recuerdo de sus buenas acciones, el pesar de sus faltas y el deseo de ir hacia un mundo mejor.

19. ¿Abarca el alma de un vistazo retrospectivo el conjunto de su vida pasada? –Resp. Sí, para servir a su vida futura.

20. ¿Vislumbra ella el objetivo de la vida terrestre, su significado y el sentido de esta vida, así como la importancia del curso que le proporcionamos, con respecto a la vida futura? –Resp. Sí; ella comprende la necesidad de depuración para llegar al infinito; quiere purificarse para alcanzar los mundos bienaventurados. ¡Soy feliz, pero aún no estoy en los mundos donde se disfruta la visión de Dios!

21. ¿Existe en la vida futura una jerarquía de los Espíritus, y cuál es su ley? –Resp. Sí: es el grado de depuración que la caracteriza; la bondad, las virtudes son los títulos de gloria.

22. Como fuerza progresiva, ¿es la inteligencia que le determina la marcha ascendente? –Resp. Sobre todo las virtudes: el amor al prójimo por encima de todo.

23. Una jerarquía de los Espíritus haría suponer una jerarquía de residencias; ¿existe esta última, y bajo qué forma? –Resp. La inteligencia –don de Dios– es siempre la recompensa de las virtudes: caridad, amor al prójimo. Los Espíritus habitan diferentes planetas según su grado de perfección: en ellos gozan de más o menos felicidad.

24. ¿Qué es preciso entender por Espíritus superiores? –Resp. Los Espíritus purificados.

25. ¿Es nuestro globo terrestre el primero de esos grados, el punto de partida, o venimos de más abajo? –Resp. Hay dos globos antes del vuestro, que es uno de los menos perfectos.

26. ¿Cuál es el mundo que habitas? ¿Eres feliz allí? –Resp. Júpiter. Disfruto allí de una gran calma; amo a todos los que me rodean; no tenemos odio.

27. Si te acuerdas de la vida terrestre, debes recordarte de los esposos A..., de Viena; ¿los has vuelto a ver a ambos después de tu muerte? ¿En qué mundo y en qué condiciones? –Resp. No sé dónde ellos están; no puedo decírtelo. Uno es más feliz que el otro. ¿Por qué me hablas de ellos?

28. Por una única palabra indicativa de un hecho capital de tu vida, y que no puedes haber olvidado, puedes aportarme una prueba cierta de ese recuerdo. Te ruego que digas esta palabra. –Resp. Amor; reconocimiento.

SEGUNDA CONVERSACIÓN

El interlocutor ya no es el mismo. Por la naturaleza de la conversación juzgamos que se trata de un músico, feliz por conversar con un maestro. Después de diversas preguntas que creemos inútil relatar, Mozart dijo:

1. Finalizad con las preguntas de G...: hablaré contigo; te diré lo que nosotros entendemos por melodía en nuestro mundo. ¿Por qué no me has evocado antes? Yo te habría respondido.

2. ¿Qué es la melodía? –Resp. Para ti es a menudo un recuerdo de la existencia pasada; tu Espíritu se recuerda de lo que ha vislumbrado en un mundo mejor. En el planeta donde estoy – Júpiter–, la melodía está por todas partes, en el susurro de las aguas, en el murmullo de las hojas, en el canto del viento; las flores murmuran y cantan; todo emite sonidos melodiosos. Sé bueno; alcanza ese planeta por tus virtudes; has elegido bien al cantar a Dios: la música religiosa ayuda a la elevación del alma. ¡Cómo quisiera poder inspiraros el deseo de ver ese mundo donde somos tan felices! Es pleno de caridad; ¡todo allá es bello! ¡La naturaleza es tan admirable! Todo os inspira el deseo de estar con Dios. ¡Coraje! ¡Coraje! Creed en mi comunicación espírita: soy realmente yo quien está aquí; me regocijo de poder deciros lo que sentimos. ¡Que yo pueda inspiraros bastante el amor al bien para volveros dignos de esta recompensa, que no es nada comparada con otras a las cuales anhelo!

3. ¿Es nuestra música la misma que en otros planetas? –Resp. No; ninguna música puede daros una idea de la música que tenemos allí; ¡es divina! ¡Oh, felicidad! Busca merecer el gozo de semejantes armonías: ¡lucha, coraje! Nosotros no tenemos instrumentos; son las plantas y los pájaros que son los coristas; el pensamiento compone y los oyentes disfrutan sin audición material, sin la ayuda de la palabra y esto a una distancia inconmensurable. En los mundos superiores es todavía más sublime.

4. ¿Cuál es la duración de la vida de un Espíritu encarnado en otro planeta? –Resp. Corta en los planetas inferiores; más larga en los mundos como el que tengo la felicidad de estar; por término medio, en Júpiter, de trescientos a quinientos años.

5. ¿Hay una gran ventaja en volver a habitar en la Tierra? –Resp. No, a menos que sea en misión; entonces, uno adelanta.

6. ¿No seríamos más felices si permaneciéramos como Espíritu? – Resp. ¡No, no! Quedaríamos estacionarios; pedimos reencarnar para avanzar hacia Dios.

7. ¿Es la primera vez que yo estoy en la Tierra? –Resp. No; pero no puedo hablarte del pasado de tu Espíritu.

8. ¿Podría yo verte en sueño? –Resp. Si Dios lo permite, te haré ver mi vivienda, en sueño, y la recordarás.

9. ¿Dónde estás aquí? –Resp. Entre ti y tu hija; yo os veo; estoy bajo la forma que tenía cuando estaba en la Tierra.

10. ¿Podría verte? –Resp. Sí; cree y verás. Si tuvieseis una fe mayor nos sería permitido deciros el porqué; tu propia profesión es un lazo entre nosotros.

11. ¿Cómo has entrado aquí? –Resp. El Espíritu lo atraviesa todo.

12. ¿Estás aún muy lejos de Dios? –Resp. ¡Oh, sí!

13. ¿Comprendes mejor que nosotros qué es la eternidad? –Resp. Sí, sí, vosotros no la podéis comprender estando en el cuerpo.

14. ¿Qué entiendes por Universo? ¿Ha tenido un comienzo y tendrá un fin? –Resp. Según vosotros, ¡el Universo es vuestra Tierra! ¡Insensatos! El Universo no tuvo comienzo y no tendrá fin; pensad que es la obra de Dios; el Universo es el infinito.

15. ¿Qué debo hacer para tranquilizarme? –Resp. No te inquietes tanto con tu cuerpo; tienes el Espíritu perturbado; resiste a esta tendencia.

16. ¿Qué es esa perturbación? –Resp. Tienes miedo a la muerte.

17. ¿Qué hacer para no tener miedo? –Resp. Creer en Dios; sobre todo, cree que Dios no arrebata a un padre útil de su familia.

18. ¿Cómo llegar a esa tranquilidad? –Resp. Queriendo.

19. ¿Dónde encontrar esta voluntad? –Resp. Distrae tu pensamiento de eso por el trabajo.

20. ¿Qué debo hacer para depurar mi talento? –Resp. Puedes evocarme; he obtenido el permiso para inspirarte.

21. ¿Será cuando trabaje? –Resp. ¡Ciertamente! Cuando quieras trabajar, algunas veces estaré a tu lado.

22. ¿Escucharás mi obra? (Una obra musical del interrogador) – Resp. Eres el primer músico que me evoca; vengo a ti con placer y escucho tus obras.

23. ¿Cómo se explica que no hayas sido evocado? –Resp. He sido evocado, pero no por músicos.

24. ¿Por quién? –Resp. Por varias señoras y aficionados de Marsella.

25. ¿Por qué el Ave ... me conmueve hasta las lágrimas? –Resp. Tu Espíritu se desprende y se une al mío y al de Pergolesi, que me ha inspirado esta obra; pero ya me he olvidado de ese fragmento musical.

26. ¿Cómo has podido olvidar la música compuesta por ti? –Resp. ¡La que existe aquí es tan bella! ¿Cómo recordar aquello que era todo materia?

27. ¿Has visto a mi madre? –Resp. Ella está reencarnada en la Tierra.

28. ¿En qué cuerpo? –Resp. No puedo decirte nada al respecto.

29. ¿Y a mi padre? –Resp. Está errante para ayudar en el bien; hará progresar a tu madre; estarán reencarnados juntos y serán felices.

30. ¿Viene a verme? –Resp. Frecuentemente; tú le debes gestos caritativos.

31. ¿Ha sido mi madre quien ha pedido reencarnarse? –Resp. Sí; ella tenía un gran deseo de elevarse por una nueva prueba y entrar en un mundo superior a la Tierra; ella ya ha dado un paso inmenso.

32. ¿Qué quieres decir con eso? –Resp. Ella ha resistido a todas las tentaciones; su existencia en la Tierra ha sido sublime en comparación con su pasado, que era el de un Espíritu inferior; por eso es que ha subido varios peldaños.

33. ¿Entonces ella había elegido una prueba por encima de sus fuerzas? –Resp. Sí, así es.

34. Cuando sueño que la veo, ¿es realmente ella a quien veo? – Resp. Sí, sí.

35. Si hubiese evocado a Bichat en el día de la inauguración de su estatua, ¿habría él respondido? ¿Estaba allá? –Resp. Él estaba allá, y yo también.

36. ¿Por qué tú estabas allá? –Resp. Estaba allá como varios otros Espíritus que gozan el bien y que son felices en ver que glorificáis a aquellos que se ocupan de la Humanidad sufrida.

37. Gracias, Mozart; adiós. –Resp. Creed, creed que estoy aquí... Soy feliz... Creed que hay mundos por encima del vuestro... Creed en Dios... Evocadme más frecuentemente y en compañía de músicos; estaré feliz en instruiros, en contribuir para vuestro adelanto y en ayudar a elevaros hacia Dios. Evocadme; adiós.

Uno de nuestros suscriptores de La Haya (Holanda), nos comunica el siguiente hecho que sucedió en un Círculo de amigos que se ocupaba de manifestaciones espíritas. Esto prueba una vez más – agrega él– y sin ninguna contestación posible, la existencia de un elemento inteligente e invisible que actúa individual y directamente con nosotros.

Los Espíritus se anuncian moviendo una mesa pesada y dando golpes. Se les preguntan sus nombres: son los fallecidos Sr. y Sra. G..., muy ricos durante esta existencia; el marido, de quien provenía la fortuna, al no tener hijos, hubo desheredado a sus parientes próximos en favor de la familia de su mujer, fallecida poco tiempo antes que él. Entre las nueve personas presentes a la sesión, se encontraban dos señoras desheredadas, así como también el marido de una de ellas.

El Sr. G... fue siempre un pobre diablo y el más humilde servidor de su mujer. Después de la muerte de ésta, su familia se instaló en su casa para cuidar de él. El testamento fue hecho con el certificado de un médico, declarando que el moribundo gozaba de la plenitud de sus facultades.

El marido de la señora desheredada, que designaremos con la inicial R..., tomó la palabra en estos términos: «¡Cómo os atrevéis a presentaros aquí después del escandaloso testamento que habéis hecho!» Después, exaltándose cada vez más, terminó por decirle injurias. Entonces, la mesa dio un salto y lanzó una lámpara con fuerza a la cabeza del interlocutor. Éste le pidió disculpas por haber tenido ese primer impulso de cólera, y les preguntó qué venían ellos a hacer allí. –Resp. Hemos venido a explicaros los motivos de nuestra conducta. (Las respuestas eran dadas a través de golpes que indicaban las letras del alfabeto.)

El Sr. R..., conociendo la ineptitud del marido, le dijo bruscamente que se retirara y que sólo escucharía a su mujer.

Entonces ésta, en Espíritu, dijo que la Sra. R... y su hermana eran bastante ricas como para tomar parte de la herencia; que otros eran malos, y que otros, en fin, debían sufrir esta prueba; que por esas razones esta fortuna convenía más a su propia familia. El Sr. R... no se contentó con esas explicaciones y descargó su cólera en reproches injuriosos. Entonces, la mesa se agitó violentamente, se irguió, dio fuertes golpes en el parqué y otra vez volcó la lámpara sobre el Sr. R... Luego de hacerse la calma, el Espíritu trató de persuadirlos señalando que después de su muerte se había enterado que el testamento había sido dictado por un Espíritu superior. El Sr. R... y las señoras, no queriendo proseguir con una discusión inútil, le ofrecieron un perdón sincero. Inmediatamente la mesa se levantó del lado del Sr. R... y se posó suavemente como dándole un abrazo junto a su pecho; las dos señoras recibieron el mismo gesto de gratitud; la mesa tenía una vibración muy pronunciada. El buen criterio había prevalecido; el Espíritu se compadeció de la actual heredera, diciendo que ella terminaría enloqueciendo.

El Sr. R... le reprochó también, pero afectuosamente, por no haber hecho el bien durante su vida con una fortuna tan grande, agregando que ella no era recordada por nadie. «Sí –respondió el Espíritu–, hay una pobre viuda que vive en la calle ..., que piensa frecuentemente en mí, porque algunas veces le di alimento, ropa y leña.»

Al no haber dado el Espíritu el nombre de esta pobre mujer, uno de los asistentes fue en busca de la misma y la encontró en la dirección indicada; y lo que no es menos digno de señalar es que, desde la muerte de la Sra. G..., la pobre viuda había cambiado de domicilio; este último es el que ha sido indicado por el Espíritu.

Nota – Solicitamos a nuestros lectores que consientan en remitirse a las observaciones que hemos hecho sobre estas comunicaciones notables en nuestro artículo del mes de marzo último.

Al no creerme con la suficiente firmeza para oír pronunciar la palabra muerte, muy a menudo yo había recomendado a mis oficiales decirme solamente cuando me viesen en peligro: «Hablad poco», y yo sabría lo que esto significaba. Cuando no había más esperanza, Olivier le Daim me dijo duramente, en presencia de François de Paule y de Coittier:

–Majestad, es preciso que cumplamos con nuestro deber. No tengáis más esperanza en ese santo hombre ni en ningún otro, porque estáis perdido: pensad en vuestra conciencia; no hay más remedio.

Ante estas crueles palabras, toda una revolución se operó en mí; yo no era más el mismo hombre y me espantaba de mí mismo. El pasado se desarrolló rápidamente delante de mis ojos y las cosas me aparecieron bajo un nuevo aspecto: algo extraño pasaba conmigo. La dura mirada de Olivier le Daim se fijó sobre mi rostro y parecía interrogarme; para substraerme a esta mirada fríamente inquisidora, le respondí con una aparente tranquilidad:

–Espero que Dios me ayude; por aventura, tal vez no soy tan malo como pensáis.

Dicté mis últimas voluntades y envié cerca del joven rey a aquellos que aún me rodeaban. Me quedé a solas con mi confesor, François de Paule, le Daim y Coittier. François me hizo una conmovedora exhortación; a cada una de sus palabras parecía que mis vicios desaparecían y que la naturaleza retomaba su curso; me sentí aliviado y comencé a recobrar un poco de esperanza en la clemencia de Dios.

Recibí los últimos sacramentos con una piedad firme y resignada. Yo repetía a cada instante: «Nuestra Señora de Embrun, mi buena Señora, ayudadme!»

El martes 30 de agosto, hacia las siete horas de la noche, caí nuevamente debilitado; creyéndome muerto, todos los que estaban presentes se retiraron. Olivier le Daim y Coittier, que se sentían agobiados con la execración pública, permanecieron cerca de mi lecho, sin tener otro refugio.

Poco después recobré completamente el conocimiento. Me senté en el lecho y observé a mi alrededor; nadie de mi familia estaba allí; en ese momento supremo ninguna mano amiga buscaba a la mía para aliviar mi agonía con un último apretón. Tal vez a esa hora mis hijos se regocijasen en cuanto su padre moría. Nadie piensa que el culpable pudiese aún tener un corazón que comprendiera al suyo. Procuré escuchar un sollozo reprimido, pero sólo escuché las carcajadas de dos miserables que estaban cerca de mí.

En un rincón del cuarto vi a mi galgo favorito que en su vejez se moría; mi corazón se estremeció de alegría: yo tenía un amigo, un ser que me amaba.

Le hice señas con la mano; el galgo se arrastró con esfuerzo hasta la pata de mi cama y vino a lamer mi mano agonizante. Olivier percibió ese movimiento; bruscamente se levantó blasfemando y golpeó al infeliz animal con un bastón hasta que hubo expirado; agonizante, mi único amigo me lanzó una larga y dolorosa mirada.

Olivier me empujó violentamente en mi cama; yo me dejé caer y entregué a Dios mi alma culpada.

El falso Home

Hace poco tiempo leíamos en los periódicos de Lyon el siguiente anuncio, igualmente fijado en los muros de la ciudad:

«El Sr. Hume, el célebre médium americano que ha tenido el honor de hacer sus experiencias delante de Su Majestad el Emperador, dará –a partir del jueves 1º de abril– sesiones de espiritualismo en el gran teatro de Lyon. Producirá algunas apariciones, etc., etc. En el teatro estarán dispuestos algunos asientos para los señores médicos y sabios, a fin de que ellos puedan asegurarse que nada está preparado. Las sesiones serán variadas por las experiencias de la célebre vidente, Sra. ..., sonámbula extralúcida que reproducirá sucesivamente todos los sentimientos a voluntad de los espectadores. Precio de los lugares: 5 francos la primera clase, 3 francos la segunda.»

Los antagonistas del Sr. Home (algunos escriben Hume) no han querido perder esta ocasión para ponerlo en ridículo. En su ardiente deseo de encontrar donde criticar, ellos han acogido esta grosera mistificación con un apresuramiento que poco testimonia en favor de su juicio, y menos aún de su respeto por la verdad, porque, antes de arrojar piedras a alguien, es preciso al menos asegurarse que no errarán el blanco; pero la pasión es ciega, no razona y frecuentemente se equivoca al querer perjudicar a los otros. «¡Por lo tanto, he aquí –exclamaron con júbilo– a ese hombre tan elogiado, reducido a subir a los palcos y a dar sesiones a tanto por lugar!» Y sus periódicos le dieron crédito al hecho sin ningún examen. Infelizmente para ellos, su alegría no ha durado mucho. Prontamente nos han escrito de Lyon pidiendo informaciones que pudiesen ayudar a desenmascarar el fraude, y esto no ha sido difícil, sobre todo gracias al gran interés de numerosos adeptos con los que el Espiritismo cuenta en esta ciudad. Tan pronto como el director de los teatros supo con quién iría a relacionarse, dirigió inmediatamente a los periódicos la siguiente carta: «Señor redactor, me adelanto en anunciaros que la sesión marcada para el jueves 1º de abril, en el gran teatro, no tendrá lugar. Yo pensaba que había cedido la sala al Sr. Home y no al Sr. Lambert Laroche, llamado Hume. Las personas que con anticipación han adquirido camarotes o butacas podrán presentarse en la secretaría para retirar su dinero.»

Por su parte, el mencionado Lambert Laroche (oriundo de Langres), interpelado acerca de su identidad, se creyó en el deber de responder en los siguientes términos, que reproducimos en su integridad, no queriendo de forma alguna que nos pueda acusar de la menor alteración.

«Vos me habéis sometido diverzo excesu de vuestra correspondencia de París, de las cualesle resultáis queun Sr. Home que da sesiónen algún salón de la capittal se encuentra en este momento en Itali yno puede por consiguiente encontrase en Lyon. Señor hignoro 1° el conocimiento de ese Sr. Home, 2° yo nosabe cuales su talento 3° yo nohemos jamás tenidos nada de común c óm ese Sr. Home, 4° yoha tabajado y tabajo com mi hapodo que es Hume y del cual yo os justific por los artículo de periódicos extrangeros y franceses que yo os es sometido 5° yo viajo c óm dos sencitivo mi género de esperriencia consiste en espiritualismo o evocación visión, y en una palabra reproducción de las idieas del espectador por un sencitivo, mi expecialidad es de operár por ese procedimento sobre las personas extraña como se la pued verla en los periódicos yo veng deespaña y de áfrica. Hesto Sr. redactor os demuestra que yo no hes querido para nadas tomar el nombre de ese pretendido Home que os decís de reputación, el mio es sufisientemente conocido por su gran notoriedad y por las experiencia que yo produsco. Recibíd Sr. redator mis saludo atentamente.»

Creemos inútil decir si el Sr. Lambert Laroche salió de Lyon en condiciones honorables; él irá, sin duda, a buscar en otra parte ingenuos más fáciles para engañar. Sólo agregaremos una palabra para expresar nuestro pesar al ver con qué deplorable avidez ciertas personas que se dicen serias acogen todo lo que puede servir a su animosidad. El Espiritismo es hoy muy respetado por no tener nada que temer de la prestidigitación; no es más rebajado por los charlatanes de lo que lo ha sido la verdadera 147 Ciencia médica por los embaucadores de las esquinas; por todas partes encuentra –pero sobre todo entre las personas esclarecidas– afanosos y numerosos defensores que saben arrostrar la burla. Lejos de perjudicarlo, el caso de Lyon sólo puede servir para su propagación al llamar la atención de los indecisos hacia la realidad. ¿Quién sabe si no ha sido provocado con este objetivo por un poder superior? ¿Quién puede vanagloriarse de sondar los caminos de la Providencia? No obstante, en cuanto a los adversarios, que se les permita reír, pero no calumniar; algunos años más y veremos quién tendrá la última palabra. 148 Si es lógico dudar de lo que no se conoce, es siempre imprudente tachar de falso las ideas nuevas que tarde o temprano pueden dar un humillante desmentido a nuestra perspicacia: la Historia está ahí para demostrarlo. Aquellos que, en su orgullo, tienen piedad de los adeptos de la Doctrina Espírita, ¿están, pues, tan alto como creen? Esos Espíritus –de los cuales se burlan– prescriben hacer el bien e incluso defienden que se ame a los enemigos; nos dicen que nos rebajamos al desear el mal. Por lo tanto, ¿cuál es el más elevado: el que busca hacer el mal o el que no guarda en su corazón ni odio, ni rencor?

Hace poco que el Sr. Home hubo regresado a París; pero, en breve, él debe partir hacia Escocia y de allí dirigirse a San Petersburgo.

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L'Indépendant de la Charente-Inférieure (El Independiente del Charente Inferior) citaba, en el mes de marzo último, el siguiente caso que habría sucedido en el Hospital Civil de Saintes: «Desde hace ocho días se cuentan las historias más maravillosas y no se habla de otra cosa en la ciudad sino de los singulares ruidos que, todas las noches, imitan el trote de un caballo, así como el andar de un perro o de un gato. Botellas ubicadas sobre una chimenea son arrojadas al otro extremo del cuarto. Una mañana ha sido encontrado un paquete de trapos torcidos en mil nudos, que han sido imposibles de desatar. Un papel en el cual estaba escrito: «¿Qué quieres?, ¿qué pides?», ha sido dejado una noche sobre la chimenea; a la mañana siguiente la respuesta estaba escrita, pero en caracteres desconocidos e indescifrables. Fósforos ubicados sobre una mesita de luz desaparecen como por encanto; en fin, todos los objetos cambian de lugar y son dispersados hacia todos los rincones. Esos sortilegios sólo ocurren en la oscuridad de la noche. Tan pronto como una luz aparece, todo se vuelve silencioso; al apagarla, los ruidos recomienzan inmediatamente. Es un Espíritu amigo de las tinieblas. Varias personas –eclesiásticos y antiguos militares– han dormido en este cuarto hechizado y les ha sido imposible descubrir algo que explicase lo que escuchaban.

«Un empleado del hospital, sospechoso de ser el autor de esas travesuras, acaba de ser dimitido. Pero se asegura que él no es el culpable y que, al contrario, ha sido muchas veces la propia víctima.

«Parece que hace más de un mes que toda esta situación comenzó. Pasó mucho tiempo sin decirse nada sobre eso, cada uno desconfiando de sus sentidos y temiendo prestarse al ridículo. Sólo desde hace algunos días que se ha comenzado a hablar al respecto.»

NOTA – Nosotros todavía no hemos tenido tiempo para verificar la autenticidad de los hechos anteriormente mencionados; por lo tanto, no los damos sino con las debidas reservas; solamente haremos observar que, si ellos son controvertidos, no son menos posibles, y nada presentan de más extraordinario que muchos otros del mismo género y que están perfectamente constatados.

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FUNDADA EN PARÍS EL 1° DE ABRIL DE 1858 Y autorizada por decreto del Sr. Prefecto de Policía, según el dictamen de Su Excelencia, el Sr. Ministro del Interior y de Seguridad General,150 en fecha del 13 de abril de 1858.

La extensión, por así decirlo, universal que a cada día toman las creencias espíritas hacía desear vivamente la creación de un centro regular de observaciones; esta laguna acaba de ser llenada. La Sociedad, 151 cuya formación somos felices de anunciar, compuesta exclusivamente por personas serias, exentas de prevención y animadas del sincero deseo de esclarecerse, desde un principio contó entre sus adeptos con eminentes hombres por su saber y por su posición social. Estamos convencidos de que ella es llamada a prestar indiscutibles servicios para la constatación de la verdad. Su reglamento orgánico 152 le asegura homogeneidad, sin la cual no hay vitalidad posible; está basada en la experiencia de hombres y de cosas y en el conocimiento de las condiciones necesarias a las observaciones que hacen el objeto de sus investigaciones. Al venir a París, 153 los visitantes que se interesen por la Doctrina Espírita encontrarán así un Centro al cual podrán dirigirse para informarse y donde podrán comunicar sus propias observaciones. *

ALLAN KARDEC

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* Para todas las informaciones relativas a la Sociedad, dirigirse al Sr. Allan Kardec: calle Sainte-Anne Nº 59, de las 15h a las 17 horas; o al Sr. Ledoyen, librero: Galerie d'Orléans Nº 31, en el Palais-Royal. [Nota de Allan Kardec.]