Usted esta en:
Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858 > Agosto > La Caridad - Por el Espíritu san Vicente de Paúl (Sociedad de Estudios Espíritas, sesión del 8 de junio de 1858.)
Sed buenos y caritativos, he aquí la llave de los Cielos que tenéis
en vuestra mano; toda la felicidad eterna está contenida en esta
máxima: Amaos los unos a los otros. El alma sólo puede elevarse a
las regiones espirituales por medio de su consagración al prójimo;
únicamente encuentra dicha y consuelo en los impulsos de la
caridad; sed buenos, sostened a vuestros hermanos, dejad a un lado
la horrible plaga del egoísmo; ese deber cumplido os abrirá el
camino de la felicidad eterna. Por otra parte, ¿quién de vosotros no
ha sentido a su corazón salir del pecho y a su alegría interior
expandirse, al saber de la acción de una obra caritativa? No deberíais
pensar sino en esa especie de deleite que proporciona una
buena acción, y con esto estaríais siempre en el camino del progreso
espiritual. Los ejemplos no os faltan; lo que es raro es la buena
voluntad. Observad a la multitud de hombres de bien, cuya piadosa
memoria os recuerda vuestra Historia. Yo os citaría a los millares,
aquellos cuya moral tenía sólo por objetivo el mejoramiento de
vuestro globo. ¿No os ha dicho el Cristo todo lo que concierne a esas
virtudes de caridad y de amor? ¿Por qué se ha dejado a un lado sus
divinas enseñanzas? ¿Por qué se hace oídos sordos a sus divinas
palabras y se cierra el corazón a todas sus dulces máximas? Quisiera
yo que la lectura del Evangelio fuese hecha con más interés
personal; se abandona ese libro, haciendo de él una palabra vacía,
una letra muerta: se echa al olvido ese código admirable, y vuestros
males provienen del abandono voluntario que se hace de ese
resumen de las leyes divinas. Por lo tanto, leed esas páginas de
fuego del sacrificio de Jesús, y meditadlas. Yo mismo me siento
avergonzado de osar prometeros un trabajo sobre la caridad, cuando
pienso que en ese libro encontraréis todas las enseñanzas que deben
conduciros de la mano a las regiones celestiales.
Hombres fuertes, ceñíos; hombres débiles, haced valer vuestra
dulzura y vuestra fe; tened más persuasión, más constancia en la
propagación de vuestra nueva doctrina; sólo hemos venido a daros
aliento para estimular vuestro celo y vuestras virtudes: es para esto
que Dios nos permite que nos manifestemos a vosotros; pero si lo
quisierais, os bastaría con la ayuda de Dios y con la de vuestra
propia voluntad; las manifestaciones espíritas no han sido hechas
sino para los que tienen los ojos cerrados y los corazones indóciles.
Entre vosotros existen hombres que han de cumplir misiones de
amor y de caridad; escuchadlos, exaltad sus voces; haced
resplandecer sus méritos y vos mismo seréis exaltado por el
desinterés y por la fe viva de la que estáis penetrado.
Los avisos detallados serían muy extensos para dar sobre la necesidad de ensanchar el círculo de la caridad y de hacer participar del mismo a todos los desdichados, cuyas miserias son ignoradas, a todos los dolores que debemos ir a buscar en sus propios ambientes para ser consolados en nombre de esta divina virtud: la caridad. Observo con felicidad que hombres eminentes y poderosos ayudan a ese progreso que debe unir entre sí a todas las clases humanas: los dichosos y los desdichados. ¡Qué cosa extraña! Todos los desdichados se dan las manos y se ayudan los unos a los otros en su miseria. ¿Por qué los dichosos son los que tardan más en escuchar la voz del desdichado? ¿Por qué es preciso que sea una mano poderosa y terrestre la que dé el impulso a las misiones caritativas? ¿Por qué no se responde con más ardor a esos llamados? ¿Por qué se deja que las miserias manchen, como por placer, el cuadro de la Humanidad?
Los avisos detallados serían muy extensos para dar sobre la necesidad de ensanchar el círculo de la caridad y de hacer participar del mismo a todos los desdichados, cuyas miserias son ignoradas, a todos los dolores que debemos ir a buscar en sus propios ambientes para ser consolados en nombre de esta divina virtud: la caridad. Observo con felicidad que hombres eminentes y poderosos ayudan a ese progreso que debe unir entre sí a todas las clases humanas: los dichosos y los desdichados. ¡Qué cosa extraña! Todos los desdichados se dan las manos y se ayudan los unos a los otros en su miseria. ¿Por qué los dichosos son los que tardan más en escuchar la voz del desdichado? ¿Por qué es preciso que sea una mano poderosa y terrestre la que dé el impulso a las misiones caritativas? ¿Por qué no se responde con más ardor a esos llamados? ¿Por qué se deja que las miserias manchen, como por placer, el cuadro de la Humanidad?
La caridad es la virtud fundamental que debe sostener todo el
edificio de las virtudes terrestres; sin ella, las otras no existirían. Sin
caridad no hay fe ni esperanza, porque sin caridad no hay esperanza
en un futuro mejor, ni hay interés moral que nos guíe. Sin caridad no
hay fe, porque la fe es un rayo puro que hace brillar a un alma
caritativa; es su consecuencia decisiva.
Cuando dejéis a vuestro corazón abrirse al ruego del primer desdichado que os tienda la mano; cuando le deis sin preguntar si su miseria es fingida o si su mal tiene un vicio como causa; cuando dejéis toda la justicia en las manos divinas; cuando dejéis el castigo de las miserias mentirosas al Creador; en fin, cuando hagáis la caridad tan sólo por la felicidad que ella proporciona y sin indagar su utilidad, entonces seréis hijos amados de Dios, y Él os llamará a sí.
La caridad es el áncora eterna de la salvación en todos los globos: es la más pura emanación del propio Creador; es su propia virtud, que Él da a la criatura. ¿Cómo es posible desconocer esta suprema bondad? Con este pensamiento, ¿qué corazón sería tan perverso como para rechazar y expulsar ese sentimiento completamente divino? ¿Qué hijo sería lo bastante malo como para sublevarse contra esta suave caricia: la caridad?
Cuando dejéis a vuestro corazón abrirse al ruego del primer desdichado que os tienda la mano; cuando le deis sin preguntar si su miseria es fingida o si su mal tiene un vicio como causa; cuando dejéis toda la justicia en las manos divinas; cuando dejéis el castigo de las miserias mentirosas al Creador; en fin, cuando hagáis la caridad tan sólo por la felicidad que ella proporciona y sin indagar su utilidad, entonces seréis hijos amados de Dios, y Él os llamará a sí.
La caridad es el áncora eterna de la salvación en todos los globos: es la más pura emanación del propio Creador; es su propia virtud, que Él da a la criatura. ¿Cómo es posible desconocer esta suprema bondad? Con este pensamiento, ¿qué corazón sería tan perverso como para rechazar y expulsar ese sentimiento completamente divino? ¿Qué hijo sería lo bastante malo como para sublevarse contra esta suave caricia: la caridad?
No me atrevo a hablar de lo que he hecho, porque los Espíritus
también tienen el pudor de sus obras; pero creo que la obra que he
comenzado es una de las que deben contribuir más al alivio de
vuestros semejantes. Frecuentemente veo a Espíritus que piden
como misión continuar mi obra; veo a mis buenas y queridas
hermanas en su piadoso y divino ministerio; las veo practicar la
virtud que os recomiendo, con toda la alegría que proporciona esa
existencia de abnegación y sacrificios; es una gran felicidad para mí
el ver cuán honrado es su carácter, cuán amada y tiernamente
protegida es su misión. Hombres de bien, de buena y fuerte
voluntad: uníos para continuar con grandeza la obra de propagación
de la caridad; encontraréis la recompensa de esta virtud en su propio
ejercicio; no existe júbilo espiritual que ella no proporcione, ya
desde la vida presente. Sed unidos; amaos los unos a los otros según
los preceptos del Cristo. Así sea.
Agradecemos a san Vicente de Paúl por la bella y buena
comunicación que ha tenido a bien darnos. –Resp. Gustaría que
fuese provechosa para todos.
¿Podríais permitirnos algunas preguntas complementarias con
respecto a lo que acabáis de decirnos? –Resp. Lo consiento; mi
objetivo es el de esclareceros; preguntad lo que deseáis.
1. La caridad puede entenderse de dos maneras: la limosna propiamente dicha y el amor a los semejantes. Cuando nos habéis dicho que era preciso dejar al corazón abrirse al ruego del desdichado que nos tiende la mano, sin preguntarle si su miseria es fingida, ¿habéis querido hablar de la caridad desde el punto de vista de la limosna? –Resp. Sí, solamente en ese párrafo.
2. Nos habéis dicho que era preciso dejar a la justicia de Dios la apreciación de la miseria fingida; sin embargo, nos parece que dar sin discernimiento a personas que no tienen necesidad o que podrían ganarse la vida con un trabajo honesto, es estimular el vicio y la pereza. Si los perezosos encontrasen muy fácilmente la bolsa de los otros abierta, se multiplicarían al infinito, en detrimento de los verdaderos desdichados. –Resp. Podéis discernir los que pueden trabajar, y entonces la caridad os obliga a hacer todo para proporcionarles trabajo; pero también hay pobres mentirosos que saben simular hábilmente las miserias que no pasan; es para éstos que es preciso dejar a Dios toda la justicia.
3. Aquel que sólo puede dar una moneda y que tiene que elegir entre dos desdichados que le piden, ¿no tiene razón en indagar quién es el que realmente tiene más necesidad, o debe dar sin examen al primero que llega? –Resp. Debe dar a aquel que parezca sufrir más.
4. ¿Puede considerarse también como haciendo parte de la caridad la manera de hacerla? –Resp. Es sobre todo en la manera de hacerla que la caridad es verdaderamente meritoria; la bondad es siempre el indicio de una bella alma.
5. ¿Qué tipo de mérito otorgáis a los que son llamados benefactores rudos? –Resp. No hacen el bien sino por la mitad. Sus beneficios son recibidos, pero no conmueven.
6. Jesús ha dicho: «Que vuestra mano izquierda no sepa lo que da vuestra derecha». Aquellos que dan por ostentación, ¿tienen alguna especie de mérito? –Resp. No tienen sino el mérito del orgullo, por el cual serán punidos.
7. La caridad cristiana, en su más amplia acepción, ¿no abarca también la dulzura, la benevolencia y la indulgencia para con las debilidades ajenas? –Resp. Imitad a Jesús; Él os ha dicho todo esto; escuchadlo más que nunca.
8. ¿Es bien entendida la caridad cuando es exclusiva entre las personas de una misma opinión o de un mismo partido? –Resp. No; es sobre todo el espíritu de secta y de partido que es preciso abolir, porque todos los hombres son hermanos. Es sobre esta cuestión que concentramos nuestros esfuerzos.
9. Supongamos que un individuo ve a dos hombres en peligro y que sólo pueda salvar a uno, pero uno es su amigo y otro su enemigo; ¿a cuál de los dos debe salvar? –Resp. Debe salvar a su amigo, porque este amigo podría reclamar de aquel que decía amarlo; en cuanto al otro, Dios se encargará de él.
1. La caridad puede entenderse de dos maneras: la limosna propiamente dicha y el amor a los semejantes. Cuando nos habéis dicho que era preciso dejar al corazón abrirse al ruego del desdichado que nos tiende la mano, sin preguntarle si su miseria es fingida, ¿habéis querido hablar de la caridad desde el punto de vista de la limosna? –Resp. Sí, solamente en ese párrafo.
2. Nos habéis dicho que era preciso dejar a la justicia de Dios la apreciación de la miseria fingida; sin embargo, nos parece que dar sin discernimiento a personas que no tienen necesidad o que podrían ganarse la vida con un trabajo honesto, es estimular el vicio y la pereza. Si los perezosos encontrasen muy fácilmente la bolsa de los otros abierta, se multiplicarían al infinito, en detrimento de los verdaderos desdichados. –Resp. Podéis discernir los que pueden trabajar, y entonces la caridad os obliga a hacer todo para proporcionarles trabajo; pero también hay pobres mentirosos que saben simular hábilmente las miserias que no pasan; es para éstos que es preciso dejar a Dios toda la justicia.
3. Aquel que sólo puede dar una moneda y que tiene que elegir entre dos desdichados que le piden, ¿no tiene razón en indagar quién es el que realmente tiene más necesidad, o debe dar sin examen al primero que llega? –Resp. Debe dar a aquel que parezca sufrir más.
4. ¿Puede considerarse también como haciendo parte de la caridad la manera de hacerla? –Resp. Es sobre todo en la manera de hacerla que la caridad es verdaderamente meritoria; la bondad es siempre el indicio de una bella alma.
5. ¿Qué tipo de mérito otorgáis a los que son llamados benefactores rudos? –Resp. No hacen el bien sino por la mitad. Sus beneficios son recibidos, pero no conmueven.
6. Jesús ha dicho: «Que vuestra mano izquierda no sepa lo que da vuestra derecha». Aquellos que dan por ostentación, ¿tienen alguna especie de mérito? –Resp. No tienen sino el mérito del orgullo, por el cual serán punidos.
7. La caridad cristiana, en su más amplia acepción, ¿no abarca también la dulzura, la benevolencia y la indulgencia para con las debilidades ajenas? –Resp. Imitad a Jesús; Él os ha dicho todo esto; escuchadlo más que nunca.
8. ¿Es bien entendida la caridad cuando es exclusiva entre las personas de una misma opinión o de un mismo partido? –Resp. No; es sobre todo el espíritu de secta y de partido que es preciso abolir, porque todos los hombres son hermanos. Es sobre esta cuestión que concentramos nuestros esfuerzos.
9. Supongamos que un individuo ve a dos hombres en peligro y que sólo pueda salvar a uno, pero uno es su amigo y otro su enemigo; ¿a cuál de los dos debe salvar? –Resp. Debe salvar a su amigo, porque este amigo podría reclamar de aquel que decía amarlo; en cuanto al otro, Dios se encargará de él.