Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Enero

INTRODUCCIÓN

La rapidez con la que se han propagado por todas las partes del mundo los extraños fenómenos de las manifestaciones espíritas, es una prueba del interés que suscitan. Al principio han sido un simple objeto de curiosidad, pero no tardaron en despertar la atención de los hombres serios que han vislumbrado, desde un comienzo, la inevitable influencia que deben tener sobre el estado moral de la sociedad. Las ideas nuevas que de ellos surgen se popularizan cada día más, y nada ha de detener su progreso, por la sencilla razón de que esos fenómenos están al alcance de todo el mundo, o de casi todos, y que ningún poder humano puede impedir que se produzcan. Si se los sofoca en un punto, reaparecen en otros cien. Por lo tanto, los que pudiesen ver en ellos algún inconveniente, serán obligados por la fuerza de las cosas a sufrir las consecuencias, como sucede con las industrias nuevas que, en su origen, rozan los intereses privados, y con las cuales todos terminan poniéndose de acuerdo, porque no podría ser de otro modo. ¡Qué no se ha hecho y dicho contra el magnetismo! Y, sin embargo, todos los dardos que se han arrojado contra él, todas las armas con las que lo han golpeado —incluso la del ridículo— se han debilitado ante la realidad, y para lo único que han servido ha sido para ponerlo cada vez más en evidencia. Lo que ocurre es que el magnetismo es un poder natural y, delante de las fuerzas de la Naturaleza, el hombre es un pigmeo que se parece a esos perritos que ladran inútilmente contra aquello que los asusta. Sucede con las manifestaciones espíritas lo mismo que con el sonambulismo; si ellas no se producen públicamente a la luz del día, nadie puede oponerse a que tengan lugar en la intimidad, ya que cada familia puede encontrar un médium entre sus miembros, desde el niño hasta el anciano, así como también puede encontrar un sonámbulo. Entonces, ¿quién podría impedir a cualquier otra persona llegar a ser médium o sonámbulo? Sin duda, los que combaten la cuestión no han reflexionado acerca de la misma. Una vez más, cuando una fuerza está en la Naturaleza, se la puede detener por un instante, ¡pero nunca destruirla! No se hace más que desviar su curso. Por consecuencia, el poder que se revela en el fenómeno de las manifestaciones, cualquiera que sea su causa, está en la Naturaleza, como el magnetismo; por lo tanto, no será destruido, como no puede destruirse la fuerza eléctrica. Lo que es necesario hacer es observarlo y estudiar todas sus fases para deducir las leyes que lo rigen. Si es un error, una ilusión, el tiempo hará justicia; si es verdad, la verdad es como el vapor: cuanto más se lo comprime, mayor es su fuerza de expansión.

Es para sorprenderse con razón que, mientras en América, solamente los Estados Unidos poseen diecisiete diarios consagrados a esas materias, sin contar con una multitud de escritos no periódicos, Francia —uno de los países de Europa donde esas ideas se han aclimatado más rápidamente— no posea más que uno. * Por consiguiente, no se debería poner en duda la utilidad de un órgano especial que tenga al público al corriente del progreso de esta nueva ciencia, previniéndolo contra la exageración de la credulidad, así como también del escepticismo. Es esta laguna que nos proponemos llenar con la publicación de esta Revista, con el objetivo de ofrecer un medio de comunicación a todos los que se interesen por esas cuestiones, y para unir con un lazo común a aquellos que comprenden la Doctrina Espírita bajo su verdadero punto de vista moral: la práctica del bien y la caridad evangélica para con todo el mundo.


* Hasta el presente no existe en Europa más que un solo periódico consagrado a la Doctrina Espírita; nos referimos al Journal de l'âme, publicado en Ginebra por el Dr. Boessinger. En América, el único periódico en francés es el Spiritualiste de la NouvelleOrléans, publicado por el Sr. Barthès. [Nota de Allan Kardec.]


Si no se tratase más que de una compilación de hechos, la tarea sería fácil; éstos se multiplican en todos los puntos con tal rapidez, que no faltaría material; pero narrar solamente hechos se volvería monótono como consecuencia de su cantidad y, sobre todo, de su similitud. Lo que es necesario al hombre que reflexiona, es algo que hable a su inteligencia. Pocos años han pasado desde la aparición de los primeros fenómenos, y ya nos encontramos lejos de las mesas giratorias y parlantes, que no han sido más que su infancia. Hoy en día es una ciencia que devela todo un mundo de misterios, que hace patentes las verdades eternas que nuestro espíritu sólo presentía; es una Doctrina sublime que muestra al hombre el camino del deber y que abre el campo más vasto que haya sido dado a la observación del filósofo. Por lo tanto, nuestra obra sería incompleta y estéril si nos quedáramos en los estrechos límites de una revista anecdótica, cuyo interés se agotaría rápidamente.

Quizá nos objeten la calificación de ciencia que damos al Espiritismo. Sin duda que no podría tener, en ningún caso, los caracteres de una Ciencia exacta, y ahí está precisamente el error de aquellos que pretenden juzgarlo y someterlo a experimentación como a un análisis químico o un problema matemático; ya es suficiente que tenga el carácter de una ciencia filosófica. Toda ciencia debe estar basada en hechos; pero los hechos por sí solos no constituyen la ciencia; la ciencia nace de la coordinación y de la deducción lógica de los hechos: es el conjunto de las leyes que los rigen. ¿Ha llegado el Espiritismo al estado de ciencia? Si se entiende por ésta una ciencia perfecta, sería sin duda prematuro responder afirmativamente; pero las observaciones son hoy bastante numerosas como para poder, por lo menos, deducir de ellas los principios generales, y es ahí donde comienza la ciencia.

La apreciación razonada de los hechos y de las consecuencias que de ellos derivan es, por consiguiente, un complemento sin el cual nuestra publicación sería de una mediocre utilidad y sólo ofrecería un interés muy secundario para aquel que reflexiona y que quiere darse cuenta de lo que ve. Sin embargo, como nuestro objetivo es llegar a la verdad, acogeremos todas las observaciones que nos sean dirigidas e intentaremos, tanto como nos lo permita el estado de los conocimientos adquiridos, disipar las dudas y esclarecer los puntos aún oscuros. Nuestra Revista será así una tribuna abierta, pero donde la discusión nunca deberá faltar el respeto a las leyes más estrictas de las conveniencias. En una palabra, discutiremos, pero no disputaremos. Las inconveniencias del lenguaje jamás han sido buenas razones a los ojos de las personas sensatas; son las armas de los que no tienen otra cosa mejor, y estas armas se vuelven contra quienes se sirven de las mismas.

Aunque los fenómenos de que nos ocupamos se hayan producido en estos últimos tiempos de una manera más general, todo prueba que han tenido lugar desde los tiempos más remotos. No sucede con los fenómenos naturales lo mismo que con las invenciones que siguen el progreso del espíritu humano; desde que aquéllos están en el orden de las cosas, su causa es tan antigua como el mundo y los efectos han debido producirse en todas las épocas. Entonces, no somos testigos hoy de un descubrimiento moderno: es el despertar de la Antigüedad, pero de la Antigüedad despojada del entorno místico que ha engendrado las supersticiones, y de la Antigüedad esclarecida por la civilización y por el progreso de las cosas positivas.

La consecuencia capital que resulta de esos fenómenos es la comunicación que los hombres pueden establecer con los seres del mundo incorpóreo y el conocimiento que, dentro de ciertos límites, pueden adquirir sobre su estado futuro. El hecho de las comunicaciones con el mundo invisible se encuentra en términos inequívocos en los relatos bíblicos; pero por una parte, para ciertos escépticos, la Biblia no tiene en absoluto una autoridad suficiente; por otra parte, para los creyentes, son hechos sobrenaturales, suscitados por un favor especial de la Divinidad. Por lo tanto, esto no sería para todo el mundo una prueba de la generalidad de esas manifestaciones si no las encontrásemos en mil otras fuentes diferentes. La existencia de los Espíritus y su intervención en el mundo corporal, está atestiguada y demostrada, no como un hecho excepcional, sino como un principio general, en san Agustín, san Jerónimo, san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno y en muchos otros Padres de la Iglesia. Además, esta creencia forma la base de todos los sistemas religiosos. Los más sabios filósofos de la Antigüedad la han admitido: Platón, Zoroastro, Confucio, Apuleyo, Pitágoras, Apolonio de Tiana y tantos otros. Nosotros la encontramos en los misterios y en los oráculos, entre los griegos, los egipcios, los hindúes, los caldeos, los romanos, los persas, los chinos, etc. La vemos sobrevivir a todas las vicisitudes de los pueblos, a todas las persecuciones, y desafiar todas las revoluciones físicas y morales de la Humanidad. Más tarde la encontramos entre los adivinos y hechiceros de la Edad Media, en las willis y en las valquirias de los escandinavos, en los elfos de los teutones, en los leschies y en los domeschnies doughi de los eslavos, en los ourisks y en los brownies de Escocia, en los poulpicans y en los tensarpoulicts de los bretones, en los cemíes del Caribe, en una palabra, en toda la falange de ninfas, genios buenos y malos, silfos, gnomos, hadas y duendes, los cuales pueblan el espacio de todas las naciones. Encontramos la práctica de las evocaciones en Kamchatka —uno de los pueblos de Siberia—, en Islandia, entre los indios de América del Norte, entre los aborígenes de México y del Perú, en la Polinesia y hasta entre los estúpidos salvajes de Australia. Porque algunos absurdos hayan rodeado y tergiversado esta creencia según los tiempos y los lugares, no se puede negar que ella parte de un mismo principio, más o menos desfigurado; luego, una doctrina no se vuelve universal, ni sobrevive a millares de generaciones, como tampoco se implanta de un polo a otro entre los pueblos más disímiles y en todos los grados de la escala social, sin estar fundada sobre algo positivo. ¿Qué es ese algo? Es lo que nos demuestran las recientes manifestaciones. Buscar las relaciones que puedan haber entre estas manifestaciones y todas esas creencias, es buscar la verdad. La historia de la Doctrina Espírita es, de alguna forma, la historia del espíritu humano; tendremos que estudiarla en todas esas fuentes que nos han de proporcionar una mina inagotable de observaciones, tan instructivas como interesantes, sobre hechos generalmente poco conocidos. Esta parte nos dará la ocasión de explicar el origen de una multitud de leyendas y de creencias populares, sabiendo diferenciar la verdad, de la alegoría y de la superstición.

En lo que concierne a las manifestaciones actuales, haremos una relación todos los fenómenos patentes de los que seamos testigo o los que lleguen a nuestro conocimiento, cuando nos parezca que merecen la atención de nuestros lectores. Haremos lo mismo con los efectos espontáneos que a menudo se producen entre las personas que son más extrañas a la práctica de las manifestaciones espíritas y que revelan la acción de un poder oculto o la independencia del alma; tales son los casos de visiones, apariciones, doble vista, presentimientos, advertencias íntimas, voces secretas, etc. Al relato de los hechos daremos la explicación de los mismos, tal cual resulte del conjunto de los principios. Haremos notar al respecto que esos principios son aquellos que derivan de la propia enseñanza dada por los Espíritus y que siempre haremos abstracción de nuestras propias ideas. No será, pues, en absoluto, una teoría personal la que expondremos, sino la que nos haya sido comunicada y de la cual no seremos más que su intérprete.

Una gran parte será igualmente reservada a las comunicaciones escritas o verbales de los Espíritus, cada vez que tengan un objetivo útil, así como las evocaciones de personajes antiguos o modernos, conocidos o desconocidos, sin dejar a un lado las evocaciones íntimas que frecuentemente no son menos instructivas; en una palabra, abarcaremos todas las fases de las manifestaciones materiales e inteligentes del mundo incorpóreo.

En fin, la Doctrina Espírita nos ofrece la única solución posible y racional de una multitud de fenómenos morales y antropológicos, de los que somos diariamente testigos y de los que se buscará en vano su explicación en todas las doctrinas conocidas. Colocaremos en esta categoría, por ejemplo, la simultaneidad de los pensamientos, la anomalía de ciertos caracteres, las simpatías y las antipatías, los conocimientos intuitivos, las aptitudes, las propensiones, los destinos que parecen marcados por la fatalidad, y en un cuadro más general, el carácter distintivo de los pueblos, su progreso o su degeneración, etc. Ampliaremos la cita de los hechos con la búsqueda de las causas que han podido producirlos. De la apreciación de los mismos resultarán naturalmente enseñanzas útiles sobre la línea de conducta más acorde con la sana moral. En sus instrucciones, los Espíritus superiores tienen siempre por objetivo fomentar en los hombres el amor al bien, por medio de la práctica de los preceptos evangélicos; nos trazan así el pensamiento que debe presidir la redacción de esta compilación.

Nuestro cuadro —como se ve— comprende todo lo que se relaciona con el conocimiento de la parte metafísica del hombre; la estudiaremos en su estado presente y en su estado futuro, porque estudiar la naturaleza de los Espíritus es estudiar al hombre, ya que éste un día deberá formar parte del mundo de los Espíritus; es por eso que hemos añadido a nuestro título principal el de periódico de estudios psicológicos, a fin de hacer comprender todo su alcance.

Nota. — Por múltiples que sean nuestras observaciones personales, y las fuentes de donde las hemos extraído, no disimulamos ni las dificultades de la tarea, ni nuestra insuficiencia. Para suplirlas, contamos con la benévola colaboración de todos aquellos que se interesan en estas cuestiones; estaremos, pues, muy agradecidos por las comunicaciones que consientan en hacernos llegar sobre los diversos objetos de nuestros estudios; a este efecto, llamamos la atención para los siguientes puntos sobre los cuales podrán proporcionarnos documentos:

1º) Manifestaciones materiales o inteligentes obtenidas en las reuniones a las que se haya asistido.

2°) Hechos de lucidez sonambúlica y de éxtasis.

3°) Casos de segunda vista, previsiones, presentimientos, etc.

4°) Hechos relacionados al poder oculto atribuido, con o sin razón, a ciertos individuos.

5°) Leyendas y creencias populares.

6°) Casos de visiones y apariciones.

7°) Fenómenos psicológicos particulares que algunas veces suceden en el instante de la muerte.

8°) Problemas morales y psicológicos a resolver.

9°) Hechos morales, actos notables de devoción y abnegación, cuyo ejemplo pueda ser útil propagar.

10°) Indicación de obras antiguas o modernas, francesas o extranjeras, donde se encuentren hechos relacionados a la manifestación de inteligencias ocultas, con la designación y —si es posible— la cita bibliográfica de los pasajes. Lo mismo en lo que concierne a la opinión emitida sobre la existencia de los Espíritus y sus relaciones con los hombres, por autores antiguos o modernos, cuyo nombre y saber puedan conferirles autoridad. Sólo daremos a conocer los nombres de las personas que consientan en hacernos llegar comunicaciones, cuando estemos formalmente autorizados por las mismas.

Los Espíritus atestiguan su presencia de diversas maneras, según su aptitud, su voluntad y su mayor o menor grado de elevación. Todos los fenómenos de que tendremos ocasión de ocuparnos se relacionan naturalmente con uno u otro de esos modos de comunicación. Por lo tanto, para facilitar la comprensión de los hechos, creemos un deber abrir la serie de nuestros artículos con el cuadro de las diferentes naturalezas de manifestaciones. Se las puede resumir así:

1°) Acción oculta: cuando no tiene nada de ostensible. Tales son, por ejemplo, las inspiraciones o sugerencias de pensamientos, las advertencias íntimas, la influencia sobre los acontecimientos, etc.

2°) Acción patente o manifestación: cuando es apreciable de alguna manera.

3°) Manifestaciones físicas o materiales: son aquellas que se traducen por fenómenos sensibles, tales como ruidos, movimientos y desplazamiento de objetos. Muy a menudo estas manifestaciones no poseen ningún sentido directo; sólo tienen como objetivo llamar nuestra atención sobre algo y convencernos de la presencia de un poder superior al hombre.

4°) Manifestaciones visuales o apariciones: cuando el Espíritu se presenta bajo una forma cualquiera, sin tener ninguna de las propiedades conocidas de la materia.

5°) Manifestaciones inteligentes: cuando revelan un pensamiento. Toda manifestación que posea un sentido, aunque no fuese más que un simple movimiento o un ruido que denote una cierta libertad de acción, es una manifestación inteligente, porque responde a un pensamiento u obedece a una voluntad. Las hay en todos los grados.

6°) Las comunicaciones: son las manifestaciones inteligentes que tienen por objeto un continuo intercambio de pensamientos entre el hombre y los Espíritus.

La naturaleza de las comunicaciones varía según el grado de elevación o de inferioridad, de saber o de ignorancia del Espíritu que se manifiesta, y según la naturaleza del tema que trata. Pueden ser: frívolas, groseras, serias o instructivas.

Las comunicaciones frívolas emanan de Espíritus ligeros, burlones y traviesos, más maliciosos que malos, que no atribuyen ninguna importancia a lo que dicen.

Las comunicaciones groseras se traducen por expresiones que chocan la decencia. Emanan de Espíritus inferiores o que aún no se han despojado de todas las impurezas de la materia.

Las comunicaciones serias son graves en cuanto al tema y a la manera como son hechas. El lenguaje de los Espíritus superiores es siempre digno y desprovisto de cualquier trivialidad. Toda comunicación que excluya la frivolidad y la grosería, y que tenga un objetivo útil –aunque fuese de interés privado– es por esto mismo seria.

Las comunicaciones instructivas son las comunicaciones serias que tienen por objeto principal una enseñanza cualquiera, dada por los Espíritus sobre las Ciencias, la Moral, la Filosofía, etc. Son más o menos profundas y más o menos verdaderas, según el grado de elevación y de desmaterialización del Espíritu. Para obtener un fruto real de esas comunicaciones es necesario que sean regulares y seguidas con perseverancia. Los Espíritus serios se vinculan a los que quieren instruirse y los secundan, mientras que dejan a los Espíritus ligeros el cuidado de divertir con sus chistes a los que no ven en esas manifestaciones más que una distracción pasajera. Es por la regularidad y por la frecuencia de las comunicaciones que se puede apreciar el valor moral e intelectual de los Espíritus con los cuales se conversa, y por el grado de confianza que merecen. Si es necesario tener experiencia para juzgar a los hombres, más aún lo será para juzgar a los Espíritus.

Las comunicaciones inteligentes entre los Espíritus y los hombres pueden tener lugar por medio de signos, a través de la escritura y por la palabra.

Los signos consisten en el movimiento significativo de ciertos objetos y, más frecuentemente, en la producción de ruidos o de golpes. Cuando esos fenómenos poseen un sentido, no permiten dudar de la intervención de una inteligencia oculta, en razón de que si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente.

Bajo la influencia de ciertas personas designadas con el nombre de médiums, y a veces espontáneamente, un objeto cualquiera puede ejecutar movimientos convenidos, dar un número determinado de golpes y transmitir de este modo respuestas por sí o por no, o por la designación de las letras del alfabeto.

Los golpes también pueden hacerse oír sin ningún movimiento aparente y sin causa ostensible, ya sea en la superficie o en el propio tejido de los cuerpos inertes, en una pared, en una piedra, en un mueble o en cualquier otro objeto. De todos estos objetos, las mesas eran los más cómodos por su movilidad y por la facilidad de colocarse a su alrededor, siendo el medio que más frecuentemente ha sido utilizado; de ahí la designación del fenómeno, en general, por expresiones bastante triviales como mesas parlantes y danza de las mesas, expresiones que conviene suprimir, primero porque se prestan al ridículo y segundo porque pueden inducir a error, haciendo creer que las mesas tienen una influencia especial al respecto.

Daremos a este modo de comunicación el nombre de sematología espírita, palabra que da perfectamente la idea y que abarca todas las variedades de comunicaciones por signos, movimiento de cuerpos o golpes. Uno de nuestros corresponsales nos ha propuesto designar especialmente este último medio –el de los golpes– con la palabra tiptología.

El segundo modo de comunicación es la escritura; la designaremos con el nombre de psicografía, igualmente empleado por un corresponsal.

Para comunicarse a través de la escritura, los Espíritus emplean, como intermediarios, a ciertas personas dotadas de la facultad de escribir bajo la influencia del poder oculto que las dirige, las cuales ceden a una fuerza que evidentemente está fuera de su control, puesto que ellas no pueden detenerse, ni proseguir a voluntad y, a menudo, no tienen conciencia de lo que escriben. Su mano es agitada por un movimiento involuntario y casi febril; toman el lápiz aunque no quieran y lo dejan del mismo modo; ni la voluntad, ni el deseo pueden hacerlas continuar si no deben hacerlo. Es la psicografía directa.

La escritura también se obtiene por la sola imposición de las manos sobre un objeto convenientemente dispuesto y provisto de un lápiz o de cualquier otro instrumento apropiado para escribir. Generalmente, los objetos más empleados son las tablitas o las cestitas dispuestas a ese efecto. El poder oculto que actúa sobre la persona se transmite al objeto, que de esta manera se vuelve un apéndice de la mano y le imprime el movimiento necesario para trazar los caracteres. Es la psicografía indirecta.

Las comunicaciones transmitidas por la psicografía son más o menos extensas, según el grado de la facultad medianímica. Algunos no obtienen más que palabras; en otros, la facultad se desenvuelve con el ejercicio, escribiendo frases completas y, a menudo, disertaciones desarrolladas sobre temas propuestos o espontáneamente tratados por los Espíritus, sin ser provocados por ninguna pregunta.

La escritura es a veces clara y muy legible; otras veces es solamente descifrable por el que la ha escrito, y que entonces la lee por una especie de intuición o de doble vista.

En general, la escritura de una misma persona cambia por completo con la inteligencia oculta que se manifiesta, y el mismo carácter de escritura se reproduce cada vez que la misma inteligencia se manifiesta nuevamente.7 Sin embargo, este hecho no tiene nada de absoluto.

Algunas veces los Espíritus transmiten ciertas comunicaciones escritas sin intermediario directo. En este caso, los caracteres son trazados espontáneamente por un poder extrahumano, visible o invisible. Como es útil que cada cosa tenga su nombre, a fin de que nos podamos entender, daremos a este modo de comunicación escrita el de espiritografía, 8 para distinguirlo de la psicografía o escritura obtenida por un médium. La diferencia entre esas dos palabras es fácil de establecer. En la psicografía, el alma del médium desempeña necesariamente un cierto papel, al menos como intermediario, mientras que en la espiritografía es el Espíritu quien obra directamente por sí mismo.

El tercer modo de comunicación es la palabra. Ciertas personas reciben en los órganos de la voz la influencia del poder oculto, similarmente a lo que se hace sentir en la mano de aquellos que escriben. Ellos transmiten por la palabra, todo lo que los otros transmiten por la escritura.

Las comunicaciones verbales, así como las escritas, a veces tienen lugar sin intermediario corporal. Las palabras y las frases pueden resonar en nuestros oídos o en nuestro cerebro, sin causa física aparente. Los Espíritus pueden también aparecérsenos en sueño o en estado de vigilia, y dirigirnos la palabra para darnos advertencias o instrucciones.

Para seguir el mismo sistema de nomenclatura que hemos adoptado para las comunicaciones escritas, deberíamos llamar psicología a la palabra transmitida por el médium, y espiritología a la que proviene directamente del Espíritu. Pero como la palabra psicología ya tiene una acepción conocida, no la podemos cambiar. Por lo tanto, designaremos a todas las comunicaciones verbales con el nombre de espiritología, aplicando a las primeras el de espiritología mediata 9 y a las segundas el de espiritología directa.

De los diferentes modos de comunicación, la sematología es el más incompleto; es muy lento y sólo difícilmente se presta a desarrollos de una cierta extensión. Los Espíritus superiores no lo usan de buen grado, ya sea a causa de la lentitud o porque las respuestas por sí o por no son incompletas y sujetas a error. Para la enseñanza prefieren los más rápidos: la escritura y la palabra.

En efecto, la escritura y la palabra son los medios más completos para la transmisión del pensamiento de los Espíritus, ya sea por la precisión de las respuestas o por la extensión de los desarrollos que traen consigo. La escritura tiene la ventaja de dejar huellas materiales y de ser uno de los medios más indicados para combatir la duda. Además, no se está en la libertad de elegir; los Espíritus se comunican por los medios que juzgan conveniente: y esto depende de las aptitudes.

Preg. –¿Cómo pueden los Espíritus obrar sobre la materia? Esto parece contrario a todas las ideas que nos hacemos de la naturaleza de los Espíritus.

Resp. «–Según vosotros, el Espíritu no es nada; esto es un error; nosotros ya hemos dicho que el Espíritu es algo, y es por eso que puede obrar por sí mismo; pero vuestro mundo es demasiado grosero para que pueda hacerlo sin intermediario, es decir, sin el lazo que une el Espíritu a la materia.

» Nota – El lazo que une el Espíritu a la materia, si no es inmaterial, es por lo menos impalpable; esta respuesta no resolvería la cuestión si no tuviésemos el ejemplo de fuerzas igualmente imponderables que obran sobre la materia: es así que el pensamiento es la causa primera de todos nuestros movimientos voluntarios y que la electricidad derriba, levanta y transporta masas inertes. De lo que no se conoce el móvil, sería ilógico concluir que éste no existe. Por lo tanto, el Espíritu puede tener palancas que nos son desconocidas; la Naturaleza nos prueba todos los días que su fuerza no se detiene ante el testimonio de los sentidos. En los fenómenos espíritas, la causa inmediata es indiscutiblemente un agente físico, pero la causa primera es una inteligencia que obra sobre este agente, como nuestro pensamiento obra sobre nuestros miembros. Cuando queremos golpear, es nuestro brazo que obra, no es el pensamiento el que golpea: éste es quien dirige al brazo.

Preg. –Entre los Espíritus que producen efectos físicos, los que llamamos golpeadores ¿forman una categoría especial o son los mismos que producen los movimientos y los ruidos?

Resp. «–El mismo Espíritu puede ciertamente producir efectos muy diferentes, pero los hay quienes se ocupan más particularmente de ciertas cosas, como entre vosotros tenéis los herreros y los hacedores de proezas.»

Preg. –El Espíritu que obra sobre los cuerpos sólidos, ya sea para moverlos o para golpear, ¿penetra en la propia substancia de los cuerpos o actúa fuera de la misma?

Resp. «–Lo uno y lo otro; hemos dicho que la materia no es un obstáculo para los Espíritus; ellos penetran todo.»

Preg. –Las manifestaciones materiales, tales como los ruidos, el movimiento de los objetos y todos esos fenómenos provocados frecuentemente, ¿son producidos indistintamente por los Espíritus superiores y por los Espíritus inferiores?

Resp. «–Sólo los Espíritus inferiores se ocupan de esas cosas. Los Espíritus superiores se sirven de ellos algunas veces, como tú lo harías con un changador, a fin de que ejecute su cometido. ¿Puedes creer que los Espíritus de un orden superior estén a vuestras órdenes para divertiros con trivialidades? Es como preguntar si, en vuestro mundo, los hombres sabios y serios hacen cosas de juglares y bufones.»

Nota – En general, los Espíritus que se revelan por efectos físicos son de un orden inferior. Ellos divierten o impresionan a aquellos para los cuales el espectáculo visual tiene más atractivo que el ejercicio de la inteligencia; son, de cierto modo, los saltimbanquis del mundo espírita. A veces actúan espontáneamente; en otras ocasiones, por orden de los Espíritus superiores.

Si las comunicaciones de los Espíritus superiores ofrecen un interés más serio, las manifestaciones físicas tienen igualmente su utilidad para el observador; nos revelan fuerzas desconocidas en la Naturaleza y nos dan los medios de estudiar el carácter y –por así decirlo– las costumbres de todas las clases de la población espírita.

Preg. –¿Cómo probar que el poder oculto que actúa en las manifestaciones espíritas está fuera del hombre? ¿No podría pensarse que reside en sí mismo, es decir, que obra bajo el impulso de su propio Espíritu?

Resp. «–Cuando una cosa se hace contra tu voluntad y tu deseo, ciertamente que no eres tú quien la produce; pero a menudo eres la palanca de la que se sirve el Espíritu para obrar, y tu voluntad viene en su ayuda; tú puedes ser un instrumento más o menos conveniente para él.»

Nota – Es precisamente en las comunicaciones inteligentes que la intervención de un poder extraño se vuelve patente. Cuando esas comunicaciones son espontáneas y ajenas a nuestro pensamiento y a nuestro control, cuando responden a preguntas cuya solución es desconocida por los asistentes, es necesario buscar la causa fuera de nosotros. Esto se hace evidente para cualquiera que observe los hechos con atención y perseverancia; los detalles de sus matices escapan al observador superficial.

Preg. –¿Todos los Espíritus son aptos para dar manifestaciones inteligentes?

Resp. «–Sí, puesto que todos los Espíritus son inteligencias; pero como los hay de todos los grados, es como entre vosotros: unos dicen cosas insignificantes o estúpidas y otros cosas sensatas.»

Preg. –¿Todos los Espíritus son aptos para comprender las preguntas que se les propone?

Resp. «–No; los Espíritus inferiores son incapaces de comprender ciertas preguntas, lo que no les impide que respondan bien o mal; es igual que entre vosotros.»

Nota – Esto demuestra que es esencial ponerse en guardia contra la creencia en el saber indefinido de los Espíritus. Sucede con ellos lo mismo que con los hombres: no es suficiente con interrogar al primero que llega para obtener una respuesta sensata; es necesario saber a quién uno se dirige.

El que quiere conocer las costumbres de un pueblo debe estudiarlo desde lo más bajo hasta lo más alto de la escala; sólo ver una clase es hacerse una idea falsa, puesto que se juzga el todo por la parte. La población de los Espíritus es como la nuestra; hay de todo: bueno y malo, sublime y trivial, sapiente e ignorante. Cualquiera que en filosofía no haya observado todos los grados, no puede jactarse de conocerlo. Las manifestaciones físicas nos hacen conocer a los Espíritus de bajo nivel; son la calle y la choza. Las comunicaciones instructivas y sabias nos ponen en relación con los Espíritus elevados; son la élite de la sociedad: el castillo y el instituto.

Leemos lo siguiente en el Spiritualiste de la Nouvelle-Orléans (Espiritualista de Nueva Orleáns) del mes de febrero de 1857:

«–Últimamente nos hemos preguntado si todos los Espíritus, indistintamente, hacen mover las mesas, producen ruidos, etcétera; e inmediatamente la mano de una dama, demasiado seria para jugar con esas cosas, trazó violentamente estas palabras:

«–¿Quién hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los hombres superiores?

«Un amigo de nacionalidad española que era espiritualista y que murió el verano pasado, nos ha dado diversas comunicaciones; en una de las mismas se encuentra este pasaje:

"Las manifestaciones que vosotros buscáis no son del número de las que agradan más a los Espíritus serios y elevados. No obstante, reconocemos que tienen su utilidad, porque tal vez más que ninguna otra pueden servir para convencer a los hombres de hoy en día.

"Para obtener esas manifestaciones, es necesario que ciertos tipos de médiums se desarrollen, cuya constitución física esté en armonía con los Espíritus que pueden producirlas. No hay ninguna duda de que los veréis más tarde desarrollarse entre vosotros; entonces, no serán más esos pequeños golpes que escucharéis, sino ruidos semejantes a una salva de artillería entremezclada con cañonazos."

«En una parte alejada de la ciudad se encuentra una casa habitada por una familia alemana; allí se escuchan ruidos extraños, al mismo tiempo que 14 ciertos objetos son desplazados; al menos, esto es lo que nos han asegurado, porque no lo hemos verificado; pero pensando que el jefe de la familia podría sernos útil, lo hemos invitado a algunas sesiones que tienen como objetivo ese género de manifestaciones, y más tarde la mujer de este buen hombre no ha querido que él continuara siendo uno de los nuestros, porque –nos ha dicho este último– el alboroto había aumentado en su casa. A propósito de esto, he aquí lo que nos ha sido escrito por la mano de la señora...

"No podemos impedir a los Espíritus imperfectos que hagan ruidos u otras cosas molestas y hasta aterradoras; pero el hecho de estar en relación con nosotros, que somos bienintencionados, no puede sino disminuir la influencia que ellos ejercen sobre el médium en cuestión."

Notamos la perfecta concordancia que existe entre lo que los Espíritus han dicho en Nueva Orleáns, con referencia a la fuente de las manifestaciones físicas, y lo que nos han dicho a nosotros mismos. En efecto, nada podría pintar ese origen con más energía que esta respuesta, a la vez tan espiritual y tan profunda: «¿Quién hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los hombres superiores?

Tendremos ocasión de narrar, según los diarios de América, numerosos ejemplos de esta clase de manifestaciones, tan extraordinarias como la que acabamos de citar. Sin duda, se nos ha de responder con este proverbio: «De luengas tierras, luengas mentiras.» Cuando cosas tan maravillosas nos vienen de 2.000 leguas y no se han podido verificar, se concibe la duda; pero esos fenómenos han cruzado los mares con el Sr. Home, que nos ha dado prueba de ellos. Es cierto que el Sr. Home no ha mostrado esos prodigios en un teatro y que todos, mediante el precio de una entrada, no han podido verlos; es por eso que mucha gente lo trata de hábil prestidigitador, sin reflexionar que la élite de la sociedad que ha sido testigo de esos fenómenos no se habría prestado benévolamente a servirle de ayudante. Si el Sr. Home hubiese sido un charlatán, no habría tenido el cuidado de rechazar las brillantes ofertas de muchos establecimientos públicos y habría recogido el oro a manos llenas. Su desinterés es la respuesta más perentoria que se puede hacer a sus detractores. Un charlatanismo desinteresado sería un contrasentido y una monstruosidad. Más adelante 12 hablaremos en detalle del Sr. Home y de la misión que lo ha conducido a Francia. Mientras tanto, he aquí un hecho de manifestación espontánea que un distinguido médico, digno de toda confianza, nos ha narrado, y que es tan auténtico como las cosas que han pasado con su conocimiento personal.

Una familia respetable tenía como mucama a una joven huérfana de catorce años, cuya bondad y dulzura de carácter le habían merecido el afecto de sus patrones. En la misma cuadra vivía otra familia en la que la señora de la casa –no se sabe por qué– 15 había tomado aversión a la jovencita, a tal punto que no había maltrato del cual no fuese objeto. Un día que la muchacha entraba, la vecina salió furiosa, armada de una escoba, y quiso golpearla. Asustada, la joven se precipitó hacia la puerta y quiso llamar: pero desgraciadamente el cordón del llamador se había cortado y ella no podía alcanzarlo; mas he aquí que la campanilla sonó por sí sola y vinieron a abrir. En su preocupación, ella no se dio cuenta de lo que había pasado; pero, desde entonces, la campanilla continuó sonando de tiempo en tiempo sin motivo conocido, tanto de día como de noche y, cuando se iba a ver a la puerta, no había nadie. Los vecinos de la cuadra fueron acusados de jugar esas malas pasadas; la queja fue llevada ante el comisario de policía, que inició un sumario y buscó si algún cordón secreto comunicaba con el exterior, pero no pudo descubrir nada; sin embargo, las cosas continuaban igual en detrimento del reposo de todos y especialmente de la pequeña mucama, acusada de ser la causa de ese alboroto. Al seguir el consejo que les había sido dado, los patrones de la joven decidieron alejarla de su casa, y la colocaron en la de unos amigos del campo. Desde entonces la campanilla dejó de sonar, y nada semejante se produjo en el nuevo domicilio de la huérfana.

Este hecho, como muchos otros que hemos de relatar, no han sucedido a orillas del Missouri o del Ohio, sino en París, en el Passage des Panoramas (Pasaje de los Panoramas) 13 . Nos falta ahora explicarlo. La jovencita no tocaba la campanilla: esto es indudable; ella estaba demasiado atemorizada por lo que sucedía para pensar en una travesura de la cual hubiese sido la primera víctima. Una cosa no menos cierta es que el toque de la campanilla se producía en su presencia, puesto que el efecto cesó cuando ella hubo partido. El médico que ha sido testigo del hecho lo explica como siendo una poderosa acción magnética ejercida inconscientemente por la joven. Esta razón no nos parece de ninguna manera concluyente, ya que ¿por qué habría ella perdido ese poder después de su partida? Él ha respondido a esto diciendo que el terror inspirado por la presencia de la vecina debía producir en la joven una sobreexcitación tal que desarrollaba la acción magnética, y que el efecto cesó con la causa. Confesamos no estar en absoluto convencidos con este razonamiento. Si la intervención de un poder oculto no está demostrado aquí de una manera perentoria, es por lo menos probable, según los hechos análogos que conocemos. Por lo tanto, al admitir esta intervención, diremos que en la circunstancia en que el hecho se produjo por primera vez, un Espíritu protector quiso probablemente salvar a la jovencita del peligro que corría; que, a pesar del afecto que sus patrones tenían por ella, era quizás de su interés que saliera de esa casa; es por eso que el ruido continuó hasta que hubo partido.

La intervención de seres incorpóreos en los pormenores de la vida privada ha formado parte de las creencias populares de todos los tiempos. Sin duda, no puede entrar en el pensamiento de ninguna persona sensata el tomar al pie de la letra todas las leyendas, todas las historias diabólicas y todos los cuentos ridículos que se complacen en relatar alrededor del brasero. Sin embargo, los fenómenos de los cuales somos testigos prueban que dichos cuentos se basan en algo, porque lo que pasa en nuestros días ha podido y ha debido pasar en otras épocas. Que se despoje a esos cuentos de lo maravilloso y de lo fantástico, con lo que la superstición los ha desfigurado, y se encontrarán todos los caracteres, hechos y gestos de nuestros Espíritus modernos; unos buenos, benévolos y atentos, complaciéndose en ser útiles, como los buenos brownies; otros más o menos maliciosos, traviesos, caprichosos e incluso malos, como los gobelinos de Normandía, que se los encuentra bajo los nombres de bogles en Escocia, de bogharts en Inglaterra, de cluricaunes en Irlanda y de pucks en Alemania. Según la tradición popular, esos duendes se introducen en las casas y allí buscan todas las ocasiones para jugar malas pasadas. «Golpean las puertas, desplazan los muebles, dan golpes en los toneles, pegan contra los techos y los pisos, silban a media voz, hacen suspiros quejumbrosos, sacan las cobijas y corren las cortinas de los que están acostados, etc.»

El boghart de los ingleses ejerce particularmente sus malicias contra los niños, a los cuales parece tener aversión. «Les arranca a menudo su rodaja de pan con manteca y su taza de leche, agita durante la noche las cortinas de sus camas, sube y baja las escaleras haciendo mucho ruido, arroja al piso fuentes y platos, y causa muchos otros estropicios en las casas.»

En algunos lugares de Francia, los gobelinos son considerados como una especie de duendes domésticos, a los que se tiene el cuidado de alimentar con los manjares más delicados, porque traen a sus dueños el trigo robado de los graneros ajenos. Es verdaderamente curioso encontrar esta vieja superstición de la antigua Galia entre los borusos del siglo X (los prusianos de hoy). Sus koltkys, o genios domésticos, iban también a hurtar trigo en los graneros para llevárselos a los que ellos apreciaban.

¿Quién no reconocerá en esas travesuras –aparte de la falta de delicadeza del trigo robado, donde es probable que los favorecidos se justificasen en detrimento de la reputación de los Espíritus– quién, decíamos, no reconocerá en ellos a nuestros Espíritus golpeadores y a los que se puede llamar, sin injuriarlos, de perturbadores? Si un hecho semejante al que nos hemos referido anteriormente, el de la joven del Passage des Panoramas, hubiera sucedido en el campo, sin ninguna duda sería atribuido al gobelino del lugar y después ampliado por la fecunda imaginación de las comadres; no faltaría quien hubiese visto al pequeño demonio colgado de la campanilla, riendo burlonamente y haciendo muecas a los ingenuos que fuesen a abrir la puerta.



Evocaciones particulares

¡Mamá, estoy aquí!

Hace algunos meses atrás la señora ... había visto desencarnar a su única hija de catorce años, objeto de toda su ternura y muy digna de sus lamentos por las cualidades que prometían hacer de ella una mujer cabal. Esta joven había sucumbido a una larga y dolorosa enfermedad. La madre, inconsolable ante esta pérdida, veía que su salud se alteraba a cada día y repetía sin cesar que pronto ella iría a reunirse con su hija. Informada de la posibilidad de comunicarse con los seres del Más Allá, la señora ... resolvió buscar, en una conversación con su hija, un alivio a su pena. Una dama de su conocimiento era médium; pero al ser una y otra poco experimentadas para semejantes evocaciones, sobre todo en una circunstancia tan solemne, me pidieron para que yo asistiera a la misma. Éramos tres: la madre, la médium y yo. He aquí el resultado de esta primera sesión.

LA MADRE –En el nombre de Dios Todopoderoso, Espíritu Julie ..., mi hija querida, te ruego que vengas si Dios lo permite.

JULIE –¡Mamá, estoy aquí!

LA MADRE –¿Sos realmente vos, hija mía, que me responde? ¿Cómo puedo saber que sos vos? JULIE –Lili.


(Era un sobrenombre familiar dado a la joven en su infancia; no era conocido ni por la médium ni por mí, puesto que desde varios años sólo se la llamaba por su nombre de Julie. Ante esta señal, la identidad era evidente; la madre no pudo dominar su emoción y estalló en sollozos.)

JULIE –¡Mamá! ¿Por qué te afligís? Soy feliz, muy feliz; no sufro más y te veo siempre.

LA MADRE –Pero yo no te veo. ¿Dónde estás?

JULIE –Aquí, a tu lado, mi mano está sobre la señora ... (la médium) para hacerla escribir lo que te digo. Mirá mi escritura. (En efecto, la escritura era la de su hija.)

LA MADRE –Vos decís: mi mano; ¿Entonces tenés un cuerpo?

JULIE –No tengo más ese cuerpo que me hacía sufrir tanto; pero tengo su apariencia. ¿No estás contenta de que yo no sufra más, ya que puedo conversar con vos?

LA MADRE –Entonces, ¿si te viera, te reconocería?

JULIE –Sí, sin duda, y a menudo ya me viste en tus sueños.

LA MADRE –Realmente, te vi en mis sueños, pero creí que era un efecto de mi imaginación, un recuerdo. JULIE –No; era yo la que siempre estaba con vos, buscando consolarte; fui yo que te inspiré la idea de evocarme. Tengo muchas cosas para decirte. Desconfiá del señor ...; él no es sincero.


(Ese señor, conocido únicamente por la madre y nombrado tan espontáneamente, era una nueva prueba de la identidad del Espíritu que se manifestaba.)

LA MADRE –¿Qué puede, pues, hacer contra mí el señor ...?

JULIE –No puedo decírtelo; esto me está vedado. Solamente puedo advertirte que desconfíes de él.

LA MADRE –¿Estás entre los ángeles?

JULIE –¡Oh, todavía no! No soy lo bastante perfecta.

LA MADRE –Sin embargo, no te conocí ningún defecto; eras buena, dulce, amorosa y benévola para con todo el mundo; ¿esto no es suficiente?

JULIE –Para vos, mamá querida, yo no tenía ningún defecto; ¡y me lo creía, porque frecuentemente me lo decías! Pero ahora veo lo que me falta para ser perfecta.

LA MADRE –¿Cómo vas a adquirir las cualidades que te faltan?

JULIE –En nuevas existencias que serán cada vez más felices.

LA MADRE –¿Será en la Tierra que tendrás esas nuevas existencias?

JULIE –No lo sé.

LA MADRE –Puesto que no habías hecho mal alguno durante tu vida, ¿por qué sufriste tanto?

JULIE –¡Pruebas! ¡Pruebas! Las he soportado con paciencia por mi confianza en Dios; soy muy feliz hoy. ¡Hasta pronto, mamá querida!


En presencia de semejantes hechos, ¿quién osaría hablar de la nada después de la tumba, cuando la vida futura se nos revela –por así decirlo– tan palpable? Esta madre, minada por la tristeza, siente hoy una felicidad inefable al poder conversar con su hija; entre ellas no existe más la separación; sus almas se entrelazan y se expanden en el seno de una y de otra por el intercambio de sus pensamientos.


A pesar del velo con el cual hemos rodeado este relato, no nos hubiéramos permitido publicarlo, si no estuviésemos formalmente autorizados para ello. Nos decía esta madre: ¡Si todos los que han visto partir de la Tierra a sus afectos, pudiesen sentir el mismo consuelo que yo!


Por nuestra parte, solamente agregaremos una palabra dirigida a los que niegan la existencia de los buenos Espíritus: les preguntaremos cómo podrían probar que esta joven, en Espíritu, era un demonio maléfico.





Una conversión

Aunque desde otro punto de vista, la siguiente evocación no ofrece un menor interés.


Un señor, al que designaremos con el nombre de Georges, farmacéutico en una ciudad del Sur, hacía poco había visto desencarnar a su padre, objeto de toda su ternura y de una profunda veneración. El Sr. Georges padre unía a una sólida instrucción todas las cualidades que hacen al hombre de bien, aunque profesaba opiniones muy materialistas. Al respecto, su hijo compartía e incluso sobrepasaba las ideas de su padre; dudaba de todo: de Dios, del alma, de la vida futura. El Espiritismo no podía concordar con tales pensamientos. Sin embargo, la lectura de El Libro de los Espíritus le produjo una cierta reacción, corroborada por una conversación directa que hemos tenido con él. «Si mi padre pudiese responderme –decía–, yo no dudaría más.» Fue entonces que tuvo lugar la evocación que vamos a narrar, y en la cual encontraremos más de una enseñanza.


–En el nombre del Todopoderoso ruego a mi padre, en Espíritu, que se manifieste. ¿Estáis cerca de mí? «Sí.» –¿Por qué no os manifestáis a mí directamente, ya que nos hemos amado tanto? «Más adelante.» –¿Podremos reencontrarnos un día? «Sí, pronto.» – ¿Nos amaremos como en esta vida? «Más.» –¿En qué estado os halláis? «Soy feliz.» –¿Estáis reencarnado o errante? «Errante por poco tiempo.»


–¿Qué sensación habéis tenido cuando dejasteis vuestra envoltura corporal? «Turbación.» –¿Cuánto tiempo ha durado esa turbación? «Poco para mí, mucho para ti.» –¿Podéis apreciar la duración de esa turbación, según nuestra manera de contar? «Diez años para ti, diez minutos para mí.» –Pero no ha transcurrido todo ese tiempo desde que os he perdido, puesto que no han pasado más que cuatro meses. «Si tú, que estás encarnado, estuvieses en mi lugar, hubieras sentido ese tiempo.»


–¿Creéis ahora en un Dios justo y bueno? «Sí.» –¿Y creíais en Él en vuestra vida en la Tierra? «Lo presentía, pero no creía en Él.» – ¿Dios es Todopoderoso? «No me he elevado hasta Él para medir su poder; sólo Él conoce los límites de su poder, porque sólo Él es su igual.» –¿Se ocupa Él con los hombres? «Sí.» – ¿Seremos punidos o recompensados según nuestros actos? «Si haces el mal, sufrirás por ello.» –¿Seré recompensado si hago el bien? «Avanzarás en tu senda.» –¿Estoy en la buena senda? «Haz el bien y lo estarás.» –Creo ser bueno, pero yo sería mejor si como recompensa pudiese un día encontraros. «¡Que este pensamiento te sostenga y te dé coraje!» –¿Mi hijo será tan bueno como su abuelo? «Desarrolla sus virtudes, sofoca sus vicios.»


–Esto me parece tan maravilloso que no puedo creer que nos comuniquemos así en este momento. «¿De dónde viene tu duda?» – De que por compartir vuestras opiniones filosóficas, me incliné a atribuir todo a la materia. «¿Ves a la noche lo que ves de día?» – ¡Oh, padre mío! ¿Estoy, entonces, en la noche? «Sí.» –¿Qué veis de más maravilloso? «Explícate mejor.» –¿Habéis encontrado a mi madre, a mi hermana, y a Ana, la querida Ana? «Las he vuelto a ver.» –¿Las veis cuando queréis? «Sí.»


–¿Os es penoso o agradable que me comunique con vos? «Es una felicidad para mí si puedo llevarte hacia el bien.» –Al regresar a casa, ¿cómo podría hacer para comunicarme con vos, lo que me vuelve tan feliz? Eso serviría para conducirme y ayudarme mejor a educar a mis hijos. «Cada vez que un movimiento te lleve hacia el bien, síguelo; seré yo quien te ha de inspirar.»


–Me callo por temor a importunaros. «Habla más, si quieres.» –Ya que me lo permitís, os haré todavía algunas preguntas. ¿De qué afección habéis muerto? «Mi prueba había llegado a su término.» – ¿Dónde habíais contraído el absceso pulmonar que se hubo producido? «Poco importa; el cuerpo no es nada, el Espíritu lo es todo.» –¿De qué naturaleza es la enfermedad que me despierta tan a menudo de noche? «Lo sabrás más adelante.» –Creo que mi afección es grave y quisiera vivir aún para mis hijos. «No es nada; el corazón del hombre es una máquina de vida; deja actuar a la Naturaleza.»


–Ya que estáis aquí presente, ¿con qué forma lo estáis? «Con la apariencia de mi forma corporal.» –¿Estáis en un lugar determinado? «Sí, detrás de Ermance» (la médium). 18 –¿Podríais aparecernos visiblemente? «¿Para qué? Tendríais miedo.»


–¿Nos veis a todos aquí reunidos? «Sí.» –¿Tenéis una opinión sobre cada uno de los aquí presentes? «Sí.» –¿Quisierais decir algo a cada uno de nosotros? «¿En qué sentido me haces esta pregunta?» – Desde el punto de vista moral. «En otra ocasión; por hoy ha sido suficiente.»


El efecto que esta comunicación produjo en el Sr. Georges fue inmenso, y una luz totalmente nueva parecía ya aclarar sus ideas; en una sesión que tuvo lugar al día siguiente en la casa de la señora Roger, sonámbula, acabó de disipar las pocas dudas que pudieron haber quedado. He aquí un extracto de la carta que nos ha escrito al respecto. «Esta dama ha entrado espontáneamente conmigo en detalles muy precisos en lo que atañe a mi padre, a mi madre, a mis hijos y a mi salud; ha descrito con tal exactitud todas las circunstancias de mi vida, incluso recordando hechos que habían escapado hacía mucho tiempo de mi memoria; en una palabra, ella me ha dado pruebas tan patentes de esta maravillosa facultad de la que están dotados los sonámbulos lúcidos, que la reacción de las ideas en mí ha sido completa desde ese momento. En la evocación, mi padre me había revelado su presencia; en la sesión sonambúlica, yo era –por así decirlo– el testigo ocular de la vida extracorpórea, de la vida del alma. Para describir con tanta minuciosidad y exactitud, y a doscientas leguas de distancia, lo que sólo era conocido por mí, era algo digno de ser visto; ahora bien, ya que no podía hacerlo con los ojos del cuerpo, había por lo tanto un lazo misterioso e invisible que unía a la sonámbula con las personas y las cosas ausentes, a las que nunca había visto; por consecuencia, había algo fuera de la materia. ¿Qué podía ser ese algo, si no es lo que se llama alma, el ser inteligente del cual el cuerpo es sólo la envoltura, pero cuya acción se extiende mucho más allá de nuestra esfera de actividad?»


Hoy el Sr. Georges no sólo ha dejado de ser materialista, sino que es uno de los adeptos más fervientes y activos del Espiritismo, por lo que es doblemente feliz, por la confianza que ahora le inspira el porvenir y por el placer motivado que encuentra en hacer el bien.


Esta evocación, muy simple al principio, no es menos notable en más de un aspecto. El carácter del Sr. Georges padre se refleja en sus respuestas breves y sentenciosas que le eran habituales; hablaba poco y jamás decía una palabra inútil; pero el que habla, ya no es más el escéptico: reconoce su error; su Espíritu es más libre, más clarividente, y describe la unidad y el poder de Dios con estas admirables palabras: Sólo Él es su igual; antes, cuando estaba encarnado, él atribuía todo a la materia; ahora dice: El cuerpo no es nada, el Espíritu lo es todo; y esta otra frase sublime: ¿Ves a la noche lo que ves de día? Para el observador atento, todo tiene un alcance, y es así que encuentra a cada paso la confirmación de las grandes verdades enseñadas por los Espíritus.



Los antagonistas de la Doctrina Espírita se han apoderado con prontitud de un artículo publicado por el Scientific American (Científico Americano) del 11 de julio último, intitulado: Les Médiums jugés. Varios diarios franceses lo han reproducido como un argumento sin réplica; nosotros mismos lo reproduciremos a 22 continuación, acompañándolo de algunas observaciones que mostrarán su valor.

«Hace algún tiempo había sido realizada una oferta de 500 dólares (2.500 francos), por intermedio del Boston Courier (Correo de Boston), a toda persona que, en presencia y para satisfacción de un cierto número de profesores de la Universidad de Cambridge, reprodujera algunos de esos fenómenos misteriosos que los espiritualistas dicen comúnmente haber sido producidos por intermedio de agentes llamados médiums.

«El desafío fue aceptado por el Dr. Gardner, y por varias personas que se jactaban de estar en comunicación con los Espíritus. Los concurrentes se reunieron en el edificio Albion, en Boston, la última semana de junio, dispuestos a dar pruebas de su poder sobrenatural. Entre ellos estaban las jóvenes Fox, que se habían vuelto tan célebres por su superioridad en ese género. La comisión encargada de examinar las pretensiones de los aspirantes al premio estaba compuesta por los profesores Pierce, Agassiz,20 Gould y Horsford, de Cambridge, siendo los cuatro eruditos muy distinguidos. Los ensayos espiritualistas duraron varios días; jamás los médiums habían encontrado una mejor ocasión de poner en evidencia su talento o su inspiración; pero, como los sacerdotes de Baal en los días de Elías, invocaron en vano a sus divinidades, tal como lo prueba el siguiente pasaje del informe de la comisión:

"La comisión declara que el Dr. Gardner, al no haber logrado presentar a un agente o médium que revelase la palabra confiada a los Espíritus en una habitación vecina; que leyese la palabra inglesa escrita en el interior de un libro o sobre una hoja de papel plegado; que respondiese a una pregunta que sólo las inteligencias superiores pueden saber; que hiciese sonar un piano sin tocarlo o mover una mesa de una pata sin el impulso de las manos; habiéndose mostrado impotente de dar a la comisión el testimonio de un fenómeno que se pudiese considerar como el equivalente de las pruebas propuestas, aun usando una interpretación amplia y benevolente; de un fenómeno que para ser producido exigiera la intervención de un Espíritu, por lo menos suponiendo o implicando esta intervención; de un fenómeno desconocido hasta ahora por la Ciencia o cuya causa no fuese inmediatamente señalada y palpable por la comisión, no tiene ningún derecho de exigir al Courrier de Boston la remesa de la suma propuesta de 2.500 francos."

La experiencia realizada en los Estados Unidos con relación a los médiums, recuerda otra que se hizo hace aproximadamente diez años, en Francia, en pro o en contra de los sonámbulos lúcidos, es decir, magnetizados. La Academia de Ciencias recibió el encargo de otorgar un premio de 2.500 francos al sujet magnético que leyese con los ojos vendados. Todos los sonámbulos hicieron voluntariamente este ejercicio en los salones o en escenarios; leían en libros cerrados y descifraban 23 una carta completa sentados sobre la misma o apoyándola bien doblada y cerrada sobre su vientre; pero ante la Academia no se pudo leer absolutamente nada y el premio no fue ganado.

Este ensayo demuestra, una vez más, por parte de nuestros antagonistas, su absoluta ignorancia de los principios sobre los cuales reposan los fenómenos de las manifestaciones espíritas. Existe entre ellos una idea fija que esos fenómenos deben obedecer a su voluntad y producirse con una precisión mecánica. Totalmente olvidan o, mejor dicho, no saben que la causa de esos fenómenos es completamente moral y que las inteligencias que son sus primeros agentes no están al capricho de quien quiera que sea, y menos al de los médiums que al de otras personas. Los Espíritus obran cuando les agrada y ante quien les agrada; frecuentemente, es cuando menos se lo espera que su manifestación tiene lugar con más energía, y cuando se la solicita no sucede. Los Espíritus tienen maneras de ser que nos son desconocidas; lo que está fuera de la materia no puede ser sometido al crisol de la materia. Por lo tanto, es una equivocación juzgarlos desde nuestro punto de vista. Si consideran que es útil revelarse a través de signos particulares, lo harán; pero nunca lo hacen a nuestra voluntad, ni para satisfacer una vana curiosidad. Además, es necesario tener en cuenta una causa muy conocida que aleja a los Espíritus: es su antipatía por ciertas personas, principalmente por aquellas que, con preguntas conocidas, quieran poner a prueba su perspicacia. Dicen que cuando una cosa existe, ellos deben saberlo; ahora bien, es precisamente porque ese algo es conocido por vosotros, o que tenéis los medios de verificarlo por vos mismos, que ellos no se toman el trabajo de responder; esta presunción los irrita y no se obtiene nada satisfactorio, alejando siempre a los Espíritus serios que sólo hablan de buen grado con las personas que se dirigen a ellos con confianza y sin segundas intenciones. ¿No tenemos todos los días el ejemplo entre nosotros? Hombres superiores, que tienen conciencia de sus valores, ¿se entretendrían respondiendo a todas las preguntas necias que tenderían a someterlos a un examen como a los escolares? ¿Qué dirían si se les dijese: «Pero si no respondéis, es porque no sabéis?» Os volverían la espalda: es lo que hacen los Espíritus.

Si es así, diréis, ¿qué medios tenemos para convencernos? Por el propio interés de la Doctrina de los Espíritus, ¿no deberían ellos desear hacer prosélitos? Nosotros responderemos que es tener mucho orgullo el creerse indispensable para el éxito de una causa; ahora bien, los Espíritus no gustan de los orgullosos. Ellos convencen a quienes quieren; en cuanto a los que creen en su importancia personal, les demuestran el caso que les hacen no escuchándolos. Por lo demás, he aquí su respuesta a dos preguntas sobre este asunto:

–¿Puede pedirse a los Espíritus que den signos materiales como prueba de su existencia y de su poder? Resp. «–Se puede sin duda provocar ciertas manifestaciones, pero no todos son aptos para esto, y a menudo lo que se pide, no se obtiene; ellos no están al capricho de los hombres.»

–Pero cuando una persona pide estos signos para convencerse, ¿no tendría utilidad satisfacerla, puesto que sería un adepto más? Resp. «–Los Espíritus no hacen sino lo que quieren y lo que les está permitido. Al hablar y al responder a vuestras preguntas atestiguan su presencia: esto debe ser suficiente para el hombre serio que busca la verdad en la palabra.»

Los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: –Maestro, quisiéramos que nos hicierais ver algún prodigio. Jesús respondió: «–Esta raza mala y adúltera pide un prodigio, y no se le dará otro que el de Jonás» (san Mateo).

Nosotros agregaremos aún que es conocer muy poco la naturaleza y la causa de las manifestaciones si se cree que se puede estimularlas con una suma cualquiera. Los Espíritus desprecian la codicia tanto como el orgullo y el egoísmo. Y esta sola condición puede ser para ellos un motivo para no manifestarse. Por lo tanto, sabed que obtendréis cien veces más de un médium desinteresado que de aquel que está movido por el afán de lucro, y que un millón no lo llevaría a hacer lo que no debe. Si alguna cosa nos extraña es que se haya encontrado médiums capaces de someterse a una prueba en la que estaba en juego una suma de dinero.

Leemos en el Courrier de Lyon (Correo de Lyon):

«En la noche del 27 al 28 de agosto de 1857, un caso singular de visión intuitiva se ha producido en La Croix-Rousse, en las siguientes circunstancias:

«Hace aproximadamente tres meses, los esposos B... –honrados obreros tejedores–, movidos por un loable sentimiento de conmiseración, acogieron en su casa, en calidad de doméstica, a una joven un poco idiota que vivía en los alrededores de Bourgoing.

«El domingo pasado, entre las dos y las tres de la mañana, los esposos B... fueron despertados con sobresalto por los gritos agudos dados por su empleada, que dormía en un desván contiguo a su habitación.

«Al encender una lámpara, la señora B... subió al desván y encontró a su 25 doméstica que, bañada en lágrimas –y en un estado de exaltación de espíritu, difícil de describir– llamaba a su madre, a la que acababa de ver morir ante sus ojos, según decía, mientras se retorcía los brazos en horribles convulsiones.

«Después de haber consolado a la joven, la señora B... volvió a su habitación. Este incidente estaba casi olvidado, cuando ayer, martes por la tarde, el cartero entregó al Sr. B... una carta del tutor de la joven, que comunicaba a ésta última que en la noche del domingo al lunes, entre las dos y las tres de la mañana, su madre había muerto a consecuencia de una caída desde lo alto de una escalera.

«La pobre idiota partió ayer mismo a la mañana para Bourgoing, acompañada por el Sr. B..., su patrón, para recibir la parte de la sucesión que le correspondía en la herencia de su madre, cuyo fin deplorable había visto tan tristemente en sueño.»

Los casos de esta naturaleza no son raros, y a menudo tendremos ocasión de relatarlos, cuya autenticidad no podrá ser refutada. Algunas veces se producen al dormir, en el estado de sueño; ahora bien, como los sueños no son otra cosa que un estado de sonambulismo natural incompleto, designaremos a las visiones que tienen lugar en este estado con el nombre de visiones sonambúlicas, para distinguirlas de aquellas que ocurren en el estado de vigilia y que llamaremos visiones por doble vista. En fin, llamaremos visiones extáticas a las que tienen lugar en el éxtasis; éstas generalmente tienen por objeto los seres y las cosas del mundo incorpóreo. El siguiente caso pertenece a la segunda categoría.

Un naviero conocido nuestro que vive en París, nos contaba hace pocos días lo siguiente: «En el mes de abril último, estando un poco enfermo, fui de paseo a Las Tullerías con mi socio. Hacía un tiempo hermoso; el Jardín estaba lleno de gente. De repente la muchedumbre desapareció ante mis ojos; yo no sentía más mi cuerpo; fui como transportado y vi claramente un navío entrando en el puerto de El Havre. Reconocí que era La Clémence (La Clemencia), que esperábamos de las Antillas; vi atracar el navío al muelle, distinguí claramente los mástiles, las velas, los marineros y todos los más minuciosos detalles, como si yo estuviese en el lugar. Entonces, le dije a mi compañero: «He aquí La Clémence arribando; recibiremos la noticia hoy mismo; su travesía ha sido afortunada.» Al regresar a mi casa me entregaron un despacho telegráfico. Antes de tomar conocimiento del mismo, dije: “Es el anuncio de la llegada de La Clémence que entró en El Havre a las tres horas.” En efecto, el despacho confirmaba esa llegada a la misma hora en que yo lo había visto en Las Tullerías.»

Cuando las visiones tienen por objeto los seres del mundo incorpóreo, se podría con aparente razón atribuirlas a la imaginación y calificarlas de alucinaciones, porque nada puede demostrar 26 su exactitud; pero en ambos casos que acabamos de relatar, es la realidad más material y más positiva la que aparece. Desafiamos a todos los fisiólogos y a todos los filósofos para que los expliquen a través de los sistemas corrientes. Sólo la Doctrina Espírita puede dar la explicación a través del fenómeno de la emancipación del alma que, escapándose momentáneamente de sus fajas materiales, se transporta hacia fuera de la esfera de la actividad corporal. En el primer caso narrado más arriba, es probable que el alma de la madre haya venido a buscar a su hija para advertirla de su muerte; pero en el segundo, es cierto que no es el navío el que ha venido al encuentro del naviero en Las Tullerías; por lo tanto, es necesario que sea el alma de éste la que ha ido a buscarlo en El Havre.

Si las primeras manifestaciones espíritas han hecho numerosos adeptos, han encontrado no sólo muchos incrédulos, sino también los adversarios más encarnizados y, frecuentemente, hasta los interesados en su descrédito. Hoy los hechos han hablado tan alto que obligan a aceptar la evidencia, y si aún existen incrédulos sistemáticos, podemos predecirles con certeza que no pasarán muchos años antes de que suceda con los Espíritus lo mismo que con la mayoría de los descubrimientos, que han sido combatidos a ultranza o considerados como utopías por aquellos mismos cuyo saber debería haberlos hecho menos escépticos en lo tocante al progreso. Ya hemos encontrado a muchas personas, entre las que no han podido profundizar estos extraños fenómenos, que están de acuerdo que nuestro siglo es tan fecundo en cosas extraordinarias, y que la Naturaleza tiene tantos recursos desconocidos, que sería más que una ligereza negar la posibilidad de lo que no se comprende. Éstos dan prueba de sabiduría. Mientras tanto, he aquí una autoridad que no podría ser sospechosa de prestarse con ligereza a una mistificación: es uno de los principales diarios eclesiásticos de Roma, la Civiltà Cattolica (Civilización Católica). Reproducimos a continuación un artículo que este diario publicó en el mes de marzo último, y se verá que sería difícil probar la existencia y la manifestación de los Espíritus con argumentos más perentorios. Es verdad que diferimos del mismo acerca de la naturaleza de los Espíritus; sólo admite a los malos, mientras que nosotros admitimos a los buenos y a los malos: éste es un punto que trataremos más adelante con todo el desarrollo necesario. El reconocimiento de las manifestaciones espíritas por una autoridad tan seria y respetable es un punto capital; por lo tanto, sólo resta juzgarlas: es lo que haremos en el próximo número. L'Univers (El Universo), al reproducir este artículo, lo hace preceder de las sabias reflexiones siguientes:


«Por ocasión de una obra publicada en Ferrara, sobre la práctica del magnetismo animal, hemos hablado últimamente a nuestros lectores de los sabios artículos que acaban de aparecer en la Civiltà Cattolica, de Roma, sobre la Necromancia moderna, reservándonos el hacérselos conocer más ampliamente. Damos hoy el último de estos artículos, que contiene en algunas páginas las conclusiones de la revista romana. Además del interés que naturalmente se atribuye a esas materias y la confianza que debe inspirar un trabajo publicado por la Civiltà, la oportunidad particular de la cuestión, en este momento, nos dispensa de llamar la atención sobre un asunto que muchas personas han tratado en la teoría y en la práctica de una manera muy poco seria, a despecho de esta regla de vulgar prudencia que aconseja que cuanto más extraordinarios son los hechos, con más circunspección se debe proceder.»


He aquí este artículo: «De todas las teorías que se han expuesto para explicar naturalmente los diversos fenómenos conocidos con el nombre de espiritualismo americano, no hay ninguna que alcance su objetivo, y menos aún que llegue a dar la explicación de todos esos fenómenos. Si una u otra de estas hipótesis fuese suficiente para explicar algunos, habría siempre muchos que quedarían inexplicados e inexplicables. La superchería, la mentira, la exageración, las alucinaciones deben por cierto formar parte ampliamente en los hechos citados; pero después de haber realizado este descuento, resta todavía una cantidad tal que, para negar la realidad, sería necesario rechazar todo crédito en la autoridad de los sentidos y del testimonio humano. Entre los hechos en cuestión, un cierto número puede explicarse con la ayuda de la teoría mecánica o mecánicofisiológica; pero hay una parte, y mucho más considerable, que de ninguna manera puede prestarse a una explicación de este género. A este orden de hechos se relacionan todos los fenómenos en los cuales los efectos obtenidos superan evidentemente la intensidad de la fuerza motriz que debería –dicen– producirlos. Tales son: 1°) Los movimientos, los sobresaltos violentos de masas pesadas y sólidamente equilibradas, a la simple presión y al solo contacto de las manos; 2°) Los efectos y los movimientos que se producen sin contacto alguno, por consecuencia, sin ningún impulso mecánico, ya sea inmediato o mediato; y, en fin, esos otros efectos que son de una naturaleza en que se manifiestan, en quien los produce, una inteligencia y una voluntad distintas a las de los experimentadores. Para explicar estos tres órdenes de hechos diversos, tenemos todavía la teoría del magnetismo; pero por más amplias concesiones que se esté dispuesto a hacer, e incluso admitiéndola a ojos cerrados, todas las hipótesis gratuitas en las cuales se basa, todos los errores y los absurdos de 28 que está plagada, y las facultades milagrosas que atribuye a la voluntad humana, al fluido nervioso y a cualquier otro agente magnético, esta teoría jamás podrá explicar –con ayuda de sus principios– cómo una mesa magnetizada por un médium, manifiesta en sus movimientos una inteligencia y una voluntad propias, es decir, diferentes a las del médium, y que a veces son contrarias y superiores a la inteligencia y a la voluntad de éste.


«¿Cómo dar la explicación de semejantes fenómenos? ¿Queremos también nosotros recurrir a no sé qué causas ocultas o a qué fuerzas aún desconocidas de la Naturaleza? ¿O a explicaciones nuevas de ciertas facultades, de ciertas leyes que hasta el presente habían permanecido inertes y como adormecidas en el seno de la Creación? Sería como confesar abiertamente nuestra ignorancia y enviar el problema a que aumente el número de tantos enigmas que el Espíritu humano no ha podido hasta el presente encontrar la clave, ni podrá jamás hacerlo. Por lo demás, no dudamos en confesar nuestra ignorancia con respecto a los varios fenómenos en cuestión, cuya naturaleza es tan equívoca y tan desconocida que nos parece que el partido más sabio sea el de no buscar explicarlos. En compensación, existen otros para los cuales no nos parece difícil encontrar la solución; es verdad que es imposible buscarla en las causas naturales; pero, ¿por qué entonces dudaríamos en recurrir a esas causas que pertenecen al orden sobrenatural? Quizás estuviésemos desviados por las objeciones que nos oponen los escépticos y aquellos que, al negar este orden sobrenatural, nos dicen que no se puede definir hasta dónde se extienden las fuerzas de la Naturaleza; que el campo que falta descubrir a las Ciencias físicas no tiene límites y que nadie sabe suficientemente bien cuáles son los límites del orden natural para poder indicar con precisión el punto donde termina uno y comienza el otro. La respuesta a semejante objeción nos parece fácil: admitiendo que no se pueda determinar de una manera precisa el punto de división de estos dos órdenes opuestos – el orden natural y el orden sobrenatural–, de esto no se deduce que no pueda definirse con certeza si tal efecto pertenece a uno o a otro de esos órdenes. ¿Quién puede, en el arco iris, distinguir el punto preciso donde termina uno de los colores y donde comienza el siguiente? ¿Quién puede fijar el instante exacto donde termina el día y donde comienza la noche? Y, sin embargo, no hay un hombre que sea tan limitado como para sacar en conclusión que no puede saber si tal zona del arco iris es roja o amarilla, o si a tal hora es de día o de noche. ¿Quién es aquel que no comprende que para conocer la naturaleza de un hecho, de ningún modo es necesario pasar por el límite donde comienza o donde termina la categoría a la cual pertenece, y que basta constatar si reúne los caracteres que son propios de esta categoría?


«Apliquemos esta observación tan simple a la presente cuestión: nosotros no podemos decir hasta dónde van las fuerzas de la Naturaleza; sin embargo, al darse un hecho podemos frecuentemente determinar con certeza –según ciertos caracteres– que pertenece al orden sobrenatural. Y para no salir de nuestro problema, entre los fenómenos de las mesas parlantes, hay varios que, a nuestro entender, manifiestan esos caracteres de la manera más evidente; tales son aquellos en los cuales el agente que mueve las mesas obra como causa inteligente y libre, al mismo tiempo que muestra una inteligencia y una voluntad que le son propias, es decir, superiores o contrarias a la inteligencia y a la voluntad de los médiums, de los experimentadores y de los asistentes; en una palabra, son distintas de éstas, cualquiera que pueda ser la manera que atestigüe esta distinción. En casos semejantes somos obligados a admitir, sea como fuere, que este agente es un Espíritu y no un Espíritu humano, y que por lo tanto está fuera de este orden, de esas causas que tenemos la costumbre de llamar naturales, de las que –digamos– no superan las fuerzas del hombre.


«Tales son precisamente los fenómenos que, así como lo hemos dicho anteriormente, han resistido a cualquier otra teoría fundada en los principios puramente naturales, mientras que en la nuestra encuentran una explicación más fácil y más clara, ya que cada uno sabe que el poder de los Espíritus sobre la materia sobrepasa en mucho las fuerzas del hombre; y que no hay efecto maravilloso, entre los citados de la necromancia moderna, que no pueda ser atribuido a su acción.


«Sabemos muy bien que al ver que ponemos aquí a los Espíritus en escena, más de un lector sonreirá con piedad. Sin hablar de esas personas que, como verdaderos materialistas, no creen en absoluto en la existencia de los Espíritus y rechazan como siendo una fábula todo lo que no sea materia ponderable y palpable, así como los que, a pesar de admitir que existen los Espíritus, les niegan cualquier influencia y cualquier intervención en lo que atañe a nuestro mundo; hay en nuestros días muchos hombres que, por más que atribuyan a los Espíritus lo que ningún buen católico podría negarles –a saber: la existencia y la facultad de intervenir en los hechos de la vida humana de una manera oculta o patente, ordinaria o extraordinaria–, parecen, entretanto, desmentir su fe en la práctica, y consideran como una vergüenza, como un exceso de credulidad y como una superstición de viejas, admitir la acción de estos mismos Espíritus en ciertos casos especiales, contentándose con no negarla en tesis general. Y, a decir verdad, desde hace un siglo se han burlado tanto de la simplicidad de la Edad Media, acusándola de ver por todas partes Espíritus, maleficios y hechiceros, y se ha hablado tanto sobre ese asunto, que no es sorprendente que tantas cabezas débiles, que quieren parecer fuertes, sientan de aquí en adelante repugnancia y una especie de vergüenza por creer en la intervención de los Espíritus. Pero este exceso de incredulidad no es menos irracional que lo que no haya podido ser en otras épocas el exceso contrario; y si creer demasiado conduce, en semejante materia, a vanas supersticiones, no querer admitir nada, por otro lado, lleva directamente a la impiedad del naturalismo. Por consiguiente, el hombre sabio, el cristiano prudente deben evitar también esos dos extremos y mantenerse firmes en la línea intermedia: porque es ahí que se encuentra la verdad y la virtud. Ahora bien, en la cuestión de las mesas parlantes, ¿hacia qué lado nos hará inclinar una fe prudente?


«La primera, la más sabia de las reglas que nos impone esta prudencia, nos enseña que para explicar los fenómenos que ofrecen un carácter extraordinario, no se debe recurrir a las causas sobrenaturales sino cuando las que pertenecen al orden natural sean insuficientes para darles una explicación. De donde se deduce, en cambio, la obligación de admitir las primeras, cuando las segundas son insuficientes. Y éste es justamente nuestro caso; en efecto, entre los fenómenos de los que hemos hablado, existen aquellos en los cuales ninguna teoría y ninguna causa puramente natural podría explicarlos. Por lo tanto, no es solamente prudente, sino también necesario buscar su explicación en el orden sobrenatural o, en otras palabras, atribuirlos exclusivamente a los Espíritus, ya que, por fuera y por encima de la Naturaleza, no existe otra causa posible.


«He aquí una segunda regla, un criterium infalible para establecer, con relación a un hecho cualquiera, si pertenece al orden natural o sobrenatural: es examinar bien los caracteres y determinar, según los mismos, la naturaleza de la causa que lo ha producido. Ahora bien, los más maravillosos hechos de este género, los que no puede explicar ninguna otra teoría, ofrecen caracteres tales que demuestran una causa, no solamente inteligente y libre, sino también dotada de una inteligencia y de una voluntad que no tienen nada de humano; por consecuencia, esta causa no puede ser otra que exclusivamente un Espíritu.


«Así, por dos caminos, uno indirecto y negativo, que procede por exclusión, el otro directo y positivo, el cual está fundado en la propia naturaleza de los hechos observados, hemos arribado a esta misma conclusión, a saber: que entre los fenómenos de la necromancia moderna hay, por lo menos, una categoría de hechos que sin ninguna duda son producidos por los Espíritus. Hemos llegado a esta conclusión por un razonamiento tan simple y tan natural que, al aceptarlo, lejos del temor de ceder a una imprudente credulidad, al contrario, creeríamos dar prueba –si nos negáramos a admitirlo– de una debilidad y de una incoherencia de espíritu imperdonables. Para confirmar nuestra aserción, los argumentos no nos faltarían; lo que sí nos falta son el espacio y el tiempo para desarrollarlos aquí. Lo que hemos dicho hasta ahora es plenamente suficiente y puede resumirse en las cuatro siguientes proposiciones:


«1°) Entre los fenómenos en cuestión, separando razonablemente lo que se puede atribuir a la impostura, a las alucinaciones y a las exageraciones, existe todavía un gran número cuya realidad no puede ponerse en duda sin violar todas las leyes de una crítica saludable.


«2°) Todas las teorías naturales que hemos expuesto y discutido anteriormente son impotentes para dar una explicación satisfactoria de todos esos hechos. Si explican algunos, dejan un número mayor (y éstos son los más difíciles) totalmente inexplicados e inexplicables.


«3°) Al implicar la acción de una causa inteligente ajena al hombre, los fenómenos de este último orden sólo pueden explicarse a través de la intervención de los Espíritus, sea cual fuere, además, el carácter de esos Espíritus, cuestión de la que nos ocuparemos más adelante.


«4°) Todos estos hechos pueden dividirse en cuatro categorías: muchos de ellos deben ser rechazados como falsos o como producidos por la superchería; en cuanto a los otros, los más simples y los más fáciles de concebir, tales como las mesas giratorias, admiten en ciertas circunstancias una explicación puramente natural; por ejemplo, la de un impulso mecánico; una tercera clase se compone de fenómenos más extraordinarios y más misteriosos, sobre la naturaleza de los cuales se duda aún, porque, aunque parecen sobrepasar las fuerzas de la Naturaleza, no presentan, sin embargo, caracteres tales que se deba evidentemente recurrir –para explicarlos– a una causa sobrenatural. Finalmente, colocamos en la cuarta categoría los hechos que, al ofrecer de una manera evidente esos caracteres, deben ser atribuidos a la operación invisible y exclusiva de los Espíritus.


«¿Pero quiénes son esos Espíritus? ¿Son buenos o malos? ¿Ángeles o demonios? ¿Almas bienaventuradas o almas réprobas? La respuesta a esta última parte de nuestro problema no podría ser dudosa, por poco que sean considerados, de un lado, la naturaleza de esos diversos Espíritus, y del otro, el carácter de sus manifestaciones. Es lo que nos queda por demostrar.»


Historia de Juana de Arco DICTADA POR ELLA MISMA A LA SEÑORITA ERMANCE DUFAUX

He aquí una cuestión que a menudo nos ha sido presentada: la de saber si los Espíritus que responden con mayor o menor precisión a las preguntas que se les dirigen, podrían hacer un trabajo de gran extensión. La prueba está en la obra de la cual hablamos, porque aquí no es más una serie de preguntas y respuestas, es una narración completa y continuada como hubiera podido hacerla un historiador, y que contiene una infinidad de detalles poco o nada conocidos sobre la vida de la heroína. A los que podrían creer que la señorita Dufaux se ha inspirado en sus conocimientos personales, responderemos que ella ha escrito este libro a la edad de catorce años y que había recibido la instrucción que reciben todas las jóvenes de buena familia, educadas con esmero; pero aunque tuviese una memoria fenomenal, no es en los libros clásicos donde se pueden obtener documentos íntimos que difícilmente se encontrarían en los archivos de la época. Los incrédulos –lo sabemos– siempre tendrán mil objeciones que hacer; pero para nosotros, que hemos visto a la médium en acción, el origen del libro no admite ninguna duda.


Aunque la facultad de la señorita Dufaux se presta a la evocación de cualquier Espíritu, nosotros mismos hemos comprobado, en las comunicaciones personales que nos ha transmitido, que su especialidad es la Historia. De la misma manera, ella ha escrito la de Luis XI y la de Carlos VIII, que serán publicadas como la de Juana de Arco. Se ha presentado en la Srta. Dufaux un fenómeno bastante curioso. Al principio, era una muy buena médium psicógrafa y escribía con gran facilidad; poco a poco se volvió médium psicofónica, y a medida que esta nueva facultad se desarrolló, la primera disminuyó; hoy en día escribe poco o muy difícilmente; pero lo que tiene de singular, es que al hablar necesita tener un lápiz en la mano, simulando escribir; es preciso una tercera persona para recoger sus palabras, como las de la sibila. Al igual que todos los médiums favorecidos por los Espíritus buenos, nunca recibió comunicaciones que no fueran de un orden elevado.


Tendremos ocasión de volver a la Historia de Juana de Arco para explicar los hechos de su vida relacionados con el mundo invisible, y citaremos lo que ella ha dictado de más notable a su intérprete con respecto a este tema. (1 vol. in 12º; 3 fr. Librería Dentu, en el PalaisRoyal.)


El Libro de los Espíritus *
CONTIENE LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
Sobre la naturaleza de los seres del mundo incorpóreo, sus manifestaciones y sus relaciones con los hombres; las leyes morales, la vida presente, la vida futura y el porvenir de la Humanidad.
ESCRITO Y PUBLICADO SEGÚN EL DICTADO Y LA ORDEN DE LOS ESPÍRITUS SUPERIORES,
por ALLAN KARDEC.

Esta obra –así como lo indica su título– no es de modo alguno una doctrina personal: es el resultado de la enseñanza directa de los propios Espíritus sobre los misterios del mundo donde estaremos un día, y sobre todas las cuestiones que interesan a la Humanidad; de cierta forma, ellos nos dan el código de la vida al trazarnos la ruta de la felicidad venidera. Al no ser este libro el fruto de nuestras propias ideas, puesto que sobre muchos puntos importantes nosotros teníamos una manera de ver totalmente diferente, en absoluto nuestra modestia habrá de sufrir con los elogios; sin embargo, preferimos dejar hablar a aquellos que están completamente desinteresados en la cuestión.

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* vol. in 8º en 2 columnas, 3 fr.; en la Librería Dentu, Palais-Royal, y en la oficina del periódico: rue et passage Sainte-Anne, 59 (antiguamente era en la rue des Martyrs, nº 8). [Nota de Allan Kardec.]

Acerca de este libro, el Courrier de Paris (Correo de París) del 11 de julio de 1857 contenía el siguiente artículo:

LA DOCTRINA ESPÍRITA

El editor Dentu ha publicado, hace poco tiempo, una obra muy notable; íbamos a decir muy curiosa, pero hay cosas que rechazan toda calificación banal.

El Libro de los Espíritus, del Sr. Allan Kardec, es una página nueva del propio gran libro del infinito, y estamos persuadidos de que se ha de colocar un señalador en esta página. Sentiríamos mucho si se creyera que hemos venido a hacer aquí una publicidad bibliográfica; si pudiésemos suponer que así fuera, quebraríamos nuestra pluma inmediatamente. No conocemos de manera alguna al autor, pero confesamos abiertamente que nos sentiríamos felices en conocerlo. Quien escribió la Introducción que encabeza El Libro de los Espíritus debe tener el alma abierta a todos los nobles sentimientos.

Además, para que no se pueda sospechar de nuestra buena fe y acusarnos de tomar partido, diremos con toda sinceridad que nunca hemos hecho un estudio profundo de las cuestiones sobrenaturales. Pero si los hechos que se produjeron nos han asombrado, por lo menos no nos hicieron encoger de hombros. Somos un poco como esas personas llamadas soñadoras, porque no piensan igual que todo el mundo. A veinte leguas de París, al atardecer y bajo los grandes árboles, cuando no tenemos a nuestro alrededor más que algunas cabañas diseminadas, pensamos naturalmente en cualquier otra cosa que no sea la Bolsa, el macadán de los bulevares o los caballos de Longchamp. Muy a menudo nos hemos preguntado –y esto mucho tiempo antes de haber escuchado hablar de los médiums– qué pasaba en lo que se ha convenido llamar el Más Allá. Inclusive habíamos esbozado una teoría sobre los mundos invisibles, que guardamos cuidadosamente para nosotros y que estamos muy felices en reencontrarla casi por entero en el libro del Sr. Allan Kardec.

A todos los desheredados de la Tierra, a todos los que andan o que caen regando con sus lágrimas el polvo del camino, les diremos: Leed El Libro de los Espíritus, esto os hará más fuertes. También a los que están felices, a los que por la senda sólo encuentran ovaciones de la multitud o las sonrisas de la fortuna, les diremos: Estudiadlo, él os hará mejores.

El cuerpo de la obra –dice el Sr. Allan Kardec– debe ser atribuido plenamente a los Espíritus que lo han dictado. Está admirablemente clasificado por preguntas y respuestas. Algunas veces, estas últimas son simplemente sublimes: esto no nos sorprende; pero, ¿no ha sido necesario un gran mérito para quien supo obtenerlas?

Desafiamos a los más incrédulos a reírse mientras leen este libro en el silencio y en la soledad. Todo el mundo honrará al hombre que ha escrito su prefacio.

La Doctrina se resume en dos palabras: No hagáis a los otros lo que no quisierais que os hagan. Hubiéramos querido que el Sr. Allan Kardec haya agregado: y haced a los otros lo que quisierais que os hiciesen. Mejor dicho, el libro lo dice claramente y, además, la Doctrina no estaría completa sin ello. No basta con no hacer el mal, es necesario también hacer el bien. Si no fuésemos más que hombres honrados, no habríamos cumplido sino con la mitad de nuestro deber. Somos un átomo imperceptible de esta gran máquina llamada mundo, y donde nada debe ser inútil. Sobre todo no nos digan que se puede ser útil sin hacer el bien; nos veríamos forzados a replicarles con un volumen.

Al leer las admirables respuestas de los Espíritus en la obra del Sr. Kardec, nos hemos dicho que habría allí un bello libro para escribir. Rápidamente reconocimos que nos habíamos equivocado: el libro ya está escrito. Sólo conseguiríamos estropearlo si buscásemos completarlo.

¿Sois hombres de estudio y tenéis buena fe para instruiros? Leed el Libro Primero sobre la Doctrina Espírita.

¿Estáis colocados en la clase de personas que sólo se ocupan de sí mismas, que hacen –como se dice– sus pequeños negocios muy tranquilamente y que a su alrededor no ven nada más que sus propios intereses? Leed las Leyes Morales.

¿La desdicha os persigue encarnizadamente, y la duda os envuelve a veces con su brazo glacial? Estudiad el Libro Tercero: Esperanzas y Consuelos.

Todos vosotros que tenéis nobles pensamientos en vuestros corazones y que creéis en el bien, leed todo el libro.

Si hubiere alguien que en su contenido encuentre material para burlas, sinceramente nos compadeceríamos.

G. DU CHALARD

Entre las numerosas cartas que nos han sido dirigidas desde la publicación de El Libro de los Espíritus, solamente citaremos dos, porque ambas resumen de alguna manera la impresión que este libro ha producido y el objetivo esencialmente moral de los principios que encierra.
Burdeos, 25 de abril de 1857.

Señor,

Habéis puesto a una gran prueba a mi paciencia por la demora en la publicación de El Libro de los Espíritus, anunciado desde hace tanto tiempo; felizmente no perdí por esperar, porque supera todas las ideas que pude haberme formado de él según su prospecto.31 ¡Sería imposible describiros el efecto que ha producido en mí: soy como un hombre que ha salido de la oscuridad; me parece como si una puerta hasta hoy cerrada se hubiese abierto súbitamente; ¡mis ideas han crecido en algunas horas! ¡Oh, cuán mezquinas y pueriles me parecen las miserables preocupaciones de la Humanidad, ante ese porvenir del cual yo no dudaba, pero que estaba tan oscurecido por los prejuicios que apenas lo imaginaba! Gracias a la enseñanza de los Espíritus, ese futuro se presenta con una forma definida, perceptible, mayor y bella, y en armonía con la majestad del Creador. Cualquiera que lea este libro –como yo– y medite acerca del mismo, encontrará allí tesoros inagotables de consuelos, porque abarca todas las fases de la existencia. En mi vida he tenido pérdidas que fuertemente me han afectado; hoy en día no me dejan ningún disgusto, y toda mi preocupación es emplear con utilidad el tiempo y las facultades para acelerar mi progreso, porque ahora el bien tiene un objetivo para mí, y comprendo que una vida inútil es una vida egoísta que no puede hacernos avanzar hacia la vida futura.

Si todos los hombres que piensan como vos y yo –y encontraréis a muchos, así lo espero por el honor de la Humanidad– pudiesen entenderse, reunirse, actuar en común, ¡qué fuerza no tendrían para acelerar esta regeneración que nos está anunciada! Cuando vaya a París, tendré el honor de veros, y si no es abusar de vuestro tiempo, os pediré que desarrolléis ciertos pasajes y algunos consejos sobre la aplicación de las leyes morales a las circunstancias que me son personales. Señor, a la espera de esto, recibid –os lo ruego– la expresión de todo mi reconocimiento, porque me habéis proporcionado un gran bien al mostrarme el camino de la única felicidad real en este mundo, y quizás os deberé, además, un mejor lugar en el otro.

Vuestro devoto servidor,

D..., capitán retirado.

Lyon, 4 de julio de 1857.

Señor,

No sé cómo expresaros todo mi reconocimiento por la publicación de El Libro de los Espíritus, que anhelo por volver a leerlo. ¡Cuán consolador es para nuestra pobre Humanidad lo que vos nos habéis hecho saber! Por mi parte, os confieso que ahora soy más fuerte y más valiente para soportar las penas y las dificultades vinculadas a mi pobre existencia. Ya he compartido con varios de mis amigos las convicciones que he extraído de la lectura de vuestra obra: todos ellos se sienten muy felices, porque ahora comprenden las desigualdades de las posiciones sociales y no murmuran más contra la Providencia; la esperanza cierta de un porvenir más feliz, si proceden bien, los consuela y les da coraje. Señor, quisiera seros útil; no soy más que un pobre hijo del pueblo que se ha hecho una pequeña posición por su trabajo, pero que carece de instrucción, habiendo sido obligado a trabajar desde muy joven; por lo tanto, siempre he amado a Dios y he realizado todo que he podido para ser útil a mis semejantes; es por eso que busco todo lo que pueda contribuir a la felicidad de mis hermanos. Vamos a reunirnos varios adeptos que estábamos dispersos; haremos todos nuestros esfuerzos para secundaros: habéis levantado el estandarte y nuestra tarea es seguiros; contamos con vuestro apoyo y vuestros consejos.

Señor, soy, si me atrevo a decirlo, vuestro hermano, con devoción

C...

A menudo se nos ha preguntado sobre la manera por la cual obtuvimos las comunicaciones que son el objeto de El Libro de los Espíritus. Resumimos aquí, con mucho gusto, las respuestas que hemos dado sobre ese tema, lo que nos proporcionará la oportunidad de cumplir un deber de gratitud para con las personas que han tenido a bien prestarnos su colaboración.

Como ya lo hemos explicado, las comunicaciones mediante golpes o, dicho de otro modo, a través de la tiptología, son demasiado lentas e incompletas para un trabajo de gran extensión; es por eso que nunca hemos empleado este medio: todo ha sido obtenido a través de la escritura y por intermedio de varios médiums psicógrafos. Nosotros mismos hemos preparado las preguntas y coordinado el conjunto de la obra; las respuestas son textualmente las que han sido dadas por los Espíritus; la mayoría han sido escritas bajo nuestros ojos, siendo algunas extraídas de las comunicaciones que nos han sido dirigidas por nuestros corresponsales, o que hemos recogido en todos los lugares donde hemos estado para hacer estudios: con este fin, los Espíritus parecen multiplicar ante nuestros ojos los temas de observación.

Los primeros médiums que han colaborado con nuestro trabajo son las señoritas B..., cuya complacencia no nos ha faltado nunca: el libro ha sido escrito casi enteramente por intermedio de las mismas y en presencia de un numeroso público que asistía a las sesiones, en las cuales tenía el más vivo interés. Más tarde, los Espíritus prescribieron la revisión completa en reuniones particulares, para hacer allí todas las adiciones y correcciones que ellos juzgaban necesarias. Esta parte esencial del trabajo ha sido realizada con la colaboración de la señorita Japhet **, que se ha prestado con la mayor complacencia y el más completo desinterés a todas las exigencias de los Espíritus, puesto que eran ellos los que designaban los días y las horas de sus lecciones. El desinterés no sería aquí un mérito en particular, ya que los Espíritus reprueban todo el tráfico que pueda hacerse con su presencia; mas la señorita Japhet, que es igualmente una muy notable sonámbula, tenía su tiempo empleado útilmente: pero ella ha comprendido que también le daría una utilización provechosa al consagrarlo a la propagación de la Doctrina. En cuanto a nosotros, hemos declarado desde el principio –y nos agrada confirmarlo aquí– que nunca hemos pretendido hacer de El Libro de los Espíritus el objeto de una especulación, debiendo su producto ser aplicado en cosas de utilidad general; es por eso que siempre tendremos gratitud para con aquellos que se asociaron, de corazón y por amor al bien, a la obra a la que nos hemos consagrado.

ALLAN KARDEC

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** Calle Tiquetonne Nº 14. [Nota de Allan Kardec.]