Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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El Sr. Squire

Varios diarios han hablado con más o menos escarnio, como de costumbre, de este nuevo médium –compatriota del Sr. Home–, bajo cuya influencia también se producen fenómenos de un orden en cierto modo excepcional. Como característica particular, sus efectos tienen lugar en la más profunda oscuridad, circunstancia que los incrédulos no dejan de alegar. Como se sabe, el Sr. Home producía fenómenos muy variados, entre los cuales el más notable era indiscutiblemente el de las apariciones tangibles; nosotros los hemos relatado con detalles en la Revista Espírita de los meses de febrero, marzo y abril de 1858. El Sr. Squire produce dos de ellos o, mejor dicho, uno con ciertas variantes, pero que no es menos digno de atención. Al ser la oscuridad una condición esencial para la obtención del fenómeno, no es preciso decir que todas las precauciones necesarias son debidamente tomadas para asegurar su realidad. He aquí en qué consiste:

El Sr. Squire se ubica frente a una mesa que pesa de 35 a 40 kilos, semejante a una mesa grande de cocina; le atan fuertemente las dos piernas para que no pueda servirse de las mismas y, en esa posición, su fuerza muscular sería considerablemente paralizada si recurriera a ella. Otra persona, cualquier una o si se quiere la más incrédula, lo agarra de la mano de un modo que sólo le deje libre la otra. Entonces, él la pone suavemente en el borde de la mesa; después de esto, se apagan las luces y en el mismo instante la mesa se levanta, pasa por encima de su cabeza y va a caer atrás de él, con las patas hacia arriba, sobre un diván o sobre almohadones preparados para recibirla, a fin de que no se quiebre al caer. Al producirse el efecto, se enciende inmediatamente la luz: es una cuestión de segundos. Él puede repetir la experiencia tantas veces como quiera en la misma sesión.

He aquí una variedad de este fenómeno: una persona se pone al lado del Sr. Squire; al levantarse la mesa y al pasar por encima con las patas hacia arriba –como acaba de ser descripto–, en lugar de caer hacia atrás, se cierne horizontalmente y en equilibrio sobre la cabeza de aquella persona, que sólo siente una presión muy leve; pero ni bien se enciende la luz, ella siente por completo el peso de la mesa, la cual caería si otras dos personas no estuviesen preparadas para agarrarla y sostenerla por las patas.

Tal es, en esencia y en su mayor sencillez, sin énfasis ni reticencias, el relato de esos hechos singulares que hemos extraído de La Patrie del 23 de diciembre de 1860, de los cuales también hay un gran número de testigos, porque a estos hechos no los hemos presenciado personalmente; entretanto, la honorabilidad de aquellos que los han visto y nos los han narrado, no deja ninguna duda sobre su exactitud. Tenemos otro motivo quizá más poderoso para darles crédito: la teoría nos demuestra la posibilidad de los mismos. Ahora bien, nada mejor para fundamentar una convicción que el poder comprenderlos; nada suscita más la duda como decir: He visto, pero no entiendo. Por lo tanto, tratemos de hacerlos comprender.

Comencemos por plantear algunas objeciones perjudiciales. La primera que se presenta muy naturalmente al pensamiento es la que el Sr. Squire emplea algún medio secreto o, dicho de otro modo, que es un hábil prestidigitador; o también –como dicen con más dureza las personas que no se importan en ser maleducadas–, que es un charlatán. Una única palabra responde a esta suposición: que el Sr. Squire vino a París como un simple turista y que no saca ningún provecho de su extraña facultad; ahora bien, como no existen charlatanes desinteresados, esto es para nosotros la mejor garantía de su sinceridad. Si el Sr. Squire diera sesiones a tanto por lugar; si estuviese animado por cualquier interés, todas las sospechas serían perfectamente legítimas. No tenemos el honor de conocerlo, pero sabemos a través de personas dignas de toda nuestra confianza que lo conocen particularmente hace varios años, que es un hombre muy honorable, de un carácter afable y benevolente, un distinguido literato que escribe en varios diarios de América. Raramente la crítica toma en cuenta el carácter de las personas y el móvil que las hace obrar; ella se equivoca, porque ambos constituyen con seguridad una base esencial de apreciación; hay casos en que la acusación de superchería no sólo es una ofensa, sino también una falta de lógica.

Dicho esto, y descartada toda suposición de medios fraudulentos, resta saber si el fenómeno podría producirse con la ayuda de la fuerza muscular. El experimento ha sido hecho por hombres dotados de una fuerza excepcional, y todos han reconocido la absoluta imposibilidad de levantar la mesa con una mano, y menos aún de hacerla dar piruetas en el aire; agreguemos que la constitución física del Sr. Squire no es compatible con una fuerza hercúlea. Ya que el empleo de la fuerza física es imposible, y que un examen escrupuloso descartó el uso de cualquier medio mecánico, es preciso admitir la acción de una fuerza extrahumana. Todo efecto tiene una causa; si la causa no está en la humanidad, es totalmente necesario que esté fuera de ésta; dicho de otro modo, en la intervención de seres invisibles que nos rodean, es decir, de los Espíritus.

Para los espíritas, el fenómeno producido por el Sr. Squire no tiene nada de nuevo, a no ser la forma por la cual se produce; en cuanto al fondo, entra en la categoría de todos los otros fenómenos conocidos de levantamiento y de desplazamiento de objetos, con o sin contacto, y de suspensión de cuerpos pesados en el espacio. Tiene su principio en el fenómeno elemental de las mesas giratorias, cuya teoría completa se encuentra en nuestra nueva obra: El Libro de los Médiums. Quien haya meditado bien en esta teoría podrá fácilmente tener la explicación del efecto producido por el Sr. Squire, porque ciertamente el hecho de una mesa levantarse del suelo sin el contacto de ninguna persona, y mantenerse en el espacio sin punto de apoyo, es aún más extraordinario; si se comprende la causa, más fácilmente se podrá explicar el otro fenómeno.

En todo esto –dirán–, ¿dónde está la prueba de la intervención de los Espíritus? Si los efectos fuesen puramente mecánicos, nada ciertamente probaría esta intervención, bastando recurrir a la hipótesis de un fluido eléctrico u otro; pero desde el momento en que un efecto es inteligente, debe tener una causa inteligente. Ahora bien, ha sido por los signos de inteligencia de esos efectos que se ha reconocido que su causa no es exclusivamente material. Hablamos de los efectos espíritas en general, porque los hay cuyo carácter inteligente es casi nulo, como en el caso del Sr. Squire. Entonces podría suponerse que él fuese dotado, a ejemplo de ciertas personas, de una fuerza eléctrica natural; pero, que sepamos, la luz nunca ha sido un obstáculo a la acción de la electricidad o del fluido magnético. Por otro lado, el examen atento de las circunstancias del fenómeno excluye esta suposición, mientras que su analogía está manifesta con aquellos que sólo pueden ser producidos por la intervención de inteligencias ocultas; por lo tanto, es más racional colocarlo entre estos últimos. Queda por saber cómo el Espíritu, o el ser invisible, actúa sobre la materia inerte.

Cuando una mesa se mueve, no es el Espíritu que la toma con las manos y la levanta con la fuerza de sus brazos, por la sencilla razón de que, aunque tenga un cuerpo como el nuestro, ese cuerpo es fluídico y no puede ejercer una acción muscular propiamente dicha. Él satura la mesa con su propio fluido, combinado con el fluido animalizado del médium; por este medio, la mesa es momentáneamente animada de una vida artificial. Entonces, ella obedece a la voluntad, como lo haría un ser vivo; la misma expresa, a través de sus movimientos, alegría, cólera y los diversos sentimientos del Espíritu que de ella se sirve. No es la mesa que piensa, que se alegra o se encoleriza; no es el Espíritu que se incorpora en ella, porque él no se transforma en mesa; ésta es sólo para él un instrumento dócil, obediente a su voluntad, como el bastón que un hombre agita y con el cual expresa amenaza o diversos signos. En este caso, el bastón es sostenido por los músculos; pero la mesa, al no poder ser puesta en movimiento por los músculos del Espíritu, es agitada por el propio fluido de éste, que hace el papel de fuerza muscular. Tal es el principio fundamental de todos los movimientos en casos semejantes.

Una cuestión, a primera vista más difícil, es ésta: ¿cómo puede un cuerpo pesado levantarse del suelo y mantenerse en el espacio, contrariando a la ley de gravedad? Para que comprendamos esto, basta que nos reportemos a lo que sucede diariamente ante nuestros ojos. Se sabe que es necesario distinguir en un cuerpo sólido el peso específico de la fuerza de gravedad; el peso específico es siempre el mismo: depende de la suma de las moléculas. La fuerza de gravedad varía en razón de la densidad del medio; he aquí por qué un cuerpo pesa menos en el agua que en el aire, e incluso menos en el mercurio. Supongamos que una habitación, en cuyo suelo se encuentra una mesa pesada, de repente se llene de agua; la mesa se levantará por sí misma o, por lo menos, un hombre o incluso un niño la levantarán sin esfuerzo. Otra comparación: Cuando se hace el vacío dentro de una campana neumática, instantáneamente el aire de su interior, al no equilibrarse más con la columna atmosférica, hace con que la campana adquiera una tal fuerza que el más fuerte de los hombres no podrá levantarla. Entretanto, aunque ni la mesa ni la campana hayan ganado o perdido un átomo de su substancia, su peso relativo ha aumentado o disminuido en razón del medio, ya sea éste un líquido o un fluido.

¿Conocemos todos los fluidos de la Naturaleza o incluso todas las propiedades de aquellos que conocemos? Sería muy presuntuoso pensar así. Los ejemplos que acabamos de citar son comparaciones: no decimos similitudes; es únicamente para mostrar que los fenómenos espíritas que nos parecen tan extraños no lo son más que aquellos que acabamos de mencionar, y que pueden ser explicados, si no son por las mismas causas, al menos por causas análogas. En efecto, he aquí una mesa que pierde evidentemente su peso aparente en un dado momento, y que en otra circunstancia adquiere un aumento de peso, siendo que este hecho no puede explicarse a través de las leyes conocidas; pero como el mismo se repite, esto prueba que está sometido a una ley, que no deja de existir porque sea desconocida. ¿Cuál es esta ley? La dan los Espíritus; pero si faltase la explicación de ellos, sería posible deducirla por analogía, sin recurrir a causas milagrosas o sobrenaturales.

El fluido universal –así es cómo los Espíritus lo llaman– es el vehículo y el agente de todos los fenómenos espíritas; se sabe que los Espíritus pueden modificar las propiedades del mismo según las circunstancias; que el fluido universal es el elemento constitutivo del periespíritu o envoltura semimaterial del Espíritu; que, en este último estado, puede adquirir la visibilidad e incluso la tangibilidad; por lo tanto, ¿es irracional admitir que un Espíritu, en un dado momento, pueda envolver un cuerpo sólido en una atmósfera fluídica, cuyas propiedades, consecuentemente modificadas, producen sobre este cuerpo el efecto de un medio más denso o más raro? En esta hipótesis, el levantamiento tan fácil de una mesa pesada, a través del Sr. Squire, se explica muy naturalmente, así como todos los fenómenos análogos.

La necesidad de la oscuridad es más embarazosa. ¿Por qué cesa el efecto al menor contacto de la luz? El fluido luminoso ¿ejerce aquí alguna acción mecánica? Esto no es probable, ya que hechos del mismo género se producen perfectamente en pleno día. No se puede atribuir esta singularidad sino a la naturaleza totalmente especial de los Espíritus que se manifiestan por ese médium. ¿Por qué por dicho médium y no por otros? Aún este es uno de esos misterios que solamente pueden penetrar los que están identificados con los fenómenos tan numerosos y a menudo tan singulares del mundo de los invisibles; sólo ellos pueden comprender las simpatías y las antipatías que existen entre los vivos y los muertos.

¿A qué orden pertenecen esos Espíritus? ¿Son buenos o malos? Sabemos que hemos herido el amor propio de ciertas criaturas terrenas al desestimar el valor de los Espíritus que producen manifestaciones físicas; se nos ha criticado fuertemente por haberlos calificado como los saltimbanquis del mundo invisible; para justificar esto, diremos que la expresión no es nuestra, sino de los propios Espíritus; nosotros les pedimos perdón por eso, pero nunca podrá entrar en nuestra cabeza que Espíritus elevados vengan a divertirse haciendo proezas u otras cosas de este género, del mismo modo que no conseguirán hacernos creer que payasos, atletas de feria, acróbatas y bufones de plaza pública sean miembros del Instituto. Aquel que conozca la jerarquía de los Espíritus sabe que los hay de todos los grados de inteligencia y de moralidad, y que en ellos encontramos tantas variedades de aptitudes y de caracteres como entre los hombres, lo que no es de admirarse, ya que los Espíritus no son sino las almas de los que han vivido. Ahora bien, hasta que se pruebe lo contrario, nos es lícito dudar que Espíritus como Pascal, Bossuet y otros –incluso menos elevados–, se pongan a nuestras órdenes para hacer girar o mover las mesas y divertir a un círculo de curiosos; preguntamos a los que piensan de otra manera si ellos creen que después de su muerte se resignarían de buen grado a ese papel burlesco. Incluso entre los que están a los órdenes del Sr. Squire hay un servilismo incompatible con la menor superioridad intelectual, de donde deducimos que ellos deben pertenecer a las clases inferiores, lo que no quiere decir que sean malos; se puede ser muy bueno y honesto sin saber leer ni escribir. Los Espíritus malos son generalmente indóciles, coléricos y se complacen en hacer el mal; ahora bien, no nos consta que los Espíritus que se manifiestan a través del Sr. Squire le hayan jugado alguna vez una mala pasada; ellos le obedecen con una docilidad pacífica, que excluye toda sospecha de malevolencia, pero no por eso están aptos para dar disertaciones filosóficas. Consideramos al Sr. Squire un hombre de suficiente buen sentido como para ofenderse con esta apreciación. Esa subordinación de los Espíritus que lo asisten ha hecho decir a uno de nuestros colegas que probablemente ellos lo habían conocido en otra existencia, en la cual el Sr. Squire habría ejercido sobre los mismos una gran autoridad, razón por la que conservan hacia él una obediencia pasiva en la presente existencia. Por lo demás, es preciso no confundir a los Espíritus que se ocupan de efectos físicos propiamente dichos, y que más especialmente son designados con el nombre de Espíritus golpeadores, con los que se comunican a través de golpes; al ser este último medio un lenguaje, puede ser empleado como escritura por los Espíritus de todos los órdenes.

Como ya lo hemos dicho, hemos visto a muchas personas que han asistido a las experiencias del Sr. Squire; pero entre las que no eran iniciadas en la ciencia espírita, muchas han salido muy poco convencidas, lo que prueba que la simple visión de los efectos más extraordinarios no es suficiente para llevar a la convicción. Después de haber escuchado las explicaciones que les hemos dado, su manera de ver se ha modificado totalmente. Seguramente no damos esta teoría como la última palabra o como la solución definitiva; pero en la imposibilidad de poder explicar esos hechos a través de las leyes conocidas, se ha de concordar que el sistema que difundimos no está desprovisto de verosimilitud; admitámoslo –si así lo prefieren– a título de simple hipótesis, y cuando sea dada una solución mejor, seremos el primero a aceptarla.